Capítulo 5
-¡No, por supuesto que no! —insistió Carrie.
Tyler la miró con los ojos entrecerrados.
—¿De verdad que no?
Carrie lo negó con la cabeza.
—Sólo ha sido un beso, algo natural —el pulso se le había acelerado y estaba tan nerviosa como Tyler había advertido, pero estaba decidida a ocultarlo—. Ha sido una reacción puramente física, pero ambos somos adultos, así que no creo que tengamos ningún problema en afrontarla.
—Eso es verdad. Es una cuestión de química. No ha tenido ninguna importancia. Me alegro de que lo veas así —parecía divertido.
—Y yo me alegro de que tú también lo entiendas de ese modo —repuso rápidamente Carrie—. Porque todavía amo a Ian, y jamás voy a enamorarme de otro hombre.
Tyler asintió.
—Es una suerte que podamos ser sinceros el uno con el otro, Carrie. Me gustas, y tus niños son encantadores, pero no quiero tener una relación sentimental contigo. Eso está fuera de toda duda. No quiero tener de pronto una familia. De hecho, jamás he querido citarme con ninguna mujer que tuviera hijos, porque no me apetece asumir el papel de padre ni siquiera temporalmente.
—Bueno, yo no quiero tener ninguna cita contigo. —Carrie estaba horrorizada—. No quiero tener ninguna cita con nadie nunca más.
—¿Con nadie? ¿Nunca? —preguntó Tyler, aturdido por su vehemencia—. ¿Por qué no?
—¿Por qué iba a querer tenerla? La gente se cita cuando está buscando una relación estable con alguien, y yo no la estoy buscando. Ya he puesto fin a esa faceta de mi vida.
—Hay una enorme diferencia entre una cita y una relación estable —le aseguró Tyler—. Yo disfruto saliendo con mujeres, pero en este momento de mi vida no me apetece llegar a tener una relación seria con nadie. Probablemente no me apetezca durante años. Se lo dije claramente a mi padre y a mi hermano el otro día.
—¿Qué pasa? ¿Quieren hacerte sentar cabeza? —le preguntó Carrie, mientras le pasaba un plato con un sándwich.
—Últimamente ése parece ser su único tema de conversación. Me tienen harto.
—Diles que no quieres casarte. Cuando mi familia empieza a sugerirme que debería buscar un padre que ayudara a crecer a mis hijos, lo que hago es decirles con toda la firmeza de la que soy capaz que no voy a volver a casarme nunca.
—¿Por qué no? —le preguntó Tyler con curiosidad—. Hablando en términos prácticos, el matrimonio podría beneficiaros a ti y a los niños, aunque sólo fuera económicamente.
—Hablas como mi padre —le contestó Carrie, haciendo una mueca—. Pero siendo realista, ¿qué hombre querría mantener a tres niños que no son suyos? Y en cualquier caso, ya sabes lo que se dice de la gente que se casa por dinero…
—Sí, lo tengo muy claro. Casarse por dinero es ganarlo de la forma más dura. Pero dejando a un lado el aspecto económico, ¿no te resultaría todo más sencillo teniendo a una persona a tu lado? —insistió—. Eres una mujer muy atractiva y muy joven, Carrie. Tiene que haber algún hombre por ahí al que no le importaría casarse contigo, con niños y todo.
—Pero yo no quiero que mis hijos sean considerados como una obligación que entra dentro del paquete —repuso Carrie muy seria—. Quiero que sean valorados y queridos por sí mismos. Y no creo que haya muchas posibilidades de que eso ocurra. Tú mismo has dicho que no te apetecería encontrarte de la noche a la mañana con una familia. A la mayor parte de los hombres les ocurre lo mismo. No les importa tener sus propios hijos, pero no les apetece cargar con los de otro.
Tyler miró a los trillizos, que sonreían felices mientras se llevaban el jamón y el queso a la boca con la mano. Aunque nunca le hubieran interesado mucho los niños, apreciaba el atractivo de aquellos pequeños, y le parecía triste que ningún hombre los quisiera.
—¿Sabes? Yo creo que tiene que haber algún hombre que estaría encantado de criar a tus hijos como si fueran suyos. De hecho, estoy prácticamente seguro —insistió con fervor.
—Ya conocí a ese hombre. Se llamaba Ian Wilcox y murió hace dos años, cuando un adolescente borracho se saltó un semáforo en rojo y chocó contra su coche.
—¿Ian murió en un accidente de coche? —Tyler se quedó desconcertado. Se levantó y empezó a pasear lentamente por la habitación—. Así es como murió mi madre. Había parado para girar en una calle y la arrolló un coche conducido por un adolescente de dieciséis años. Murió al instante. Sólo tenía veintinueve años.
—Es terrible —le dijo Carrie suavemente—. Tú debías de ser muy pequeño.
—Sólo tenía cinco años. Bueno, todavía no los había cumplido. Mi cumpleaños fue tres semanas después del funeral. Todavía recuerdo que cuando estaba soplando las velas todo el mundo me decía que pidiera un deseo. Es terrible decirle eso a un niño cuya madre acaba de morir. Como podrás imaginarte, deseé que mi madre volviera; y, por supuesto, no lo hizo.
—¿Tienes muchos recuerdos de ella?
—Pocos. La mayoría son imágenes fugaces, más que verdaderos recuerdos. De vez en cuando me pongo a ver fotografías e intento recordar algo más —miró a los trillizos—. Quizá para tus hijos haya sido una suerte no haber conocido a su padre. Al menos no tendrán que enfrentarse al hecho de haberlo perdido. Aquélla fue una época muy difícil para mis hermanos y para mí.
—Debe de ser terrible para un niño perder a su madre —dijo Carrie de pronto, se imaginó a Tyler con cinco años, celebrando el cumpleaños sin su madre e intentando de la forma más inocente que volviera—. Oh, Tyler. No sabes cuánto lo siento —en un impulso, se acercó a él y lo abrazó. Le parecía la forma más natural de consolarlo por aquella pérdida, por lo solo que debía haberse sentido siendo un niño.
Tyler vaciló un momento, pero la rodeó inmediatamente con sus brazos.
—No pasa nada —le dijo tranquilamente—. Sucedió hace mucho tiempo, ya no me afecta en absoluto. Lo único que tengo ahora es una vaga sensación de curiosidad, me pregunto cómo habría sido mi vida si ese accidente no hubiera ocurrido.
—Probablemente los trillizos sentirán algo parecido cuando crezcan —dijo Carrie con tristeza—. Pobre Ian. Cuánto me gustaría que hubiera podido sentirse querido por sus hijos.
—Siento que nunca vayan a conocer a su padre —musitó Tyler, y le besó suavemente en la cabeza. Con aquel breve contacto, volvieron a despertarse sus sentidos.
Carrie cerró los ojos y se acurrucó instintivamente contra él. Había abrazado a Tyler para mitigar el dolor y la tristeza de su niñez, pero su cuerpo reaccionaba al sentir el del hombre en el que se había convertido. Era maravilloso abrazarlo y ser abrazada. Deslizó las manos por su espalda desnuda y Tyler aumentó la presión de su abrazo.
—¡Hola Carrie! Pensaba que ya habría terminado la… —Alexa soltó un gemido y se quedó paralizada en la entrada de la cocina.
Carrie y Tyler, que estaban tan absortos que no habían oído entrar a Alexa en la casa, se separaron para mirarla a la cara. Alexa estaba boquiabierta.
Carrie se puso roja como la grana. De repente, fue consciente de la poca ropa que llevaban ambos encima. Se imaginaba perfectamente la impresión que se había llevado su hermana al verlos.
—No te he oído entrar, Lex —dijo con un hilo de voz.
—Eso es evidente —repuso Alexa.
—Pero no has visto lo que piensas que has visto —añadió Tyler—. Eso es, lo que has visto no es lo que tú crees.
Hizo una mueca. Se sentía injustamente acusado. El abrazo que se habían dado había sido totalmente inocente, propio de dos amigos que buscaban consuelo. Pero Alexa lo hacía sentirse como un adolescente culpable.
—Maldita sea —musitó.
—Matita sea —repitió Dylan en su media lengua, imitando el tono de Tyler.
—No digas nada —le advirtió Carrie a Tyler rápidamente—. Si no decimos nada no le dará ninguna importancia. Pero si nos reímos o nos lo tomamos en serio…
—Empezarán a gritarlo los tres —terminó Tyler por ella—. Este trío adora al público —se acercó a la silla de Dylan y agarró una uva de su bandeja—. ¡Come Dylan! —le dijo alegremente.
—¡Come! —repitió Dylan, agarró una uva, se la llevó a la boca y miró a Tyler con expresión de felicidad.
Tyler le devolvió la sonrisa.
—Es muy fácil tratar con los niños cuando se vale para ello —dijo con aire presuntuoso. Vio que Carrie y Alexa intercambiaban miradas. Era evidente que Alexa estaba deseando quedarse sola con su hermana y los niños para poder interrogarla.
—Carrie, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Alexa, confirmando las sospechas de Tyler.
—Creo que ésta es la señal para indicarme que me vaya —dijo Tyler, decidiendo en ese mismo momento que no tenía ninguna prisa en marcharse. De manera que volvió a sentarse a la mesa para terminar de comerse el sándwich.
—Pareces no haber advertido la señal —le dijo Carrie secamente.
—Sí, supongo que tienes razón. —Tyler se encogió de hombros—. Lo que pasa es que no me gusta que me den órdenes.
Carrie y Alexa se sentaron también a la mesa.
—Me imagino que no habrás podido dormir mucho con el alboroto que había anoche en la casa de al lado —dijo Alexa, mientras empezaba a prepararse un sándwich—. He venido para encargarme de los niños, para que puedas pasar la tarde descansando —estiró la mano y le revolvió el pelo a Franklin—. Además, echaba de menos a estos diablillos. Estoy acostumbrándome a pasar los domingos con ellos.
—Alexa se encarga de los niños los fines de semana. Se queda durmiendo por la noche con ellos y por el día los cuida para que yo pueda dormir —le explicó Carrie a Tyler.
—Sí, ya me lo dijiste anoche —respondió Tyler.
—¿Anoche? —repitió Alexa estupefacta.
—Anoche estuve aquí, ayudando a Carrie, por si necesitaba disponer de algún cuerpo —susurró Tyler en tono confidencial.
—Ignóralo —le advirtió Carrie a su hermana, al advertir su desconcierto—. No te lo puedes tomar en serio. Es un bromista peor incluso que Ben.
—Hablando de Ben. —Alexa bajó la voz y se inclinó hacia delante en su silla—. Le he llamado esta mañana para preguntarle que si quería venir conmigo y no estaba solo. Al parecer conoció a una tal Rhandee en la fiesta de tu vecino —le dirigió a Tyler una mirada furibunda—, y terminaron los dos en su casa.
—¿Ben ligó con Rhandee? ¿No estás bromeando? —había conseguido despertar la curiosidad de Tyler, pero no los celos.
Frunció el ceño al advertirlo. El día anterior había estado jugando con la idea de pasar la noche con Rhandee. Por lo tanto, ¿no era lógico esperar que sintiera al menos una punzada de celos al enterarse de que Rhandee se había ido con otro hombre?
—¿Y cómo ha sobrevivido tu hermano a una noche con Rhandee? ¿O le faltaban fuerzas para contarlo? —le preguntó a Alexa con frialdad.
—¿Por qué no se lo preguntas tú mismo? —le sugirió Carrie con dulzura—. Te daré su número de teléfono para que puedas llamarlo y comparéis vuestras notas.
—Como percibo cierto tono de censura en tu voz, creo que voy a marcharme —se comió el último trozo de sándwich que le quedaba y se levantó. Definitivamente, había llegado el momento de irse.
Se fue rápidamente por la puerta trasera de la casa, seguido de un coro de adioses de los pequeños. Cuando desapareció, Alexa y Carrie se quedaron mirándose en silencio durante un rato.
—Una pregunta, Carrie, ¿sabes lo que estás haciendo? —Alexa frunció el ceño preocupada—. ¿Y qué hay entre tú y Tyler Tremaine?
—Eso son dos preguntas —señaló Carrie—. Pero las voy a contestar. No estoy haciendo nada, y no hay nada entre Tyler y yo. Anoche estaba aburrido de sus amigos y de su fiesta, y vino a casa, eso es todo.
—Os estabais abrazando, Carrie —le recordó Alexa—. ¿Qué era eso? ¿Un antídoto para su aburrimiento?
—Hemos estado hablando —se detuvo para tomar aire; no le apetecía compartir con Alexa las confidencias que Tyler y ella habían intercambiado—. Nos hemos puesto hablar de cómo nos había afectado perder a personas queridas y me ha contado que su madre murió cuando tenía cinco años. Murió a los veintitantos años, en un accidente de coche; como Ian.
—Carrie, si necesitas hablar con alguien sobre lo que ha supuesto para ti la pérdida de Ian, te recomiendo que lo hagas en algún grupo de terapia en el que de verdad puedan ayudarte. Es ridículo que hables de ese tipo de cosas con Tyler Tremaine.
—Cuando se le conoce resulta ser un buen tipo, Alexa.
Alexa elevó los ojos al cielo.
—Carrie, no lo conoces, y no lo conocerás tampoco porque ese tipo de hombres no dejan que ninguna mujer se les acerque el tiempo suficiente para ello, aunque no dudan en utilizar esas relaciones en beneficio propio. Estoy segura de que ha conseguido todo tipo de cosas con esa historia de la trágica muerte de su madre. A todo el mundo le conmueve imaginarse a un niño sin madre.
Carrie se sonrojó al recordar cómo había reaccionado ella misma al oír el triste relato de Tyler.
—Vaya, vaya. También ha conseguido conmoverte a ti, ¿eh? —comentó Alexa—. Probablemente ya tenga escrito el guión para las actuaciones siguientes. Me pregunto cuál será su próxima revelación. ¿Te hablará del perrito adorado que se escapó de casa en una noche de tormenta? O peor aún, quizá un padre de corazón frío y una madrastra malvada lo alejaron para siempre de su lado.
—No seas tan cínica, Alexa —repuso Carrie, mientras les servía un poco de helado a los niños—. Dudo que Tyler tenga segundas intenciones. Sólo somos amigos.
—¡Amigos! Carrie, ¿te acuerdas de Ryan Cassidy?
—Por supuesto. Era una auténtica rata, Alexa, pero no puedes permitir que tu experiencia con Ryan te impida ser objetiva. No todos los hombres son tan superficiales y despiadados como él.
—Quizá, pero tú ya has sufrido suficiente, Carrie. No quiero que te enredes con un hombre que pueda destrozarte el corazón.
—No te preocupes por mí. No voy a enredarme con nadie —le aseguró Carrie a su hermana—. Ahora, mientras esperamos a que los niños terminen de comer, háblame de Ben y su última conquista.
—Estoy enfadada con Ben por haberse comportado como un vulgar depredador, y se lo he dicho —le respondió Alexa, mientras metía una cuchara en el bote de helado—. No podemos permitir que nuestro propio hermano se convierta en una persona sin escrúpulos como… como Ryan o —miró a su hermana—. Tyler Tremaine.
* * *
El lunes hacía un calor insoportable en Washington. Aunque Tyler había pasado la mayor parte del día ignorándolo gracias a los aparatos de aire acondicionado de la oficina y del coche, lo primero que hizo nada más llegar a casa fue darse una ducha y ponerse unos pantalones cortos y una camiseta de algodón.
Miró el reloj; eran las ocho menos cuarto. La última reunión había terminado antes de lo que pensaba, su cliente quería irse pronto a casa y había rechazado de la invitación de Tyler a tomar una copa. Los Tremaine eran famosos por la elegancia y la generosidad con las que trataban a sus clientes.
Pero allí estaba, inesperadamente pronto en casa un lunes por la noche, con un montón de horas vacías por delante. Había mucha gente, hombres y mujeres, a los que podría llamar y que se alegrarían de verlo y de hacer cualquier cosa que les propusiera. Y él tenía muchas propuestas que hacer.
Pero ni una sola entre los millones de actividades que se le ocurrían le resultaba apetecible esa noche. Abrió la agenda y fue descartando metódicamente cada uno de los nombres que en ella leía.
Agarró una bolsa de papel con el logotipo impreso de las farmacias Tremaine y, sin molestarse en preguntarse a sí mismo qué estaba haciendo o por qué, se dirigió hacia la casa de su vecina.
Carrie estaba en la cocina, sirviéndose una taza de té frío, cuando Tyler apareció en la puerta. Una ráfaga de aire caliente, procedente del ventilador que tenía encima del mostrador le alborotó el pelo cuando fue a abrir.
—Hola —lo saludó Carrie con una sonrisa que hacía irradiar su rostro.
—Esto… Bueno, mira lo que he encontrado en una de nuestras farmacias —sacó un patito de goma de la bolsa de papel, era idéntico al patito por el que se habían peleado Franklin y Dylan el día anterior—. Suelo dar una vuelta por las tiendas cada cierto tiempo, y me he encontrado esto en la zona de juguetes —volvió a meter la mano y sacó un segundo pato—. He comprado dos, para que cada uno tenga su pato —había empezado a hablar y ya no sabía cómo parar—. He estado pensando sobre lo que me dijiste acerca de que querías que tus hijos fueran amigos y no rivales. Tiene sentido. Quiero decir, es mucho mejor para todos que los niños se lleven bien a que estén peleándose todo el día, ¿verdad?
—Verdad. —Carrie sonrió—. Y gracias por los patos, a los niños les van a encantar. Ha sido muy considerado por tu parte, Tyler.
Tyler le tendió la bolsa.
—¿Y dónde están los monstruos? Hay una tranquilidad increíble.
—Están acostados.
—¿Tan pronto? Todavía no son ni las nueve.
—Se acuestan a las siete y media. Suelen quedarse un rato charlando y jugando hasta que se quedan dormidos. Quizá todavía estén despiertos. ¿Quieres ir a verlos?
—No, no hace falta —se apoyó en el marco de la puerta—. Así que ahora tienes unas cuantas horas libres… ¿y qué piensas hacer?
—Hay una serie de programas en televisión que suelo ver a estas horas. —Carrie se los nombró.
—Yo apenas veo la televisión —le confesó—. Y cuando lo hago es para ver los anuncios de Tremaine Incorporated.
—Así que para ti ver la televisión es un trabajo, más que una forma de relajarte. Para mí es una oportunidad de sentarme y no pensar en nada. La verdad es que me gusta —miró el reloj de la cocina—. Voy a hacer unas palomitas de maíz antes de que empiece el programa.
En ningún momento hablaron de que Tyler se quedara a ver la televisión con ella, pero cuando Carrie terminó de hacer las palomitas y las llevó al comedor, se sentaron los dos juntos en el sofá.
La habitación estaba a oscuras y hacía en ella un calor sofocante.
—Yo pensaba que el señor Wilcox tenía aire acondicionado en toda la casa.
—No, sólo hay un aparato de aire en la habitación de los niños. Ben dice que puede conseguir un aparato de segunda mano para mi dormitorio, pero me parece que hasta que no lo compre yo, voy a tener que conformarme con el ventilador.
—Pues en esta habitación hay ventilador y prácticamente no se nota —estaba irritado. El calor siempre lo afectaba de esa forma.
Carrie subió el pie al sofá y fijó la mirada en la pantalla del televisor. De vez en cuando, alargaba la mano para tomar un puñado de palomitas. Tyler estaba cada vez más tenso. Le parecía ridículo estar allí, sudando y aburrido, viendo una estúpida comedia cuando en su casa podía disfrutar de las más variopintas diversiones. Y de aire acondicionado en todas y en cada una de las habitaciones.
Hizo algunos comentarios despectivos sobre el programa y sobre el calor. Y cuando vio un anuncio de una cadena farmacéutica rival, se sintió particularmente ofendido.
—Eso es un ejemplo de clara manipulación informativa. Esos niños y esos ancianos felices no tienen nada que ver con una farmacia.
—Pero llama la atención —repuso Carrie—. Además, la imagen de la abuela comprando helados para los niños y para el perro me ha parecido muy bonita.
—¡En las farmacias jamás se han vendido helados! —estalló Tyler—. La cadena Tremaine puede ofrecer precios más bajos, un servicio eficiente…
—Y anuncios terriblemente aburridos —lo interrumpió Carrie con aire travieso.
—¿Aburridos? ¡Aburridos! Nuestros anuncios están considerados como los más informativos, no tienen excesivas pretensiones. Animan al consumidor a comprar con el cerebro y la cartera, no con el corazón. Dios sabe que gastamos suficiente en publicidad como…
—Sólo estaba bromeando —lo cortó Carrie—. Estoy segura de que vuestros anuncios son todo eso que has dicho.
Pero ésa no era la respuesta que quería oír el vicepresidente y responsable de publicidad de una empresa.
—Mi opinión sobre nuestros anuncios no tiene ninguna importancia. Es a los telespectadores, como tú por ejemplo, a los que intentamos llegar, y hasta ahora yo pensaba que nuestros espacios publicitarios eran efectivos. Hemos hecho algunos estudios en los que se demuestra…
—Chsss. Vuelve a empezar el programa. —Carrie volvió a concentrarse en la pantalla, sin mostrar ningún interés en los problemas comerciales de Tremaine Incorporated.
Tyler se sentía insultado. La última vez que alguien le había mandado callar había sido… La verdad era que ni siquiera podía recordar cuándo lo habían obligado a callarse por última vez. La gente tendía a prestar atención a cada una de sus palabras; sus opiniones eran admiradas, incluso citadas. Además, jamás en su vida se había pasado una noche delante del televisor. Y tener que hacerlo en una habitación tan calurosa que parecía un invernadero, era simplemente insoportable.
—Me voy —dijo, y se levantó.
Carrie no apartó los ojos de la pantalla.
—Adiós, Tyler. Gracias otra vez por los patos.
—¿No te importa que me vaya? —la acusó Tyler.
Al final, Carrie se vio obligada a fijar en él sus enormes ojos azules.
—Eres bienvenido si quieres quedarte, pero si no te encuentras bien aquí, supongo que será mejor que te vayas.
—¿Quieres que me quede o no?
—Sí, me gustaría que te quedaras, pero sólo si quieres hacerlo —dijo lentamente, escogiendo las palabras con cuidado, como si estuviera hablando con un loco peligroso.
—¡No me trates con condescendencia!
—No lo estoy haciendo. He dicho que me gustaría que te quedaras.
—Entonces haz que quiera quedarme.
Carrie lo miró con los ojos abiertos de par en par. Se inclinó hacia delante y tomó la fuente de palomitas.
—Toma, anda —le ofreció.
Tyler recuperó pronto el sentido del humor.
—¿Quién podría resistir una oferta como ésta? —soltó una carcajada, aunque era consciente de que su situación no tenía ninguna gracia. ¡Acababa de decidir quedarse en ese infierno, viendo la televisión!
Se sentó en el sofá y soltó un suspiro de exasperación.
—Tyler, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro.
Carrie frunció el ceño.
—¿Tuviste un perro cuando eras pequeño?
—No, y tampoco quise tenerlo. La relación más estrecha que he tenido con un animal ha sido con ese gato psicópata al que le daba de comer, y no aspiro a intimar con ningún otro bicho.
—Ahora mismo Detective está en el piso de arriba, encima de mi cama —dijo Carrie. Aunque no tuviera demasiado sentido, había supuesto un enorme alivio para ella que Alexa estuviera equivocada y Tyler no pudiera contarle ninguna historia conmovedora sobre su perro adorado—. A ese gato le chifla el calor. Parece que nunca hace demasiado calor para él.
—Bueno, ya te dije que estaba loco. Aunque en ese aspecto quizá no esté mucho más loco que yo —y sin más, alargó los brazos para alcanzar a Carrie, y la sentó en su regazo.