Capítulo 5
A la mañana siguiente, después de llevar media hora en la sala, parecía como si Julia nunca se hubiera ausentado. La mayoría de los pacientes seguían allí. Los pacientes de su sala se recuperaban con más lentitud que los del pabellón quirúrgico, pero había media docena de caras nuevas a quienes sonreír, después de estudiar sus expedientes. La señora Collins ya se había ido, y cuando le preguntó a Pat por ella, le respondió.
—Ha tenido suerte, su sobrina dio con alguien que necesitaba ayuda en la casa… tendrá mucho que hacer, pulir la plata y ese tipo de cosas, lo adecuado para la señora Collins. Le ofrecían habitación y seguro médico. ¿No es maravilloso? Sólo Dios sabe lo que hubiera sucedido… Su sobrina no podía tenerla; tendría que haber permanecido en un centro geriátrico para siempre.
—Pues menos mal que ha habido suerte. Me pregunto quién será quien le ha ofrecido ese trabajo. Tengo que averiguarlo. ¿La asistente social estará enterada de los detalles?
—Sí. Dijo que te vería cuando regresaras. Pero, está de vacaciones durante esta semana.
—Oh, Dios, eso significa que tendremos a la señorita Trump haciendo su trabajo. Esperaré hasta que vuelva. Ahora revisemos estas notas…
Estuvo muy ocupada durante todo el día y cuando quedó libre se reunió con Nigel. Fueron a su apartamento y ella preparó la cena, mientras él le describía una esplenectomía que había efectuado aquella tarde. Cuando tomaban el café, Nigel preguntó:
—¿Qué tal el viaje de regreso?
—Estupendo, el profesor van der Wagema me trajo. Había ido a visitar a su hijo.
—Ha debido de ser temprano… ya que estuvo aquí antes de medianoche para ver a un paciente. Uno de los ayudantes lo vio esta semana en su coche, en compañía de una hermosísima rubia —no esperó la respuesta de Julia—. En un par de semanas iré a casa… saldré el sábado y regresaré el domingo por la noche… ¿vienes conmigo?
Julia se imaginó al profesor en compañía de la hermosa rubia.
—Me gustaría. Recuérdamelo, a ver si puedo hacer algún arreglo con Pat. Es su fin de semana libre, pero sé que quiere tener unos días a media semana. No podría resultar mejor.
Cuando Nigel se fue, fregó los platos y se preparó para acostarse. No le gustaba mucho tener que pasar el fin de semana con la familia de Nigel, pero el sentido común le hizo ver que, como iba a formar parte de ellos en un futuro no lejano, sería mejor empezar a conocerlos mejor. Pero en lo último en que pensó antes de dormirse, fue en el profesor van der Wagema y en su hermosa rubia.
—Sólo espero que sea buena con Nicholas —le dijo a Wellington y cerró los ojos.
No vio al profesor hasta tres días después, cuando él fue a hacer su ronda habitual. Julia enseguida notó que no estaba de buen humor. Con ella fue fríamente cortés. Pero tenía que admitir que con sus pacientes era amable y comprensivo, y pasó bastante tiempo con la señora Thorpe, que no mostraba ningún progreso.
Después, en su oficina, mientras tomaban el café, él sólo habló de sus pacientes y la mayor parte del tiempo se dirigió a Dick Reed. A Julia le resultaba difícil, casi imposible, creer que aquél era el hombre que la había besado hacía unos días. Por supuesto que ese beso no significaría nada para él, no era tan tonta como para creer lo contrario, pero, de todas maneras, ¿por qué tenía que ser tan formal con ella? Él extendió una mano, sin mirarla, y Julia le dio una pluma. Mientras firmaba el formulario que Dick le había dado, ella lo miró. Sin duda era bien parecido y distinguido. Su cabello oscuro estaba salpicado de gris y Julia pensó que era injusto que un hombre que se aproximaba a los cuarenta y dos aún atrajera miradas de admiración de las chicas, mientras una mujer de treinta se ponía enferma al pensar que pronto tendría treinta y uno. Él levantó la vista y la sorprendió mirándolo. Se miraron durante unos segundos, mientras las mejillas de Julia se sonrojaban. Entonces él sonrió, antes de volverse hacia Dick para preguntarle algo. Esto le dio la oportunidad a Julia de que sus mejillas se enfriaran.
La noche no fue un éxito. Nigel había tenido un mal día y pasó todo el tiempo contándole los acontecimientos. Cuando ella le ofreció su simpatía y acabaron de cenar, la visita había terminado. Por supuesto que él pudo haberse quedado más tiempo, pero no quiso. Ella se despidió con un beso apasionado, pero él no respondió, sólo le recordó que por la mañana tenía una larga lista de pacientes y que no podría verla.
Durante los siguientes diez días lo vio poco, aunque se encontraron para ponerse de acuerdo para visitar a sus padres durante el fin de semana. Julia fue a casa sólo un día y deseó poder permanecer allí más tiempo, para disfrutar el otoño en el campo. Pat le había dicho que no quería el fin de semana libre que le correspondía, lo que significaba que Julia podría estar libre para acompañar a Nigel a Bristol. Se lo había dicho a él esperando que le pidiera que se fuera con él, pero como no lo hizo, Julia decidió irse a su casa y así la despedida sería menos dolorosa.
Pero aún pasarían el fin de semana juntos, con sus padres. Salieron el sábado por la mañana, temprano, dejando un día nublado detrás de ellos y llegaron a su casa bajo un sol brillante.
El señor y la señora Longman la recibieron con amabilidad, pero sin entusiasmo. Julia no sabía por qué no acababan de darle la bienvenida dentro de la familia; después de todo, pronto formaría parte de ella. Siempre habían sido muy correctos, pensaban en su comodidad, pero ella no dejaba de ser una invitada, nunca uno de ellos. Le dio a la señora Longman las flores que había comprado, le ofreció la mejilla al señor Longman y siguió a Nigel al interior de la casa.
Por supuesto que el tema de conversación fue el nuevo trabajo de Nigel, y no parecieron muy interesados en el futuro de ella y Nigel juntos. Decían que no había prisa. Primero debía establecerse Nigel. Julia ya tenía un buen empleo. Se verían cuando pudieran, durante los fines de semana… Julia estuvo de acuerdo, porque sabía que las cosas empeorarían si no lo estaba.
Aquella noche unos amigos de la familia llegaron después de la cena, y el domingo por la mañana, todos fueron a la iglesia, antes de comer. Las esperanzas que tenía Julia para salir a pasear con Nigel, fueron arruinadas por su madre, quien insistió en enseñarle un álbum de fotos de la familia. Le explicaron el contenido de dicho álbum con detalle, cuando terminaron ya era la hora del té y después salieron para Londres. Cuando se encontraban en el coche, Julia suspiró; por lo menos tendrían una o dos horas para estar a solas. Empezó a hablar enseguida, sin perder tiempo.
—Nigel, ¿saben tus padres que queremos casarnos? Algunas veces me parece que no lo toman en serio.
—Querida, después de todo, aún no te conocen muy bien. Quiero decir que has estado en casa unas seis veces. Estoy seguro de que te aprecian, pero les llevará un poco aceptarte. Cuando yo esté en Bristol deberás visitarlos más a menudo —se rió—. Esperas demasiado de la gente, Julia, no puedes desear que todo sea como tú quieres. Deberías de venir dentro de unas semanas e ir con ellos a visitarme al hospital. Tal vez pueda conseguir un par de días libres…
—Eso estaría muy bien —dijo Julia en voz baja. Sólo sus ojos traicionaban su descontento e infelicidad y estaba demasiado oscuro para que nadie notara su verde brillantez.
Durante la semana estuvo muy ocupada, pues recibió pacientes nuevos, que la mantuvieron entretenida mientras estaba en el hospital, y, cuando quedaba libre, estaba demasiado cansada para pensar en sus propios asuntos. Nigel también estuvo ocupado, por lo que sólo se vieron dos noches antes de la cena de despedida que tuvieron antes de que él se fuera del St. Anne y ésta fue interrumpida por varias urgencias que Nigel tuvo que atender.
El viernes por la noche, Julia se sentía muy infeliz; si tenía suerte, Nigel pasaría con ella media hora cuando terminara en la sala de operaciones, pero ya era demasiado tarde para que pudieran ir a cenar a su restaurante favorito. Tendrían que tomar una copa y comer algo sencillo en la taberna más cercana y aquello no era lo más romántico para despedirse. De todas maneras, fue a su apartamento a preparar la cena de Wellington y preparar la maleta para irse a su casa a la mañana siguiente. Y, cómo no, para cambiarse de ropa. Estudió su cara cansada en el espejo y procedió a maquillarse con mucho cuidado. Se peinó y buscó un par de zapatos de tacón bajo, para sus cansados pies.
El portero le dijo que acababan de bajar la última maleta y, diez minutos después, bajó Nigel y la encontró en el vestíbulo de la entrada.
—Dios mío, qué manera de terminar. Estoy contento, porque voy a tener un par de días de paz y tranquilidad en casa, antes de empezar a trabajar en Bristol.
Julia estuvo de acuerdo con él, aunque por su cabeza cruzó el pensamiento de que podían haber pasado el fin de semana juntos, sólo qué a él no se le había ocurrido. Recorrieron la corta distancia que había hasta la taberna y se sentaron, ella frente a una copa de vino y él de cerveza, y un plato con emparedados entre los dos. En menos de una hora cerrarían el local y Julia, que escuchaba cómo le describía la difícil operación que había realizado esa tarde, se preguntaba si sería aquello de lo único que hablarían. Después de todo, no se iban a ver en una temporada, claro que en el St. Anne rara vez estaban juntos, a pesar de trabajar bajo el mismo techo.
—Te echaré de menos, Nigel —dijo Julia de pronto.
Él hizo una pausa a media frase y frunció el ceño.
—Querida, no estás escuchando. Estaba describiendo el caso de apendicitis que he tenido esta tarde.
—Bueno, ¿me echarás de menos tú también? —insistió Julia.
—Por supuesto. ¡Qué pregunta tan tonta! Pero no esperes muchas cartas. Te llamaré cuando pueda… es mejor que tú no me llames hasta que te dé un número… —sonrió—. He tenido mucha suerte en conseguir este empleo, Julia… un verdadero golpe de suerte.
Ella se obligó a mostrar interés. Después de todo, Bristol no estaba tan lejos y podrían hacer coincidir sus vacaciones. Sólo que ella se sentiría sola y ansiaba decírselo, pero ¿cómo hacerlo?
Quizá la amara, pero ella no significaba todo para Nigel. Ella debía permanecer atrás, esperando que se estableciera, pero Nigel no era la clase de hombre que lo dejara todo por amor a ella.
Fueron andando de regreso al hospital y se despidieron. Julia se fue a su apartamento, sintiéndose otra vez deprimida y desdichada. Había sido una semana terrible. Tuvo mucho trabajo y, para colmo, el profesor van der Wagema había estado de lo más reservado y cortante, nada le agradaba y ella tuvo que presentar su acostumbrado rostro sereno ante su intensa mirada oscura.
Por la mañana temprano subió al tren e hizo todo lo posible para ahogar los sentimientos de infelicidad. Su padre la estaba esperando en Salisbury y, como era muy distraído, le preguntó si Nigel también los visitaría, pero la mirada de desaliento que vio en su cara, lo hizo recordar y se disculpó.
—Bueno, cariño, tendremos un invitado el fin de semana… Nicholas… tiene vacaciones y su padre debe asistir a un seminario. Habría tenido que permanecer en el colegio. Por eso lo traje conmigo ayer. Está feliz montando a Star y jugando con Jane. Un chico simpático…
Julia recibió la noticia con calma y, después de reflexionar, decidió que sería bueno tener compañía.
—Podríamos cabalgar por el valle —sugirió—. Telefonearé a la escuela de equitación y pediré prestado a Juno…
—Bueno, querida —parecía contento—, ya me he hecho cargo; está en el establo, esperándote.
—Magnífico; gracias, papá. Podremos cabalgar hoy mismo antes del almuerzo.
—Eso es lo que pensó tu madre.
Habían salido de la ciudad e iban por el camino que llevaba hacia su casa. Julia ya se sentía mejor, su vida en el St. Anne quedaba en otro mundo y no se permitiría pensar en el hospital hasta el lunes por la mañana, tampoco pensaría en Nigel. Él la llamaría tan pronto como pudiera y todo sería igual que antes. Julia entró corriendo en la casa y fue recibida por su madre y por un Nicholas tímido.
—¿No seré un estorbo? —preguntó ansioso Nicholas—. La señora Mitchell dijo que no te importaría que montara a Star.
—Creo que es maravilloso que estés aquí —dijo Julia con fervor—. Espera que acomode a Wellington, que tome una taza de café y me ponga unos pantalones, y enseguida saldremos. Tenemos casi dos horas antes de comer.
El niño sonrió y a ella le hizo recordar a su padre, cuya sonrisa era encantadora.
—Te aprecio —dijo el niño.
—Yo también. ¿Quieres cuidar a Wellington mientras me cambio?
Diez minutos después, montaba a Juno y Nicholas a Star. Tomaron el camino que iba hacia Broad Chalke. Cabalgaron despacio, por la orilla del río, Nicholas le hablaba de su colegio.
—¿Eres feliz allí? —le preguntó Julia, con la esperanza de que así fuera; era un niño muy simpático y lo apreciaba más cada minuto que pasaba.
—Oh, sí. Cuando tenga la edad suficiente iré a Holanda y estudiaré para ser médico.
—¿Pero por qué a Holanda? —Julia se volvió para mirarlo, sorprendida.
—Mi padre estudió en Leiden, por eso yo también quiero ir allí. Después volveré aquí y obtendré un certificado inglés o tal vez escocés.
—¿Pero no será difícil para ti estudiar en un idioma extranjero?
—No, hablo holandés con mi padre y a menudo vamos a casa de mi abuela. No es de ella en realidad, es de papá, pero ella vive allí.
—Oh, ya veo —parpadeó. Frenó un poco a Juno para que Star pudiera seguirle el paso—. Es bonito que tengas un futuro arreglado —esto le hizo recordar que ojalá el suyo también estuviera decidido. Tomaron por un sendero estrecho e iban uno detrás de otro—. Daremos la vuelta en el cruce de caminos, así llegaremos a tiempo de la comida.
Cuando llegaron al cruce, encontraron al profesor allí esperando.
—Hola —dijo Julia sin aliento—. Creí que estaba en un seminario.
Nicholas había colocado a Star al lado de Goliath, el caballo de su padre, que venía de los mismos establos que Juno; era un caballo enorme e iba de acuerdo con un hombre de la estatura del profesor.
—¡Papá, qué sorpresa tan maravillosa!… ¿Después de todo, no tuviste que ir?
—Me excusé —el profesor puso una mano sobre el hombro del niño—. No era esencial que asistiera; además, de todas formas, pronto tengo que ir a Groningen —miró hacia donde estaba Julia—. ¿Puedo acompañaros?
—Bueno, sí. Mi madre dijo que comeríamos a la una. Espero que le pida que se quede, a menos que tenga otros planes.
—Ninguno. Después me gustaría hablar diez minutos con el señor Mitchell, si tiene tiempo.
Cogieron el camino de la casa.
—¿Tienes el fin de semana libre, Julia? —preguntó el profesor.
Ella tuvo la sospecha de que él ya sabía la respuesta.
—Sí.
—¿Ya se ha ido Longman? —preguntó con curiosidad.
—Sí. Se ha ido hoy y empieza a trabajar el lunes —y añadió—: Se fue para estar con sus padres…
El profesor no dijo nada. Cabalgaron en silencio un rato, hasta que Nicholas preguntó:
—¿Vas a quedarte, papá? ¿No tienes que volver a Londres?
—No, Nicky, no tengo que volver hasta mañana por la noche; pero si quieres ir a casa, iremos después de comer.
—Preferiría quedarme, papá.
—Está bien, Nicky. Estaré en la posada de Broad Chalke.
Cabalgaron en silencio otro rato y por fin Julia habló:
—Sobran habitaciones en casa. Estoy segura de que mamá será feliz si se queda en casa, profesor, ya que Nicholas está con nosotros.
—Eres muy amable —la miró, su voz era una mezcla de sorpresa y placer—, pero no puedo imponerme…
Julia ya había abierto la boca para decirle que, en ese caso, estaba segura de que su madre lo entendería, pero Nicholas se adelantó.
—¡Estupendo, papá! Podremos cabalgar antes del desayuno…
El profesor miró a Julia con una sonrisa, como sabiendo lo que ella iba a decir.
—En ese caso; confiamos en la amabilidad de la señora Mitchell, Nicky.
La señora Mitchell lo saludó con placer y le pidió que se quedara a almorzar. Cuando Nicholas le dijo que su padre se iba a hospedar en Broad Chalke, ella dijo al instante:
—Puede quedarse aquí, profesor… nos encantará tenerlo con nosotros. ¿No es así, Julia? Tenemos suficientes habitaciones, ahora que los chicos están en el colegio, y George estará encantado de volverle a ver. Almorzaremos y después traerá sus cosas… ¿Dejó su coche en Broad Chalke? Julia puede llevarle, para que lo traiga. Telefonearemos a los establos y Goliath podrá quedarse aquí durante el fin de semana… no sería la primera vez…
La señora Mitchell envió a Nicholas a buscar a su marido y le pidió a Julia que le mostrara su habitación al profesor. Julia empezó a subir la escalera.
—Creo que mamá querrá que ocupe el dormitorio de los invitados… Nicholas está en el de Jason —lo condujo, por un estrecho pasillo, al fondo de la casa y subió dos escalones para llegar a una habitación con techo bajo y una amplia ventana. Los muebles eran antiguos y muy bien cuidados.
—Le traeré toallas y si hay alguna otra cosa que necesite, profesor… —dijo Julia.
—Mi nombre es Enrique.
—Supongo que es holandés… Las toallas —quería alejarse, aunque no sabía por qué.
—Julia, si no quieres que me quede, dímelo y me iré. Estás triste por Longman… tal vez yo empeore las cosas… ya que te recuerdo al St. Anne…
—No, no se vaya. No he querido… —Miró su casa impasible—. Estoy un poco confundida, eso es todo.
Él se había acercado y estaba a su lado.
—Longman se ha ido a su casa, en vez de pasar el fin de semana contigo. Pero no se va al fin del mundo, Julia, sólo a Bristol… Podréis pasar juntos los fines de semana que tengas libres y las vacaciones y, una vez establecido, es probable que quiera casarse tan pronto como sea posible.
Julia miró su corbata y dijo con un suspiró:
—Es usted mucho más agradable de lo que parece y he estado trabajando para usted durante más de tres años sin darme cuenta.
Él no respondió nada, aunque parecía satisfecho.
A excepción de las cabalgatas matutinas, junto con Nicholas, Julia lo vio poco. Se llevaba a su hijo a dar largas caminatas y pasaba mucho tiempo con su padre. Durante las comidas, aunque la trataba de manera amigable, no hizo intento alguno por estar a solas con ella. El domingo, cuando volvían de la iglesia, planearon cabalgar por última vez después de comer y él sugirió que tal vez ella quisiera regresar a Londres con él esa noche.
—Llevaremos a Nick al colegio, si no tienes inconveniente. Sé que no entras a trabajar hasta la una y quizá no tengas intención de salir de aquí hasta el lunes, pero el ofrecimiento sigue en pie.
Parecía una buena idea y le ahorraría la molestia del tren; además, podría emplear la mañana del lunes para hacer algunas compras. Enseguida aceptó y Nicholas preguntó:
—¿No podrías ir a visitarnos un día, Julia, cuando estemos en casa durante las vacaciones?
—Una espléndida idea —observó el profesor—, aunque me temo que Julia no tiene mucho tiempo libre.
Julia no sabía si él trataba de animarla o desanimarla, probablemente ninguna de las dos cosas; no podría imaginar que él estuviera enterado de sus horas libres.
—Me gustaría hacerlo, Nicholas. Cuando tengas vacaciones, escríbeme y veremos si puedo arreglar algo.
—Es maravilloso. Te juego una carrera hasta la casa, Julia.
Ella lo dejó ganar y después esperó que el profesor los alcanzara. Sus mejillas estaban sonrosadas por el ejercicio y sus ojos verdes. Dijo sin aliento:
—Me estoy haciendo vieja para correr como una niña de diez años.
El profesor la miró de arriba a abajo, con deliberación.
—Tienes la edad adecuada —dijo con calma—, y no sólo para juguetear.
—No sé de qué está hablando.
Lo vio poco durante el resto de día. Él y su padre se encerraron en el estudio, después de comer. Más tarde, el profesor y Nicholas salieron a dar un paseo antes del té. Julia esperaba que le pidiera que fuera con ellos, pero no fue así, y se retiró junto con su madre a la sala a hacer planes para su boda.
—No tiene mucho objeto discutirlo, hasta que no fijéis una fecha definitiva, cariño —se quejó la señora Mitchell. Julia dejó de jugar con Wellington y la miró.
—No, mamá. Quizá Nigel sepa un poco más acerca de su trabajo cuando se haya establecido. ¿Cuándo volverán los chicos? Vendré a casa otro fin de semana. Parece que hayan pasado siglos desde que los vi por última vez. Madge quiere hacer algunas compras. Pediré un día libre y la esperaré en la estación. ¿No te importará quedarte con el pequeño Harry?
—Es un niño maravilloso. Un día afuera le hará bien a tu hermana. Es mejor que preparemos el té, Nicholas tiene que estar en el colegio a las seis.
—Yo lo haré. —Julia se puso de pie.
Pasaron un rato agradable y la reunión terminó cuando el profesor dijo que si no se iban en diez minutos, Nicholas llegaría tarde. Se despidieron y él condujo el Rolls por la estrecha carretera. Empezaba a anochecer y Nicholas dijo feliz:
—Pronto será Navidad… ¿Vendrás a casa, Julia?
—No creo que me sea posible, hay que decorar la sala, preparar la comida extra y envolver regalos. Estaré muy ocupada.
—Oh, es una lástima… Sería estupendo que pudieras venir a visitarnos. Quizá entonces ya estés casada…
—Bueno, no espero estarlo —respondió despacio.
—Lo inesperado siempre sucede —observó el profesor—, sólo tenemos que esperar y ver.
Dejaron a Nicholas en su colegio y el profesor tomó la carretera hacia Londres. Permaneció en silencio y Julia tampoco habló; tal vez él pensara en Nicholas. El niño parecía feliz de estar con su padre; con seguridad odiaban estar separados.
—Necesita una madre —dijo Julia con voz alta, expresando lo que pensaba, y casi se mordió la lengua por su tontería. Era una maravillosa oportunidad para que el profesor hiciera alguno de sus comentarios, por eso se quedó sorprendida cuando él respondió.
—Pronto tendrá una.
Julia no supo por qué no le gustó la respuesta.
—¡Oh, es estupendo!… No lo sabía…
—¿Cómo ibas a saberlo? No voy por ahí contando los detalles de mi vida privada.
—No se lo diré a nadie —le aseguró.
Julia iba pensando que si se casaba con la chica rubia, haría una mala elección, ya que no parecía adecuada para él ni para Nicholas. Tendría que averiguarlo…
—No es bueno hacer suposiciones —dijo el profesor—. Lo sabrás a su debido tiempo.
—En realidad no es asunto mío, profesor, ¿por qué iba a serlo?
—Eso podríamos discutirlo.
—¿Por qué no vamos por la autopista? —preguntó Julia.
—Fui la causa de que acortaras tus vacaciones, lo menos que puedo hacer es llevarte a cenar.
Julia se volvió, miró su perfil calmado y dijo:
—Dicho de esa manera, profesor, no tengo dificultad para no aceptar.
Él rió y Julia se sintió confundida.
—Mi querida Julia, en los últimos minutos me has llamado profesor dos veces. No comprendo por qué. Sólo te he pedido que fuéramos a cenar. Me pregunto a qué le temes. Sospecho que no lo sabes. Lo averiguarás a tiempo. Mientras tanto, ¿continuamos hambrientos o me detengo para comer? ¿No tienes hambre?
—De acuerdo, profesor.
—Bien, eres una joven sensata, Julia.
La llevó a Andwells Restaurant, en el pueblo de Heckfield. Era un sitio muy bonito. Julia se sentó frente a él, en un salón agradable, y trató de decidir qué comer. Se decidió por una ensalada, langosta y soufflé y el profesor escogió ostras y carne asada, así como trufas y queso.
—Es un placer comer con alguien que no escoge zanahorias crudas y tostadas de pan.
—No me gustan las zanahorias, tal vez tenga que ver con el color pelirrojo de mi pelo.
—¿No te importa tener un pelo tan… llamativo?
—¿Por qué debería importarme? Lo he tenido toda mi vida y estoy acostumbrada. Cuando era niña deseaba tenerlo rubio dorado y ser pequeña y delgada: Hace años que dejé de desear lo imposible.
—Como dije, eres una mujer sensata, Julia —se acomodó en la silla.
Ella pensó que sería mejor no hablar sobre ese tema. Empezó con la ensalada. Era una lástima hablar de cosas triviales con alguien con quien se podía hablar realmente y decir cualquier cosa sin temor a ser malinterpretada. Se detuvo a media frase, antes de que el tenedor llegara a su boca, al darse cuenta de que podría decirle al profesor cualquier cosa que se le viniera a la mente, mientras que con Nigel tenía que pensar con cuidado antes de hablar…
—Un pensamiento repentino acaba de cruzar por tu cabeza. ¿Puedo conocerlo? —preguntó el profesor.
Se llevó a la boca un trozo de langosta, mientras pensaba.
—No… no creo que le interese. Es algo…
—Esos pensamientos extraños —la miró—. ¿Cuándo piensas ver a Longman?
Julia no esperaba aquella pregunta.
—No lo sé. Llegará a Bristol esta noche. Tiene que encontrar un sitio para mí y esas cosas.
—¿Sus padres? —murmuró el profesor.
—En realidad, no lo sé.
Él pareció perder el interés, y empezó a hablar de temas cotidianos. Así continuó durante la cena y medio camino de regreso a Londres. Después se quedaron en silencio al llegar a las afueras de la ciudad. Entonces él le preguntó de manera casual:
—¿Ya te has cogido todas las vacaciones que te corresponden en el año?
—Por supuesto que no. Tenemos seis semanas. Aún me faltan dos y varios días que me deben.
—Supongo que las podrás tomar cuando quieras.
—Sí, aunque tengo que ponerme de acuerdo con la persona que me vaya a sustituir.
—¿Viajas?
—Casi nunca. Me gusta ir a casa. ¿Le parece una tontería?
—En absoluto. A mí también me gusta ir a casa. Me refiero a Holanda…
—Olvidaba que es usted holandés. ¿Cuando se case, se irá a vivir allí?
—Quizá después —la miró de reojo—. Mis planes para el futuro están iguales que los tuyos, Julia, sin decidir.
Dio la vuelta en su calle y se detuvo frente a su casa. Se bajó, le abrió la puerta y sacó la cesta de Wellington del asiento trasero. La llevó hasta la puerta de entrada. Miró a Julia y le dijo:
—Buenas noches, Julia. El martes será: Buenos días, señorita Mitchell.
—Es una lástima… —hizo una pausa—. Gracias por traerme. Ha sido un bonito fin de semana.
—Delicioso. No cruzamos ninguna palabra de enfado.
La miraba y ella estudió su cara, deseando de pronto conocer todas las líneas que la formaban. No era muy joven, pero aún era bien parecido siempre lo sería… aunque envejeciera. Cuando no estaba de mal humor era una de las personas más simpáticas que había conocido. Preguntó, dudosa:
—¿Quiere una taza de café? —Se sonrojó cuando él no aceptó.
Había sido una tonta al preguntárselo; otra vez era la enfermera Mitchell y él era el profesor van der Wagema, quien, sin duda alguna, el martes estaría de mal humor y su cabeza ocupada en su futura esposa. Deseó con todo corazón que él volviera a ser Enrique y no el profesor. Sus pensamientos se volvieron caóticos; Nigel se convertía en una pequeña figura insignificante y al profesor lo veía más importante cada día. De pronto se sorprendió diciendo.
—Dios mío, ¿qué voy a hacer? —Metió a Wellington en su cesta y, sin decir otra palabra subió corriendo la escalera.
El profesor la miró alejarse y sonrió.