Capítulo 3
Filipa avanzó con rapidez para reunirse con Mark. Pasó, al hacerlo, junto a una «seductora amazona profesional», vestida de hada.
Otra llevaba un traje que parecía estar hecho de cuentas y piedras de colores, y nada más.
Filipa, sin embargo, no estaba interesada en nada, en esos momentos, que no fuera el caballo que iba a montar.
Vio en el acto que era tan brioso como Mark le había anunciado. Como era completamente blanco, se distinguía de los demás de una forma bastante impresionante.
Sin duda alguna había sangre árabe en él y ella se sintió segura de que era magnífico para saltar obstáculos.
Su padre había enseñado a Filipa, desde que era niña, que antes de montar un caballo debía ganar su confianza.
Por lo tanto, dio palmadas afectuosas al caballo y le habló con suavidad, con un tono de voz que parecían comprender los animales.
—¿Cómo se llama? —preguntó al palafrenero que lo detenía.
—Alondra, señorita, y es un nombre muy apropiado, porque es alegre y parece tener alas.
—Me alegra saber eso —sonrió Filipa.
Continuó haciendo caricias a Alondra, para que se acostumbrara a ella.
Advirtió que Mark se había ido hacia Hércules, que estaba del otro lado.
Entonces oyó a Lulú, quien montada en un fino bayo, se acercó a Mark y le habló en voz baja.
Filipa tenía un oído muy agudo.
Aunque no era su intención escuchar, no pudo evitar oír que Lulú decía:
—Se supone que yo constituyo una tentación para el mismo diablo. ¿Te tiento a ti, mi queridísimo Mark?
—¡Maldita sea… sabes muy bien que sí! —contestó Mark en un tono que Filipa nunca lo había oído usar antes.
También la sorprendió oírlo lanzar una maldición.
Su madre siempre decía que un caballero jamás maldecía ni juraba frente a una dama.
En seguida pensó que eso no aplicaba a las «seductoras amazonas profesionales», Se dio cuenta, sin embargo, de que Mark estaba ahora de pie, con el rostro levantado hacia Lulú.
Para asombro de Filipa, Lulú se inclinó desde su silla de montar y le besó la frente.
—Buena suerte, niñote —dijo—. ¡Y no te atrevas a ganarme!
—¡Es algo de lo que disfrutaré mucho, si es posible que lo logre! —contestó Mark furioso.
Se dio la vuelta al decir eso y procedió a montar a Hércules.
Lulú lo estaba mirando a través de sus largas pestañas cubiertas con una espesa capa de rímel.
En ese momento el compañero de ella, vestido como Fausto, y que Filipa supuso que debía ser Lord Daverton, dijo en tono agudo:
—¡Vamos, Lulú! ¿Por qué te entretienes tanto? Tú sabes que debemos unirnos a la procesión. —Sí, desde luego— contestó la aludida y se lanzó cabalgando tras él.
Al hacerlo, las plumas escarlatas de su extraordinario disfraz flotaron al viento.
A Filipa le pareció que se veían, en verdad, como las llamas del infierno.
Sin embargo, tuvo ya poco tiempo para pensar en ella, porque el resto del grupo estaba formando ya una especie de procesión. Indudablemente que Mark pensaba que era un error tratar de ocupar uno de los primeros lugares y esperó a que los demás se movieran.
De hecho, no dijo a Filipa que montara a Alondra, hasta que prácticamente todos los demás se estaban formando ya. Más cuando dio la orden, ella saltó a la silla y tomó las riendas del caballo.
—Buena suerte, señorita —dijo el palafrenero.
Ella le dio las gracias y avanzó junto a Mark.
Se dio cuenta de que eran los últimos de las quince parejas en trajes de fantasía.
Al mirar hacia adelante vio que el marqués avanzaba entre los árboles del parque.
Cabalgó hacia el puente, al que habían llegado ya Lulú y Lord Daverton.
Ella adivinó que intentaba conducirlos a través del bosque, hacia la pista de carreras.
Ahí debía estar esperando la multitud, ansiosa de presenciar el espectáculo que ofrecían.
Al ver al marqués, Filipa recordó que no había preguntado a Mark cómo le había ido en la carrera en la cual acababa de tomar parte.
Pero cuando volvió la cabeza para mirarlo, se dio cuenta de que tenía el ceño fruncido.
Se imaginó que su actitud de enfado estaba relacionada con Lulú.
—¿Cómo te fue en la carrera? —preguntó ella, tratando de distraer sus pensamientos.
—Llegué en segundo lugar —contestó Mark—. Y ya puedes imaginarte quién fue el ganador.
—¿El marqués?
—¡Desde luego! El llevaba mejor caballo y debo admitir que lo montaba en forma soberbia. ¡Si él participara en esta carrera, no tendríamos la menor oportunidad de ganar!
—Debemos orar con todo nuestro corazón para que ocupemos siquiera el segundo lugar —murmuró Filipa.
Tuvo la impresión, al hablar, de que Mark no la estaba escuchando.
Podía ver que tenía los ojos clavados en una figura color fuego, que cabalgaba bajo los árboles.
«Supongo» se dijo con humildad, «que soy una pobre sustituta de la seductora amazona profesional» con la que pretendía estar. Empezó a rezar pidiendo no sólo habilidad para montar bien y que Mark no la culpara si no lograban lo que él quería. Oró, asimismo para que ganaran cuando menos lo suficiente para pagar el caballo que él montaba.
La procesión avanzó con lentitud a través del bosque.
Filipa acarició de nuevo el pescuezo de Alondra y empezó a hablarle.
—Tú tienes que demostrar a todos esos otros caballos que puedes hacerlo —dijo—. ¡Y necesitas actuar de una forma tan notable, que todos te ovacionen al cruzar la meta!
Tuvo la impresión, cuando Alondra paró las orejas, de que el caballo la entendía.
Habían llegado a la pista de carreras y ahora que tuvo oportunidad de contemplar a todos los demás participantes, sintió que se le hundía el corazón.
No había la menor duda de que no sólo los caballos eran soberbios, sino que también lo eran sus jinetes.
Aunque todos llevaban puestos extraños trajes de fantasía, que los hacían verse incongruentes en aquel ambiente campirano, Filipa comprendió que las «seductoras amazonas profesionales» eran caballistas experimentadas.
Esto era evidente por la forma en que iban sentadas y el hecho de que todas parecían sentirse muy a su gusto en sus cabalgaduras.
Todas, sin embargo, llevaban botas equipadas con espuelas de aspecto amenazador.
Filipa había oído hablar de las espuelas que eran usadas sin piedad por algunos caballistas, y que su padre siempre calificó como un recurso cruel e innecesario.
—Si no puedes cabalgar sin espuelas —decía él—, ¡camina! ¡Yo jamás permitiré que nadie use espuelas en mis caballos!
Por un momento Mark pareció irritado. Volvió a fruncir el ceño. De pronto dijo:
—¡Bien, les dará algo de que hablar si ganas! Y a papá no le hubiera gustado que usaras espuelas.
—Se habría puesto furioso si alguna vez lo hubiera hecho —contestó—. ¿Todas las «seductoras amazonas profesionales» las usan?
Ella sabía la respuesta aun antes que Mark contestara con un simple monosílabo:
—Sí.
Entonces, como si no quisiera hablar de nada que no fuera la carrera, indicó:
—Mantente cerca de mí y, por lo que más quieras, no permitas que nadie nos separe, porque entonces tendrían dificultad en decidir si habíamos ganado o no.
—¿Quieres decirme que debemos cruzar la meta paralelamente?
—¡Por supuesto! —contestó Mark en tono agudo—. Trata de comprender las reglas.
—Así lo intento; sin embargo, no hemos tenido mucho tiempo para que me las expliques.
Habló en tono de disculpa.
Como si comprendiera que estaba siendo injusto, Mark dijo con rapidez:
—Es verdad, y es muy generoso de tu parte, Filipa, meterte en esto en el último momento. Tú sabes que te estoy muy agradecido.
Filipa le sonrió. El añadió:
—La pareja de la que debemos cuidarnos es la formada por Daverton y Lulú. El le ha dado a montar uno de los mejores caballos que posee.
—¿Tiene muchos? —preguntó Filipa.
—Es lo bastante rico como para comprar todos los caballos que participan en esta carrera —contestó Mark con amargura—, ¡sin que haga la menor mella en su bolsillo!
Había algo violento en su voz.
Filipa comprendió que no estaba pensando en esos momentos en los caballos de Lord Daverton, sino en el collar de diamantes que había obsequiado a Lulú.
Comprendió que su hermano estaba humillado y que una vez más resentía el hecho de no poder competir con un hombre rico.
Para alegrarlo un poco dijo:
—Es un hombre que necesita el dinero para consolarse de ser viejo y desagradable… dos agravantes que tú no tienes.
Mark se rió divertido. Su risa era un sonido espontáneo.
En esos momentos, sin que ellos lo hubieran advertido, el marqués se colocó a su lado.
—Usted es el tercero en la procesión, con su compañera, Seymour —dijo—. Como usted sabe, vamos a dar dos vueltas a la pista antes que tomen sus posiciones en el mismo orden, al iniciar la carrera.
—Gracias, milord.
El marqués miró a Filipa y a ella le pareció que sus ojos la examinaban de forma casi impertinente.
Sin darse cuenta, ella levantó la barbilla un poco más. Lo miró desafiante antes que él dijera:
—Creo que no nos hemos visto antes.
—Ella es Fifí, milord —se apresuró a decir Mark—. Ha aceptado amablemente ayudarme en el último momento, cuando me dejaron sin pareja.
—Oí que hubo un cambio inesperado —comentó el marqués—, y me preguntaba qué iría usted a hacer al respecto.
Entonces, antes que Mark pudiera contestar, se inclinó hacia adelante y extendió la mano a Filipa.
—Debo darle las gracias —sonrió—, no sólo por acudir al rescate de Seymour, sino también del mío. Me hubiera molestado que el desfile resultara más corto de lo que yo había planeado.
Filipa posó su mano en la de él y sintió que sus dedos la oprimían, haciéndola comprender que era aún más fuerte y abrumador de lo que parecía.
También tuvo la incómoda impresión de que la estaba observando con mirada penetrante, como si estuviera viendo más abajo de la superficie y se diera cuenta de que ella no era quien pretendía ser.
Entonces, cuando ella retiró con rapidez la mano de la suya, el marqués dijo:
—Espero que los obstáculos no resulten demasiado altos para usted.
—Fifí es una amazona con mucha experiencia —espetó Mark, como si pensara que el marqués la estaba menospreciando.
—Estoy seguro, Seymour, de que usted debe ser muy buen juez, en ese sentido —contestó el marqués.
Y levantó su sombrero levemente de su cabeza oscura y trotó con rapidez para colocarse al frente de la procesión.
Filipa lanzó un leve suspiro.
—Ese hombre me da miedo —dijo ella—. Además, insinuó que él no consideraba que tuviéramos posibilidades de ganar la carrera.
—Eso es lo que yo pensé también —aceptó Mark—, pero le demostraremos que está muy equivocado.
—Y entonces podremos decir… «¡para que escarmientes!», como decíamos cuando éramos niños.
Mark se echó a reír y a Filipa le pareció que eso hacía que se esfumara el nerviosismo y el resentimiento que había visto en su rostro cuando estaba hablando con el marqués.
«No me sorprende» pensó Filipa, «que la gente le tema. El me miró como si estuviera seguro de que iba yo a caerme del caballo y a hacer el ridículo».
Debido a que el marqués había dicho que se colocaran en el tercer sitio, avanzaron hacia adelante para ocupar su lugar.
Se colocaron detrás de la pareja disfrazada de Pierrot y Colombina, frente a la cual cabalgaban Lulú y Lord Daverton Todos se pusieron en su posición correcta.
Filipa se dio cuenta de que Lulú volvía la cabeza con frecuencia hacia Mark.
Había un mohín provocativo en sus labios muy rojos, así como en la expresión de sus grandes ojos, que la hizo sentir turbada.
Casi no podía creer que Mark pudiera estar enamorado de alguien tan vulgar.
Al mismo tiempo, comprendía que, a su modo, Lulú era muy hermosa y que a Mark le resultaba difícil no mirar en dirección de ella.
«Estoy segura de que esa muchacha habría escandalizado a mamá», pensó Filipa.
En ese momento Lulú se inclinó para acomodarse la falda y Filipa vio que su vestido tenía un escote tan bajo al frente que resultaba muy revelador.
Se dio cuenta de que Mark lo había advertido también. Había una expresión en sus ojos que ella prefirió no traducir en palabras.
Fue un alivio cuando escuchó la voz del marqués dar la orden de avanzar.
Mientras él iniciaba la procesión, seguido por Lulú, Lord Daverton y todos los demás, una banda, que Filipa no había descubierto antes, empezó a tocar.
Todo era muy emocionante, pensó ella. La gente apiñada junto a la barda que rodeaba la pista les aplaudía al pasar.
Era, manifiesto que los espectadores se sentían muy emocionados ante el espectáculo que el marqués había logrado organizar.
Dieron la vuelta a la pista dos veces y entonces se colocaron en el mismo orden en el punto de partida.
La banda dejó de tocar.
Filipa podía oír a los jinetes que había a cada lado de ella hablando con sus compañeras.
Se dio cuenta de que todas las «seductoras amazonas profesionales» tenían voces tan ordinarias como la de Lulú.
Por contraste, hacían que sus interlocutores parecieran poseer voces muy cultivadas.
Filipa no habló con Mark, sino que continuó estimulando con voz muy baja, para que nadie la oyera, a Alondra.
Sabía que la reacción del caballo era exactamente la que su padre le había enseñado a esperar.
Al mirar a Hércules, se aferró a la esperanza de que cuando menos fuera tan bueno como los caballos que montaban los otros caballeros.
No podía estar segura de que lo fuera, porque todos parecían animales magníficos.
Ella hubiera deseado que Mark pudiera tener caballos tan espléndidos como los que parecía poseer el marqués y, aparentemente, Lord Daverton.
Así se habría sentido contento de vivir en el campo, y no entre las extravagantes y costosas tentaciones que había en Londres. La palabra tentación la hizo pensar en Lulú. Y ahora vio que la muchacha estaba coqueteando descaradamente con Lord Daverton. Por fin, escucharon la voz del marqués que solicitaba su atención. Unos cuantos caballos, que se habían puesto inquietos y se negaban a mantenerse alineados, avanzaron un poco hacia adelante. Hubo un disparo de pistola y todos se lanzaron a la carrera. Filipa comprendió de inmediato que iba a ser una carrera no sólo difícil, sino peligrosa.
En primer lugar, había demasiados competidores. En segundo, las «seductoras amazonas profesionales» parecían todas decididas a ganar y hacían que la carrera fuera más reñida de lo que ella esperaba.
Todas saltaron el primer obstáculo con gran destreza.
Fue solo en el segundo, que un caballo chocó con otro y hubo una serie de improperios procedentes de ambos jinetes.
Filipa no escuchaba.
Se estaba concentrado en comprobar qué tan alto podía saltar Alondra y descubriendo que Mark había sido informado correctamente cuando le dijeron que era un caballo excepcional.
Lo que era más difícil era tratar de mantenerse junto a Mark.
Ella tenía la incómoda impresión de que él pretendía acercarse a Lulú lo más posible.
Filipa comprendía que su hermano quería desafiarla, porque había preferido a Daverton.
Al mismo tiempo, se daba cuenta de que si él quería figurar entre los primeros tres lugares, tendría que montar mejor que el resto de los competidores, todos caballistas expertos.
«Es imposible… no tenemos la menor oportunidad», pensó llena de desventura.
En seguida se riñó a si misma diciendo que ésa era una actitud equivocada.
Por Mark tenía que despertar en ella la confianza que tanto su padre como su madre habían creído siempre que les proporcionaría cuanto deseaban.
«¡Ayúdame, papá, ayúdame!», imploró en silencio cuando saltaron el tercer obstáculo y se encontraron en la misma posición que cuando empezaron.
Pierrot y Colombina montaban de una manera extraordinaria. Filipa advirtió que la muchacha vestida de reina iba ya ligeramente adelante, a la izquierda de ellos.
Tenían que dar tres vueltas a la pista.
Al dar la primera vuelta, pensó Filipa, había muy poco espacio separando a los competidores.
Se percató de que Mark estaba frenando un poco a Hércules y ella hizo lo mismo con Alondra.
Ambos caballos hubieran querido lanzarse hacia adelante, pero todavía les faltaba mucho trecho por recorrer.
Ella sabía que Mark tenía razón al mantener a Hércules bajo estricto control.
En la segunda vuelta, la pareja de Pierrot y Colombina perdió terreno cuando el caballo de él tropezó y estuvo a punto de caer.
Ahora Mark estaba cabalgando junto a Lulú y Filipa comprendió que eso era lo que él deseaba.
Era difícil pensar en nada que no fuera el sonido de las pisadas de los caballos sobre la hierba de la pista.
Se sintió llena de emoción cuando Alondra la condujo saltando brillantemente cada obstáculo.
Al iniciarse la tercera y última vuelta Filipa se dijo que era entonces cuando la carrera empezaba realmente.
Oyó a Lord Daverton gritar a Mark una frase desafiante. Mark no contestó, sino que impulsó a Hércules hacia adelante.
Filipa hizo lo mismo con Alondra.
Filipa sabía que su hermano era excepcional, al pensar así.
Se había dado perfecta cuenta de que muchas mujeres, cuando iban de cacería, presionaban las espuelas en sus cabalgaduras hasta hacerlas sangrar.
Por primera vez desde que se puso su traje de fantasía, pensó que debía verse por demás extraña.
No llevaba en los pies más que las zapatillas blancas que habían llegado en el baúl, con el vestido que Mark había traído de Londres.
Sintió curiosidad por saber si Lulú había intentado usarlas, sin espuelas.
Cuando se colocaron uno junto al otro, en el recorrido a través del bosque, ella preguntó:
—¿La señorita Lulú iba a montar con estas zapatillas?
Mark se volvió y vio por primera vez el pie que su hermana tenía en el estribo.
—¡Cielos, no! —exclamó—. Yo pensé que tú habías entendido que debías traer tus propias botas de montar y que te pondrías las zapatillas sólo cuando volvieras a la casa para almorzar.
—Bueno, tú no me lo dijiste y es demasiado tarde ahora para remediarlo —contestó—. Además, eso no hace ninguna diferencia para mí.
No necesitó añadir que cuando estaba en casa cabalgaba tal como ahora.
Usaba los mismos zapatos con los que caminaba por la casa o el jardín.
De hecho, guardaba su traje de montar, ya deshilachado, para las contadas ocasiones en que participaba en una cacería.
Entonces, al saltar sobre el siguiente obstáculo, se dio cuenta de que Lulú estaba usando tanto su espuela como su fuete.
Filipa se dijo que eso era una crueldad.
Nada le daría más satisfacción que vencerla sin lastimar a Alondra en el proceso.
Ella no había llevado un fuete porque pensó que se vería incongruente con su traje medieval.
Pero Lulú, como todas las otras «seductoras amazonas profesionales», no sólo sostenía uno en la mano, sino que lo estaba usando con ferocidad en su caballo.
Cuando saltaron el penúltimo obstáculo, Mark habló con ella.
—¡Ahora, Filipa! —dijo con una inconfundible excitación en la voz— ¡suéltale las riendas y vamos a ganar!
Había un largo trecho antes de llegar al último obstáculo, pero los dos caballos lo saltaron simultáneamente.
Filipa casi no se atrevió a mirar, pero estaba casi segura de que Lulú y Lord Daverton iban adelante.
Entonces se lanzaron a todo galope, a tal velocidad que Filipa casi no sintió que su sombrero resbalaba hacia atrás y quedaba colgando sobre su espalda.
Ella estaba pensando solo en su montura y urgiéndola a que corriera más y más.
Como si el animal comprendiera, parecieron casi volar por encima de la pista, como si Alondra tuviera alas en lugar de patas.
Uno al lado del otro, Mark y ella cruzaron la meta. En medio de los vítores de la multitud, Filipa no estaba segura de si habían ganado o no.
Todo lo que sabía era que resultó un final muy cerrado entre ellos y Lulú y Lord Daverton.
Mientras galopaban por la pista, reduciendo poco a poco la velocidad de sus caballos, la otra pareja iba junto a ellos.
Por fin Mark pudo detener a Hércules y Filipa hizo lo mismo con Alondra.
Los dos estaban jadeantes y resultaba difícil volver a la realidad. Filipa oyó entonces a Lulú que decía:
—¡Si nos ganaste, Mark, te juro que no volveré a hablarte en mi vida!
Hizo dar vuelta a su caballo, al decir eso, y volvió por donde habían llegado, hacia la meta.
Filipa miró a su hermano.
—¿Ganamos nosotros? —preguntó.
—Creo que si —contestó él—. ¡Y nunca en mi vida había disfrutado más de una carrera!
—¡Fue muy emocionante! —reconoció Filipa—. ¡Y los caballos son tal como tú lo dijiste: magníficos!
Se inclinó hacia adelante para dar golpecitos cariñosos a Alondra.
Sólo cuando levantó la mirada advirtió que el marqués estaba de pie, frente a ellos.
—¡Felicidades, Seymour! —¿Ganamos?— preguntó Mark.
—Claro que sí… lo hicieron literalmente por una nariz.
Miró en seguida a Filipa y dijo:
—Felicidades, Fifí. No hay necesidad de que yo le diga que montó usted en forma soberbia.
Filipa le sonrió.
Al hacerlo se dio cuenta de que su cabello, aunque ella lo había prendido muy bien a su cabeza, caía ahora sobre sus hombros. Su sombrero puntiagudo le colgaba en la espalda, suspendido de su cuello solo por la gasa y el elástico que había pensado que lo mantendría en su lugar.
Se sintió turbada y levantó la mano para intentar arreglarse un poco.
Comprendió, sin embargo, que era imposible porque había perdido los broches en el camino y no había nada que pudiera hacer para recuperarlos.
Como si el marqués comprendiera cómo se estaba sintiendo, dijo:
—Se ve usted muy atractiva, como estoy seguro que deben habérselo dicho muchos antes, y como lo estoy de que se lo dirán también hoy.
El cumplido hizo que Filipa se cubriera de rubor.
Pero antes que pudiera decir nada, Lulú se acercó a ellos en su caballo y una sola mirada a su expresión reveló a Filipa que estaba muy disgustada.
—¡Ganamos! —dijo con firmeza—. ¡Yo iba adelante de Mark y ciertamente adelante de esa mujercita desarreglada con la que iba acompañado!
—Estás equivocada —repuso el marqués con frialdad—. Seymour y Fifí iban adelante de ti y de Daverton al saltar el último obstáculo y pasaron la meta en la misma posición.
Se detuvo un momento antes de continuar diciendo:
—Tenía a tres de mis empleados observando y todos están de acuerdo con que tú y Daverton entraron en segundo lugar.
—¡Pues no lo creo! —objetó Lulú furiosa.
Lord Daverton, sin embargo, aceptó la derrota con espíritu más deportivo.
—Felicidades, Seymour —dijo a Mark. Luego se acercó más a Filipa y murmuró—: Ahora me debes una segunda disculpa, y espero que me la ofrezcas en la forma adecuada.
Ella no supo qué decir, así que se limitó a volver la mirada hacia otro lado.
Pero como la multitud estaba avanzando hacia ellos, ansiosa de felicitarlos, Mark dijo a Filipa de tal modo que sólo ella pudiera oírlo:
—Escápate mientras tienes la oportunidad. Puede haber, aquí alguien que te reconozca.
Filipa lo miró con ojos muy abiertos.
Esto era algo que ella no había tomado en consideración.
—Si, desde luego.
—Todos volveremos a la casa, para almorzar, —dijo—, así que tienes la disculpa de querer arreglarte.
—¿Nos cambiamos? —preguntó Filipa.
—No, creo que no —contestó Mark—, pero date prisa. Si te marchas ahora, eso no sorprenderá a nadie.
Ella lo obedeció. Se alejó con tanta rapidez que estaba casi fuera del alcance de todos cuando le pareció que oía al marqués decir su nombre en voz alta, como si la llamara.
Llegó a la puerta del frente, donde habla palafreneros esperando. Uno de ellos se apresuró a tomar la brida de Alondra.
—¿Cómo le fue, señorita? —preguntó.
—Sir Mark y yo fuimos los ganadores —contestó Filipa.
Vio el asombro pintado en los ojos del hombre y sintió deseos de reír…
Estaba segura de que como ella era desconocida, y Mark casi lo era, nadie en la caballeriza del marqués hubiera pensado en su triunfo.
Subió corriendo por la escalera y encontró que Emily la estaba esperando. No pudo evitar el decir con satisfacción:
—¡Ganamos, Emily!
—¡No me diga, señorita! ¡Oh, cuánto gusto me da!
—Me lo imaginé —dijo Filipa—. Ahora, por favor, ayúdame a arreglar un poco antes que vuelvan los demás. Tengo entendido que no debemos cambiarnos antes del almuerzo.
Pensó, al hablar, que ella no había comprendido que iban a almorzar en la casa.
—No, señorita —contestó Emily—. Su señoría tuvo la idea de que fuera una comida festiva, con todos disfrazados, por decirlo así. No se habla de otra cosa entre los sirvientes.
Con la ayuda de Emily, Filipa se arregló el cabello de la forma más atractiva que pudo.
Se puso el tocado medieval de tal modo que le era más favorecedor que cuando lo sujetara demasiado para mantenerlo en su lugar durante la carrera.
Para entonces empezó a escuchar voces abajo e imaginó que los demás habían llegado ya, así que debía bajar.
Una vez más estuvo a punto de olvidarse de colorear sus labios.
No había necesidad de poner carmín en sus mejillas, porque éstas se encontraban todavía encendidas por la emoción de la carrera.
Sabía que aquella experiencia sería inolvidable para ella. Lo que era más, Mark había ganado las mil guineas y podría pagar sus deudas.
Lo oyó entrar en la habitación contigua. Abrió la puerta de comunicación entre las dos.
—¡Lo hicimos, Mark! —exclamó.
—¡Nunca me había sentido tan emocionado! —contestó él.
Caminó hacia el lavamanos y añadió:
—Lulú está furiosa conmigo.
—Ella tiene la culpa. Podía haber montado contigo si hubiera querido hacerlo —repuso Filipa con rapidez.
—Ella dice que si me importara, la habría yo dejado ganar.
—Y entonces hubieras dejado que Lord Daverton ganara también… después de que él te la había quitado.
Filipa habló sin pensar. Su hermano se quedó un momento pensativo.
—¡Claro está! ¡Ésa es la solución! —exclamó—. Le diré a Lulú que no estaba yo compitiendo con ella, sino contra Daverton.
Se estaba lavando las manos. Filipa preguntó en voz baja:
—¿La amas mucho?
Por un momento Mark se quedó inmóvil. Después contestó:
—No es cuestión de amor, como tú entiendes éste. Y no debes hacer preguntas así.
—¿Por qué no?
—¡Porque yo lo digo! Cuanto más pronto te lleve a casa, mejor.
Filipa no respondió, y después de un momento él continuó diciendo:
—Por lo que más quieras, ten cuidado con lo que dices durante el almuerzo. Todos tienen mucha curiosidad por saber quién eres y dónde te encontré.
—¡Oh, Mark! ¿No sería mejor que me fuera ahora mismo? —¡No! No puedes hacer eso. Van a brindar a tu salud y el marqués nos va entregar el premio, y cosas así. ¡Pero ten cuidado!
—No hay ninguna razón para que sospechen que soy otra cosa más que una buena amazona —murmuró Filipa, casi hablando para sí.
Pensó que su hermano la iba a contradecir. Pero lo que dijo fue:
—¡Vamos, ya nos metimos en este lío y debemos seguir adelante hasta el fin! Cuando menos ahora puedo pagar a Hércules y cubrir todas mis otras deudas… a menos que Lulú trate de quitarme todo.
Filipa lanzó un grito de horror.
—¡Oh, Mark, no puedes dejar que ella haga eso! ¡Me prometiste una cuarta parte de ese dinero para la gente de casa!
Ella pensó que Mark parecía indeciso y casi con desesperación exclamó:
—Si ella quiere otro collar de diamantes, que Lord Daverton, quien es tan rico, se lo compre.
Le pareció que la expresión de Mark se alteraba cuando él contestó:
—Por supuesto, ésa es la respuesta adecuada y eso es lo que le diré. ¡Que Lord Daverton le compre lo que ella quiera, puesto que él tiene dinero con que hacerlo!
Rodeó con un brazo los hombros de Filipa y agregó:
—Estoy orgulloso de ti. Nadie hubiera podido montar mejor de lo que tú lo hiciste.
Los ojos de Filipa brillaron como estrellas.
—En realidad, yo me dije… «¡para que escarmienten!». Nos habían menospreciado.
Mark se echó a reír de nuevo y bajaron por la escalera uno al lado del otro.
Mientras lo hacían, Filipa vio que Lord Daverton los estaba observando en el vestíbulo, con la mirada levantada hacia ellos.
Al menos, la estaba mirando a ella y una vez más se dijo lo mucho que le desagradaba aquel hombre.
Sólo esperaba que no la sentaran cerca de él en el almuerzo. Deliberadamente empezó a caminar con un poco más de lentitud.
Cuando llegaron al fondo de la escalera, Lulú y Lord Daverton estaban ya a la mitad del pasillo que conduela al comedor.
Éste, diseñado como un salón para banquetes, era tan impresionante como Filipa esperaba.
Había una enorme mesa dispuesta ya para treinta y un comensales.
Se le ocurrió que era un número extraño hasta que vio que las quince parejas de competidores estaban sentadas, mientras que el centro lo ocupaba el marqués solo, ya que él no había competido y, por lo tanto, no tenía pareja.
Un poco turbada, Filipa se encontró con que, debido a que habían sido las ganadoras, ella estaba sentada a la derecha del marqués, mientras Lulú lo estaba a la izquierda.
La mesa estaba decorada con objetos de oro, rodeados por orquídeas que Filipa notó eran muy raras, y enormes fuentes con frutas frescas que ponían el toque de color en la mesa.
Con todos los invitados vestidos con trajes de fantasía, parecía una escena de una obra teatral.
O quizá, también, una escena tomada de uno de los libros hermosamente ilustrados, que había visto en la biblioteca.
Tan pronto como se sentaron, el marqués dijo:
—Ante todo, y antes que empecemos a comer, debemos brindar a la salud de los ganadores de la competición y de los premios que se ofrecieron en ella. Los felicito a ambos en lo que para mí fue una victoria en verdad sensacional.
Levantó su copa diciendo:
—Brindo por Sir Mark Seymour, un caballista notable, y por Fifí, una nueva «seductora amazona profesional», que ninguno de nosotros podremos ya olvidar.
Hubo risas y aplausos.
Filipa se sintió turbada, cuando todos se levantaron y brindaron por ellos.
Para su alivio, el marqués pronunció un breve discurso felicitando a Lulú y a Lord Daverton, quienes habían ocupado el segundo lugar, y todos brindaron por ellos también.
Después, se brindó por la pareja que ocupó el tercer lugar y que incluía a la muchacha vestida de reina. Ésta, en apariencia, había perdido la corona en el segundo salto; por lo demás, había llegado bastante adelante de los otros competidores.
Una vez terminados los brindis, todas las copas de vino fueron llenadas de nuevo y fue traído el primer platillo en fuentes de oro.
Como estaba hambrienta, comió buena parte de lo que había en su plato antes que el marqués, sentado a su lado, exclamara:
—Y ahora, Fifí, espero que me cuente todo sobre usted.
Hubo una leve pausa antes que Filipa contestara:
—Creo que eso seria un error.
El marqués enarcó las cejas.
—¿Por qué?
—Porque, como milord ha dicho, soy una desconocida, y satisfacer la curiosidad de todos sería desilusionante.
El marqués sonrió.
—Estoy seguro de que eso sería imposible, tratándose de usted.
Filipa comprendió que él le estaba haciendo un cumplido.
Al mismo tiempo, lo había dicho con tanta ligereza que Filipa se sintió segura de que no era sincero.
Por lo tanto, guardó silencio hasta que él insistió:
—Estoy esperando. Y debo añadir que nunca había conocido una mujer que no quisiera hablar de sí misma.
—Entonces ésta será una nueva experiencia para su señoría —contestó Filipa—. En cambio, me gustaría hacer a usted una pregunta.
—¿Cuál es?
—¿En dónde encuentra milord caballos tan magníficos como el que montaba hoy, y el que me dice Mark que le permitió usted montar esta mañana?
—Sin duda alguna conoce lo suficiente de caballos —contestó el marqués—, y trata con ellos lo bastante todos los días, como para no querer hablar de ellos en una ocasión como ésta.
—Yo pensé que nuestro amor por ellos era la única razón de que estuviéramos hoy aquí —dijo Filipa y notó que a él lo había divertido lo rápido de su contestación.
El marqués explicó:
—Los caballos son parte de mi vida, como sin duda lo son de la suya también. Pero la gente debe ocupar su lugar y como hombre yo estoy interesado en usted como mujer, y espero que pueda decir lo mismo respecto a mí.
Filipa esbozó una sonrisa.
—Es una forma inteligente de hacer la misma pregunta, a la cual no deseo contestar.
—¿Por qué no?
—Tal vez porque me gusta la idea de ser un misterio y deseo permanecer en el anonimato —contestó Filipa.
El marqués la miró de la forma extraña en que lo hiciera horas antes.
Después de un momento dijo:
—Creo, Fifí, que lo que me está usted ofreciendo es un desafío. Y déjeme añadir que, a menos que el obstáculo que está poniendo entre nosotros sea realmente impenetrable, yo lo saltaré.
—Todo lo que puedo decir a eso —contestó Filipa con voz muy suave—, es que, quizá por primera vez en su vida milord, se muestra en exceso optimista.
Ella evadió las preguntas con una sutileza que al marqués le pareció divertida.
Filipa comprendió, aunque él no lo dijo, que también le resultó intrigante. Por fin, en tono casi quejumbroso, Lulú los interrumpió diciendo:
—Me está usted olvidando de manera injusta, cuando usted sabe lo mucho que deseaba yo, mi querido y espléndido marqués, ganar esa carrera.
Lulú hablaba con voz cautivadora, inclinada tanto hacia el marqués, que sus labios casi rozaban los suyos.
Filipa se volvió con rapidez hacia Mark, sólo para descubrir que él estaba enfrascado en animada charla con la amazona que tenía del otro lado.
Era una muchacha muy atractiva, que coqueteaba con él, con la misma habilidad con la que montaba.
Filipa, por lo tanto, se contentó con mirar a las demás personas que estaban sentadas a la mesa.
En ese momento escuchó que el marqués se dirigía de nuevo a ella.
—Espero, Fifí —dijo—, que usted y Seymour se hospeden conmigo esta noche.
Filipa lo Miró con expresión consternada.
—¿Aquí? ¡Oh, no, milord… íbamos a… hospedarnos con… unos amigos!
—¡Pues eso es imposible! —protestó el marqués—. Ustedes son los ganadores. Vamos a tener una fiesta especial esta noche y yo ya hice preparativos para incluir muchas diversiones que estoy seguro encontrará tan entretenidas como cualquier espectáculo que pudiera ver en Londres.
—Lo… siento, mas es… imposible.
—¿Por qué?
Filipa se dio cuenta de que él tenía una forma extraña de hacer preguntas muy breves, en un tono agudo y autoritario que exigía respuesta.
—Nosotros… hicimos… otros arreglos —tartamudeó Filipa.
—Que van a tener que deshacer —contestó el marqués—. Yo voy a hablar con Seymour; pero usted debe admitir que ahora que son los triunfadores, todo ha cambiado. Como los dos invitados más importantes de mi fiesta, no pueden desaparecer después de la última carrera.
—Eso era lo… que habíamos… pensado… hacer —protestó Filipa.
El marqués se inclinó hacia adelante y dijo a Mark:
—Seymour, quiero hablar con usted.
Casi con renuencia, Mark dejó de conversar con la atractiva amazona que estaba sentada junto a él.
—¿De que se trata, milord? —preguntó con cierta ansiedad.
—Fifí me dice que intentaban irse después de la última carrera y que pensaban hospedarse en otra casa del condado. Debe darse cuenta de que puesto que ahora son mis invitados de honor, eso es imposible.
Mark no contestó y el marqués continuó diciendo:
—Lo que es más, y esto estoy seguro de que le interesará, me han preguntado si permitiré al público participar en las carreras de mañana.
Hizo un gesto expresivo y continuó:
—No puedo negarme a hacerlo. Yo sé que la gente se desilusionará si los triunfadores no están presentes.
Al decir eso, Filipa se dio cuenta de que era un cumplido que Mark no pudo menos que apreciar.
Lo comprendió por la luz que brilló en sus ojos y el suave rubor de sus mejillas.
Tener tan alta estima, por parte del marqués, fue casi la realización de sus más caras ambiciones.
Era difícil para Mark, pensó Filipa, pero tendría que decir que no, porque no le quedaba otro remedio.
—No sé, realmente, qué contestar a sus gentilezas, milord. —Murmuró Mark después de un momento.
—Entonces déjeme contestarlo por usted —dijo el marqués—. Usted y Fifí pasarán la noche aquí y asistirán a las celebraciones que tendrán lugar después de la cena. Mañana, quiero que usted participe en dos de las carreras, ya sea con su propio caballo o, si lo prefiere, cualquiera de los míos está a su disposición.
Filipa vio que Mark contenía el aliento.
Comprendió que el marqués lo estaba tentando como si él estuviera disfrazado de Fausto y no Lord Daverton.
Pero, al escuchar de Filipa una leve protesta, el marqués dijo:
—Si usted está pensando, Fifí, en que no tiene aquí su equipaje, puedo enviar por él adonde lo haya dejado o si lo prefiere, y creo que eso sería más sencillo, mi ama de llaves puede proporcionarle todo cuanto necesite.
Casi como si él lo hubiera conjurado como un genio, Filipa se imaginó su modesto guardarropa de la casa solariega, que resultaba casi patético.
No había en él un solo traje de noche que no la hubiera hecho parecer una mendiga entre toda esa gente tan elegante.
Se preguntó con desesperación qué podría decir para convencer al marqués de que debían marcharse.
—Sería… imposible… que me proporcionaran… todo —tartamudeó Filipa.
—Una vez más me está usted desafiando, Fifí —contestó él—. En realidad, hay mucha ropa de mujer en esta casa. Mi ama de llaves, que guarda todo lo que encuentra, ha estado acumulando por años toda la ropa que mis hermanas han dejado aquí. Y hasta creo que ha guardado la, ropa de mi madre.
—Aún sigo pensando que… sería mejor que nos… fuéramos —murmuró Filipa en tono de desdicha.
—¿Debo tomar eso como un insulto?
—No… no… claro que… no. Lo que pasa es que es muy… difícil cambiar todos los arreglos que ya habíamos hecho.
Sintió que su explicación sonaba incongruente, aun a sus propios oídos.
No se sorprendió realmente cuando el marqués contestó:
—Deje todo en mis manos. Debe haber comprendido ya que me encanta organizar todo.
Sonrió antes de continuar:
—Por lo tanto, Fifí, debe permitirme que organice lo que usted va a hacer hoy y mañana. Yo supongo que como no trajo más ropa consigo, necesitará también un traje de montar.
A pesar de todas sus resoluciones, Filipa se sintió tentada.
Si podía quedarse hasta mañana y montar a Alondra una vez más, sería algo que podría recordar para siempre.
Pensaría en ello cuando estuviera sola en la casa solariega, con Mark en Londres y ella llevando la misma vida rutinaria una semana tras otra.
El marqués la estaba observando.
Como si se hubiera dado cuenta de que había ganado, habló con voz tranquila:
—Déjemelo todo a mí. Estoy seguro de que conseguiré que se divierta mucho.