Ver nota al «Sueño de Rhonabwy». El padre de Owein (Yvain) era el histórico rey de Rheged (en el sur de Escocia). A finales del siglo VI venció a los hijos de Ida, rey de Bernicia y murió, según Nennius, en la expedición contra Deodric (R. S. Loomis, Arthurian Tradition and Chrétien de Troyes, p. 269). El relato galés de Owein (La dama de la fuente) sigue en líneas generales la trama argumental del Chevalier au lion, de Chrétien de Troyes, aunque con todo existen notables diferencias entre la versión galesa y el roman francés (ver el texto de Chrétien en la edición de W. Foerster, t. II, Halle, 1887, o en M. Roques, IV, París, 1960 (Classiques français du Moyen ‰ge). La relación y diferencias entre ambos relatos se ponen claramente de manifiesto en el estudio de J. Frappier, Etude sur Yvain, pp. 281 y ss. Asimismo, ver una completa comparación de todas las versiones de este relato en R. L. Thomson, Owein or Chwedyl Iarlles y Flynnawn, The Dublin Inst. for Advanced Studies, 1975 (Intr., pp. xxii-lvi).

265

En las Tríadas de la Myvyrian arch. of Gales, Kynon aparece como uno de los tres enamorados de la isla de Prydein, junto con Caswallawn y Tristan. Aparece como amante de Morvudd, hija de Uryen (Tríada, 81; Loth, Mab., II, 261); también se le cita como uno de los tres caballeros del consejo de la corte de Arturo (Tríada, 97; Loth, Mab., II, 267). En la versión galesa, Kynon es quien relata la aventura de la Fuente, mientras que en el roman de Chrétien, será Calogrenante, primo de Yvain, quien cuente tal aventura (J. Frappier, Etude sur Yvain, p. 24 y ss.). 266 Ver nota a «Kulhwch y Olwen» 267 Ver nota a «Kulhwch y Olwen».

268

Aparece también en el relato de «Kulhwclh y Olwen» cumpliendo la función de portero de Arturo cada primero de enero.

emperador Arturo sobre un asiento de juncos verdes y un cobertor de brocado amarillo rojo, y su codo descansaba sobre un cojín con funda de brocado rojo.

–Señores -dijo Arturo-, si no os burláis de mí, dormiré con mucho gusto mientras espero mi comida. Vosotros podéis hablar, beber aguamiel y comer rodajas de carne que os dará Kei.

Y el emperador se durmió.

Kynon, hijo de Klydno, pidió a Kei lo que el emperador les había prometido.

–Pero primero quiero el relato que me ha sido prometido -dijo Kei.

–Señor -dijo Kynon-, lo mejor que puedes hacer es cumplir la promesa de Arturo, después te contaremos el mejor relato que sepamos.

Kei se fue a la cocina y a la bodega y volvió con cantarillos de aguamiel, un cubilete de oro y el puño lleno de asadores con rodajas de carne. Cogieron las rodajas y se pusieron a beber aguamiel.

–Ahora -dijo Kei- me pagaréis contándome el relato.

–Kynon -dijo Owein-, paga a Kei con tu relato.

–En verdad -dijo Kynon-, tú eres hombre más viejo que yo, mejor relator de cuentos y has visto cosas más extraordinarias: paga a Kei con tu relato.

–Empieza tú con las cosas más maravillosas que conozcas -dijo Owein.

–Empezaré -dijo Kynon.

«Era hijo único de padre y madre y era fogoso, y grande era mi presunción. No creía que existiera en el mundo nadie que pudiera superarme en ninguna proeza. Después de llevar a cabo todas las que se me presentaron en mi país, hice mis preparativos y me puse en marcha hacia los confines del mundo y a las tierras salvajes. Al final llegué al valle más hermoso del mundo, cubierto de árboles de igual tamaño, atravesado en toda su longitud por un río de aguas rápidas. Un camino costeaba el río y lo seguí hasta el mediodía y continué por el otro lado hasta la hora de nonas. Llegué entonces a una vasta llanura, en cuyo extremo había un resplandeciente castillo fortificado, bañado por las olas. Me dirigí hacia el castillo y allí vi a dos jóvenes con los cabellos rubios rizados y una diadema de oro en la cabeza; vestían una túnica de brocado amarillo y calzaban zapatos de cordobán nuevo con dos hebillas de oro; en la mano llevaban un arco de marfil cuyas cuerdas eran de nervios de ciervo, y las flechas y las lanzas de hueso de cetáceos, con plumas de pavo real y las puntas de las lanzas eran de oro. Las hojas de sus cuchillos eran de oro y el mango de hueso de cetáceo. Estaban lanzando sus cuchillos. A poca distancia de ellos vi a un hombre con los cabellos rubios rizados y barba recién afeitada. Iba vestido con una túnica y una capa de brocado amarillo; un ribete de hilo de oro bordeaba su capa. Calzaba altos zapatos de cordobán moteado, cerrados con dos hebillas de oro. En cuanto lo vi, me acerqué a él con la intención de saludarle, pero era un hombre tan cortés que su saludo precedió al mío. Me acompañó al castillo.

«No había allí otros habitantes que los que se encontraban en la sala. Veinticuatro doncellas cosían la seda junto a la ventana y te diré, Kei, que no creo equivocarme al afirmar que la más fea de entre ellas era más bella que la joven más bella que hayas visto en la isla de Bretaña; la menos bella era más encantadora que Gwenhwyvar, la mujer de Arturo, cuando está más hermosa, el día de Navidad o el día de Pascuas para la misa. Se levantaron a mi llegada y seis de ellas cogieron a mi caballo y me quitaron las botas; otras seis cogieron mis armas y las lavaron en un estanque de tal modo que no se podía ver nada más blanco, un tercer grupo de seis doncellas puso los manteles sobre las mesas y preparó la comida. El cuarto grupo de seis doncellas me quitó mis ropas de viaje y me dio otras: camisa, calzas, túnica, cota de armas y capa de brocado amarillo con anchos galones. Extendieron debajo de nosotros y a nuestro alrededor numerosos cojines con fundas de fina tela roja. Nos sentamos. Las seis que se habían encargado de mi caballo, le quitaron todos sus aparejos y lo hicieron tan bien como el mejor escudero de la isla de Bretaña. En seguida nos trajeron cuencos de plata para lavarnos y servilletas de tela fina, unas verdes y otras blancas; y así nos lavamos. El hombre del que he hablado antes, se sentó a la mesa y yo me senté a su lado y todas las doncellas junto a mí, a excepción de las que servían. La mesa era de plata y los manteles de tela fina; en cuanto a los vasos que había en la mesa, no había uno que no fuera de oro, de plata o de cuerno de buey salvaje. Nos trajeron nuestra comida y puedes estar seguro, Kei, que no había bebidas ni manjares por mí conocidos que no fueran allí servidos, con la diferencia de que tales manjares y bebidas estaban mucho mejor preparados que en cualquier otro lugar.

«Llegamos a la mitad de la comida, sin que el hombre o las doncellas me hubieran dicho palabra. Cuando a mi huésped le pareció que estaba más dispuesto a hablar que a comer, me preguntó quién era. Le dije que me alegraba de encontrar a alguien con quien conversar y que el único defecto que veía en su corte era la falta de conversación.

–Séñor -dijo-, habríamos hablado contigo si no hubiéramos temido molestarte en tu comida. Ahora conversaremos contigo.

«Le hice saber quién era y cuál era el objetivo de mi viaje: quería encontrar a alguien que pudiera vencerme o yo vencer a todos. Me miró, sonrió y me dijo:

–Si no creyera que iban a ocurrirte demasiados males te indicaría lo que buscas.

«Concebí gran pena y gran dolor. Lo reconoció en mi rostro y me dijo:

–Puesto que prefieres que te aconseje algo malo en 'lugar de algo bueno, lo haré: duerme aquí esta noche. Levántate mañana temprano, sigue el camino por el que viniste a través del valle hasta que llegues al bosque. A cierta distancia del bosque encontrarás un atajo a la derecha. Síguelo hasta un claro; en el centro se eleva una colina, en lo alto de la cual verás a un gran hombre negro, tan grande al menos como dos hombres de este mundo; tiene un solo pie y un solo ojo en medio de la frente; en la mano lleva una maza de hierro y puedes estar seguro que esa maza pesa más que dos hombres juntos. No es un hombre temible, sino tan sólo de horrible aspecto. Es el guarda del bosque y verás a mil animales salvajes a su alrededor. Pregúntale por el camino que conduce fuera del claro. Se mostrará huraño contigo, pero te indicará un camino que te permitirá encontrar lo que buscas.

«Aquella noche me pareció larga. Al día siguiente por la mañana, me levanté, me vestí, monté a caballo y atravesé el valle y el bosque; seguí el atajo hasta el claro. Al llegar allí, me pareció ver al menos tres veces mayor cantidad de animales salvajes de los que me había dicho mi huésped. El Hombre Negro'269 estaba sentado en la cima de la colina y era mucho más grande de lo que me había dicho mi huésped. Puedes estar seguro, Kei, de que la maza de hierro que según él pesaba más que dos hombres, pesaba en realidad más que cuatro guerreros. El Hombre Negro la sostenía en la mano. Le saludé, pero sólo me respondió con descortesías. Le pregunté qué poder tenía sobre aquellos animales.

–Te lo mostraré, hombre pequeño -dijo.

«Y cogió su maza y descargó un buen golpe sobre un ciervo. Este lanzó un gran bramido y de inmediato acudieron a su voz tantos animales como estrellas hay en el firmamento, de tal modo que me resultaba difícil seguir de pie en medio de todos ellos en aquel claro. Había allí serpientes, leones, víboras y toda especie de animales. Lanzó la mirada sobre ellos y les ordenó ir a pastar. Bajaron la cabeza y le testimoniaron la misma obediencia que humildes hombres demostrarían a su señor.

–¿Ves, hombre pequeño, el poder que tengo sobre estos animales? – me dijo entonces el Hombre Negro.

«Le pregunté por el camino. Se mostró rudo, pero no obstante me preguntó dónde quería ir. Le dije quién era y lo que quería. Entonces me lo mostró y me dijo:

–Coge el camino del final del claro y marcha en dirección de aquella colina rocosa. Cuando llegues a la cima, verás una llanura, una especie de gran valle regado. En el centro verás un gran árbol y sus ramas son más verdes que el más verde de los abetos. Bajo el árbol hay una fuente, y en el borde de la fuente una losa de mármol sobre la cual hay un recipiente de plata sujeto por una cadena de plata de modo que no se puede arrancar270 . Coge el recipiente, llénalo de agua y échala sobre la losa. En seguida oirás un trueno y te parecerá que cielo y tierra tiemblan; después del trueno vendrá un aguacero muy frío y sólo con esfuerzo podrás soportarlo y salvar la vida: será un aguacero de granizo. Después del aguacero hará buen tiempo. No habrá en el árbol ni una sola hoja que el aguacero no se haya llevado; después de esto vendrá una bandada de pájaros que se posarán en el árbol; jamás habrás oído en tu país una música comparable a su canto. Y cuando más extasiado estés con su canto, oirás llegar hasta ti gemidos y quejas procedentes del valle y de inmediato se te aparecerá un caballero montado sobre un caballo negro, vestido de brocado negro; y con una lanza cuyo pendón es de tela fina negra. Te atacará con la mayor rapidez posible y si huyes ante él, te alcanzará; si