Y al curiosear
llamó mi atención el «relleno» de los almohadones. En esta ocasión
no fueron engordados con plumas o pétalos de rosas. Al presionarlos
comprobé con extrañeza cómo el suave cuero cedía con dificultad.
Uno de los criados, al percatarse de mi «hallazgo», sonrió
maliciosamente. Los cojines, en efecto, habían sido inflados. Como
veremos más adelante, aquel aire también tenía su razón de ser.
Poncio, al parecer, deseaba divertir y divertirse. Y quien esto
escribe se enfrentó a la «joya» del lugar. En el duro entrenamiento
previo a la Operación recibimos nociones sobre instrumentos
musicales de la época. Y supe igualmente de la existencia de aquel
prodigioso aparato. Pero una cosa era estudiar y documentarse y
otra, bien distinta, contemplarlo. Maravilloso. Sencillamente
maravilloso... Entre los triclinios que formaban la base de la U y
el muro de la derecha, como un desafío al erróneo concepto del
hombre del siglo XX sobre aquellas supuestas atrasadas
civilizaciones, se erguía gallardo un ejemplar del llamado
hydraulis: un órgano hidráulico de tres metros de altura, con
veintiún tubos de estaño y una conmovedora «maquinaria». Y quedé
tan prendado que, durante unos minutos, sólo tuve ojos para el
curioso «ancestro» de los solemnes órganos. ¿Cómo llegó hasta la
fortaleza? A juzgar por el lujo que envolvía al gobernador, la
pregunta carecía de fundamento. Era más que probable que el
hydraulis, inventado en el siglo III antes de Cristo por Ktesibios,
ingeniero afincado en la ciudad egipcia de Alejandría, fuera un
divertimento bastante común entre los potentados del imperio.
Insisto: cuán equivocados estamos respecto a la forma de vida y al
«confort» de estos pueblos... Y antes de examinar las misteriosas
pinturas que decoraban la pared izquierda del triclinium me
aproximé, no menos desconcertado, a la talla de piedra que montaba
guardia a espaldas del «sofá» presidencial. El abultado vientre,
las anchas caderas,. el rostro fino y puntiagudo...