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Soldados y guerras

Augusto extendió una agresiva definición de la paz «ganada por las victorias» por todo el imperio del pueblo romano (Res Gestae 13). El orador y filósofo griego Dion Crisóstomo («boca de oro»), nacido entre los años 40 y 50 d. C. en Prusa, Bitinia, retomó esa idea en un discurso sobre la realeza al referirse al Imperio romano:

«Aquellos que se entrenan para luchar mejor son los que más pueden vivir en paz». Luego comparó al emperador y sus fieles soldados con un pastor y sus perros guardianes, que protegían a los rebaños (Oraciones, 1.28).

Evidentemente, era una idealización del ejército romano desde el punto de vista de un terrateniente rico y famoso que, sin duda, estaba a salvo de las consecuencias más desagradables de un ejército permanente acantonado en las provincias. A pesar de ello, es cierto que los romanos gastaban una enorme cantidad de dinero en mantener un gran ejército profesional de ocupación en un estado constante de preparación disciplinada, en conservar y extender el territorio romano, en mantener la paz y en asegurarse la lealtad al emperador.

EL EJÉRCITO DEL IMPERIO

Los revolucionarios cambios de Augusto se convirtieron en parte de la estructura permanente del ejército, que se dividió en tres secciones: las legiones, las unidades auxiliares y los pretorianos. Las 25 legiones que se encontraban en servicio en el año 14 d. C. aumentaron poco a poco hasta convertirse en 33 a finales del siglo II. Las legiones y las unidades auxiliares estaban acantonadas de forma permanente en campamentos o fuertes, o, sobre todo en el este, en ciudades. Para el año 200 d. C., las 33 legiones estaban repartidas en 19 provincias. Uno de los problemas que presentaba esta clase de despliegue era que las grandes campañas hacían necesario el traslado de tropas de una provincia a otra, lo que era tan costoso como lento en términos de tiempo. Por ello, y sobre todo a partir del siglo II, se estableció la práctica de trasladar a sólo una parte de la legión (vexillatio), en vez de a la unidad entera.

Una famosa inscripción encontrada en Roma enumera una lista de las legiones en orden geográfico, de oeste a este, comenzando por Britania. Al parecer, se compiló a principios del reinado de Marco Aurelio, y las legiones siguientes se añadieron al final. Quizás sirvió como registro oficial de los emplazamientos de las unidades del ejército:

Esta lista es un archivo histórico importante que no sólo muestra el emplazamiento de las tropas romanas y sugiere cuál podría ser el plan estratégico del Gobierno, sino que también confirma la voluntad de mantener un gran ejército y anotar todos sus detalles de forma meticulosa. Augusto, por supuesto, había escrito con su propia mano los números de todas las tropas del ejército. Además, los nombres de las legiones son un reflejo de los acontecimientos y costumbres de la forma de hacer la guerra de los romanos y, en ocasiones, de sucesos históricos: la legión Augusta fue bautizada así por Augusto; la III Trajana y la XXX Ulpia fueron reclutadas por Trajano en el año 101 d. C. aproximadamente para las guerras en Dacia; Claudia fue un título honorífico para las legiones VII y XI por su lealtad a Claudio durante una rebelión. Algunas tomaron su nombre en honor de la deidad preferida de un emperador: XV Apollinaris («de Apolo»), Augusto era devoto de ese dios; I Minervia («consagrada a Minerva»), que era la diosa favorita de Domiciano. Otras legiones recibieron el sobrenombre por sus cualidades de lucha: Victrix («Conquistadora»), Fulminata («Relámpago»), Ferrata («de hierro»), Fretensis (por el estrecho entre Sicilia e Italia, posiblemente por una batalla naval, Rapax («Depredadora»). Algunas recibieron el nombre por el lugar en el que sirvieron o donde lucharon: Macedónica y Escítica; la I, la II y la III Partica («de Partia») fueron reclutadas por Septimio Severo para su campaña contra los partos. Otros muestran las circunstancias de la fundación de la unidad: la XV y la XXII Primigenia («Primogénita»), reclutada probablemente por Calígula; la I y la II Adiutrix («Auxiliadora»), reclutada por Nerón en los años 68 y 69 d. C. entre los marineros de la flota imperial anclada en Miseno y Rávena; la VII Hispana («Española») la reclutó Galba en Hispania en el año 68 tras su proclamación como emperador; Gemina («Gemela») por la unión de dos legiones ya existentes; la I Italica («Italiana»), creada por Nerón en el año 66 o 67 para la invasión de la región del Caspio, fue bautizada así probablemente por su personal formado por italianos, como también era el caso de la II y la III Italica, reclutadas por Marco Aurelio aproximadamente en el año 165, para servir en la frontera del Danubio.

Los romanos se mantuvieron fieles a la tradición en el reclutamiento, por lo que los legionarios debían ser ciudadanos romanos, pero había formas de esquivar esa norma, sobre todo en el reclutamiento de los hijos de los soldados, normalmente fruto de las uniones extraoficiales con extranjeras, y que, por tanto, no eran ciudadanos de nacimiento, pero que conseguían la ciudadanía al enrolarse. En periodos de crisis, las leyes normales se pasaban por alto, como en el caso de las guerras civiles de los años 68-69 d. C., con las legiones I y II Adiutrix (véase más arriba). El Gobierno necesitaba cada año cinco mil nuevos reclutas, que en su mayoría procedían de las clases rurales bajas y se lograban mediante voluntarios y levas forzosas. Siempre prefirió los voluntarios tanto para las legiones como para las unidades auxiliares, ya que se suponía que serían mejores soldados. Sin embargo, Tiberio se quejaba de la calidad de los reclutas de Italia:

«Pretextaba el emperador la enorme multitud que había de veteranos y la necesidad de completar los ejércitos con levas; pues faltaban soldados voluntarios y, aunque los hubiera, no se comportaban con el mismo valor y disciplina, porque la mayor parte de los que espontáneamente entraban eran indigentes y vagabundos» (Tácito, Annales, 4.4).

Los jóvenes de Italia se resistían cada vez más a servir durante veinticinco años en un puesto militar lejano. Al parecer, la leva forzosa se utilizaba sobre todo en tiempos de crisis. Por ejemplo, en el reino de Adriano (117-138 d. C.), Memmio Macrino recibió la orden de «dirigir una leva entre los jóvenes de la región transpadana» (ILS 1068). Este hecho probablemente esté relacionado con las pérdidas romanas durante la guerra en Judea entre los años 132 y 135 d. C. El uso limitado de la reclutación obligatoria en Italia significó que el ejército principalmente italiano de la época de Augusto desapareció, por lo que durante el Gobierno de Adriano apenas había italianos en las legiones. Por otra parte, quizás se instituyera la práctica de que las nuevas legiones se reclutaran lo más lejos posible de los italianos.

Enfrentado a la creciente falta de disposición de los jóvenes italianos a servir en las legiones, el Gobierno encontró reclutas al oeste, entre los ciudadanos romanos de Hispania, la Galia Narbonense y África, y en el este, en la Siria helenizada y en Asia Menor. El reclutamiento local acabó siendo el predominante tras un largo periodo de tiempo, y empezó en aquellas legiones que tenían cerca asentamientos romanizados. Por ejemplo, a partir del siglo II, la legión con base en Legio, en Hispania, estaba compuesta de forma casi exclusiva por nativos. En África, donde la III Augusta estaba acantonada, el 60 por 100 de las tropas antes de Trajano procedían de fuera de África, pero, poco a poco, los habitantes locales de las comunidades romanas de África constituyeron el grueso de la legión. Sin duda, la recluta forzosa se utilizaba en las provincias, pero no era algo sistemático. Por ejemplo, la presencia de 22 nativos de Bitinia en un grupo de 98 legionarios que servían en África durante el reino de Trajano sugiere que se utilizó la recluta forzosa. El servicio lejos de la tierra natal desanimaba a los voluntarios, pero se produciría un aumento de esos voluntarios con el desarrollo de las levas locales y también con la mejora en las condiciones de servicio a lo largo del siglo II.

Según Tácito, para el año 14 d. C. las auxilia eran tan numerosas como las legiones. Ya en esa época constituían una parte formal del ejército, y estaban compuestas por cohortes de infantería, cohortes que tenían asignadas unidades de caballería (cohortes equitatae) y escuadrones de caballería (alae). Todas estas unidades estaban compuestas por unos quinientos soldados, pero más tarde aparecieron unidades de unos mil legionarios. Las auxilia estaban bajo el mando de oficiales con el rango social de caballeros. También estaban acantonadas de forma permanente junto a las legiones, aunque a veces lo hicieran como destacamentos separados. Por ejemplo, en Rapidum, en la Mauritania Cesariensis, una cohorte de sardos ocupó un pequeño fuerte, y a su alrededor fue creciendo un asentamiento civil. El número de unidades de auxilia probablemente se incrementó con mayor rapidez, y se reclutaban en la mayoría de las regiones periféricas del imperio. Hispania proporcionó reclutas a la mayoría de los ejércitos, y otras zonas importantes fueron los Alpes, Recia, Panonia, Tracia (que contribuyó con más de treinta unidades en el periodo inicial del imperio) y Siria. En la Galia, los romanos utilizaron a los jefes locales y a sus estructuras organizativas para el reclutamiento, y había ocho cohortes y un ala de bátavos sirviendo en Britania antes del año 69 d. C. Sin embargo, causaba resentimiento en la población que las unidades auxiliares acostumbraran a servir lejos de su tierra natal, algo que se hacía en parte por temor a que se unieran o instigaran una revuelta local. La medida debía tener cierta justificación, puesto que en los años 69-70 d. C., Julio Civilis, un príncipe bátavo y ciudadano romano, encabezó una rebelión en el Rin con la ayuda de las cohortes auxiliares de sus compatriotas. Las levas forzosas se utilizaron probablemente de forma habitual para las auxilia hasta que, con el paso del tiempo, las unidades se vieron constituidas por los reclutas de las provincias en las que se encontraban acantonadas, y por las provincias vecinas. En consecuencia, el carácter étnico de cualquier unidad quedaba diluido y el ejército quedó compuesto por una mezcla extraordinaria de pueblos. En el caso de algunas unidades de combate especializado, el carácter étnico se mantuvo por razones militares: la primera corte de arqueros hamesenios acantonada en Panonia continuó recibiendo reclutas de su tierra natal en Siria. Aunque los auxiliares proporcionaban combatientes especializados como los arqueros, los honderos, los jinetes de camello y cierta caballería, en la mayoría de los casos luchaban junto a la legión en un despliegue de infantería normal.

Las cohortes pretorianas y las urbanas constituían la guarnición de Roma. Las nueve cohortes de la guardia pretoriana probablemente la componían unos nueve mil soldados, por el campamento en el que vivían en Roma en la época de Tiberio. Protegían al emperador y realizaban tareas ceremoniales, y parte de la guardia siempre acompañaba al emperador cuando salía de Roma, sobre todo en campaña. Cada cohorte estaba bajo el mando de un tribuno con el rango de caballero, quien era responsable de comunicarle la contraseña al emperador. Esta fuerza de élite con mejores condiciones de servicio continuó con las disposiciones dejadas por Claudio, y atrajo a los jóvenes italianos que querían una vida militar sin abandonar su tierra natal. No es de extrañar que esto provocara resentimientos entre otros soldados, como lo expresaron los amotinados del año 14 d. C., quienes se quejaron de que los pretorianos disfrutaban de una vida acomodada y fácil, mientras que los legionarios tenían que enfrentarse a sus enemigos a las puertas de sus campamentos. El reclutamiento italiano de la guardia pretoriana continuó hasta Septimio Severo, quien la disolvió en el año 193 y reclutó una nueva fuerza con soldados de las legiones que le habían apoyado desde el principio. Sin embargo, los jóvenes italianos no fueron excluidos de un modo deliberado, y no tardaron en aparecer de nuevo.

Las cohortes urbanas también estaban acantonadas en Roma, posiblemente en el mismo campamento, aunque se encontraban bajo el mando del prefecto de la ciudad. Las tres cohortes originales aumentaron a cuatro, y en la época de Septimio Severo el número total era de seis mil soldados. Más tarde se crearon dos cohortes, una para Lugdunum y otra para Cartago. Los soldados de las cohortes urbanas procedían en su mayoría de Italia (hasta el 88 por 100 en el siglo II d. C.), como C. Sertorio Justo: «De Iguvium, soldado de la X Cohorte Urbana, de la centuria de Veturio, sirvió durante diecisiete años, vivió durante treinta y tres años, diez meses y diez días» (L’Année épigraphique 1984.57). Su función principal era mantener el orden en Roma, aunque tanto su equipo como sus cometidos y su entrenamiento los convertían más en soldados que en policías. Podían servir de apoyo a los pretorianos o utilizarse en ocasiones como contrapeso en momentos de desórdenes políticos. No solían servir en las campañas militares.

Otra innovación de Augusto fue el anclaje de flotas permanentes en Italia, en Rávena y en Miseno, que acabaron bajo el mando de prefectos del rango social de los caballeros. Los marineros se reclutaban con los mismos criterios que las auxilia, y en la flota de Rávena, la mayoría de los reclutas procedían de los Balcanes, de Oriente, de Cerdeña y de Córcega. A pesar del uso de términos griegos para los oficiales, la estructura era romana, y la tripulación operaba como una centuria bajo un centurión. Los marineros eran legalmente soldados (milites). Las flotas no tenían una importancia básica en la estrategia militar romana, pero un desarrollo interesante de ellas fueron las flotas fluviales, sobre todo en el Rin y en el Danubio, que transportaban soldados y suministros, patrullaban los ríos y mantenían comunicadas las diferentes bases romanas. Los ríos continuaron siendo un importante punto de unión para las operaciones militares en las zonas fronterizas.

PAGA Y CONDICIONES DE SERVICIO

Como ya hemos visto, Augusto había establecido la paga y las condiciones de servicio de su ejército profesional permanente. El enorme coste anual del ejército significó que los aumentos de las pagas fueron escasos y cada mucho tiempo. Los legionarios recibían 900 sestercios al año en tres pagos, y Domiciano les subió el sueldo a 1200 mediante un cuarto pago. No hubo más aumentos durante más de cien años, hasta que Septimio Severo incrementó la paga hasta los 2000 sestercios. A este aumento le siguió con rapidez otro ordenado por su hijo Caracalla. Esta generosidad repentina refleja sin duda los problemas políticos de una dinastía asediada por las guerras civiles y las tensiones internas. ¿Qué valor tenía la paga de los soldados? No era generosa, y los amotinados del año 14 d. C. se quejaron del irrisorio stipendium con el que tenían que pagar las ropas, las armas, las tiendas y los sobornos a los centuriones para evitar las tareas más pesadas. En la época de Augusto, un legionario recibía dos sestercios y medio al día; un trabajador de Roma podía ganar tres o cuatro sestercios al día, y un campesino la mitad aproximadamente. Por lo tanto, un soldado cobraba lo mismo que los trabajadores peor pagados. Al menos, el soldado recibía la paga de forma regular, mientras que un obrero sólo cobraba los días que trabajaba. Los soldados también tenían la ventaja de ser alojados por el Gobierno, de no pasar hambre y tener cuidados médicos. A todos los emperadores les interesaba mantenerlos razonablemente contentos. Un registro contable del año 81 d. C. muestra la paga y las deducciones de un jinete legionario en dracmas griegos:

Las demás secciones del registro contable muestran que las deducciones se hacían siguiendo unas tasas medias, y a pesar de todo, aquel soldado fue capaz de ahorrar dinero.

Además, de vez en cuando, los soldados recibían pagas adicionales, donativos, que aumentaban de forma significativa sus pagas regulares. Las recibían para celebrar una victoria o para conmemorar algún acontecimiento relacionado con el emperador, como su cumpleaños o el día en que fue reconocido como tal. No tardó en convertirse en una práctica habitual que el emperador concediera donativos el mismo día de su ascensión al poder. Marco Aurelio les pagó 25 000 sestercios ese día a los pretorianos. Además, los soldados eran los únicos que recibían una pensión (praemium) al licenciarse del ejército. Para un legionario, era una suma de dinero o la concesión de una parcela de tierra. Al principio del imperio hubo quejas sobre la calidad de la tierra, pero se siguieron fundando colonias de veteranos hasta el reinado de Adriano. Sin embargo, ya en el siglo II d. C. lo normal era un pago en dinero, y bajo Caracalla, los soldados recibían veinte mil sestercios. Ningún otro trabajador percibía esa clase de beneficio económico. Los pretorianos y las cohortes urbanas obtenían proporcionalmente una paga mayor en salarios, donativos y pensiones por licencia. Por otra parte, los auxilia posiblemente recibían menos: el soldado de infantería normal recibía cinco sextas partes de la paga de un legionario, aunque existían distintos grados. Por ejemplo, un jinete cobraba más, puesto que él tenía que encargarse de su caballo. Hacia el final del siglo I d. C., todos los legionarios y los auxilia tenían que servir durante veinticinco o veintiséis años.

El beneficio más notable que se les concedía a los soldados auxiliares al licenciarse era la ciudadanía romana, y hasta la década de 140 d. C., la ciudadanía para cualquier hijo que hubieran tenido. Después de esa fecha, sólo obtenían la ciudadanía aquellos hijos que tuvieran después de licenciarse. Estos soldados también recibían la concesión del derecho a casarse con cualquier mujer que quisieran, aunque no fuera romana. Como prueba de un licenciamiento legal y del derecho a todos esos privilegios, a todos los auxiliares se les expedía un certificado (diploma en términos actuales) en el que se citaba la unidad, a su comandante y la provincia en la que estaba acantonada. El diploma era una tableta de bronce que se podía doblar, y el descubrimiento de doscientas de ellas ha demostrado ser una valiosa fuente para conocer la historia del ejército romano. Como señal de respeto, los pretorianos recibían certificados similares, también con el privilegio de los derechos matrimoniales. Es probable que los legionarios tuvieran el mismo tipo de privilegios: matrimonio y ciudadanía para los hijos, aunque no se les entregaran certificados. Además, los soldados disfrutaban de ciertas exenciones y de derechos legales especiales que, por ejemplo, les permitían redactar un testamento con una simple declaración oral o mantener el control de su equipo militar aunque sus padres todavía estuvieran vivos.

Los soldados licenciados del ejército debido a las heridas o a una enfermedad grave también formaban parte de la sociedad, y el modo en el que se les trataba se adivina en los áridos textos legales del Digesto de las leyes romanas. Estos soldados recibían una designación específica (causarii) y obtenían sus privilegios por licenciatura en una escala que dependía del número de años de servicio. El emperador Filipo, que reinó entre los años 244 y 249, confirmó que los casuarii «no mostraban mancha alguna en su servicio». Esto constituye una perspectiva interesante sobre la actitud de las autoridades militares y el emperador respecto a unos soldados que ya no les servían para nada en una sociedad que no era conocida normalmente por su compasión. Sin embargo, los soldados hablaban entre sí y comentaban lo que les había ocurrido a los heridos, y el emperador necesitaba ser popular entre sus legionarios.

LA VIDA DE UN SOLDADO

Disponemos de unas pruebas inusualmente detalladas de las actividades de los soldados romanos alrededor y dentro de los campamentos gracias a los registros guardados, a menudo en papiros, por los burócratas imperiales, y donde se detallan las tareas rutinarias del campamento. Aunque estos registros se limitan a determinadas fechas y lugares, probablemente ofrecen una imagen bastante típica de la vida habitual. Un papiro describe las tareas diarias de una cohorte con unidades de caballería, la I Cohorte Montada Veterana Hispana (I Veterana Hispanorum equitata), acantonada en Stobi, en Macedonia, entre los años 105-106 d. C.:

DE LOS AUSENTES

En Galia para conseguir ropajes.

Igualmente para conseguir [¿grano?].

Al otro lado del río (¿Erar?) para conseguir caballos.

En Castra en la guarnición, incluidos dos jinetes.

En Dardania, en las minas.

DENTRO DE LA PROVINCIA

Guardias de Fabio Justo, el legado…

En el despacho de Latiniano, procurador del emperador.

En Piroboridava en la guarnición.

En Buridava en el destacamento.

23 jinetes, dos infantes con paga y media.

Igualmente al otro lado (del río) para proteger el suministro de grano.

Igualmente en una misión de exploración con el centurión…

En las naves de grano…

En el cuartel general con los funcionarios.

De camino a Haemus (montañas) para traer ganado.

Para vigilar a las bestias de carga…

Igualmente en tareas de guarda.

(Campbell, 1994, n.º 183).

Esto nos proporciona una breve imagen de las tareas rutinarias diarias llevadas a cabo por los soldados y destaca cuántos se podían emplear fuera del campamento en un momento dado. En muchas ocasiones, los soldados pasaban más tiempo entrenando, ejercitándose y desfilando que luchando. En su manual de ciencia militar escrito en el siglo IV, Vegecio explicó la importancia que tenía eso:

«Vemos que los romanos conquistaron el mundo sin otros medios que el entrenamiento en las artes militares, disciplina en el campamento y práctica en la guerra» (1.1).

Mantener el nivel máximo de combate de los legionarios era tarea de los oficiales, pero en ocasiones, el emperador en persona supervisaba a las tropas. Adriano mantuvo la política de visitar a las unidades del ejército en sus diversos campamentos provinciales, donde «Lo investigaba absolutamente todo de forma directa, y no sólo los elementos habituales… sino los asuntos privados de todo el mundo, tanto de los soldados corrientes como de sus comandantes, su estilo de vida, sus aposentos y sus costumbres…» (Dion, 69.9).

Adriano visitó Numidia en el año 128 para supervisar las maniobras de entrenamiento de la III Legión Augusta y las unidades auxiliares. La legión disponía de su propio campo de desfile en su campamento de Lambaesis, y el discurso del emperador fue grabado en las columnas de las esquinas de la tribuna situada en el centro del terreno del desfile. Comentó las maniobras de entrenamiento mostrando un profundo conocimiento y comprensión de los ejercicios militares, además de dispensar halagos y algunas críticas. No se olvidó de felicitar a los oficiales:

A la primera ala de los panonios:

«Lo hicisteis todo correctamente. Llenasteis la explanada con vuestros ejercicios, lanzasteis las jabalinas con cierta habilidad, aunque usasteis las jabalinas cortas y rígidas; varios de vosotros arrojasteis vuestras lanzas con igual habilidad. Ahora mismo habéis montado a vuestros caballos con agilidad, y ayer lo hicisteis con rapidez. Si hubiera algún defecto en vuestro desempeño, lo hubiera notado, si se hubiera producido un error obvio, lo habría mencionado, pero me habéis satisfecho de un modo uniforme a lo largo de toda la maniobra. Catulino, mi legado, un hombre distinguido, muestra la misma preocupación por todas las unidades que se encuentran bajo su mando… Al parecer, vuestro prefecto se preocupa por vosotros de un modo concienzudo. Os concedo un donativo…» (Campbell, 1994, n.º 17).

El ejército era en muchos sentidos una comunidad militar autosuficiente cuyo elemento básico era la lealtad a los camaradas y al emperador. La lealtad a la propia unidad era extremadamente importante, y se inspiraba en parte en los estandartes militares. El águila (aquila) simbolizaba la continuidad y la esencia de la legión. La experiencia compartida de la vida en el ejército y la muerte unía a los soldados. Los desastres militares tenían un gran efecto en el ánimo colectivo, pero la comunidad militar quedó satisfecha, tras la derrota de Varo en el año 9 d. C. y la pérdida de veinte mil camaradas, con los días de luto nacional celebrados en Roma, con el entierro de los caídos en el campo de batalla por parte del príncipe imperial Germánico en 15 d. C. y la búsqueda incesante de las tres águilas perdidas. Además, el templo de Marte Ultor («el Vengador»), que fue consagrado en el año 2 a. C., se convirtió en una especie de memorial de guerra, en este caso, por los ejércitos romanos derrotados en Partia. Dentro del memorial de guerra que se encuentra en Adamklissi, en el sur de Rumanía, y que probablemente data de la época de Domiciano, a finales del siglo I d. C., se localizan un mausoleo y un altar sobre el que están anotados los nombres de los 3800 legionarios y auxiliares muertos en combate, acompañados de un texto que se repetirá en muchos monumentos conmemorativos de guerra modernos:

«En recuerdo de los valientes que dieron su vida por el Estado» (ILS 9107).

Naturalmente, las celebraciones imperiales se concentraban en el avance triunfante de los ejércitos romanos, y las grandes columnas esculpidas de Trajano y de Marco Aurelio sirvieron entre otros fines como monumentos a los soldados romanos en combate. En monumentos de esta clase, y en los arcos de triunfo, el emperador aparecía de un modo prominente en todas las crónicas de guerra, y era a él en persona a quien los soldados juraban lealtad y obediencia de un modo solemne (sacramentum). En las campañas militares, el retrato del emperador se guardaba en un santuario junto a los estandartes y a las ofrendas recibidas. El calendario militar creado por Augusto incluía numerosos festivales en honor a los emperadores, tanto el presente como los pasados. El siguiente ejemplo, procedente de Dura-Europos, aproximadamente de los años 223-227 d. C., durante el reinado de Alejandro Severo, es una lista de los festivales celebrados por la vigésima cohorte de los palmirenos:

«6 marzo. Por el poder imperial del [divino Marco Antonino y el divino Lucio Vero], para el divino Marco un buey, [para el divino Lucio] un buey.

»13 marzo. Debido a que el Emperador [César Marco Aurelio Severo Alejandro] fue aclamado emperador, para Júpiter un buey, [para Juno una vaca, para Minerva una vaca], para Marte un buey, y debido a que Alejandro nuestro Augusto fue [primero] aclamado como Imperator por los soldados [del emperador Augusto Marco Aurelio Severo Alejandro, una oración…].

»14 marzo. Debido a que Alejandro nuestro [Augusto] fue nombrado [Augusto y padre de la patria y sacerdote supremo, una oración…]; [al genius de nuestro señor]. Alejandro [Augusto un toro…]» (Campbell, 1994, n.º 207).

El calendario expresa la relación personal del emperador y el ejército en un entorno militar por medio de los ritos religiosos.

El ejército tenía un código de disciplina que en teoría contenía castigos muy severos y que establecía la relación de cada soldado con sus camaradas, con sus oficiales y respecto a sus deberes militares. Algunos comandantes tenían fama de ser feroces en la aplicación de la disciplina, pero es posible que fueran la excepción y que en la práctica se utilizara un enfoque más flexible, incluso respecto a un delito tan grave como la deserción, que ofendía directamente al emperador, tal y como se ve en el comentario de un abogado:

«Cuando, tras un periodo de deserción, un soldado queda reincorporado al ejército, no debe recibir los pagos y donativos correspondientes al tiempo que fue un desertor, a menos que la generosidad del emperador los haya concedido como un favor especial» (Digesta; Corpus Iuris Civilis 49.16.10).

En realidad, buena parte de la responsabilidad sobre la disciplina debía caer en los comandantes locales, y es posible que el respeto por los compañeros y el esprit de corps fueran los factores más importantes a la hora de mantener el orden en las unidades.

EL EJÉRCITO Y LAS PROVINCIAS

Aunque el ejército era capaz de producir buena parte del material que necesitaba en sus propios talleres y en los campos de cultivo del territorium legionario (la zona que rodeaba al campamento), nunca consiguió autoabastecerse. De hecho, el modo en el que los romanos organizaron y acantonaron al ejército tuvo profundos efectos sociales y económicos. A principios del siglo III había unos 450 000 soldados por todo el imperio. Alimentar y mantener a aquella inmensa fuerza creaba un mayor mercado en los productores locales de las provincias militares. Por poner dos ejemplos: los 80 000 soldados acantonados a lo largo del Rin necesitarían más de 25 000 toneladas de trigo al año, mientras que los 55 000 que formaban la guarnición de Britania necesitaban al menos 2000 terneros al año simplemente para sustituir los objetos de cuero, y más de 3000 caballos de reemplazo. Puesto que algunos de los materiales había que importarlos de zonas lejanas, por ejemplo el vino y el trigo para Britania, las rutas comerciales también se beneficiaban de aquello. La presencia de ciertos tipos de parásitos del trigo encontrados en Britania demuestra que procedía del sur de la Galia. De hecho, una de las rutas comerciales más importantes del mundo romano era la que seguía el valle del Ródano hasta llegar a los ejércitos del Rin y a Britania.

La presencia militar también ayudó a la urbanización del imperio a medida que los soldados construían nuevas instalaciones, aunque tuvieran, como es natural, un uso militar. Eran los topógrafos militares quienes trazaban en los mapas la ruta de construcción de las nuevas vías, y su mantenimiento a menudo estaba a cargo de las autoridades locales. La red de caminos se extendió fuera de Italia durante la República, y la Vía Egnatia comunicaba el Adriático y el Egeo mientras que la Vía Domitia cruzaba desde los Alpes hasta Hispania. En el imperio, la construcción de caminos militares fue tremendamente ambiciosa en el sentido geográfico, además de una prerrogativa imperial. Augusto reparó la Vía Flaminia y Claudio conmemoró el fin del camino que su padre Druso construyó para que cruzara los Alpes, una ruta que iba «desde el río Po hasta el río Danubio» (ILS 208). Los emperadores posteriores aceptaron continuar aquel desafío y un entramado de caminos cruzó el imperio, lo que unió a las distintas provincias y regiones y creó un signo enormemente visible de la presencia permanente romana, además de demostrar la importancia de las rutas de comunicación para el control del imperio. El ejército también levantó ciudades completamente nuevas para los veteranos, como Timgad, en África, diseñada con una regularidad equivalente a la de un campamento militar, pero con todas las comodidades sofisticadas de un entorno urbano. De hecho, los emplazamientos originales de los campamentos militares no necesariamente se elegían por su posible emplazamiento defensivo, sino por las líneas de comunicación, tanto por transporte fluvial como por el entramado de la red de caminos romanos. Por lo tanto, a menudo ocupaban una localización importante para el comercio y los negocios. Los asentamientos civiles crecieron poco a poco alrededor de los campamentos, y el desarrollo urbano continuo consiguió que muchos antiguos campamentos romanos se convirtieran en centros urbanos y capitales de la Europa moderna, como Bonn, Colonia, Maguncia, Budapest, Viena y Belgrado.

Los campamentos militares eran un centro de atracción para los visitantes y los comerciantes de todas las clases que tuvieran algo que ofrecer a los soldados, quienes tenían dinero para gastarse: buhoneros, tenderos, mercaderes de vino y, por supuesto, mujeres. Los asentamientos principalmente civiles que rodeaban los campamentos legionarios, los canabae, adquirieron de forma gradual un estatus independiente y algunos no tardaron en convertirse en comunidades completamente desarrolladas a las que acudían los soldados veteranos. En algunas se han encontrado restos de industria local, como las fundiciones de bronce y las fábricas de cerámica. Por ejemplo, en Deva (Chester), un asentamiento de Britania, los canabae se encontraban cerca del campamento principal. El anfiteatro, situado en el exterior del campamento, podía acomodar a siete mil espectadores, y era evidente que lo utilizaban los legionarios y la mayoría de los civiles, quienes también compartían el suministro de agua sacándola del acueducto de las fortificaciones. En la primera mitad del siglo II se produjo una evidente mejora en las condiciones de vida de los canabae, cuando las casas de piedra, más elaboradas, sustituyeron a los edificios de madera.

El incremento en el número de reclutas que no eran nativos de Italia y el trato dado a las familias de los soldados tuvo unos resultados importantes. Las concesiones de ciudadanía a los soldados auxiliares y a los hijos de los soldados alentó el proceso de adopción de las costumbres romanas y de su estilo de vida. Los soldados tendían a integrarse en la zona donde servían, porque se relacionaban con mujeres locales, y las legiones pasaban muchos años acantonadas en el mismo lugar. Además, con el desarrollo de las levas locales, muchos de los reclutas procedieron cada vez más de las zonas circundantes al campamento romano, a menudo de familias militares, y esto aumentó el grado de unión del ejército con su comunidad local.

Las fuentes de las que disponemos nos permiten echar un vistazo a la vida de los soldados como seres humanos normales, no como autómatas con armaduras, como Hilariano, a cuya petición en 242 respondió como sigue el emperador Gordiano III:

«Si tu mujer abandonó la provincia antes de que se la pudiera citar en el juicio por adulterio, no se puede establecer la acusación en su ausencia, y tu petición de que debería hacérsele regresar a la provincia en la que sirves como soldado no es justa. Pero podrás ejercer una acusación formal contra ella cuando tus deberes militares te lo permitan, puesto que el tiempo que has dedicado a tus obligaciones militares no debería privarte del desagravio, que, con la angustia de un esposo traicionado, exiges» (CJ 9.9.15).

TÁCTICAS DE COMBATE

Nadie duda de que los romanos eran implacables e incansables en la consecución de sus objetivos militares. La extrema brutalidad de las batallas y de los asedios de las legiones es legendaria, y Polibio dio el punto de vista griego de las consecuencias brutales de la conquista de Cartago Nova en Hispania en el año 209 a. C.:

«Escipión… envió, según la costumbre de los romanos, a la mayoría contra los de la ciudad, con la orden de matar a todo el mundo que encontraran, sin perdonar a nadie; no podían lanzarse a recoger botín hasta oír la señal correspondiente. Creo que la finalidad de esto es sembrar el pánico. En las ciudades conquistadas por los romanos se puede ver con frecuencia no sólo personas descuartizadas, sino perros y otras bestias…» (10.15.4-5).

Durante los siglos I y III d. C., los legionarios estuvieron armados con una lanza arrojadiza (pilum) y la tradicional espada hispana punzante. La táctica habitual era arrojar una andanada de lanzas, tras lo cual, los legionarios desenvainaban las espadas y cargaban para entrar en combate cuerpo a cuerpo. El objetivo era trabarse en un frente lo más amplio posible para que lucharan todos los soldados entrenados que pudieran. En una formación típica, los infantes legionarios y los auxiliares tomaban posición en el centro, mientras que la caballería, a veces acompañada por los arqueros, se desplegaba en los flancos y protegía ese despliegue al mismo tiempo que dispersaba a cualquier caballería enemiga presente. Aunque la infantería solía ser el factor crucial en una batalla, la caballería a veces se desplegaba para efectuar una emboscada o para atacar por la retaguardia. Cuando Germánico se enfrentó a la tribu germana de los queruscos, en el año 16 d. C., desbarató el ataque enemigo al enviar la caballería contra sus flancos y lanzar un contraataque contra su retaguardia mientras la infantería luchaba contra los germanos de frente. Tácito sugiere al comentar el uso de la infantería auxiliar por parte de su suegro, Agrícola, en Britania, en la batalla de Mons Graupius en el año 83 d. C., que los auxiliares a veces se utilizaban para soportar el grueso del combate y así disminuir las pérdidas de legionarios.

Las tácticas utilizadas en el campo de batalla eran responsabilidad del comandante, y uno de los legados de la política de Augusto fue que la mayoría de los comandantes del ejército procediera del Senado, que continuaron la tradición propia de las clases altas de hombres para todo, sin especialización, o eso creían ellos. No existía un alto mando, ni una academia militar, ni jerarquía de oficiales. Cada puesto era una «individualidad», y cada comandante cumplía las órdenes guiado por los consejos, por la experiencia previa o por lo que hubiera conseguido aprender de los muchos libros disponibles sobre estrategia. Los individuos prometedores del rango ecuestre podían ascender a la clase senatorial. Con el tiempo, en los periodos de crisis se produjo cierto grado de especialización militar, aunque muchos comandantes senatoriales disponían de una experiencia muy limitada antes de ejercer ese liderazgo militar. La cadena de mando la componían los legados legionarios, los tribunos militares, los centuriones y los oficiales ecuestres de la caballería y de las unidades de infantería auxiliares. Las campañas más importantes se libraban habitualmente con la presencia, y a veces bajo el mando, del emperador, quien generalmente tenía poca o ninguna experiencia militar y pediría el consejo de sus comandantes veteranos y sus compañeros (comites), aquéllos a los que se les pedía oficialmente que le acompañasen y lo aconsejasen.

La falta de experiencia militar sustancial entre los comandantes del ejército pudo reprimir el desarrollo de la tácticas estratégicas, y de hecho los romanos solían ser conservadores. Por tanto, es posible que los libros de texto militares y las recopilaciones de estratagemas que se publicaron en el imperio realmente estuvieran pensadas para ser una guía de generales contemporáneos. No obstante, de vez en cuando se producían innovaciones, sobre todo en la guerra contra Partia, donde los romanos se enfrentaron a arqueros montados y a fuerzas de caballería formidables, algunas de las cuales llevaban armaduras. Al principio, los comandantes romanos recurrieron a un cuadrado defensivo hueco con el tren de equipaje en el medio, pero esta táctica quedó superada en la batalla de Carras del año 53 a. C. Una estratagema de mayor éxito era usar arqueros y tiradores de honda para mantener a la caballería a raya y, a continuación, desplegarse en formación de tortuga (testudo) en batalla abierta. En este caso, la primera fila de legionarios se arrodilló sujetando ante sí los escudos, mientras las filas sucesivas sujetaban sus escudos sobre la fila que estaba delante de ellos, para conseguir formar una barrera similar a un techo de tejas. Arriano, cuando defendió la provincia de Capadocia en torno al año 135 d. C. contra los alanos, que usaban caballería armada, aproximó a sus legionarios en una formación defensiva igual que la falange griega, en la que los que estaban en las primeras filas llevaban una larga lanza que empujaban hacia delante. Apoyó esta inusual formación con una importante fuerza de caballería y planeó una descarga concentrada de proyectiles para abrir la batalla. A partir del siglo II, los romanos formaron sus propias unidades de caballería pesada, algunas de las cuales iban a caballo y el jinete llevaba una armadura. La intención habría sido la de intimidar al enemigo con su apariencia temible y su avance imparable.

LA BRUTALIDAD ROMANA EN LA GUERRA

Augusto hace una referencia casual en las Res Gestae:

«En el caso de que los pueblos extranjeros pudieran ser perdonados sin que supusieran un peligro, prefería liberarlos que exterminarlos» (3.2).

La destrucción total fue siempre una opción, y Domiciano, al referirse a la derrota de una tribu en Numidia, dijo:

«He prohibido existir a los nasamones» (Dion 67.4.6).

Como en la República, los romanos imperiales reconocían tener pocas limitaciones cuando debían tratar con pueblos cuya resistencia consideraban obstinada, y los no combatientes a menudo se convertían en objetivos. Tras el motín de las legiones germanas del año 14 d. C., Germánico las hizo cruzar el Rin para redimirse por su indisciplina matando al enemigo:

«El César dispuso sus ávidas legiones en cuatro cuñas, para que la devastación fuera más amplia; saquea un territorio de cincuenta millas a sangre y fuego. Ni el sexo ni la edad fueron motivo de compasión; tanto las edificaciones civiles como las sagradas, e incluso el templo más frecuentado entre aquellas gentes, llamado de Tafana, quedaron arrasadas» (Tácito, Annales 1.51).

A los romanos no parecían preocuparles las consecuencias periféricas de sus operaciones militares. En la época posterior a la invasión fallida de Trajano en Partia entre los años 115 y 117, los judíos de la Diáspora se rebelaron y en Chipre se perdieron 250 000 vidas en las batallas entre griegos y judíos en 117 d. C.

Una vez que la campaña hubo acabado, los romanos a menudo deportaban a hombres que estuvieran en edad de cumplir con el servicio militar, y a mujeres y a niños a una ubicación diferente. En ocasiones, se veían involucrados grandes números de personas. Plautio Silvano Eliano, gobernador de Mesia en el Danubio, bajo el reinado de Nerón, celebró este tipo de actuación entre sus hazañas:

«Trajo a más de 100 000 transdanubianos para el pago de impuestos, junto con sus mujeres, hijos y líderes o reyes» (Braund, 1985, n.º 401).

El terror puro y simple fue otra táctica, y Julio Frontino, que sirvió como gobernador de Bretaña (73/74-77 d. C.), escribió sobre estrategias así como sobre el manejo de los acueductos, cita el ardid de usar cabezas cortadas de enemigos para intimidar a los supervivientes y poner fin a una guerra tras triunfar en una batalla. Sus comentarios no eran simplemente teóricos. Una tumba recientemente descubierta en Lancaster representa con orgullo a un jinete que mostraba una cabeza cercenada. Por tanto, cuando las tropas de Trajano le ofrecieron varias cabezas cortadas de enemigos, tal y como se ve en su columna, probablemente estaban llevando a cabo una práctica romana bien establecida. En este contexto, no resulta extraño encontrar al historiador Floro, del siglo II, jactándose del tratamiento dado a los tracios:

«A los cautivos se los trataba salvajemente a fuego y espada, pero los bárbaros pensaban que no había nada más terrible que dejarlos vivos después de cortarles las manos y obligarlos a sobrevivir con su castigo» (1.39.7).

Un emperador que tenía éxito en la guerra podía disfrutar de una procesión triunfal por el centro de Roma, en la que los líderes derrotados de los enemigos desfilaban ante los espectadores, antes de ser humillados ritualmente y ejecutados según el ceremonial correspondiente.

Los derrotados no tenían refugio alguno, puesto que el ejército romano contaba con una poderosa artillería pesada y con mecanismos de asedio que sistemáticamente erradicaban cualquier resto de oposición. Este tipo de operación militar se usaba en ocasiones para pacificar pueblos dentro de las provincias romanas y a menudo ninguna fuente literaria los recogía, pero algunas rebeliones nativas acababan convirtiéndose en una auténtica guerra que requería una intervención militar sustancial de Roma. Incluso después de que la rebelión judía del año 66 d. C. fuera aplastada y Jerusalén cayera en el año 70, los romanos siguieron con la guerra y, durante seis meses, Flavio Silva mantuvo el asedio a los judíos que resistían en la gran fortaleza de Herodes de Masada. El sitio romano construido en terreno en pendiente se cernía amenazadoramente sobre los defensores y el gran montículo del cerco (los restos del cual todavía están en pie actualmente) se elevó hasta una altura de más de 90 metros, y una enorme plataforma de piedra se construyó encima para que sirviera como base segura para las diversas armas de asedio. Había que recorrer largas distancias para llevar agua y provisiones hasta allí, tarea de la que se encargaban prisioneros judíos, y los asediadores probablemente necesitaban unos 26 000 litros de agua diariamente. La operación acabó con el asalto de la fortaleza y el suicidio de los defensores, 960 hombres, mujeres y niños; sólo hubo siete supervivientes (Josefo, Guerra de los judíos 7275-406). La última revuelta en Judea, que tuvo lugar entre los años 132 y 135 d. C., causó más de un millón de bajas de guerra tan sólo en el bando de los judíos. La guerra sin cuartel fue un instrumento del poder romano incluso dentro de los confines de los territorios que gobernaban, y el ejército no cambiaba significativamente sus métodos ya se tratara de rebeliones o de guerras de conquista. Tácito conocía muy bien el impacto psicológico de la violencia romana, tal y como vemos en sus comentarios sobre la masacre de diez mil personas en la península de Crimea:

«Con la destrucción de Uspe se provocó el miedo en los demás, quienes pensaban que ya no había nada seguro una vez que se allanaban por igual ejércitos, fortificaciones, lugares impracticables o eminentes, ríos y ciudades…» (Anales 12.17).

PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA

El ejército romano fue la mayor institución patrocinada por el Estado del mundo antiguo. Los emperadores obtenían prestigio y protección de él y también ofrecía la posibilidad de llevar a cabo aventuras militares. ¿Cómo se usaba este poderoso argumento? En el mundo moderno de los Estados-nación, los límites y fronteras son de gran importancia y, en consecuencia, el estudio de las relaciones internacionales es importante. Sin embargo, el Imperio romano no tenía ninguna estructura que justificara formular una política consistente para las zonas fronterizas o para dirigir el contacto con los pueblos en la periferia de la estructura provincial formal. No había ningún cargo que se ocupara del exterior, ni ministro del exterior, y tampoco cuerpo alguno que tomara decisiones. El emperador, efectivamente, tomaba decisiones que le iban bien, y pedía opinión a sus consejeros de mayor edad si así lo deseaba; cada decisión se tomaba individualmente y a propósito para cada situación. Si no había ningún alto mando del ejército, era posible que los generales no tuvieran la experiencia necesaria para tratar con algunos pueblos hostiles. Todo ello iba en contra del desarrollo de una política consistente. Otro factor importante era que los romanos del periodo imperial mantenían unos valores ciertamente militares y nunca perdieron realmente su actitud de superioridad que se remontaba a Augusto y a su programa de conquistas. El ejército, mediante sus victorias, perpetuó y animó esta ideología. Es famoso el verso de la Eneida de Virgilio en el que Júpiter, pomposamente, dice que dio a los romanos un «poder sin límites»; jamás habría escrito algo así sin creer al menos que era factible; sus palabras habrían sonado ridículas si su público no hubiera pensado del mismo modo. También había definido el papel de los romanos: perdonaban a los oprimidos (es decir, a quienes reconocían el derecho obvio de Roma a gobernar) y «se enfrentaban» a los arrogantes (es decir, a cualquiera que se resistiera). Incluso el centrado Livio podía escribir que la gloria militar del pueblo romano era tan grande que resultaba obvio que su fundador era Marte. Antes de esto, Lucilio, el escritor de sátiras del siglo I a. C., había afirmado que los romanos en ocasiones habían perdido una batalla pero nunca una guerra, y la guerra lo significaba todo. Floro, el belicoso historiador, despreciaba a los pueblos extranjeros y creía que los enemigos de Roma eran prescindibles, puesto que ni siquiera sabían qué era la paz (2.29). Tal y como lo veían los romanos, no existía el concepto de una frontera como barrera formal. Por consiguiente, muchos escritores, aunque asumían la capacidad de Roma para derrotar a otros pueblos, argumentaban que si las tierras se dejaban sin conquistar, era porque no valían la pena:

«Estos emperadores también anexionaron a su imperio algunos pueblos y sometieronn a otros que habían hecho defección. A pesar de que poseen lo mejor del mar y la tierra, prefieren, en una palabra, conservar su imperio por medio de la prudencia a extenderlo de modos indefinidos sobre tribus bárbaras, pobres y nada provechosas… Han colocado en torno a su imperio grandes campamentos y custodian una extensión tan grande de tierra y de mar como si de una plaza fuerte se tratara» (Apiano, Historia Romana, Prefacio 7).

Con este tipo de trasfondo intelectual, no resulta sorprendente que las clases superiores mantuvieran unos fuertes valores militares, y no cabe duda de la importancia que siguió teniendo para muchos senadores ostentar cargos militares y dirigir ejércitos dentro de las prácticas habituales de las clases superiores, aunque hubiera otros veinte modos diferentes de labrarse un nombre. Con toda seguridad, hubo senadores que apoyaron una política exterior arriesgada, con la esperanza de salir beneficiados. Esto nos lleva a la cima de la jerarquía oficial y a las ambiciones militares de los emperadores, que eran ejemplos destacados de la ideología militarista, por la forma en la que se vestían, por cómo se presentaban en términos de títulos, honores y desfiles militares, por cómo el arte los plasmaba y, especialmente, por el hecho de que tomaran las riendas personalmente de las frecuentes campañas militares. Por consiguiente, podemos deducir que las relaciones con los pueblos extranjeros y la guerra podrían depender de la personalidad del emperador y de los ritmos de la política imperial.

Los historiadores se enfrentan al problema de que los antiguos escritores sólo ofrecían un análisis limitado de las zonas fronterizas y del desarrollo de la política romana, aunque en Tácito encontramos algunos comentarios útiles sobre la política romana en Germania justo después de la muerte de Augusto.

Al parecer, en una cita de una carta de Tiberio a Germanio concede la importancia que se merecen las ventajas de la diplomacia por encima de la guerra para asegurar los intereses romanos en el Rin. En otra parte, se muestra crítico con el emperador por llevar a cabo una política exterior indolente, donde Roma apenas tomaba la iniciativa o realizaba acción alguna. No obstante, esta podría ser una forma de criticar a un emperador poco popular. Resulta interesante que Dion Casio, que normalmente aprobaba las acciones de Trajano, no pudiera encontrar razones para sus campañas militares en el año 38 en Dacia y en Partia, al margen del deseo de obtener reconocimiento, por tanto el emperador quería demostrar su virtus mediante la gloria militar. Salta a la vista a partir de los comentarios realizados por Dion sobre la política de Septimio Severo de invadir Partia y crear la provincia de Mesopotamia que existía un conflicto entre la ideología militar y el análisis racional. Severo había afirmado que la seguridad era la razón que lo guiaba, es decir, proteger la provincia de Siria. Dion se mostró mordaz; no sólo la expedición fue horrendamente cara, sino que tuvo el efecto contrario, puesto que puso a los romanos en contacto con pueblos extraños y sus guerras, sin conseguir beneficio alguno. Severo, por supuesto, necesitaba librar una guerra decente contra enemigos extranjeros para alejar la atención de las recientes guerras civiles. La política nacional, la ideología militar y la política exterior imperialista desempeñaron cada una un papel especial en esa adquisición de nuevos territorios, que no era del gusto de todos los senadores.

En el contexto de los problemas de nuestras fuentes, la arqueología tiene una función especial para identificar fuertes, campamentos, muros, carreteras y otras instalaciones militares, aunque a veces hay problemas para hacer una datación precisa y descubrir el propósito de los edificios. En algunas áreas, la investigación arqueológica permite llevar a cabo algún logro destacado, como por ejemplo cuando se logró identificar el lugar de la derrota de Varo en Kalkriese, en Germania, el año 9 d. C. Otro ejemplo es la historia del sitio y destrucción del puesto fronterizo romano en Dura-Europos en el Éufrates a manos del rey persa Shapur I en 256, que ninguna fuente literaria menciona. Los restos arqueológicos hallados allí muestran vívidamente la batalla por el control de la ciudad, en la que los persas usaron minas para tirar la fortificación, y los romanos contraatacaron excavando un túnel. Los esqueletos de al menos diecinueve soldados romanos y un soldado persa todavía con la armadura puesta se encontraron en la mina; los persas probablemente los habían oído llegar y los asfixiaron llenando el túnel de humo. Entonces, arrastraron los cuerpos para bloquear la entrada a la mina romana, antes de derrumbarla deliberadamente.

No obstante, a pesar de los logros de la arqueología, seguimos con poca información sobre el propósito y el desarrollo de la política romana para tratar con los pueblos extranjeros, y es tentador recurrir a analogías modernas. Una sugerencia interesante es que los romanos tenían una especie de «gran estrategia», que cambiaba conforme lo hacían las circunstancias militares. Desde el siglo I d. C. hasta la dinastía Flavia, los romanos no siguieron ninguna línea formal de defensa pero mantuvieron grandes concentraciones de tropas cerca de las zonas fronterizas; según las necesidades, las tropas se movían para controlar incursiones; además contaban con el apoyo de las fuerzas de los gobernantes aliados. Después, a partir de finales del siglo I hasta el final del II, se desarrolló un sistema de defensa con una frontera lineal, basado en unas fronteras cuidadosamente pensadas o «científicas». Esta defensa exclusiva servía para tratar con todas las amenazas que podían originarse fuera de la línea fronteriza, y así protegía a los habitantes del territorio romano. En la fase crítica del siglo II, con las reformas militares de Diocleciano y Constatino, se creó un sistema defensivo profundo. El Rin, el Danubio y, en menor extensión, el Éufrates formaban parte de las líneas de defensa acuarteladas de la segunda y tercera fase. Una característica importante de este sistema era el uso del poder y la influencia de los romanos sobre otros pueblos, así como la amenaza de la acción agresiva para mantener el control. La fuerza estaba disponible mediante la presencia de las legiones, pero cuando la fuerza se usaba, al contrario que el poder, se gastaba y se reducía.

Este análisis es probablemente demasiado esquemático, puesto que había grandes diferencias en el despliegue militar en las diversas partes del imperio, y puede llevar al error de hablar de una estrategia de ámbito imperial. Además, implica una mentalidad esencialmente defensiva, que no encaja con el pensamiento romano. Otras explicaciones son más convincentes; en algunas áreas, los romanos pudieron simplemente haber perdido su fuerza para seguir adelante al quedarse sin tropas o recursos. En otras ocasiones, en las zonas fronterizas, ciertos factores sociales, económicos y culturales complejos habrían contribuido a la política romana. Tal vez el avance del imperio flaqueó cuando la ecuación ya no estaba a su favor, por ejemplo, en áreas de pobreza ecológica donde no resultaba beneficioso ocupar la tierra, o simplemente porque no resultaba factible llevar provisiones. Las condiciones locales en torno a las fronteras pudieron, por tanto, haber contribuido significativamente a la respuesta romana. Incluso en el caso del Muro de Adriano en Bretaña que unía Bowness con Wallsend, y que estaba manejado por auxiliares, aparentemente un ejemplo claro de una estructura defensiva para proteger el territorio romano, la realidad era probablemente más compleja; las legiones estaban ubicadas muy lejos del muro, cosa que tal vez era intencionada para controlar el tráfico de salida y entrada en la provincia.

Las grandes aventuras ofensivas, especialmente las que requirieron grandes guerras, como cuando los ejércitos enemigos invadieron Britania, Dacia y Partia, tuvieron mucho que ver con el carácter del emperador, la situación política de ese momento y la importancia persistente de la ideología militar. Claudio era una figura poco atractiva: era cojo, le temblaba la cabeza y babeaba; también era políticamente débil por la forma en la que había llegado al poder, empujado por la guardia pretoriana después del asesinato de Calígula. Intentó reivindicarse lanzando la invasión de Britania en el año 43 d. C., sin motivos económicos o estragéticos, que requería la concentración de una enorme flota, cuatro legiones y unos 40 000 hombres. Según Suetonio, Claudio quería un triunfo formal, y pensó que Britania era el único lugar adecuado para ello. Desde luego, aprovechó la gloria militar, puesto que apareció en Britania en el clímax de la campaña de invasión, poniendo en escena un triunfo impresionante y extendiendo el límite sagrado de la ciudad de Roma (ya que había añadido nuevos territorios al imperio), e incluso llegó a dar a su hijo el nombre de Británico. En un discurso al Senado, se jactaba de este modo:

«Temo parecer algo arrogante y haber buscado una excusa por vanagloriarme de la extensión que he llevado a cabo de los límites del imperio más allá del océano» (ILS 212).

A pesar del continuo aumento del territorio del imperio a lo largo de dos siglos (varias áreas fueron anexionadas sin recurrir a la guerra) y al recurso ofensivo del ejército profesional, los romanos no ignoraban los beneficios de la diplomacia. En el este, desde Augusto a Trajano, se había preservado un precario equilibrio de poder sin serias guerras contra el imperio de los partos, que era relativamente estable y sofisticado. Los elementos esenciales eran el control nominal de Armenia por parte de Roma gracias a poder elegir a sus reyes, la función del Éufrates, que servía de forma efectiva como frontera (y era muy extraño que Roma aceptara algo así), y la buena voluntad de Roma de mantenerse al margen de los asuntos políticos de Partia. Tras algunas batallas inconsistentes llevadas a cabo por el general Domicio Corbulo, bajo el mandato de Nerón, se llegó a un inteligente compromiso el año 66 d. C.; los romanos aceptarían al hombre que propusieran los partianos para ser rey de Armenia siempre y cuando fuera a Roma para que el emperador lo coronara. No está claro si la posterior decisión de Vespasiano en la década de los setenta de convertir Capadocia en una provincia armada con una guarnición de dos legiones fue una medida que se tomó por la percepción de un debilitamiento de la influencia de Roma en Armenia. En cualquier caso, el acuerdo podía operar como una alternativa a una política agresiva en Armenia y Partia.

Trajano puso fin sin más a la tregua el año 114, prometiendo anexionar Armenia y rechazando todas las aproximaciones diplomáticas de los partos. Disfrutaba de la emoción de llevar a sus hombres a la batalla y quizás tenía en mente las hazañas del gran conquistador, Alejandro Magno. La campaña posterior, que tenía como objetivo un cambio de régimen en Partia y la adquisición de nuevas provincias fue un desastre militar, de modo que tras la muerte de Trajano, Adriano rápidamente retiró las tropas en el año 117. Sin embargo, el daño estaba hecho, y las relaciones entre romanos y partos ahora se caracterizarían por la sospecha y la hostilidad, que culminaría en el ataque contra Partia que llevó a cabo Septimio Severo y la creación de la nueva provincia de Mesopotamia. En el año 200 d. C., había ocho gobernadores provinciales a lo largo de las zonas fluviales del norte del imperio: la Germania Inferior (dos legiones), Germania Superior (dos legiones), Retia (una legión), Nórico (una legión), Panonia Superior (tres legiones), Panonia Inferior (una legión), Mesia Superior (dos legiones), Mesia Inferior (dos legiones); en resumen, catorce de las treinta y tres legiones en servicio estaban ubicadas a lo largo de las orillas del Rin y del Danubio, con otras dos más, cruzado el Danubio, en Dacia; además, había más de cien unidades de infantería auxiliar y caballería. Había también diez legiones en el este, la mayoría cerca del Éufrates y el Tigris: dos en Capadocia, dos en Siria Coele, una en Siria Fenicia, dos en la Palestina Siria (Judea), dos en Mesopotamia, y una en Arabia; además, en el siglo II, había al menos siete escuadrones de caballería y veintidós cohortes auxiliares en Siria. Aunque los romanos no necesariamente consideraban los ríos comos barreras defensivas, sino más bien como medios de comunicación y una forma de transportar hombres y provisiones a sus diferentes bases militares, los ríos sí que actuaron como una puerta de la estructura militar romana hacia el siglo III. Simbólicamente, los romanos añadieron los ríos a su imperio y los mostraban como aliados. El río normalmente era personificado como un hombre con barba, que se presentaba para ayudar a las legiones. En una moneda acuñada bajo el gobierno de Trajano se representa esta idea vívidamente: en ella se muestra al río Danubio presionando con la rodilla y agarrando por la garganta a una figura femenina, que representa a Dacia aplastada, enfatizando el completo control que los romanos tenían sobre el país y el entorno (Coins of the Roman Empire in the British Museum III, p. 168, n.º 793).