Capítulo 7
-Aterrizaremos dentro de unos minutos. —Kane se inclinó para sacudir levemente el hombro de Carling. Ella sé sobresaltó y todavía soñolienta observó la cabina del piloto del pequeño avión. Le pareció que habían pasado pocos minutos desde que se habían embarcado en el Cessna 310 de de cuyos controles Kane se había hecho cargo. Durante todo el trayecto al aeropuerto ella había protestado por los arreglos, repitiendo que le disgustaban y le asustaban los aviones privados. Además dudaba de las habilidades de Kane para pilotar. Al principio Kane trató de tranquilizarla, dándole las estadísticas de seguridad del avión y asegurándole que era experto porque tenía muchas horas de vuelo en quince años de piloto. Pero Carling no había dejado de quejarse, de modo que él la ignoró y la subió en el avión, luego subió las maletas, todo con su acostumbrada actitud altiva.
Durante el despegue y los primeros diez minutos en el aire, Carling temía, con una especie de miedo fatalista, que el avión cayera en llamas. Como eso no sucedió creyó que se mareaba, pero ni siquiera se mareó. Kane pilotaba muy bien y el avión volaba tranquilo, lo que permitió que Carling pensara en otras cosas.
Recordó lo sucedido la noche anterior y las mejillas se le tiñeron. Miró a Kane, quien estaba atento al tablero, inconsciente de la observación de que era objeto.
La noche anterior, su noche de bodas…
Había salido de la ducha, pasmada por haber llorado y decidida a no sucumbir otra vez a las lágrimas y a la debilidad. Kane quizá había obtenido una especie de victoria al llevarla a la cama, pero ella aún no había perdido la guerra. ¡Ni la perdería! Antes de poder idear un plan y de decidir cómo se vestiría, Kane la había llamado para decirle que les habían llevado la cena.
El recuerdo ruborizó a Carling. Tenía mucha hambre y había reaccionado sin pensar. Había dejado caer la toalla para ponerse el kimono y correr a la mesa. Se avergonzó por haberse dejado dominar por alto tan prosaico como el hambre. Le parecía muy primitivo y muy físico; ella no era de las que se dejaban controlar por las necesidades físicas.
Incómoda, tuvo que aceptar que no se le había ocurrido pensar en cómo interpretaría Kane su aparición a la mesa, con bata corta. Entonces, sólo pensó en la comida y en el hambre, que había llegado a ser dolorosa. Si ahora cerraba los ojos aún vería la pequeña mesa de la suite, el mantel blanco, las velas y la botella de vino que se enfriaba en la cubeta de plata con hielo. Carling casi gimió al recordarlo. Era una escena apta para la seducción y ella había sido el blanco proverbial. La comida estaba deliciosa y Kane, muy atento, le había llenado la copa varias veces.
Ella se sintió tan suave después de cenar que no protestó cuando Kane la había levantado en brazos. De haberla llevado a la alcoba quizá habría protestado, pero la había llevado al mullido sofá, para sentarla sobre su regazo y acariciarle el cabello mientras le hablaba.
La había tomado desprevenida. Esperaba que un hombre conservador y tradicional como Kane McClellan se limitaría al acto sexual en una cama, en un dormitorio. ¡Nunca sobre un sofá! Para cuando empezó a besarla y acariciarle la carne temblorosa bajo el kimono, ya era tarde porque la fuerza de voluntad de Carling se había derretido con el calor de las caricias y su decisión de resistirse quedó anulada ante la fuerza del deseo.
Tras los párpados ardientes como sí fuera una película que pasaba mentalmente, Carling se vio sin el kimono, desnuda y lánguida, acostada en el sofá. Casi sintió las almohadas en la espalda descubierta y el sólido peso del cuerpo de Kane encima de ella…
—Aterrizamos —el sonido de la voz de Kane la sorprendió tanto que se sobresaltó porque estaba ensimismada con los eróticos y vividos recuerdos.
Ruborizada, miró hacia afuera: se deslizaban sobre el asfalto de la pista de aterrizaje, en el quinto infierno. Volvió a lamentarse.
—No puedo ni quiero creer que realmente estemos aquí.
—¿Estás molesta porque tus calamitosas predicciones sobre volar en un avión pequeño no se han cumplido? —Le ciñó la mano, se la llevó a la boca y apretó sus labios sobre la palma—. El vuelo ha sido tranquilo y soy tan buen piloto que te dormiste durante casi todo el trayecto.
Carling apartó la mano.
—Sigo sin tenerle confianza a tu destartalado avión y menos a tu habilidad de piloto. ¡Y no me he dormido por tranquilidad, sino por agotamiento! ¡Me has tenido despierta casi toda la noche!
Kane rió. Carling se cubrió la boca con las manos, horrorizada por su ex abrupto. ¿Por qué diablos hablaba de lo ocurrido la noche anterior? De ninguna manera había querido mencionar aquello.
—Anoche estaba en magníficas condiciones, ¿verdad? —sonrió con malicia—. Cuatro veces, ¿no? Cinco, si tomamos en cuenta esta mañana.
—Eres implacable y no es un cumplido.
—Lo es para mí porque me acompañaste en todo, cariño. Y eso precisamente es lo que te enloquece. Anoche se desmoronaron todas tus convicciones. No eres la princesa de hielo frígida ni la doncella recatada que creías. Eres sensual y apasionada y te encantó lo que compartimos, en la cama y fuera de ella.
Carling permaneció tensa en al asiento porque las palabras le dolían como fuertes bofetadas.
—¡Detén el avión, quiero salir!
El avión comenzó a frenar y ella, con el ceño fruncido, trató de abrir al pestillo de la puerta de metal.
—Espera un minuto. —Kane la volvió para que lo mirara de frente y el traidor sistema nervioso de Carling se conmocionó por su proximidad. La última vez que habían estado tan cerca, los dos habían estado desnudos.
—¡Suéltame! —Borró su pensamiento y forcejeó.
—Debo decirte que mi hermana nos espera para llevarnos a casa. Me comuniqué con ella por radio antes de aterrizar. Por Dios, me agradaría que dieras la impresión de una recién casada y no la de una prisionera rebelde.
—¡Soy una prisionera y deja de darle poca importancia a lo que me has hecho!
—Quizá quieras explicármelo. ¿Qué es exactamente lo que te he hecho?
La serpiente sonreía y Carling deseó gritar de rabia.
—Me compraste como si fuera una mercancía en venta. ¿Sabes lo que se siente saber que soy de tu propiedad?
—A juzgar por tu reacción de anoche y de esta mañana tengo que decir que es algo maravilloso.
Kane dio en el clavo y Carling quiso golpearlo, pero como él se lo esperaba logró esquivarla y sólo le dio un golpecito en el hombro.
—¡Has destrozado mi vida! —gritó furiosa—. Pero ahora haré todo lo posible por destrozar la tuya.
—Gracias por advertírmelo, estaré en guardia, y aunque me gustaría continuar con esta discusión, tendremos que posponerla. Allí está Holly. —Kane se inclinó frente a Carling para abrir la puerta.
—¡Kane! —gritó una esbelta morena dé cabello corto y oscuro y grandes ojos azul grisáceo. Estaba de pie junto a una camioneta verde.
Carling la observó. La hermana de Kane, de veintidós años medía más o menos un metro setenta y cinco, era muy alta como para que se le describiera como un duende travieso, aunque algo en ella sugería un gnomo. Vestía pantalón vaquero, camisa a cuadros azules y blancos, típicos del oeste, y botas.
Carling se alisó los pliegues de la falda corta roja que con el suéter rojo, blanco y azul de algodón y zapatos también rojos de tacón alto no era lo más indicado para un rancho. Parecía estar vestida para ir de compras y no para recorrer la pradera.
Holly corrió al avión y metió la cabeza. Sonreía abiertamente. —Debes ser Carly, la esposa de Kane— exclamó contenta—. Es un placer conocerte, aunque estoy muy sorprendida. No sabía que Kane te conociera, además, nunca dijo que pensara casarse. Nunca mencionó que te frecuentara con vistas al matrimonio. Di un grito cuando me dijo por radio que llegaría con su esposa. ¡Espera a que Scott y Tim lo sepan!
—Hola, Holly. —Carling sintió que esbozaba una sonrisa—. Para mí también es un placer conocerte —dijo con la sinceridad creíble de una hábil propagandista política.
«¿Por qué?», gritó una parte rebelde y sumergida de ella. ¿Por qué siempre actuaba como si estuviera buscando votos para su padre? ¿Por qué siempre sonreía cuando tenía ganas de escupir con rabia? ¿Por qué, sin excepción, decía frases amables cuando pensaba una cosa muy diferente? Sólo con Kane había podido expresar lo que realmente pensaba y sentía. Con tristeza se dijo que eso era estupendo. «¡Sólo puedo ser yo misma con mi peor enemigo!».
—Llevemos las maletas de Carling al coche, Holly —intercaló Kane mientras sacaba el equipaje del avión. Holly, con buen humor, tomó las maletas para colocarlas en la parte de atrás de la camioneta.
Carling se limitó a observar. Pensó que debería ayudar, pero cargar maletas no era su fuerte. Como hija de un senador, siempre había habido quien la ayudara con eso. También siempre la había ayudado alguien a subir y bajar de los vehículos, pero cuando Kane se acercó para darle la mano para bajar del avión, ella saltó sin ayuda.
Holly se sentó al volante y Kane ocupó el asiento de atrás tan cerca de Carling que sus muslos se tocaban. El le pasó un brazo por los hombros y cada vez que Carling trataba de alejarse un poco, él se movía como si estuviera pegado a ella. Las contorsiones le levantaron poco a poco la falda hasta los muslos.
Cuando notó que Kane observaba sus piernas con aquel brillo conocido en los ojos, se bajó la falda porque estaba nerviosa y se sentía vulnerable. Aquella mañana él la había observado mientras se vestía; había visto cómo se ponía la ropa íntima de encaje rojo, el liguero rojo y las medias transparentes. Carling se movió inquieta en el asiento porque le daba vergüenza. Entonces ni siquiera trató de cubrirse, fue como si hubiera deseado que Kane la observara.
Se enderezó para cubrirse las rodillas con la falda. No había sido su intención excitarlo, simplemente estaba muy cansada y no había tenido fuerzas para ordenarle que saliera de la habitación mientras se vestía.
—¡Cuéntame todo! —exclamó Holly cuando se alejaban de la pista y del pequeño hangar—. ¿Cuándo y cómo se conocieron? ¿Cuándo decidieron casarse? Ay, Kane, esto es lo más emocionante y romántico que has hecho en tu vida —calló, pero agregó incrédula—: De hecho, es lo único emocionante y romántico que has hecho.
—Dejaré que mi bella esposa te cuente todos los detalles, Holly —respondió Kane antes de inclinarse para besar la sien de Carling.
—Si tuviera talento para la ficción romántica estaría escribiendo novelas sentimentales —murmuró Carling para que sólo Kane la oyera—. Aunque este matrimonio encajaría mejor en la categoría de las historias de horror. Relata tú nuestra espeluznante historia.
Kane se limitó a sonreír antes de describir el primer encuentro de los dos, en una campaña política para el senador Templeton y el supuesto romance secreto a larga distancia que había culminado en la repentina boda del día anterior.
—¡Maravilloso! —suspiró Holly—. ¡Estoy muy contenta por ustedes! Ahora tendré que mudarme a un apartamento para dejarles la casa, Kane.
Carling sintió que el cuerpo de Kane se tensaba.
—Holly, ya hablamos de mudarte al pueblo y decidimos que…
—No hablamos de eso. Dijiste que no me iría y que no hablarías más del asunto —lo interrumpió Holly—. Pero eso fue antes de que te casaras; ahora, la situación ha cambiado. Ay, Kane, realmente deseo vivir sola. He encontrado un apartamento perfecto en Stanton y podría mudarme de inmediato. De hecho, debería hacerlo lo antes posible. Sin duda quieres vivir solo con tu esposa. Están prácticamente de luna de miel y no querrás que tu hermanita menor ande rondando.
—La casa es bastante grande para que todos vivamos a gusto en ella —repuso Kane con la determinación que Carling ya le conocía. Significaba que había tomado una decisión y que no permitiría más argumentos.
Holly también reconoció el significado porque emitió un sonido entre gemido y gruñido y se creó un tenso silencio.
Nerviosa, Carling se mordió el labio inferior. No estaba acostumbrada a la tensión entre hermanos. Pero la necesidad de mantener una fachada tranquila estaba tan arraigada en ella que preguntó:
—¿Dónde queda Stanton?
—Es el pueblo más cercano, a unos sesenta kilómetros del rancho —respondió Kane—. Dormías cuando lo sobrevolamos.
—Es pequeño y seguro y no hay motivo para que no pueda vivir allí —intercaló Holly con amargura—. Pero Kane prefiere considerarlo como la versión tejana de Sodoma y Gomorra, igual que sigue pensando que soy una adolescente atolondrada a quien el hermano mayor debe seguir cuidando. Carly, seguro que tú comprendes por qué…
—No te molestes en pedirle ayuda a Carly, Holly —declaró Kane implacable, como siempre—. Ella nunca ha vivido sola. Tiene veintiocho años y toda su vida ha vivido con sus padres. Además, estabas contenta así, ¿verdad, cariño?
Carling se aclaró la garganta, abrid la boca para hablar, pero volvió a cerrarla. No permitiría que la inmiscuyeran dando a entender que era el modelo perfecto.
—¡Quizá a ella le gustaba, pero a mí no! —gimió Holly—. Quieres que viva en casa hasta que me case con Joseph Wayne. ¿Por qué no comprendes que quiero, necesito cierta libertad e independencia? ¡Tengo la edad suficiente para dirigir mi propia vida, Kane!
El coche se detuvo y Holly abrió la puerta delantera; llorando saltó afuera. Hubo un largo silencio.
—Bienvenida a la familia —murmuró Kane, encogiéndose de hombros—. Lamento que hayas tenido qué presenciar él talento histriónico de Holly durante los primeros quince minutos en Triple M.
Pensativa, Carling arqueó las cejas. Al parecer, las relaciones entre los hermanos McClellan no eran tan idílicas como le había hecho creer Kane. Estaba a favor de Holly quien, aparentemente, era otra víctima de la férrea dominación de Kane McClellan.
—No es raro que una chica de veintidós años desee vivir en su propio apartamento —recalcó—. Me dijiste que Holly había terminado el bachillerato. Es mayor de edad y ha vivido con cierta independencia, ¿por qué, entonces, no puede vivir en el pueblo si eso desea?
—¿Por qué habría de desearlo? —arguyó Kane—. Holly tiene una serie de habitaciones en el rancho: dormitorio, baño y una salita. Pronto se casará con Joe Wayne y se irá a vivir con él, ¿para qué necesita ahora un apartamento en Stanton?
—Pobre Holly. —Carling frunció el ceño—. ¿Cómo puede uno explicarle la necesidad de libertad e independencia a un tirano como tú? Míralo de esta manera: tu hermano Scott tiene su apartamento, ¿no? ¿Por qué no ha de tenerlo también Holly?
—Las circunstancias son diferentes. Scott trabaja en Dallas y tiene que vivir allí. No le sería fácil viajar cuatrocientos kilómetros para ir al banco todos los días. Si Holly tuviera un empleo en Stanton sería lógico que viviera allá, pero no le interesa ningún puesto que pueda ofrecerle el pueblo. Prefiere trabajar en el rancho. Hace cuanto desea todos los días. Sería absurdo que viviera en Stanton.
Carling meditó lo que oía. Parecía que Holly deseaba estar en misa y repicando. Deseaba un trabajo cómodo en el rancho y un apartamento propio en el pueblo, que Kane tendría que pagar. Tras considerar la situación de manera objetiva, comprendió que la postura de la chica no era razonable.
Pero Carling no estaba de buen humor para ser razonable. Era más satisfactorio considerar a Kane como el opresor implacable.
—Si Holly fuera varón no te parecería absurdo. Esto es un ejemplo más de tu altanería y discriminación…
—¿Olvidamos esa parte del argumento si acepto ser un cerdo machista? —rió—. ¿O como nos califiquen ahora? —Abrió la puerta del coche y saltó. Se inclinó para ceñirle las manos a Carling y tirar de ella para que saliera también—. No quiero reñir contigo, cariño. Deseo darte la bienvenida a tu nuevo hogar.
Carling parpadeó. El repentino cambio de tema, el tono y la actitud de Kane la desconcertaron. Entonces vio la casa y se quedó boquiabierta. No era la casucha destartalada que se temía, estaba lejos de serlo. El hogar de los McClellan era una alquería extensa y grande, estilo español, con paredes de estuco y de tejas rojas. La rodeaban altos árboles cuyas hojas verdes proporcionaban una sombra agradable. Había abundancia de arbustos y el sendero de grava hacia la larga terraza, ante la casa, estaba llena de azaleas de todos los colores.
—Es muy linda —murmuró pasmada.
—Sabía que te gustaría. —Kane sonrió—. Entremos —le rodeó la cintura con un brazo y la acercó para conducirla a la pesada puerta de la fachada de oscura madera tallada. Fiel a la tradición de los recién casados, la levantó en brazos y cruzó el umbral.
Dentro, Carling vio gruesas paredes blancas, decoradas con madera de nogal oscuro y mosaicos color ladrillo antes de que Kane la besara de manera posesiva. Condicionada como estaba por la larga y apasionada noche que habían compartido, ella separó los labios y le correspondió antes de recordarse que no debía hacerlo.
Kane terminó el beso y la puso de pie de manera tan inesperada como la había levantado. Atontada y débil por la excitación, Carling se aferró a él y apoyó el rostro contra su pecho.
Pero quedó anonadada cuando escuchó vítores y un nutrido aplauso. Levantó la cabeza y al volverse, vio que, personas de pie en una fila, estaban frente a ella. Sonreían y aplaudían.
Pero también se llenó de incredulidad cuando Kane le presentó al personal de la casa. ¿Tenía servicio día y noche? Le fue difícil aceptarlo. La ayuda doméstica en casa de los Templeton se limitaba a una señora que iba a hacer la limpieza. Kane tenía a Juanita, la cocinera; Clara y Lena, las camareras; Will el jardinero; Tony, quien hacía de todo y Marcella, el ama de llaves.
—Más tarde conocerás a Webb Asher, el gerente del rancho y a los demás. Webb y los otros viven en las barracas, dentro de la propiedad, y tienen su propia cocina y comedor. Mañana te llevaré a que conozcas el rancho. Hoy deseo que conozcas la casa y a la servidumbre, sobre todo a Marcella. Ella se irá a finales de esta semana. Se jubilará para irse a vivir a Houston, con su hija.
Marcella era pequeña y canosa y Carling le calculó sesenta años pasados o cerca de los setenta cuando la mujer se acercó a ella para darle los pormenores de cómo manejar la casa.
—Marcella es el ama de laves —explicó Kane sonriéndole a la mujer mayor—. Les indica a Clara y a Lena lo que deben hacer, trabaja con Juanita para planear las comidas de la semana y envía a Tony a comprar los alimentos o lo que necesite al pueblo. Lleva con nosotros veinte años y la consideramos como parte de la familia —agregó con cariño.
—Es estupendo que ahora tenga esposa para que dirija la casa —dijo Marcella sonriendo con cariño a los dos—. Así debe ser.
—Vamos, cariño, te mostraré la casa. —Kane ciñó la mano de Carling y la condujo por el largo y fresco vestíbulo.
Carling sintió que la electricidad vibraba en ella cuando la mano de Kane cubrió la suya. Estaba emocionada con la idea de estar a solas con él, pero aceptar eso la puso muy nerviosa.
—Ahora comprendo por qué decidiste casarte con tanta prisa —el tono cáustico fue lo único que se le ocurrió como defensa. Su cuerpo la había traicionado al reaccionar por su propia voluntad—. Tu ama de llaves se jubilará y necesitabas remplazaría.
—Créeme, con lo que pagué a tu padre podría contratar a doce amas de llaves con el sueldo que recibe Marcella —respondió calmado—. Pensé que querrías encargarte del manejo de la casa, pero de ninguna manera es un requerimiento. Me será fácil contratar a una mujer aunque pensé que lo haría cuando estuvieras ocupada con nuestros hijos.
Carling lo miró anonadada. Kane siempre iba un paso delante de ella, por lo que la mantenía desequilibrada con precisión.
—¿Hijos? —repitió con voz débil—. No estoy embarazada.
—¿No lo estás? —Se detuvo, le ciñó los hombros y la volvió para mirarla de frente—. Debes saber que no usamos ningún tipo de control de la natalidad, Carly.
Carling se arreboló. No había pensado en eso cuando Kane la excitó con besos y caricias. Se conmocionó de nuevo al comprender que la posibilidad de estar embarazada no la horrorizaba. Más bien, pensar en una criatura propia la hizo sentirse cálida. Por primera vez en su vida se imaginó embarazada, haciéndose ilusiones sobre cómo se sentiría al tener un nene desarrollándose en su vientre.
No pensó en el alumbramiento ni en que su adorable y precioso nene también sería hijo de Kane. ¿Para qué estropear una deliciosa ilusión?
—¿Cuándo te toca tu próxima menstruación? —preguntó Kane con su típica franqueza.
Carling se ruborizó hasta las raíces del cabello. Sabía que era ridículo mostrarse tímida con él puesto que habían compartido muchas intimidades. Fijó la vista en el suelo porque no podía mirarlo de frente.
—Dentro de dos o tres días —murmuró.
—Parece que no escogimos el momento oportuno —sonrió y sus ojos brillaban con malicia—. Pero dentro de unas semanas estarás en el ciclo de la ovulación y es entonces cuando puedes concebir.
—¿Quieres callarte? ¡No se trata de criar ganado!
—Me gusta bromear y verte arrebolada, Carly. Eres una paradoja interesante, desinhibida en la cama y muy recatada fuera de ella —le modeló la barbilla con una mano y se inclinó para darle un beso fugaz en los labios.
Después de aquello, se quedó muy pensativa y no pudo defenderse. Caminó callada junto a Kane por toda la casa y miró las espaciosas habitaciones decoradas al estilo suroeste, los sólidos muebles de madera, los tapices y la cerámica de los indios navajos que conjugaban muy bien con el estuco, la madera y los mosaicos.
La casa estaba fresca porque el aire acondicionado aliviaba el ya caluroso sol de la tarde de abril. Los veranos dentro de la casa serían agradables, aunque afuera hiciera un calor insoportable. Le encantó el patio interior lleno de frondosas plantas y con una fuente donde nadaba un pez.
Había una piscina detrás de la casa y el agua azul brillaba a la luz del sol. El patio que rodeaba la piscina tenía varias sillas y camas plegables, una mesa de cristal con sombrilla y variedad de árboles y plantas en flor.
¡Y ella creía que Kane vivía en un chiquero! Carling se burló de sí misma por sus imaginaciones y se sintió intimidada. Kane era sumamente rico y poderoso… ella no lo era. Estar ahí, consciente de la riqueza de Kane, la hizo enfrentarse de nuevo con los hechos: ella era propiedad suya y estaba en posición de decidir el futuro de su padre.
Tragó saliva pensando en lo que le había dicho y en cómo se había portado, Con creciente aprensión, decidió que no era buena idea enfadar a. Kane. Estaría indefensa ante su ira vengativa. Por lo visto no había bastado con que se casaran, tendría que asegurarse de que también lo complacería. Después de todo, un hombre como Kane, con tantos recursos, podría hacerle lo que le viniera en gana, a cualquiera.
—No tendrás que contratar a otra ama de llaves cuando Marcella se vaya —declaró—. Dirigiré la casa.
—¿De verdad? —La miró pensativo.
—Por supuesto. Por lo que Marcella me ha dicho, Juanita cocina; Clara limpia, y Lena se encarga del lavado y el planchado. Yo tendré que hacer la lista y dar órdenes y soy muy hábil para las dos cosas —logró sonreír de manera agradable.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión tan repentinamente? Tenía la impresión de que creías ser el reemplazo de Marcella y que la idea te irritaba.
—Pues te equivocas. Después de todo, tengo que hacer algo para pasar el tiempo, ¿no? Ahora vivo aquí y debo ganarme el sustento.
Kane frunció el ceño. Era evidente que la contestación lo molestó. —Eres mi esposa, Carly, no tienes que ganarte el sustento. Si prefieres tener un ama de llaves que maneje la casa, dímelo.
La llevó a la suite principal que era grande y lujosa como el resto de la casa, quizá un poco más. La sala privada tenía un moderno tocadiscos, televisión en color y videocasetera, como los de la gran habitación familiar. El baño estaba recubierto de mosaicos blancos, verdes y negros y tenía un inmenso jacuzzi, una elegante ducha, paredes con espejos y tres lavabos.
De regreso a la alcoba, Carling fijó la vista en la inmensa cama de roble con la manta tejida de colores que la cubría y los muchos cojines.
—¿No tengo que hacer nada que no desee? —inquirió y se humedeció los labios.
—No trates de decirme que no quieres acostarte conmigo —repuso Kane al tirar de ella hacia el borde de la cama. Había adivinado lo que ella pensaba—. Los dos sabemos cuánto lo deseas.
Carling no dijo nada. Un extraño temor le oscureció el rostro y eso no le agradó a Kane. Excepto su temor casi virginal por el sexo, Carling nunca le había tenido miedo, pero en aquel momento parecía cautelosa. Kane frunció más el ceño.
La prefería agresiva y franca. Definitivamente no quería que ella le ocultara lo que pensaba sólo para calmarlo.
—¿Qué piensa tu pequeña mente conspiradora? —exigió—. Tu repentina capitulación no parece real.
—Si prefieres que riña y pelee contigo, lo haré. Haré lo que me digas y diré lo que quieras —una leve sonrisa le iluminó el rostro—. Nosotros, los esclavos, debemos complacer, lo especifica el contrato de venta.
—El papel de mártir no te va, Carly —la abrazó y ella sintió que él le mordisqueaba sensualmente el cuello—. De todos modos, no podrás seguir haciéndolo.
—Podré —quizá era una esclava, pero todavía le quedaba un poco de orgullo—. Haré lo que tenga que hacer con tal de que no arruines la trayectoria política de mi padre.
—Ya lo has hecho, dulzura —deslizó las manos bajo el suéter de ella—. Nuestro matrimonio ha eliminado los antecedentes. De ahora en adelante seremos sólo tú y yo.
Le desabrochó el sostén y, con ternura, le acarició los pezones con los pulgares. En vano, Carling trató de ahogar un gemido.
—No es tan sencillo, no estamos en el mismo plano, soy tu propiedad.
Carling gimió cuando él le separó los muslos con la rodilla para amoldar su cuerpo al de ella. El deseo, primitivo e insidioso, crecía dentro de ella. Deseaba aferrarse a él y luchar contra él.
—Me perteneces —la corrigió Kane. Le acarició la espalda antes de moldearle los senos—. Hay una diferencia entre ser de mi propiedad y ser mía. Desde luego, es muy sutil, pero sigue siendo una diferencia.
Le presionó la boca con los labios y comenzó a besarla con un ardor que evocó la respuesta esperada. Le levantó la falda corta y deslizó la mano entre sus piernas. Carling se estremeció al sentir los dedos sobre las bragas de seda.
Ambos cayeron sobre la cama, con los cuerpos entrelazados, respirando con dificultad y, de pronto, oyeron una insistente llamada a la puerta de la alcoba.
—Kane, ¿está Carly contigo? —gritó Holly desde el otro lado de la puerta—. Quiero saber si desea acompañarme a las caballerizas para ver los caballos.
El repentino cese de la pasión fue mareante. La frustración, cuya fuerza total ella nunca había experimentado, la invadió y quedó emocionalmente encendida, temblorosa y aturdida. Abrió los ojos poco a poco. Estaba pegada al cuerpo de Kane. De no haber notado que Kane estaba en las mismas condiciones se habría sentido humillada por su evidente falta de control.
Kane gimió y se volvió para quedar acostado de espalda mirando al lecho, con los párpados entrecerrados y respirando con dificultad.
—Holly —masculló entre dientes—. Vete.
Holly volvió a golpear la puerta.
—Después de ver los caballos, creo que quizá a Carling le agrade ir conmigo a Stanton para conocer el pueblo —giró el picaporte con vigor—. Oye, la puerta está cerrada con llave —rió—. ¿Qué pasa ahí dentro?
—Holly, si no desapareces cuando acabe de contar hasta tres… —Kane brincó de la cama.
—No, Kane, espera. —Carling se sentó y le ciñó un brazo—. Trata de ser amable para que yo me sienta a gusto.
—Nos molesta para que su presencia nos sea intolerable y la envíe a Stanton.
Carling aceptó que el plan era ingenioso. Pero independientemente de los motivos que Holly McClellan pudiera tener, ella se sentía obligada a ofrecerle la respuesta social correcta. Descorrió la cerradura y abrió la puerta.
Holly estaba en el pasillo y parecía complacida consigo misma. —Caray, siento haberlos interrumpido— sonrió.
—Está bien: —Carling trató en vano de no ruborizarse y mantuvo la mirada fija en el suelo.
—No está bien. —Kane habló a su espalda y la abrazó por la cintura para acercarla a su cuerpo—. En este momento estableceremos unas cuantas reglas, Holly. Tú…
—Estás demasiado elegante para ir a las caballerizas, Carly —intercaló Holly con animación—. ¿Por qué no lo dejamos para otro día? Pero podemos ir a Stanton esta tarde.
Carly no desea hacer hoy el viaje a Stanton, Holly —repuso Kane severo. Está cansada del vuelo.
—¿Por qué no dejas que Carling conteste, Kane? —Holly sonrió con dulzura—. ¿Estas muy cansada para acompañarme al pueblo, Carly?
—Siento como si me estuvieran atacando por ambos lados —murmuró Carling sonriendo inquieta. El brazo de Kane era fuerte y cálido en su cintura. Si inclinaba un poco el cuello, su nuca descansaría sobre la musculosa pared de su pecho.
No deseaba ir a Stanton, pero tampoco quería rechazar el ofrecimiento de amistad de Holly. Vagamente, pensó que sería una venganza adecuada dejar a Kane frustrado en la alcoba, mientras ella iba al pueblo con su hermanita. El día anterior no habría titubeado, pero en aquel momento… Meditaba ese inesperado giro cuando Kane gruñó:
—Deja de intentar causar problemas, Holly. Carly se quedará aquí conmigo. Búscate algo que hacer y déjanos en paz.
—Bueno, podría ir a Stanton sola —se encogió de hombros—. Quedé con Joseph en que cenaríamos allí y luego iríamos al cine.
—Muy bien, vete ya —declaró Kane y cerró la puerta.
—¿En dónde estábamos…? —Se volvió hacia Carling.
—Eres muy impaciente con tu hermana, Kane, de hecho has sido grosero. Creo que debería ir a buscarla y…
—Creo que debes quedarte aquí, donde está tu lugar.
La levantó, la acercó a la cama y la puso de pie frente a él.
—No te preocupes por dañar el amor propio de Holly, es tan ruda como cualquier empleado del rancho —rió levemente—. Quizá más ruda. Es un milagro que se haya enamorado de un joven dulce y tranquilo como Joe Wayne.
—Dicen que los polos opuestos se atraen —murmuró Carling y se dijo que, desde luego, no era así entre Kane y ella.
—Estoy muy contento por la relación que tienen Holly y Joseph, pero no pienso mucho acerca de ello porque recuerdo el antiguo dicho de que uno nunca debe mirar el diente al caballo regalado —se encogió de hombros y Carling sonrió muy a su pesar.
De pronto tomó conciencia de que los dos charlaban amigablemente, junto a la cama y a punto de hacer el amor, y le pareció muy hogareño. Tras aquel giro de pensamiento, tuvo que reanudar las hostilidades.
—Desde luego tú no… —comenzó.
—Calla. —Kane la interrumpió de inmediato—. No discutas ahora.
Antes de que ella pudiera moverse, hablar e incluso respirar, la boca de Kane se entreabrió junto a la suya; estaba ardiendo, húmeda y buscaba. Carling sintió que la dureza excitada de él la presionaba con insistencia. El cuerpo se le derretía, antes que la mente, capitulando a la pasión que se encendía entre los dos.
Carling lo deseaba; su cuerpo lo deseaba, pero su mente racional lo rechazaba. Trató de luchar contra la languidez erótica que la envolvía y mareaba. Era demasiado amenazador que Carling, la indiferente y pragmática Carling, se involucrara emocionalmente con aquel dominador y autócrata.
Pero si descartaba las emociones, sus reacciones seguro que se debían al apetito carnal, pues no era más que una criatura a quien le faltaban los sentimientos más valiosos y delicados…
El pensamiento le pareció terrible y más amenazador que pensar en enamorarse de Kane. Sería mejor no pensar. Gimiendo, aferrada a él, permitió que sus sentidos la dominaran y la cubrieran de brumas sombrías para que desaparecieran su inhibición y su intelecto.