Capítulo 2. ¿Por qué le tememos tanto a una traición?
CAPÍTULO 2
¿Por qué le tememos tanto a una traición?
¿Por qué le tememos tanto a un engaño?
Por lo general, se piensa que las mujeres les temen a tres cosas: a las arañas, a quedarse con el auto averiado de madrugada en una carretera oscura y a engordar dos kilos después de las fiestas.
No es cierto; a lo que más le temen las mujeres es a ser engañadas. A toda mujer la saca de quicio si el carnicero la engaña, dándole falda por lomo. O a toda mujer la enloquece que el mecánico le cobre medio sueldo por atar una pieza del motor con alambre Pero lo resuelve no yendo más a esa carnicería y a ese taller, y contándole a todo el mundo que la estafaron. Pero ¿qué haces si te enteras de que un hombre te traiciona?… ¡No hay carnicerías donde puedas conseguirte otro hombre!
Muchos piensan que los hombres temen mucho acres cosas: perder su computadora, volverse impotentes y quedarse sin trabajo. Pero la verdad es que ellos también le tienen pánico a la idea de que su mujer se acueste con otro, aunque sea por un rato. ¿Y si descubren que el otro es más varonil que él? ¡Qué horror!
¿Por qué tanto miedo a la traición?
Porque formar pareja cuesta muchísimo trabajo.
Primero hay que buscarla, después elegirla, después ver si ella o él están libres, después ver si le interesamos a él o ella, si no hace cosas desagradables en la mesa; luego, decidirse a avanzar. Después viene el conejo, los regalitos, el primer beso… Ver si ella huele rico y si él es apuesto y varonil… Y, finalmente, concretar. Después de concretar, hay que mantener, hay que preservar, hay que recordar cumpleaños, aniversarios y cumpleaños de suegros y cuñados. Hay que recibir en casa a amigos y parientes insoportables de ambas partes que nos gastan la bodega y las sonrisas. Él a su vez tiene que ser un buen proveedor, y acompañarla a ella al centro de compras a ver cuantos zapatos le encantan, pero no le combinan con nada. Hay que pasar vacaciones, operaciones, tratamientos de conductos, indigestiones, cambios de muebles, mudanzas, fracturas expuestas, tensiones premenstruales, pagos de cuentas y reparaciones de tejados en armonía, con una sonrisa y sin discutir delante del plomero, albañil, dentista, suegra, niños y vecinos. Así quieras matar a tu esposo, los dos deben parecer un bloque sólido, sin fisuras, frente al mundo. Llevar adelante un matrimonio es un trabajo de locos, que por más que se haga con la mayor cautela, no siempre tiene resultados felices. Pero ya que se invierte tanto tiempo en lograr una pareja más o menos consolidada, queremos que esta dure el mayor tiempo posible. ¿Por qué queremos que dure? Los motivos pueden ser varios:
- Uno se siente más a gusto en pareja que solo con su alma.
- Se aprecia más lo que costó mucho conseguir.
- Nos acostumbramos a su cara.
- Él es el único que sabe adonde llevar a reparar tu computadora.
- Ella es la única que sabe dónde están las cosas.
- Porque no se puede comer pizza congelada.
- Si estás solo, no tienes quien te alcance una toalla cuando ya estás en la ducha.
- El otro sabe demasiado de uno y no conviene dejarlo libre para que vaya a ventilar nuestras intimidades.
- Así como costó enganchar a este, sabemos lo que va a costar enganchar a otro.
- Ya hemos invertido demasiado tiempo en ser un bloque sólido.
Para colmo, conocer otra persona es un proceso que se complica de manera directamente proporcional con el paso del tiempo. Convengamos que no es lo mismo buscar novio a los 23 —cuando todos quieren tener sexo contigo—, que a los 43, cuando los únicos que te gritan «¡Mami!» son los recolectores de la basura, y que en verdad te lo gritan porque no es tu cuerpo el que los tienta, sino el aroma a estofado de gallina que sale de tu casa.
Además, nuestras amigas solteras nos narran historias de amor parecidas a un tren fantasma, lo que indica que el mercado de novios está complicado. Nuestro marido o novio estará fallado… ¡pero al menos sus fallas son conocidas!
Entonces, que venga alguien de afuera a quitarte a tu hombre con faldas es inadmisible. ¿Y qué es lo que más te duele?
- a.Él le hará a ella regalos que no te hace a ti.
- b.Él tendrá con ella el sexo que —por falta de tiempo o ganas— no tiene contigo.
- c.Con esa aventura, él está llenando de fisuras ese bloque que tanto le costó consolidar.
- d.Mientras él se divierte con su amante, tú no has tenido tiempo de buscarte un amante que te divierta. Y lo más grave de todo: mientras él se divierte, tú no tienes diversión.
Has invertido tiempo de tu vida en afianzar tu relación con él, en limar asperezas y en soportar fallas de fábrica. Y ahora, él tira todo ese tiempo por la borda, consolidando una relación con una desconocida. Necesitas sus abrazos para prolongar la relación… ¡y el muy canalla le regala a otra tu dosis completa de oxitocina!
¿Por qué algo tan deseado acaba siendo algo can temido?
La infidelidad no sería algo agravante si ambos miembros de la pareja fueran infieles simultáneamente. Claro que hay matrimonios que llevan relaciones paralelas, fingiendo ni enterarse y tomando el té con total elegancia como si nada. Pero eso ya no es adulterio: esas personas son fanáticas de la doble monogamia. Y hasta supongo que aunque se harten de su amante, no lo dejan por temor a la soledad. Imagina que si para la gente común perder la pareja es sinónimo del vacío absoluto, para la mujer que precisa dos hombres en su vida, arriesgar a perderlos es quedarse en bajo cero de soledad. La desventaja de sostener demasiado tiempo esta relación paralela es que acabas cuidando en el hospital no a un anciano (tu marido), sino a dos: tu marido y tu amanee. Pensando en eso, la mayoría de los affaires acaban pronto, apenas uno de los dos nota que el otro se agita al subir las escaleras. La gente se priva de tener amantes y enamorarse otra vez para no perder lo más difícil de recuperar: la confianza del otro.
Cuando uno tiene eso en cuenta, sigue fiel. Cuando no lo tiene en cuenta… se divierte más.
¿Por qué duele tanto saberlo?
Mira cómo le cayó a Violeta Parra el engaño;
Maldigo del alto cielo
la estrella con su reflejo (…)
Porque me aflige un dolor,
maldigo el vocablo amor
con toda su porquería,
cuánto será mi dolor.
Le pongo mi maldición
en griego y en español
por culpa de un traicionero,
cuánto será mi dolor.
La cantante y poeta chilena si que debe haber sido traicionada, para cantar versos tan rotundamente dolidos. De hecho, se quitó la vida al no soportar estar enamorada de un francés menor que ella que, de pronto, decidió ignorarla.
¿Por qué duele tanto una traición?
Cuando nos enamoramos y formamos pareja estable, nos entregamos por completo al otro… Pero, de repente, el otro decide entregarse a una tercera persona. ¡Caray, eso no estaba en el trato!
Él podrá decirte: «Bueno, quedamos en que yo te amaba, pero jamás hablamos de no ver a otras personas». Porque te juro que hay cretinos que te dicen eso. Lo que sucede es que, en toda pareja, la parte más importante y básica del trato de estar juntos es la que menos se habla… ¡porque se infiere tácitamente que debe ser así! Y es la que dice: «Serás solo mío». Porque el amor es exclusivista. Se han hecho experimentos de vida comunitaria en parejas de hippies mezcladas, y esposas compartidas, porque ya sabes, querida, «paz y amor»… y todos han fallado en medio de refriegas terribles donde una hippie le arrancaba a otra el collar de mostacillas, y la otra le desgarraba la pollera hindú a la primera, mientras le lanzaba pachulí a los ojos. Y el marido, muy campante, les decía a las dos: «Vengan, chicas; hagamos el amor, no la guerra». Y ellas le clavaban un palito de incienso en la garganta.
No, señores; los seres humanos no somos una especie promiscua, como los conejos y las chinchillas. Somos más del tipo de los pingüinos, los kaikenes (gansos patagónicos) y las arañas; un amor para toda la vida. Y que agradezcan esto los machos, porque allí donde la vida sexual es promiscua, las hembras los echan de la manada después de acoplarse a ellos y viven muy felices entre tías, hermanas y primas, sin macho a la vista, como hacen las manadas de elefantas en África, que son grupos exclusivos de hembras. Los elefantes machos siempre andan perdidos por ahí sin saber qué hacer, aburridísimos porque en las llanuras africanas no hay Play Station. Lo mismo con el macho humano: en las comunidades promiscuas, las mujeres los echan por infieles y ellos van de bar en bar, sin saber qué hacer, porque no hay Play Station. Así que si un hombre prefiere que no lo echen a patadas de su hogar, ante codo, debe cumplir con la premisa número uno: ser fiel a su pareja.
Cuando te enteras de que tu amor rompió el pacto de exclusividad y abrió el juego, repartiéndose su atención hacia otra persona, sientes que ya no puedes contar con el otro.
Toda relación de pareja está basada en la confianza mutua. Y es cierto que cuando estás enamorada, sientes que es para toda la vida. Pero también es cierto que las relaciones de pareja no son una cosa plana, estable, siempre igual, porque sus componentes son dos personas que tampoco son planas, estables, siempre igual. Hay días en que ambos están en un idilio; otros días en que ambos están en un infierno; un día, uno tiene ganas de atenciones y el otro quiere dormir, y estos roles van cambiando todo el tiempo, porque la vida en pareja es cambio, pasando la mayor parte del tiempo en románticas situaciones en que —cuando parece que se miran el uno al otro— él está pensando cuándo cambiar los neumáticos del coche, y ella está pensando cambiar las cortinas de la sala. Así que, en cualquier relación, lo único inmutable es el cambio.
No es necesario que nos pongamos paranoicos pensando que algo malo pueda suceder, que él deje de amarte, o que contrates a una empleada doméstica igual a Angelina Jolie, que atienda a tu marido mejor que a ti (aunque en verdad te conviene despedirla al primer día, aduciendo que deja pelusa debajo de los muebles). La verdad: si te casas con un tipo pensando que él se irá detrás de la primera mujer parecida a Angelina Jolie que se le cruce, mejor no te cases con él.
Porque solo hay dos clases de hombres en la vida:
- a.Los que jamás te pondrían los cuernos.
- b.Los que te los pondrán en cada oportunidad que puedan.
Te conviene encontrar a uno de la clase a, aunque dicen los especialistas que son el 0.5% de la población masculina. Pero que los hay, los hay.
Por eso, se dice que «ya no hay hombres»; todas las mujeres andan corriendo detrás de ese 0,5% que te garantiza fidelidad.
Es más: creo que solamente deberías casarte con quien sientas que esta consigna se cumplirá:
«Aunque Angelina Jolie se te cruzara, insinúame, José se quedaría conmigo».
Damos así por descontado que para tu José, tú eres mucho más que Angelina Jolie (y si puedes contarnos tu secreto, nos harías un gran favor).
La verdad es que cuando te casas, confías en ese hombre.
Confías en poder contarle todo y en que él te cuente todo.
Confías en que es su socio y aliado, y que sabe que tiene otra socia y aliada en ti.
Este es otro truco de oro para elegir pareja estable:
«Él/ella es mi mejor amigo/a».
Si te sientes enamorada, pero sabes que si le cuentas algo de manera confidencial, él corre a decírselo a otro, escás en problemas.
Así que un buen matrimonio es una relación en que si uno de los dos dice: «Tenemos que hablar», el otro no huye despavorido ni entra en una crisis de nervios, sino que se sienta y escucha.
Por eso, tu marido es de los buenos si se cumple esta otra regla:
«Si hay problemas en la pareja, los conversamos».
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando tú estás convencido de que forman una pareja basada en el respeto mutuo, la amistad, la confianza y el apoyo, y te enteras de que él o ella se dedica, ahora, a darle apoyo, confianza y respeto, a otra? ¿Y todos los suéteres que le has tejido? ¿Todas las conversaciones que le has soportado a tu suegra? ¿Todas las falsas sonrisas a tu cuñada? ¿Y los litros de perfume que has desperdiciado para esta persona? ¿Y el dinero derrochado en peluquería y tratamientos de belleza? Toda esa inversión de años… ¿para que se vaya con otra? Es doloroso, como que te roben los ahorros de toda tu vida. Pero es aún peor, porque si te roban, vino un ladrón y se llevó lo ajeno. Pero aquí es él mismo, tu media naranja, quien se lleva lo tuyo, lo que era de los dos. Es como si tu chanchito de barro, tu alcancía, tu hucha querida, se vaya de tu casa delante de tus narices. Pero nadie te lo roba: es el chanchito que se va. Por eso, igual que la alcancía… ¡quién te deja es un cerdo!