Capítulo 17. Cómo ser infiel con éxito

CAPÍTULO 17

Cómo ser infiel con éxito

Preparando el terreno

Por más ganas que tengas de ponerle los cuernos a tu media naranja, no deberías siquiera intentarlo sin saber cómo hacerlo de manera correcta. En primer lugar, si planeas hacerlo cuando tu vida ya te esté aburriendo, deberías haber preparado el terreno desde hace años (y si no lo has hecho, comienza ya), hablando siempre pestes del adulterio y de la infidelidad. A partir de ahora, no desperdicies una sola oportunidad de decir: «No puedo creer que el idiota de Ricardo le sea infiel a Marisa… ¡qué manera de arriesgarse a perder la confianza de su esposa para siempre!» o de decirle: «Lo que más valoro de nuestra relación es que ambos podemos poner las manos en el fuego, el uno por el otro, sabiendo que jamás nos traicionaremos… ¡porque no me arriesgaría a perderte!». De este modo, le vas metiendo en el cerebro que no tienes ningún plan de correr detrás de otra, que no eres de esa clase de tipo, que eres conservador, casero, leal y que ella puede dejarte encerrado dos días con una mulata pulposa sin que a él se le ocurra otra cosa que hablar del tiempo con ella. De este modo, el potencial infiel logra tener una esposa relajada y despreocupada, que jamás le revisará la agenda, los bolsillo y los cajones… ¿Para qué, si el esposo es tan aburrido? Una vez que hayas convencido a tu esposa de que la mera idea de tener una relación paralela te repugna —por promiscua, inmoral y porque hace como quince años que no te cruzas con una mujer que valga la pena—, serás libre de hacer todas las repugnancias que quieras, porque ya estás fuera de toda sospecha.

Requerimientos técnicos para ser infiel

Primero debes casarte, porque el mayor problema para poder cometer adulterio es que si no estás casado, no hay nadie a quien engañar. Un buen truco es imprimir fotos de una falsa familia, que sacas de Internet, y llevarlas en la billetera como si fueran tuyas. Luego, te compras una argolla dorada de juguete o le pides prestada a tu hermana la argolla que sacó del pastel de novios en la última boda. Después, vas a un bar, bien vestido y peinado, como lucen los casados. Nada de jeans rotos en las rodillas y gorra de béisbol con la visera hacia atrás. Te vistes con jeans nuevos, camisa limpia y ni una mancha en todo el atuendo, porque supuestamente hay una esposa que no te deja salir luciendo como una mezcla entre rapero y payaso. Luego, vas a un bar y finges que llamas a casa para saber cómo están los niños, tratando de que todo el mundo te oiga claramente. Y luego, tratas de levantarte a la camarera con toda la excitación y adrenalina del engaño… ¡y sin nada de culpa! Y digo que lo intentes primero con la camarera, porque es la profesión femenina que más seduce a los hombres, en especial a los famosos codiciados como Nicolás Cage, Matt Damon, Eric Clapton y George Clooney, todos casados con la mujer que les traía la cerveza. Porque la mujer ideal de todo hombre es alguien que le trae ilimitadas cervezas con una sonrisa, ñola que le dice: «¿No tienes nada mejor que hacer que sentarte a beber cerveza?». Cuando estés listo para encontrar una persona a quien ponerle los cuernos —serle infiel a una muñeca inflable no es adulterio, técnicamente hablando— deberás lograr otra cantidad de cosas:

  1. Que ella sea celosa y te quiera solo para ella. Porque si es tan amplia y te dice: «No tengo mucho tiempo para ti… ¿Por qué no te entretienes con mis amigas?», ya no puedes traicionarla, porque lo que estás haciendo no es ser infiel: es acatar su orden.
  2. Que ella no considere correcto que tengas otra pareja al mismo tiempo. Esto te reduce el panorama de mujeres elegibles, porque deja afuera a millones de mormonas, musulmanas, y toda cultura que vea a la poligamia con buenos ojos. Y a ti también te limita, porque ya no podrás ser sultán y tener un harén con cuarenta queridas. Lo siento, pero es así.
  3. Una buena idea es cometer adulterio con alguien de tu mismo sexo. Cuando sea la hora de confesar la traición, al decirle: «Busqué en él algo que tú no tienes», a ella no le sonará tan ofensivo.
  4. Debes vivirlo sin culpas. Si entre los Diez Mandamientos, uno dice: «No desearás a la mujer de tu prójimo» y otro también dice: «No darás falso testimonio», se indica que estos mandamientos se aplican solamente a los mentirosos, y como tú no lo eres, puedes desear a la mujer del prójimo todo lo que quieras.
  5. Evita un romance con monjas. Están casadas con Jesucristo y no querrás que Jesucristo te tajee los neumáticos con una navaja cada vez que lo estacionas frente a la iglesia.
  6. Pese a todo lo que diga Clinton, el sexo oral cuenta como infidelidad.
  7. Cuanto más dure la infidelidad, más infiel serás. Para que esta dure, no debes ser descubierto muy pronto. Para no ser descubierto, debes aprender a comunicarte con tu amante con códigos que solo ella y tú puedan comprender. Por ejemplo: «Dice Zumbanga que lleves el tren a la punta del árbol, para que podamos tallar el cristal moteado de la zarigüeya elegante» puede servirte para decirle a tu amante por teléfono: «Buenas noches, mi amor», sin que tu esposa sospeche nada. Lo malo es que quien comenzará a sospechar de tu salud mental será tu amante. Asimismo: «Linda, te espero a las tres en mi oficina; tú lleva tu hermosa carpeta, que yo llevo mi enorme memorándum» es un mal código. Pero: «Linda, te espero a las tres en mi oficina; lleva tú los condones que yo llevo la champaña» es un código aún más espantoso. Sé discreto. A veces, conviene tener contacto creo con tu amante, salvo que sea una de esas que se sacan de quicio si no los llamas y te llaman a las tres de la mañana, gritando: «¿Por qué ya no me llamas?». Perdón, ¿no te lo dije antes? Regla número uno: «Jamás te acuestes con gente más loca que tú».
  8. Si quieres hacerlo en un auto, que sea un Chevrolet modelo 56. El asiento trasero se convierte en un perfecto banco de carpintero, y si ella te empieza a aburrir, puedes ponerte a hacer una buena silla. El asiento delantero es tan estrecho que puedes intentar meter a tu amante sin ningún éxito, para luego decirle: «Lo intenté, lo intenté». Hacer el amor en un auto es muy buena idea. Porque si crees que han podido quedar pelos de ella, restos de sus hebillas, ropas o lápiz labial o manchas de semen en el tapizado, todo se soluciona simplemente quitándole el freno de mano y empujándolo desde el precipicio o barranco más cercano, para que se hunda en el mar y se pudra pronto sin que nadie lo encuentre. Otros dicen que el sexo en el auto es bueno para abrir la puerta, arrojar a la amante a la calle y salir corriendo a 200 kilómetros por hora, pero es una actitud ruda que se prestaría a represalias de su parte.
  9. Búscate amantes que vivan en sitios distantes al tuyo. Si cienes dos dedos de frente, intenta que entre tu amante y tú hayan al menos 150 kilómetros de distancia, para que no haya moros en la costa que puedan verte in fraganti y contarle a tu mujer. Además, te conviene que tu amante sea tan madura como para que no quiera presionarte con que dejes a tu esposa para casarse contigo y tener hijitos. Busca a alguien que no tenga ataques de celos de tu esposa, ni accesos de llanto, ni histerias imprevistas, sino que posea una personalidad estable y tranquila, que sea dueña de su propia vida, que ya se haya casado y tenido sus propios hijos (el tema de la maternidad no estará pendiente), que tenga un perro que la acompañe cuando la dejas y que no intente irrumpir en la privacidad de tu hogar, amenazando con contarle todo a tu esposa. Los 150 kilómetros en el medio le darán más discreción a la relación y evitarán, al mínimo, las posibilidades de que una vecina chismosa le diga a tu mujer: «He visto a tu marido a 150 kilómetros de aquí, paseando de la mano a una vieja de 80 años». Por supuesto que ella no lo creerá, así que andar —entre ida y vuelta— cuatro horas en auto para encontrarte con tu vieja, te da puras ventajas.

Las tres reglas del perfecto infiel

Un infiel exitoso es alguien que hace lo que quiere con su vida privada, sin importunar a los demás ni herir a nadie. Por ende, no cualquiera puede ser un infiel exitoso.

Hay gente que puede ser infiel con cierta elegancia y hay gente que si lo intenta, se arriesga a que lo esperen con el palo de amasar detrás de la puerta. Así de simple.

Para ser un infiel correcto, se necesitan tres cualidades imprescindibles:

  • Ser atento, humilde y generoso.
  • Ser listo, fuerte y valiente.
  • Saber mentir.

O sea que el perfecto infiel tiene que ser, fundamentalmente, una persona perfecta con cierto arte para ocultar sus mínimas fallas. Es decir que para ser un buen infiel —como para ser bueno en cualquier otra cosa—, hay que ser esencialmente buena persona.

Veamos por qué esta triple exigencia del perfecto infiel:

1. Ser atento, humilde y generoso

El infiel debe ser atento, para tener siempre en cuenta los sentimientos de ambas partes, su esposa y su amante, y tenerlas apaciguadas a ambas para poder continuar la infidelidad sin mucha revolución interna. Y debe evitar hacer cualquier cosa que produzca dolor en cualquiera de las dos personas que trata íntimamente. Para esto, debe tener empatía con ambas, conocerlas mínimamente para saber qué esperan y qué no, y saber dónde viven para no poder pasar a buscarlas. En suma, sabe evitar hacer lo que no le gustaría que le hicieran a él.

El buen infiel no debe hacer ostentación de su romance por más que se muera de ganas de decírselo a alguien. Y para evitar contarlo, se precisa una enorme humildad. Y debe ser generoso para poder tener contentos a todos a su alrededor. Porque si su pareja llegara a sospechar algo, le costaría mucho más creer que la traiciona un tipo amoroso, generoso y atento, que uno egoísta, atento y poco comunicativo. El perfecto infiel debe ser el alma de la fiesta, el que paga todas las cuentas, y el que después del postre, te invita con champaña. Y cuanto más traiciona, más debe dar para compensar la traición. Algunos infieles famosos logran que su mujer no los deje jamás y les perdone todo, regalándole diamantes después de cada traición, así, logra que ella, de puro ansiosa, empiece a presentarle mujeres, con tal de que las engañe pronto otra vez.

2. Ser listo, fuerte y valiente

Debes ser listo para no andar dejando pistas de su infidelidad. Hay que ser valiente para comenzar un affaire con alguien que te guste, y para tener el coraje de cortarlo cuando las cosas se complican. Y debes ser fuerte para superar la ruptura, y superar estoicamente los retos de tu pareja celosa si es que llega a enterarse. Y todo eso hay que vivirlo con dignidad y humildad, porque ya sabía dónde se metía.

3. Saber mentir

El verdadero infiel profesional tiene que saber mentir de un modo tan absolutamente irreprochable que hasta él mismo cree que lo que dice es cierto. Debe saber dominar su lenguaje corporal para que el cuerpo no contradiga las palabras —no vale decir «Jamás me gustó esa chica», para rematar la frase con un largo suspiro— y debe tener una memoria espectacular para poder recordar qué mentira dijo, respecto a qué día que llegó carde. Quien mezcla fechas, horas y mentiras, olvida la mitad y no puede sostener lo que dijo, no sirve para traicionar. Quien no sabe el arte de mentir con coherencia, mejor que se quede mirando la tele con su pareja, hasta que le salga humo por atrás. Al televisor.

¡Tú si que sabes mentir!

Algunas personas se asustan con el tercer punto, diciendo: «Mejor no engaño; yo no sé mentir». Mentiras; cualquiera que tenga una relación matrimonial aburrida sabe muy bien cómo mentir. Te has pasado los últimos años de tu vida mintiéndole a tu pareja. Y te desafío a que veas si no has dicho alguna de estas mentiras para evitar hacer el amor con tu esposo o esposa.

Mentiras de ella:

  • Es muy temprano.
  • Estoy demasiado cansada.
  • Es demasiado tarde
  • Hace demasiado calor.
  • Ya me estoy durmiendo.
  • Hace demasiado frio.
  • Me duele la cabeza.
  • No me he lavado los dientes.
  • No me siento bien.
  • Quiero ver la tele.
  • Me está bajando.
  • Estoy muy gorda.
  • Estás muy gordo.
  • Si escucho a los vecinos, es que los vecinos nos escuchan a nosotros.
  • Escucho a los niños.
  • No escucho a los niños.
  • Tengo puesto un tampón.
  • No me puedo sacar la ropa.
  • No me puedo sacar los problemas de la cabeza.
  • No me puedo sacar el tampón.

Mentiras de él:

  • Comí demasiado.
  • Bebí demasiado.
  • Me duele la espalda.
  • Tengo náuseas.
  • Tengo un calambre.
  • No se me levanta.
  • Me gotea la nariz.
  • Siento ruidos raros.
  • Se me fueron las ganas.
  • Hoy tengo que trabajar hasta tarde.
  • Tengo que ducharme.
  • Despertaremos a los niños.
  • Quiero ver la tele.
  • Lo nuestro va demasiado rápido.
  • Estoy cansado por el trabajo.
  • Estoy cansado de no tener trabajo.
  • La que me gusta es tu hermana.
  • Comí muy poco.

Como ves, somos maestros en el arte de mentir. Así que, en este punto, todos podemos ser infieles exitosos.

Fíjate con quién te metes

La aventura puede convertirse en pesadilla si dejas que se interponga entre ti y tu vida normal.

¿Sabes bien con quién te metes?

Hay agencias de amantes en las cuales te preseleccionan los candidatos con una batería de tests psicológicos que deben pasar con un «aprobado». Pero si no estás en esas agencias y quieres un flirt sin consecuencias, deberás correr el riesgo de enredarte con cualquier amante. Y te encuentras en la encrucijada de que lo peor que podría pasarle a tu amante es que se enamore de ti, porque entonces no podrías quitártela de encima cuando quieras, y quién sabe si no quiere meterse en tu casa y contarle codo a tu mujer. Entonces, eso de meterse en un romance, rogando que no haya amor, ya es un tanto absurdo. ¿Que tú querías solo sexo? Pues díselo en la cara a esa joven que tanto te gusta, a ver cuánto demora en darte una bofetada. ¡Al menos finge que la amas un poco! Y si ella te pregunta: «¿Cuánto me amas?», señala la ventana y dile: «¡Mira lo que hay ahí afuera!», mientras te escabulles debajo de la cama.

Así que el no poder dominar la intensidad del otro se convierte en un problema básico de la infidelidad. ¿Cómo vas a ser infiel diciendo: «Quiero un rollo contigo, pero cortito; no te me entusiasmes, porque no sé si te quiero como amante enamorado, como posible pareja de por vida o como juguete sexual, así que, por ahora, contrólate»? Por supuesto, esas son frases que los hombres dirían encantados, si quieren volver a recibir una bofetada. Así que no daré más ejemplos de estos para que no te duela más la cara.

Una desventaja de la infidelidad es que si siendo soltero cortas con una amante enamorada de ti, ella viene a tu casa, se corta las venas en tu puerta, cambias el tapete y se acabó. Pero si una persona casada corta con su amante, su amante viene a su puerta y se corta las venas ahí… cuando quieres cambiar el tapete tu marido te dice: «¿Otra vez cambiar ese tapete? ¿Crees que soy millonario para gastar dinero de ese modo?»… y ahí te queda la mancha de sangre y serás el hazmerreír de todo el piso.

Por bien que la pases dentro de un affaire, no debes perder la perspectiva de que un affaire es un affaire y tu matrimonio es otra cosa, con otro nivel de compromiso. Por ejemplo, si tienes un accidente en la calle y los médicos te preguntan: «¿A quién quiere que avisemos?», no puedes quedarte evaluando durante media hora si prefieres que venga tu pareja o tu amante. Así que debes hacer un cálculo rápido: es tarde y, a esa hora, tu amante toma clases de tai chi chuán, por lo cual, mejor pides que le avisen a tu cónyuge. Y tu cónyuge irá corriendo, ya sea porque te quiere, o porque quiere verificar si estás con tu amante. Ten en cuenta que si los médicos confunden los teléfonos y llaman a las dos, ambas irán a verificar que ojalá estés bien muerto, o ellas se encargarán de que lo estés.

Lamentablemente, quien comete una infidelidad no tiene demasiado criterio para elegir la pareja. Tampoco tiene tiempo para ponerse selectivo: debe concretar algo en cuanto se le presente la oportunidad, algo rápido, discreto y volver de prisa a casa antes de la cena, para que no se sospeche nada.

Pero ya sabemos que en la sociedad actual estamos peor que en el siglo XVIII con esto de armar parejas. Hace menos de dos siglos, te armaba el matrimonio un casamentero profesional. A los quince, ya tenías una prometida o prometido que ni siquiera conocías personalmente, sino a través de miniaturas donde retratistas hábiles convertían a un monstruo deforme en la Bella Durmiente. Ahora, en cambio, ese trabajo lo haces tú mismo con Photoshop en la foto de Facebook.

El hombre también tiene más tiempo para evaluar si la mujer que es su novia es un 50%, 20% o 5% parecida a la mujer de sus sueños, o más bien un 60 parecida a la mujer de sus pesadillas.

Pero cuando estás tratando de ser infiel con los minutos contados, no te fijas si ella tiene cultura o si él tiene dientes. Buscas una rápida encamada, no sea cosa de que, sí lo piensas mucho, se arrepienta él o te arrepientas tú.

Y allí es cuando el infiel debería andar con pies de plomo. Para empezar, por más que evite darle el número telefónico de la casa, un amante enamorado puede acabar siguiéndolo para saber dónde vive, para acabar golpeando la puerta en la casa de él.

Un romance al paso puede convertirse en una relación peligrosa, porque los amantes son unos desubicados: tiene la mala costumbre de enamorarse.

Conocí a una muchacha que se enamoró hasta el tuétano de un hombre casado… con cinco hijos. Él le decía que ella era el amor de su vida. Harta de que no saber nada de él durante varios días, ella consiguió el teléfono particular de él, llamó a la casa y dejó un recado para él… ¡a la esposa! Al rato, él la llamó, furioso, diciendo: «La próxima vez que llames a mi casa, no me verás un pelo por el resto de tu vida». ¡El mismo que le decía que la amaba eternamente!

Por eso, la infidelidad es algo que solo puedes hacer si sabes ocultarlo… y si te consigues un amante que sepa ocultarlo. El único adulterio que vale la pena es con alguien más discreto que tú.

No puedes tener como amante a alguien que decide entrar por la ventana de tu casa para darte una sorpresa, y acaba dándole la sorpresa a tu marido. Si todo el mundo se entera por culpa de este idiota, el romance pierde el sabor de lo prohibido y secreto.

Es más complicado para el infiel varón quitarse de encima una amante pesada que para una esposa infiel quitarse de encima al amante que se tomó todo demasiado en serio. La amante mujer se desespera si su casado la deja, porque cree que si lo pierde, no podrá conseguir otro casado en su vida… ¡ya que todos los han tomado otras solteras fóbicas al compromiso! En cambio, la mujer infiel, si quiere quitarse de encima a un amante pesado y pegajoso, basta que le diga: «Te amo más que a nada en el mundo, eres todo para mí, y quiero pasar el resto de mi vida, cada minuto que me quede, junto a ti, a tu lado, y seremos felices por siempre jamás» y el tipo se irá corriendo tan rápido que dejará marcas en el pavimento… y no volverás a saber nada más de él. A algunos basta que les digas: «Quiero que hablemos de lo nuestro», para que desaparezcan con igual velocidad.

En las relaciones amorosas siempre ocurre así, porque como decía Ortega y Gasset, el amor es un eterno insatisfecho.

Ser infiel no es para cualquiera

Cuando nos enamoramos, los seres humanos nos volvemos bastante estúpidos: nos olvidamos de todo, conservamos recuerditos, dejamos tareas inconclusas y vivimos esperando el reencuentro con nuestro amor. Un infiel no puede volverse estúpido, y mucho menos extrasoñador y distraído. Y mucho menos puede ir atesorando recuerditos de su amante.

Un infiel profesional puede estar enamorado, pero no demostrarlo.

Y en verdad, cuanto más enamorado está, más debe disimularlo, no solo ante la esposa o marido a quien pone los cuernos, sino ante el mismo amante, que si cree que estás muy enamorado, comienza a tratarte como un felpudo y no se esfuerza en conquistarte más.

Por eso, en una relación, siempre es pésima idea decir alguna de estas frases rastreras y humillantes: Sin ti me muero; Eres lo mejor que me pasó en la vida. ¿Me quieres mucho? ¿No es cierto que soy el mejor? Siempre estaré a tu lado, pase lo que pase; Me da pánico perderte; Soy totalmente tuya. ¿Es cierto que me amas? ¿Cuánto me amas?… Uff, no quisiera conocer a alguien que hable así. Se ponen tan pesados que, por eso, poca gente dice «te amo» a la pareja… «Te quiero» está bien, pero «Te amo» suena como una sentencia a muerte de todo esfuerzo del otro para mantenerte a su lado y preservar la relación. Una relación sana se basa en dos personas un tanto ansiosas por no por perder al otro, que jamás están un ciento por ciento seguras de que el otro se quedará por siempre a su lado, pase lo que pase. ¿Es necesaria tanta ansiedad? Si: siempre conviene sentir que no tenemos al otro tan seguro, para luchar cada día por conservar tu amor.

¿Infidelidad por sexo o por amor?

La mala fama que tiene la infidelidad no es por la infidelidad en si, sino por la cantidad de pésimos infieles que han manchado la reputación de la infidelidad.

Digamos que todo el mundo quisiera tener una affaire con alguien del sexo opuesto después de equis años de casados, aunque sea por ponerle variedad a su sexualidad o saber «como sería si…». Y si se anima a tener una aventura, queriendo solo sexo, logra exactamente eso: sólo sexo… y cada uno a su casa. Eso no es sexualidad, sino pura genitalidad, como masturbarse con el cuerpo de otro, donde el otro no cuenta como persona. No es nada malo practicar el sexo por el sexo, por supuesto. Sería como hacer jogging, pero acostado.

Pero la diferencia entre el sexo por el sexo mismo con alguien que nos importa un comino, y el sexo por amor, —con alguien que nos pone el tiempo en suspenso hasta que lo volvamos a ver— es tanta, que equivale a cargar una oveja al hombro en vez de ponerte un suéter de lana si tienes frío. Es lo mismo, pero nada que ver.

La infidelidad es uno de los más importantes pasos que puede dar una persona en la vida para encontrar un verdadero amor cuando el matrimonio es un mar de hipocresía y tristeza. Los amantes que han encontrado verdadero amor uno en el otro saben que deben acabar con su matrimonio. Los dos amantes pasan entonces a formar una nueva «pareja oficial», con lo cual se acabó la infidelidad. Por ende, cuando una infidelidad es 100% exitosa, deja de ser infidelidad, porque se forma una nueva pareja. Esa es la infidelidad tomada en serio, de manera adulta. Tomársela en serio es apostar el alma —y no solo los genitales— en el otro.

En cambio, poner lo cuernos por descarga sexual es mucho más grosero que poner los cuernos por enamorarse de otro. Lo de la descarga sexual es mucho más frívolo y vulgar, y quizás no amenace la integridad del matrimonio. Lo segundo es mucho más profundo y entendible, y pone al matrimonio en una tembladera. ¡Es cierto! ¡Pero es mucho más excitante y atractivo! Imagina: no solo te gusta el cuerpo de esa persona, sino su voz, su olor, su cara, cómo habla, cómo piensa, cómo se mueve y… ¡ya quieres formar parte de su vida!

Como los hombres maduran mucho más lentamente que las mujeres, el típico proceder masculino es: «Sexo sin compromisos y si te he visto no me acuerdo». Lo que es una bajeza, porque allí no hubo intimidad, para él significó poco y nada. ¿Pero vale la pena poner un matrimonio en jaque para algo que para él significa poco y nada? Exactamente, este es el tipo de infidelidades que le dan mala fama a la infidelidad: cuando el infiel trata a las personas como objetos. Eso es subestimar a los demás, lo que no es nada galante.

Y está el otro tipo de infidelidad que enaltece al infiel. Y es cuando no se trata solamente de sexo, sino que hay aprecio, admiración, apego, amor… que los llevó al sexo del mejor.

Ese otro tipo de infidelidad de mayor nivel sucede cuando una persona que está en pareja siente un flechazo por otra, y tiene la suerte de que el amor sea correspondido Se dan cuenta de que han encontrado a alguien tremendamente especial, pero que los acontecimientos de la vida les llegaron a destiempo, dado que conocieron al amor de su vida después de haberse casado. «Ojalá te hubiera conocido diez años antes» es la frase de rigor en estos casos.

Si estamos convencidos de que esto no es un enamoramiento pasajero, una adicción al amor, una venganza a nuestro cónyuge o una obsesión por alguien que nos quite de la rutina, habría que pensar en empezar de cero con esta persona, intentar una relación de verdad. A veces, ser infiel es la única manera de conocer al amor de tu vida.

Ahora bien: no hay en el mundo excusas tan pesadas que impidan a un hombre acabar con su matrimonio y empezar una vida nueva con su amante, que ahora además es su enamorada. Ni siquiera estar casado con una heredera millonaria, tener cinco hijos, estar viviendo en la casa de los suegros o tenerle pánico a su mujer grandota y fornida, su padre policía y sus cuatro hermanos karatekas.

Una mujer que se enamore de su amante ya sabe qué hacer: si su amante es el hombre de sus sueños, y además la ama de verdad, le dice a su marido: «Adiós, cariño, que tengas suerte, me voy», bastante antes de darle tiempo de reaccionar al marido.

Pero un hombre casado enamorado de su amante se toma mucho más tiempo para definir nada.

¿Por qué el infiel no deja a su esposa, si dice a su amante que la ama tanto?

¿Qué pasa con un hombre casado enamorado de una amante con la que tiene una relación larga?

Le arruina la vida a dos mujeres: a la esposa que no sabe nada y a la amante convencida de que nacieron el uno para el otro. O sea que este tipo también le da mala fama a la infidelidad, ya que estropea la situación de tres personas: su mujer, su amante y él mismo.

Si vamos a definir al tipo que no deja a su esposa por su amante, este generalmente se trata de uno de estos tres tipos:

  • Un cobarde.
  • Un materialista, interesado en las ventajas económicas y logísticas de quedarse con su mujer.
  • Un mentiroso, que miente al decir que ama a su amante.

Pero si tenemos que elegir uno de los tres motivos, en el 99% de los casos, la razón de que no deje a su mujer por su amante es la tercera: no ama a su amante tanto como dice amarla. Solo se lo dice para retenerla a su lado con la vana esperanza de que llegue el día en que los dos vivan juntos. Y él prolonga la agonía diciendo que no tuvo el momento de decírselo a la esposa, con las remanidas frases: «No se cómo decírselo», «Ahora está muy enferma», «Es mal momento, está embarazada» o «Es el peor momento: está por ser abuela». Mientras tanto, impiden a su amante ser madre y abuela… con alguien con más pelotas que él.

Si te quedas con un hombre casado que después de seis meses de romance contigo no da señales de pensar en dejar a su esposa para comenzar una nueva vida a tu lado, debes aceptar dos cosas; que por más que te ame, eres su última prioridad (su mujer y sus hijos siempre están antes que tú) y que, si por él fuera, estaría dispuesto a tener una relación paralela contigo por lo que dure el amor. ¿Que él te quiere? Es probable. ¿Que la pasa bien contigo? Seguro que sí. ¿Que no quiere perderte? Claro como el agua. ¿Que puede armar contigo un vínculo estable con un nivel de compromiso en el cual puedas contar con él un sábado a la noche? Olvídalo: jamás sucederá. Si aceptas esas reglas del juego, adelante. Y si no, búscate un hombre entero, no la pata o la pechuga de medio hombre prestado.

Tampoco le des a tu casado un ultimátum que él no pueda cumplir para que deje a su mujer, porque nunca más te tomará en serio.

Tampoco vale engañarse, diciendo: «Yo puedo dejarlo cuando quiera», porque lo mismo dicen los adictos a cualquier droga y el amor es la más poderosa.

La verdad es que no deberla haber impedimento en el planeta que obligue a nadie a sufrir un matrimonio mediocre si se da cuenta de que el amor de su vida es otra persona. Conozco personas a quienes esto les pasó, tuvieron las agallas de dejar a su mujer o su marido y seguir su vida junto a alguien con quien son más felices. El tenor italiano Luciano Pavarotti dejó la comodidad de su esposa y sus cuatro hijas para irse de gira con su secretaria Nicoletta Mantovani, 30 años menor que él, con la que tuvo otra hija. La soprano María Callas dejó a su marido italiano para irse detrás del armador griego Aristóteles Onassis, cuando ella estaba en la cúspide de la fama. Cuando Onassis la dejó por Jacqueline Kennedy, ella tuvo encuentros furtivos con su exmarido infiel en París, porque tenía ganas de ver al magnate griego y basta. No es casual que estas vidas apasionadas las vivan solo los cantantes líricos. Las personas que protagonizan en óperas a gente engañada y amantes celosos tienen bastante más claro cuáles son las ventajas de jugarse el todo por el todo por amor: lo estudian en sus libretos. Pero la mayoría de los hombres que podemos cruzarnos en la vida no se juegan el todo por el todo ni para buscar papel higiénico… ¿Qué van a jugarse por una mujer? Jugarse por amor es algo que les sale más fácil a las mujeres, como Anna Karenina, aún sufriendo porque su marido le impidió volver a ver a su amado hijo Sergéi, cuando supo lo de su romance con el Conde Wronsky. Así, vamos viendo que si hay algo que estropea la fama de la infidelidad es que mientras los hombres juegan con ella, las mujeres se juegan por ella. Hay una diferencia abismal entre los encuentros sexuales del pobre Duchovny de la serie Californiacation y el amor desaforado de Ana Karenina, que no tiene más opción que arrojarse a las vías de un tren cuando todo se le pone en contra para ser feliz junto al verdadero amor de su vida.

Los maridos y esposas temerosos de ser engañados siempre opinan que preferirían que sus cónyuges cometieran infidelidades sexuales frívolamente, sin compromiso ni sentimientos, un «toco y me voy» ocasional. Total, un traspié lo tiene cualquiera.

Lo que no se dan cuenta es que si un infiel está dispuesto a echar su fidelidad por la borda, sería mucho más inteligente que lo hiciera por una razón más importante que tener un acercamiento sexual rápido y ocasional, como el de los conejos, sino por enamorarse de verdad. Nadie es quien para prohibir que él encuentre a alguien que le dé lo que quizás no encontró en ti.

Ya hace años, desde un estudio hecho en los años sesenta por la famosa pareja de sexólogos Masters & Johnson, se venía afirmando que los hombres son más celosos ante la infidelidad sexual y las mujeres son más celosas ame la Infidelidad emocional. Esto hace que un hombre pueda tolerar que chatees las 24 horas con tu exnovio, pero no tolerará que te acuestes con él. Si un día tu marido descubre las cartas de amor, te preguntará, alarmado: «¿Y te has acostado con él?». Y tú le dirás: «¡No, amor, solo nos dijimos que no podemos vivir el uno sin el otro!». Y él suspirará aliviado y dirá: «¡Menos mal! ¡Me habías asustado!». El mismo estudio decía que a las mujeres, por el contrario, no les importa que su marido haya tenido sexo con un harén mientras no les escriba cartas de amor.

Pero ahora se demostró que esto no es así. Una universidad sueca (¡estos suecos están en verdad obsesionados con el sexo! ¿Será por el frío o porque tienen ocho meses de noche?) repitió el experimento este año, mostrándoles videos sexuales y románticos a cientos de hombres y mujeres con la cabeza repleta de electrodos. Se confirmó que los hombres son más celosos ante las efusividades sexuales, y no tanto a las sentimentales. En cambio, las mujeres se mostraron tan sensibles y celosas ante las efusividades sexuales como las emocionales. Es decir, que las mujeres somos el doble de celosas que los hombres. Esto prueba que somos bastante más complicadas ante una infidelidad. No soportamos que él le hable a otra, toque a otra… ni que la salude con la mano desde la acera de enfrente. Esto nos da una enorme ventaja a la hora de ser infieles: mientras no te acuestes con él, para tu marido, todo está en regla y puedes flirtear lo que se te antoje. Pero nos da también una desventaja: como los hombres saben que somos terriblemente celosas de los emocional y sexual por igual, son más cobardes como para jugarse por otra, a sabiendas del lío que tendría en casa. Por eso, se escucha con muchísima más frecuencia la explicación de: «Me la gocé porque estaba borracho, no pienso verla más y se acabó», que la de «En verdad amo a mi amante… no sé si podré olvidarla», que requiere un coraje del tamaño del Coliseo Romano. Y después de la época de los gladiadores, no han nacido más hombres con esos cojones.

O sea que si él no deja a su esposa, lo hace por tres motivos:

  • Con su amante quiere solo sexo.
  • No la ama de verdad.
  • Le tiene un miedo atroz a su señora esposa.

¿Podemos enamorarnos de dos personas a la vez?

Claro que sí: de dos, de eres y de cuatro… ¿por qué no?

Todas las personas que conocemos son amables, en el sentido que puede ser el objeto de nuestro amor. Lo que pasa es que no alcanza el tiempo para amarlas a todas, porque cada tanto hay que comer y dormir. Entonces, solemos apegarnos a personas que nos resulten familiares. Si nos enamoramos de una cara, generalmente, también es porque vemos en ella algo que nos resulta familiar. Por eso, hay tantos matrimonios de parejas que parecen hermanos: se han enamorado de su imagen en el espejo y no pararon hasta encontrar a alguien, bien parecido a esa imagen. De ahí sale la expresión de ser alguien «bien parecido»: «bien parecido a mí». Si además esa persona piensa como nosotros, quiere decir que no estamos tan equivocados: hay más gente que piensa como nosotros. Y si alguien piensa igual que uno, esa persona es un genio. Es así como te enamoras.

Ahora, supongamos que te enamoras de alguien sin dejar de amar a tu pareja oficial. ¿Qué sucede aquí? Muchas personas, en especial las mujeres, se sienten atrapadas en un dilema, se sienten culpables, y no toleran esa ambivalencia de sentir «no puedo vivir sin ninguno de los dos»…

A todas estas suertudas les digo que lo disfruten porque esto no dura para siempre. Tarde o temprano, los sentimientos decantan y la balanza se inclina hacia uno de ellos.

El problema que tiene la gente es que cree que el amor es un mandato: «Si amas a alguien, debes actuar acorde y dejarte llevar por el amor hasta sus últimas consecuencias». Si así fuera, no nos diferenciamos de un perro en celo. Puedes amar locamente, y burlarte del amor. Puedes amar con toda tu fuerza, y disimularlo perfectamente, como hace el mayordomo inglés en Lo que queda del día, la novela de Kazuo Ishiguro, y seguir tu camino sin que tu gran amor lo sepa. Que nos sintamos irrefrenablemente atraídos por otra persona no significa que tengamos que lanzamos a sus brazos y decirle que no podemos vivir sin él.

«Ah, pero yo no puedo olvidarlo», me dirás. ¿Y quién dijo que tienen que olvidarlo? Puedes convivir toda la vida con la sensación de amor hacia esa persona, aunque nunca más vuelvas a verla… y eso no es malo. El recuerdo permanente de amores frustrados, perdidos, pasados, nos lleva a poner la energía que no pusimos en ese amor en otras cosas creativas (eso se llama «sublimar»: convertirlo en cosas sublimes), y nos lleva a emocionarnos con la ópera, los poemas y las películas románticas. ¿Quién no recuerda con ternura a un primer amor? Quizás este lo encuentras hoy y dices: «Menos mal que no me casé con ese pelmazo». Pero lo que sentiste por ese primer amor está dentro de ti para siempre, y es un recuerdo valioso, dulce y bueno. No, no hay que olvidar, hay que llevarse el amor puesto como una chaqueta suave y caliente, que te abriga en los días de lluvia y pena. Cuanto más te enamores, más significa que te gustan los seres humanos, y más a gusto estarás en el planeta Tierra, que está plagado de ellos.