Se piensa

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El Derecho y la ciencia ficción

A nosotros se nos aparece el Derecho como un concepto eterno, pero es concebible que una sociedad futura ya no conozca siquiera el significado de la tesis «Justicia de acuerdo con la ley». El mundo del Derecho es, al fin y al cabo, sólo un corto experimento, porque la humanidad ha vivido mucho más tiempo conforme a costumbres que de acuerdo a la ley y el Derecho. Quizá nos encontremos ante una época de la ciencia y quizá también dure ésta más tiempo que la época del Derecho.

 

William Seagle «The Quest for Law»

El Derecho es una técnica social, un sistema de regulación de la conducta humana en sociedad. Sus instrumentos fundamentales: un sistema de normas que prescriben sanciones en caso de que se las viole y un aparato para hacer efectiva esa coacción. Su propósito: lograr la paz social entre los hombres, hacer posible la convivencia entre los seres humanos. Los hombres no siempre usaron de esa técnica para el logro de tales fines. El Derecho, tal como hoy lo concebimos, no existía en los pueblos más primitivos, regidos por las costumbres tribales ancestrales. No existía la sanción socialmente organizada, ni un órgano jurisdiccional, por más rudimentario que fueren. Más adelante surgió lentamente una jurisdicción, pero todavía ese sistema social estaba lejos de ser la completa técnica que hoy conocemos. En muchas de sus manifestaciones no existía siquiera la ley escrita, sino que los «jueces» actuaban de acuerdo con tradiciones oralmente transmitidas, muchas de ellas sólo conocidas por ellos y no el pueblo.

Desde otro punto de vista, aún en sistemas sociales en los cuales ya existía una técnica más desarrollada, múltiples facetas de la misma eran sensiblemente diferentes de las actuales. Los aspectos procesales han sufrido transformaciones, al no admitirse ya casi las fórmulas sacramentales, al desaparecer el Juicio de Dios, las ordalías, o las torturas, como en gran proporción el juramento e instituciones similares. En general, el proceso judicial, tanto oral como escrito, no es en su forma actual muy antiguo y ha sido modificado profundamente desde el tiempo de los romanos hasta nuestros días. La existencia de letrados profesionales, de jueces especializados, de peritos técnicos, de jurisdicciones subdivididas por materias implican, en cierta medida al menos, innovaciones relativamente recientes.

Las profundas transformaciones sociales, económicas, políticas y científicas de nuestros tiempos, han traído como consecuencia lo que ha dado en llamarse «crisis o decadencia del Derecho». Se han formulado múltiples críticas a los sistemas jurídicos como herramientas adecuadas a la organización y mantenimiento de la paz social. Pero ha habido contadas propuestas de su sustitución por otras técnicas y las que se han hecho carecen en su mayoría de seriedad y coherencia[1].

Ahora bien, la literatura de ciencia-ficción ha aportado, particularmente en el campo de los progresos tecnológicos basados en las ciencias naturales (física, química y biología en especial), múltiples ejemplos de ficciones que han llegado a ser realidad y ha contribuido, en no pequeña proporción, a incitar a los científicos a elaborar nuevos productos y técnicas sobre su base. También ha ejercido una gran cantidad de crítica en cuanto a la influencia de las nuevas tecnologías sobre la conducta y estructura de las sociedades.

En cierta medida también ha imaginado estructuras sociales diferentes de la nuestra, mostrando sus eventuales ventajas o desventajas.

Pero es notable que sólo existen contados relatos de ciencia-ficción que expongan ideas acerca del desarrollo futuro de métodos de control social que mejoren lo que actualmente conocemos como Derecho o lo sustituyan.

Cuando los autores entran en esta materia es habitual que los juicios ya sean criminales, civiles o políticos se desarrollan de acuerdo con los esquemas clásicos o habituales en nuestro medio, y aún, que los sistemas políticos sean desarrollados dentro de los habituales tipos de dictadura, democracia representativa o monarquía hereditaria, con sus consejos, ministros, tratados, policía, cárceles, etc.

Y aún en aquellos contados casos en que los autores mencionan alguna idea en tal sentido (generalmente incidental y no constituyente del «mensaje» del relato), lo hacen en función de crítica del sistema vigente y no en la de propuesta de su sustitución por otras técnicas mejoradas o diferentes.

Ahora bien, creo, y esto constituye la tesis central del presente trabajo, que la llamada literatura de ciencia-ficción (o más precisamente la literatura de anticipación[2] que constituye un aspecto parcial de la misma, que en su conjunto no enfoca sólo el futuro cercano o lejano sino en muchos casos el pasado remoto o el presente fantástico) puede contribuir a la renovación, si no a la sustitución del Derecho o de aspectos parciales de él, por otras técnicas sociales más acordes con los tiempos modernos, sustentadas en los logros de las ciencias naturales y sociales, la psicología y las físico-matemáticas.

En efecto, sólo mediante la representación imaginativa de una ruptura brusca y completa con los esquemas tradicionales es posible visualizar una sociedad constituida sobre bases diferentes, una justicia organizada de acuerdo con otros métodos que los actuales, un sistema de control social no sustentado en los procedimientos tradicionales.

La formación mental jurídica es por esencia conservadora, y nutre sus raíces en los precedentes y en las prescripciones del pasado para ordenar y cohesionar el presente.

Esta tendencia conservadora se refleja en la lentitud con que la ciencia y la práctica jurídicas se hacen cargo de las transformaciones sociales, políticas y económicas.

Ello no constituía un obstáculo tan grande en tiempos pasados en los cuales el ritmo de los cambios sociales se daba por generaciones. Hoy, en vez, la aceleración de todos los procesos ha convertido tales plazos en decenios y aún en años.

Y el Derecho y los juristas no han acusado el impacto sino en una mínima proporción.

El modo operativo de la literatura de ciencia ficción (o de anticipación), predispone favorablemente para la formación de una actitud plástica abierta al campo social y cultural[3]. Una mentalidad acostumbrada a barajar posibilidades, por más descabelladas que sean, no puede de ningún modo ser estática o conservadora[4].

Ahora bien, existen múltiples innovaciones científicas y descubrimientos cuya aplicación al control social de la conducta humana puede ser válidamente imaginado: mencionemos sólo algunos, desordenadamente, a medida que vienen a la memoria y a título de ejemplo: las drogas, los sensores eléctricos que se han colocado en el cerebro de animales para transmitirles órdenes, la propaganda subliminal, la modificación genética, la hipnosis, la parapsicología, la computación cibernética, la investigación operativa.

Las variaciones ideatorias que sobre tales y otras podrían realizarse, permitirían construir modelos posibles de sistemas procesales sustentados en la aplicación por ej. como ya se da, pero aún en muy pequeña medida en la práctica, de la cibernética o de la investigación operativa. O la regulación de la conducta mediante propaganda subliminal y no la aplicación de sanciones corporales o económicas.

Más aún, y desde otro ángulo, podrían irse previendo algunas de las implicaciones sobre las instituciones jurídicas fundamentales de situaciones fácticas tales como la hibernación (sucesión, relaciones de familia), la inseminación artificial o la creación de vida «in vitro» (paternidad y demás relaciones de familia).

Mucho más trascendental aún, quizá sería construir imaginativamente una sociedad del tipo propuesto en sus escritos por Herbert F. Marcuse, en la cual no actuaría el esquema actual de represión de los instintos, lo que implicaría una modificación sustancial de la regulación social, sin métodos coactivos, que conlleven la restricción del placer[5].

Tales variaciones ideatorias, especialmente la variación ideatoria sobre el concepto de sociedad, que algunas de las situaciones descritas traen aparejada, y que es una de las funciones que la ciencia ficción efectúa constituyendo infinitas sociedades posibles, poseen el valor de brindar una orientación, cuando como ocurre en el caso de los fenómenos sociales e históricos se carece tanto de hechos positivos como leyes universales que permitan estructurarlos. Este procedimiento serial de variación permite intuir todas las diversas posibilidades del esquema básico planteado[6].

No solamente pueden tales variaciones ideatorias mostrar los aspectos positivos de una estructura imaginada, sino llamar la atención sobre los negativos.

Al hacer resaltar tales aspectos negativos sirve a su vez de advertencia contra la posible implantación de algunos métodos y sistemas antes aún de su aplicación efectiva.

Es que, como es sabido, en el campo de las ciencias sociales, toda predicción, es al mismo tiempo un factor que en sí mismo contribuye a estimular una tendencia o neutralizarla y es así un factor político y de modificación de las estructuras existentes. Se trata, en efecto, de predicciones que poseen la curiosa propiedad de «auto-confirmarse» o de «auto-destruirse»[7].

De manera que la literatura de anticipación puede constituir un factor importante para la génesis de nuevos sistemas de control social y también, en la misma medida, para divertirnos sobre las implicancias negativas de tales innovaciones.

Me parece significativo que en el campo de la ciencia ficción sean tan escasas las obras que, aunque sea parcialmente, desarrollen temas jurídicos[8]. Ello es demostrativo de un cierto anquilosamiento de los juristas en estructuras mentales perimidas, en una falta de imaginación creadora y de tendencia al cambio. No hay, creo, en la literatura de ciencia ficción autor alguno que provenga de esta disciplina, sí en cambio, abundan los ingenieros, químicos, arqueólogos.

La superación de la falta de imaginación creadora y adecuación al cambio mediante la ciencia ficción ha sido intentada en otros campos de la técnica humana. En el Massachusetts Institute of Technology se creó la cátedra de «ingeniería creativa» dirigida por el Ing. Arnold Capanna[9] el cual cita a Ruyer quien, entre otros, entiende el valor positivo que el ejercicio utópico tiene en la educación universitaria. Debería, dice, ser una de las bases de la educación universitaria. Como las universidades son centros de investigación, no sólo tienen lazos que las unen al pasado sino que deben enseñar a mirar el futuro.

No pretendo ser tan utópico y propugnar que una de las bases de nuestra enseñanza universitaria sea el ejercicio de la ciencia ficción. Pero sí creo y propongo que, si lo antedicho tiene alguna coherencia e importancia, quienes tengan vocación literaria e imaginación[10] y sean al mismo tiempo hombres de Derecho se dediquen a fabular sobre estos temas, con la conciencia de que, de alguna manera pueden contribuir, tanto o más que mediante sesudos tratados de dogmática, a la estructuración de un sistema social y de una justicia mejor[11].

Y sobre todo, a nivel más prosaico, la aplicación dentro de la enseñanza universitaria de lo que, parafraseando la idea del profesor Arnold del M.I.T. antes citada, podríamos llamar «jurisprudencia creativa» provocando al estudiante a enfrentarse con hipótesis que la evolución social y científica puede depararle en su futuro ejercicio profesional, legislativo o judicial, y solucionarlos como si fuesen ya existentes.

La literatura de anticipación encontraría así un ancho campo de nuevas temáticas y desarrollos, y la ciencia del Derecho recibiría el aire renovador de métodos, ideas, ideales y aún de ideologías no convencionales, produciéndose una recíproca y provechosa fructificación.

 

Dr. ERNESTO GRÜN

 

Profesor de Introducción al Derecho

Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires

 

Introducción a la SF como literatura crítica


La SF es una literatura fantástica, en el sentido de que no pretende imitar la realidad. Se suele acusar a la SF de ser evasiva por su carácter no realista, olvidando que las literaturas evasivas se caracterizan precisamente por su pretensión de realismo: la evasión radica en tomar por realidad algo que no lo es[12]. Las literaturas fantásticas parten de la afirmación de que el universo que nos presentan no es real, por lo que afirmar que su carácter no realista es en sí mismo evasivo es una contradicción. Una obra es evasiva si los esquemas y valores que presenta como reales son esquemas falsos y valores alienados.

Antes de profundizar en este tema, es preciso diferenciar la SF[13] de otras formas de literatura fantástica:

La SF, en primer término, conserva la lógica formal, o al menos su apariencia. La trama de SF se construye estableciendo unas premisas contrafácticas, unos hechos no verídicos —aunque quizá verosímiles— y desarrollando las conclusiones lógicas de dichas premisas. La irrealidad procede de los condicionales contrafácticos, pero una vez establecidos éstos y conseguida por el autor de la narración la «suspensión de la incredulidad», se emplea —o se pretende emplear— la lógica más estricta en la búsqueda de las consecuencias de estos hechos iniciales[14].

Así, en «El día de los Trífidos», la hipótesis de partida es la aparición de unos vegetales mutantes capaces de desplazarse y de causar la muerte al hombre, que coincide con la ceguera de la casi totalidad de la raza humana. Como consecuencia, la civilización se derrumba, y serán necesarias varias generaciones para iniciar su reconstrucción. Admitida la posibilidad de una ceguera generalizada, es obvio que la destrucción de nuestra cultura se presenta como irremediable, con o sin trífidos. Si el autor los incluye en la trama, es para representar la hostilidad de la naturaleza y para utilizar su escalofriante aspecto como aditamento dramático, pero no afectan al punto de mayor interés: la especulación sobre el grado en que nuestra forma de vida depende de la visión. La novela se desarrolla con una lógica impecable, que se conserva en todo momento.

Esta conservación de la lógica diferencia la SF del «nonsense» a lo Lewis Carroll, y del «fantasy», donde los diversos acontecimientos fantásticos se suceden arbitrariamente, sin concatenación casuística.

Existe una segunda diferencia entre la SF y las restantes literaturas fantásticas: en la SF, los condicionales contrafácticos no se obtienen arbitrariamente, sino por extrapolación (o distorsión, supresión, inversión, etc.) de determinados elementos de la realidad. En «El maestro y Margarita», de Bulgakov, el diablo se pasea por Moscú en compañía de un gato —«admirable» tirador de pistola— y una vez admitido tal hecho, todo se desarrolla con bastante lógica —dentro de lo que cabe—. Pero el autor no da ninguna explicación racional del elemento fantástico (diablo) utilizado, sino que lo extrae directamente de la mitología. No parte de una hipótesis, sino de un simple mito[15]. En cambio, «Mercaderes del espacio», de Kornbluth y Pohl, es una caricatura de lo que la publicidad puede llegar a ser en nuestro mundo, obtenida por el directísimo procedimiento de ver lo que la publicidad es ya hoy y suponer que su poder continúe incrementándose. De hecho, desde que la novela fue escrita hasta el presente, buena parte de las «exageraciones» de los autores se han convertido en realidad[16].

Hay, por último, una tercera diferencia (que ya fue insinuada al establecer la primera):

En «La metamorfosis», de Kafka, Gregorio se despierta una mañana convertido en un monstruoso insecto. A partir de este supuesto contrafáctico, la narración se desarrolla conservando una cierta lógica, aunque se trata de una lógica muy peculiar (y quizá en esta peculiaridad del desarrollo lógico de la trama esté lo más definitorio del relato de Kafka), que no pretende deducir las consecuencias de la situación inicial sino explicitar sus contenidos. El comportamiento de la familia de Gregorio al descubrir su transformación sólo es comprensible desde una perspectiva simbólica: lo que Kafka pretende —al menos es la primera interpretación que se nos ofrece— es subrayar la extrañeza del hombre en el mundo. Cabe, pues, decir que el símbolo inicial (la metamorfosis en sí misma) es, más que el mero punto de partida, el eje de la narración toda; el desarrollo posterior, como un alucinante circunloquio preñado de sugerencias, tiene por objeto dejar claro lo que entrevemos desde el comienzo, cuando el protagonista descubre que su mundo habitual le es en realidad completamente ajeno.

En el relato de SF, por el contrario, el supuesto contrafáctico no agota en sí mismo el sentido de la narración, sino que brinda la oportunidad de que éste surja. Volviendo a «Mercaderes del espacio», lo que los autores pretenden no es afirmar que la publicidad es un fenómeno en auge o abocado a la hipertrofia: lo que intentan es mostrar —al presentarnos esta hipotética hipertrofia y sus consecuencias lógicas— el carácter esencialmente destructivo de la publicidad. La conclusión lógica por parte del lector no es: «la publicidad es necesaria, pero peligrosa cuando existe demasiada», sino: «la publicidad es una forma de agresión».

De lo dicho se desprende que la SF es fundamentalmente especulativa, y se caracteriza, más que por una temática o una ambientación insólitas, por su técnica (especulación) y su intención (crítica).


SF Y ANTICIPACIÓN

 

La SF no es, por tanto, una literatura «augural» o de «anticipación», como muchos creen. En las obras de SF actuales, rarísima vez el autor pretende «anticipar» en sentido estricto: al especular sobre cómo sería el futuro si se dieran determinadas condiciones, lo que busca no es adivinar el porvenir, sino comprender el presente.

La comparación de los «clásicos» Verne y Wells constituye un claro ejemplo de la diferencia entre «anticipación» y SF en sentido estricto: Verne era un anticipador, y sus tediosas novelas pretendían convencernos de la posibilidad de lo narrado en ellas; para Verne, el viaje a la Luna es un fin en sí mismo, y no pretende conocer a través de él nada nuevo sobre la sociedad o el hombre; Verne es uno de tantos conformistas que creen estar inmersos en el único sistema de vida posible, sistema que consideran «natural». Wells, por el contrario, no pretende convencernos de la veracidad de lo narrado, sino ofrecernos a través de sus relatos una visión crítica de la realidad. Wells es un autor de SF.

Esto nos muestra que la SF es inicialmente progresiva, en cuanto que distancia la realidad para volver a incidir sobre ella, para comprenderla mejor y, en consecuencia, abrir el camino para su posible modificación. La anticipación, por el contrario, es inicialmente conformista, pues presenta las premisas reales —los condicionantes de nuestra cultura— como inevitables y lógicos. El anticipador se preocupa de lo que será para desviar la atención de lo que debería ser.

Otro error muy difundido consiste en creer que las obras de SF son meras «novelas del futuro» o «de marcianos», error fomentado por la ingente cantidad de subproductos que se publican con el distintivo «ciencia ficción»[17]. La diferencia entre una simple «novela del futuro» y una obra de SF propiamente dicha, estriba en el carácter no intencional con que la primera emplea los presupuestos contrafácticos: la utilización de elementos en apariencia propios de la SF obedece a un mero deseo de ambientación. La nave espacial o el planeta misterioso no desempeñan más papel que el de simples decorados de una trama convencional, que muy bien podría haberse desarrollado en el oeste americano. Ahora bien, la distancia entre SF y «novela del futuro» no siempre es sencilla, y es fácil cometer errores en este sentido. La crítica calificó de «ópera del espacio» la novela de Poul Anderson «Los corredores del tiempo», en la que la presencia de numerosas aventuras no impide observar hallazgos de estricta SF, entre ellos una verdadera crítica de las civilizaciones «dionisíaca» y «apolínea» como conceptos insuficientes.

Ahora bien, así como entre la SF y la anticipación cabe hablar de planteamientos antagónicos (mientras que en la SF se busca una cierta forma de «distanciamiento» para comprender mejor la realidad, en la anticipación sé produce una «evasión» al futuro —para desentenderse del presente— mediante la mitificación del «progreso»), en el caso de las «novelas del futuro» no cabe hablar de intencionalidad «genérica», pues el mero hecho de emplear elementos futuristas no determina en absoluto el carácter de la narración, que puede reducirse a un amasijo de sadismos y puerilidades (lo cual ocurre con demasiada frecuencia) o, por el contrario, tener auténtica validez humana.


SF Y UTOPÍA

 

Como hemos señalado, la SF es una forma de ficción especulativa, y en este sentido, las llamadas utopías —cuya tradición cultural es sobradamente conocida— guardan estrecha relación con ella.

En las narraciones utópicas se distinguen dos tendencias, que corresponden a lo que se suele llamar —con absoluto desprecio de la semántica— «utopía» y «antiutopía». En el primer apartado se incluyen las obras en las que el autor muestra lo que podría ser una civilización perfecta si se alteraran determinadas condiciones de la existencia humana. La validez de tales «utopías» sólo puede ser analizada individualmente, y aunque en general suelen mostrar una ingenuidad notable, a menudo contienen elementos verdaderamente positivos, el más frecuente de los cuales es la eliminación del sentido competitivo de la vida.

En la «antiutopía», en cambio, el autor se propone mostrar una forma infernal de civilización en la que puede desembocar la nuestra si no se modifican determinadas tendencias. La finalidad es, en ambos casos, la misma: señalar los elementos nocivos de la civilización (en la utopía, mostrando las ventajas de su supresión, y en la antiutopía, los inconvenientes de su mantenimiento).

En la SF contemporánea —y ello es sumamente significativo— se da con frecuencia la narración «antiutópica». Un ejemplo sobradamente conocido es «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury, cuyos condicionales contrafácticos (persecución de los libros, hipertrofia de la TV, etc.) casi no pueden llamarse así por lo alarmantemente cerca que están de la realidad actual.


CONCLUSIÓN

 

Vistas las posibilidades críticas de la SF, hay que señalar, sin embargo, que existe un peligro en su empleo: el de caer en el derrotismo o la superficialidad[18]. De hecho, el derrotismo es una consecuencia de la superficialidad: afirmar «esto no tiene solución» equivale a decir que no se ha sabido encontrarla, lo cual se debe a un análisis equivocado —o deshonesto— del problema, ignorando sus raíces y limitándose a los epifenómenos. Y obviamente, si no se encuentra la raíz de un problema, es imposible solucionarlo.

La crítica de nuestra sociedad que la SF ofrece es a veces superficial (y conste que aun en ese caso puede ser eficaz como «primera aproximación»), pero el planteamiento sigue siendo válido, y la cuestión se reduce a profundizar en la crítica: a radicalizarla.

 

CARLO FRABETTI

LUDOLFO PARAMIO