Capítulo 21

 

 

Nick partió con la tropa; como llamaba a su equipo, ansioso y con el nerviosismo que siempre lo acompañaba en cada presentación. Aunque cada una de ellas era cuidadosamente planeada, siempre podrían suceder imprevistos, como de hecho ya había sucedido. Su gira abarcaba todos los países de Sudamérica, después irían a Centro América y por último a Norteamérica empezando por México donde era un ídolo. Duraría al menos cuatro meses durante los cuales tendría algunos días de descanso. Maratónico y agotador, era un ritmo de trabajo que él se había impuesto. En un mundo tan competitivo como el suyo no podía darse el lujo de dormirse en sus laureles, cada día una revelación saltaba a la palestra y nunca se sabía si sería el próximo descubrimiento tras el que irían miles de fanáticos. Por las noches se daba tiempo de hablar con Margaret, quien seguía paso a paso sus presentaciones y lo comentarios de la crítica, también de todos los detalles y trataba, junto al personal de la oficina los problemas que iban surgiendo. Uno de los puntos en donde Nick daría varios conciertos era Perú. Tres funciones a teatro lleno y después se tomó unos días de descanso en una casa rentada especialmente para él en Las Casuarinas.

Recostado en uno de los extensibles situados en el área de la piscina pensaba en Margaret. No la había podido convencer de pasar unos días con él porque parecía tener un temor visceral a enfrentarse no solo a los paparazzi, sino a las posibles «conquistas» que él pudiera hacer. Admiraba su talante, si era celosa no lo demostraba, pero juraría que no le perdonaría si cayera en la tentación. Aunque nunca había querido preguntar acerca de su vida antes de conocerse, de vez en cuando le entraba cierta curiosidad. ¿Dónde habría aprendido a hacer el amor de esa manera?

Hacía muchos años, cuando era un adolescente de quince años, él había dado un concierto por primera vez en Lima. En aquella época su padre aún vivía y lo acompañaba en sus giras. Jack ya era su guardaespaldas, y en algún momento le había expresado que deseaba tener una experiencia amorosa. No había tenido de oportunidad de salir con chicas de su edad porque su vida no era como la de otros chicos, no asistía a la escuela, y no tenía oportunidad de conocerlas de manera normal como cualquier chico de su edad. Siempre eran admiradoras que gritaban enardecidas cuando estaba sobre el escenario y apenas tenía tiempo de fijarse en ellas. En los círculos de la farándula limeña se escuchaba hablar de un tal Horacio, y Jack lo llamó. Cinthia Marlow fue llevada al hotel donde Nick se hospedaba; ella con treinta y ocho años para esa época todavía lucía como una mujer muy atractiva, y Margaret hacía años se había casado y vivía en otro país. Para Nick fue el descubrimiento de su sexualidad. Con la experiencia que la caracterizaba la thailandesa lo introdujo en un mundo desconocido para él. Lo visitó varios días seguidos y él se sintió enamorado de ella. Quedó grabada en su memoria y algunas veces al ver a Margaret recordaba a Cinthia, por sus facciones y también por su manera de hacer el amor. Fue una amistad que duró muchos años, y siempre que pasaba por Lima Jack se encargaba de buscarla.

Cinthia acudió a Las Casuarinas. Ella se había retirado, y Nick no deseaba sino un buen rato de compañía con una vieja amiga. Tomaban Pisco Sour cuando ella le preguntó por su esposa, se había enterado por la prensa de que era Margaret.

—Así que te pescaron —dijo ella con picardía.

—Sí. Y me siento feliz, Cinthia. No podrás creerlo, pero acabaron mis correrías.

—Si tú lo dices…

—Margaret es una mujer muy especial, ¿me creerías si te digo que me hace recordar a ti?

—¿Cómo así?

—Hay algo en ella, un aire…

La he visto en fotos y te doy la razón, todas las que tenemos facciones asiáticas nos parecemos, es verdad.

—No es solo eso. Es algo más, es su manera de…

—¿Hacer el amor? —terminó de decir ella al ver que él titubeaba.

—Exactamente.

—Tal vez todas las que tenemos rasgos asiáticos nos parezcamos también en eso —dijo Cinthia riendo.

Él la miró con seriedad.

—¿Tú crees?

—¡No! ¡Era una broma!

—Es insuperable, Cinthia. Todo lo que un hombre soñaría.

—Hay mujeres con suerte —dijo Cinthia esta vez con seriedad—. Parece que ella es una de ellas.

Tomó lo que quedaba en el pequeño vaso y se sirvió más.

—Es peruana —acotó Nick.

—¿Ah, sí? —ya me lo parecía, aunque por aquí hay muchas que tienen sus mismos rasgos. Perú es un país con mucha mezcla japonesa.

Cinthia recordó a Margaret. La había extrañado tanto… No comprendía el motivo por el que jamás la llamó. Era una ingrata. Se alzó de hombros y siguió bebiendo.

—Así que te retiraste, pero sigues siendo hermosa, Cinthia.

—Eres muy educado, pero te voy a creer, Nick. Deseo que conozcas a mi hija —dijo ella de improviso.

—Yo no creo que…

—No, Nick, ella no pertenece a mi mundo. Quise alejarla de todo esto, estudió internada en colegios y ahora es una gran artista, sus cuadros son bien cotizados en las galerías de arte, mi niña es todo lo que yo no pude ser.

—Debes estar muy orgullosa de ella.

—Lo estoy. Me gustaría que te dejases retratar por ella, ha pintado a gente de la realeza, la contratan las personas más icónicas de hoy día.

—Cinthia, la verdad yo no… —De pronto se detuvo.

Quién sabe si debía aceptar, pensó. Tal vez Cinthia querría hacer un favor a su hija, tal vez no era verdad que era famosa y deseara retratar a alguien que sí lo era para adquirir renombre. Cinthia había dejado de sonreír. Su rostro adquiría una dureza inusual cuando estaba seria, las comisuras de sus labios caían y le daba un aspecto más avejentado.

—Está bien, dile que venga, pero solo estaré aquí tres días más.

A Cinthia se le volvió a iluminar la cara. Su rostro cambiaba enormemente con una simple sonrisa.

—No te arrepentirás, Nick —dijo sin poder ocultar su satisfacción— Le diré que venga mañana temprano.

—No tan temprano, por favor —dijo Nick riendo.

Más tarde, conversando con Jack, salió a relucir ella en la conversación.

—No me parece muy buena idea que conozcas a su hija.

—Le prometí a Cinthia que lo haría.

—No creo que pueda pintarte en tres días, pero se me ocurre que sí podría pintar a Margaret. Le darías un gran regalo.

—No lo había pensado, tienes razón. ¿Tú sabías que Cinthia tenía una hija?

—Por supuesto.

—¿Por qué nunca me dijiste nada?

—No pensé que te interesara, son cosas naturales, todo el mundo tiene hijos —comentó Jack.

Menos yo. Pensó Nick.

—No debiste decirle que iría, no pienso hacerlo —dijo Bárbara mirando seriamente a su madre.

—Hija, son tan pocas las veces que te pido algo… creo que sería bueno para tu carrera.

—Ese sujeto no me inspira confianza, mamá, debe ser un engreído, ya he pintado a cantantes, no es lo que quiero hacer.

—Considéralo algo especial, le prometí que irías, es mi amigo.

—Ya sé qué clase de amigo es, mamá, y es lo que no me gusta.

—Más respeto, jovencita. Asume que gracias a lo que hacía tuviste la educación de la que te sientes tan orgullosa —dijo Cinthia endureciendo el tono de la voz.

Bárbara estaba preparada. El chantaje que ejercía su madre sobre ella era algo que colgaba en el aire ante cualquier discusión.

—Será la última vez que lo haga, madre. Me iré a Europa y no regresaré.

—Como gustes. Y si no deseas hacerlo, poco me importa —dijo haciendo un gesto con la mano.

Dio media vuelta y se marchó. Pero se había salido con la suya; era una idea que venía acariciando desde hacía tiempo, desde que se enteró de que Margaret se había casado con Nick. Su hija no poseía su belleza pero era atractiva, tenía una distinción innata que Cinthia atribuía s los genes de su padre, un hombre con el que mantuvo relaciones esporádicas durante varios años y del que quiso quedar embarazada. Él jamás se enteró y estaba bien para ella, porque no lo había hecho sino por una razón puramente egoísta: tener algo propio, un hijo, algo que le perteneciera. Con el tiempo se dio cuenta de que los hijos no eran pertenencia de los padres sino individuos con vida propia. Bárbara había heredado su espíritu libre, sin embargo, su moralidad era absolutamente opuesta a la de ella. Cinthia supuso que la habría heredado de su padre, si esas cosas eran factibles de heredarse. Él era un hombre chapado a la antigua, lo que no le había impedido hacer uso de sus servicios de vez en cuando pese a tener esposa e hijos. Ella se había fijado más en sus cualidades físicas que en sus costumbres, y el resultado fue una preciosa niña de ojos color miel, cabello castaño y facciones finas como las de su padre. Desde pequeña había resaltado en ella una elegancia inusual en su manera de ser y en sus preferencias a la hora de escoger su ropa pese a no haber sido criada por su padre ni haber llegado a conocerlo. Al hacerse mayor empezó a engordar y dejó de ser la chica larguirucha del colegio. Para entonces era una joven algo entrada en carnes, aunque no tanto como para dejar de ser atractiva.

Cinthia sentía que Margaret le debía algo. Durante los años que permaneció bajo su techo le había brindado su amistad, se había comportado con ella como si fuese su hermana menor y le había enseñado todo lo que sabía, algo que jamás había hecho con nadie, y sin embargo ella había ido acaparando a sus clientes como si considerase que era algo natural, sin decirle nada, sin mostrar el menor respeto ni la mínima consideración. Y encima, se había alejado de su vida sin dar explicaciones, solo una fría despedida, como si los años a su lado no hubieran significado absolutamente nada.

Cuando vio a su hija salir esa mañana su satisfacción le rebosaba el pecho.

—Creo que deberías vestir algo más veraniego, Bárbara —dijo refiriéndose al sencillo atuendo que llevaba puesto.

—Hasta luego madre —dijo ella sin prestar atención a sus palabras.

Cinthia la vio alejarse hasta la puerta. Llevaba zapatos bajos, una falda negra y una blusa blanca cerrada hasta el cuello. Bajo el brazo un cartapacio.

Cuando se presentó, Nick todavía dormía. Después de un par de horas apareció envuelto en una bata para darse un baño en la piscina. Al ver a Bárbara sentada en una de las tumbonas recordó que vendría. Se acercó a ella y la saludó. Ella percibió el olor champó que despedía su cabello todavía húmedo.

—Hola, soy Nick.

—Mucho gusto, señor Amicci, soy Bárbara.

—¿No deseas ponerte cómoda? —invitó Nick mientras miraba su postura. Lucía un tanto ridícula sentada en la orilla de la tumbona con las piernas muy juntas y la espalda recta como si se mantuviera en estado de alerta.

—Estoy bien así, gracias. Mi madre dijo que usted deseaba que le hiciera un retrato.

—Sí. Hablamos de eso, pero tengo una mejor idea, me gustaría, si te es posible, claro, que hicieras un retrato de mi mujer.

Bárbara se relajó ligeramente. No esperaba eso, y le pareció que las cosas iban por buen camino.

—Estaré encantada, me gustaría verla.

—Está en Los Ángeles, tendrías que trasladarte allá, ¿te importaría?

—No, por supuesto.

—Mientras tanto, ya que estás aquí te invito a pasar un día agradable, almorzaremos juntos, tengo todo el día libre.

—Muchas gracias señor Amicci.

—Por favor, soy Nick, no estoy acostumbrado a que me traten de usted. Allá hay trajes de baño nuevos, ponte cómoda —dijo señalando una puerta de madera en el extremo del área de la piscina. Se quitó la bata dejando ver su musculatura perfecta y se dio una zambullida.

Bárbara parpadeó al verlo. Sintió que el calor enrojecía sus mejillas. Miró la puerta de madera y dedujo que si no se cambiaba, la ropa que llevaba puesta la haría verse fuera de lugar, y ella no era persona de desentonar.

Entró al cuarto y escogió un traje de baño enterizo de color turquesa, hubiera preferido uno negro pero no vio ninguno. Sacó el traje de baño de su envoltorio original y se lo probó, por suerte era de su talla.

Regresó al borde de la piscina y una asistenta se le acercó y le preguntó que deseaba tomar.

—Agua, por favor.

—Hay demasiada agua aquí, Bárbara, te recomiendo un Bloody Mary. Trae dos, por favor.

La empleada hizo un gesto de asentimiento y se fue.

—Es muy temprano para tomar alcohol —objetó Bárbara.

—No te preocupes, es más jugo de tomate.

Salió de la piscina, se secó con una de las toallas y se sentó frente a ella. ¿No quieres entrar? Dijo, mirando al agua.

—No por ahora, tal vez dentro de un rato, gracias.

—Háblame de ti, ¿cómo es tu trabajo? ¿En qué te fijas primero para hacer un retrato?

—Debo conocer un poco a la persona para captar no solo la parte física, es vital para mí.

—Entonces no hubieras podido hacerme un retrato, yo estaré pocos días aquí.

—Tienes razón, no hubiera podido.

La asistenta se acercó con los tragos y los dejó en la mesilla.

—Salud, Bárbara, es un placer tenerte aquí.

—Salud —dijo ella llevándose el vaso a los labios—. El sabor del tomate era intenso, le gustó sentir la sal del borde del vaso.

—Es lo que mejor preparan aquí —comentó Nick.

Bárbara tomó un largo trago, tenía sed y no se había dado cuenta. Nick observó su esbelto cuello. Bajó la vista y miró su figura.

Después de un rato de conversación intrascendente y un par de Bloody Marys adicionales, Bárbara aceptó entrar a la piscina. Nick era un hombre guapo e interesante, y su cercanía y su risa contagiosa la hicieron perder su reticencia inicial. Las risas, al igual que el agua inundaban la piscina. Almorzaron y a los ruegos de Nick ella se quedó un rato más. Le prometió regresar al día siguiente. Hacía tiempo que él no pasaba un buen rato en otra compañía femenina que no fuese Margaret, y Bárbara le agradaba, era una chica amigable y entretenida, no pudo dejar de imaginársela desnuda, al fin y al cabo era un hombre. Su cuerpo no era como el de las mujeres que solía frecuentar, le causaba curiosidad saber cómo se vería desnuda, y lo que imaginó le ocasionó una brutal erección, por suerte estaba dentro del agua al borde de la piscina, cuando la vio alejarse hacia los vestidores.

Esa noche llamó a Margaret y le dijo que iría a Los Ángeles una pintora que la inmortalizaría en un lienzo. Y Margaret que pensaba que lo tenía todo, comprendió que siempre existía algo más, un retrato de ella tal como se veía era un regalo invaluable.

Nick y Bárbara terminaron en la cama antes de que acabara la mañana del segundo día. Había sido inevitable, ambos se atraían y la piscina era solo el prolegómeno para lo que sus mentes venían percibiendo desde el día anterior. Bárbara no regresó a su casa los próximos días y Cinthia supo que había ganado esa batalla. Y aunque su hija no era una amante tan experta como Margaret, a Nick lo atraía justamente esa especie de inocencia y cierto pudor que él ya había olvidado en las mujeres. Era él el maestro y ella la alumna aplicada.

—Reanudo mi gira mañana, Bárbara. Esta será nuestro último día.

—Comprendo. Pero te veré en Los Ángeles, ¿no?

—Depende del tiempo que tardes en retratar a mi mujer, mis presentaciones durarán todavía un par de meses.

—Tu mujer… ¿La quieres, Nick?

—Más que a nadie en el mundo.

Las palabras se clavaron como dardos en el pecho de Bárbara.

—Pero eso no te impide estar con otras.

—La verdad es que es la primera vez que lo hago. Pero desde el primer día te dije que entre nosotros no habría futuro, lo recuerdas, ¿no? Es decir… creo que quedó claro.

—Sí, sí, Nick, no te preocupes, lo entendí perfectamente.

Nick la atrajo hacia él y la miró intensamente.

—Si no estuviera tan enamorado de Margaret, lo estaría de ti.

La besó largamente en los labios y empezó a acariciarla como sabía que a ella le gustaba. Su boca la recorrió integra hasta hacerla gemir y luego la penetró, dándole el tiempo necesario para que se recuperara y sintiera el último orgasmo junto con él. Ella estaba locamente enamorada de Nick, había sucedido todo demasiado rápido y no pensó en las consecuencias, ya no había marcha atrás ni quería dejar de amarlo, iría a Los Ángeles y lo volvería a ver.

Un mes después de aquella noche Bárbara finalmente viajó. Había estado posponiendo el viaje para dar tiempo a que Nick terminara su gira de conciertos y para no parecer tan obvia eligió viajar treinta días antes. Aquello ya no formaba parte de los planes de Cinthia, no hubo necesidad de que ella hiciera nada más. Todo quedó en manos de su hija, solo esperaba que ella no sufriera si Nick no le correspondía, pero lo que sí estaba segura era de que Margaret no la pasaría tan bien y era lo que importaba.

Para Nick Bárbara había sido algo pasajero, como tantas veces antes lo habían sido las mujeres con las que estuvo. Una o cuatro noches no tenía demasiada importancia, tampoco se paraba a pensar si hacía algún daño, pues daba por hecho que ellas aceptaban pasar unas horas estupendas. El goce era mutuo. Sin embargo una ligera inquietud se alojó en él. Había sido infiel a Margaret, y esta vez de manera consciente. ¿Qué diría ella si se enteraba? Pero no había forma, a menos que Jack se lo dijera, cosa que era improbable. Nadie más lo sabía, ellos no habían salido a ninguna parte. Nick suspiró. Habían sido tres días de sexo nuevo y desenfrenado. El resto de la gira tuvo algunos encuentros con otras mujeres, solo fueron actos sexuales accidentales, sin mayor importancia, pero que dejaban buen sabor. Nick era un hombre joven, necesitaba descargar la energía que acumulaba en sus conciertos.