Capítulo 7
-Creo que debes reclamar tu premio, Rand —manifestó Jamie con frialdad. Deseaba que la voz no le temblara tanto e hizo una aspiración profunda para controlarse—. Te lo has ganado. Triunfaste. Pide el apartamento el cuatro de julio.
Rand y Daniel la observaban, atónitos. En los momentos de silencio que siguieron, Rand siguió mirándola con el estómago revuelto. Estaba muy pálida, y tenía los labios muy apretados y los ojos azules grandes y dilatados. Apretaba tanto los puños que sus nudillos estaban blancos.
Pensó que ella no estaba rechazando las palabras referentes a una apuesta con Daniel con el sarcasmo que merecían y una pena abrumadora descendió sobre él. ¡Se las había tomado en serio!
—Jamie —emprendió la marcha hacia ella—. Cariño, déjame explicarte —la chica retrocedió como parte de él sabía que lo haría. Casi gimió en voz alta—. Jamie, no es posible que me creas capaz de hacer esa apuesta…
—No quiero creerla —las lágrimas le quemaban los ojos, pero al mantener el control, logró reprimirlas. El feroz orgullo le permitió salir adelante. ¡No lloraría frente a aquellos monstruos!—. Tal como no quería creer que Eric Crenshaw y Richard Aldero tratarían de utilizarme porque Steve despreció a sus hermanas.
Rand sintió que el pánico le invadía. Se había olvidado de los dos payasos que habían intentado vengar a sus hermanas a través de Jamie.
—Al menos Crenshaw y Aldero reconocieron la verdad cuando les presenté los hechos y abandonaron el engaño —una furia tan intensa como el dolor casi la hacía perder el control, pero logró mantenerse firme—. Nunca pensé que aquel par de tontos llegarían a ser para mí dechados de honestidad e integridad, como tú los haces parecer en este momento.
—Será mejor que me vaya —mencionó Wilcox, hablando por vez primera desde la aparición de Jamie. Estaba muy incómodo y mantenía la vista en el suelo, apoyando el peso del cuerpo en uno y otro pie.
—¡No irás a ninguna parte antes de decirle a Jamie que nunca hubo ninguna maldita apuesta entre nosotros! —le espetó Rand.
—De verdad, no quiero verme involucrado…
—¡Ya lo estás, grandísimo idiota! —Rand se acercó a él y lo cogió de las solapas de la camisa—. ¡Tú eres el culpable de este maldito malentendido! Lo menos que puedes hacer es…
—¿Mentir por ti? —intervino Jamie con tono ácido—. No se moleste, Wilcox. De todos modos no le creeré.
Rand soltó al dentista para volverse hacia Jamie.
—¿Y qué dice eso de tu verdadera opinión acerca de mí, Jamie? —Una furia intensa empezaba a sustituir a su pánico—. Comentaste que me amabas, pero en el momento en que escuchas algo que puede ser interpretado como negativo, das media vuelta y comienzas a lanzar acusaciones.
—¿Podría ser interpretado como negativo? —repitió Jamie—. ¡Un eufemismo muy adecuado para tu estúpida apuesta!
—Tengo que reconocer que ella tiene razón en cuanto al atenerse a los hechos en lugar de fomentar el engaño, Rand —intervino Wilcox—. Mejor paga tus pérdidas y…
—¡Tú eres la última persona en el mundo que puede ponerse a moralizar, Wilcox! —rugió Rand—. Ahora, ¿quieres hacerme el favor de decirle a Jamie que yo jamás participé en ninguna apuesta?
—Lo único que sé es que, poco después de que te ofrecí mi apartamento en la playa por un fin de semana si conseguías una cita con Jamie, me comentaste que estabas saliendo con ella —comentó Wilcox con una mueca.
—¡Jamás te tomé en serio ni por un instante! Ya tenía una cita con Jamie antes de que me hablaras de tu estúpido apartamento. Y nunca acepté…
—Ya he escuchado bastante —le interrumpió Jamie. Si permanecía allí durante un minuto más, se derrumbaría. Perdía el control—. Me iré ahora mismo. Llamaré para que Sarán o Cassie vengan a por mí —no le sería posible enfrentarse a sus padres o a su abuela en ese momento. Rezó porque ninguno de ellos contestara al teléfono cuando llamara.
—Te llevaré yo cuando terminemos con esto —le indicó Rand, tajante.
—¡No! —No soportaría ni un minuto más sus mentiras. ¿Qué pasaría si trataba de hacerle el amor? Un estremecimiento la recorrió. ¿Podría resistirlo? Las largas horas pasadas la noche anterior en sus brazos le habían dado a Rand un arma poderosa en su contra. ¿Podría resistir la fuerza de su amor por él si decidía seducirla hasta hacerla dudar de lo que había escuchado?
—No hay para qué hablar. No hay más que decir —la sangre rugía en sus oídos y sentía tanto un calor abrasador como un frío helado—. Me utilizaste. No puedo confiar en ti, Rand Marshall. Y sin confianza… no hay nada —le indicó sin entonación en la voz.
—¿Te utilicé? ¡Vaya frase! —Rand dejó escapar una risa sin ganas—. Cuando nos conocimos, estaba decidido a llevarte a la cama. De haber tenido éxito entonces, tal vez tus acusaciones fuesen válidas. Pero eso no fue lo que ocurrió.
Rand empezó a caminar con la furia de un animal enjaulado.
—Durante meses seguí tus reglas. El cortejo anticuado. ¡Tantas citas! Las noches interminables que creí que explotaría de frustración porque respetaba tus deseos de no llevarte apresuradamente a la cama. Y no te engañes, pude haberlo conseguido mucho antes de anoche, nena. Estabas lista para ello, me has deseado durante meses. ¡Meses! Pero no, jugué según las reglas que tú estableciste, rompiendo las mías porque… porque…
Se interrumpió cuando la verdad lo golpeó con fuerza. Porque estaba enamorado de ella. La amaba y quería complacerla, hacerla feliz aun cuando ello significara sacrificar sus propias necesidades y el placer para anteponer los de ella.
—¿Anoche? —repitió Daniel y se ruborizó—. ¿Quieres decir que anoche fue la primera ocasión que…? —Sacó el pañuelo del bolsillo y se limpió la frente—. Cielos, me parece que he estropeado las cosas al presentarme aquí.
Por un instante las miradas de Rand y de Jamie se encontraron y los recuerdos de la noche anterior volvieron a hacerse tangibles entre ellos, pero Jamie desvió la vista y contempló a Daniel fijamente.
—Supongo que debo estarte agradecida por haber venido en este momento, antes de… —Tragó con dificultad.
«¿Antes de qué?», gritó su corazón. ¿Antes de que se enamorara de él? Ya lo había hecho mucho tiempo antes. ¿Antes de que durmiera con él? Ésa era otra pregunta de trámite.
Cerrándose las solapas de la bata para protegerse de las miradas penetrantes de Rand y las culpables de Daniel, dio media vuelta y echó a correr.
—¡Jamie! —La llamó Rand, pero se abstuvo de seguirla. Tan alterada como estaba, terminarían diciéndose cosas que los dos luego lamentarían. La dejaría darse una ducha y vestirse; luego hablaría con ella. Y ella tendría que escucharlo, se aseguraría de ello. Aclararían ese desafortunado malentendido y se olvidarían de él. Después él le diría que la amaba.
—Escucha, Rand. De verdad siento lo ocurrido —murmuró Daniel. Pero realmente hice esa apuesta contigo allí en el Darby’s la noche que fuimos con Shelli y Maxi. ¿No lo recuerdas?
Rand miró a Daniel y comprendió que su amistad con él había terminado. Tal vez sin saberlo, pero Wilcox había herido a Jamie, y causado ese terrible problema en un día que debería haber sido de alegría para dos nuevos amantes. Recordó la expresión dolida de Jamie y ese mismo dolor lo destrozó.
—Quizá hiciste una apuesta conmigo, pero fue solo de tu parte. Yo nunca aposté nada contigo, hecho que con deliberación ocultaste a Jamie —le indicó Rand con frialdad—. Ahora, lárgate de aquí antes de que caiga en la tentación de hacer que te tragues los dientes.
Wilcox, siempre hábil en cuestiones de autoconservación, partió rápidamente.
Procedente del dormitorio, Rand escuchó el ruido del agua en la ducha y resistió el impulso de ir a reunirse con Jamie. Estaría desnuda y vulnerable, la tomaría entre sus brazos y se apoderaría de sus labios antes de que pudiera decir una palabra de protesta. Eso era lo que haría un héroe de Brick Lawson con una mujer cuando se viera en problemas con ella.
En lugar de ello, con un suspiro, Rand fue a la cocina a dar de comer al gato. Jamie no era y nunca lo había sido una heroína de Brick Lawson, una de esas chicas debiluchas que sólo existían en las novelas de aventuras y en las fantasías de algunos hombres.
Jamie era fuerte, terca y decidida. Era divertida, afectuosa y compleja; fascinante. Le interesaba como ninguna otra mujer que hubiera tenido o pudiera tener. Estaba enamorado de ella, reconoció de nuevo. No podía esperar a decírselo.
La imaginó tal y como la había tenido en su cama la noche anterior, apasionada y vibrante, recordando sus gritos suaves y dulces. Su respiración se alteró. Con sólo pensar en ello se excitaba. No podría vivir un día sin ella.
Estaba tan inmerso en sus pensamientos, que no oyó a Jamie salir del dormitorio, en especial cuando ella tuvo cuidado de no hacer ruido por el pasillo hasta llegar a la puerta de entrada. Había llamado a Sarán antes de refugiarse en la ducha. Si tenía suerte, su prima llegaría justamente cuando ella estuviera lista para partir.
No obstante la suerte no estaba ese día de su parte, ya que Sarán no estaba en la entrada cuando ella abrió la puerta, y el sonido de ésta, alertó a Rand en la cocina.
—¡Jamie, ven aquí! —gritó Rand desde la sala cuando ella pensaba escaparse. Su tono fue más autoritario de lo que él hubiera deseado, pero su huida lo había desconcertado. Ella no aminoró la marcha y tuvo que seguirla hasta el exterior, todavía en bata y descalzo. La tomó del brazo y la obligó a detenerse—. No irás a ninguna parte.
—Me niego a pasar un minuto más contigo.
—Has estado llorando —comentó, mirando sus ojos hinchados y enrojecidos. El remordimiento le invadió.
—Jamie, me duele que hayas resultado herida por lo que Wilcox dijo, pero a pesar de lo que él afirmó, nunca hice con él ninguna apuesta con respecto a ti.
—Pues él parece muy seguro de ello. ¿Lo consideras un mentiroso? ¿Dices que él se lo inventó todo?
—Recuerdo que él lanzó un estúpido reto en Darby’s la noche del cumpleaños de Ángela, pero yo nunca le tomé la palabra, Jamie. No volví a pensar en ello hasta esta mañana, cuando se presentó y empezó a parlotear sobre eso.
Jamie lo contemplaba queriendo creerlo con desesperación, necesitando creer en él. Lo amaba; quería pensar que lo ocurrido durante la noche anterior significaba el comienzo de una relación permanente entre ellos, y no el final de un engaño. Advirtiendo su indecisión y el asomo de esperanza, Rand la tomó de los hombros y la miró de frente.
—No hace mucho hablaste de confianza —le indicó con tono quedo—. Eso funciona en ambos sentidos, Jamie. ¿Los últimos meses no han servido para conocernos y para aprender a tenernos confianza? Y si confías en mí, sabes que nunca te haría daño o utilizaría.
Jamie empezó a llorar. La dolorosa intensidad de todas las emociones que había experimentado desde que se despertó hacía menos de una hora, eran demasiado para ella. Estaba a punto de permitir que Rand la tomara entre sus brazos, de fundirse en él y deleitarse en el placer supremo de ser reconfortada por el hombre que amaba, cuando Sarán detuvo el coche de Jamie en la entrada con un chirrido de neumáticos.
—¡Oh, no! —gimió Rand.
—La llamé antes de meterme en la ducha y le pedí que viniera a recogerme cuanto antes —le confesó Jamie entre lágrimas—. Oh, Rand, yo…
—¿Qué sucede? —preguntó Sarán al bajar del coche y correr al lado de Jamie. Al ver a su prima llorando y la expresión tensa de Rand, sacó sus propias conclusiones—. ¡No me digáis que Jamie ha descubierto la verdad acerca de Brick Lawson! Diantres, esto es terrible. No te enfades con Rand, Jamie, él…
—¡Sarán! —La voz de Rand era más un ladrido que una palabra.
—¿Brick Lawson, el escritor? —preguntó Jamie con cuidado, retrocediendo.
—Rand puede explicarlo todo —agregó Sarán apresurada antes de hacerlo ella misma—. Sólo se trata de que él temía que nunca aceptaras salir con él porque consideras que Lawson es un autor de pacotilla que escribe basura pornográfica. No te lo dijo porque no lo hizo desde el principio, y todos sabemos lo fanática que eres de la sinceridad —hizo una pausa para respirar.
—Rand es Brick Lawson —declaró Jamie, tajante. Le miraba incrédula—. El autor de Assignment: Jailbait, Land of 1000 Vices, Life is a Game of Craps y tanta basura más cuyos títulos ni quiero recordar. ¿Es eso cierto, Rand? ¡Y Sarán siempre lo ha sabido!
Rand abrió la boca para hablar, pero Sarán se le adelantó.
—Desde la noche que vinimos aquí después del concurso de canto —manifestó orgullosa—. Pero no se lo dije hasta que necesité su ayuda para aprobar el curso de literatura. Es verdad, Jamie, Rand es un buen escritor —agregó con ingenuidad—. La profesora lo comentó después de leer el trabajo que él preparó. Me dijo: «Sarán, deberías estar avergonzada por ocultar tus habilidades durante todo el curso. Tienes talento para escribir. Si lo cultivas, podrías llegar a ser escritora profesional». ¡Jamie, gracias al viejo Brick, aprobé el curso de literatura y me graduaré con el resto del grupo!
—El viejo Brick —repitió Jamie con tono gélido—. ¿Me es permitido asumir que le chantajeaste para que te hiciera el trabajo, Sarán? ¿Le amenazaste con descubrir su identidad secreta si no lo hacía?
—Sé que no debí hacerlo, Jamie, pero ¡estaba desesperada!
—No, Sarán, eres perezosa —los ojos de Jamie ardían como llamas—. No quisiste hacer el esfuerzo de preparar tu trabajo escolar, así que conseguiste a alguien que lo hiciera por ti. ¡Fuiste deshonesta, hiciste trampa, mentiste y deberías sentirte avergonzada!
—Pues no lo estoy —respondió la chica—. Sólo me alegro de haber aprobado el curso. Y creo que deberías disculparte por decirle a Rand que consideras que sus libros son una basura. A mucha gente le gustan y los compran. Tal vez yo lea uno de ellos pronto.
—Sarán, creo que ya has hablado demasiado —le indicó Rand, sin desviar la mirada de Jamie—. ¿Por qué no te vuelves a casa y Jamie y yo…?
—Las dos nos vamos ahora. —Jamie arrebató a Sarán las llaves que sostenía en la mano y fue hacia el coche.
—Quiero que te quedes, Jamie —le ordenó Rand con tranquila intensidad.
—¿Para que puedas hilar más mentiras? —le gritó ella—. ¡Eres muy bueno para ello, Rand Marshall! No es de sorprender que seas tan buen escritor, haces que hasta la más imposible de las obras de ficción parezca real.
—Háblame entonces de una historia de ficción que te haya relatado —le espetó Rand. La furia de Jamie despertó la suya y su temperamento explotó. ¡Vaya día infernal! Primero Wilcox y su apuesta, y en ese momento, justo cuando él y Jamie llegaban a un entendimiento respecto a ella, se presentaba Sarán con su revelación de la identidad de Brick Lawson.
La ira se apagó con la misma rapidez que llegó, dejándolo agotado y deprimido. El momento no había podido ser peor, reconoció apesadumbrado. Después de pasar su primera noche juntos, Jamie necesitaba amor, atención y seguridad, y en lugar de ello, la joven había sido arrollada por una sarta de mentiras, verdades a medias y subterfugios.
Sabía lo mucho que la afectarían; la comprendía tanto como ella a él. Por paradójico que resultara, Jamie era emocional y cauta, apasionada y controlada. Y cada aspecto contradictorio de su naturaleza trabajaba contra él en ese instante.
—No voy a prolongar más esta farsa —le indicó ella con ojos llenos de lágrimas. Su labio inferior temblaba amenazador; si no se marchaba, volvería a estallar en llanto y ella nunca permitiría que Rand la viera llorar por él—. Sube al coche, Sarán. Nos vamos a casa —ordenó con firmeza.
—Jamie, ¿por qué no te quedas y arreglas las cosas con Rand? —preguntó la adolescente con un suspiro—. Sabes que quieres hacerlo. Estás perdidamente enamorada de él, todos lo sabemos.
—No puedo esperar que una astuta… chantajista como tú comprenda lo que la verdad y la sinceridad significan en una relación, Sarán —le indicó Jamie, tensa—. Sin ellas, no hay relación, sólo un espejismo y últimamente estoy padeciendo un caso agudo de eso.
Sarán se cruzó de brazos y miró a uno y a otro.
—Vamos, Rand, ¿vas a permitir que se vaya? Te está echando de su vida, por si no lo sabes. No permitas que te haga eso. Tómala en brazos y llévala a la casa. A mí me encantará tener el coche durante lo que queda de fin de semana.
—La seducción por la fuerza no va con mi estilo, Sarán —gruñó Rand—. Si Jamie quiere…
—¡No! —le interrumpió Jamie, acalorada—. Sube al coche de inmediato, Sarán. Me voy a casa y no voy a dejar a una menor de edad sola con el creador de Assignment: Jailbait.
Los ojos dorados de Rand brillaron de furia, pero apretó los labios y no dijo una palabra. Jamie lo miró furiosa y abrió la puerta del coche. Él permanecía inmóvil sin hacer nada por detenerla y ella se dijo que en el fondo se alegraba de ello.
—No quiero volver a verte —le indicó escupiéndole las palabras—. Ni siquiera trates de llamarme, porque no hablaré contigo —ni así se movió Rand; su rostro era una máscara controlada. Una máscara que ocultaba… ¿qué?, se preguntó Jamie, destrozada. Se sentía perdida, confusa y desorientada—. Claro que tampoco iré contigo a Virginia a la fiesta de aniversario —agregó observándolo—. ¡Nunca iré contigo a ninguna parte!
La única respuesta de Rand fue el silencio. Un silencio demasiado elocuente para Jamie. Recordó lo persistente que había sido al principio de su relación. Jamás había aceptado un no por respuesta, persiguiéndola a pesar de sus rechazos. Un marcado contraste a su silenciosa aceptación de su marcha.
¿Sería porque al fin había logrado su objetivo de llevársela a la cama? Pensó en la apuesta que negó hacer hecho con el odioso Daniel Wilcox. Tal vez no la hubiera concertado, pero ¿sería posible que lo que más le hubiera cautivado de ella fuera el hecho de que le resultase inalcanzable? Algo que había terminado la noche anterior, en su cama. ¡Vaya si había sido alcanzable entonces! Cada vez que la había buscado, la encontró dispuesta y ansiosa. Y al amanecer, ella fue quien lo había buscado con la confianza recién adquirida que él le inspiró…
Creyó haberlo complacido; él ciertamente lo había hecho, satisfaciéndola más allá de sus sueños, pero entonces ella contaba con el ímpetu agregado del amor, lo cual había elevado su unión a algo que para ella era mucho más que una relación sexual. En retrospectiva, comprendió que Rand nunca había mencionado la palabra «amor», ni siquiera en el momento culminante del clímax de la pasión.
¿Y si para él no había sido nada más que sexo? Nada especialmente significativo, en verdad nada profundo, sino una urgencia física a satisfacer. No sabía qué hacer.
Resultaba dolorosamente paradójico que después de haber hecho el amor se sintiera más insegura de él que antes. Lo había recibido en su interior, compartido con él intimidades que no compartiría con nadie más, pero al cederle parte de ella misma, se había vuelto vulnerable de una manera que jamás había experimentado. El poder que él tenía sobre ella era atemorizante. Siempre había sido tan segura de sí, tan tranquila y controlada, tan dueña de su destino… Pero en ese momento Rand Marshall tenía en sus manos el poder de hacerla feliz o desgraciada.
—Te… te odio, Rand Marshall —pronunció desesperada. En ese momento realmente lo pensaba, aunque sabía que podría dejarse convencer de lo contrario.
Sin decir palabra, Rand se dio la vuelta y volvió a su casa.
—Maniobra inteligente —le comentó Sarán con sarcasmo—. Sé que querías que viniera a apoderarse de ti y por eso le gritabas todas esas tonterías, pero él se las ha tomado en serio. ¿Qué vas a hacer ahora?
—Exactamente lo que dije que haría, Sarán. —Jamie se sentó al volante y partió conduciendo con cuidado. ¿Qué otra alternativa tenía?, se preguntó. Rand había demostrado con claridad que lo de la noche anterior había sido suficiente para él; ella no merecía que le dedicara mayor esfuerzo—. No volveré a verlo. Pienso… seguir adelante con mi vida. No soy la primera mujer que rompe con un hombre.
Sarán dejó escapar un bufido de disgusto. Llegó a casa, saludó a la familia, informándola en pocas palabras de que había terminado con Rand, fue a su habitación, se encerró con llave y rompió a llorar.
* * *
Como un autómata, Rand se duchó y se vistió de negro. El color encajaba a la perfección con su estado de ánimo y cuando el cielo se nubló y empezó a llover, le pareció que el clima también se compadecía de él. Por primera vez en su vida, Rand, el alegre solitario que siempre había logrado mantener sus emociones bajo control, sentía la terrible fuerza de la soledad, la desolación del vacío que reinaba en su vida.
No tenía a nadie con quien hablar. Jamie había sido su primera y única confidente. Sus otras amistades eran superficiales e intrascendentes; imaginó el asombro e incomodidad que brotaría si buscaba a uno de sus amigos en busca de consuelo. Con seguridad le sugerirían que se buscase otra mujer… cualquier mujer, para anestesiar su dolor con una aventura rápida. Era el mismo consejo que él había dado unos meses antes… antes de conocer a Jamie, cortejarla y enamorarse de ella.
Ni siquiera pensó en llamar a su familia. Nunca había recibido ningún aliento o apoyo por su parte. No, no tenía a nadie con quien compartir su dolor y confusión. La única persona que alguna vez se había preocupado por él, que le importaba cómo se sentía, lo que pensaba y hacía, era Jamie. Pero la había perdido. Ella creía que la había engañado y ya no podía amarlo.
En realidad no se sorprendía de ello. Muy en el fondo sabía que no era capaz de ser amado; sus padres y su hermano, su propia sangre, así lo consideraban. Y él había tenido cuidado de no poner jamás a prueba su capacidad de amar a alguien. Nadie, sino Jamie, había podido acercarse a él lo suficiente para conocerlo de verdad…
Cuando su madre llamó a la puerta de su dormitorio, Jamie no la abrió. Le indicó con toda cortesía y la mayor calma posible, que no se sentía bien y que quería permanecer en su cuarto y tratar de dormir. Repitió lo mismo a su padre, a la abuela, a Sarán, a Cassie y a los niños cuando fueron a llamar a su puerta. Tuvo para sí dos horas de soledad y miseria hasta que Steve, su hermano, llegó. Había ido a recoger las camisas que la abuela insistía en lavarle y plancharle.
Jamie repitió su bien ensayado discurso, pero él no se dejó convencer. Tal vez era el cerrojo echado lo que le desafiaba; nadie negaba a Steve Saraceni nada, ni siquiera el acceso al dormitorio de su hermana.
—Si no abres la puerta en este momento, la derribaré —le amenazó—. Y hablo en serio.
Jamie sabía que así era. Si no le complacía, su padre tendría que arreglar la puerta rota y los niños podrían caer en la tentación de imitar a su tío Steve cuando se presentara la ocasión. Con un suspiro y limpiándose las lágrimas, Jamie abrió la puerta.
Steve entró en el cuarto, seguido de toda la familia en tropel.
—Sarán nos lo dijo todo, Jamie —le comentó su madre—. Lamentamos que estés tan alterada y queremos que sepas que te amamos.
—Aun cuando creemos que estás loca —agregó Sarán—. El terminar con un hombre como Rand, agradable, inteligente y rico…
—Querida, respetamos tu derecho a tomar tus propias decisiones, por supuesto —intervino Al—, pero ¿no crees que exageras un poco? No creo que lo que él hizo sea tan terrible.
—¡Papá, me mintió! —exclamó Jamie, reprimiendo el llanto. Por supuesto que no era sólo eso, si bien no se lo dijo a la familia. En un principio estaba furiosa porque Rand no le había hablado de su identidad secreta como Brick Lawson, pero no pensaba que eso fuera un error imperdonable. Eso no había sido más que una cortina de humo; el verdadero problema era que Rand no la amaba. Había satisfecho su curiosidad la noche anterior y estaba dispuesto a dejar que todo terminara entre ellos, aceptando cualquier pretexto que ella eligiera.
—¿Tanto alboroto porque él escribe libros que a ti no te gustan? —preguntó la abuela, incrédula y con tono desaprobatorio—. ¿Así que juzgas y condenas a un hombre sólo porque lo que escribe no merece tu aprobación?
—Abuelita, estoy segura de que hay algo más que eso —intervino Cassie, tranquila—. Jamie ama a Rand —apretó los hombros de su hermana menor con afecto—. Ella tiene sus motivos para actuar como lo hizo. Quizá no tuvo otra alternativa.
—Es cierto —agregó Steve—. Veo un desprecio premeditado aquí. Marshall permite que sea Jamie quien termine su relación. Cualquier pretexto es bueno, pero en el fondo, él ha decidido que todo ha terminado. Esto fue lo que pasó: una discusión… el motivo no importa, puede ser por algo tan estúpido como hervir agua… la mujer se ve obligada a declarar que todo ha terminado y el hombre le toma la palabra. Con gusto. Con increíble alivio. Porque él quiere hacerlo. Porque la obligó a ella a decirlo. Más tarde, la chica puede cambiar de opinión y rogarle que vuelva a aceptarla, pero dirá: «Lo siento, nena. Hemos llegado a un punto sin retorno».
Un silencio horrible descendió sobre ellos y Jamie volvió a llorar. El hecho de que su hermano confirmara sus peores temores disolvió su escaso control. Sentía que el corazón se le rompía en mil pedazos.
La familia en pleno la rodeó y la abrazó con muestras de afecto. Steve caminaba de un lado a otro, murmurando amenazas y promesas de venganza si es que Rand Marshall tenía alguna hermana.
—Sarán, necesito aceite de oliva para preparar el rigatoni de esta noche —comentó la abuela—. Llévame a la tienda.
—¿En este momento? —protestó la adolescente—. Abuela, ¿cómo puedes pensar en la cena cuando Jamie…?
—Entonces, ¿crees que todos debemos morirnos de hambre? Al dar las seis de la tarde todos querrán comer y no lo haremos si no voy a la tienda ahora —tomó a la joven del brazo—. Pide las llaves de su coche a Steve. Iremos a la tienda ahora mismo.
* * *
Rand contempló la pantalla del ordenador hasta que los ojos le ardieron. No podía escribir una sola palabra. El revisar y editar también le era imposible porque no comprendía lo que había redactado unos días antes. Había decidido que escribir sería la forma ideal de distraerse del dolor. Tiempo atrás había descubierto que erigir una barrera psíquica entre él y el dolor que le afectaba, era de gran ayuda.
O había perdido esa habilidad, o el dolor de perder a Jamie era demasiado fuerte para borrarlo mediante un acto de voluntad. Deambuló por la casa, hundiéndose más y más en el abominable abismo de la tristeza y la desolación. El teléfono sonó y corrió a contestar, pensando, esperando, rezando para que fuera Jamie llamándole para decirle que todo había sido un malentendido y que lo amaba, que…
Pero no era Jamie. Se trataba de su madre, que llamaba para preguntar si había recibido la invitación para el aniversario de Dixon y Taylor Ann y asegurarle que lo comprendían si no le resultaba posible asistir. Sabía que Virginia estaba lejos y que su hijo se encontraba muy ocupado. Realmente la familia no se molestaría si él decidía permanecer en Nueva Jersey.
Rand le brindó la seguridad que ella buscaba. No, no iría a Virginia. Era cierto, el camino a recorrer era largo y estaba muy ocupado con el libro que estaba escribiendo.
Inquieto y sintiéndose mal, Rand se preguntó cómo lograría pasar la hora siguiente. Se alargaba interminablemente y al pensar en las que vendrían, en los eternos días y noches que lo esperaban, se hundió en torrentes de furia y tristeza. Era como si las emociones que había mantenido reprimidas durante tanto tiempo se hubieran liberado de repente.
Trató de luchar contra ellas, pero la antigua defensa no funcionaba. Debía intentar otra cosa. Bloquear sus pensamientos para olvidar. Buscó la botella que le regalara Al Saraceni.
Los primeros sorbos le parecieron fuego puro con un ligero sabor a cereza. Con determinación dio otros tragos. Luego alguien llamó a la puerta. No tenía esperanzas de que fuera Jamie y decidió ignorar el timbre. Con seguridad se trataba de algún vendedor ambulante que tenía el dedo pegado al timbre. Con instintos hostiles y la botella en la mano, fue a abrir.
—¿Qué? —rugió, esperando con ello alejar al intruso para siempre.
Pero se llevó la sorpresa de su vida. En el umbral, con el dedo pegado al timbre, estaba la abuela de Jamie, flanqueada por Sarán. Rand estaba atónito. No sólo le había gritado a la señora; estaba sin afeitar, con el cabello despeinado y se aferraba a la botella como un marinero ebrio.
—Sólo contéstame a una pregunta —manifestó la anciana echando chispas por los ojos—. ¿Te propusiste dejarla deliberadamente?
* * *
Jamie sabía que Cassie y sus padres trataban de alegrarla, pero sabía que ir al cine con Brandon y Timmy a ver la última película de dibujos animados de Disney no funcionaría. Rechazó su invitación, pero los urgió a que ellos fueran y se sorprendió cuando la abuela y Sarán decidieron acompañar al grupo. La anciana nunca iba al cine desde que estrenaron Lo que el Viento se Llevó allá en los años treinta.
Pero no comentó nada. Incluso sospechó que todos estaban ansiosos de alejarse de la casa después de soportar sus lloriqueos durante todo el día. Realmente quería estar sola. Sin embargo, estuvo a punto de pedirle a Steve que se quedara a hacerle compañía. Decidió lo contrario cuando vio que recibía tres llamadas de chicas con quienes tenía cita esa misma noche. Pensaba verlas a todas; ya inventaría una disculpa para deshacerse de ellas una a una. La afortunada que iba a contar con sus favores esa noche recibiría una llamada telefónica que solucionaría las cosas entre ellos.
Después de escucharlo, estaba demasiado furiosa para aceptar la compañía de su hermano en la misma ciudad y lo despachó. Se sentó sola en la sala y trató de leer. Por primera vez en su vida tuvo dificultad para seleccionar material de lectura. Las novelas de amor la harían llorar, las novelas de misterio requerían demasiada concentración, así que se decidió por una de las revistas policíacas de la abuela.
El timbre de la puerta fue una distracción bienvenida. Dejó la revista a un lado y fue a abrir. Rand la esperaba en el umbral.
—Vas a venir conmigo —anunció él con un tono que no admitía objeciones.
—¡Claro que no! No puedes venir aquí y…
—He sido invitado.
—¡No por mí! —Su corazón latía alocado y tenía el estómago revuelto. Sin aliento, no lograba hacer acopio de la ira que la arrogancia de Rand exigía.
—Por tu abuela y por Sarán —continuó Rand—. Fueron a verme esta tarde.
—Oh, no —se quejó Jamie. No tenían derecho a intervenir.
—La abuela dice que la familia tiene derecho a intervenir cuando un miembro de ella hiere a otro —sonrió irónico—. Dijo que me considera de la familia y el sentimiento es mutuo. Por vez primera en mi vida sé lo que es pertenecer a una familia.
—Tantas interferencias e inconvenientes…
—Sí, eso existe. Pero también hay participación, apoyo y diversión —tiró de su muñeca—. Vamos, Jamie, tenemos mucho de qué hablar.
Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas que trató de reprimir.
—No sé lo que te dijo la abuela.
—Dijo que estabas llorando en tu cuarto porque me amabas y porque creías que yo no te amo —le indicó bruscamente.
Jamie hizo una mueca de dolor. ¿Qué sentido tenía negarlo? Pero su espíritu de lucha, aunque estaba seriamente lastimado, salió adelante.
—¿Así que has venido a darme tus condolencias —logró lanzarle una mirada de furia— o acaso has venido a burlarte?
—Sabía que no cederías sin presentar lucha —sonrió él. Con un movimiento ágil la levantó en brazos y se volvió para cerrar la puerta.
—¡Oh! —jadeó Jamie. En un movimiento reflejo, le rodeó el cuello con los brazos, desorientada por la falta de equilibrio—. ¡Bájame! —exigió aunque su voz no tenía la fuerza que ella hubiera deseado.
—Tus deseos son órdenes —despacio, Rand la bajó frente a la puerta de su deportivo, deslizándola contra su cuerpo, convirtiendo el movimiento en una caricia sensual. Antes de que ella pudiera apartarse, la rodeó con los brazos y la sostuvo cerca de él—. Pero te llevaré a casa conmigo esta noche, nena. Vamos a enmendar las cosas, hacer el amor.
—¡No iré a la cama contigo!
—Ya lo hiciste. Y disfrutaste de cada momento —con los labios tocó la zona sensible del cuello de la chica, para luego mordisquearlo con los dientes. Deslizó una mano de arriba a abajo de su espalda antes de bajarla hasta su trasero, donde acarició la suave redondez en un gesto sensual—. Y yo también, mi amor. Ah, Jamie, evocas en mí sentimientos que nunca imaginé que poseía, que no creía ser capaz de experimentar. Traté de decírtelo anoche. Me pareció haberlo hecho, pero… —Separó su boca y la miró a los ojos—, es obvio que fracasé en el intento de hacerte saber lo que significas para mí.
Jamie cerró los ojos cuando una emoción muy intensa la mareó. Se aferró a él con las rodillas débiles y la cabeza dándole vueltas.
—Permitiste que me marchara —murmuró ella—. No trataste de detenerme. Cuando Sarán te pidió que lo impidieras, di… dijiste que una seducción violenta no iba con tu estilo.
—¿Acaso esperabas que te sedujera con violencia?
—¡No estoy de humor para brumas! —Ruborizada, luchó por liberarse—. Suéltame, Rand.
—Nunca. Aprendo de mis errores, cariño. Acabas de decirme que si no te hubiera dejado alejarte, habríamos evitado un día infernal para los dos. Así que…
Se apoderó de sus labios y cuando ella abrió la boca para protestar, la lengua de Rand se introdujo entre sus labios, reclamándola en un beso feroz y posesivo. Los brazos de Jamie le rodearon el cuello y su cuerpo se arqueó por instinto, respondiendo con toda la energía y pasión de su naturaleza.
—Te amo, Jamie —le indicó con voz sensual, estando abrazados y sin aliento—. Nunca ha habido nadie como tú en mi vida. Me bastó verte en la biblioteca aquel día para que perdiera la cabeza. Poco después también perdí el corazón por ti. Todo lo que he hecho y dicho desde entonces, ha sido para retenerte a mi lado. Para siempre, Jamie.
—Me amas —repitió ella muy quedo, con lágrimas deslizándose por sus mejillas. Jamás en su vida había llorado tanto como ese día, pero esas lágrimas eran diferentes. Eran lágrimas de alegría y alivio—. Oh, Rand. Yo también te amo y creía… esperaba… que también tú estuvieras enamorándote de mí. Y lo de anoche fue…
—Perfecto —terminó por ella, apretándola con fuerza contra él—. Sentí una felicidad, una sensación de plenitud que me eran desconocidas. Por ello, cuando Daniel apareció ante mi puerta balbuceando tonterías acerca de esa maldita apuesta…
—Sé que no existió, Rand —le interrumpió Jamie—. Al menos no de tu parte. En cuanto a que escribas bajo el nombre de Brick Lawson, lamento que te haya hecho imposible el que me lo dijeras. Ahora que sé que tú escribiste esos libros, estoy segura de que me encantarán.
—Cariño, no necesitas llegar a tales extremos —le indicó Rand entre risas—. Ni siquiera tienes que leerlos. Sólo quiero que me ames y te cases conmigo, Jamie. Tu abuela llamó a los Hijos de Italia desde mi casa esta tarde e hizo reservas para el banquete de boda que tendrá lugar a principios de agosto. ¿Lo harás, Jamie? ¿Te casarás conmigo?
—¡Sí, Rand, sí! —exclamó feliz. Él la levantó del suelo en sus brazos y la hizo girar una y otra vez en el aire, haciéndola gritar y reír de alegría.
El trayecto a la casa de Rand fue feliz, haciendo planes para la boda, para su futuro, entre bromas y risas, deteniéndose para besarse en cada semáforo. Al llegar a la casa, Rand llevó a Jamie en brazos directamente a su dormitorio. Ella se aferraba a él, temblando de excitación.
—Te amo, Rand —le indicó cuando él la dejó sobre la cama con delicadeza. Era un compromiso y una promesa.
—Yo también te amo, mi amor. —Rand comenzó a desvestirla, tomándose tiempo para besarla y acariciarla al retirar cada prenda. Cuando quedó desnuda, cálidos lazos de placer la envolvían. Rápido, Rand hizo lo propio, asistido por ella con manos ávidas.
La tomó en sus brazos para darle un beso apasionado mientras se acariciaban, reviviendo las experiencias de la noche anterior y haciendo nuevos descubrimientos. Rand la colocó encima para que lo recibiera y con las miradas cautivas y una sonrisa sensual en los labios, fundieron sus cuerpos con un movimiento seguro.
Jamie gritó su nombre una y otra vez cuando él se movía dentro de ella, saboreándolo plenamente en la intimidad que compartían hasta que explotaron en una especie de paroxismo. La fuerza del clímax de Jamie disparó el de él y Rand se dejó llevar al éxtasis, perdiéndose en ella y en la pasión de su amor.
Yacieron el uno en brazos del otro, satisfechos y saciados al deslizarse lenta y lánguidamente hacia la realidad.
—Me alegro de que hayamos aclarado las cosas, Rand —murmuró Jamie, mirándolo llena de afecto—. No creo que hubiera podido pasar la noche creyendo que no me amabas —la simple idea la hizo estremecerse.
—Pensé que no podías amarme, que no me era posible conservar tu amor —confesó él, titubeante—. Luego leí el capítulo seis del maldito manual, relativo a discusiones y rupturas, a saber y reconocer cuándo todo ha acabado. Me pareció que había sido escrito sólo para mí.
—Rand, tendremos que tener discusiones de vez en cuando, todas las parejas las tienen, pero prometámonos que nunca volveremos a alejarnos el uno del otro —murmuró Jamie apasionada y con intensidad, abrazándolo con fuerza—. Así, por mucho que nos enfademos, sabremos que terminaremos solucionando situación.
—Jamie, ésa es una promesa que haré gustoso.
La sinceridad en su voz y el amor en sus ojos provocó lágrimas de emoción en los de Jamie.
—Te amo tanto, Rand. Nunca te dejaré. Te lo prometo —era una promesa tan firme como los votos matrimoniales que pronunciaría en agosto.
Rand lo sabía e hizo una por su cuenta:
—Y yo nunca te dejaré ir. Estaremos juntos para siempre, Jamie —sonrió sintiéndose flotar de felicidad, tanto, que se permitió bromear—. ¿Estás tan atada a mí que permanecerás a mi lado aún después de leer las críticas de mi próximo libro?
—Claro que sí. Y voy a leer todos tus obras y me encantarán —insistió con su determinación acostumbrada—. A partir de ahora, soy la más rabiosa admiradora de Brick Lawson.
—Me parece justo. —Rand la acariciaba excitante, amoroso, en tanto la pasión volvía a surgir entre ellos—. Porque yo siempre he sido el fanático más ardiente, devoto, apasionado y adorador de Jamie Saraceni.
—Tu mente es un diccionario de sinónimos ambulante —murmuró Jamie, sorprendida antes de reclamar los labios de Rand para darle un beso ardiente, devoto y apasionado.
FIN