Dos

Bart hizo un gesto de dolor cuando la aguja se hundió en su brazo. Una vez que la vía estuvo en su lugar, el doctor Swenson ajustó la jeringuilla y la llenó de sangre roja. Su sangre. Sangre que, si tenía suerte, estaría contaminada con Rohipnol o alguna otra droga.

—Demonios.

Lindsey Wellington inclinó su dulce cuerpecito hacia él, y su suave perfume de rosas le invadió la nariz. El pelo, de color castaño claro y muy brillante, se le deslizó por los hombros y le rozó a Bart el brazo.

—¿Duele?

—¿Qué, la posibilidad de que me hayan drogado? Sí, desde luego que duele. Me hace daño en la masculinidad.

Ella esbozó una sonrisa.

—Dudo que tu masculinidad sea tan frágil.

—Quizá no cuando tú estás cerca. Eres tan femenina que conseguirías que un mequetrefe se sintiera como un semental.

Aquel bonito color sonrosado volvió a teñirle las mejillas. Dios, era una mujer preciosa y delicada. Tenía los ojos azules y grandes, la piel inmaculada y el pelo sedoso. Pero aquello no era todo. Además de su físico, Lindsey Wellington era muy inteligente, y tenía un acento de Boston tan refinado que le recordaba a la familia Kennedy.

Y era su abogada. Asombroso.

Él había crecido con la idea de que, con la excepción de Paul Lambert y Don Church, los abogados eran unos chupasangres. Sin embargo, Lindsey Wellington había destruido aquel concepto en cuanto él le había puesto los ojos encima.

Era una auténtica pena que no la hubiera conocido la semana anterior, o el mes anterior. Antes de tener una acusación de asesinato sobre su cabeza. Quizá, de haberla conocido antes, hubiera estado demasiado ocupado intentando conseguir una cita con ella, y no habría ido al bar aquella noche. Era una broma del destino, y muy cruel. No podía creer que al fin hubiera encontrado una mujer que le interesara y no pudiera hacer nada al respecto.

El doctor Swenson sacó la jeringuilla llena de la vía y después puso otra vacía para sacar más sangre.

—¿Estás pensando en dejarme seco, Doc?

El viejo médico lo miró un poco por encima de sus gafas de aumento.

—Se dice por ahí que eres tú el que has dejado seco a alguien, Bart. Todo el mundo comenta lo que le has hecho a tu tío Jeb.

Debería haberlo sabido. Lo habían arrestado aquella misma mañana, pero había estado casi todo el día esperando a que le concedieran la libertad bajo fianza. No debería sorprenderle que la noticia de que lo habían arrestado por el asesinato de su tío Jeb ya hubiera recorrido todo el pueblo. Los cotilleos viajaban rápidamente en Mustang Valley. Sobre todo, un cotilleo tan suculento como aquel. Y de todas formas, el viejo médico se habría enterado de lo del asesinato sin necesidad de escuchar ningún cotilleo. Seguramente, tenía el cuerpo de su tío Jeb esperando en la sala de autopsias.

—Yo no lo maté, Doc.

Doc sacudió una mano, como si no lo hubiera creído desde el principio. Sin embargo, la agudeza de su mirada azul sugería lo contrario.

—De todas formas, ¿para qué queréis esta sangre? —preguntó el médico, mirando el brazo de Bart.

—Queremos que la analicen por si acaso la memoria de Bart se vio afectada de alguna forma por una droga. También necesitamos un análisis de orina, para buscar Rohipnol, o algún tranquilizante por el estilo —explicó Lindsey.

Doc sacó la segunda jeringuilla y la aguja de la vía, y le puso a Bart un algodón y un esparadrapo en la pequeña perforación. Después se puso a rebuscar en un cajón de instrumentos y sacó una botellita de plástico. Se la entregó a Bart.

—Llena esto.

Bart miró la botellita y después a sus botas. Hablar de las funciones corporales nunca le había molestado. Él era un vaquero hecho y derecho, acostumbrado a tratar con todo lo que pudiera venir del ganado. Sin embargo, con Lindsey mirándolo, sus funciones corporales tenían un significado totalmente distinto. Y también un enfoque diferente. Se obligó a tomar la botella de muestras de la mano del médico.

—¿Así que cree que alguien pudo drogar a Bart la noche del asesinato de Jeb? —preguntó Doc, sonriendo estiradamente a Lindsey.

Ella no hizo caso a la pregunta del médico.

—¿Cuándo tendrá los resultados?

La sonrisa de Doc se desvaneció.

—No tenemos laboratorio en el pueblo. Hay que enviar las muestras fuera.

Lindsey asintió y sacó una tarjeta de su maletín. Escribió algo en la parte de atrás y se la dio al doctor.

—Aquí tiene el nombre y la dirección del laboratorio al que quiero que las envíe. También tiene mi dirección. Por favor, haga que envíen una copia de los resultados aquí y otra a mi oficina. Quiero verlos en cuanto lleguen.

Doc tomó la tarjeta.

—Podrían ser unos días o unos meses, depende de lo ocupados que estén. Y además, cabe la posibilidad de que no encuentren rastros de la droga.

—¿Qué quiere decir? Si está en su cuerpo, debería aparecer, ¿no?

Doc miró a Bart con cara de pocos amigos.

—Chico, ¿a qué hora tomaste esas drogas anoche?

—Yo no tomé drogas, Doc.

—Bueno, entonces, ¿qué demonios es lo que me está preguntado esta señorita?

—Es posible que alguien me pusiera la droga en la cerveza cuando yo no estaba mirando. Algo para hacer que perdiera la memoria.

—¿No es más probable que te sobrepasaras con la botella de whisky?

Bart dejó escapar un suspiro de frustración.

—¿Qué estaba diciendo sobre la posibilidad de que no aparezcan rastros de droga en la sangre de Bart? —preguntó de nuevo Lindsey.

El hombre la miró de nuevo.

—Si ha pasado demasiado tiempo desde el momento en el que Bart tomó esas drogas, es muy posible que no las detecten.

Lindsey se mordió el labio inferior.

—Creía que tenían que pasar veinticuatro horas antes de que el organismo eliminase los restos.

—Eso es cierto, pero Bart es un chico muy grande, así que podría ser mucho menos tiempo.

Bart sintió una opresión en el pecho. El reloj de la consulta de Doc marcaba las seis en punto. Habían pasado veintiuna horas desde que había estado en el salón. Si Doc tenía razón acerca de que su tamaño podía hacer que el tiempo fuera menor, estaban muy cerca. Demasiado.

Miró a Lindsey y agarró la botellita de plástico con fuerza.

—Ahora mismo vuelvo —dijo.

Ella asintió. A juzgar por las arrugas que se le formaron en la bonita frente, también se había dado cuenta del tiempo que había transcurrido. Si la sustancia ya no estaba en su organismo, no podría probar que lo habían drogado. Y si no podía probar que su amnesia era real, no tendría nada con lo sustentar su defensa, a pesar de lo guapa y lista que fuera su abogada.

Bart le sujetó la puerta a Lindsey para que pasara al bar, y después la siguió. El Dale otra vez estaba casi vacío, a excepción de una pareja de parroquianos que estaba en la mesa de billar. Cruzaron el bar hasta la barra y se apoyaron. Olía a humo de cigarrillos y a limpiador, pero lo que más percibía Bart era la fragancia de rosas. Se inclinó hacia Lindsey y aspiró profundamente.

—Normalmente no bebes cerveza tan temprano, Bart. ¿Qué te trae por aquí? —Wade Lansing salió por la puerta de la cocina y se acercó a ellos. Bart vio la preocupación reflejada en los ojos de su amigo.

Bart miró a Lindsey.

—Lindsey, te presento a Wade Lansing, el propietario de este elegante establecimiento.

—Te refieres a esta cervecería.

—Dan cerveza y dan la mejor comida al oeste del Mississippi —le dijo Bart a Lindsey.

Wade sonrió.

—Me alegro de verte de nuevo, Lindsey —Wade quitó un par de vasos de la barra, y al mover las manos, su anillo de casado brilló con la luz.

—Creía que Kelly y tú ya estabais de luna de miel —dijo Bart.

—Estoy enseñando a un chico para que lleve el bar mientras estoy de viaje. No quiero volver y encontrarme el local incendiado.

Lindsey asintió.

—Nelly me ha comentado que vais a ir a Hawai. Suena muy bien.

—Por mí podemos ir a cualquier sitio, siempre y cuando Kelly esté conmigo. Me alegro de que vayas a representar a Bart, Lindsey. Así tengo menos de lo que preocuparme —entonces miró a Bart y la sonrisa desapareció—. Todo el pueblo está hablando sobre ti.

—Yo no maté a Jeb, Wade.

—Ya lo sé. Pero Hurley Zeller no comparte mi opinión. Se presentó aquí en cuanto abrí, haciendo preguntas.

—Maldita sea —murmuró Bart. Seguramente, Hurley les llevaba ventaja, porque Bart no tenía ni la más mínima idea de lo que había ocurrido. Esperaba que Wade pudiera darles algunas respuestas.

Lindsey dejó el maletín sobre la barra, lo abrió y sacó el cuaderno y un bolígrafo.

—Te agradecería que nos contaras lo que viste anoche, Wade.

—Lo que le has dicho a Hurley.

—No le he dicho nada.

Bart no pudo evitar sonreír. Era posible que Wade se hubiera casado, pero estaba claro que su desconfianza en la autoridad no había cambiado.

—¿Te acuerdas de haber visto algo raro? —le preguntó Lindsey.

—Le serví unas cervezas y algo de chili a Bart, y después me fui a cambiar algunos billetes muy grandes. Cuando volví, estabas completamente borracho, Bart. Me imaginé que debías de haber estado bebiendo whisky, aunque nunca te he visto beber más que unas cuantas cervezas.

Bart y Lindsey intercambiaron una mirada.

Lo que les había contado Wade coincidía con su suposición de que a Bart lo habían drogado. Por desgracia, también podía ser la descripción de un hombre que había bebido mucho whisky.

—¿Quién sirvió las bebidas mientras tú no estabas? —preguntó Lindsey.

—El chico al que estoy enseñando —Wade escribió algo en una servilleta de papel y se la dio a Lindsey—. Su nombre y su número de teléfono. Hoy tiene la noche libre, pero los demás días podéis encontrarlo aquí.

—Gracias —Lindsey metió la servilleta en su maletín—. ¿A qué hora se marchó Bart, y con quién? —preguntó.

Wade se quedó mirando a Bart.

—¿Has perdido la memoria?

Bart asintió.

Entonces, Wade se volvió hacia Lindsey de nuevo.

—Aunque el bar estaba hasta la bandera ayer, me pareció que se marchaba a las doce, más o menos. Pensé que volvería a casa con su capataz, Gary Tuttle, el mismo con el que vino. Puedo preguntar esta noche a la gente, para ver si alguien vio algo diferente. ¿Vas a decirme lo que pasó anoche, Bart? Tú no eres de los que beben hasta caer sin sentido.

—Creemos que lo drogaron —le informó Lindsey—. Quizá con Rohipnol, o algo parecido.

Wade no pareció sorprenderse demasiado.

—Están ocurriendo muchas cosas extrañas en Mustang Valley. Primero Andrew y luego esto.

Bart no podía estar más de acuerdo. La revelación de que a Andrew McGovern lo había asesinado el alcalde de Mustang Valley había sido todo un shock. Y después, Jeb. Dos asesinatos en dos meses. Por no mencionar el accidente en el que había muerto el alcalde.

—El problema es que no sé si podré demostrar que me drogaron. Es posible que Hurley me haya tenido en la celda el tiempo suficiente como para que mi organismo haya eliminado la droga, y no aparecerá en los análisis.

—¿Y si buscáis las botellas que bebiste?

Lindsey se inclinó hacia Wade.

—Has dicho que había mucha gente en el bar anoche. Habrá cientos de botellines. ¿Tú crees que vamos a poder encontrar los de Bart?

—Mi amigo tiene la molesta costumbre de quitarle las etiquetas a los botellines de cerveza que se bebe —dijo, y miró el reloj—. El bar se va a llenar de vaqueros en poco tiempo, así que yo no tengo tiempo para mirar. Pero si queréis mirar en los cubos de basura del callejón, adelante.

—Merece la pena intentarlo —le dijo Lindsey a Bart—. ¿Quieres ayudarme a buscar?

—Soy capaz de buscar entre millones de botellas, si eso sirve para demostrar que no maté a Jeb.

—Entonces, vamos allá.

Wade los acompañó hasta el callejón de atrás y volvió al bar. Entonces, Bart le echó una ojeada al traje de Lindsey, a sus medias de seda y a sus uñas brillantes.

—Yo buscaré.

Lindsey dejó el maletín en el suelo y se remangó.

—Será mucho más rápido si buscamos los dos.

Él insistió.

—Una señorita como tú no debe rebuscar en la basura.

Lindsey le dedicó una sonrisa.

—Se te olvida una cosa. Yo no soy una señorita, soy una abogada.

Bart no pudo evitar soltar una carcajada.

—De acuerdo. Pero en lo que a mí respecta, eres una señorita. Una señorita muy lista.

Ella apartó la mirada antes de que él se diera cuenta de que estaba ruborizándose de nuevo y se puso a buscar entre las botellas.

De repente, oyeron ruido de pasos y de voces por encima del sonido de las botellas. Bart se volvió y vio a su primo Kenny rodear el edificio y caminar hacia ellos por el callejón, con el sombrero inclinado sobre la cara.

—Había oído decir que estabas aquí. Debería haber sabido que estabas escondiéndote en el callejón de atrás —farfulló Kenny, con la voz pastosa de haber bebido y fumado.

Bart no había hablado con el hijo del tío Jeb durante años, y no quería empezar aquella noche, pero parecía que no le quedaba otra elección.

—¿Qué quieres?

—Quiero saber por qué demonios no estás en la cárcel.

—No quiero problemas, Kenny.

—Puedes cortarle la garganta a un viejo con un cuchillo, pero cuando se trata de pelear con un hombre capaz, ¿no quieres problemas?

Una rubia muy guapa entró en el callejón detrás de Kenny. Frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho, como si estuviera enfadada por el hecho de que su novio fuera a pelearse. De repente, aparecieron otros espectadores y se quedaron observando la escena a distancia.

Bart sacudió la cabeza y miró a Lindsey. No quería meterse en una riña de familia delante de ella. Demonios, no quería que supiera que Kenny era familia suya. Volvió a mirar a su primo. Kenny había sido un asno desde el día en que había nacido, pero acababa de perder a su padre, un padre al que despreciaba, pero un padre, al fin y al cabo. Era normal que quisiera echarle la culpa a Bart. Sobre todo teniendo en cuenta que la ley también lo consideraba el responsable.

—Escucha, Kenny. Yo no maté a Jeb.

—¿Y esperas que te crea?

—Te estoy diciendo la verdad.

—¿La misma verdad que dijo tu padre cuando convenció al abuelo para que le dejara la mayor parte del rancho?

Bart estuvo a punto de soltar un gruñido. Todo era por el rancho.

—Cuando el abuelo murió, Jeb no quería el rancho. Nunca lo quiso. Lo único que quería era que mi padre no lo tuviera. Mira lo que ha hecho con lo que le dejó el abuelo. Nada.

—Él no lo tuvo tan fácil como tu padre.

—¿Y por qué? ¿Por qué le gustaba más beber que trabajar? —Bart intentó tragarse las palabras, pero ya era demasiado tarde.

Kenny apretó los puños.

—Quizá Jeb fuera un desgraciado y un borracho. Quizá se mereciera lo que le ocurrió. Pero eso no significa que yo no vaya a recibir lo que es mío por justicia. ¿O es que vas a matarme a mí también para quitármelo?

Bart levantó las manos, mostrándole las palmas a Kenny.

—Yo no maté a Jeb, Kenny. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto.

Kenny se acercó. Olía a whisky barato. Intentó darle un puñetazo a Bart, pero falló.

—¿Vas a sacar tu cuchillo, Bart? Oh, no puedes. La policía lo confiscó después de que lo usaras para matar a alguien de tu propia sangre.

Lindsey dio un paso hacia atrás.

—¿Por qué sabes lo del cuchillo de Bart?

Kenny ni siquiera se molestó en mirarla, como si no fuera lo suficientemente importante como para contestarle.

Bart intentó controlar su genio, cada vez más alterado. Meterse en una pelea con Kenny no le haría ningún bien.

—Vete a casa a dormirla, Kenny.

—Eso no cambiará nada. Cuando me despierte, mi viejo seguirá muerto, y tú serás el que lo ha matado —dijo, y tiró otro puñetazo. En aquella ocasión le dio a Bart en el brazo.

A Bart le dolió, y apretó los puños. Le diera pena o no, si Kenny le golpeaba de nuevo iba a haber bronca.

—Yo no lo haría de nuevo, si fuera tú.

—¿O qué? ¿Me vas a echar a tu fulana encima?

Le echó una mirada lujuriosa a Lindsey y se dispuso a soltar otro puñetazo.

Bart no esperó. Su puño ya estaba volando.