Capítulo 1
1874
—¡Filipa!, ¡Filipa!—. La voz de Sir Mark Seymour pareció tener eco por la casa vacía. Después de una pausa, durante la cual se quedó escuchando, gritó de nuevo:
—¡Filipa!
—¡Ya voy!
La voz que le contestó era dulce y cristalina. Un momento más tarde Filipa apareció en lo alto de la vieja escalera.
—¡Oh, ahí estás! —exclamó su hermano.
Ella bajó corriendo hacia él.
—¡Mark! ¡No te esperaba! ¡Qué agradable sorpresa!
—Quiero hablar contigo, Filipa —dijo, al besarle la mejilla.
Habló en un tono tan serio que ella lo miró con expresión interrogante.
Cruzaron el vestíbulo en silencio y entraron en el salón.
Éste daba a un jardín descuidado, pero todavía muy hermoso. Mark cerró la puerta tras él y Filipa preguntó nerviosa:
—¿Qué pasa? ¡Oh, Mark, no me digas que has venido a vender algo más!
—No por esta vez —contestó él y ella lanzó un suspiro de alivio.
Al morir su padre, su hermano había heredado el título de baronet; con frecuencia llegaba a casa para buscar algo que pudiera vender, a fin de solventar sus diversiones en Londres.
Filipa amaba a su hermano y deseaba que disfrutara su juventud.
Trató de no enfadarse cuando los espejos Reina Ana, que ella había conocido desde su niñez, fueron retirados de los muros.
El pesado servicio de té, de los tiempos del Rey Jorge, que se reservaba para las grandes ocasiones, desapareció.
Después las joyas de su madre, que tenían más valor estimativo que material, fueron llevadas también a Londres.
Filipa se sentó ahora en un sofá que estaba necesitando ya ser re tapizado.
Miró a su hermano con ansiedad.
Mark era un joven elegante y muy apuesto.
Ella comprendía que a los veintiún años era emocionante para él pertenecer al extravagante mundo de la alta sociedad londinense.
Los hombres pasaban el tiempo jugando a los naipes en el Club White o comprando caballos en Tattersall’s.
Asistían a los bailes y recepciones ofrecidos todas las noches por las grandes anfitrionas de Londres.
Algunas veces Filipa pensaba con un dejo de tristeza, que si su madre viviera, ella también estaría en Londres.
Sin embargo, comprendía lo que Mark le explicaba, que sería un ambiente social muy diferente en el que ella se habría movido del que él frecuentaba.
—¿Cómo son las debutantes este año? —le preguntó, mientras anhelaba estar ocupando un lugar entre ellas.
—No tengo la menor idea —contestó él—. Nunca veo a una debutante, si puedo evitarlo. Mis amigos y yo nos concentramos en las bellezas sofisticadas. ¡Y puedo asegurarte que hay una gran cantidad de ellas!
Filipa sintió cierta piedad por las debutantes.
Al mismo tiempo, como no había dinero para presentarla al mundo social, hubiera sido absurdo de su parte preocuparse demasiado por el asunto.
En cambio, estaba contenta de cuidar la vieja casa solariega donde había nacido.
Tenía trescientos años ya en poder de la familia Seymour, y Filipa se sentía feliz de poder montar los caballos pura sangre de la cuadra familiar.
Su padre también había sido derrochador cuando de caballos se trataba.
A ella siempre le pareció típico de él que la hubiera bautizado con el nombre de Filipa, que en griego significaba «enamorada de los caballos».
Por supuesto que los amaba igualmente.
Y eso era una fortuna, porque por el momento eran sus únicos compañeros.
Algunas veces sus vecinos la invitaban a fiestas.
Pero a raíz de que su madre murió, y poco más tarde su padre; Mark se marchó a Londres y decidieron que una muchacha sola era más estorbo que ventaja.
Además, como era en extremo atractiva, sus contemporáneas estaban celosas de ella.
Así, con nadie a quien importarle, Filipa llevaba una vida solitaria y monótona en la casa solariega, excepto cuando Mark visitaba la casa.
Sus familiares no mostraban interés por ella.
Consideraban que tenía suficiente compañía con la señorita Richmond, quien había sido su institutriz en los últimos diez años y ahora le servía sólo como dama de compañía.
Era la hija de un obispo y, por lo tanto, considerada idónea para ese papel.
La señorita Richmond era una mujer inteligente, pero tenía ya casi setenta años.
Pasaba la mayoría del tiempo en cama, o en su propia salita. Filipa no tenía a nadie con quien charlar, excepto sus perros, dos dálmatas que pertenecieron a su padre.
Hablaba también con los caballos, que parecían comprender cuanto les decía.
Ahora estaba muy emocionada porque Mark había vuelto cuando menos lo esperaba.
Se preguntó, con cierta angustia, si habría algo en la casa que él considerara digno de ser comido.
Estaba segura, sin embargo, de que la vieja señora Beaton, quien había estado con la familia por veinticinco años y adoraba a Mark, encontraría algo que fuera de su agrado.
Por lo tanto, se dispuso a escuchar lo que él tenía que decirle. Le pareció, por un momento, que Mark tenía dificultades para encontrar las palabras con las cuales empezar. De pronto, dijo:
—¿No te has enterado que Kilne va a realizar mañana carreras de caballos en Kilne Hall?
—¿Te refieres al Marqués de Kilne, de quien hablas con tanta frecuencia? —preguntó Filipa.
—¡Sí, por supuesto que me refiero a él! Y sin duda sabes que Kilne Hall está a sólo dieciséis kilómetros de aquí.
—Así es. Más no conozco el lugar porque la madre del marqués nunca invitó a mamá. Creo que papá tuvo una dificultad con el marqués anterior, durante una cacería.
—¡Sí, sí, ya sé todo eso! —repuso el marqués con impaciencia—. Pero Kilne es miembro del Club White y ha sido lo bastante bondadoso como para invitarme a participar en una carrera extraordinaria, que constituirá todo un espectáculo… casi como un desfile de Carnaval.
—No entiendo lo que estás diciendo —protestó Filipa.
Mark rió divertido.
—Kilne tiene siempre ideas muy originales. Esta última mantiene a todo St. James lleno de emoción. No se habla de otra cosa.
—Explícamelo —suplicó Filipa.
—Bueno, Kilne decidió —empezó a decir Mark y su hermana comprendió que estaba escogiendo sus palabras con gran cuidado—, que sería divertido para sus vecinos del campo ver lo bien que montan las «seductoras amazonas profesionales» y lo atractivas que son.
—¿Las seductoras amazonas profesionales? —repitió Filipa—. ¿Quiénes son ellas?
Mark miró a su alrededor antes de contestar:
—Son muchachas de las que tú no debes saber nada, aunque a veces los periódicos las mencionan.
—¿Qué hacen?
—Creo que es evidente lo que hacen, pues su nombre lo dice todo —contestó Mark—. Se dedican a domar los caballos en los lugares donde los venden o alquilan.
—Supongo que alguien tiene que hacer ese trabajo —comentó Filipa en un tono práctico de voz.
—Por supuesto, y hay todo tipo de mujeres dedicadas a domar los caballos para las damas jóvenes, a quienes les gusta trotar sin problemas por el parque.
—¡Y yo creyendo que montaban tan bien! —dijo Filipa.
Mark sonrió.
—¡Te sorprendería lo mal que cabalgan muchas de ellas! Estaba yo hablando con la hija del Marqués de Hull hace unos cuantos días, en ese famoso paseo del parque conocido como Rotten Row.
Hizo una pausa y entonces continuó:
—Nunca he visto a nadie más torpe que ella sobre una silla de montar. Ni nadie con manos más pesadas que las suyas, en el manejo de las riendas.
—Es increíble —exclamó Filipa—, pero continúa.
—Kilne anunció hace como tres semanas que intentaba organizar varias carreras, a las cuales podíamos llevar nuestros propios caballos, para competir en varios niveles.
Dejó de hablar y en seguida añadió:
—Habrá también, como ya te he dicho, una carrera en la cual los competidores irán disfrazados, con trajes de época.
—Suena fascinante —comentó Filipa—. ¡Cómo me gustaría verla!
Lo dijo en tono un poco triste, porque sabía que era algo que no sucedería nunca.
Mark había dejado bien claro que, puesto que sus elegantes amigos nunca se interesarían en visitar la casa solariega, debían seguir siendo, para ella al menos, simples nombres.
Hubo una pausa después de que ella habló. En ese momento Mark dijo:
—De eso precisamente iba yo a hablar contigo.
—¿De que yo asista a las carreras? ¡Oh, Mark! ¿Me quieres decir que podrías lograr que me invitaran? ¡Nunca soñé que sucedería algo así!
—Espera un momento —intervino Mark—. No es cuestión de que seas invitada y supongo que será mejor que te expliqué lo sucedido.
Estaba hablando ahora en un tono tan extraño, que Filipa se sintió preocupada.
Tomó asiento junto a ella en el sofá y le explicó:
—La idea de Kilne es que los participantes en esta carrera especial lleven trajes de fantasía y que cada uno vaya acompañado por la amazona profesional más bonita que conozca.
—¡Oh… ya veo!… —dijo Filia desilusionada.
—Kilne invitó sólo a quince caballeros para competir, todos son miembros del Club White, ¡y yo fui uno de ellos!
Filipa unió las manos en un gesto de entusiasmo.
—¡Qué maravilloso para ti, Mark! Eso fue un gran cumplido.
—Por supuesto que lo fue. El problema es que en el último momento Lord Daverton, maldito sea, ¡me robó a Lulú, mi compañera!
—¡Oh, Mark! ¿Cómo pudo hacer eso?
—Muy fácil —repuso su hermano con rapidez—. Le ofreció un collar de brillantes si me mandaba al diablo y cabalgaba con él.
—¿Y ella aceptó, después de que había prometido acompañarte? —preguntó Filipa.
Estaba tratando de aclarar en su mente lo que había sucedido en realidad.
—Lulú me informó anoche que eso era exactamente lo que había decidido hacer —comentó Mark disgustado—. ¡Yo me negaba a creerlo!
—¿Y no puedes conseguir a otra muchacha que ocupe su lugar?
—Nadie que sea tan bonita como Lulú, o que monte con habilidad similar a la de ella, excepto desde luego… ¡tú!
Filipa lo miró como si no hubiera oído bien. Y preguntó con timidez.
—¿Di… dijiste… yo?
—¡Escúchame hermana! Mucho significa esta carrera para mi. Tengo deseos de tener amistad con Kilne, y ésta es la primera vez que él me toma en cuenta.
Su voz encerraba una nota de envidia. El continuó explicando:
—Es dueño de los mejores caballos, ofrece las mejores fiestas, a las que todos tratan de asistir y es, sin excepción, el mejor caballista que he visto en mi vida.
Filipa notó que en la voz de Mark se percibía el tono peculiar de quien rinde culto a un héroe.
Era fácil de comprender su actitud. El mismo montaba muy bien y era natural que admirara a un hombre que era realmente un caballista extraordinario.
—¡Continúa! —insistió ella.
—Me sentí tan emocionado —habló Mark con franqueza—, cuando Kilne me invitó a participar, que compré un caballo, el animal más soberbio que hayas visto nunca; pero no lo he pagado aún.
Filipa lanzó un leve suspiro.
Sospechó que si Mark había invertido más de lo que tenía, algo más iba a ser vendido nuevamente.
—Me sentí muy tranquilo —continuó—, al pensar que yo iba a montar ese potro y Lulú montaría un caballo blanco, muy fino y poco común, que descubrí cuando acababa de llegar a Jackson’s.
Se detuvo antes de continuar:
—Jackson’s es el lugar donde compro mis caballos. Yo sabía que sin duda alguna ganaríamos, si no el primer lugar, ciertamente el segundo o el tercero.
—¿Habrá premios? —preguntó Filipa asombrada—. Tú no me comentaste que los habría.
—¡Claro que habrá premios, no sólo para esta carrera, sino para todas las demás! ¡En realidad, el premio tras el cual yo voy es de mil guineas!
Filipa lanzó una exclamación ahogada.
Nunca se había imaginado que habría premios en una carrera privada.
Pero ella sabía que mil guineas representaban una enorme cantidad de dinero.
—Al segundo premio correspondían quinientas guineas —contestó Mark—, y yo estaba absolutamente seguro de que cuando menos ganaría el tercero, de doscientas cincuenta.
—¿Tienes que competir como pareja?
—En realidad, ya tenía listos los trajes que Lulú y yo debíamos llevar —contestó Mark—. El mío es de un Caballero Negro, de los tiempos en que nuestros ancestros, y supongo los de Kilne también estaban peleando en Agincourt…
Filipa pareció complacida y él añadió:
—El de Lulú es todo blanco, con uno de esos sombreros puntiagudos que se usaban entonces.
—Sé con exactitud a lo que te refieres. ¡Fue muy hábil de tu parte pensar en algo tan original!
—En realidad fue Anthony Chester quien me ayudó con la idea —confesó Mark con sinceridad—. Es un tipo muy decente, pero de inclinaciones artísticas. Prefiere pintar a jugar cartas.
Filipa pensó que eso era muy sensato de parte suya, pero guardó silencio y Mark continuó hablando:
—Comprenderás que aunque Lulú me dejó plantado, tengo que pagar mi caballo negro, la ropa que compré para mí y para ella y el alquiler de su caballo.
—Eso debe… sumar mucho… dinero —murmuró Filipa en voz baja.
—Más del que puedo conseguir en estos momentos —contestó Mark con irritación—. Por eso necesitas ayudarme.
—¡Claro que lo haré! Pero no entiendo por qué no puedes encontrar a alguien que sustituya a Lulú.
Se detuvo y en seguida continuó diciendo:
—Debe haber muchas de esas mujeres que tú llamas «seductoras amazonas profesionales» que tengan mucho más experiencia que yo en ese tipo de situaciones.
—Todas las «seductoras amazonas profesionales», realmente atractivas, se han comprometido a participar en la carrera con alguno de los participantes. Ninguna de las que quedan causaría sensación.
Habló con marcada furia y había una expresión en su rostro apuesto que reveló a Filipa cuan perturbado estaba.
Se sentía, pensó, humillado de que Lulú, hubiera preferido a Lord Daverton.
Extendió la mano y tomó la de Mark.
—No te enfades tanto —suplicó—. Sin duda Lulú debe ser una persona horrible en todos sentidos.
Dejó de hablar y le sonrió antes de continuar diciendo:
—Como tú ciertamente no puedes comprarle un costoso collar de brillantes como el que Lord Daverton va a darle, haré cualquier cosa que me pidas. Sin embargo, tengo mucho miedo de fallarte.
Su hermano la miró.
—Recordaba la última vez que estuve aquí —dijo—, y veo que te has puesto extraordinariamente bella.
Se quedó pensativo un momento y entonces comentó:
—Es una pena que no puedas ser presentada a la Reina, ni asistir a algunos de los bailes que se ofrecen en Londres.
Lo dijo como si hubiera pensado en eso por primera vez.
—Como no tengo parientes ni madrina rica que me presente, tendré que conformarme con hacer mis reverencias a los caballos —sonrió Filipa.
Mark sonrió con amargura.
—Es egoísta de mi parte gastar tanto dinero, Filipa, y me siento avergonzado de mí mismo.
—No hay necesidad de que te sientas así. Papá solía decir que todo muchacho tiene derecho a divertirse en su juventud, y eso es lo que tú estás haciendo.
—¡Con muy poco éxito, cuando es evidente que no puedo retener el interés ni siquiera de una «seductora amazona profesional»!
Filipa comprendió que había tenido razón al pensar que Mark estaba resentido y humillado.
—Creo que fue muy poco caballeroso de parte de Lord Daverton sobornar a esa muchacha para que te dejara plantado. ¿Por qué no se buscó su propia pareja?
—En realidad, Lulú es tan atractiva que me sorprende que haya aceptado mirarme siquiera, cuando yo no puedo darle los regalos que ella espera.
—¿Por qué quieren regalos las «seductoras»? —preguntó Filipa con cierto desconcierto.
Como si de pronto hubiera recordado con quién estaba hablando, Mark se incorporó del sofá.
—Tenemos muy poco tiempo —agregó—. Si en realidad vas a ayudarme, como aseguraste que lo harías…
—Sólo tienes que decirme cómo…
—Gracias, eso es lo que esperaba que dijeras —contestó Mark—. ¡Y si ganamos las mil guineas, imagínate lo mucho que podríamos hacer con ellas!
—Lo más importante es pagar a la señorita Richmond y a la señora Beaton lo que les debemos —dijo Filipa—. Me siento muy desventurada cada vez que llega el día primero del mes.
Contuvo un leve sollozo y luego prosiguió diciendo:
—Tengo que prometerles que les pagaremos más al mes siguiente; después les digo lo mismo al otro y así sucesivamente. Son tan… bondadosas y… comprensivas conmigo…
Se hizo un profundo silencio antes que Mark dijera:
—Te juro, Filipa, que seré más sensato en el futuro. Y si ganamos, aunque sea sólo el segundo premio, tendrás cuando menos una cuarta parte de él para los sirvientes y la casa.
—¡Oh, Mark, eso sería maravilloso! Cuando no estás aquí, para matar conejos y patos silvestres, de los que en ocasiones llegan al lago, algunas veces pasamos hambre.
—Si dices más —declaró Mark—, voy a arrojarme a sus aguas para ahogarme. Eso resolvería el problema de una vez por todas.
—¡Claro que no lo resolvería! —protestó Filipa—. Debes ganar el premio, de un modo o de otro, así que, por favor, explícame lo que tengo que hacer.
Filipa imaginó al decirlo, que si ganaban algún premio sería el tercero, si acaso.
Eso sería mejor que nada.
Mark salió y bajó la escalinata hacia donde estaba esperando su faetón, atendido por un mozo que sonrió al verlo aparecer.
—Fui a la caballeriza, Sir Mark —dijo—, pero no estaba yo seguro de si querría usted o no sus baúles.
—Deseo que los lleves adentro —ordenó Mark—, pero me temo que no hay nadie para ayudarte.
El sabía que el viejo Beaton, esposo de la cocinera, había sido el mayordomo cuando su padre vivía y que estaba ya demasiado anciano para poder prestar alguna ayuda.
Lo más que podía hacer era servir la mesa, arrastrando los pies para hacerlo.
El mozo metió en el vestíbulo los dos baúles que Mark había traído en el faetón.
Después se dirigió a la caballeriza.
Mark miró a Filipa.
—¿Por qué no sacamos tu traje aquí? Puedes probártelo, para ver si te viene. Si es así, podemos empapelarlo de nuevo y llevarlo con nosotros mañana, ¿te parece bien?
—Me imagino que tendremos que irnos muy temprano.
—Considero que sí. Hay dos carreras que deseo ver, y después, tendremos que alistarnos para la nuestra, que tendrá lugar al mediodía. Más tarde habrá un almuerzo para todos en el Kilne Hall.
Observó que los ojos de su hermana se iluminaban y añadió:
—¡Tendrás que tener mucho cuidado!
—¿Sobre qué?
—En no dejar que Kilne sospeche, si tienes alguna conversación con él, que no eres una «seductora amazona profesional».
Filipa miró a su hermano y preguntó:
—¿Quieres decirme que… no voy a aparecer como… tu…, hermana?
—¡Cielos, no! —objetó Mark a toda prisa—. Creí que habías comprendido.
—Dijiste que las competidoras tenían que ser «seductoras amazonas profesionales», mas no comprendí que yo iba a simular ser una de ellas.
—Escúchame, Filipa, y trata de ser inteligente —dijo Mark—. No habrá damas presentes en las carretas del marqués.
Se detuvo un momento antes de continuar:
—Es posible que haya algunas entre los espectadores que van a llegar de los alrededores, pero no serán invitadas a su casa.
—Pero ¿por qué es tan importante que nadie más pueda competir, sino sólo esas mujeres que tú llamas las «seductoras amazonas profesionales»?
Hubo un leve silencio antes que Mark respondiera:
—A él se le ocurrió la idea… y eso es algo novedoso… de que cada uno de nosotros trajera una mujer que le hubiera… gustado.
—¿Porque sabe montar muy bien? —preguntó Filipa.
—Sí, eso es. Y como las «seductoras amazonas profesionales» han capturado la atención del público, algunas de ellas se comportan como si fueran prima donnas.
Mark expresó eso con amargura y Filipa comprendió que estaba pensando en Lulú.
—Supongo que socialmente pertenecen a la misma categoría de las actrices —dijo, tratando de comprender lo que su hermano le estaba diciendo.
Se detuvo un momento y en seguida continuó:
—Papá solía llevarlas a cenar cuando era joven, antes que se enamorara de mamá. Y ella, desde luego, nunca las conoció.
—¡Sí, eso es! —reconoció Mark—. Y por eso nadie, y repito… nadie, Filipa, debe descubrir que tú eres una dama.
—Trataré de portarme lo mejor posible. Y papá siempre dijo que yo era una buena amazona.
—¡Montas de forma espléndida! —contestó Mark—. Ése es un hecho, no un cumplido.
—¡Y lo más hermoso que me hayas dicho nunca!
—Diré muchas lindezas de ti si ganamos uno de los premios —dijo Mark—. Ahora, vamos a ver coma te sienta el vestido.
Cuando lo vio, Filipa lanzó una exclamación de entusiasmo. Era precioso… más bello que cualquiera que ella hubiera podido imaginar.
Estaba hecho al estilo medieval, con largas mangas que cubrían las manos y después caían graciosamente hasta el suelo.
El vestido, hecho de un material blanco, se ceñía al cuerpo y estaba decorado solo con gasa blanca, muy suave.
Filipa corrió escalera arriba.
De algún modo, logró abotonarse el vestido por atrás.
Entonces se cubrió el cabello, que era muy claro, como el maíz dorado antes que madure, con el largo tocado puntiagudo.
Un velo iba de un lado a otro de su rostro, enmarcando su barbilla pequeña y ovalada.
Bajó al pequeño salón de la casa.
Mark estaba de pie en la ventana, con el ceño fruncido, y Filipa imaginó que debía estar pensando en Lulú.
Se preguntó cómo alguien podía desilusionar y abandonar a un hombre que era tan atractivo como su hermano.
Mark se volvió hacia ella y Filipa comprendió, aun antes que él hablara, que estaba fascinado con su aspecto.
—¡Me queda a la perfección! —aseguró Filipa—. Temía que fuera a ceñirme demasiado; pero en realidad soy más esbelta que Lulú.
—No tenía idea de tu buena figura —confesó Mark con franqueza—. ¡Y estás fantástica! Al mismo tiempo, tendrás que usar carmín con el polvo facial y enrojecerte los labios también.
Filipa lo miró con fijeza.
—¿Por qué?
—Porque se supone que eres una «seductora amazona profesional» y ellas usan cosméticos, como las actrices.
—¡Qué extraordinario! —exclamó Filipa—. No me hubiera imaginado que eso hiciera falta cuando se practica la equitación.
—Al cabalgar por el parque —explicó Mark como si Filipa se estuviera mostrando muy tonta—, están dando una especie de función… un espectáculo.
Hizo una pausa antes de continuar:
—Algunas veces hay hasta mil personas reunidas en la Estatua de Aquiles, esperando para poder verlas.
—A mí me parece extraordinario —comentó Filipa—, pero supongo que la gente está realmente interesada en admirar los caballos que montan.
—Sí, así es —se apresuró a decir Mark—, sus caballos son excelentes.
Filipa giro varias veces para ver si el vestido le quedaba bien. No había necesidad de hacer alteración alguna.
Mark le sugirió que volviera a meterlo en el baúl y dejara este listo para que se lo llevaran por la mañana.
—¿Vas a quedarte a dormir aquí esta noche? —preguntó Filipa antes de salir del salón.
—¡Por supuesto! —contestó Mark.
—Si Lulú hubiera ido contigo, ¿en dónde habrías pasado la noche?
Hubo una pequeña pausa antes que Mark contestara:
—Supongo que algún amigo nuestro nos habría hospedado.
Filipa comprendió que eso no era verdad.
Decidió, al salir de ahí, que su hermano habría llevado a Lulú a una de las grandes hosterías existentes en el camino hacia Londres.
Le parecía insólito que pudieran quedarse en algún lugar, pero suponía que las «seductoras amazonas profesionales» eran una ley en sí mismas.
Hacían lo que querían sin preocuparse si alguien las criticaba o consideraba que eran «ligeras de cascos».
Oró, mientras se quitaba el vestido y el sombrero, para que Dios le diera la habilidad de interpretar el papel que Mark quería, sin cometer errores.
Sobre todo, como él había dicho, oró pidiendo que nadie adivinara que era su hermana y, por lo tanto, una dama.
Le parecía extraño; sin embargo, que una dama no pudiera dedicarse a domar caballos… y convertirse en «amazona profesional».
Recordó que Mark no se refería a domadoras de caballos en general, sino de las «seductoras amazonas profesionales» quienes, en apariencia, formaban un grupo aparte.
Se preguntó cómo podía pretender con éxito simular ser una de ellas, cuando en realidad no sabía nada al respecto.
De inmediato pensó que lo único que importaba era que ella supiera montar bien y ayudara a Mark a ganar la carrera.
Había tantas cosas por hacer, que Filipa no tuvo tiempo de pensar en sí misma hasta que bajó para cenar.
Había tenido que asegurarse de que la señora Beaton tuviera los ingredientes necesarios para preparar una comida que le gustara a Mark.
Cuidó, además, de ver que su cama estuviera airada y limpia, ya que tenía más de un mes de no dormir en ella.
Esperaba que el viejo Beaton hubiera logrado, a pesar de su reumatismo, subir por la escalera y preparar la ropa de noche de Mark.
Cuando se reunió con su hermano en la sala, Filipa dijo:
—Acabo de pensar en algo importante, Mark, que tal vez te parezca trivial. Y es: ¿qué voy a ponerme para llegar al lugar donde vamos a cambiarnos?
—¡Cielos, me había olvidado de eso! —exclamó Mark—. Tenemos que cambiarnos en Kilne Hall. El marqués dijo bien claro que habría habitaciones en las cuales cada uno de los competidores podría cambiarse.
Filipa lo miraba con inquietud y él explicó:
—¡Debes ir vestida con elegancia!
Filipa hizo un pequeño gesto de impotencia con las manos. No se había podido comprar un vestido nuevo en más de un año.
Y el último que había adquirido fue muy sencillo, confeccionado por la costurera del pueblo cercano.
—Si llegas vestida como estás ahora —observó Mark—, comprenderán en el acto que no eres una «seductora amazona profesional».
—¿Por qué? —preguntó Filipa.
—Ellas tienen gustos muy costosos y están vestidas siempre con lujo.
—¿Cómo pueden hacer eso? —preguntó Filipa—. Yo pensé que no debían pagarles mucho por domar caballos.
Hubo un incómodo silencio, mientras Mark trataba de encontrar una respuesta.
Después dijo, como si acabara de ocurrírsele:
—Parece ser que reciben un porcentaje cada vez que se vende uno de los caballos que ellas montan, por lo bien que lucen cabalgando en ellos.
No esperó a que su hermana contestara, sino que continuó diciendo:
—Eso es lo que yo estoy esperando que suceda, no con el caballo que tú vas a montar, sino con mi potro, que debe haber llegado ya a Kilne Hall, por cierto.
—Así que él se va a hospedar esta noche con el marqués —sonrió Filipa—. ¡Vaya que es un caballo distinguido!
—Espero que «Hércules», que así se llama el caballo, esté de acuerdo contigo.
La cena estuvo mejor de lo que Filipa se había atrevido a esperar.
Cuando terminaron de comer y volvieron a la sala, Mark dijo:
—Será mejor que te vayas a la cama, ya que tendremos que salir de aquí con toda puntualidad, a las ocho.
—Sí, por supuesto —reconoció Filipa.
—En realidad, estoy muy cansado —declaró Mark—. Pasé la mayor parte de la noche discutiendo con Lulú.
Habló sin pensar.
Entonces vio el asombro en los ojos de su hermana.
—¿Estuviste con ella anoche?
—Trataba de convencerla de… cambiar de opinión —contestó él con rapidez.
—¡Se mostró muy injusta contigo!
Mark caminó hacia la puerta.
—Daverton es un hombre muy adinerado. ¡Y yo no lo soy, por desgracia! —exclamó.
Para cuando Filipa terminó de apagar las luces del vestíbulo, Mark había llegado a su dormitorio en el primer piso.
—Espero, querido, que encuentres todo cuanto necesitas —dijo Filipa—. Me temo que el pobre Beaton está ya tan viejo, que se olvida de todo; pero yo te traeré el agua caliente mañana para que te afeites.
—Debías tener sirvientes más jóvenes —sugirió Mark, como si hablara consigo mismo.
—¿Y quién los va a pagar?
Filipa lo besó y dijo:
—Olvídate de todo, excepto de que debemos ganar la carrera de las mil guineas. Recuerda que mamá siempre decía que si uno desea algo con suficiente intensidad, siempre lo logra.
—Ni ella ni papá tuvieron nunca mucho dinero.
—Pero recuerda cuan felices fueron. Estoy segura de que deben estar juntos ahora y verán la carrera, ayudándonos a ganar, desde donde estén.
—Espero que tengas razón. Buenas noches, Filipa, y gracias por ser tan buena y ayudarme a salir de este embrollo.
—Me alegra que me lo hayas pedido y la idea me emociona mucho. De hecho, voy a rezar porque nada impida que lleguemos a Kilne Hall y admiremos todos esos caballos, magníficos y maravillosos, que se reunirán ahí.
Había una emoción en su voz que hizo sonreír a su hermano. Después, cuando se quedó solo, se dijo:
«¡Esto es algo indebido! ¡Mas Dios sabe que no tengo otra alternativa!».
* * *
Filipa, por otro lado, estaba demasiado emocionada para, conciliar el sueño.
Casi no podía creer que iba a presenciar las carreras, en la pista privada del marqués.
Y, además, que tomaría parte en una de ellas.
Debido a que siempre había llevado una vida muy protegida, en la casa solariega, casi nunca hablaba con nadie, respecto a sus vecinos.
Sin embargo, había sabido algo sobre el marqués de lo que su hermano le comentaba cuando estaba en casa.
La última vez se quedó en la casa dos o tres días, tratando de encontrar algo que vender, ella se dio cuenta entonces de que el marqués era un héroe para él.
En muchos sentidos, su señoría era el ídolo de todos los jóvenes de la edad de Mark, que frecuentaban los clubes de St. James.
Mark se había mostrado muy entusiasta hablando del marqués, aunque era evidente que le tenía cierto temor.
Filipa pensó, por lo tanto, que debía ser un hombre vanidoso. Era el tipo de persona que ella hubiera preferido evitar, excepto para verlo montar. La descripción que Mark hacía de sus caballos y de la forma en que él los montaba la hacían sentir envidia.
Hubiera querido pensar que nadie podía montar mejor de lo que lo hiciera su padre, ni de como lo hacía Mark al presente.
Necesitaba haber sido muy ingenua para no darse cuenta de que, como familia, eran caballistas notables, que siempre salían airosos en las cacerías.
La dificultad residía en que Filipa no podía darse el lujo de cazar, excepto con un grupo de cazadores modestos, que eran considerados inferiores en el condado.
Mark pertenecía a un grupo mucho más selecto, cuyos miembros se veían casi espectaculares con sus chaquetas color de rosa.
Celebraban un baile anual durante la época de cacería que daba a todos motivo de que hablar por mucho tiempo. Aunque por ello tenía que pagar una cuota muy alta.
Filipa era consciente de que no podía ser tan despilfarradora como para pagar eso para ella.
Significaría privar a su poca servidumbre de sus salarios y reducir aún más severamente sus alimentos.
Casi había renunciado a la esperanza de conocer a alguien que su madre hubiera considerado de «su misma clase».
La excepción era el baile anual que ofrecía el representante de la corona en el condado.
O en las aburridas cenas a las que era invitada muy de vez en vez, cuando fallaba una asistente en el último momento.
En estas cenas era siempre la más joven por cuando menos una generación.
Trataba de convencerse a sí misma que debía sentirse agradecida por la invitación.
Y, sin embargo, con frecuencia se preguntaba si no habría sido más grato permanecer en su casa, leyendo uno de los libros que había en la biblioteca.
Eso era lo que hacía la mayoría de las noches.
Después, se iba a la cama aun pensando en lo que había leído y soñando despierta en que visitaba otras partes del mundo. Imaginaba que conocía a la gente fascinante que vivía en esos países.
Esta noche se preguntó de nuevo qué podría ponerse para que Mark no se sintiera avergonzado de ella.
De pronto, recordó que la ropa de su madre seguía colgada en el armario del dormitorio que ocupaba cuando vivía.
Ahí encontró un vestido que su madre lució en la fiesta del representante de la corona, el último verano de su vida.
Era un modelo muy bonito.
Filipa recordó que su padre había insistido en que se arreglara lo mejor posible, porque el Príncipe de Gales estaría presente.
Cuando volvieron a casa, Filipa supo que el príncipe no sólo había dado un trato diferente a su madre, sino que había charlado con ella durante más de diez minutos.
«No era, realmente, lo que mamá se ponía» se dijo Filipa ahora, «sino que era tan hermosa, siempre tan sonriente y feliz, que hacía que las demás personas se sintieran igual».
Bajó el vestido y comprendió que la haría parecer mayor de lo que era.
Confeccionado en un tono muy suave y muy pálido de azul. Era el primero que su madre usaba sin crinolina. En cambio, la falda se recogía hacia atrás en un polisón muy pequeño. Los polisones habían ido creciendo año tras año.
Se veía muy elegante en Filipa, y aunque ella no se daba cuenta, hacía que su cuerpo se viera como el de una diosa griega.
Con cierta dificultad encontró el pequeño sombrero que hacía juego.
Esperaba que no hubiera pasado de moda.
Cuando se lo puso, Filipa decidió que se veía diferente y mucho más sofisticada.
Era mejor que el viejo sombrero para el sol que usaba en el jardín.
«Si al marqués no le agrada, no hay nada que yo pueda hacer al respecto», pensó.
Cerró el guardarropa, porque el perfume de los vestidos que su madre había usado la hizo sentir una honda nostalgia.
Llevó el vestido y el sombrero a su propio cuarto.
Los dejó listos para ponérselos a las seis de la mañana, hora en que se pensaba levantar.
Estaba decidida a que Mark disfrutara del desayuno. También tenía que asegurarse de que la señora Beaton no olvidara que había llevado un mozo con él.
Fue así que recordó algo importante.
Mark le había dicho que, como «seductora amazona profesional», tendría que maquillarse.
Pensó que ésta era una exigencia difícil de cumplir.
Recordó que una vez, cuando su madre estaba enferma, la había visto ponerse un poco de carmín en las mejillas.
—¿Estás usando carmín, mamá? —había preguntado Filipa, llena de asombro.
—No se lo digas a papá, hijita —había contestado su madre—. Pero estoy tan pálida que eso lo inquieta mucho. Estoy segura de que él no se dará cuenta de que mi rubor es artificial.
Su madre había sonreído.
Se frotó muy bien el carmín sobre la piel, y después se aplicó polvo en ésta.
«Eso fue hace mucho tiempo», pensó Filipa. «Por otra parte, existe la posibilidad de que el carmín y el polvo estén todavía aquí».
No se equivocó y los encontró en el fondo de un cajón, en el tocador de su madre.
Cuando abrió la cajita que los contenía, descubrió que éstos no se habían secado.
Se llevó los cosméticos a su habitación y se aplicó un poco de pomada para los labios en la boca.
Le dio un aspecto que a ella le pareció extraño.
Al mismo tiempo, transformó por completo su rostro juvenil que ella pensó que podía ser el rostro de una actriz.
«Ahora sí realmente parezco una seductora amazona profesional», se dijo.
Se rió divertida porque era una idea ridícula.
Se limpió los labios, lavó su cara con agua fría y se metió en la cama.
«Sin importar qué suceda», pensó al cerrar los ojos, «será una aventura emocionante. Y un día, sobre todo si ganamos un premio, Mark y yo nos podremos reír de ella».
Empezó a decir sus oraciones y poco a poco se quedó dormida.