Capítulo 6
Al mirar a su alrededor en el salón de baile de la mansión Hawkeshead, Alisa pensó que era el más impresionante que había conocido.
Toda la mansión lo era en realidad. En el momento de entrar, tuvo la sensación de que Penélope pensaba que era el ambiente perfecto para ella como duquesa.
El duque de Hawkeshead recibía a sus invitados acompañado de su madre. Las joyas de la duquesa viuda, que incluían una diadema que parecía casi una corona, eran como un reluciente imán para cualquier jovencita que las viera. Pero Alisa no pudo evitar pensar con desagrado que también se incluía al duque en el lote.
La forma en que éste recibió a Penélope era muy reveladora.
Alisa intentó ser más tolerante al enjuiciarle, ya que se convertiría en su cuñado, pero notó que tenía la corbata mal anudada, una de sus condecoraciones estaba herrumbrosa y en sus medias de seda se veían carreras.
«Quizá lo que necesita es una esposa que se encargue de cuidarle», pensó, alegrándose de no ser ella quien tuviera que realizar la tarea.
Era evidente que la decoración del salón era un cumplido para Penélope, ya que consistía en ramos de rosas.
A todo lo largo del muro de la casa, había altas ventanas de tipo francés que se abrían a un jardín iluminado, como era habitual con farolillos chinos.
Aquella noche eran todos de color rosa. Era evidente que el duque pretendía declarar sus intenciones a todo el mundo.
Observó el brillo de los ojos de Penélope cuando él le pidió que fuera su primera pareja de baile y comprendió que todos los asistentes adivinaban ya quién sería la nueva duquesa de Hawkeshead.
También se dio cuenta de que había muchas caras que no había visto en otras fiestas. Recordó entonces que el duque y su madre se movían en un círculo social muy leal a los anteriores monarcas, más conservador que el que rodeaba al príncipe regente cuando vivía en la mansión Carlton.
Pero ahora, sin duda, trataba de obtener el favor de Jorge IV para asegurarse una invitación a la ceremonia de la coronación.
Pronto estuvo a su lado el duque de Exminster y, al saludarle, Alisa evitó mirarle a los ojos. Así pudo ver que el rey llegaba acompañado de la marquesa de Conyngham, seguidos ambos por un grupo de hombres jóvenes, entre los cuales se encontraba el conde de Keswick.
El corazón le dio un salto, pero no pudo evitar mirarle y darse cuenta de que lucía su habitual expresión de hastío y escepticismo.
Como no deseaba que él la viera, pidió al duque:
—¿Podríamos salir al jardín? Tengo mucho calor.
—Me parece una idea excelente.
Demasiado tarde, recordó que no deseaba estar a solas con aquel hombre y se detuvo.
—No debemos alejarnos mucho… hace rato que no veo a mi hermana.
—Pero estoy seguro de que sabe cuidarse sola.
—Como mi tía no ha venido esta noche, debo velar por Penélope, que es menor que yo.
—Creo saber cómo podrá hacerlo mejor.
La cogió de un brazo y la condujo a un asiento bajo la sombra de un árbol. Ella no pudo hacer otra cosa que sentarse y, con temor, observó que no había ningún otro asiente cercano. Estaban solos y casi a oscuras.
Frenética, pensó cómo evitaría que el duque expresara lo que sabía que tenía en mente; pero antes de lograrlo, le oyó decir:
—Es usted demasiado joven, Alisa, para tener que cuidar a nadie; pero si desea cuidar a su hermana con mayor seguridad que ahora, le sugiero que se case conmigo.
Escuchaba al fin la proposición que Penélope tanto insistía en que aceptara.
—No nos conocemos hace mucho tiempo —continuaba el duque—, pero desde el momento en que la conocí me di cuenta de que era como yo deseo que sea mi esposa: bella e inteligente. Seremos muy felices juntos.
La forma en que hablaba le indicó a Alisa que estaba muy seguro de que ella aceptaría. Seguramente para él era inconcebible que ninguna mujer le rechazara, y mucho menos alguien de poca relevancia social.
Con voz que no parecía la suya, Alisa logró decir:
—Me siento muy honrada de que su gracia me pida que sea su esposa… pero como dice, hace muy poco tiempo que nos conocemos.
—A mí me ha bastado para saber que me hará feliz. Y ya que el rey está aquí esta noche, me gustaría que fuera el primero en conocer nuestro compromiso.
—Por favor, todavía no estamos comprometidos… debe darme tiempo para pensar —Alisa estaba desesperada—. Casi acabo de llegar a Londres… y no quiero casarme sin antes conocer bien a quien haya de ser mi marido.
No miraba al duque, pero sabía que estaba sorprendido.
—Tengo la seguridad de que le gustaría casarse antes de la coronación. Por tradición, la duquesa de Exminster juega un papel importante en tales ceremonias, y sé que ninguna otra mujer podría ser una duquesa más digna que usted.
—Gracias por el honor que me hace… pero debo pensarlo… para estar segura de que lo haré feliz.
—Yo estoy completamente seguro.
—¿Podríamos pensarlo… unas semanas?
—Yo no tengo nada que pensar. La quiero, Alisa, y aunque sé que es muy joven y quizá la atemoriza desempeñar tan importante papel social, yo la guiaré y no debe tener miedo de cometer errores.
—Su gracia es muy amable… pero he de pensarlo y estar segura antes de darle una respuesta.
Se hizo una pausa y Alisa comprendió que el duque no se explicaba por qué no lo aceptaba enseguida, como sin duda había esperado.
—Yo estoy seguro por los dos —manifestó el caballero, rompiendo el silencio.
Extendió una mano para tomar la de ella.
—Le prometo que seremos muy felices y, mañana o pasado, la llevaré a conocer a algunos de mis familiares.
El cálido tacto de la mano masculina le produjo a Alisa de nuevo sensación de repugnancia.
Retiró la suya con rapidez y se puso en pie.
—Debo ir en busca de Penélope —dijo y se alejó apresuradamente antes que él pudiera detenerla.
Tomó un sendero diferente, que la condujo a una puertaventana que no daba al salón de baile, sino a una salita de estar contigua.
Estaba vacía, pero a ella daba una puerta sólo entornada a través de la cual llegaban voces masculinas.
—¿Dónde está nuestro anfitrión? Hace rato que no le veo —oyó decir a un caballero.
—En busca de otra botella —respondió otro—. Me parece que, como de costumbre, ya perdió la cuenta de las que ha bebido.
Un coro de risas acogió estas palabras.
—Para mí que está ocupado en seducir a esa encantadora criatura con la que bailaba —fue el siguiente comentario.
Alisa contuvo el aliento.
Era ofensivo que se dijera aquello de Penélope; pero por su forma de hablar, comprendió que aquel hombre también estaba bebido.
Tenía que encontrar a Penélope y asegurarse de que se encontraba bien.
No sabía por qué, pero cuando utilizó a Penélope como excusa para alejarse del duque, en realidad había tenido una profunda sensación de que su hermana la necesitaba.
Ahora estaba segura de ello y, apresurada, abrió otra puerta que daba a un corredor.
No tenía idea de dónde se encontraba, pero sospechaba que si el duque intentaba declararse a Penélope, preferiría hacerlo en una habitación tranquila y a solas antes que en el jardín.
Había varias salitas de estar con poca iluminación y adornadas con flores.
Se asomó a ellas. Algunas estaban vacías, pero en otras había parejas que charlaban y en una se besaban, por lo que Alisa se retiró de inmediato sin que su presencia fuese advertida.
Casi había llegado al final del corredor, que parecía tener la longitud de toda la casa, cuando vio a una muchacha vestida de blanco salir por una puerta. Comprendió que había encontrado lo que buscaba: era Penélope.
Se le acercó rápidamente y advirtió que había un letrero de «Privado» en la puerta que su hermana cerraba tras ella.
Al volverse Penélope y ver a Alisa, lanzó un grito ahogado.
—¿Qué sucede? —le preguntó su hermana, notando que la jovencita temblaba. Y como no le respondiese, insistió—: ¿Por qué estás así, querida, qué te ha pasado?
—Yo… yo… ¡Oh, Dios mío, he matado al duque!
Alisa creyó por un momento que había oído mal, pero la mirada aterrorizada y la palidez de Penélope le indicaron que, en efecto, algo terrible había sucedido.
—¿Qué dices?
—¡Le he matado! ¡Está muerto en esa habitación!
Alisa la rodeó con sus brazos y la condujo a otra salita cercana que, por fortuna, estaba vacía.
Cerró la puerta y se encaró con su hermana.
—¿Dices que has matado al duque?
—Después de pedirme que me casara con él, ha tratado de besarme… y porque me resistí, me hizo tumbarme en el sofá… entonces se ha comportado de una manera bestial… ¡oh, Alisa, ha sido espantoso!
—¿Qué ha sucedido después?
—He logrado zafarme de él, pero cuando intentaba salir, ha logrado sujetarme.
Hizo una pausa para recobrar el aliento antes de proseguir:
—Entonces me he dado cuenta de que había bebido mucho y… por eso se portaba como un animal.
—¡Oh, mi pobre Penny…!
—He cogido el atizador de la chimenea y, cuando ha vuelto a acercarse, se lo he clavado en el estómago.
Muy excitada ahora, de manera casi convulsiva, Penélope continuó explicando:
—Él se ha doblado hacia delante y entonces le he golpeado una y otra vez en la cabeza. ¡Ha caído, pero yo he seguido golpeándole!
—¡Oh! ¡¿Cómo has podido?!
—¡Quería hacerle daño, mucho daño…! ¡Y de pronto me he dado cuenta de que estaba muerto!
Alisa la abrazó.
—¿Qué voy a hacer ahora? —gimió Penélope—. No se lo puedo decir a nadie más que a ti.
Viendo a su hermana tan desvalida y fuera de sí, Alisa descubrió en sí misma una fortaleza que ignoraba poseer.
—Alguien debe ayudarnos —dijo—. Quédate aquí hasta que yo vuelva, querida.
Le pareció que Penélope no la escuchaba y añadió:
—Cerraré con llave; así nadie te molestará. No te asustes. Volveré dentro de unos minutos.
—¡Tengo miedo! ¡Oh, Alisa, tengo mucho miedo!
—Volveré tan pronto como pueda. Por favor, tú procura calmarte.
Alisa cerró la puerta con llave y echó a correr por el pasillo mientras decidía qué hacer.
Sólo había una persona que pudiese ayudarles.
Encontró al conde de Keswick charlando con el mayor Coombe. Sin pensarlo, Alisa se le acercó.
Al verla, él interrumpió una frase a la mitad, sorprendido.
—Tengo que hablar con usted —Alisa le abordó con voz que era casi un susurro.
Por su mirada, el conde comprendió que algo grave sucedía. Dejó su copa y, llevando a la muchacha de un brazo, la condujo a un rincón solitario de la estancia.
—¿De qué se trata? —preguntó.
—Penélope, mi hermana, ha… ha matado al duque de Hawkeshead.
Él la miró como si sospechara que era una broma, pero la expresión femenina le convenció de que no era así.
—Salgamos con lentitud, como si nada hubiera sucedido —le indicó en voz baja. Alzándola a continuación para que todos pudieran oírlo, agregó—: Hace mucho calor aquí, señorita Wynton. Busquemos un sitio más fresco.
Ella se le adelantó un poco y, cuando pasaron junto al mayor, oyó que el conde le pedía:
—¿Quieres venir con nosotros, James? Tengo algo interesante que contarte.
—Con mucho gusto.
En cuanto se alejaron de la gente, el conde preguntó a la muchacha:
—¿Dónde está Penélope?
—La he encerrado en una salita para que nadie la molestase.
—Muy sensato por su parte.
Volvieron por donde Alisa había llegado hasta el salón y, cuando no había riesgo de que nadie los oyera el mayor Coombe preguntó:
—¿Qué sucede? ¿A dónde vamos?
—Necesito tu ayuda, James —repuso el conde.
Llegaron al final del pasillo y Alisa, viendo que el conde miraba hacia la habitación en cuya puerta se veía el letrero de «Privado», comprendió que no había necesidad de decirle dónde estaba el duque.
Cuando se detuvieron, sus manos temblaban tanto que le fue imposible abrir la puerta, así que entregó la llave al conde.
Nada más entrar, Alisa oyó que cerraba de nuevo con llave.
Penélope seguía sentada donde la había dejado. No lloraba, sino que miraba al vacío con una expresión de total abatimiento.
Alisa se aproximó a ella y le cogió una mano entre las suyas.
—Vienen conmigo el conde y el mayor Coombe. Estoy segura de que ellos nos ayudarán. Quizá podamos escondernos o irnos al extranjero…
—He hecho mal… en pegarle tan fuerte —murmuró Penélope—, pero estaba tan asustada…
—Lo comprendo. Pero has dicho antes que te propuso matrimonio.
—Decía que iba a casarse conmigo —explicó Penélope—. Después me ha abrazado intentando besarme… en ese momento he comprendido que era un hombre horrible… y que no podía dejar que me tocara.
Alisa la rodeó con sus brazos nuevamente.
—¡Era como una bestia! —seguía diciendo—. Yo quería escapar, pero era demasiado fuerte y creí que… que no me libraría de él.
—No pienses más en eso. No te hará ningún bien.
—Lo siento, Alisa, lo siento mucho. ¡Lo he echado todo a perder!
—Eso no me importa. Te quiero, Penélope y hagas lo que hagas siempre te querré.
—¡Oh, Alisa!
Penélope lloraba de nuevo y Alisa comprendió que sufría una conmoción nerviosa. Era preciso darle de beber algo, pero no había nada en la habitación.
No comprendía por qué tardaban tanto el conde y su amigo el mayor.
Era una agonía esperar y Alisa habría ido en su busca, si él no hubiera cerrado con llave la puerta.
De pronto oyó girar la llave en la cerradura. A continuación se abrió la puerta y entró el conde. Durante un momento, por miedo, ella no se atrevió a mirarle.
Se puso en pie al mismo tiempo que Penélope, quien lanzó un grito que hizo eco en la habitación.
—¡Jimmy! ¡Oh, Jimmy!
Ante el asombro de Alisa, corrió hacia el mayor, que había entrado detrás del conde. Se lanzó a sus brazos, que la rodearon con fuerza.
—Todo está bien, cariño. El duque no ha muerto.
Diciendo esto, el mayor Coombe puso una maño bajo la barbilla de Penélope y le hizo levantar la cara para besarla en una mejilla suavemente.
Alisa los miraba atónita, hasta que oyó confirmar al conde:
—Lo que dice James es cierto. El duque no ha muerto aunque Penélope ha sido bastante dura con él.
Sorprendida, Alisa se dio cuenta de que había cierto matiz humorístico en su voz y, mientras le miraba llena de confusión, él agregó en tono autoritario:
—Ahora escúchenme.
Penélope levantó el rostro, que tenía apoyado en el hombro de James Coombe.
—Creí que… que me colgarían —susurró.
—Nadie te colgará; yo me cuidaré de ello —aseveró el mayor.
En el rostro de Penélope aún se veían lágrimas, pero en sus ojos había surgido un nuevo brillo y se la veía muy diferente a la indefensa criatura de minutos antes.
—¡Te amo! —decía James—. Te cuidaré para que nunca más te suceda nada.
Al terminar de hablar la besó en los labios y Penélope le rodeó el cuello con sus brazos.
Alisa se dio cuenta de que el conde los observaba con un inconfundible destello en la mirada.
—Hablaremos de nosotros después, amor mío. Ahora escuchemos lo que ha planeado Landon.
Obediente, Penélope miró al conde, y Alisa se sorprendió viendo que no se mostraba en absoluto avergonzada de que hubiera visto que la besaban.
—James y yo hemos dispuesto la escena para que parezca que un ladrón entró y atacó al duque mientras éste se encontraba en su salita privada, para robarle el reloj, las joyas y el dinero que llevaba encima. Así ninguno de nosotros se verá complicado en lo sucedido.
Hizo una pausa antes de proseguir:
—James, tú y Penélope volveréis al salón para que todos os vean bailar juntos, mientras Alisa y yo vamos al jardín para deshacernos de las pertenencias del duque entre unos arbustos, donde más tarde las encontrarán.
—¿Están seguros de… de que no ha muerto? —preguntó Penélope.
—Completamente. ¡Todavía disfrutará de muchas botellas de vino!
—No sé cómo darle las gracias, milord.
—No se preocupe de eso. Salgan y vayan despacio, con la mayor naturalidad posible —ordenó el conde.
Penélope y el mayor, obedientes, salieron cogidos de la mano.
Alisa no podía hablar. El súbito cambio del temor al alivio la había dejado como suspendida en el aire. Sólo podía sentir una profunda emoción y una enorme gratitud hacia el conde. Al mismo tiempo, deseaba prorrumpir en sollozos y esconder su rostro en el hombro de él, como Penélope lo había hecho con James.
«Así que es al mayor a quien ama», pensó. De momento le era imposible comprender por qué, si estaba enamorada de James Coombe, se mostraba dispuesta a aceptar al duque.
No pudo seguir con sus cavilaciones, porque el conde se puso a hablar con ella para dar una apariencia normal ante los que les veían mientras cruzaban los salones, rumbo al jardín.
—Supongo que Hawkeshead debe recibir atención médica —le comentó la joven al conde cuando ya él había ocultado las pertenencias del duque entre unos arbustos, cerca de las ventanas de la salita privada.
—Me encargaré de ello. Ahora será mejor que volvamos al salón. Supongo que querrán regresar a casa cuanto antes.
—Sí, por favor, tan rápido como sea posible. No soportaría tener que bailar de nuevo.
Sentía pánico sólo de pensar que la abordase el duque de Exminster.
—Déjelo todo de mi cuenta.
Al reunirse con Penélope y James Coombe, el conde se dirigió a la jovencita y dijo en voz lo bastante alta para que le oyesen los que estaban cerca:
—Su hermana sufre de un fuerte dolor de cabeza; creo que será mejor que se retiren temprano.
—Sí, claro —Penélope se volvió enseguida hacia Alisa—. Lo siento, querida. Debe de ser el calor.
—Voy a decir al rey que las escoltaré a casa —dijo el conde y, al ver pasar un sirviente, le llamó para indicarle—: Por favor, busque a su gracia. Creo que su majestad se despedirá de un momento a otro.
—Se lo avisaré a su gracia, milord.
El conde se alejó en otra dirección mientras las jóvenes se dirigían al vestíbulo para esperarle.
Cuando se reunió con ellos minutos más tarde, les explicó:
—He encontrado a la duquesa con su majestad y he aprovechado para disculparlas por su marcha precipitada.
Mientras recorrían el trayecto hasta Islington en el cómodo carruaje del conde, a Alisa le pareció extraño que ella y su señoría fueran juntos en un asiento, mientras Penélope y el mayor Coombe iban enfrente.
James rodeaba con un brazo los hombros de Penélope y ella reclinaba la cabeza en el pecho masculino, sin que ninguno pareciera turbado ni pretendiera fingir ante Alisa y el conde.
—Tenemos que casarnos enseguida para gozar de nuestra luna de miel antes de la coronación, porque entonces estaré de servicio —oyeron decir al mayor.
—Yo estoy lista para mañana mismo —contestó Penélope para sorpresa de Alisa.
James se echó a reír.
—Yo quiero un poco más de tiempo, cariño. Y creo que sería buena política que, por lo menos, conocieras a mi madre antes de la boda.
—Sí, por supuesto. Pero nada me importa si tú me quieres.
—Te demostraré cuánto una vez casados, lo cual será dentro de tres o cuatro días como mucho.
Penélope lanzó un suspiro de felicidad y se acurrucó entre los brazos de su enamorado, mientras, Alisa pensaba que todo parecía haber dado una vuelta completa. Apenas podía creer lo que sucedía.
Como para asegurarse de que no soñaba, miró al conde y vio que no tenía puestos los ojos en la pareja de enfrente, sino en ella.
Le era imposible ver su expresión en la penumbra del carruaje, pero le bastó saber que la miraba para sentirse cohibida.
Penélope murmuraba algo al oído de James que ahora la rodeaba con sus dos brazos.
El hecho de que se hubieran olvidado de todos, excepto de sí mismos, hizo que Alisa se sintiera sola y como perdida.
Las dos habían estado siempre muy unidas. Por eso le resultaba difícil creer que Penélope, mientras hablaba de él burlonamente, en realidad amaba a James Coombe, pero no se lo había confiado.
«Así es como quiero sentirme yo», pensó. «Jamás me casaré a menos que esté enamorada».
Decidió que al día siguiente le escribiría al duque de Exminster para agradecerle su proposición, pero dejaría bien claro que no podía aceptarla.
«Deseo enamorarme», se dijo. Sólo aceptaría a un hombre por esposo cuando sintiera por él aquellas vibraciones de amor y felicidad que parecían surgir de su hermana.
Entonces, como si adivinara lo que Alisa sentía, el conde le cogió una mano entre las suyas.
La fuerza y el calor de sus dedos le resultaron sumamente reconfortantes e hicieron renacer en ella la misma sensación de cuando la besó.
Fue entonces cuando comprendió que estaba enamorada del conde de Keswick.