Notas

[1] Brian Aldiss, Billion Year Spree (Nueva York, Doubleday, 1973), p. 23. <<

[2] Ellen Moers, «Female Gothic: The Monster’s Mother», en The New York Review of Books (vol. XXI, n.º 4, 21 de marzo de 1974), p. 24. <<

[3] Moers, p. 24. En su ensayo, Moers establece un razonamiento convincente respecto a que Frankenstein representa el mito del nacimiento, reflejo de la experiencia de Mary Shelley como esposa y madre. <<

[4] Aldiss, pp. 34, 36. <<

[5] Un excelente ejemplo lo constituye la novela de Philip K. Dick The Man In the Hlgh Castle (Nueva York, Putnam’s, 1962), que nos presenta un mundo en el que el Japón y Alemania han ganado la Segunda Guerra Mundial. (El hombre en el castillo, Minotauro.) <<

[6] Damon KnÍght, In Search of Wonder (Chicago, Advent, 1967), p. 144 <<

[*] En castellano en el original. <<

[7] Leight Brackett, «The Halfing», en The Halfing and Others Stories (Nueva York, Ace, 1973), p. 15. <<

[8] Alice Eleanor Jones, «Created He Them», en The Best from Fantasy and Science Fiction, quinta serie, editada por Anthony Boucher (Nueva York, Doubleday, 1956), p. 134. <<

[*] La mano izquierda de la oscuridad (Minotauro) <<

[9] Ursula K. Le Guin, The Left Hand of Darkness (Nueva York, Walker, 1969), pp. 68-69. <<

[10] Hubo una interesante discusión acerca de La mano izquierda de la oscuridad entre Le Guin y el distinguido escritor polaco de ciencia ficción Stanislav Lem en las páginas de SF Commentary, una publicación australiana editada por Bruce R. Gillespie. En un ensayo titulado «Lost Opportunities», Lem hace las siguientes afirmaciones:

Aunque sus conocimientos antropológicos son muy buenos, su perspicacia psicológica es únicamente la justa, y a veces no es ni siquiera suficiente. La señora Le Guin inventa una creación biológicamente plausible y valiosa como ficción. Se inventa a «otros humanos» que no solamente se convierten en seres sexuados periódicamente (ya hemos encontrado antes cosas así en ciencia ficción, incluso la bisexualidad) sino que (también) se convierten periódicamente en hembras o en machos durante su período «kemmer» período sexual). Y no se detienen las cosas aquí, sino que tampoco pueden prever cuál será su próxima encarnación sexual.

La autora no ha querido, no ha podido o no ha sabido cómo reflejar la cruel amargura del destino de los individuos en un sistema semejante. Nos ofrece algunos apuntes a lo largo de los capítulos, pero no transforma su material antropológico en formas de vida individuales.

Sin embargo, imaginémonos a nosotros mismos en la situación de la gente de esta novela. Dos cuestiones sobre la existencia básica nos saltan a la mente:

1.ª ¿En qué me convertiré durante el próximo período «kemmer» (sexual), en varón o en hembra? Contrariamente a todas las opiniones estereotipadas, la incertidumbre normal de nuestras vidas, ya bien conocida por nosotros, se ampliaría dolorosamente a causa de este indeterminismo sexual. No tendríamos que preocuparnos ya meramente de la cuestión trivial de si el mes próximo preñaríamos o quedaríamos preñados, sino que tendríamos que enfrentarnos a toda una nueva clase de problemas psíquicos acerca de los roles que nos esperarían en uno u otro extremo de la alternativa sexual.

2.ª De entre la gente totalmente indiferente que nos rodea, ¿por quién me sentiré eróticamente atraído durante el próximo «kemmer»? Porque como todo el mundo es neutro, no podemos determinar nuestro futuro biológico. El cambiante modelo de relaciones sexuales nos sorprenderá siempre con nuevos y siempre dudosos cambios dentro del conocido entorno…

Pero consideremos la cruel ironía del destino: supongamos que una persona mientras era varón se hubiera enamorado de otra que entonces era hembra durante el período «kemmer», y que después de algunos meses ambos se conviertan en «hombres» o en «mujeres». ¿Podemos creer que entonces ambos simplemente buscarían compañeros (heterosexuales) biológicamente adecuados? Si respondemos que sí a esta pregunta, no solamente estaríamos diciendo estupideces, sino también simple y sencillamnte mintiendo, porque sabemos con suficiente claridad cómo puede formar el poder de condicionamiento cultural-psicológico nuestras vidas interiores desafiando a nuestros instintos biológicos.

Por ello, los habitantes de Winter han de experimentar una gran desdicha e infelicidad, lo mismo que una buena cantidad de «perversión», a medida que los antiguos «machos» se sintieran cada vez más atraídos por sus antiguas compañeras «hembras» (tal vez ahora neutras o machos), y lo mismo cuando, debido a los dictados de sus glándulas, deban prepararse a jugar el rol femenino. ¡Qué posibilidades crueles, extrañas y diabólicas puede encontrar ahí un autor! Esas posibilidades esconden en ellas las raíces de una malignidad que nos heriría por su intencionalidad…

De la novela extraigo esta verdad acerca de mí (y por ende, de todos los seres humanos): pese a lo dolorosas que puedan ser nuestras vidas sexuales, la limitación de nuestra estabilidad es una bendición, y no una maldición. Claro está que el Karhider (getheniano) debe pensar de una forma totalmente diferente a la nuestra, y nos considerará anormales, como acertadamente señala la señora Le Guin…

Pero volvamos a la novela. Estilísticamente, está muy bien escrita. Contiene también la riqueza y la variedad de las costumbres de una civilización alienígena, aunque no sea totalmente consistente. Sea lo que sea lo que la autora haya intentado decirnos, ha escrito sobre un planeta en el que no hay mujeres, sino solamente hombres (no en el sentido sexual, pero sí en el social), porque las ropas Karhider, los modos de hablar, las costumbres y el comportamiento son masculinos. En el alma social, el elemento masculino ha permanecido victorioso sobre el femenino. SF Commentary, 24 de noviembre de 1971, pp. 22-24. El ensayo original fue publicado en una revista alemana, Quarber Merkur, n.º 25. Traducido del alemán por Franz Rottensteiner y revisada por Bruce Gellespie.

En una edición posterior. Le Guin respondía a las indicaciones de Lem:

La novela proyectada por Stanislav Lem… es fascinante, tan provocativa como un relato de Borges. Deseo que Lem pueda escribirla. Yo no hubiera podido hacerlo, en parte porque la fisiología de «mis» gethenianos no es la misma que Lem ha creído leer. Las tragedias que él vaticina están obviadas por el mecanismo «diferenciador» que hace que el segundo o el más lento de la pareja que entra en «kemmer» desarrolla siempre el sexo opuesto al del primero o más rápido… La puerta de entrada de la tragedia, creo yo, es más bien la enorme posibilidad de que dos amantes por largo tiempo lleguen a desincronizarse: unas pocas horas de diferencia en la extensión de sus períodos kemmer lo retrasaría por un año. He eludido esa dificultad sin ninguna vergüenza, y no he hecho más que proveer a los gethenianos de una sofisticada farmacopea y de unas técnicas de control del cuerpo altamente refinadas, de forma que pueda imaginarse la solución a esos desastres.

Lem no es el primero en acusar a los gethenianos de ser en su totalidad, o al menos en un 90%, varones… ¿Podría él, o cualquier otro, hacerme el favor de señalar un solo pasaje o conversación en los cuales Estraven (un personaje getheniano) haga o diga algo que solamente un hombre podría hacer o decir?

¿No será que tendemos a insistir en que Staven y los demás gethenianos son hombres porque la mayoría de nosotros somos incapaces de imaginar a las mujeres como primer ministro, arrastrando trineos sobre superficies heladas, etc.?

Sé que el uso del pronombre masculino influye en la imaginación del lector, quizá de forma decisiva… Alexei Panshin y otros pidieron que inventase un pronombre neutro. Consideré cuidadosamente la posibilidad y decidí que no lo haría. Este experimento lo intentó ya Lindsay en A Voyage To Arcturus y me suena a preciosismo fallido y exasperante; trescientas páginas llenas de una cosa así podrían resultar intolerables. La intransigencia del medio es, después de todo, su placer. Aunque, posiblemente, pueda hacerse más con el inglés que con cualquier otro lenguaje que ningún escritor haya tenido la suerte de hablar, no se puede hacer absolutamente todo con él…

… Dice que sus vestidos son masculinos. ¿Qué es lo que lleva la gente en los climas realmente fríos? Tomé como modelo a los esquimales. Estos (tanto hombres como mujeres) llevan, por supuesto, túnicas y pantalones. ¿Ha intentado usted alguna vez llevar una falda, larga o corta, con un viento helado y bajo una tempestad de nieve?

Elegí a un observador terrestre «normal», y varón, como narrador, porque imaginé que la gente tendría problemas en identificarse emocionalmente con los gethenianos. En verdad, pensé que muchas personas, especialmente los hombres, los encontrarían repulsivos. Estaba equivocada y debería haber tenido más valor. Es mejor transmitir las cosas indirecta que directamente, a menos que se trate de entregar un mensaje. Yo soy novelista, no empleada de telégrafos. Lo que yo tenía que decir de los gethenianos pretendí que surgiera de la imaginación del lector… (SF Commentary, 26 de abril de 1972, pp. 90-92.) <<

[11] Sam J. Lundwall, Science Fiction: What It’s All About (Nueva York, Ace, 1971), pp. 144-145. (Historia de la SF, «Nueva Dimensión» n.º 75.) <<

[12] Debería recordarse que la ciencia ficción no es homogénea en todas partes. Está escrita a todos los niveles de calidad, como todos los géneros literarios. Esto es algo obvio, pero que muchos olvidan. <<

[13] Uno de los personajes femeninos interesantes en la obra de Wells es Weena, la mujer que el viajero del tiempo conoce en su viaje. Weena es débil e indefensa, pero también lo son todos los de su pueblo, sean hombres o mujeres. Son los Eloi, los futuros descendientes, semejantes a niños, de la raza humana. <<

[14] Beverly Friend, «Virgin Territory: Women and Sex in Science Fiction», en Extrapolation (vol. 14, n.º 1, diciembre de 1972), pág. 49. El señor Friend hace algunos comentarios interesantes sobre Philip José Farmer y Theodore Sturgeon, dos escritores que fueron de los primeros en especular con el sexo en sus relatos y novelas de ciencia ficción. Es particularmente interesante la novela de Sturgeon Venus Plus X (Nueva York, Pyramid, 1960), que trata de una cultura unisexuada y de la reacción de un hombre ante ella. <<

[15] Aunque es verdad que la doctora Calvin prefiere los robots a la gente, existe una razón lógica para tal preferencia. La ética de los robots de Asimov es mejor que la de la gente. Las historias robóticas se publicaron en dos volúmenes, I Robot (Nueva York, Gnome Press, 1950) y The Rest of the Robots (Nueva York, Doubleday, 1964. El segundo volumen contiene también dos novelas, The Caves of Steel y The Naked Sun. <<

[*] Los propios dioses (Bruguera, «Libro Amigo») <<

[16] Robert A. Heinlein y Forrest J. Ackerman, «Heinlein in Science Fiction», en Vertex (vol. 1, n.º 1, abril de 1973), pág. 96. Este artículo es el texto de un discurso titulado «The Discovery of the Future», pronunciado por Heinlein en la Tercera Convención Mundial de Ciencia Ficción, en Denver, 1941. El discurso fue trascrito para Vertex por Forrest J. Ackerman. <<

[17] Frank Robinson, «Conversation with Robert Heinlein», en Oui (vol. 1. n.º 3, diciembre de 1972), pág. 112. <<

[*] La luna es una cruel amante (Acervo) <<

[18] Robert Heinlein ha sido severamente criticado por muchos críticos de ciencia ficción por sus personajes femeninos. Sam J. Lundwall decía que Heinlein «creía todavía firmemente que las mujeres estaban hechas solamente para el harén». Otros le han objetado el hecho de que muchas de sus protagonistas están tan preocupadas por los cosméticos, los coqueteos, el anidado de los niños o el de sus maridos como por la ciencia o las matemáticas superiores. Y otros se han quejado de que no son suficientemente «femeninas».

Es cierto que muchos de sus personajes femeninos no desentonarían en un harén o en su equivalente actualizado. Y sobre todo en sus obras recientes. Podemos aventurar algunas razones para este hecho:

1) Las novelas de Heinlein son otro caso de influencia cultural; la cultura en que se desenvuelve el autor influye en sus concepciones de lo que debe ser una obra especulativa sobre el futuro, afectando sus afirmaciones. La influencia cultural no siempre es mala. Las afirmaciones o implicaciones de la cultura en general pueden ser utilizadas para dar forma o mejorar una novela de ciencia ficción, y a veces han sido utilizadas con éxito. Pero un escritor o escritora de ciencia ficción, precisamente por la naturaleza especial de su obra, ha de estar prevenido y preparado a adoptar posiciones escépticas o actitudes críticas si es verdaderamente especulativo.

2) Puede que Heinlein esté seguro de que hay una posibilidad real de que las mujeres en el futuro, pese al asunto de oportunidades, prefieran el coqueteo, la maternidad o el matrimonio. De hecho, los personajes femeninos de Heinlein eligen sus destinos hasta un cierto punto. En general, no son seres pasivos, sino fuertes y activos que utilizan sus propias mentes para decidir qué es lo que desean. Incluso los simples objetos sexuales, en sus novelas, llevan frecuentemente la iniciativa. Las que se convierten en madres se parecen más a unos «progenitores profesionales» que a simples amas de casa, y la familia es respetada. Parece como si Heinlein creyera realmente que ser padre es una ocupación excitante y realizadora como pudiera serlo cualquier otra. Esta es una postura buena y defendible.

Sin embargo, uno podría preguntarse por qué los hombres de las novelas de Heinlein no eligen también las así denominadas ocupaciones femeninas. Claro que una sociedad del futuro no necesita ser racional y los autores de ciencia ficción no han de escribir de forma normativa (aunque la ciencia ficción sea fuertemente didáctica, a veces se tiene la impresión de que los autores están prescribiendo tanto como especulando, y algunos de ellos, indudablemente, lo están haciendo).

Puede que Heinlein, como la mayoría de nosotros, crea diferentes cosas en momentos diferentes. Si subraya las maravillas de la paternidad y de la vida familiar en muchos de sus libros, también nos presenta el caso de una chica que se «divorcia» de sus padres (en The Star Beast). Si nos muestra a las mujeres como objetos sexuales en sus últimas obras, también nos presenta a un matrimonio que son buenos amigos al tiempo que amantes y que funcionan como un equipo, sin deseos aparentes de tener niños (en The Umpleasant profession of Jonathan Hoag, 1942). En The Rolling Stones (Nueva York, Scribner’s, 1952), la madre del protagonista es una médico que ha abandonado la práctica de su profesión para dedicarse enteramente a cuidar de su hijo. Pese a esta equivocación, actúa con más racionalidad que su marido en una situación de emergencia. Haciendo caso omiso de las objeciones de su marido y de su deseo de proteger a su mujer del contagio, la doctora fleta una nave con pasajeros enfermos que necesitan cuidados médicos. En algunas de sus primeras obras aparecen mujeres en posiciones de poder, y no es demasiado raro en Heinlein dar a entender que son más sabias o racionales que los hombres.

Personalmente, Heinlein parece tener una vena fuertemente literaria y ha denunciado públicamente cualquier forma de coerción (incluyendo las prisiones y la disciplina militar). Resulta difícil creer que pueda tener algún deseo de mantener a las mujeres «en su lugar». Y sin embargo parece creer, consciente o inconscientemente, que las mujeres tienen a veces necesidades de protección o deseos de realizarse principalmente como esposas o madres (aunque, sin embargo, normalmente, tras expresarse en otras áreas). Puede suceder que Heinlein realmente crea que ser madre es algo superior a cualquier cosa que un hombre pueda hacer. Pero como precisamente esa creencia es la racionalización más frecuente utilizada por otros para poner límites a la vida de las mujeres. Heinlein ha sido criticado por ello.

Las novelas de Heinlein presentan unas descripciones informativas y a veces contradictorias de las diversas formas en las que los hombres han visto a las mujeres y seguirán viéndolas en el futuro. Es interesante pensar en lo que hubiera podido pasar si Heinlein hubiera puesto más cuidado en sus personales femeninos. Obviamente, se trata de un caso complejo, y es difícil sacar una conclusión definitiva acerca de este escritor o de lo que él sostiene. <<

[19] Joanna Russ, «The Image of Women in Science Fiction», en Vertex (vol. 1, n.º 6, febrero de 1974), pág. 54 <<

[20] Sería interesante, por ejemplo, analizar el conflicto que se produce en un personaje femenino entre el rol exigido por la necesidad física y su deseo de utilizar sus otras capacidades. Y aún sería más interesante resolver el problema, y no simplemente naciendo que las mujeres se realicen como madres.

Un punto evidente es que las mujeres, al igual que los hombres, son algo más que unos atributos corporales. Los colonos masculinos en las novelas de ciencia ficción son valorados por sus capacidades y por sus genes. Las mujeres, sin embargo, por inteligentes o cultas que sean, son valoradas con frecuencia solamente por los genes que pueden transmitir a las generaciones futuras. La frecuencia con que los escritores insisten en este punto es mayor que la verdadera demanda de que lo hagan. <<

[21] Poul Anderson. Orbit Unlimited (Nueva York. Pyramid, 1961), pág. 89. Más tarde, Anderson, en Tau Zero (Nueva York, Doubleday, 1970), describe mujeres que desean explorar el espacio por las mismas razones que los hombres, aunque están gustosamente preparadas a iniciar su acostumbrado embarazo al final de la novela. Uno de los personajes femeninos, Ingrid Lindgren, demuestra una fuerza considerable. Cuando el capitán de la nave espacial se muestra incapaz de actuar, ella toma a su cargo la mayor parte de las tareas. <<

[22] Sam Moskowitz, «When Women Rule», en When Women Rule (Nueva York, Walker, 1972), pág. 1. Esta interesante antología contiene un ensayo informativo realizado por Moskowitz y algunos relatos breves sobre el tema de la mujer dominante. (Existe traducción castellana del ensayo de Moskowitz: Cuando gobiernan las mujeres, «Nueva Dimensión» 77). <<

[23] Philip Wylie, The Disappearance (Nueva York, Pocket Books, 1966), pág. 273. <<

[24] Wylie, págs. 246-247 <<

[25] Norman Mailer, The Prisoner of Sex (Boston, Little, Brown, 1971), págs, 67, 127, 169. <<

[26] Mailer, pág. 214. Mailer está citando la obra de David M. Rorvik, Your Baby’s Sex: Now You Can Choose (Nueva York, Bantam, 1971) <<

[27] Carl Sagan, The Cosmic Connection (Nueva York, Doubleday-Anchor Pres, 1973), pág. 38. <<

[28] El consejo dado por algunos «tanques de memoria» de la intervención militar de América en la guerra de Vietnam es bien desafortunado, y subraya la necesidad de considerar cuáles son las prioridades y los valores a la hora de utilizar una obra así. Los «tanques de memoria» analizan simplemente qué resulta posible tanto en el presente como en el futuro. Es a nosotros a quienes corresponde decidir cómo utilizar sus consejos. El informe de Herman Kahn sobre los resultados probables de una guerra nuclear, por repugnante y deshumanizado que parezca, puede ayudar a hacerse una idea de tal guerra impensable. <<

[29] Entre ellos se encuentran The Biological Time Bomb, de Gordon Rattray Taylor (Nueva York, New American Library, 1968), Future Shock, de Alvin Toffler (Nueva York, Random House, 1970), Man Into Superman, de R. C. W. Ettinger (Nueva York, St. Martin’s, 1972), The Future of the Future, de John McHale (Nueva York, Ballantine, 1969), The Prometeus Project, de Gerald Feinberg (Nueva York, Doubleday-Anchor, 1969), y An Inquiry Into the Human Prospect, de Robert L. Heilbroner (Nueva York, Norton, 1974). <<

[30] Arthur Byron Cover, «Vertex Interviews Harlan Ellison», en Vertex (vol. 2, n.º 1, abril de 1974), pág. 37. Ellison era el responsable de la publicación de When It Changed, de Joanna Russ en su antología Again, Dangerous Visions (Nueva York, Doubleday. 1972). <<

[31] Ver El mundo de Rocannon, col. Nova n.º 2. <<