CAPITULO IV

 

El joven Thomas sonrió al oír las palabras de Tower, y repuso, inmediatamente después:

—Todos dudamos que Dan sea un hombre de verdad.

Su padre la fulminó con la mirada.

—¡Cállate! —exclamó—. ¿Harías tú algo si te encontrases ante un Sullivan?

Thomas bajó la cabeza, confuso y avergonzado.

—Perdona, padre... —dijo.

—Lo que antes ha dicho Torrester —siguió diciendo Thomason—, demuestra claramente que también Sleiter corre el peligro de no poder volver a ver con vida a su hijo. ¿Es que vamos a hundir definitivamente a ese hombre que tanto ha hecho por nosotros?

Jonathan se encogió de hombros.

—Un hijo no es una hija... —opinó.

—Tiwf tiene razón —apoyó Fred Tower—. Si mi hijo Lewis estuviese en el lugar de Dan y cayese bajo las balas de ese Sullivan que ha ido a buscarle, tendría al menos la oportunidad de defenderse.

Los ojos de Thomason lanzaron chispas cuando repuso:

—Pero ¡todos sabemos que Dan Sleiter no lleva armas! ¡Las odia!

—Eso nos importa poco —dijo Ruler—. Si el hijo del sheriff es un cobarde y un loco al mismo tiempo, ¿qué culpa tenemos nosotros?

Una pausa se estableció.

Vencido, sintiendo que los hombros le pesaban como nunca, Thomason inquirió:

—¿Entonces...?

—Entonces —se apresuró a decir Tower—, debemos entregar a Sleiter. Tú sabes dónde se esconde. Hablaremos con él.

Una triste sonrisa apareció en los labios de Clark Thomason.

—Y ¿creéis que va a entregarse así como así, sin peleas? ¡Estáis locos!

—Hablaremos primero con él —insistió Tower—. Y si no quiere hacerlo por las buenas... le obligaremos.

El doctor Foster intervino entonces dando a conocer su opinión:

—No creo que sea muy mala idea lo que acabáis de decir. Lo mejor será hablar con Pat y escuchar su opinión. ¿Qué os parece?

Thomason hizo un gesto de asentimiento. Luego, volviéndose hacia su hijo Law, dijo:

—Ve en su busca, pequeño. Dile que estamos todos reunidos aquí y que queremos hablar con él.

—Está bien, padre.

—Pero no le digas nada de lo que has oído en esta reunión. ¿Entendido?

—Sí. No le diré nada.

Esperaron en silencio.

El respeto les tenía mudos.

Cuando finalmente se abrió la puerta y Pat Sleiter apareció, todavía a medio vestir, pero con los revólveres en las cananas, todas las miradas se volvieron hacia él y esperaron a que se hubiese sentado para que Thomason, con la voz un poco velada, dijera:

—Las cosas se han puesto muy mal, Pat. Greta, la hija de Tower, Jane, la hija de Tiwf y Helen, la hija de Ruler, están en las manos de esos bandidos.

Pat Frunció el ceño.

—Ya sé que son muy listos —repuso—, ¿Dónde se han metido?

Custer, el banquero, que hasta entonces no había despegado los labios, se puso en pie, empezando como una vieja histérica:

—¡En mi banco, sheriff! ¡Usted tiene el deber de proteger el dinero y las propiedades de los habitantes de Yellow Creek! ¡Para eso le nombramos sheriff! ¡No quiero que esos bandidos toquen mis reservas!

Sleiter hizo un gesto de asentimiento.

—Siéntese, por favor, señor Custer. —Luego, volviéndose hacia los otros, añadió—: Se han metido en el banco. Tienen a esas tres muchachas. Habrán dicho algo, ¿no?

Thomason, con la cabeza baja, repuso:

—Sí, Pat. Han dicho que si mañana, a las nueve, no te hemos entregado, las chicas van a pasarlo mal.

—Comprendo.

Se mordió los labios y luego, mirando con fijeza a los hombres que le rodeaban, dijo:

—Ya sé lo que están esperando de mi, señores. Sin haber oído la conversación que han tenido ustedes aquí, antes de mi llegada, me es fácil adivinar que están dispuestos, sea como sea, a que me entregue. Comprendo que consideren superior al de mi persona el valor de la vida, sobre todo, del honor de esas tres muchachas. Yo también lo considero así. No soy una bestia. Si hubiera tenido una hija en poder de esos canallas, hubiera obrado de la misma manera que ustedes lo hacen ahora...

Una sonrisa de agradecimiento apareció en los labios de Tower.

—Compréndalo, Pat. Es una situación desesperada.

—Claro que lo comprendo, Fred. Pero, incluso si yo me entrego, ¿creéis que vais a conseguir algo?

—¡Nos devolverán a nuestras hijas!

—Si quieren. Una vez que yo haya desaparecido, serán los dueños absolutos de Yellow Creek. Dueños de vidas y de haciendas. Y si alguno de esos puercos se ha encariñado con tu hija, Tower, con la tuya, Tiwf o con la tuya, Ruler, ninguno de vosotros, de eso sí que estoy seguro, tendrá los suficientes reaños para arrancársela de las manos. ¿Es verdad o no?

Los tres padres habían palidecido pero Ruler se apresuró a decir:

—Nos la devolverán, Pat. Lo han dicho y cumplirán su palabra.

—¡Su palabra! —rezongó el sheriff—, ¿De cuándo tienen palabra las bestias de la clase de los Sullivan? Pensé que todavía teníais sangre en las venas. Hice salir a mi hijo de este lugar por considerarle diferente a los demás, por no tener que avergonzarme de él. Ahora experimento lo mismo al miraros a la cara, al ver vuestros rostros asustados, los temblorosos labios de vuestros hijos, que tanto se rieron del mío. Ha bastado que unos granujas os amenazasen para que os echaseis a temblar y os encontraseis dispuestos a lamerles las botas. ¡Porque eso es lo que vais a hacer a partir de mañana! No conocéis a los tipos de la clase de esos bandidos. Os harán pasar los momentos más amargos de vuestra vida.

—Ya se lo advertí, Pat —dijo Thomason—, Pero pierdes lamentablemente el tiempo. Yo estaba dispuesto, como tú, a coger las armas e intentar acabar con esos bandidos. Después de todo, no son más que tres...

Sleiter frunció el ceño.

—¿Tres? ¿No son cuatro? Siempre han sido cuatro...

Notó una palidez extrema en el rostro del viejo Al Torrester, el dueño del saloon. Encaróse con él y le preguntó:

—¿Qué ha ocurrido, Al? Vas a explicármelo ahora mismo.

El viejo balbuceó algo ininteligible. Luego, bajando la mirada dijo:

—Eran cuatro, Pat. Pero el más viejo de ellos, al enterarse de que tu hijo se había ido y que era precisamente el jinete con el que se habían encontrado en el camino, mandó a uno de ellos en su busca...

Sleiter cerró los puños con fuerza.

—Comprendo —dijo—. Nadie me ha hablado de mi hijo. Han sido vuestras preciosas y cariñosas hijas las que os han empujado a traerme aquí, a obligarme a que me entregue a esos bandidos, sabiendo de antemano lo que me van a hacer. Pero nadie me ha hablado de Dan. ¿Qué os ha importado mi hijo y lo que pueda ocurrirle?

Estaban avergonzados y ninguno de ellos despegó los labios.

Un brillo lleno de tristeza apareció en los ojos del sheriff.

—Claro que, aunque parezca inverosímil, yo no estoy dispuesto a permitir que les ocurra nada a esas pequeñas. Las conozco demasiado y las quiero quizá más que vosotros mismos. No podría dormir una sola noche de lo que me quedara de vida si supiera que algo les había ocurrido a esas muchachas. Pero lo que nunca podré perdonaros es que hayáis esperado a que yo descubriera, antes de hablar, que uno de esos granujas va al encuentro de Dan, de mi hijo. Le expulsé de aquí por creerle un cobarde y ahora veo, con horror, que ninguno de vosotros tiene sangre en las venas.

Clark Thomason le miró a la cara.

—Estoy dispuesto a combatir a tu lado, Pat.

El sheriff se encogió de hombros.

—No serviría de nada, Clark. Y esto no quiere decir que no te lo agradezca. Ya sé que puedo contar contigo, que el doctor vendría a mi lado, que Spencer también cogería un arma y que Torrester tampoco se separaría de nosotros. ¿Tú tampoco, François?

El dueño de la casa de aperos hizo un gesto enérgico con la cabeza.

—Nunca he tenido un revólver en la mano, Pat. Y tú lo sabes muy bien. Pero tengo un cuchillo y estaré a tu lado, si tú lo deseas.

—Gracias, muchas gracias, amigos. Me llevaré al otro mundo el recuerdo de unos cuantos que intentaron no abandonarme. Pero ya veis que no hay salida posible. Mañana quiero entregarme a los Sullivan.

El doctor no pudo contenerse:

—¡No lo hagas, Pat! ¡Te matarán!

—Lo sé. Pero no temas. Iré armado y no soltaré los revólveres hasta que esas chicas hayan regresado a sus casas. Sólo entonces me entregaré.

Ruler, confuso y avergonzado, empezó a llorar.

—No podemos hacer otra cosa, Pat —dijo—. Compréndelo. Si al menos supiésemos manejar las armas como tú.

Tower, implacable, exclamó entonces:

—¡Tú tienes la culpa, Sleiter! ¡Nos quitaste las armas en cuanto te hicimos sheriff de Yellow Creek! Dijiste que tú te bastabas y te sobrabas para defender la ley en tu ciudad. Y te hicimos caso. Han pasado los años y nosotros y nuestros hijos nos hemos convertido en personas decentes, en seres incapaces de sacar el revólver. ¿Vas a negar ahora que tú tienes la culpa?

Sleiter sonrió tristemente.

—Nadie te dice que la culpa sea tuya, Tower. Yo sé cuál es el precio que tengo que pagar, pero no me arrepiento de haber convertido este poblado en una reunión de gente honesta y decente, de haber arrancado las armas de vuestras cinturas, de haber hecho que aquí se respirase ese ambiente que, ahora, me doy cuenta era el que amaba mi hijo Dan.

Guardó silencio unos instantes y luego agregó:

—¡Si me hubiese escuchado...! Pero ¿qué probabilidades va a tener frente a un Sullivan si, además, se encuentra desarmado? ¡Pobre hijo mío!

 

* * *

 

No se había equivocado Taffy el juzgar que la casa del banquero era, no sólo la más sólida de Yellow Creek, sino la mejor dotada para una defensa, si llegaba el caso.

Había encerrado a las muchachas en el piso alto, en una habitación cuya ventana con rejas, como todas las de la casa, demostraba el miedo de Custer y el amor que sentía por el dinero acumulado en el interior. En realidad, la parte dedicada a banco se limitaba a una pequeña habitación en el piso inferior, con la puerta que daba a la calle. Pero puerta y ventanas, en general, eran sólidas y fuertes, tanto como la de la caja fuerte ante la que encontró a sus dos hermanos, cuando bajó por las escaleras, después de encerrar a las muchachas y echar una ojeada al resto de la mansión.

—¡Fíjate, Taffy! —exclamó Larry.

—¿En qué he de fijarme?

—En esta caja. Debe de estar llena de dinero. ¿Por qué no intentamos abrirla?

David miró con desprecio a su hermano.

—No te precipites, Larry. No vamos a perder el tiempo en eso. Mañana por la mañana, su propio dueño la abrirá y nos ayudará a contar el dinero que vamos a llevarnos. ¿Es que no os habéis dado cuenta aún de que vamos a convertirnos en los dueños absolutos de Yellow Creek?

El gordo hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—¡Siempre dije que tenías la cabeza llena de ideas, hermano!

—Efectivamente. Y ¿qué hubiera sido de vosotros si yo hubiera tenido la misma piedra que tú tienes debajo del cabello?

Mat Sullivan lanzó una carcajada.

Volviéndose hacia él, Larry le amenazó con los puños cerrados.

—Tú cállate, especie de esqueleto! Algún día me enfadaré seriamente contigo y te partiré la crisma de un puñetazo.

—¡Basta de tonterías! —intervino Taffy—. Pensad que todos esos imbéciles del pueblo deben de estar ahora reunidos, pensando en lo que les he dicho y preparándose para entregarnos al sheriff mañana por la mañana. Entonces empezará nuestro verdadero trabajo.

—¿A qué te refieres?

—A lo que antes te dije, pedazo de imbécil. Primero nos apoderaremos del dinero que hay en esta caja y luego pasaremos, casa por casa, cargando con todo lo que necesitemos. En el establo hay suficientes animales de carga para que dejemos limpio este maldito pueblo. Espero que vuestro hermano haya alcanzado al hijo del sheriff.

—¿Tenías miedo de que hiciera algo?

—No lo sé. Ya no es miedo, sino precaución. Quiero saber por qué su padre lo mandó fuera de aquí. Pero no olvides que nos encontró y que ha estado en el despacho, donde estaban nuestras fotos. Si de momento no nos reconoció, eso no quiere decir que luego no se acordase de nuestras caras y que comunicase al sheriff de la localidad más próxima, que habíamos llegado a Yellow Creek. Hay que  pensar con la cabeza...

Mat se acercó a él.

—Escucha, Taffy —dijo con voz melosa.

—¿Qué quieres?

Mat hizo un gesto con la cabeza, señalando la escalera.

—¿Y las chicas?

—¿Qué quieres decir con las chicas?

—¿No vas a dejarlas que les haga una visita?

Taffy cerró los puños.

—Escucha, pedazo de imbécil —dijo, escupiendo las palabras a medida que las pronunciaba—: si hay algo que no comprendes, aquí estoy yo para explicártelo, a puñetazo limpio si es necesario. Tú no puedes imaginarte hasta dónde puede llegar la desesperación de un hombre si los padres de esas chicas supieran que les había ocurrido algo. Entonces se acabaría su cobardía, desaparecería su miedo u serían capaces, aun sin armas, de darnos un serio disgusto. Nadie va a tocarles un pelo de la ropa, ¿entendido?

—Yo creía...

—¡Tú crees muchas cosas, estúpido! Hemos venido aquí a hacer el mejor negocio de nuestra vida. Y no voy a consentir que por culpa de vosotros se estropeen las cosas. Nos arreglaremos, lo repito por enésima vez, para apoderarnos de todo lo que haya de valor en el pueblo. Luego esperaremos que vuestro hermano Luke regrese y nos largaremos hacia el sur, para pasar la frontera mexicana lo antes posible. Sólo cuando estemos al otro lado de Río Grande podremos respirar tranquilamente.

Mat se mordió los labios, pero no dijo nada.

Taffy señaló la puerta.

—La casa es sólida —dijo—; pero, sin embargo, vamos a montar una guardia. Tú, Larry, harás la primera. Tú, Mat, la segunda. Me despertarás poco antes de amanecer y yo haré la tercera. ¿De acuerdo?

Los otros dos asintieron con un idéntico gesto de cabeza.

 

* * *

 

Nunca hubiese imaginado Dan Sleiter, mientras se alejaba hacia el norte, que los recuerdos pudieran hacer tanto daño. Había cabalgado durante cerca de cuatro horas. Se paró en plena colina, encendió un fuego y, preparóse un poco de café, después de desensillar a los dos caballos y trabarles sólo las patas delanteras para que pudieran triscar la escasa hierba que había en la pendiente.

Cenó poco: un plato de judías y unas lonchas de tocino pasado al fuego. Luego tomó el café, se recostó sobre las mantas, apoyó la cabeza en una de las sillas de montar y miró al cielo estrellado hasta que apareció la luna, desgarrando las nubes y pintando de blanco la zona que no ocupaban las sombras.

Le pareció oír un ruido no lejano, pero no hizo caso y siguió dejándose arrastrar por las ideas que abogaban rápidamente por su cerebro. Todavía había bastante fuego en la hoguera y aquello le permitió, aunque demasiado tarde, ver la silueta amenazadora que se levantaba ante él y que, empuñando sendos revólveres, le apuntaba al pecho.

Se sobresaltó, en verdad, y sentóse en el suelo con agilidad.

—¿Quién es usted? —inquirió, mirando al desconocido, cuyo rostro permanecía en la sombra, ya que la hoguera estaba a su espalda.

El otro dejó oír una risita cortante.

—Nos mentistes cuando nos encontramos esta tarde, chico —dijo.

Entonces comprendió Dan que se trataba de uno de los cuatro jinetes con los que había tropezado, al salir de Yellow Creek. Se puso en pie, pero el otro movió las armas de una manera evidente.

—Levanta las manos, amiguito —le dijo—. Y no intentes nada o te aso a tiros.

—No estoy armado —protestó Dan.

—No puedo creerte. ¿El hijo de un sheriff sin armas?

—Puede usted comprobarlo, si lo desea.

—Deja las manos en alto y vuélvete de espaldas —ordenó Luke Sullivan.

Dan obedeció y el otro, tras guardarse un revólver, registró cuidadosamente el cuerpo del joven. Luego retiróse, sacó el Colt de la funda y dijo:

!

—Puedes volverte, muchacho. Y baja los brazos. Era verdad; vas desarmado.

—Ya se lo dije.

—Es muy divertido. ¿Sabes quién soy?

—No.

—El más pequeño de los Sullivan.

—¿Eh? —se asombró Sleiter.

—No te lo imaginabas, ¿verdad? Pues así es, jovencito. Mis hermanos y yo nos hemos apoderado de Yellow Creek. Y lo siento por ti. Porque mi hermano Taffy tiene la idea de acabar con tu padre para dar un buen ejemplo a los demás imbéciles del pueblo y conseguir que le obedezcan ciegamente.

Dan sintió que su corazón empezaba a latir con más fuerza que hasta entonces.

Entonces fue cuando Sullivan anunció, sin el menor temblor en la voz:

—He venido a matarte, amigo.

Sullivan, que había guardado silencio, dijo entonces:

—Taffy me dijo que te matase, pero no pienso hacerlo. Voy a llevarte a Yellow Creek para que, por lo menos, puedas enterrar los restos del sheriff, de tu padre. Ya ves que soy muy humano...

Dan no dijo nada.

Momentos después, Luke había atado las manos de Sleiter a la espalda y le obligaba a subir en uno de los caballos, después de haber ensillado los dos y recogido todo lo que había en el campamento.

—En marcha, amigo —dijo.

Durante el camino. Dan no pudo olvidar la fatalidad de aquel destino que había hecho que, justamente el mismo día que los Sullivan se presentaban en Yellow Creek, cometiese Pat Sleiter el error de alejarlo para siempre de allí. Pero no dudaba, al mismo tiempo, que los habitantes de la ciudad ayudarían a su padre. Le parecía completamente imposible que cuatro hombres pudieran apoderarse de una localidad cuyos habitantes estaban tan estrechamente unidos y con los cuales podía formarse una fuerza que acabaría, en un abrir y cerrar de ojos, con aquella pesadilla que había caído sobre ella.

Cabalgaban despacio, descendiendo la pendiente hacia el camino que conducía al pueblo.

Dan pensó que llegarían al amanecer y rogó, con todo fervor, que nada le hubiese ocurrido a su padre. De todos modos, había tanta cólera en su interior que se sentía capaz de cualquier cosa y estaba dispuesto a poner su vida en peligro cuantas veces fuese necesario para salvar a su padre de las garras de aquellos canallas.

Sullivan hizo que su caballo se acercase al de su prisionero.

—Ya estamos llegando, hijito —dijo, con sorna—. Lo estás pasando mal, ¿verdad?

—Espero que nada le haya ocurrido a mi padre —repuso el joven.

—No pienses ya en él como un ser vivo —dijo Luke, sin dejar de sonreír—. Tú no conoces a Taffy. Lo malo es que habrá hecho pasar al viejo un mal rato, antes de llenarle las tripas de plomo. Tiene esa manía. Sobre todo, si Mat ha intervenido.

—¿Quién es Mat?

—Mi hermano. El segundo de la lista. El más delgado. Es nervioso y se le cruzan unas ideas muy raras por la cabeza. Con el cuchillo hace verdaderas preciosidades.

—¿Por qué estás tan seguro de que mi padre se habrá dejado sorprender? No es ningún novato...

—De nada le servirá toda la experiencia que tenga. ¡Nosotros sí que conocemos y hemos conocido a muchos sheriffs! Y todos corrieron la misma suerte... ¿Sabes lo que hicimos con ellos?

Dan no contestó.

—Taffy se dedicaba, hace tiempo, a coleccionar insignias de sheriff. Te aseguro que tenía unas cuantas... Luego se aburrió y nos servíamos de ellas para tirar al blanco, aunque yo hubiese querido que alguien se las colgase en el pecho... ¿No hubiese sido muchos más divertido?

El joven Dan comprendió que aquellos hombres eran precisamente a los que había aludido su padre al decir que el mundo no podría vivir en paz y que era necesario usar la violencia para vencer a la violencia. ¿De qué otro modo podría vencerse a sujetos como Luke que, mientras hablaba de los asesinatos llevados a cabo por sus hermanos, reía como un demente y tenía un brillo demoníaco en los ojos?