Capítulo 4: El enemigo de mi enemigo es mi amigo

Capítulo 4

4 El enemigo de mi enemigo es mi amigo

Está claro que muchos reirán al leer esto, mas el planeta que habitamos giró deshabitado en el espacio durante millones de años y lo mismo volverá a hacer si los hombres olvidaran que deben su existencia superior, no a las ideas de un ideólogo demente, sino a la comprensión y despiadada aplicación de leyes naturales tan antiguas como la creación.

Adolf Hitler Mi lucha

—El otro día ya te dije lo de mañana, ¿no? Mañana organizamos un acto en el teatro Callao, ¿por qué no te pasas? Toma, llévate una tarjeta con la dirección.

En aquel trozo de cartón, ilustrado con dos fotos de la División Azul en el frente ruso, se leía:

GALUBAYA DIVISIA.

CRÓNICA DE LA DIVISIÓN AZUL.

PELÍCULA-DOCUMENTAL SOBRE LA ÚLTIMA CRUZADA DEL SIGLO XX.

UNA HORA DE IMÁGENES INÉDITAS Y TESTIMONIOS DE LOS PROTAGONISTAS. ESTRENO DOMINGO 22 DE ABRIL, 12 DE LA MAÑANA. CINE CALLAO (PZA. DE CALLAO, 3) MADRID.

PRESENTARÁ: FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ (PENDIENTE DE CONFIRMACIÓN)

ENTRADA 750 PTAS. (NIÑOS GRATIS)

ORGANIZA: FUNDACIÓN DON RODRIGO

FUNDACIÓN SALVAR LA, MEMORIA

Aquella invitación, que me hacía personalmente Fernando Fernández Perdices en la tienda DSO, era una nueva puerta que se abría ante mí, hacia la trastienda de la extrema derecha española. Acepté. Y a la mañana siguiente acudí puntualmente a la cita.

El acto en cuestión consistía en una proyección de la película documental Galubaya Divisia Crónica de la División Azul, coproducida por la Fundación Don Rodrigo y la Fundación Salvar la Memoria, esta última promovida por Falange Española Independiente para «recuperar del olvido los grandes y pequeños hechos de la historia de la Falange». Presentó la proyección Norberto Pico, militante del FES de Madrid y Consejero Nacional de Falange Española Independiente[7].

Allí estaban todos los cabecillas y miembros históricos de Falange y de otros sectores de la extrema derecha. Y a pesar de que todos ellos, en repetidas ocasiones, se han desmarcado del movimiento skinhead nadie me puso ningún reparo para asistir al acto al que me había invitado personalmente el propietario de DSO. En aquel lugar me encontré a numerosos skinhead y, naturalmente, me pegué a ellos. Allí estaban Nando, de Hammerskin, Víctor de Mods&Skin; César, del Círculo de Estudios Indoeuropeos; Chopi, de Ultrassur; Javito, del grupo Estirpe Imperial, y un largo etcétera. Incluyendo, por supuesto, algunas skingirls.

Nuestros cráneos rapados contrastaban con los pulcros engominados de cientos de fachas allí reunidos. Más de un millar de asistentes, según datos de Falange, se dio cita en el teatro Callao aquella mañana de domingo. Y desde aquel instante a mí no me quedó ninguna duda de que, por encima de sus diferencias de matiz, a pesar de sus luchas internas, aunque los grupos políticos intenten desmarcarse de las tribus urbanas… existe un sentimiento común. Una fuerza invisible, superior a los programas políticos, las letras de música «patriótica», los matices nacionalistas y racialistas, los enfrentamientos entre peñas de fútbol… En aquella sala estábamos reunidos, en silencio, contemplando con emoción las mismas imágenes proyectadas en la pantalla del cine, más de mil componentes de la extrema derecha española. Miembros de partidos políticos como AUN, DN, Fuerza Nueva o Falange Española, asociaciones culturales como el CEI, grupos de rock neonazi, peñas ultras y asociaciones skinheads. Todos aplaudimos con el mismo entusiasmo al finalizar la proyección. Y todos —cabezas rapadas incluidos—, solidarizándonos en ese ramalazo de patriotismo que insuflaron en nuestros corazones —y en nuestros bolsillos— las imágenes de aquellos españoles que se hermanaron con los nazis en su lucha contra los comunistas, desbordamos a los militantes de Falange Española Independiente encargados de los puestos de propaganda y venta de material instalados en el teatro. Llevados por aquel extraño arrebato de orgullo nacional, se vendieron cientos de copias de la película, en un pack especialmente realizado para la ocasión que incluía un disco compacto con las más conocidas canciones de la División Azul y con la banda sonora del documental, así como un libro sobre el mismo. También se vendió un buen número de camisetas con el escudo de la División Azul y con los colores de la bandera nacional, entre otros artículos. Las arcas de la derecha española se alimentaron bien aquel día.

Me sorprendió ver que muchos de mis camaradas skinheads adquirían aquellos productos de los «fachas», a los que siempre habían despreciado por «blandos, hipócritas y a favor del sistema…». Pero había algo especial en el aire. Algo embriagador.

Los nazis, y la extrema derecha en general, están acostumbrados a ser una minoría marginada. Y supongo que verse de pronto rodeados por más de mil camaradas ideológicos (con todos los matices que se quiera), contemplando aquellas imágenes de la División Azul y las tropas del III Reich luchando mano a mano en el frente ruso, proyectadas en una gigantesca pantalla de cine y no en un televisor doméstico —durante el pase clandestino de una cinta de vídeo en la trastienda de un local skin—, produjo una euforia que nos envolvió a todos.

Cuando salíamos del cine, para compartir cervezas y tertulia, todos los comentarios de mis camaradas skinhead orbitaban en torno al mismo concepto. Si pudiésemos unirnos en una fuerza común todos los grupos que estábamos ahí dentro, tendríamos una fuerza imparable… Sentí vértigo al pensar en lo que eso podía significar.

Igual que sentí vértigo al experimentar, por primera vez, «el poder del miedo». Ocurrió allí mismo, en la Gran Vía, mientras caminaba con mis camaradas. De pronto me di cuenta de que una especie de aura invisible nos abría paso, al avanzar en medio de la masa humana que habitualmente desborda esta céntrica calle madrileña. Era como si una energía especial, una fuerza irresistible manase de nuestro grupo, haciendo que toda la gente se apartase a nuestro paso. Agachaban la cabeza, apartaban la mirada, algunos incluso se cambiaban de acera para evitar cruzarse en nuestro camino. Nuestros cráneos rapados, nuestras cazadoras bomber, nuestras botas militares… todo en nuestro aspecto infundía miedo.

Fue una revelación. Acababa de descubrir una de las claves fundamentales del movimiento skinhead. Juntos, en manada, nos sentíamos fuertes, poderosos, invencibles. Cualquier adolescente que haya crecido en un barrio marginal, o en uno acomodado, pero que haya sufrido la incomunicación familiar, la introversión o una falta de comprensión con sus amigos, vecinos, compañeros, cualquier joven que se haya sentido solo, humillado, o desintegrado socialmente, encontraba entre los cabezas rapadas la familia, el clan, la manada en la que sentirse a salvo. En aquel grupo de skinheads, mientras cruzábamos las calles, me sentía temido. Y al concienciarme del miedo que generábamos a nuestro alrededor me sentí poderoso. Nadie se atrevería a provocarme, a insultarme, a humillarme o a faltarme al respeto mientras formase parte del grupo. Al contrario. Yo podría insultar, provocar o incluso agredir a quien me apeteciese, porque sabía que mis camaradas me apoyarían incondicionalmente… Esa sensación es embriagadora. Y me dejé embriagar. Experimenté aquel poder invisible mientras avanzaba con mis camaradas disfrutando sádicamente del miedo que inspirábamos. Provocando con los ojos a todo aquel que se atrevía a cruzarse en mi camino, pero sin que nadie osase mantenerme la mirada.

De pronto me percaté de que Waffen me observaba sonriendo. Él también sentía aquella sensación de poder. Y como yo, avanzaba contoneando el cuerpo con provocadora chulería. Las calles eran nuestras y nadie se atrevería a profanar nuestro territorio. Ese día comprendí que los sentimientos de los cabezas rapadas probablemente están viciados en su esencia, por el embriagador efecto del miedo. No queríamos ser amados, queríamos ser temidos.

Solos, individualmente, éramos simplemente unos pobres fascistas con el cráneo pelado y una incómoda estética. Personajes anodinos, anónimos y ambiguos. Pero juntos, en grupo, sufríamos una transformación. Perdíamos nuestra individualidad, nuestra personalidad, nuestra conciencia de entes independientes para convertirnos en partes de un ente colectivo superior. Un monstruo violento, temido y feroz que nos otorgaba un poder, un protagonismo que éramos incapaces de lograr por nosotros mismos. Paradójicamente, el ideal ario del hombre superior, del individuo elevado, se me revelaba un fraude ante el hecho que acababa de descubrir. Los neonazis no son individuos superiores, ni tampoco inferiores. Ni siquiera son individuos. Adquieren su identidad y su fuerza sólo como pedazos de un colectivo. Nietzsche les mintió. Nunca serán superhombres porque ni siguiera son hombres. No importa que pertenezcan a una banda skinhead, a una peña ultra o a un partido político. Necesitan pertenecer a algo… como la mayoría de los seres humanos.

Justo todo lo contrario a lo que había escrito Adolf Hitler en Mi lucha: «Una mayoría no puede nunca subsistir al Hombre. La mayoría ha sido siempre, no sólo abogado de la estupidez, sino también abogado de las conductas más cobardes; y así como cien mentecatos no suman un hombre listo, tampoco es probable que una resolución heroica provenga de cien cobardes». Y los skinheads no son individuos, sino partes de un ente colectivo. Cien cobardes que no suman un solo hombre.

A la mañana siguiente amplié mis investigaciones sobre alguno de esos entes colectivos —en este caso políticos que se nutren de los neonazis, iniciando mis contactos con la Alianza por la Unidad Nacional, del carismático Ricardo Sáez de Ynestrillas, y con el Movimiento Social Republicano—. Muchos de los cabezas rapadas con los que llevaba meses conviviendo me habían hablado de aquellas formaciones políticas, y de Democracia Nacional, como el estandarte público y legal del futuro movimiento nacionalsocialista y nacional republicano en España.

Y fue precisamente un delegado de AUN, estrechamente relacionado con algunos skinheads madrileños, quien me abrió los ojos a otra vía de investigación en mi estudio sobre el movimiento nazi: «Nosotros llevamos mucho tiempo controlando. Tenemos gente que recibe sus revistas, que controla sus e-mails… hay que conocer al enemigo para poder destruirlo…».

AUN, con los hermanos Ynestrillas a la cabeza, había demostrado en más de una ocasión su temeridad, al presentarse en el País Vasco para defender sus radicales postulados contra los postulados abertzales y nacionalistas, in situ. Pero los enfrentamientos de AUN con la extrema izquierda no se limitaban a la provocación, casi suicida, en «terreno enemigo». En la trastienda de AUN y de otros grupos similares a éste una especie de «servicio de inteligencia» dedicado a recopilar información y datos sobre los grupos «anarkistas», independentistas, «okupas», antifascistas y otras organizaciones izquierdistas.

El reflejo en el espejo

Bastó sustituir las esvásticas por la inicial de «anarkía», cambiar la bomber por un pañuelo palestino y transformar la efigie de Hitler en el rostro del Che Guevara en mis pins, para pasar de ser un skinhead nacionalsocialista a un SHARP. O, al menos, parecerlo. Como en todo trabajo de infiltración, lo difícil es disfrazar el alma, el interior, no el exterior.

Como anécdota puedo reseñar que, durante las semanas en que conviví con sharps, red-skins, «anarkistas», «okupas», anticapitalistas y antifascistas, se dieron numerosas anécdotas muy significativas en este sentido. Por ejemplo, cuando una compañera que me ayudaba, visionando y minutando las cintas que iba grabando, me llamó visiblemente alertada:

—Tío, necesitas urgentemente un psiquiatra, o un descanso…

—¿Por qué?

—Estoy transcribiendo las cintas que grabaste esta semana y el otro día, cuando entrabas en la casa «okupa» de Barcelona, ibas canturreando una canción de los nazis… te van a terminar pillando…

María tenía razón. Había entrado en una de las casas «okupas» que llevaba semanas frecuentando, para conocer el otro punto de vista sobre el movimiento skinhead, tarareando una canción de Batallón de Castigo. Afortunadamente, los antifascistas que allí se reunían para planear atentados a cajeros automáticos, McDonald’s o monumentos franquistas, en los que yo también participé, no me escucharon. De lo contrario podrían haberme tomado por un nazi infiltrado entre ellos y me habría costado muy caro.

Y es que, al margen de los grandes titulares y las primeras planas de los informativos, existe una guerra secreta. Una guerra que se mantiene en las calles, donde fascistas y antifascitas intercambian agresiones, sabotajes y atentados. Donde despliegan todas las artes del espionaje para obtener toda la información posible sobre el enemigo, y donde el odio se convierte en el combustible que mueve los motores de uno y otro bando.

Una vez más insisto en que sólo me baso en mi experiencia personal tras haber convivido con grupos nazis y antinazis durante casi un año. Y no encontré grandes diferencias entre unos y otros. Extrema izquierda y extrema derecha no están tan distantes. Quizá porque los extremos siempre se rozan.

Merecería todo un estudio aparte enumerar los paralelismos entre ambos movimientos, y no me refiero solo a los skinheads NS y los SHARP. Pero sólo mencionaré la sensación de déjà vu que experimentaba cuando escuchaba a unos u otros expresar su victimismo. ¿«Por qué el sistema siempre se mete con nosotros y no dice nada de los SHARP proetarras? ¿Por qué el sistema siempre se mete con nosotros y no dice nada de los nazis hijos de maderos o militares?». Un victimismo que dice muy poco, sobre todo en el caso de los skins NS, de su supuesta naturaleza revolucionaria e imbatible. Sin embargo, sus respectivos discursos son igual de ingenuos y simplistas. Y sus odios a la policía, a la democracia, a la globalización, a los americanos, a los capitalistas, al gobierno… a los periodistas son los mismos. Igual que son similares sus atenciones hacia los «presos políticos» de uno y otro bando, que mitifican como héroes de una supuesta revolución contra el sistema, y que intentan tan conducir hacia la extrema derecha o izquierda respectivamente, con los mismos grandilocuentes discursos. Pronunciando con idéntica pasión mensajes de rebeldía, desobediencia, lucha contra el poder… sólo cambia su estética, pero la retórica de unos y otros es básicamente la misma.

Con frecuencia, mientras estaba en un local nazi, en una casa ocupa, en las gradas ultras de un estadio, o en una manifestación «anarkista», jugaba a imaginar que cambiaba los símbolos que exhibía mi interlocutor por los símbolos de su contrario (esvásticas por la A de anarkía, puño izquierdo en alto por brazo derecho alzado, arengas a los «camaradas» por discursos a los «compañeros», etc y el fondo musical de Manu Chao por el de Zetme88, o viceversa, y el discurso casi podía ser el mismo…). Tal vez los skinheads NS deberían convivir una temporada con los SHARP y los red-skins pasarse unos días con los fascistas. Seguro que aprenderían a comprender mejor el punto de vista de su adversario. Dejando al margen, claro está, los aspectos irreconciliables de ambos colectivos, como es su opinión sobre las drogas, la raza o la inmigración.

Para los mallorquines AnarkOI!, fundados en enero de 1997, cuyos primeros ensayos fueron acogidos por el local okupa Kasal Llibertari: «Si no fuésemos skinheads no seríamos nada; ya no sabemos vivir sin ser lo que somos». (Morvedroi, n.º 1, págs. 26 a 31). Yo escuché exactamente esa misma frase en labios de skinheads neonazis en infinidad de ocasiones. Más aún, Víctor Bisonte, vocal de AnarkOI!, ha declarado: «Pienso que hay demasiados malos rollos entre nosotros. Es mucho más sencillo: unidos seremos fuertes, desunidos… chungo. UNIÓN. No permitáis que los nazis invadan nuestros barrios, luchar a muerte». Si sustituimos las palabras nazis por antifascistas, habría resumido perfectamente el panorama NS español, y su máxima: «Anti-antifas ¡Destrúyelos tú!».

Dejando al margen utópicos intentos de pacificación, lo cierto es que una de las mejores formas de obtener información sobre el objetivo de una investigación es acudir a sus enemigos. ¿Y cómo localizar a los «enemigos» del movimiento neonazi español? Ellos mismos me lo harían saber, ya que varias publicaciones NS como Orden Nuevo, editada en Granada por el activista Miguel A. M. (que toma todas las medidas de precaución para ocultar su identidad y, sin embargo, publica cartas al director en la prensa granadina con su nombre y apellido), divulgan a la comunidad neonazi los nombres, direcciones y ubicación de todo tipo de «adversarios». En las «listas negras» que Orden Nuevo incluye en cada uno de sus números, junto a saunas gays, pub lésbicos, sedes de partidos izquierdistas, casas «okupas», locutorios de inmigrantes, o locales «anarkistas», «marcados» como enemigos de la causa NS, se incluyen las direcciones de librerías, centro culturales alternativos y asociaciones antifascistas. Por eso dirigí mis pesquisas hacia la Plataforma Antifascista Zaragozana y hacia el Movimiento Antifascista de Catalunya. Cosa que debo agradecer a las «listas negras» de Orden Nuevo cuyos colaboradores, por cierto, maquetaban el cupón de suscripción a su revista de tal forma que al «cortar por la línea de puntos», se «decapitaban» los retratos de Anguita, Aznar, Zapatero y otros líderes políticos…

En publicaciones sharp y skin-antifascistas como Skinheads Pride, Força Skinhead, Spirit of 69, Tiro al ario, Skin are Back, Resistencia Skinhead, Casual, Stay Sharp, etc., encontré pistas muy valiosas también. Pero sobre todo en Zaragoza obtendría una información que posteriormente me resultaría valiosísima sobre algunos componentes del movimiento skinhead aragonés. Allí conocí El Acratador, boletín contrainformativo libertario editado por la Plataforma Antifascista Universitaria. PAU edita Acción Antifascista con una tirada de 400 ejemplares, y anualmente publican el Informe Antifa, con un repaso a todas las acciones antifascistas, noticias y agresiones ocurridas en Zaragoza año a año.

A través del grupo de jóvenes universitarios que editan ésta y otras publicaciones, conocí por primera vez los nombres de neonazis zaragozanos como José Luis Baeta Hidalgo, Miguel Ángel Gutiérrez, Luis Maestre, Borja Paracuellos, Solsona, Panameno, Alejandro Valera Puerta, Rafael y David Crespo Mateo, Diego Mompin Skinete, Miguel Ángel Jordana, Bernardo Manivesa, Sergio Real, etc., con algunos de los cuales me relacionaría personalmente poco después.

Los antifas zaragozanos también editaban «listas negras» idénticas a las de Orden Nuevo, pero divulgando empresas, comercios y locales, propiedad de fascistas maños, que posteriormente sufrirían atentados. Como los negocios de Miguel Ángel Artal Lerín, candidato de DN y propietario de una farmacia en la calle Dr. Iranzo; como la tienda de electrodomésticos S. situada en la calle Rodrigo Rebolledo (en la que se vendía material NS en la trastienda); como el dispensario de lotería de un falangista en la calle Salvador Minguijón; como la peluquería de un ultra del LFN en la calle Monasterio Sirena; como una tienda de cabezas rapadas, de ropa militar y futbolera en la calle Dr. Iranzo o el bar Soccer, en la calle Arzobispo Apaolaza, donde se reunía el Ligallo Fondo Norte (LFN), peña ultra neonazi del Zaragoza, similar al Ultrassur del Real Madrid. Allí pude hacerme con sus fanzines y publicaciones, como Solfan’s en las que se realiza una apología de la violencia en el sentido más estricto de la palabra.

Debo agradecer a los antifas el que me acompañasen hasta algunos de aquellos locales, que los zaragozanos habían sometido a una rigurosa vigilancia: «Mira, ésta es la tienda Pit Bull en el centro Caracol, la llevan Gasotas (que además es jefe de seguridad en la sala Bartini) y su madre… y ésta es la tienda Urban (barrio Las Fuentes), abierta por Diego Skinete y Sergio Real. El tío que sale posando como modelo en la publicidad de sus catálogos es un miembro de Democracia Nacional…».

Uno de los locales de los «bones» (bone skin, o cabezas huecas, como definen los antifascistas a los skinheads nazis) que visité gracias a ellos fue la sede de varias agrupaciones skins, en la calle Montecarmelo n.º 10. En ese local, al que luego me referiré, encontraría miembros de los principales grupos skinheads que han existido en Zaragoza en los últimos años: Thule, Grial, algún Kripo y, más recientemente, Blood & Honour. Contra ese lugar la Plataforma Antifascista dirigió una feroz campaña, imprimiendo folletos y repartiéndolos en el vecindario, hasta conseguir expulsar a los skinheads de su sede social.

Sin embargo, quizá lo más grave es que, además de divulgar la dirección de sus locales de reunión, comercios y negocios, los antifas llegaban a divulgar las matrículas de vehículos personales, y hasta los domicilios de skins NS zaragozanos, que no tardaban en ser cubiertos de pintadas y amenazas. Y al igual que los skinheads nazis se enorgullecían de las palizas que propinaban a inmigrantes, homosexuales o judíos, los antinazis no tenían reparo en incluir en sus publicaciones referencias a todo tipo de agresiones y palizas propinadas a los fascistas de su ciudad, o los ataques orquestados contra sus negocios. A esos actos de violencia, que en nada se diferencian de los ejecutados por los nazis que dicen combatir, los denominaban con socarronería «correctivos». Creo que es de justicia reflexionar sobre el hecho de que, en el año 2002, el grupo nazi zaragozano Kripo —editores de Guardia Blanca— fue detenido por divulgar en Internet los nombres, direcciones y datos personales de los mismos jóvenes antifascistas e izquierdistas que hacían lo mismo con los nazis, pero que nunca sufrieron el arresto policial… Los antifás que afirman una y otra vez que la policía les acosa, dejando impunes a los fascistas por hacer lo mismo que ellos, podrían pensar sobre esto.

También me resultaron muy útiles mis conversaciones con los redactores de Ardi Beltza, reconvertida en Kale Gorria. Ambas revistas, relacionadas según el juez Baltasar Garzón con ETA, incluían todos los meses valiosísimas informaciones sobre el fascismo español. Y mis incursiones en la extrema izquierda, que me llevaron incluso a conocer a algunos históricos terroristas vascos, me facilitaron el camino hasta la redacción de la revista dirigida por Pepe Rei.

De alguna manera, no importa cómo, habían conseguido introducir un topo en la presentación en sociedad del Círculo de Estudios indoeuropeos, celebrada en Madrid, el 20 de enero de 2001. A las cinco y media de la tarde, y con el legendario Ramón B. (fundador de CEDADE) a la cabeza, neonazis llegados desde toda España y Portugal afrontaban el orden del día.

Según me explicaba Igor Eguren, redactor de Ardi Beltza y de Kale Gorria experto en fascismo, entre los asistentes a aquella reunión destacaban personajes históricos del nazismo español como Jaime Narbona, uno de los cerebros que se oculta tras los principales portales neonazis de Internet, al igual que Miguel Ángel Vázquez, responsable de la Red Vértice, vinculada a Falange Española y al Movimiento Social Republicano. También asistieron Antonio Forcada, editor de INFO NS desde Zaragoza, junto con Daniel García Caballo; Juan Carlos Navidad, titular del apartado postal de La Voz Pueblo; o Antonio Hernández, de la cúpula directiva de la Hermandad Aria, precursora del CEI; Eduardo Balmaseda, distribuidor de material fascista desde Toledo; Javier Servitja militante NS de Manresa y colaborador habitual de Ramón B., etc. Me permito publicar estos nombres completos, tan sólo porque ya han sido divulgados por las revistas antes citadas.

Fundado el 20 de abril de 1997, el mayor triunfo del CEI había sido conseguir legalizarse en el Registro Nacional de Asociaciones, con el número 163 841, y con CIF n.º G-6/964 747, lo que no había ocurrido en España desde los tiempos de CEDADE. Posteriormente otros colectivos neonazis, como Blood & Honour, también conseguirían legalizarse, para escándalo de los antifascistas.

El CEI ya había celebrado en Madrid una «reunión de mandos» el 1 de octubre anterior, pero la reunión del 20 de enero tenía mucha más relevancia. Según las fuentes internas a que tenía acceso Ardi Beltza, los neonazis españoles estaban muy preocupados por el envejecimiento de sus veteranos —la mayoría de los asistentes sobrepasaban los 50 años de edad— y aspiraban a que el grueso de sus dirigentes no superasen los 45 y tuviesen formación política.

Poco después yo tendría acceso personalmente a los «mandos» del CEI cuyas identidades me había facilitado el redactor de Ardi Beltza. Tanto su información, como la que recopilé en Zaragoza me resultaría de vital importancia para avanzar en la investigación y, sobre todo, para comprender mejor los odios entre fascistas y antifascistas. Y, por tanto, para acomodarme mejor en mi papel de skinhead.

Lobos en un mundo de corderos

«En un mundo de corderos, preferimos ser lobos». Esta máxima neonazi retumbaba en mi cabeza una y otra vez al volver a integrarme en la comunidad skinhead NS. Y al volver a sentir la sensación de poder que generaba el miedo que inspirábamos cuando cinco o seis cabezas rapadas cruzábamos cualquier calle de cualquier ciudad del país. Realmente nos sentíamos lobos en un mundo de corderos.

Pero esos lobos se volvían contra mí cada noche. La tensión que se iba acumulando sobre mis hombros, a medida que pasaban las semanas, se transformaba en terribles pesadillas. No sé cómo interpretaría Freud mis sueños, pero casi todas las noches se repetían una y otra vez las mismas imágenes: jaurías de lobos hambrientos me perseguían y una y otra vez revivía la misma angustia, el mismo pánico y el mismo terror nocturno. Intentaba escapar de aquellos colmillos, aquellas garras y aquellos ojos inyectados en sangre, que me acosaban cada noche, hasta que me despertaba temblando y empapado en sudor.

La mente humana es algo extraño. Al igual que cualquier músculo del cuerpo, acusa el agotamiento cuando empieza a ser forzada más allá de sus límites. La verdad es que me hubiese gustado hacer un paréntesis, un alto en la investigación, pero ya había desaparecido demasiado tiempo de la circulación mientras exploraba el sector sharp y red skin. Además me había propuesto conseguir varios objetivos:

— Ganarme la confianza de los skinheads hasta el extremo de poder acompañarlos en sus agresiones y grabar el funcionamiento de las «cacerías» de inmigrantes, judíos o hinchas rivales de los ultras.

— Averiguar, y si era el caso demostrar, si los partidos políticos, los clubs de fútbol, o las asociaciones culturales que en público abominaban de los cabezas rapadas, realmente eran los «patrocinadores» de estos grupos violentos.

— Acceder a los ideólogos del movimiento neonazi: veteranos políticos, filósofos, historiadores, etc., que forman la opinión y las creencias de los jóvenes skinheads, y conseguir entrevistarlos.

Objetivos muy ambiciosos en tanto nunca un periodista había conseguido acceder a ninguno de ellos. Por lo tanto, no sólo era inviable dejar la investigación en suspenso durante más tiempo, sino que tendría que implicarme aún más en la comunidad neonazi para avanzar hacia esas metas. Y de la misma forma en que forzaba mis músculos en el gimnasio, debería forzar aún más mi mente, para mantener la cordura, mientras profundizaba en el descenso a los fascismos.

Solo una cosa me presionaba más, psicológicamente, que el miedo, las pesadillas y la diluida frontera entre el nazi que debía aparentar ser y el periodista infiltrado que en realidad era: el sentimiento de culpa.

Entre todos los skinheads con los que conviví durante aquellos meses, había dos con los que no pude evitar implicarme emocionalmente. Naturalmente, no puedo revelar sus nombres porque sé que inmediatamente serían objeto de la furia de sus camaradas. Uno de ellos, V., me ayudó a crear la página web nazi que ideé y que llegó a ser recomendada en casi todas las revistas y páginas neonazis de la red. El otro, C., se convirtió en un auténtico camarada. Llegamos a dormir juntos en mi coche después de una noche de correrías y contactos neonazis por Madrid. Creo que ellos sabrán reconocerse.

Tanto el uno como el otro son skinheads NS convencidos. V., estudiante universitario, pertenece a una buena familia de grandes recursos económicos. C., sin embargo, pertenece a una familia humilde y dejó los estudios para trabajar desde muy joven, tras abandonar el Ejército por una lesión. Los dos me ofrecieron su amistad sincera. Creyeron absolutamente en mí y en ningún momento colaboraron conscientemente en esta investigación. Por el contrario, los utilicé como pasaporte para acceder a algunos de los grupos neonazis más inaccesibles del país y en ningún momento pudieron sospechar que Tiger88 fuese otra cosa que un verdadero cabeza rapada adicto al nacionalsocialismo. Por eso, a medida que compartían conmigo sus creencias, sus expectativas políticas y sus delirantes argumentos racistas, crecía mi sentimiento de culpabilidad. Ellos eran totalmente sinceros conmigo, y aunque no pudiese compartir su ideología, tampoco podía evitar sentir gratitud por su sinceridad y por la incalculable ayuda que prestaron a mi investigación. Gracias a ellos pude comprender los sentimientos más íntimos de los skinheads. Sus ideales, sus sueños y también sus temores. Por eso una especie de síndrome de Estocolmo comenzó a mermar mi capacidad de concentración. En varias ocasiones sentí la tentación de corresponder a su sinceridad y a su entrega desinteresada, revelándoles mi verdadera identidad. Me habría gustado enseñarles mi cámara oculta y explicarles que, si realmente querían que el mundo conociese el verdadero neonazismo español, yo estaba trabajando en ello. Mostraría cómo eran los skinheads sin añadir ni quitar nada, con total objetividad. Pero sabía que sus convicciones políticas probablemente estarían por encima del afecto que pudiesen sentir por su camarada Tiger88. Y, además, sus arengas contra los periodistas, acusando a toda la prensa de manipular la información y ofrecer una imagen distorsionada del movimiento neonazi, eran una pose. En sus revistas, webs y conferencias, pedían una y otra vez objetividad a la prensa. Y no existe nada más imparcial y objetivo que la cámara oculta, que hurta fragmentos de realidad, congela pedazos de tiempo y transmite los hechos tal y como se producen, sin guiones, sin ensayos y sin manipulaciones. Pero estoy seguro de que tampoco se sentirán satisfechos con los resultados de mi investigación. Porque tanto ellos como yo sabemos que el odio, la violencia y el miedo son ingredientes elementales e indivisibles de los cimientos neonazis. Y dudo que les guste que la opinión pública conozca todas sus intimidades.

C. y V. no cometieron más error que ser consecuentes con la ideología que les inculcaron. Colaboraron con un hermano ario, con un camarada skinhead, con un compañero nacionalsocialista, sincera y desinteresadamente. Y sólo yo soy responsable de haber manipulado sus sentimientos y haber utilizado sus contactos en la comunidad neonazi. Lamento haberme visto obligado a hacerlo y no me siento orgulloso de haberles engañado, pero era la única manera que encontré de acceder a los círculos más íntimos e inaccesibles de fascismo skin. Sin embargo, en ningún momento falseé mi agradecimiento por su ayuda, ni mi sincero afecto a esos dos cabezas rapadas, de cuyas creencias, ideología y planteamientos violentos, sin embargo, abomino. Sé que puede sonar contradictorio, pero ésos son los riesgos del trabajo como infiltrado. Con frecuencia un torrente mental de sentimientos enfrentados y contradictorios amenaza el equilibrio psicológico del topo. Y es que hasta los lobos tienen remordimientos.