Capítulo 6

Levantó a Carrie con la misma facilidad con la que había levantado a Emily el día anterior, poniendo en evidencia la superioridad física que tenía sobre ella. El sentido común le decía a Carrie que debería estar preocupada. Estaba sola con un hombre mucho más alto y fuerte que ella al que prácticamente no conocía de nada.

Pero no sentía miedo, ni siquiera una mínima punzada de ansiedad. La intuición le aseguraba que estaba a salvo con Tyler. Todo lo salvo que quisiera estar.

Volvió la cabeza y sus miradas se encontraron.

Tyler se quedó mirándola fijamente, hundiéndose en las profundidades de sus ojos azules. Su mal humor se había evaporado. De pronto, el calor ya no le parecía insoportable, y las risas de la televisión no le provocaban ganas de cometer un crimen.

Tenía una mano apoyada en la curva de la cintura de Carrie, y la otra en su muslo. A través del vestido, sentía el calor de su piel. Y sentía también cómo se tensaba su propio cuerpo y empezaba a palpitar de puro placer.

—¿Haces esto muy a menudo? —musitó Carrie.

Tyler continuaba abrazándola, complaciéndose en silencio por el hecho de que no hubiera intentado levantarse, pues dudaba que la hubiera dejado hacerlo. Era toda una revelación descubrir aquella faceta tan primitiva de su carácter que no había aflorado en toda su vida.

—¿El qué? —preguntó, intentando ganar tiempo.

—Me refiero a esa forma tan especial de levantarme y ponerme en tu regazo —estalló Carrie.

—Bueno —admitió a regañadientes—, la verdad es que suelo ser más suave y sofisticado. Más sutil —sonrió con ironía—. Pero esta vez me he lanzado sobre ti como ese gato loco se lanza sobre sus presas.

Detective ya no caza —le aseguró Carrie—. Ahora tiene una familia y una casa; sus días de cazador han terminado.

—Humm. Lo dudo. Creo que sólo está probando la vida doméstica, pero que retornará a la vida salvaje en cuanto se aburra.

Carrie lo negó con la cabeza.

—Su transformación es completa. El tiempo demostrará que tengo razón.

—¿Vamos a estar hablando de ese estúpido gato toda la noche?

—¿De qué prefieres que hablemos? ¿De la publicidad de tu empresa? —se burló Carrie—. Sí, supongo que eso sí te parece un tema fascinante —sin pararse a pensar en lo que hacía, le rodeó el cuello con los brazos, abrazándolo con tanta libertad y naturalidad como él la estaba abrazando a ella.

—Creo que preferiría no hablar de nada —contestó Tyler. Estiró las piernas de tal forma que Carrie tuvo que estrecharse más contra él.

Volvieron a mirarse a los ojos. Carrie se sentía perdida en las profundidades de sus ojos. La cabeza empezó a darle vueltas. Tyler tenía unos ojos tan bonitos, pensó. Y una boca tan sensual… Alargó la mano para dibujar el perfil de sus labios, y se le olvidó invocar los recuerdos de Ian para acabar con la magia del momento; se le olvidó de todo, salvo del febril deseo que la atravesaba.

Tyler deslizó delicadamente la mano por el muslo de Carrie y continuó, por encima de la tela del vestido, por la suave curva de su vientre. Buscó después su cuello para besarlo y mordisquearlo, para saborear su piel sedosa, mientras continuaba acariciándola de forma cada vez más posesiva.

La joven sintió un río de fuego extendiéndose por todo su cuerpo. Estaba un poco preocupada por la inesperada intensidad del placer que las caricias de Tyler le provocaban. Pero le gustaba tanto lo que le estaba haciendo, que quería que continuara. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para facilitarle a Tyler el acceso a su garganta. Y, cuando fue consciente de que las caricias de Tyler se dirigían hacia sus senos, no se le ocurrió detenerlo.

Tyler cerró la boca sobre sus labios, besándola con una pasión voraz, haciéndola temblar de deseo. Carrie entreabrió los labios con un gemido casi inaudible y se arqueó contra él mientras hundía los dedos en su oscura mata de pelo. Tyler deslizó entonces la lengua en su boca, reclamando la sedosa humedad que escondía allí.

Carrie gimió otra vez contra la ardiente boca de Tyler. Le resultaba imposible pensar con claridad. Sabía que no debería estar haciendo aquello, pero también que no soportaría tener que poner fin a esa situación.

—Te estás reprimiendo —le dijo Tyler con cierta rudeza—. Bésame como me besaste la primera noche —el recuerdo de aquellos besos avivó la llama del deseo que ardía en su interior—. Mete la lengua en mi boca —le pidió. Después de la apasionada respuesta que había recibido el sábado por la noche, no podía conformarse con menos.

Aquellas órdenes tan explícitas y sensuales la excitaron. Carrie se sentía violentamente femenina, sentía una voluptuosa necesidad de entregarse a él y un deseo igualmente intenso de disfrutar del placer que le ofrecía.

Se inclinó hacia Tyler y cuando éste volvió a besarla, lo abrazó con fuerza y reclamó su boca con los labios y la lengua. El deseo se extendía hasta los rincones más insospechados de su cuerpo.

Tyler le tomó los senos con ambas manos por encima del vestido y le rozó los pezones, que se irguieron inmediatamente ante aquel mínimo contacto. La respuesta de Carrie fue impresionante; ahogada en un gozo sin límite, se estremeció y jadeó expresando un sentimiento inconfundible.

—Eres muy sensible —dijo Tyler con voz ronca, en un tono que la excitaba todavía más—. Sabía que sería así. Una mujer tan apasionada como tú tenía que ser… Y tu forma de besar… tus besos… —Se le quebró la voz. Le costaba hilar los pensamientos en el estado en el que se encontraba.

Continuó acariciándole los pezones, sometiéndola a una tortura exquisita, haciéndola palpitar de deseo sin dejar de besarla.

Carrie sentía que estaba perdiendo el control de la situación, pero no podía hacer nada para recuperarlo. Y tampoco quería hacerlo. Deslizó las manos por los hombros de Tyler, deleitándose en la fuerza de sus músculos. Se retorcía de placer en su regazo, exaltada por la fuerza desenfrenada y palpable de la excitación de Tyler.

Tyler, por su parte, estaba asombrado por la intensidad de sus propios sentimientos, por la fuerza de su deseo. Siempre se había sabido capaz de satisfacer a una mujer, y también de satisfacer sus propias necesidades, pero jamás había sentido latir su propia sangre de aquella manera, impulsada por un deseo casi inhumano.

Respirando con dificultad, agarró la tela del vestido y metió la mano por debajo, para buscar la piel de sus muslos. Fue avanzando lentamente hacia su vientre y descendió después por el valle que ocultaban sus piernas. Sintió el húmedo calor en el que se materializaba el deseo de Carrie y empezó a acariciarla. Carrie, casi sin respiración, soltó un gemido y separó las piernas, en una silenciosa, pero inconfundible invitación.

Una nueva oleada de deseo salvaje envolvió a Tyler, pero sólo pudo insistir en aquella locura durante unos segundos.

—Tyler, no. —Carrie le apartó bruscamente la mano—. Tenemos que detenernos —dijo, levantándose y cruzando rápidamente la habitación.

—No tenemos ningún motivo para detenernos —repuso Tyler. La sangre le latía en los oídos y todo su cuerpo palpitaba de deseo—. Tú no quieres parar, y yo tampoco, Carrie. Ambos…

—Debes de pensar que soy una especie de mujerzuela —se lamentó Carrie, sin dejar de andar—. No puedes pensar otra cosa de mí. Si tengo en cuenta cómo me he comportado, hasta a mí me parece que soy una mujerzuela.

—No eres una mujerzuela, Carrie.

Pero sus palabras no le proporcionaron a Carrie ningún consuelo.

—¿Qué otra cosa vas a decir tú? Eres demasiado sutil para decirme la verdad.

Tyler cerró los ojos.

—Es obvio que esta noche no he sido tan sofisticado ni tan sutil como te he dicho.

—No entiendo cómo ha podido ocurrir, después de todo lo que nos dijimos ayer… —Carrie se interrumpió, consternada. Su propio cuerpo la había traicionado imponiéndose a sus nobles propósitos, dejándose arrastrar por una motivación puramente física.

Tyler intentaba recordar lo que se habían dicho el día anterior. Su mente estaba bloqueada por la frustración, y su capacidad de recordar era bastante limitada.

—¿Te importaría mucho sentarte? —le dijo—. No paras de moverte y me está entrando dolor de cabeza.

—He traicionado a Ian. —Carrie se detuvo un momento, pero sólo para empezar a caminar todavía más de prisa. El episodio de aquella noche no se lo podía atribuir ni a la compasión ni a la curiosidad. El único responsable era el deseo febril que sentía hacia Tyler.

Y lo peor de todo era que cuando intentaba recordar si alguna vez había deseado a Ian de una forma tan intensa, no podía. Con el paso del tiempo, Ian había llegado a convertirse en una imagen etérea, en una especia de santo al que había dejado de relacionar con los pensamientos y deseos más terrenales.

—He traicionado a Ian y te he utilizado a ti. Lo siento, Tyler.

—¿Te estás disculpando por haberme utilizado?

Carrie asintió, angustiada. Le había dicho a Tyler que no tenía ningún interés en tener una aventura con nadie, y él la había creído. Pero todo lo que había hecho hasta entonces desmentía sus palabras.

—Todavía estoy enamorada de Ian, pero yo…

—Carrie, en mi modesta opinión, unos cuantos besuqueos no son ninguna traición.

Carrie se sonrojó. Le parecía inaudito que Tyler redujera tan tranquilamente el valor de aquella explosión que había hecho tambalearse su pequeño mundo. Se sentía avergonzada, herida y resentida y estaba buscando desesperadamente las palabras con las que podría conseguir que Tyler sintiera lo mismo.

—Ian está muerto. Estás enamorada de Ian, pero él ya no está aquí para que puedas traicionarlo. En el matrimonio se promete fidelidad «hasta que la muerte nos separe», ¿no es cierto? Pues bien, a vosotros os ha separado la muerte. Esas promesas ya no tienen ningún valor.

Carrie se quedó paralizada. Tyler observó que desaparecía el color de sus mejillas y se le llenaban los ojos de lágrimas. Frunció el ceño, enfadado consigo mismo. Ya lo había hecho; sabía que acababa de romperle el corazón.

Pero lo que había dicho era cierto, y Carrie necesitaba oírlo. Por doloroso que fuera, tenía que enfrentarse al hecho de que sus necesidades y deseos no habían muerto con su marido. Se levantó y se acercó hasta donde estaba ella.

—Carrie, no llores —le suplicó y ordenó al mismo tiempo.

—No voy a llorar —pestañeó con fuerza, decidida a contener las lágrimas—. Estoy orgullosa de no haber vuelto a llorar desde el día que nacieron los trillizos. Es cierto que muchas veces se me llenan los ojos de lágrimas y que no me costaría mucho llorar, pero me fuerzo a no hacerlo.

—Quizá fuera más fácil para ti si te permitieras llorar de vez en cuando —le dijo, sorprendiéndose él mismo de su consejo. Cuando veía llorar a una mujer se sentía muy incómodo; al primer sollozo, procuraba desaparecer siempre de escena.

—Llorar no sirve de nada —esbozó una tímida sonrisa, parecía que había vuelto a recuperar el control—. Además, se te ponen los ojos rojos, te moquea la nariz y te quedas con un aspecto horrible. No gracias, prefiero no llorar.

—Carrie, no podrías parecer horrible aunque lo intentaras —repuso Tyler con voz ronca, y en un impulso posó la mano en su mejilla.

—Gracias, pero sé por experiencia propia que no tienes razón —se alejó rápidamente de él, para impedir que la tocara. Estaba agotada, y quería que Tyler se marchara—. Se está haciendo tarde…

—Sí, muy tarde. Son las nueve en punto —contestó Tyler con ironía—. Al final siempre caemos en lo mismo. Tú terminas echándome.

—No hay ninguna razón para que te quedes.

—Tienes razón —contestó Tyler, mucho más afectado por su rechazo de lo que debería—. No hay ninguna razón para que siga merodeando por aquí —se dirigió hacia la puerta y Carrie lo siguió, probablemente para asegurarse de que se marchaba.

Pero la puerta de la calle se abrió cuando estaban llegando al vestíbulo y apareció Ben, que se quedó atónito al encontrarse a Tyler allí.

—¿Ha pasado algo? —preguntó, mirando alternativamente a Carrie y a Tyler—. ¿Están bien los niños? ¿Estás tú bien, Carrie?

—Todos estamos estupendamente, Ben —le aseguró Carrie—. Tyler ha venido a traerme unas cosas, pero ya se iba.

—¡Eh, no hace falta que te vayas tan rápido! —exclamó Ben—. Carrie, ¿por qué no nos preparas una bebida fría y…?

—Ya le he invitado a un té frío —repuso Carrie con firmeza—. Se lo ha bebido y ahora quiere irse. Hace demasiado calor para él en esta casa. Está acostumbrado al aire acondicionado y con el calor le salen sarpullidos.

—¿Sarpullidos con el calor? —repitió Tyler indignado. Lo estaba haciendo parecer una especie de pelele.

—No tienes por qué avergonzarte —lo consoló Ben—. Le puede ocurrir a cualquiera.

—¡Pero a mí no me ocurre! —Tyler se dirigió hacia la puerta, pero antes de marcharse se volvió hacia Ben—. Tengo entendido que has pasado parte del fin de semana con Rhandee. ¿Qué tal te ha ido?

—Rhandee. —Ben susurró su nombre—. Oh, Dios mío, ha sido maravilloso. Rhandee es maravillosa —de pronto, desapareció la beatífica sonrisa de sus labios—. Eso me recuerda la razón por la que estoy aquí, Carrie. ¿Te importaría decirle a tu hermana que ya soy suficientemente mayorcito para controlar mi vida, y que no me gustan ni sus intromisiones ni sus regañinas? Dile que deje de meter la nariz en mis asuntos.

Carrie no pudo evitar una sonrisa.

—¿Tan terrible ha sido?

—Peor que terrible —gruñó Ben—. Se puso hecha un basilisco cuando se enteró de que me había acostado con Rhandee la misma noche que la conocí. Y yo…

—Sólo por curiosidad, ¿cuántas horas pasaron desde que os conocisteis hasta que terminasteis en la cama? —preguntó Tyler.

Carrie lo fulminó con la mirada y Ben suspiró.

—Sé que sólo estás bromeando, Tyler, pero Alexa me hizo la misma pregunta, y te aseguro que ella no estaba de broma. Después se puso a soltarme una reprimenda sobre los riesgos del sexo y a acusarme de actuar como un vulgar mujeriego, igual que Ryan Cassidy. Ryan Cassidy, ¡cuando ella sabe cuánto odio a ese tipo y…!

—Tú no eres como Ryan Cassidy —lo tranquilizó Carrie.

—¿Os referís a Ryan Cassidy, el dibujante?

Carrie y su hermano intercambiaron miradas y Tyler advirtió que en los ojos de ambos hermanos se reflejaba la misma hostilidad.

—¡Dibujante, ja! —exclamó despectivamente Ben—. Sus historietas son estúpidas. ¡Ni siquiera sabe dibujar!

—Sus tiras cómicas son muy populares —señaló Tyler—. Han tenido un éxito extraordinario. La editorial Tremaine sacó un libro con ellas el año pasado y batió todos los récords de ventas.

—Pues nosotros no lo compramos —contestó Carrie.

—Parece que tenéis algo personal contra él —comentó Tyler, con curiosidad.

—No nos gusta —admitió Ben—. Haría falta mucha azúcar para endulzarle el carácter —le guiñó el ojo a Carrie, que sacudió la cabeza a modo de advertencia.

Ben, por supuesto, pensaba que estaba hablando en clave y que Tyler no podría entenderlo, pero éste abrió de repente los ojos de par en par.

—Alguien metió una considerable cantidad de azúcar en el tanque de gasolina del descapotable de Cassidy, un Ford del 64, hace un par de años. Yo llevaba un montón de tiempo intentando convencerlo de que me vendiera el coche, y nunca lo conseguía. Hasta que el azúcar destrozó el motor y el coche perdió gran parte de su valor…

—Yo diría que quedó destrozado —lo corrigió Ben.

—¿Fuiste tú el que le metió el azúcar? —preguntó Tyler, mirándolo impresionado—. ¿Cómo fuiste capaz de destrozar un coche como ése? ¿Por qué se te ocurrió hacer esa barbaridad?

—Ben, no digas nada más —le advirtió Carrie.

Pero Ben la ignoró.

—Cassidy es un cretino que le rompió a Alexa el corazón. Era justo que sufriera tanto dolor como él había causado, pero como no tiene corazón, tuvimos que contentarnos con…

—Destrozar su coche —concluyó Tyler. Le dirigió a Carrie una dura mirada—. ¿Tú también participaste en ello?

Ben negó con la cabeza y contestó por ella.

—Carrie y Alexa no supieron nada hasta que yo se lo conté. Lo hice yo solo —añadió con orgullo.

Carrie observaba a Tyler, que a su vez miraba a Ben con evidente disgusto. Y entonces la joven sintió aflorar su lealtad de hermana con todas sus fuerzas. ¿Cómo se atrevía Tyler a juzgar a Ben, cuando no sabía lo mucho que se había preocupado por su hermana, ni cuánto había sufrido Alexa?

—Ryan Cassidy es un hombre frío y arrogante que se merece todo lo peor del mundo por el modo en que trató a Alexa —argumentó.

—¿Y por qué limitaros a destrozarle el coche? —Cuando se había enterado de lo que le habían hecho al coche se había puesto furioso. ¡Habían arruinado una obra maestra!—. ¿Por qué no cortarle las manos? Era la venganza más adecuada para un dibujante que había cometido el crimen de abandonar a Alexa.

—No espero que lo entiendas —musitó Carrie.

—Lo que entiendo es que si aparece azúcar en el depósito de gasolina de alguno de mis coches, ya sabré a quién denunciar —dijo Tyler, mientras salía hacia su casa a grandes zancadas. Estaba deseando alejarse todo lo posible de allí y, mientras lo hacía, se prometió a sí mismo que jamás volvería.

—Ahora va a pensar que estamos locos —dijo Ben.

Carrie se negaba a reconocer la punzada de dolor que sentía en su interior.

—No importa lo que piense, Ben.

—Claro que importa, Carrie. ¡Es un Tremaine! Piensa en las ventajas con las que podríamos contar si nos lleváramos bien con él, si consiguiéramos granjearnos su respeto. Tengo una idea fantástica para una campaña de las farmacias Tremaine, incluyendo un anuncio en televisión. Si consigo vendérsela, podré salir para siempre de esa miserable oficina en la que estoy encerrado.

—No creo que Tyler esté muy interesado en escucharte. Y menos ahora.

—Supongo que ha sido un error contarle lo del azúcar —contestó Ben, profundamente arrepentido—. Es una suerte que no sepa nada más del resto de la venganza. Carrie, ¿podrías hacerme un favor? Si por alguna razón, Tyler vuelve a dejarse caer por aquí…

—Utilizaré mi considerable influencia sobre él para conseguirte una cita en la que puedas darle a conocer tus ideas. —Carrie sonrió irónicamente—. Ben, creo que tendrías más oportunidades a través de vuestra mutua amiga, Rhandee.

—Tyler parecía interesado en ella, ¿verdad? —repuso su hermano con aire pensativo—. Creo que de verdad quería que hablásemos de Rhandee. Maldita sea, ha sido una pena que sacáramos a Ryan Cassidy a relucir. Eh, ¿a dónde vas, Carrie?

—A darme una ducha —contestó, mientras empezaba a subir las escaleras. No le apetecía oír hablar del interés de Tyler por la maravillosa Rhandee—. Pero puedes esperarme abajo, viendo la televisión.

—De acuerdo. Creo que voy a hacer una llamada.

—¿A Alexa?

—¡No! —exclamó Ben sonriente—. A Rhandee.

* * *

Durante los siguientes tres días, cada vez que tenía un momento libre, Tyler se recordaba a sí mismo el triste destino que les habría esperado a sus coches si por alguna razón hubiera despertado las iras de los trillizos Shaw. Se imaginaba a sí mismo dando la vuelta a la llave de contacto y enviando inconscientemente un fatal chorro de azúcar al motor de cualquiera de sus piezas de colección. Y se felicitaba por haber conseguido escapar intacto de aquellos salvajes vengadores.

Sus horas de oficina eran, como siempre, una continua cadena de reuniones, llamadas y papeles. Y fuera de la oficina, una de las noches las pasó con unos clientes a los que había invitado a cenar y la otra asistiendo a un cóctel al que fue representando a Tremaine Incorporated.

Y tanto la primera como la segunda noche, cuando volvía a su casa, se quedaba mirando durante un buen rato la casa de al lado. En ambas ocasiones la había encontrado a oscuras. La única luz que tenían encendida era la del porche. Obviamente, Carrie y los trillizos estaban durmiendo a aquellas horas.

Pero él se quedaba sentado en el coche, con la mirada perdida en la oscuridad, imaginándose a Carrie sonriéndole con sus hermosos ojos azules brillando como si estuvieran llenos de estrellas. Era una imagen tan vivida que podía oírla reír, sentir la suavidad de su piel bajo las manos, oler la fresca fragancia de su pelo.

Y aquella habilidad para conjurar la imagen de Carrie no se limitaba a esos momentos. De hecho, se extendía hasta sus sueños…

Allí aparecieron la tercera noche los dos juntos, besándose. Sentía las delicadas manos de Carrie acariciándolo. Inocentemente al principio, pero haciéndose poco a poco más atrevidas. Tyler gimió, con un placer que quiso devolverle y posó las manos en sus senos. Besó las rosadas puntas hasta que se irguieron y después volvió a besarla lenta y profundamente, como si nunca fuera a dejar de hacerlo. Buscó con el índice el pequeño nido que Carrie escondía entre sus muslos, sabiendo que era para él. Carrie le susurró unas palabras al oído que lo excitaron todavía más. El corazón le latía violentamente; la sangre le corría a tina velocidad vertiginosa por las venas y cuando cerró la mano alrededor de aquel nido, la llamó desesperado.

—¡Carrie! —gritó, despertándose a sí mismo.

Se sentó en la cama sudando, a pesar del aire acondicionado, con el pulso latiéndole rápidamente y muy excitado. Estaba soñando; había tenido un sueño erótico, cosa que no le ocurría desde hacía años. No había tenido ninguna necesidad de recurrir a las fantasías nocturnas cuando su vida le proporcionaba todas las satisfacciones que su cuerpo deseaba. Al menos hasta ese momento; desde hacía unos días, estaba sufriendo una desesperante frustración, estaba pagando el precio de aquellos tórridos interludios que Carrie había interrumpido con una facilidad insultante.

Tenía que hacer algo para remediar la situación. Un hombre como Tyler Tremaine no podía recurrir a duchas frías en medio de la noche para satisfacer sus deseos. Decidió hacer caso del mensaje que su cuerpo le estaba enviando y prestar atención a su vida sexual, a la que había descuidado últimamente. Tenía que terminar con aquella incómoda situación.

Así que a la noche siguiente, salió a cenar y a disfrutar de una actuación en un famoso club de jazz con Gwenda, una joven que lo escuchaba extasiada cuando hablaba y que reía todas sus bromas. Se reía incluso cuando no estaba bromeando, pero a Tyler no le importaba. Al menos Gwenda no lo regañaba ni le decía que se largara, como cierta mujer que conocía. Como cierta mujer a la que no conseguía sacarse de la cabeza a pesar de todos los esfuerzos que estaba haciendo para desterrarla de sus pensamientos.

Cuando Gwenda le ofreció que fuera a su apartamento, aceptó encantado. Una vez allí, la joven puso una música suave, una luz discreta, encendió el aire acondicionado, le sirvió una copa de vino y se sentó a su lado.

Las señales eran inconfundibles. Era el momento de que Tyler hiciera algún movimiento. Como parecía vacilar, fue Gwenda la que tomó la iniciativa. Y fue entonces cuando él comprendió que aquello no iba a funcionar.

Tyler estaba completamente desconcertado. Parecía tan sencillo… Siempre había satisfecho las necesidades de su cuerpo cuando así lo había deseado, sin ningún problema. Al fin y al cabo, el sexo sólo era un impulso, un instinto básico. Cuando estaba hambriento, comía lo que ofrecían, entonces, ¿por qué su cuerpo estaba saboteando aquel intento de terminar con el hambre que en ese momento lo afligía? ¿Qué había sido de su facilidad para satisfacer a cualquier mujer?

Cuando Gwenda le ofreció su comprensión por lo que le ocurría, la humillación fue completa. Salió inmediatamente de su apartamento y se fue a su casa. Al llegar, vio luz en el apartamento de Carrie, cosa que le extrañó teniendo en cuenta la hora quiera.

A la vez que se decía que no debía ser alarmista, decidió que algo pasaba en la casa de al lado y después de dejar el coche, se dirigió hacia allí y llamó a la puerta con firmeza.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Carrie, con voz preocupada.

—Soy Tyler. Ábreme.

En cuanto reconoció su voz, Carrie abrió la puerta.

—¿Ha pasado algo? —le preguntó.

—Yo iba a hacerte la misma pregunta. —Tyler no podía apartar sus ojos de ella.

Carrie iba vestida con una bata de color azul, que realzaba el intenso azul de sus ojos. La llevaba atada con un cinturón. Tyler se imaginó inmediatamente la escena. Bastaría tirar ligeramente del cinturón para que el nudo pasara a la historia. Se preguntaba qué llevaría debajo de la bata. Seguramente un sencillo camisón, que no dejaría nada al descubierto pero que ya estaba estimulando su imaginación y sus hormonas hasta límites que iban mucho más allá de lo conveniente.

—Esta casa está iluminada como si fuera un árbol de Navidad —dijo con voz espesa—. Tienes todas las luces encendidas.

—No, todas no. La del cuarto de los niños está apagada. Están durmiendo.

Mientras hablaba, jugaba con el cinturón de la bata. Tyler lo miró con curiosidad, esperando que se desatara.

Pero cuando Carrie comprendió que el nudo del cinturón estaba deshaciéndose, se cerró rápidamente la bata. Tyler continuó mirándola con sus enigmáticos ojos verdes y ella empezó a encontrar dificultades para respirar.

—¿Quieres entrar? —le preguntó al fin, con voz suave y ligeramente insegura.