Tercera Parte
Se veía bastante movimiento esa mañana en la base. Era evidente que era un día especial. Se nos había encomendado servir de auxiliares a los asistentes; en su mayoría soldadas, casi todas ellas chicas morenas y latinas. La noticia era que un grupo grande de soldados estaba de regreso de Irak. Entre ellos el esposo de Martina. La noticia me cayó como una cubeta de agua helada. Ni ella, ni yo no lo esperábamos. Casi dos meses de luna de miel y de pronto el marido se presentaba, después de once meses de ausencia. Eso significaba el fin de nuestra relación, el eclipse de nuestra felicidad. Adiós a las escapadas al lago, al cine, a la capital del estado. Adiós a los maratones de tres días en la cama exudando sexo. adiós a la mujer más linda que mis manos de futuro chef hubiesen tocado.
El personal militar instaló un podio en medio de la cancha de futbol y nosotros pusimos como doscientas sillas o más. Se daría la bienvenida a los héroes militares, habría un desfile y se entregarían medallas. Toño y yo observamos todo desde lejos. Se guardó un minuto de silencio por los caídos en acción; los que no habían regresado. Hubo llantos, desmayos, abrazos y otras muestras de afecto, disparos al aire y la orden del trompeta. El general de la base – al que nunca había visto- dio un discurso y la bienvenida a los valientes. Se cantó el himno nacional y por último la banda tocó “Semper Fidelis” para levantar el ánimo.
La noche anterior Martina me había enviado un texto avisándome de la sorpresa, era pasada la medianoche, estuvimos intercambiando textos por algo como media hora. Acordamos, era una tragedia. La noticia del regreso del marido en efecto era pésima noticia, así que dormí poco pensando en cómo lo enfrentaría; en si tan sólo hacerme el loco y olvidar todo el asunto, o continuar con el jueguito de una manera más cauta. Rumeando mal humor tuve un sueño.
Estoy jugando dados, pasando por una buena racha; todos mis contrincantes no tienen facciones. Arrojo los cubos, pero en lugar de eso lo que cae a la mesa, son cuatro molares medio careados que dan vueltas entre las fichas. Lo que apostamos ahora, son orejas.
32Una tarde cortando las ramas de los árboles, me encontré al capitán Thomas y nos detuvimos a platicar. El hombre se veía triste, decaído. Sin muchos preámbulos me contó; su hijo Dan había muerto en unos disturbios dentro de la prisión no hacía más de tres días. Doce puñaladas dadas por otro interno, según la policía. Al final habían reprimido y recuperado el penal por la fuerza. Me sentí mal por el hombre, le di el pésame. Quedé de pasar a su casa a verlo al final de mi jornada para hacerle compañía. Cuando llegué se encontraba listo para irnos de compras; quería salir de la base, ver un poco de paisaje. Había lavado el Cadillac, lucía impecable, era realmente una joya. Puso de pretexto su vista y me dio las llaves del auto para que manejara. Los sillones eran de piel oscura, y tan cómodos, como los de una sala cara, el volante se ajustaba al gusto del conductor, todo era automático, los frenos de disco y la cajuela de guantes tan amplia como para meter una gran bolsa de dinero. En cuanto al tablero, este estaba lleno de botones y era de cedro rojo. Me sentí aislado del exterior cuando cerré la puerta. Salimos de la base y enfilamos por el higway rumbo a Macon City, donde había un gran centro comercial y el viaje fue agradable y lleno de árboles. En el camino me contó historias del hijo cuando niño, de la hija que siempre había sido una princesa, de toda la familia junta. Después, se dio cuenta no era un tema de mi interés y puso música, pareció recuperar cierto ánimo. Al entrar a Macon me hizo estacionar frente a un bar en donde entramos. Me advirtió; no me invitaría más de una cerveza pues era el conductor asignado, él si se tomaría dos bourbon. Nos sentamos en la barra. Por boca del barman y la actitud de los otros parroquianos, nos enteramos, los Falcons jugaban contra los Patriots, un gran partido. El capitán hizo como que sabía del juego y de la serie, e intercambió comentarios sobre la superioridad del equipo de Atlanta, con el tipo junto a él. Hablaron del quarterback de los Patriots, que según las malas lenguas era gay, y de ahí derivaron a criticar a los bostonianos; como tipos creídos, clasistas e hipócritas a más no poder. El tipo en la barra se hizo inmediatamente su amigo y el barman, ni se diga. Yo hablé poco, y como el resto, me concentré en la televisión y las jugadas. En mi otra vida, a estas alturas, ya hubiera organizado una apuesta con estos tíos y les estaría haciendo pagar por lo tragos. Veinte a quince a favor de los Patriotas, claro. Sonreí para mí. ¿Por qué había dicho otra vida? Me bebí mi cerveza lo más lento posible, hasta que el capitán terminó su segundo trago. Pagó en efectivo, lanzó una última porra a los halcones y de despidió del barman y de su compañero de barra. Ambos nos quedamos con ganas de más bebida, pero había que hacer las compras. El capitán necesitaba surtirse de todo, desde papel de baño, a vegetales, y de jabón para la cocina, a huevos y tocino. Paró de acumular cosas hasta que el carrito estuvo lleno. Me hizo cargar un doce de cervezas y una botella de whisky.
Ya en la base descargamos todo; guardó lo que
iba al refrigerador y yo separé los productos del baño, mismos, me
hizo acomodar en un closet debajo de la escalera al segundo piso.
Cerveza en mano salimos a la terraza y tomamos asiento bajo el
parasol.
-Sabes una cosa muchacho, hay personas nacidas con mala estrella.
Fue el caso de mi querido Dan. Lo vi hacer el máximo esfuerzo y de
cualquier forma fracasaba. No sé a qué se deba, ni nunca lo
entenderé.
-Si caray, es triste cuando pasa eso.
-En su caso, sólo cometió un error, uno bien grande, el cual le
cambió la vida para siempre, dejarse llevar por la cólera. La ira
puede ser mala consejera.
Sus palabras me recordaron las de Chian
Ho.
-De nada sirvió todo lo invertido en él; todos los sobresaltos de
su madre, el costo en dinero… en palabras.
Coloqué mi mano sobre su hombro:
-De verdad siento mucho lo de su hijo capitán Thomas, no sé cómo
expresarle mi pesar.
-No te preocupes muchacho…-dijo y bebió de su botella. -¿Sabes que
me entristeció más? Su hermana no vino al entierro, la llamé y dijo
vendría, a última hora no lo hizo y me largo un cuento; la nieve en
Canadá, los vuelos y no sé qué mugres… Eso me espera a mí el día
que me muera, sin duda… la ausencia.
-No hable así capitán, usted nos va a enterrar a todos- intenté
algo de humor.
-Cabrones mexicanos, ¿cómo es que a ustedes no les espanta la
muerte?me respondió en el mismo tono, con una sonrisa un tanto
triste.
-Si nos espanta, lo que hacemos es no pensar mucho en ella, ni
prepararnos suficiente para cuando se presenta.
-Cada cual vivimos en un error, a veces sólo quisiéramos regresar
un paso, uno nada más, pero para ese momento ya es demasiado tarde,
no hay regreso.
-Cierto… no hay regreso.
Volví a escuchar a Chian Ho. ¿Cómo era posible
que dos seres tan diferentes en espacio y creencias sonaran tan
similares? Vi mi reloj y brinqué en el asiento:
-¡Mierda! ¡El camión está largándose ahora mismo!- me puse de pie
con intenciones de coger mi chaqueta.
-Espérate hombre, al rato te vas.
-Como al rato, está saliendo el último maldito autobús.
El capitán Thomas me miró un momento, puso su
vaso en la mesa y extrajo unas llaves del bolsillo de su camisa.
Eran las llaves de su carro.
-No hay autobús pero hay un Cadillac afuera… ¿te sirve?- dijo y
arrojó las llaves al aire.
Las atrapé, dos llaves cromadas agarradas a un
llavero con las palabras Cadillac en itálicas.
Primero miré las llaves, después lo miré a él con interés; supuse
que me llevaría el mismo a mi casa más tarde después de las
cervezas, o que me prestaría el auto por una noche para llegar a mí
casa, o algo por el estilo; nunca pensé acabaría regalándome el
vehículo y que él viviera sólo un mes más después de eso. No me lo
creí del todo, ni su muerte, ni el regalo del Cadillac.
-Me sirve-. Pensé que estaba borracho y se arrepentiría. Incluso
que me lo pediría de regreso el próximo día, pero no pasó. A la
mañana siguiente lo primero, fue ir a su casa a regresarle el auto
previniendo cualquier malentendido. Le di las gracias por el
préstamo del carro, e intenté de poner las llaves en su mano, pero
se negó. Él era un hombre de palabra y era mío, es más, había
encontrado los documentos y quería dármelos. “Endosados como si
hubiera sido una compra, por aquello de las sospechas… “Hay que
tener palabra muchacho, si dije te lo daba, es tuyo”.
Esa noche, cuando me monté al auto sentí muy buena vibra, puse
música y manejé como entre algodones hasta la casa de los gatos. Lo
estacioné, chequé dos veces estuviera cerrado y una vez afuera lo
observé con gusto, era una joya, de una elegancia particular y era
mío. Esa noche estuve seguro que la buena suerte había regresado,
aunque me equivocaba. De agradecimiento comencé a visitarlo dos
veces por semana, bebíamos sólo tres cervezas pues no quería que
pasara mi límite de alcohol. Un par de ocasiones lo llevé al
supermercado, fuimos a la Plaza Ray Charles a sentarnos, y al mall
donde caminábamos; y en una banca lamíamos helados. Podría decirse
que nos hicimos amigos o que él me adoptó. El viaje más largo del
capitán en sus últimos días, lo hicimos al Lago Seminole, donde
remamos; él pescó con una vieja caña que recuperó del garaje de su
casa y bebimos, pero sólo tres cervezas, por aquello de los
límites.
Asistí a su funeral, la hija también y no paró de llorar durante
todo el servicio. Llegué tarde a la casa de los gatos. Giré la
chapa de la puerta con mucho cuidado, serían pasadas las doce de la
noche y no quería despertar a mi casera. Entré sin hacer ruido,
corrí los seguros y al darme vuelta una docena de ojos brillantes
me miraron en la oscuridad expectantes. Me quedé quieto por un
momento, paralizado. Los ojos vigilantes comenzaron a moverse a mi
derredor y de pronto nos reconocimos. “Me espantaron cabrones”, les
dije a los gatos en voz baja y me abrí pasó entre ellos rumbo a mi
cama.
Ondulaba, no sé si era por el efecto de la luz tan poderosa en ese momento de la luna, pero todo ante mis ojos se movía. Tuve un mareo momentáneo y me tambalee por un par de segundos. ¿Era posible un espejismo de noche con apenas la luz de la luna? Quizá me encontraba en las profundidades de una alucinación, donde todo, incluidas las paredes del cráter estuvieran ondulando. Di un paso… otro más. Estoy rodeado de unos trece cráteres creados hace millones de años; producto del impacto de una serie de meteoritos sobre la faz de la tierra… ¿O acaso la nave del extraterrestre con todos sus antepasados dentro?
Agnes se murió de risa cuando le conté lo del hombre en el traje espacial.33
Me llegó una tarjeta de Pedro a mi dirección, la cosa más old fashion del mundo hoy día con el email y el Facebook. La verdad es que recibir una tarjeta por correo es otra experiencia, quizá seamos la última generación en vivirla. Abrí el sobre con cierto recelo, debía ser algo serio. Lo primero en venir a mi mente, es que el buen amigo iba a ser padre, o se estaba divorciando… o cambiando de sexo, ja ja. ¿Por qué otra razón envías una tarjeta? Cabrón Pedro. Era toda una broma, la imagen de un cocodrilo barrigón diciendo en un balloon: “el tiempo no pasa, sólo para los lagartos. ¡Feliz cumpleaños!” Buena onda; pero dos cosas, no era mi cumpleaños por varios meses y tampoco era capricornio. Me supuse a Pedro con un cupón de descuento para una tarjeta en mano. Hoy en día hay cupones para todo, incluidas rosas y tarjetas. Estas últimas, toda una sección de ellas en muchas tiendas todavía, por décadas un gran negocio desplazado por la internet. A mí me encantan, he visto desde las más bobas, a cosas muy creativas. Las hay para cumpleaños, recién casados, a la madre, el padre, las tarjetas para aniversario, las tarjetas de pésame, las bromas y las tarjetas blancas, muy serias. Me imaginé al Pedro, pagando la mitad por la tarjeta, y unos cigarros o unos chicles. Dicen que ya nadie cambia y creo en eso. Seguramente se acordó de mí, entró a comprar algo al super, vio el cupón y decidió usarlo, coincidencia vil. Lo bonito era el detalle. Hasta donde sabía le iba bien; quería a su esposa, tenía grandes planes y una chamba en el gobierno; específicamente consistía en lavar los monumentos y esculturas de la ciudad, esto es, arrojarle agua con jabón a los padres de la patria; héroes montados en caballos y piezas monumentales consideradas artísticas o históricas de Washington DC que no son pocas. Un trabajo, según entendí, muy peleado, no sólo por los buenos beneficios, créditos y otras prestaciones del gobierno de la ciudad, sino porque se recibían dos cheques, uno de la municipalidad y otro del Park Services. Estaba casado con su novia de varios años, la misma que conoció en Las Vegas, mientras yo me liaba con Patricia, Lilia, con quien pensaba tener hijos. Era un buen hombre de familia. Nada relacionado con el Pedro borracho y buscabullas que yo había conocido. El Pedro verde de la gran resaca, acostado junto a una cubana más bien fea en un hotel barato. El Pedro agarrándose a golpes con un taxista por un cambio de monedas en Las Vegas boulevard. Ambos compartimos casa en ciudad vicio, donde fue mesero, había sido eso toda su vida en este país. Lo del nuevo trabajo, era el empujón de un pariente suyo, quien había logrado tener nexos con ciertos empleados del gobierno municipal. Un tío, el cual no sólo tenía dos restaurantes de comida peruana, sino además un buen colmillo político. El caso, es que a este tío suyo llegaron a deberle un favor, el cual resultó en la posición de Peter. Un trabajo asignado no a cualquiera en la municipalidad. Un trabajo sencillo, según me decía. Peter y otro tipo manejaban un camión con grandes mangueras por sobre el centro histórico de la ciudad de Washington. Me había enviado una foto a través del Facebook, la manguera metida entre sus piernas arroja un chorro de agua a algún general de la época de la revolución. Es un hombre en un caballo y es como si lo estuviera meando, ja, ja. “Peter limpia monumentos”, el título. Pa trabajitos que acabamos haciendo los hispanos, cual más, joder.
Recibí la tarjeta de mi camarada, la misma tarde que regresé de la base con el olor de Martina en la entrepierna y el vientre. Fue una tarde llena de sorpresas. Tigrillo me había dejado una lagartija muerta a la entrada de mi cuarto; es la forma en como los gatos agradecen o mejor dicho, colaboran con la comida en la casa. Mi hermana me había enviado un mensaje; estaba embarazada y se encontraba feliz. Además, ella y Carlos también me felicitaban por mi cumpleaños. Yo no sé de donde carajo había sacado todo mundo que era mi cumpleaños. Pero tal cual, yo me encontraba fascinado repasando la escena entre Martina y un servidor; sus besos, sus quejidos. Todas aquellas coincidencias en colisión para bien. Acaricié a Tigrillo en la barriga y la cabeza, "Gracias amigo, por la lagartija... Mmm, se ve sabrosa.". Cogí al inocente saurio con dos dedos y lo arrojé al bote de la basura en el baño; muy discreto, sin dejarle saber estaba menospreciando su regalo. Me tiré en la cama sin creerlo todavía, era la primera mujer que me follaba en varios meses, además no era cualquier mujer, sino una bellísima chica de aspecto delicado, sola y desatendida. Si todas las casualidades no tienen un significado, o una conexión, ¿entonces por qué pasan? A lo mejor significaba que mi mala suerte comenzaba a diluirse; la mala onda a desaparecer, así como los terribles sueños después de completada mi venganza… Pero sobre todo, que el mal, ocasionado por Patricia, había dejado de tener efecto en mí. Hablo de sus brujerías. Sentí el cambio, comencé a sentirme ligero, libre… De pronto, empecé a flotar en la cama, a elevarme, tal si levitara. Al principio me dio miedo, puse las manos a los costados preparándome para la caída, pero esta no pasó; estaba separado del viejo colchón por unos tres metros, me elevé más hasta quedar a centímetros del techo. No lo creía. Podía ver la calle a través de la ventana, el polvo en el marco del cortinero, la mugre encima de la puerta del baño. Flotaba, alucinante, no les miento. En ese momento, supe que poner medio continente de distancia había sido una buena decisión, que tratar de olvidar el tiempo con Patricia había funcionado; y que tanto la distancia como el tiempo, eran mis mejores aliados. Era un ser etéreo, no sé cómo había logrado que mi peso se redujera al de una pluma; cómo es que estaba venciendo las reglas de la gravedad. No serían más de diez minutos, pero fueron definitivos. Entonces tuve una certeza; de no haber estado el techo, habría podido salir de la propiedad, dar una vuelta por lo menos hasta la esquina ida y vuelta sin tocar el piso. Una mujer pasó por enfrente de la casa empujando una carriola para gemelos, un auto y un hombre en bicicleta, el único en darse cuenta de que flotaba en el aire separado de la cama, fue un perro, el cual se asomó por la ventana pegada a ras del suelo, aunque esta vez no se orinó en el cristal, sino que salió corriendo. Aterricé tan suave sobre la colcha de la cama como me había elevado. No pude evitar sentir palpitaciones en la sien y cierto nerviosismo. Aquello había pasado, sin duda. Me recordé a mí mismo tirado sobre el granito oscuro del cráter principal de “El Pinacate”, en lo que juro es un sueño, pero no fue sino la cruda realidad de la noche más larga de mi vida, la más clarividente. Volví a cerrar y abrir los ojos. Estoy en mi cuarto en Albany, en casa de la señora Robbins… la presencia de tigrillo en cama me volvió a la realidad. Miau dijo y se restregó contra una de mis piernas. El saludo de mi pequeño amigo me sacó de lo que pareció ser un trance, aunque no pude evitar un escalofrío. Me agarré con las manos a la colcha, apretadas, como el ancla de un barco a punto de irse con la tormenta. Por varios minutos había contradicho las leyes de la gravedad y eso me produjo inseguridad. Tigrillo comenzó a lamerse las patas, me solté poco a poco de la cama hasta sentirme seguro, respiré profundamente. Sonreí. Le acaricié la cabeza a mi amigo y tomé asiento en la cama, la sonrisa en mi cara persistía. Quizá los dados estaban a punto de caer a mi favor. Después de aquello ¿por qué tener duda? Si bien es cierto que mi primera reacción al salir de la casa de Martina fue correr y largarme del pueblo, al final decidí correr la apuesta como buen jugador y me quedé. No me sentía culpable, tampoco mal. Habíamos actuamos como animales, eso ni negarlo. Con mantener la distancia.
34El primer viaje con el Cadillac fue a Atlanta. Estaba harto ya de Albany, de los soldados y sus mujeres, pero sobre todo, de los campesinos de modales bruscos que preferían hacerlo todo desde sus camionetas. Por ejemplo, ir al banco, cuestión de bajar el cristal, teclear números-letras; depositar, retirar, tener balance de cuenta impresos y ni decir las gracias. Comer, la empresa más grande en el planeta especialista en fast food, ofrece un drive in, un servicio donde ordenas a través de un micrófono y cuando llegas a la ventanilla, ellos ya tienen tu hamburguesa lista y una joven te la entrega en una bolsa, la cual contiene además papas fritas y bolsitas de kétchup, más una gran soda, claro. He intentado comer así y aún no se me da, aunque hay otros que encuentran placer en manejar y comer la torta a la vez, mirando lánguidamente el camino a ritmo de su canción favorita, en cámara lenta, manchando con grasa todo el volante y los asientos.
Atlanta resultó una ciudad en forma. Había bastante gente en la calle, quizá porque se iniciaba el otoño y todo el mundo había salido a hacer las compras. Había tráfico, lento y pesado, además, no venía en un carrito, sino en un carrote, hasta la gente volteaba a ver a “Espíritu del cielo” como lo había bautizado Toño por su color azul marino oscuro, en su afán de ponerle nombre a todo; la tele era Juana, el teléfono Paco, su viejo auto el Tatoyo y así. Una vez el Cadillac en el estacionamiento, caminé por ahí, miré aparadores, esquinas, menús de restaurantes, mujeres pasando a mi lado. Finalmente me metí a un bar a mi gusto. Medio oscuro, con una sola televisión, en lugar de las mil que se usan hoy en día y sin ventanas al exterior. Me senté en una esquina, en la barra, en una silla con respaldo. No podía beber mucho, pues traía el Cadillac, me recordé a mí mismo, mi plan era regresarme esa misma noche después de cargar gasolina y comprarle un regalito a Martina. Pedí una cerveza, acabé bebiendo tres. En el teléfono tenía mensajes de mi casera, de Toño, Peter y de una tal señora Highs, la cual deseaba hablar conmigo a discreción, tenía relación con mi trabajo. De inmediato pensé, era quizá una abogada con alguna sorpresita, alguna bronca. Cuando recibo cosas como esas, me entran ganas de correr; cerrar los ojos y correr. Me había cansado de ser el road runner, ¡beepp beeepp! Algo me olía mal de todo aquello... Debía tratarse de dinero, algún tipo de chantaje por lo sucedido en Las Vegas. Por un momento, se me ocurrió que a lo mejor la hija del capitán Thomas deseaba el auto de regreso, aunque deseché la idea, tenía los papeles, estaban firmados por ambos y todo había sido legal; aunque quisiera. Peter me saludaba, decía estar feliz estrenando casa en los suburbios, gracias a un préstamo, de cualquier forma enviaba su dirección por si me animaba a visitarlo en Virginia. Teníamos un pacto de amistad, así que nos informábamos uno a otro de vez en vez como íbamos. Había dejado Washington DC por caro y elitista; las rentas estratosféricas, la comida por los cielos. Peter y yo éramos como esos corredores de profundidad que se rezagan por un momento pero siempre terminan. Peter llevaba la delantera en cuanto al número de lugares en los que había vivido y hecho vida. Lo segundo lo más difícil, pues se aprende cada vez. Dejas todo, no sólo muebles, libros, ropa, sino amigos incluidos. Al bar entró un homeless a pedir trago, arrastró su terrible mal olor consigo, como la larga cola de un lagarto. Ya venía ebrio, se le notaba, era quizá la causa de su caída. Empezó a pedir dinero en las mesas, pero pronto vino alguien y lo sacó a empellones. Por una extraña razón, a veces asociaba a los homeless con aquellos pilotos de la Segunda Guerra Mundial que quedaban en los campos de batalla, con las puntas de sus vehículos a la mitad del terreno, con ellos adentro a punto de explotar. Lo vi en una película, quizá por eso. En un texto, Martina quería verme, el problema era que su marido no se despegaba ni un minuto de ella y no sabía cómo darse una escapada. La recordé. En definitiva estaba enamorado y eso era una pendejada; otra relación jodida. ¿Por qué me encantaban las relaciones jodidas? me recriminé. Nos habíamos ido a la cama mucho antes siquiera de conocernos. Como dos animales. No una película porno ciertamente, pero extraña forma de acercar a dos personas, ¿no creen? Y digo no es porno, porque la verdad toda la experiencia había sido bastante tradicional, yo encima de ella con las sábanas cubiertos. Nada muy experimental, después claro, sí hubo de eso, pero de eso no les contaré por ser privado. Sentí celos del marido, quizá ahora mismo estaba metido con ella en cama, haciendo alguna cosa aprendida allá en el Medio Oriente. Pedí una segunda cerveza. Eso significaba que quizá no la vería por unas semanas. El hecho de que el tipo fuera un abusivo me enardecía. Se la cogía y la golpeaba, o a la inversa. Apreté la botella, vaya calaña de héroe de guerra. Pero nadie tiene más la culpa a veces que la víctima. “No jodas compadre, no estas para criticar a nadie”. Cierto, quien era yo, para abrir la boca. Había huido de Las Vegas para escapar del maleficio indilgado por Patricia. Mujer bella, aunque ligera de cascos, largas uñas, boca grande y un sentido de sobrevivencia increíble. Astuta como un zorro y mal pensada como un demonio. La recordé, se jactaba de ser la sobreviviente de una familia disfuncional, un padre alcohólico, relaciones perversas y de la industria del porno, esto último lo supe mucho más tarde, ya en la segunda vuelta. Había aprendido brujería con unas negras que habían aterrizado por casualidad en la compañía de video, donde había caído engañada con el típico rollo del modelaje, la fama y el dinero fácil, según esto. Cuando la conocí, ya le había dado cuatro vueltas al estadio. Fue una de esas cosas que pone en contacto a dos personas y se denomina casualidad. La colisión de dos destinos. Hay una imagen, no se me quita del cerebro. Vengo saliendo de mi turno rumbo a casa, cuando me la encuentro. Viene en short, camiseta y botas vaqueras, era un día especialmente caliente. No era muy alta, pero estaba tan bien balanceada como una pesadora cargada de joyas, que digo, un yogista en una posición complicada. Desde el principio me engañó. Nunca me dijo que era striper, sino instructora de un gimnasio, que estaba tarde para una cita muy importante y no podía quedar mal. La llevé a su cita y hablamos, me mostró las piernas, las tetas, todo sin querer claro. Ambos nos gustamos al instante, eso un hombre y una mujer lo saben. Me coqueteó abiertamente y me dio su celular, el cual anoté en el mío. Caí en la trampa, como el mosquito pendejo que cae en la tela de la araña. Era mayor que yo por un par de años, aunque como me pareció una mujer de clase, me puse curioso. Salimos, sabía hablar, usar los cubiertos, tenía reglas y comentaba de todo, ideas que me parecieron acertadas. De haber sabido que todo era una estafa, no sé si me hubiera embarcado en la historia. Se apoderó de mí desde la primera vez nos encontramos en el desayunador y la segunda noche en su cama, el sexo fue impresionante. Tenía un movimiento de vagina increíble, era como si pudiera mover los músculos dentro de su cuerpo a voluntad y succionar. Me fascinó la sensación de estar dentro de ella y ser sobado por aquel sexo, ni hacía falta moverse tanto. La primera vez repetimos como diez posiciones. Te dejaba hacer, pero cuando ella quería que terminara comenzaba a moverse por dentro como si la habitara un demonio, una antigua bruja.
Un borracho que parecía dormido. Se recompuso
por un momento, bebió las últimas gotas de su trago y
ladró:
-¡La realidad es obscena, apesta a caca, semen y alaridos! ¡El
mundo es crudo, sangrante y cruel!
Encuentro a mi abuela. Me
espera esta vez en la entrada de una hacienda en ruinas. Ella misma
es quien me abre el portón, por muchos años clausurado. Nos
internamos por un pasillo de arcos. Los techos se han venido abajo,
caminamos sobre escombros y pedazos de teja quebradiza. Algunas
paredes están derruidas también, otras muy dañadas; pasamos por una
escalera de piedra roja que no va a ningún lado. No hay duda, fue
una elegante construcción, conserva detalles interesantes, como una
cruz de metal brocado en la puerta principal y una pared decorada
con mosaicos multicolores, en lo que debió ser la entrada a las
habitaciones. Mi abuela camina con familiaridad en el lugar, como
si lo conociera. Cruzamos un patio, los restos de una fuente, un
pasillo de menores proporciones, hasta una inmensa nave, la cual
debió haber sido un salón de fiestas o un lugar para recepciones.
El piso en esta zona, es de arena muy fina, como si la
desintegración hubiera sido desde los cimientos del lugar. Avanzo
con cautela temo que alguno de aquellos muros se nos venga abajo.
Mi abuela se detiene en una antigua cama de latón herrumbrosa y sin
brillo, aunque de grandes proporciones. Toma asiento sobre la
cubierta color guinda, perfectamente tendida y descansa sus manos
en su regazo. Doña Marina, coge el suéter en el que ha venido
trabajando –según me dice- y reanuda su labor con los ganchos entre
los dedos, sin prestarme mucha atención. En las cuatro patas de la
cama, hay gallinas amarradas; cacarean, dan vueltas en redondo,
clavan el pico en el piso de arena para volver a ponerse de pie.
Unas escarban, otras se dan de picotazos entre sí, aletean
ruidosamente.
-Toma asiento hijo- me dice señalando una vieja silla, la cual
parece a punto de caerse. Me siento con precaución, a sabiendas que
la silla puede venirse abajo, aunque aguanta mi peso como si nada;
es fuerte, me sorprende su aparente estado vetusto. Es la tarde o
el amanecer, no hay sol, por lo tanto nuestras sombras no se
proyectan. El cielo tiene un color anaranjado muy fuerte. No
alcanzo a comprender el porqué del escenario. Menos aún, el
significado de las gallinas, y si estas simbolizan algo; o sólo que
la abuela no quiere dejarlas sueltas al alcance de los coyotes y
los ladrones. Es la primera vez que estoy físicamente en el lugar,
aunque he pasado en auto y lo he visto. Se llama la Antigua
Hacienda del Carmen y se encuentra a unos cuatrocientos metros de
la carretera a Navojoa. A la distancia, se ve apenas como unas
paredes, una cúpula semi destruida y un par de arcos. Es el casco
de una hacienda de la época de la revolución. La abuela sin dejar
de tejer, levanta los ojos y me observa con dulzura. Una pregunta
se queda en mis labios: ¿Por qué hemos venido aquí?
Desperté con tranquilidad, sin sobresaltos, como al principio cuando los sueños de la abuela comenzaron a suceder. Por fortuna los sueños con ella no son todas las noches y ni siquiera todas las semanas, hay periodos en que no nos comunicamos. A la fecha los considero un diálogo. De todo el cumulo de sueños durante la semana, los de la abuela los aparto y voy descifrando poco a poco, hasta que logro encontrar el significado, porque definitivamente tienen un significado particular, lo he comprobado. Los días previos a la partida de Patricia, tuve un sueño en el que la abuela me advirtió, aunque no fui capaz de completar la lectura. Se me escapó lo del borrego sacrificado a pedradas, lo de la veladora sobre su cabeza.
Bostecé en grande. Me senté en la cama, acaricié al Tigre que también se desperezó estirándose y sacando las uñas. ¿Qué significaban las malditas gallinas? Entré al baño, tomé una ducha y me vestí tarareando una canción. Tomé los dos llaveros, sonreí. Tener auto me pone a pensar en viajes, en tomar la carretera. Bebí un café con mi casera y me conminó a hacer huevos para los dos. Desayunamos como una vieja pareja viendo la televisión; como la madre y el hijo que no encuentran que decirse… Pensé en cómo me hubiera gustado pasar más tiempo con mi madre, ver la televisión con ella, caminar por las calles de Hermosillo; verla curada del cáncer. Recordaba a mi “jefa” en cama, con oxígeno en la boca, con agujas en las venas por donde entra el suero... Después el maldito fuego.
36Esa tarde volví a ver a Ana Graciela, después de un último encuentro medio triste. Su actitud me había decepcionado, aunque la chica me gustaba, sobre todo, cuando aceptó que nunca se enamoraría de un hombre como yo, pues representábamos la inseguridad y la pobreza. “El dinero lo es todo”, remató. Nos acostamos cuatro veces, muy ricas todas, recordé la abundancia de vello en varias partes de su cuerpo y tuve una ligera erección. Ana Graciela, chica lista, emprendedora y ambiciosa. Con un novio en Chicago al que describió como no muy listo y un poco mayor. Mujer capaz de sacrificar cualquier cosa por plata. En la búsqueda del “gringo viejo con la herencia”. “¿Con cuántos viejos mentirosos te has acostado?” No le gustó mi broma. Una cosa que hicimos juntos, fue el haber plagiado la receta de la campeona de la base y sacarle una fotografía al estilo espionaje corporativo, muy divertido. Entre los dos distrajimos a la vieja arrogante con diferentes trucos y pudimos meternos hasta la cocina. Intenté de convencer a Regina de participar con esa misma receta en el concurso anual de la base, sólo para ver la cara de los jueces. Por supuesto no aceptó, se murió de risa de como mareamos a la vieja con nuestra bulla para quedarnos con su receta de galletas, y con la de un pollo al jerez que me pareció delicioso en ese momento.
La mujer mantenía escritas sus recetas en un
viejo cuaderno de cuero junto a libros y recetarios, en una esquina
de la cocina; un lugar envidiable con lo último en aparatos y
utensilios. Aquella cocina no le pedía nada a la de ningún chef
profesional. Con una pequeña cámara de doce megapíxeles, recién
adquirida, le tomé la foto a las dos recetas escritas a mano. Por
una micro centésima de segundo, pensé en quedarme con todo el
cuaderno, debía ser una joya, aunque desistí casi al instante de
haberlo pensado, pues era un abuso; además no soy un ladrón. Así
que continué con el plan, hice las dos fotografías y volví el
cuaderno a su lugar entre los otros libros en el estante. Reparé en
uno de comida griega, se veía un libro caro; tenía buenas fotos,
algo de historia. Escuché las voces de Ana Graciela y de la vieja
acercarse. Guardé la cámara en el bolso de mi camisola y levanté mi
caja de herramienta del piso, todo en un sólo movimiento. Di dos
pasos a la salida de la cocina y me topé con ellas en la entrada.
La mujer me vio un tanto sorprendida. ¿Cómo
había llegado del baño a la cocina? Quizá se
preguntó.
-Revisé el interconector del agua por si había fugas, pero no tiene
ningún problema.
“Gracias”, dijo ella y nos acompañó hasta la salida.
Ya estando afuera nos destornillamos de risa, nos dimos unos besos y en el carrito del trabajo la llevé al lago artificial de la base, follamos entre unos arbustos. Platicamos y llegamos al acuerdo de que cocinaría el pollo al jerez para ella y sus socias en el negocio de la limpieza de casas, Carmen y Esther en algo como una semana, día de su cumpleaños. Miramos la caída del sol como dos novios de telenovela – fueron sus palabras- agarrados de la mano.
En ese momento pensé en serio, quizá por la influencia de Pedro, de que era tiempo de dejar mi soltería y hacer casa con Ana Graciela. Me gustaba, hablaba mi idioma, era tierna y con un potencial sentido maternal muy grande; a pesar de sus defectos. Como les digo, tenía dos severos, el más grave, el de ser muy materialista y el otro, no le gustaba leer y prefería la televisión. Pero bueno, no existe la mujer perfecta. El único viaje que hicimos juntos, fue a Savannah Beach en el auto de su negocio, el cual no pudo pasar desapercibido por sus letrotas rojas en los costados, la cajuela y el techo; “Easy Maide: si necesita limpio su hogar o su oficina, nosotros vamos”, era el slogan escrito hasta en el interior del Focus. En dos ocasiones, nos detuvieron un par de posibles clientes, deseaban fuéramos a darles el servicio. Ana Graciela quedó decepcionada, cuando al llegar a la playa se quitó la ropa y se arrojó al mar, el cual resultó demasiado frio para el gusto de cualquiera que recuerda el mar del Caribe. Regresó titiritando de frío y con una cara de molestia. La cubrí con una de las toallas y la abracé. Caminamos, ella juntó conchas, piedritas, dibujamos en la arena y construimos un castillo, el cual muy pronto fue arrasado por el agua. Dos días en el mar junto a ella, sin poder meternos al agua, me volvieron a la realidad. Resultó berrinchuda, fijada con el dinero a más no poder, glotona y criticona. Una noche si me exasperó, cuando insistió en no darle propina a la mesera, según ella había estado coqueteándome. “No jodas, pobre chica, apenas si le ha de alcanzar el maldito salario”. Hacer familia, ser fiel y todo lo demás, se derrumbó como el castillo de arena que habíamos construido. La última noche, como supe era la última de ambos, me la follé como un ángel, recuerdo sus ojos extasiados diciéndome incongruencias.
37
-Sergio, ¿cómo estás?
-Hola Terry.
-Disculpa si dije algo indebido la última vez, estaba muy ebrio y
quizá dije pendejadas, sorry man.
-Bah, no te preocupes. El tequila es así, te puede dar sorpresas
serias.
-Si joder, lo había olvidado. Lo que haya dicho no fue mi
intención, dijo Regina que saliste molesto de la casa.
-No, para nada, me la pasé bien, gracias por la
invitación.
-No al contrario, gracias a ti por hacernos de comer, tú sí sabes
bro, delicioso.
Sonreí, agradecido por el elogio:
-Algo, algo, quisiera estudiar más y ser mejor, tengo grandes
sueños- me arrepentí de decir esto último.
-Cuando se tienen sueños hay que llevarlos a cabo, si no para que
soñar, siempre me dijo mi madre.
Recordé sus sueños de llegar a la olimpiada con
su equipo de basquetbol y me sentí menos mal.
-Borrón y cuenta nueva- dijo con una sonrisa y me extendió la
mano.
-No hombre, no pasa nada- dije extendiendo mi mano
izquierda.
-¿Eres un buen hombre sabes? Quizá sé distinguirlos porque conozco
a un montón de hombres malos.
Se veía compungido:
-Debe ser, en tu profesión- respondí. -¿Qué te ofrezco, agua,
soda?
-Si tienes agua en botella te la acepto.
-Claro, claro- me di la vuelta y entré a la cabina por dos botellas
de agua del refrigerador. Regresé. Terry había puesto su silla
sobre la sombra y miraba de soslayo. Le entregué la botella y jalé
una de las sillas plegables usadas para los eventos, teníamos como
cien. Tomé asiento junto a él. Brindamos con las botellas de agua,
la temperatura era agradable y los colores de la tarde yéndose a
dormir, muy lindos.
-Oye, en intercambio por lo de la cena, bueno mejor dicho, en el
mismo espíritu de camaradería y solidaridad, queremos invitarte con
nosotros a la playa, serían tres días, hay donde quedarse y todo,
es casa de unos amigos.
-¿Es casa de tu compañero Scot?- pregunté previendo.
-¿Un hijo de puta verdad?, pero no, es otro amigo, completamente
diferente. Él y su mujer salen de viaje y no tienen con quien dejar
al perro y al perico. Regina se ofreció y pues aprovecho para
extenderte la invitación. La próxima semana, salimos viernes
temprano y regresamos el lunes antes del mediodía.
Iba a decir que no, pero su sinceridad me
convenció, por otro lado, desde mi viaje con Ana Graciela hacía más
de un mes que no remojaba los pies en el mar.
-Suena bien, déjame arreglar algo con Toño mi compañero. -Le
extendí la mano y chocamos levemente los puños en señal de amistad.
Le miré a los ojos, en definitiva Terry era un buen hombre, quizá
mejor que yo.
-Haz tus arreglos.
-De acuerdo, no he estado en el mar en un buen rato.
-Te va encantar. De la casa, la playa está a menos de cincuenta
metros… El agua es fría, para que no te hagas muchas esperanzas,
pero el lugar es bonito.
-Lo del mar frío ya lo sé, pero el mar es el mar…Vacan, como dicen
los peruanos. ¿Y cómo cuánto hay que pagar de gasolina? De comida,
¿o qué onda?
Terry se removió en la silla.
-No caray, pues nada, de todas formas nosotros iremos.
-Pero una boca más siempre es una boca extra, ¿verdad? ¿Tiene
cocina este lugar del que hablas?
-Claro, es una casa completa. ¿A qué viene pregunta tan
tonta?
-Me gustaría colaborar con algo, eso de ir de gratis no va conmigo.
Mi padre me enseñó algo: “todo lo que se tiene hay que ganárselo”.
De intercambio cocino, ¿qué tal eso?
-OK, nosotros felices, a Regina le va a encantar.
Terry me habló un poco más de la casa y del
dueño, otro amigo minusválido, a quien había conocido en DC en una
protesta, al parecer millonario.
-Cuando eres millonario no es un problema andar en una silla de
ruedas, ¿sabes? La casa en la playa es energy efficient and
wheelchair friendly. Además de alberca, cuenta con una cancha de
basquetbol, entre otras amenidades.
-Cuando eres millonario no tienes ningún problema, punto.
Reímos. Le pregunté del equipo y de cómo iba en la tabla de resultados. Resultó que bastante bien, un segundo lugar nacional no era tan malo. Terminamos de beber el agua en nuestra respectiva botella, ya después, Terry se alejó en su máquina motorizada tan sonriente como había llegado. No sólo era un buen hombre, sino uno con mucho coraje. No podía ni siquiera ponerme en su lugar.
El viernes por la mañana Terry y Regina pasaron a recogerme a la casa de los gatos. Se veían radiantes. Regina cargó a Tigrillo y le hizo caricias. Yo armé una pequeña maleta con tres mudas de ropa, la rasuradora, el cepillo de dientes, la pasta y la loción; además de un libro nuevo cuyo título ya olvidé, un traje de baño y el cargador del celular. Subí a la parte trasera del auto, venían escuchando a Bob Dylan -después supe. No hablamos de nada interesante, la segunda parte del viaje, Terry insistió en escuchar el basquetbol por la radio. Llegamos a la hora del almuerzo. La casa por fuera, lucía como cualquier casa en la playa hoy en día; una alta pared blanca, cámaras de video y un gran portón metálico automático. Regina rebuscó en su bolso y extrajo un llavero, el cual su amiga le había enviado por correo, según explicó. El lugar era muy confortable y muy bien diseñado. Era una casa de concreto de una planta y media; de cinco cuartos con tres baños, más una sala grande y una cocina de buen tamaño. Saludamos a los animales que estaban patrocinando nuestras vacaciones; “Clark” el perro y “Repetition” el loro, al cual encontramos diciendo: buen culo, buen culo. Especulamos, seguramente el loro sólo había captado parte del mensaje; el cual dedujimos, bien podía haber sido; se te ve buen culo, o que les den por el culo, o nada como un buen culo. Terry nos explicó, el amigo en silla de ruedas, pero millonario, estaba casado con una ex miss américa de muy buen culo y grandes tetas, eso debía ser. Regina preguntó como era que el millonario había terminado paralítico. Terry no sabía los detalles, sólo que se había accidentado en un auto deportivo. Nos instalamos, cada quien fue libre de escoger el cuarto a su gusto. La recámara que escogí, daba directamente a una palmera crecida en una maceta y tenía puerta a la terraza; donde había un parasol, una mesa redonda y sillas. Además de un asador de carnes eléctrico y un minibar. A desnivel, una alberca también redonda y un jardín. Abrí la ventana dejando entrar la brisa del mar; su olor y su humedad. Aquella noche cenamos piza de paquete, bebimos cervezas en la terraza mirando las estrellas, y escuchando el ir y venir del agua. Esa noche también, contamos algo de cada quien y me enteré de algunas cosas. Como que al Terry antes de Irak, no le gustaba tanto el basquetbol como el futbol americano; que había sido un excelente buzo de profundidad y hoy en día apenas un mediano nadador de piscina. Dos cosas que le apenaban, era lo malo que era para las matemáticas y lo tímido con las mujeres. Nos dijo además, ser huérfano, aunque conservaba una hermana a quien veía apenas dos veces al año. En mucho de eso nos parecíamos, dije e hice notar la similitud entre nuestras experiencias. Como el de tener sólo una hermana y ser huérfano en la adolescencia, además de ser malo con las matemáticas claro. Las dos cosas que avergonzaban, particularmente, eran el pelo que crecía arriba en mi espalda y el ser sentimental. Regina se rio de ambos y cuando fue su turno, nos dijo que por el contrario a nosotros, ella conservaba a sus dos padres, aunque no contaba con hermanos de sangre, pero si con una hermana adoptada, llena de traumas. Además, que a diferencia de nosotros, le gustaban las ecuaciones, los libros de autoayuda –que yo detestaba- y las biografías. En cuanto a los deportes, prefería el yoga, y lo único avergonzante era su dedo pequeño del pie que casi no tenía uña. Brindamos por los complejos y los errores físicos, que carajos. Me sentí en confianza y les comenté de lo importante que había sido mi abuela en mi formación; en cómo le gustaba usar dichos antiguos y metáforas para educarnos; donde por lo regular, aparecían animales. Además, en como ella había ocupado el lugar de mi madre, mientras la otra agonizaba lentamente embotada de morfina en cama. Regina me tomó de la mano y me miró dulcemente. Bebimos una nueva ronda de cervezas, tratando de adivinar los nombres de las estrellas en el cielo y la locación de la galaxia de Andrómeda. La primera en despedirse fue Regina, se encontraba cansada. Otra de las cosas que no le gustaban mucho, a diferencia de nosotros, era manejar. Terry y yo hablamos un poco de basquetbol y de bastoneras. Le dije que me había enamorado profundamente de Samantha, él rio. Me enteré, estaba casada con un cabo y de verdad era amiga de Regina; ambas asistían a un club de Sudoku. Recordé los muslos de Samantha y me entró escalofrío. Terminamos nuestra última cerveza, diez minutos más tarde nos despedimos y cada uno fue a su cuarto. Aquella noche, contra mis intenciones, no soñé en bastoneras de vestidos cortos y hermosos ojos, sino en Sonora, en mi pasado…
Voy caminando por la playa, el cuerpo de una ballena gris ha sido arrojado del mar por las olas. Me acercó al animal, va haciéndose enorme conforme llego a él. Mi abuela me espera sentada en una mecedora, teje los últimos detalles del suéter que ha venido haciéndome desde hace ya un tiempo, según entiendo. Me siento en la arena junto a ella y los dos guardamos silencio ante la muerte de aquel animal, el cual asemeja un buque encallado. El cetáceo es dos veces el tamaño de un tráiler y tan alto como una casa de dos niveles. Lanza un último bufido, mueve la cola y muere, mientras nosotros esperamos a que las olas alcancen nuestros pies y el tiempo corra. Cual Jonás, intento entrar al animal muerto, ha expirado con la boca abierta; de donde emana un muy mal olor, pero ella me lo impide.
Al momento de internarme en aquel enorme ser, despierto bañado en sudor.Me puse de pie y me asomé por la ventana, en el horizonte el sol emergía del agua tímidamente. El olor del mar había activado aquel sueño... En la vida real la ballena muerta en la playa había pasado hacia cosa de quince años. Nos encontrábamos de vacaciones familiares. Venía con Gaby caminando a la orilla del mar, cuando la vimos y corrimos a verle. Para nosotros era un espectáculo extraordinario, para mucha otra gente, algo inexplicable. Cuando llegamos, el animal daba los últimos coletazos y hacia ruidos extraños, tal si estuviera atragantándose con todo aquel aire. Había un montón de personas, algunas de las cuales le arrojaban cubetas de agua sobre la piel con el propósito de hacerle la agonía menos dolorosa. Entre la gente, alrededor del cetáceo agonizante, una mujer rezaba, mientras agitaba flores en el aire y murmuraba una plegaria al mar. La razón porque el gran mamífero había salido del agua, de acuerdo a un viejo, es porque lo aquejaba un virus relacionado con el agua contaminada del Mar de Cortés, o alguna intoxicación producto de la ingestión de algas putrefactas… Menee la cabeza. Recordar es como tele trasportarse al pasado. ¡Es fabuloso tener recuerdos! ¿No creen?
La cercanía del mar me erotiza. Me masturbé pensando en Martina bajo la regadera. Me vestí y fui directo a la cocina. Puse café. Lavé unas papas y las metí al horno de microondas, al igual que un paquete de tocino. Partí cebolla y ajo, después mezclé todo y puse crema ácida encima. Por separado corté jitomate y apio. Quien me alcanzó fue Regina, me ayudó a poner la mesa en la terraza y abrir el vino blanco para las mimosas. Desayunamos los tres con toda la calma del mundo, bromeamos y no pudimos evitar quejamos de como los políticos han secuestrado al planeta y las corporaciones chupado todos los recursos. Regina se ofreció a levantar los platos y meterlos a la lavadora. Me entretuve viendo los cuadros y las fotografías en las paredes. En la mayoría aparecía el amigo de Terry, siempre con alguna mujer diferente o a bordo de algún auto deportivo, moto o lancha. No me imaginaba a un tío como aquel, empujando una silla de ruedas.
Después de desayunar bajamos al basement. Los tres nos quedamos sorprendidos. El enorme cuarto aquel contenía todo un bar; con barra incluida, mesa de billar y una máquina electrónica de ping pong. Había además un loveseat rojo, sobre una mullida alfombra también roja. Luces en el techo de diferente intensidad y colores. Terry se puso a jugar con las luces y logró que el cuarto fuera completamente verde, después azul. Encima del loveseat una luz blanca, otra sobre la mesa de centro. Soltamos exclamaciones como huy, ah, buu, gua e hicimos bromas. Terry hizo la mímica a un blowjob inflando una mejilla y pasando la lengua por dentro, reímos. Concluimos, los dueños de la casa deberían de ser unos voyeristas de lo peor o algo por el estilo. Discutimos sobre el voyerismo. Regina afirmó que era una cosa más de hombres, aunque debía haber excepciones, por supuesto. No todo el voyerismo caía en la categoría sexual, afirmó Terry, había de otros tipos; nos contó de un oficial a quien le encantaba ver morir a la gente. Me preguntó si era voyerista, tarde en responderle, pero ya que estábamos entre amigos, lo acepté. Les platiqué de mi experiencia en Las Vegas, cuando vivía con mi mujer, quien me había inducido a eso, pero que en el fondo no me gustaba. El voyerismo me había hecho sufrir mucho. Regina dijo no encontrarle sentido, aunque Terry y yo intercambiamos miradas. “Si los hombres somos voyeurs, las mujeres son unas exhibicionistas de lo peor, pensé”.
Regresamos al piso superior en un elevador. La casa tenía rampas a la entrada de la casa y para acceder a la playa, más dos elevadores. Era lo que se conoce en el argot del real state, como una wheelchair friendly house.
Regina y yo nos descalzamos, bajamos las
escaleras y salimos a la playa. Terry encendió la televisión y se
quedó mirándonos desde los ventanales. El agua del Atlántico Norte
resultó gris, espesa y tan fría como el carajo, quizá porque se
avecinaba una tormenta. De reojo miré a Regina. Buenas piernas,
buen trasero, linda cintura, aunque pechos pequeños… Yo mismo
reproché mi comportamiento; era un cabrón evaluando a la mujer de
mi amigo. Regresé mi vista al mar, las nubes creando formas y ahí
la mantuve; en las huellas que iban quedando y desapareciendo en la
arena, mientras Regina brincaba y evitaba el agua fría; se veía
feliz. Pensé en el pobre de su marido adentro, atado a la maldita
silla de ruedas.
-Me encanta el océano, el hecho de que sea imponente, quizá es eso,
pues me hace sentir libre.
-Allá, en mi primera tierra, cruzábamos el golfo de Baja California
en barco, después la península caminando por algo como tres días
para llegar al mar abierto, el Pacífico, que en definitiva tiene
otro color- dije.
-¿Si? Mi primer recuerdo, es mi madre y mi hermana construyendo
castillos de arena. Cada vez que voy al mar, es lo primero que
viene a mi mente-. Regina brincó en el aire esquivando el agua fría
en los pies y sonrió.
-Anoche soñé algo, pasó hace tiempo…
-¿Qué fue?
-Sucedió cuando era un jovencito… Me tocó ver morir a una ballena,
arrojada por el mar. Resulta que en aquella época, no sé ahora, las
ballenas venían al mar de Baja California a desovar y a tener a sus
crías. Esta ballena de la que te hablo, al parecer, era un suicida…
al menos eso fue la historia en los diarios.
-Pensé que sólo los humanos pensábamos en eso.
Pasó un grupo de gente llevando sillas
plegables, hieleras y cartones de cerveza. Les miré
intrigado.
-Más adelante hay un pequeño estero, la gente va ahí a nadar, las
olas son más tranquilas y es bajito... A ver si luego vamos los
tres.
Retozamos un rato más y regresamos a la casa.
Ya por la tarde se desató una tormenta, el mar se puso picado,
nosotros en plan de beber brandy. En el refrigerador no había
mucho, pero con lo poco que hallé, hice tapas. Martina se ofreció a
ir de compras al día siguiente. Acomodamos las sillas frente al
gran ventanal y nos dedicamos a ver el desarrollo de la tormenta
hasta que anocheció
-Definitivamente tienes talento con la comida hermano, estuvo
delicioso.
-Mmmm, sí que rico, gracias por hacernos de comer- dijo
Regina.
-Es un gusto.
-Gracias a ti por el trabajo.
-De nada hombre, si de todos modos iba a cocinar para uno, nada me
cuesta hacerlo para tres.
-No, pero si lleva tiempo, te lo digo yo que apenas sé algunas
cosasRegina se acercó y me dio un beso en la mejilla en su camino a
la cocina.
La tormenta arreció y el cielo se puso
oscuro.
-Disfruto de las tormentas, más si son como ésta; una combinación
de tormenta eléctrica con tropical y fuertes vientos… Quizá porque
en Texas nunca llueve así- comentó Terry.
-¿En serio? No me creerías, en el desierto puede haber tormentas
eléctricas- comenté yo.
-¿En dónde? ¿En Sonora?
-Me tocó ver una impresionante y de noche. Cada vez que estallaba
un rayo en el cielo, el desierto volvía a iluminarse como si fuera
de día, no cayó una sola gota de agua; el viento, el sonido, todo
igual pero sin agua.
-Qué bárbaro, me han dicho de ese tipo de tormentas.
Regina regresó con un suéter puesto, y con un
plato extra de comida.
-Ha de dar miedo, ¿no? En el desierto - dijo Regina mientras volvía
a tomar asiento.
-No, es como cualquier tormenta eléctrica, pero es raro, quizá
porque asociamos las tormentas eléctricas con la lluvia-
respondí.
-¿Y si te cae un rayo?- volvió a preguntar Regina.
-Pues te fríe- soltó Terry y todos reímos.
-Es recomendable despojarse de cualquier metal que uno traiga
consigo; como anillos, cinturón con hebilla, monedas, etcétera.
Incluso zapatos.
-Muchas botas traen metal en el orillo de las agujetas. Las del
ejército, incluso en la parte enfrente y detrás, para proteger
dedos y talón.
Los tres nos miramos. Al parecer las botas, los visores nocturnos, los desactivadores infrarrojos, el armamento más sofisticado y hasta los satélites, servían a última hora de un carajo cuando la suerte te abandona.
Terminamos de comer y Regina se levantó
llevando consigo los platos sucios a la cocina. Regresó y se me
plantó enfrente.
-Sergio, me toca limpiar y meter los platos a la máquina, es parte
del deal… así que no te muevas, ¿OK?
-Si quieres te ayudo.
-No no no, señor, usted disfrute su trago y tranquilícese mientras
hago mi parte.
-OK, OK, cool.
Regina levantó su vaso y brindó con
nosotros:
-Salud chicos.
Brindamos todos. Terry miró su reloj y dijo:
-El juego está por empezar, ¿qué dicen?
Esta vez nos sentamos frente a la gran pantalla de televisión a ver
al basquetbol.
-Con estas pantallas es como si estuvieras en las gradas- comentó
Regina, tirándose en el sillón junto a mí.
-Cierto- dije yo.
Terry se dio media vuelta con todo y silla, levantó el dedo indicé
en alto y dijo:
-Falso… Nada, pero nada, es igual a estar en el estadio viviendo el
partido… aquí lo ves, allá lo vives.
Ni Regina ni yo dijimos palabra, parafraseando a mi abuela: a
palabra de dios, ni rey que la refute. Jugaban los Celtics de
Boston contra los Halcones de Atlanta.
-¿A quién le vas?- me preguntó Terry.
Una de mis reglas en eso de los juegos, es irle al gallo de
casa.
-A los halcones, ¿qué te creías?
-Pensé que podrías irle a los cabrones de los Celtics.
-Nunca.
-Son campeones y famosos porque tienen más plata para comprar
mejores jugadores.
-Es la situación del deporte hoy en día, en el futbol soccer pasa
lo mismo y en el béisbol, ni se diga- fue mi comentario.
-Si joder, antes los jugadores eran de la ciudad, del equipo donde
jugaban, y lo hacían por amor a la camiseta y al terruño… no a la
plata.
-En el soccer, todas las camisetas de los equipos llevan el nombre
de la corporación que los patrocina en letras
gigantescas.
-En un rato los uniformes militares serán igual.
-Qué triste- Regina cerró la charla.
Terminaron los comerciales y se reinició el partido. Los Celtics
movían la pelota de un lado a otro de la cancha con una velocidad
increíble a pesar de la fuerte defensa de los Halcones. En tres
pases hicieron un enceste memorable, de una bola que entró por
debajo de la canasta. Estuve tentado a correrle una apuesta a
Terry, pero no quería hacerle perder; apenas un golpe de suerte, o
un ataque más arriesgado, podrían salvar a los halcones de un
destino evidente; como escrito en el agua. Martina se puso de pie,
bostezó y se despidió de nosotros, se metería a la ducha y después
en cama. Besó a Terry en la boca y a mí en la mejilla. Se veía
cansada. Se estiró como un gato y pude verle el bonito trasero, los
senos duros.
-Hasta mañana chicos, disfruten su partido y si quieren cerveza hay
en el refrigerador, sólo no se la acaben.
-Buenas noches- dijimos nosotros al unísono.
El juego llegó a la mitad y el destino manifiesto de los Halcones
parecía estarse cumpliendo. Fui a la cocina por cervezas frías. Se
me antojaba otro fuerte, pero desistí al recordar que al día
siguiente iríamos a nadar y no quería estar con resaca, ambas cosas
son una mala combinación. Las cámaras apuntaron a las bastoneras y
nos relamimos los labios. Me acordé de la amiga de Regina, la tal
Samantha. Entre otras cosas, sabía de ella que no vivía en la base,
aunque venía a practicar cada dos días a la semana; sabía también
que estaba casada por conveniencia, y sabía además, que se había
puesto feliz con la idea de conocerme. Los comentaristas hablaban
de las jugadas; de los jugadores, de las estadísticas y hasta de
las abuelas y primas de cada uno en los equipos. Nueva ronda de
comerciales.
-Estos hijos de puta, más que periodistas deportivos, son unos
malditos chismosos… ¿a quién carajos importa si el capitán de los
Celtics vive con su novia y con su madre? ¡Joder!
-Es voyerismo brother. Es lo que
vende, de ahí el éxito del Facebook.
Brindamos. Fui al baño, regresé y tomé asiento. Terry parecía no
prestar demasiada atención a nada; miraba por la ventana hacia el
infinito. De pronto se volteó hacia mí, sonrió y como para animarse
dio un gran sorbo a la botella de cerveza:
-Sergio, como mi amigo, necesito me hagas un favor…
-El que quieras, siempre y cuando esté en mis
posibilidades.
-No lo vayas a tomar a mal…
-¿De qué se trata?
-Necesito le hagas el amor a Regina.
-¿Qué?- dije y brinqué en mi asiento.
-Como lo oyes…
-¿Estás loco? Regina es como mi hermana, ustedes son mis
amigos.
-Precisamente por eso.
-No sabes lo que estás diciendo Terry, ni idea tienes...
-No lo sé, efectivamente, pero no puedo atarla a ella a una
castidad eterna, es una mujer, tiene necesidades… Sería cruel de mi
parte.
Lo miré a los ojos:
-Si Terry, pero eso hace daño, sé lo que te digo…
Le dio dos vueltas a la botella de cerveza entre las
manos:
-Hazlo por ella.
Respiré profundo:
-Es enfermizo, puede destruir las relaciones, no sólo la nuestra,
sino la de ustedes dos.
-Habría que enfrentarlo entonces, cuando venga.
-No Terry, como crees, no sabes lo que me estás pidiendo…
-Es una decisión que hemos tomado ambos, ya lo discutimos ella y
yo.
Lo miré incrédulo:
-¿Ya lo discutieron ustedes? ¿Y cómo están tan seguros de que
aceptaré?
-No estamos seguros, pero sé que te gusta, te he visto
observándola, los vi esta tarde en la playa…
Esta vez lo miré con seriedad:
-¿Y si después te arrepientes?
-Es mejor con alguien a quien conozco, y no le hará daño, que con
un desconocido, y a mis espaldas.
-Me la pones difícil…
-Sería un favor especial… Si tú fueras el pedazo de hombre sobre
esta silla de ruedas, y yo fuera tú, te haría el mismo favor sin
duda, para eso son los amigos, ¿no?
-No digas eso de ti.
-¿Entonces?
-El problema es que he establecido con Regina otra clase de
relación y de pronto cambiarla, me va a ser imposible.
-Ella es una mujer entera; con deseos sexuales y necesidades… la
amo, por eso te estoy pidiendo que la hagas gozar como si fuera yo,
quien lo está haciendo.
Apuré mi cerveza, toda aquella conversación me había puesto
nervioso, un tanto fuera de lugar.
-Sólo es un poco de sexo, no estoy pidiendo te enamores de ella,
ese papel me toca hacerlo a mí.
-Claro.
-¿O no te gusta?
-Regina es hermosa, no es por eso, cualquiera se acostaría con
ella, sin duda…
-Por eso te lo estoy pidiendo precisamente a ti.
-¿Y qué onda con ella?
-Ella detesta el engaño… no sería un engaño.
Deposité la botella de cerveza en la mesa y me puse de pie. Me
despedí de Terry alejándome hacia mi cuarto, antes de tomar el
pasillo dije:
-Déjame pensarlo, tú también piénsalo.
En el cuarto me desnudé, apagué la luz y me metí a la cama. Aquella
era una loca idea. El ir y venir de las olas me arrulló y pronto
comencé a dormir, aunque no por mucho tiempo. Como a eso de las dos
de la mañana tuve una visita, era Regina. No me dejó protestar,
silenciándome primero con el dedo índice, después con un beso al
que siguieron muchos. Olía a jabón, a hembra de selva. Las sábanas
cayeron al piso, pronto estuvimos desnudos transpirando y dando
vueltas en el lecho, mientras la brisa salina del mar refrescaba
nuestras espaldas.
Cuando desperté no había nadie, como si hubiese vivido un sueño. De
cualquier forma era mejor. Hice mi rutina de sentadillas,
abdominales, lagartijas y giros con patadas. Me iba a meter a
bañar, pero me dieron ganas de correr en la playa; aprovecharía la
oportunidad. Me vestí con shorts y camiseta. Salí a la sala y fui a
la cocina por un vaso de agua, el lugar se encontraba silencioso.
Mis amigos seguramente aún continuaban dormidos. Abrí la puerta
corrediza de la terraza, bajé las escaleras y pronto estuve en la
arena haciendo huellas que desaparecían conforme el agua iba y
venía… a mis pies les salieron alas.
Regresé de correr. Regina se había levantado y
ya había hecho desayuno. Se veía radiante, nos besamos en la boca,
aunque me alejé pronto, no quería ser tan cínico enfrente de Terry.
Hiere ver a tu mujer compartiendo caricias con otro, eso lo sabía
de sobra.
-Me adelanté, ya está el desayuno, hice pancakes y huevos. También
les di de desayunar al perico y al perro- dijo ella vestida en un
short cortísimo y una camiseta holgada.
-Mmm. Huele rico, como no. Voy a bañarme y regreso- dije y me
apresté a irme al cuarto.
-Estoy en los últimos detalles, así que apresúrate- me
advirtió.
Me bañé, vestí y regresé al comedor. Terry y
Regina ya estaban a la mesa.
-Buenos días- saludé y tomé asiento. Regina me sirvió café y me
arrimó un plato con huevos, tocino y pancakes.
Enterré el tenedor y me llené la
boca:
-Mmm, rico, gracias Regina- dije refiriéndome al desayuno… aunque
también a la cena.
Ella entendió muy bien el mensaje y me cerró un
ojo en complicidad. Terry arrojó el teléfono a la mesa; algo que
había leído lo había alterado.
-Cabrones.
Por un momento pensé se refería a
nosotros.
-No te creas, no soy el mismo, y no sólo por la falta de
extremidades, sino porque cambié en estos años… Antes de enlistarte
te prometen trabajo, carrera, un futuro y seguridad, dicen ser tu
familia. Una vez ya no les sirves, te tratan como si fueras una
carga, como si más te hubiese valido morirte. A mí me prometieron
“piernas” y aún es el día que sigo esperando.
-Terry se ha unido a otros veteranos lisiados para ir a protestar a
Washington DC.
-Hay gente a quien han mandado fuera del hospital sin darle
tratamiento. Necesitamos un sistema más humanitario. No podemos
dejar todo a las empresas privadas de la salud y de la terapia.
Imagínate, una vez que se acabó el dinero destinado a ti, sólo te
dan de alta. Hay compañeros a los que ni siquiera los fragmentos de
bala les han sacado. You know?
-Asquerosos- dijo Regina.
-Es más económico y más redituable darles pastillitas que operar.
Todo el rollo del medicamento es toda una cadena larguísima de
dinero involucrado… Hay una gran decepción entre los compañeros con
problemas, pero no les dejan hablar e incluso, a algunos los han
amenazado.
-Como en todo, sino tienes influencias o amigos conectados, te
ponen al final de la lista- amplió Regina.
-Ya no tengo esperanzas en que me den el mejor par de “piernas”, me
darán algo que les sobre, seguramente.
-El ejército está tan corrompido, como el congreso- era obvio,
Regina los detestaba.
-En menos de quince días hay otra marcha, esta vez vamos a exigir
un aumento en la pensión. Hay gente que vive homeless, porque no les alcanza para pagar una
renta. Si serviste al país deberían de tratarte con dignidad, ¿no
crees?- Terry se cogió la cabeza, quizá se arrepentía mortalmente
de haberse enlistado.
-Los senadores se acaban de aumentar el salario un veinte por
ciento, el vicepresidente también… ¿y qué del resto de la
población?
-Son unos asquerosos todos ellos, lo peor es que todos lo sabemos-
esta vez fue mi turno
-No fue una guerra, fue una maldita vendetta- Regina los detestaba
profundamente; no sólo por el escándalo de enriquecimiento de
ciertas empresas asociadas a políticos en el gobierno, sino
principalmente porque los consideraba culpables de su
situación.
Nos servimos una segunda ronda de tazas de
café.
-Así fue como conocí al dueño de esta casa, en una marcha a favor
de ciudades más “Amigables con los usuarios de sillas de
ruedas”.
-Terry es parte de una red de veteranos y no veteranos, usuarios de
sillas con rueda en la Unión Americana, y están exigiendo su
derecho como ciudadanos.
-Nos discriminan joder. ¿A poco hay una rampa pública que nos
permita entrar a la playa? Fuera de esta casa, no creo que ninguna
otra casa del área tenga una rampa.
-Yo también lo dudo- dijo Regina tomándolo de la mano. –Pero no te
deprimas honey.
Me quedé pensativo unos minutos, satisfecho de
tan rico desayuno.
-¿El dueño de la casa es rico, verdad?-pregunté. -Estoy seguro que
cuenta con una de esas sillas de ruedas tan populares en
California, ¿las conocen?
-No.
-Hagan de cuenta es una silla para tomar el sol, pero en lugar de
eso, tiene cuatro grandes ruedas amarillas bien anchas.
-¿En serio?
-El tío es rico, o al menos vive muy bien- dijo Regina risueña-
demos una búsqueda.
-OK.
-Yo voy al garaje de la entrada, tu busca en el basement- me
indicó.
Me puse de pie y me encaminé al
sótano-bar.
A los diez minutos escuché los gritos de Regina. Había encontrado
no una, sino dos sillas de ruedas playeras, bailaba frente a Terry
como si hubiera logrado algo importante, él la atrapó con un
movimiento ágil y ella se dejó hacer, se besaron en la
boca.
-Les dije, ven, estos ricos tienen de todo.
-Pues cambiémonos y larguémonos al mar- dijo Terry.
-No se diga más.
Quince minutos más tarde estábamos en el agua, yo empujando a
Terry; Regina toreando las olas en un espectacular traje de dos
piezas rojo, le quedaba pintado. Fue una hermosa mañana. Entramos
al agua, nadé; a Terry lo metimos con todo y silla playera, sin
duda se divirtió y todos reímos. Intentamos un castillo de arena,
pero resulto que éramos pésimos arquitectos y se vino abajo cuando
intentamos ponerle un segundo piso.
Regresamos, tomamos un baño y nos aprestamos a ir al poblado donde
comimos; yo una desabrida pasta, y ellos ensalada y carne de res; a
mi gusto todo con demasiado tiempo al fuego. Paramos en la
vinatería. Compramos cervezas y dos botellas; una de whisky y otra
de ron, mismas que dejamos casi a la mitad. Esta vez la fiesta fue
en el basement, con luces rojas y música cadenciosa, la cual nos
puso a bailar primero y a follar después sobre el loveseat
iluminado con luz indirecta. La primera en empezar con el jueguito
fue Regina, no sé si por el alcohol o algo, sólo recuerdo a Terry
retroceder en la silla de ruedas silenciosamente y permanecer en la
oscuridad, acariciándose la cicatriz en la cara, mientras Regina y
yo cambiamos posiciones varias veces. Tuvimos un orgasmo
espectacular y ambos gritamos. Mi voyerismo afloró, e hice alarde;
no pude evitar recordar a Patricia y todo su maldito
exhibicionismo.
Pasó algo como un mes hasta que volví a ver a
Martina, fue un encuentro rápido en el supermercado de la base,
había ido a comprar algunos productos para el capitán Thomas. La vi
empujando un carrito con víveres al dar la vuelta de un pasillo a
otro. Le di alcance. Con el conocimiento de que en estos lugares
hay cámaras por doquier, le hablé mientras fingía coger una lata de
verduras.
-Hola…
Se sorprendió de verme y reaccionó como si
detrás de ella hubiera otra persona, además de nosotros.
-Tranquila, no pasa nada. Finjamos, somos dos clientes coincidiendo
en el mismo anaquel de productos. ¿Cómo has estado?
-Bien- dijo secamente, mientras hacía como yo, mirar productos
enlatados. Llevaba los ojos cubiertos con gafas para el sol, una
blusa de manga larga, jeans y botas.
-¿Qué tal todo?
-Bien.
-¿Qué has hecho?
-Nada mucho…
-Hablemos, no me respondas sólo con monosílabos.
-¿Qué quieres escuchar? La he pasado con mi esposo… cumpliendo con
mis tareas de esposa.
-¿Qué tareas?
-Las de una mujer casada.
-¿Puedo ver tus ojos?- pregunté y me apresté a quitarle los
anteojos a pesar de su negativa. Llevaba un ojo morado, levanté las
mangas de su blusa, también presentaba varios hematomas.
-Deja deja…
- Te ha golpeado el cabrón…
-Tuvimos una pelea, fue mi culpa.
-O sea, te lo mereciste, eso te ha dicho.
-Comencé a arrojarle cosas, tiré uno de sus trofeos.
-¿Te puso el ojo así por un maldito trofeo?
-Te vuelvo a repetir, me lo merecía.
-En su código Martina, tú no te merecías eso, no jodas.
-Me tengo que ir, me está esperando.
-¿También te toma el tiempo? ¿Y que sigue después? ¿Qué te amarre
con una cadena del cuello?
-Me voy.
-Ya habíamos hablado de eso Martina, tienes que denunciarlo… si ya
no lo quieres, busca el divorcio.
Puso varias latas en el carro y lo apretó del
tubo, nerviosa, dispuesta a irse:
-Me mataría.
-Hijo de puta.
-Me voy.
-Que tal si nos vemos más tarde, en mi casa. Mi casera va a cocinar
una receta que le dejé esta mañana, le estoy dando
lecciones.
-No puedo salir de la base.
-¿Cómo?
-No.
-Entonces veámonos en el campo de golf, cerca del lago.
-No puedo, me toma el tiempo también
y…
-Pues el hijo de puta que se cree, no eres su esclava.
-Además hay chismes, habladurías muy malas… te
involucran.
-¿Cómo qué?
-Dicen que has abusado de varias mujeres, que eres un
“Jody-fucked”.
-¿Un qué?
-Alguien que se aprovecha de la ausencia de los soldados para
meterse en la cama con sus esposas.
-Eso es falso…
-Fue lo que dije.
-¿Y por eso te golpeó?
-Sí.
-¿Cómo supo?
-Alguien ha estado diciendo eso.
-¿Quién es la chismosa o chismoso?
-Candice.
-¿En serio?
-Sí.
-Golfa.
-Me voy- dijo y salió disparada hacia las cajas.
Me quedé mudo. “Lagarta hija de puta”, dije para mi pensando en Candice. Quizá era el momento de largarse de aquel sitio. “¿Y qué de Martina?”. Salí de la tienda bastante confundido; una parte de mi me urgía a correr, y la otra me exigía quedarme. ¿Estaba listo para cambiar nuevamente de futuro?- me pregunté. No era tan sencillo como poner la direccional a otra carretera… ¿A dónde ir? Lo evidente es que era un intruso aquí y era un intruso allá. ¿Cómo puede haber gente tan feliz en sus hogares por toda la vida? Era un hecho, continuaba sin domicilio, quizá para siempre... “Jody fucker”.
Aquella tarde vi a Terry y a Regina, llegué con
cervezas y con Tigrillo en brazos, que al entrar a la casa saltó y
fue a esconderse debajo de un sillón. Terry no cabía en sí de
felicidad, un equipo profesional de basquetbol lo había contratado.
Regina al verme corrió a abrazarme y me soltó la buena nueva,
estaba orgullosa de su esposo. Felicité a Terry, lo abracé y le
destapé una de mis cervezas.
-¡Hermano, felicidades mil, este es el inicio de un gran
futuro!
-Gracias bro, que dios te oiga- respondió.
-Un cazador de talentos lo estuvo siguiendo durante la temporada y
le ha estado llamando por días. Hoy finalmente llegaron a un
acuerdo.
-¿Y cómo se llama el equipo?
-Los “Bravos” de New York.
-¡No, en serio! Don Terry, eso merece un gran salud. Grandioso
hermanolevanté la botella en alto.
-Gracias, gracias… como tu dijiste, eventualmente algo malo trae
algo bueno.
-Bueno, eso no lo dije yo, lo dijo mi abuela.
-Pues esa abuela tuya sabía algunas cosas, sin duda. Gracias a esta
silla de ruedas voy a ser un jugador profesional.
-Sin silla o con silla Terry, ya era tu destino y tenía que
pasar.
-Destino o suerte, llámale como quieras… apenas lo estoy
asimilando.
-Es genial.
-Eso significa movernos a New York.
-Mejor que Albany, ¿no?
-Mil veces- soltó Regina, se acercó a Terry y lo besó en la boca
nuevamente. –Te amo- le dijo mientras le tomaba la cara.
-¿Y para cuando se cambian?- pregunté.
-Tengo que presentarme a los entrenamientos en dos
semanas.
-Guau, eso es rápido.
-Sí que lo es.
Los tres levantamos nuestras botellas al aire y
brindamos. Terry fue a poner música, se veía orgulloso,
feliz.
Me despojé del rompevientos y dije:
Regina brincó de alegría, dio una vuelta como
una bailarina y corrió a la cocina conmigo, donde discretamente nos
besamos detrás del refrigerador.
-¿Sabes que las mujeres tenemos dos corazones?- dijo en voz baja-
Uno puede amar a un hombre y vivir con él, y el otro, puede tener
un sentimiento muy similar por otro hombre muy diferente.
-Eso se llama retórica.
-Ja ja ja, llámale como quieras.
Le di otro beso y la jalé hacia mí, con mis
manos apreté sus glúteos.
-Terminemos la comida- dije y le cerré un ojo. Me asomé por la
puerta, Terry seguía frente al aparato mirando discos. Regresé a
donde Regina, me hinqué en el piso y haciéndole a un lado el short
y las pantaletas, le di unos lengüetazos en su raja, olía
increíble. Desde mi posición, la vi cerrar los ojos y apretarse a
la agarradera del horno. Escuchamos la voz de Terry desde la sala y
los dos nos recompusimos. Me apresté a mezclar la harina con el
azúcar y los huevos, mientras ella sacaba cosas del refrigerador.
Encendí el horno y conecté la batidora. Entre esto y lo otro, se lo
arrimé a Regina varias veces, estaba cachondísima. Quizás por la
buena noticia.
En el comedor, Terry se puso a limpiar una de sus pistolas en la mesa, mientras por las bocinas, la voz de Johnny Cash hablaba de un hombre vestido de negro, el cual es solidario con los fuera de la ley.
Cenamos tranquilamente. Bromeamos. Regina
estaba cien por ciento feliz de salir de la base, de hecho no
conocía New York y estaba ligeramente temerosa, aunque tan
emocionada como una chiquilla. En eso estábamos cuando llamó
Samatha para felicitarles. Después de los consabidos buenos deseos,
Regina me puso al teléfono con ella. Sabía de mí, de lo bueno que
era en la cocina y de mi Cadillac de colección. Yo le hablé de sus
bonitos ojos, de lo elegante de su nombre y de lo bien que se veía
en su uniforme de bastonera… Todo eso en público, más tarde,
mientras ambos sudábamos en la cama de un hotel de paso también nos
dijimos otras cositas. Cuando colgué no cabía en mí, el cuerpazo de
aquella diosa lanzando brincos y porras se hizo en mi mente creando
un halo erótico sobre mi cabeza, como el de los santos del siglo
XVIII. Esa noche Regina y yo no tuvimos sexo, en primer lugar
porque no estábamos tan ebrios como las veces anteriores, y en
segundo, porque era obvio no era una buena idea después del
notición de Terry. Pero si al día siguiente en la cabina. Volvió a
sonar el teléfono, esta vez era la madre de Regina; llamando
también para saludar y felicitarles. Regina salió al patio y nos
quedamos Terry y yo solos en la mesa, con los platos
vacíos.
-Los mensajes por texto son más rápido que la pólvora- dijo y quitó
el periódico que cubría la pistola recién limpiada, la tomó y la
colocó entre los dos.
A mí las pistolas, como ustedes saben, me ponen
alerta, por lo cual lo miré a los ojos, dejándole saber que no
entendía el significado de aquel movimiento.
-Tranquilo Sergio. ¿Te gusta?- dijo refiriéndose al arma.
Era un revolver negro de seis tiros con cacha
de madera, marca Ruger calibre 357 Magnum.
-Mmmm, si, es linda- respondí.
-Había un capitán en Irak, obligaba a los presos a jugar ruleta
rusa con una de estas. El muy cabrón gozaba cuando los sesos de
cualquiera de ellos quedan embarrados en las paredes. Ponía a los
hermanos, amigos, vecinos y parientes a dispararse. Entre más
cercano fuera el uno del otro, más lo disfrutaba. Los engañaba
diciéndoles que iban a salir libres, que no violaría a sus hijas o
hermanas, o simplemente, que les daría mejor comida o mejor trato….
Es un arma poderosa, a pesar de su tamaño.
-La conozco, una amiga en Sonora tuvo una de estas- dije pensando
en Agnes.
-¿Entonces te gusta?
-Claro.
-Cógela, es tuya.
-¿Cómo así?
-La vas a necesitar.
-No jodas, ¿de qué estás hablando?
-La hermandad sabe de ti…
-¿Qué carajos es eso?
-OK, te lo voy a decir en otras palabras. Dicen que te has llevado
a la cama a varias mujeres aquí en la base, incluso a algunas en
contra de su consentimiento.
-¿Qué? Eso es falso, es un maldito chisme.
-Falso o no, van por ti… Sólo te estoy avisando.
Me quedé pensativo unos segundos.
-¿Y si la cojo, con que vas a quedarte?
-No te preocupes, tengo tres pistolas más y un par de
rifles.
-Guau, o sea todo un arsenal.
-No un arsenal, pero en mi condición necesito con que defenderme
cuando sea el momento, ¿no crees?
-Por supuesto- dije y cogí el arma, comprobé que tuviera el seguro
puesto y me la guardé en la cintura, debajo de la camisa.
Entró Regina:
-Mom manda muchos saludos Terry y te felicita, dice estar orgullosa
de ti. Le dije que yo también lo estoy. En cuanto estemos
establecidos vendrán a visitarnos. Se puso feliz de venir a New
York. Mi papa dijo que no se perderá un sólo partido en
televisión.
-Je, le hubieras dicho gracias, que también les amo.
-Se los hice saber, claro- dijo y comenzó a levantar los platos
sucios. -Tú también vendrás Sergio, ¿verdad?
-Claro, a los buenos amigos jamás se les olvida-. Me puse de pie.
Volví a vestirme el rompevientos y la gorra de beisbolista con el
logo de la empresa. –Les puedo echar una mano empaquetando cosas…
si quieren.
-Claro, lo vamos a necesitar- dijo Terry empujando su silla hacia
la salida.
En la puerta nos despedimos.
-Nuevamente felicidades… y gracias por el regalo- dije refiriéndome
al arma.
Terry sonrió y chocamos los puños.
-Cuídate y piensa en lo que te dije, a lo mejor para ti, también es
tiempo de cambiar de ciudad.
-¿Qué tal Nueva York?- dijo Regina divertida.
-No creo, es una ciudad muy grande para mí, creo que me perdería en
el metro-. Giré el picaporte y bajé los escalones de la
entrada.
-¿Pero vendrás a visitarnos?- Regina insistía.
-Por supuesto… Ah, Terry, gracias también por avisarme.
-¿Avisarte? ¿De qué hablan?- preguntó Regina intrigada.
-De nada, de nada.
Regina salió conmigo a la calle y al darme el
beso en la mejilla, me susurró:
-Te veo mañana en tu cabina, prepárate porque estoy como una leona…
Ah, y gracias por el gato.
Sonreí y dije para mí: “pinches mujeres de dos corazones, son increíbles”. Entré al Cadillac y lo puse en funcionamiento. Guardé la pistola en la cajuela. Sonreí, estaba feliz por mis amigos, pero más porque vería a Samantha en menos de ocho horas, frente a la biblioteca pública, iba bien recomendado.
Ahora que lo recuerdo, si hubiera puesto más atención, hubiera notado que detrás de mí dos camionetas pick up comenzaron a seguirme.40
Quizá no quise leer los indicios, o no me percaté en detalle de lo sucedido. Debí haberlo imaginado, cuando a la mañana siguiente sobre el cristal del Cadillac, prensada por el limpiaparabrisas, encontré una nota escrita con tinta negra que decía: “Devuelve el carro a quien se lo robaste, mexicano asqueroso”. Hice bolita el papel y lo arrojé al carajo, algún racista que nunca falta, pensé. Miré en redondo. En ese momento ni de broma me imaginé que era obra del “escuadrón de la muerte lenta”; como se hacían llamar Ben, el esposo de Martina y sus amigos de la hermandad, formada por soldados retirados y en activo. Mercenarios algunos de ellos, asesores otros más, hijos de puta todos. Los reyes de la tortura, después supe, cuando fue demasiado tarde.
El segundo indicio, se presentó cuando dos días después el Mustang de Ben se detuvo enfrente de la caseta del mantenimiento con el motor encendido haciendo presencia. Al verlo, casi salí corriendo creyendo lo tripulaba Martina, por fortuna me encontraba limpiando una podadora, así que pude distinguir era el soldado esposo de mi reinita sentado al volante. ¿Acaso el hijo de puta sabía de lo nuestro y venía a intimidarme? ¿Acaso la misma Martina me había delatado después de una de las golpizas a las que la había acostumbrado? El auto estuvo detenido ahí unos treinta minutos. Por supuesto, yo detrás de la ventana del baño, tampoco me moví de mi posición. Esa misma tarde, un Chevy blanco último modelo me siguió por algo como cuarenta minutos. Al final, decidí estacionarme cerca de la biblioteca pública, donde pasé toda la tarde leyendo hasta que cerraron. De ahí fui directo a la casa de los gatos, aunque no estacioné el carro en el mismo lugar, sino a dos cuadras de la casa. Le puse el candado al volante, desconecté los cables del encendido y le quité un fusible. Caminé poniendo atención en toda la calle, como desde mis días en Hermosillo no lo hacía; me sorprendió recordar lo fácil que es “estar a ojo de águila”. Mi casera se encontraba despierta aún y hablamos; había escuchado de un loco, había entrado a disparar a un centro comercial y matado a once personas, incluido él, se encontraba perpleja. En la cocina tomé un vaso y lo llené con agua del grifo, ella me siguió hable y hable. Entre las nuevas de la casa, era que Santiago, uno de sus gatos preferidos, estaba enfermo. Debía ser la obesidad, pensé, aunque no le dije a mi casera, para no ofender. Comprobé mis sospechas, al ver a Santiago salir de la cocina limpiándose los bigotes, como algunos humanos, un gato goloso; un cerdo peludo. La señora Roobins dijo buenas noches, aunque me dejó la televisión encendida. Con el control en mano, di vueltas arriba y debajo de la programación, mientras pensaba, a lo mejor era el momento de abandonar Albany. “Uno siempre es el mismo, pero no siempre es igual”. Hacía tiempo que evitaba la violencia lo más posible, así como las descargas fuertes de adrenalina pues me transformaban. Ya tampoco apostaba, y más que nunca, tenía algo bien claro, mi objetivo en la vida era el de llegar a tener un título de chef internacional; trabajar en un crucero y conocer el mundo. No descartaba claro, algún día tener familia. Había descubierto además que la venganza no siempre es satisfactoria y la ley siempre relativa. Uno de los gatos negros se acercó y tomó asiento cerca de mí. Me puse triste al reconocer que no iba ver más a Martina, a Tigrillo, ni a Terry o a Regina. Que no follaría más con Samantha, la de piernas bellas, ni con Jaire la chinita fantasiosa... Entonces tomé una decisión: esperaría hasta el próximo pago y después me largaría. Quizá visitaría al Peter en su nueva casa en Virginia. Quizá le propondría unas vacaciones largas a Samantha, con quien follaba como si estuviéramos hechos el uno para el otro. Me entró sueño y cerré los ojos.
Aunque bien dice el dicho, uno puede planear, pero el arquitecto diseñador de las cosas en la vida, es quien decide al final. Ese, a quien nadie hemos visto.
Al día siguiente tuve un día más, o eso creí; atendí algunas llamadas, me entrevisté con el manager para darle las gracias y avisarle de mi partida, y vi telenovelas con Toño, acepté su chatarra y devoramos dos bolsas. Al final de la jornada regresé las herramientas a su lugar, me di un baño y me despedí de mi amigo boliviano quien me contó estaba mudándose con Esther, la amiga de Ana Graciela, por lo cual se sentía muy emocionado. Me dijo también que pensaba ponerse a dieta, al fin entendía lo que alguna vez le había dicho después de unas cervezas, respecto a la comida chatarra venenosa; cuando me pongo sincero con la gente ni quien me pare. Lo felicité por lo de Esther, siempre era mejor que estar solo y le di un abrazo. En el poco tiempo le conocí, aprendí a estimarlo.
Espero le haya ido bien, como a todos los compatriotas latinos con quienes me he encontrado en los USA, desde que aparecí en San Diego con las ropas hechas jirones y una desolación muy grande.
Salí de la base. Mi plan era pasar a comprar pan de dulce para mi casera, habíamos terminado merendando juntos las últimas dos semanas. Tenía planeado ver a Samantha pasada la medianoche, me había enviado un texto diciéndome se había comprado ropa sexy en la tienda de Victoria Secret y quería mostrármela; “sólo para tus ojos”, sentí una ligera erección. La porrista resultó una caldera, lo triste es que también muy pronto habría que decirle adiós. El domingo, de despedida, les haría a mi casera y a Samantha un gran lunch con fajitas, quesadillas y postre incluido. No me quitaba nada cocinar para ambas, quizá no volvería a verles, por lo menos en este mundo… Venía pensando en eso, cuando un disparo reventó el cristal de la parta trasera del carro y me hizo mover el volante de un lado a otro, espantado, los neumáticos chillaron en el pavimento y comprendí que era un momento de sobrevivencia. La línea en medio del camino se convirtió en una flecha señalándome el camino de emergencia… Ahí estaba otra vez la violencia, la maldita violencia que incendia bosques, almas y ciudades, y ha hecho de la historia una vergüenza; la violencia dándome alcance, la violencia sin cuartel, la que no descansa… Miré por los retrovisores, unos faros con las altas a metros atrás intentaban rebasarme. Abrí la cajuela de guantes y tomé el revolver regalo de Terry. Hundí el pie en el acelerador, nuevos fogonazos, esta vez sobre la lámina en algún lado atrás. El Cadillac, aunque un poco tarde reaccionó y salió disparado. Un segundo auto apareció en los retrovisores, alcancé casi los 160 kilómetros por hora. Otra ronda de nuevos disparos; bajé la cabeza lo más que pude en el asiento y este pareció tragarme. Moví la palanca de velocidades, los ocho cilindros bufaron al unísono, aunque se quedaron cortos, los dos autos me seguían cada vez más cerca y sus tripulantes disparaban sin ton ni son. Entré al highway con la esperanza de toparme con una patrulla de caminos, pero nada; algunos tráileres, camionetas de carga, pocos carros. El auto zumbaba un poco, era como si los años le cayeran encima de pronto, seguro en toda su vida no le habían exigido tanto; con todo y eso aplasté a fondo el acelerador. Alcancé los doscientos kilómetros por hora. Por un instante pensé dejarles atrás, pero me equivocaba, una vez que me apresté a rebasar al siguiente tráiler, las balas volvieron a pasar zumbando de un lado y de otro. Mis perseguidores pronto volvieron a darme alcance, hasta que estuvieron a no menos de diez metros. Entonces un tercer par de luces hicieron su aparición en los espejos, evidentemente este vehículo era más poderoso aún, ya que fácilmente se puso a mi lado y comenzó a golpear mi lámina. Al ver la acción, varios autos en el camino se detuvieron saliendo de la carretera, y algunos otros comenzaron a tocar el claxon. Los disparos se acrecentaron -los escuchaba penetrar la lámina del Cadillac-, los cerrones y los choques también. Apestaba a neumático quemado, a venganza. A la persecución se había sumado una pick up negra, con una gran calaca pintada en el cofre; la cual debía traer un motor de no menos de cuatrocientos centímetros cúbicos. Como un espectro, esta se me emparejó y comenzó a darme empujones, era claro, no querían darme sólo un susto, aquello era en serio y no un juego, venían sobre mí y querían mi cabeza. Les disparé de regreso… sentí de pronto como si descendiera por lo menos cincuenta metros bajo el agua y me alejara de la superficie. Cuando la pick up estuvo a mi lado, di un volantazo que lanzó a la camioneta fuera de la carretera, si ellos tenían la velocidad a su favor yo tenía el peso de mi antigualla. La pick up en efecto salió de la carretera, pero regresó como un maldito león sobre su presa. Volví a mover el volante y chocamos por lo menos tres veces, intercambiamos disparos, la única desgracia era que ya no traía más balas en el arma. Los de la camioneta golpeaban, estuve en varias ocasiones a punto de salir rodando del camino, aunque el Cadillac contaba con una excelente suspensión. Sangraba de un brazo, donde había entrado un tiro rebotado y tenía parte del rostro dañado por los fragmentos de cristal incrustados ahí. Aquellos bastardos eran duros, no eran ningunos amateurs, seguramente eran los cabrones de la hermandad. La camioneta volvió a ponerse al parejo, frené para no quedar al alcance de sus balas y les golpee por detrás. Así estuvimos un rato, un Jeep apareció a toda velocidad lanzado bala y este logró ponerse del lado izquierdo. Escuché un rugido y luego el motor de ahogo del Cadillac, el cual comenzó a lanzar estertores; usaban armas de gran calibre. ¿Por qué no contra el piloto? Era evidente, me querían vivo, sádicos al fin. Como había dicho Terry, para estos la muerte no era suficiente, había que hacer sufrir al enemigo hasta los límites de la locura. Lo mismo había leído en uno de los libros del capitán Thomas. Logré dar un golpe más a la troca y esta volvió a salir de la carretera y regresar, mientras mi auto iba perdiendo poder y dejando una estela de humo. Un segundo balazo de gran calibre, reventó la llanta izquierda y el vehículo comenzó a colearse, perdí el control del volante. De pronto, sentí como el auto se elevaba, daba varios giros en el aire, e iba a estrellarse contra la cuneta, justo antes de la entrada a un puente. Recuerdo cerrar los ojos, cargarme hacia mi lado izquierdo llevando el golpe sin soltar el volante y apretar las mandíbulas. El problema en este caso, y me daba cuenta demasiado tarde, era que la situación se había salido de control y ahora era superior a mí. Lo último en mis oídos fue un gran estruendo. De pronto floto en la nada, por diez minutos logro vencer las leyes de la gravedad. El Cadillac cae al barranco. Por alguna extraña razón pienso en los dados, los cuales lanzo a la mesa, y veo a estos girar en el aire en cámara lenta… Instintivamente me apreté al volante y cerré los ojos.
La abuela me espera como todos los viernes en la Hacienda del Carmen. Se ve acongojada. Al igual que la vez anterior, está sentada en la gran cama de latón, aunque esta vez algunas gallinas están muertas, otras sentadas y sólo un par caminan en círculo, nerviosas. Al parecer no ha terminado el suéter a tiempo, según dice, le noto alterada. Le digo que no hace frio y deje de preocuparse, que no hay problema. Se mece los cabellos. Entonces, como alguien que recordase algo, la abuela se levanta, me toma de la mano y me lleva al final del cuarto aquel, donde me unta los ojos y las orejas con lodo y barro de las paredes del lugar. Me dice algo como: ve preparado, esto es sólo para entrar al purgatorio.
Salí del Cadillac arrastrándome y fui a
esconderme debajo del puente. Estaba oscuro, frío y sentí un
hormigueo en el cuero cabelludo. Esta vez la sangre era mía… Me vi
rodeado por fantasmas, por muertos y espíritus… me estremecí. Era
como si el desierto se hiciera presente y me rodeara. Escuché
voces, a los soldados sobre el puente. Empecé a temblar. Mis labios
se entumecieron y me mordí la lengua, al apretarme la herida en el
brazo con un jirón de tela del pantalón. De pronto escuché sus
voces más cerca, era imposible huir. Era un hecho, querían
capturarme y si habían llegado tan lejos, no me dejarían ir por
nada del mundo. Me puse de pie y tomé un palo del piso. Lo mejor
era enfrentarme a ellos, no había de otra. “La mejor defensa es el
ataque”, recordé, no sabía si era otra de las frases de Chian Ho o
sólo una frase en alguna película. Salí de mi escondite entre un
arbusto y una roca, y me coloqué con el palo levantado dispuesto a
dejárselo caer al primero que apareciera, y así lo hice, cuando un
gordo asomó la nariz husmeando como un perro de caza. De dos
palazos lo derribé al suelo y el buldog cayó fulminado. Escuché
balazos, corrí a cubrirme en el tronco de un árbol y esperé al
siguiente “hermanito”. Esta vez fueron tres de ellos quienes se
hicieron presentes. Apenas me dio tiempo de desarmar a uno de un
palazo, y a otro de una patada, aunque el tercero me dio un
culatazo que me envió al suelo. Me levanté como un resorte y le
lancé un puñetazo a mi nuevo contrincante, pero los otros también
ya se habían puesto de pie y uno me golpeó por detrás. Intenté
correr pero caí al piso, donde el cañón de un fusil se hundió en mi
pecho.
-¡No lo maten, lo quiero vivo!-. Gritó alguien en la
oscuridad.
-¡Hijos de puta montoneros de mierda, así serán buenos asquerosos!-
fue lo último que recuerdo haberles gritado, en inglés claro.
Cuando desperté estaba amarrado de manos y pies, colgado sobre un tronco como un pollo dispuesto a ser cocido en la fogata. Me entró escalofrío. Abrí y cerré los ojos; ¿estaba a punto de ser rostizado?- fue lo primero que vino a mi mente. No sé si por la impresión, o porque alguien me golpeó la cabeza, perdí el conocimiento otra vez. No volví a saber de mí, sino hasta hallarme en una silla metálica con cadenas. Me dolían las piernas, los brazos, los músculos de la espalda y la cabeza. Hice saliva y la boca me supo a sangre. Me encontraba encadenado, en un cuarto de concreto diseñado para torturar, con todo y su espejo –cristal enfrente y sistema de intercomunicación-. En algún lugar había leído, hoy en día te torturan con tu canción preferida a todo volumen, por algo como quince días y sus noches al principio, después por meses, hasta que confiesas, sales sordo, o directo al manicomio. Estos asquerosos, cuando te tienen ahí donde yo estaba, ya no hay salida.
En su opinión era culpable; me había cogido a
sus mujeres, se habían vuelto locas… no había nada por confesar.
¿El cómo?, se me hacía demasiado y era algo que nunca les iba a
decir, que se jodieran con la duda. Seguramente me iban a cortar la
verga. Entró el marido de Candice, lo reconocí por una foto, lo
había visto en el buró de la cougar, la tarde de nuestro
encuentro.
-Hijo de puta. No sabes ni con quien viniste a caer- dijo. -Tu vida
está contada, los minutos de tu mísera existencia han comenzado a
correr.
Quizá era cierto y no alardeaba, así que
pedirles perdón, jamás. Saqué a relucir cierta
información:
-Si es por lo de Candice, ni te preocupes amigo, no soy el primero
ni el único en la base que sabe tiene un babydoll rojo de corazones
negros, y disfruta del sexo anal.
-¿Cómo sabes eso hijo de puta? ¿Fue parte de la
ropa que te robaste?
-No me robé ninguna ropa pendejo, me cogí a tu mujer- ladré para
que los otros escucharan.
El mono vino y me asentó un golpe en la cara que me partió la nariz. Escupí sangre, me quejé y aventé saliva por la boca. Lo miré por mis ojos entrecerrados producto de los golpes y sonreí.
Escuché a Chian Ho: debes
disponerte a morir, antes de estar a punto a
morir.
Relación extraña la mía con Chian Ho, mi maestro de artes
marciales. Dos hombres en realidades a las cuales no correspondían;
uno trabajando para el cartel de los “Hombres del medievo” y el
otro, convertido en asesino sin pretenderlo. En los cuatro meses
que tuve el honor de ser parte de su cátedra, entendí muchas cosas
relacionadas con la violencia, las cuales desconocía. Como el
porqué de mi profundísima depresión cuando maté al primero de los
cuatro asesinos de mi padre, y el porqué de los sueños con mis
víctimas; donde ellos ponen la mesa para que me siente a comer y el
malestar que eso me produce al despertar.
El tipo algo vio en mis ojos y salió del cuarto. Quizá al
extraterrestre del desierto.
-Las viejas de todos ustedes son unas putas pendejos- ladré al
espejo frente a mí. Escupí otro gargajo con sangre. No recordaba
cuantos días llevaba ahí, aunque algo me decía que varios. Había
vasos de papel arrugados en el piso, restos de cinta de aislar,
orines.
Abrí los ojos, me costaba trabajo mantenerlos
abiertos. Sentía un dolor muy intenso en la sien derecha, descendía
hasta mi ceja, donde la sangre había hecho costra. Respiré
profundamente tratando de poner mis pensamientos en orden. Intenté
de acordarme de los últimos acontecimientos, que como trenes se
habían descarrilado. Recordaba la persecución en automóvil, los
choques entre los carros, la caída del Cadillac al despeñadero
–conmigo dentro claro-, la huida a pie con aquellos bastardos
detrás de mí, el cerco y la aprensión, todo en una sucesión
vertiginosa. Lo último en mi mente, era cuando aquellos cerdos me
arrojaban esposado a la parte trasera del Jeep; aunque después de
eso todo era nebuloso, como flashes en los cuales me veía a mí
mismo siendo arrastrado por el lodo, transportado como un venado,
torturado por aquellos asquerosos, día tras día. ¿Cuánto tiempo
había pasado desde mí captura? Pude girar la cabeza, me encontraba
suspendido en el aire; colgando de unas cadenas, las cuales pendían
de una viga en el techo, y amarrado de mis tobillos por unos
grilletes instalados en la pared abajo. Volví a abrir los ojos. Una
luz muy intensa me iluminaba directamente. Bajé la vista, me
encontraba en calzoncillos; mi pecho y mis piernas presentaban
laceraciones, cuyo dolor se sumaba al dolor general que subía y
bajaba de mí ser. ¿Por qué aquellos asquerosos me mantenían con
vida aún? Seguramente porque pretendían continuar con el tormento y
la humillación. De entre las sombras pude distinguir una figura
humana. Olía a tabaco. Agucé la vista. A pesar de no ver bien, supe
era uno de mis torturadores, se encontraba en aquel mismo cuarto
conmigo. El tipo estaba sentado en una mesa, fumaba y al parecer
leía el periódico.
-Buenos días- dije.
El tipo se volteó un tanto sorprendido, quizá
porque me daba por muerto.
-Oficial, buenos días o buenas tardes, no sé- alcé la voz lo más
posible, empujándola desde el estómago, aunque era difícil. Fingí
cierto respeto.
El hombretón hizo su periódico a un lado y me
miró con desdén. Sobre la mesa se hallaba además una pistola, un
paquete de cigarrillos y dos tazas de café. La verdad es que
deseaba morir, así de grande era mi dolor. Para un par de ellos
había servido de punching bag y me dolían los músculos, más de
algún órgano y debería al menos tener una mano o un par de huesos
rotos. Decidí provocarlo, para ver si tomaba su pistola y acababa
con mi sufrimiento de una vez por todas.
-Oficial – volví a decir con lo más alto que me lo permitía mi
condición. ¿No sería posible quitar la luz?
Se dio nuevamente la vuelta sobre la silla y me
miró, no sé si sonrió:
-¿Dónde carajos crees que estás, en el Marriott?- Aventó el humo
del cigarrillo y meneó la cabeza- Cojones, decir de la jodida luz,
ja.
El tipo había regresado a su lectura.
“Al carajo”- volví a decirme. Entre más tiempo viviera, mas ellos
continuarían torturándome y divirtiéndose, y al final, cuando
estuviera vencido y no fuera nadie, ni nada, hasta entonces
acabarían conmigo, yo implorando… Era mejor morir ya. Recordé las
palabras de Chian Ho: La tregua no existe,
sólo es una modalidad más de la batalla. Seguramente el
resto de mis captores estaban tomándose un break o habían ido a desayunar.
-¿Dónde está el resto de la pandilla?- pregunté.
Fingió no escucharme.
-Estoy extrañando a tus secuaces, soldado, ¿dónde andan?
-Bha, se fueron a sus actividades, pero regresarán para la fiesta
de esta noche- dijo sin despegar los ojos del artículo deportivo en
el diario.
Quizá continuaba vivo aún porque no habían podido derribar todas
mis defensas psíquicas. Aquel pensamiento me puso alerta.
-Oye soldado, ¿estás sordo? Que si puedes quitar la luz, para que
pueda dormir un rato cabrón.
Volvió a girar su gran cabeza y sonrió:
-Ja... ¿te crees muy valiente, o algo?
-No señor, eso me quedó claro, ustedes son los héroes… sólo apaga
la luz para morir en paz.
-No te vas a morir, sino hasta en dos noches- dijo sarcástico y
arrojó la colilla al piso.
Cerdos. Tenían planificada mi muerte. Los párpados volvieron a caer
sobre mis ojos pesadamente como dos cortinas, aunque eso no me
impidió ver todo en su conjunto. Algo me estaba sucediendo.
Asombrosamente pude ver todo el cuarto. Las tres sillas alrededor
de la mesa, las tasas secas del café encima, así como el paquete de
cigarrillos a la mitad y la pistola. También vi el potro de tortura
en una esquina, una plancha metálica, la silla con cadenas. Al
parecer estoy en el basement de algún edificio abandonado. Hay otra
mesa, más alta ésta; con pinzas, martillos, sierras, tornillos,
clavos y demás ferretería en abundancia. -De hecho se puede ser
torturado prácticamente con cualquier objeto, ¿sabían?-. Miré la
sangre seca en las paredes y en el piso de todo el lugar… sangre
que no era mía... Un botiquín con jeringas y substancias; una celda
y un cadalso del tamaño de una perrera; olor a rancio con podrido.
Descubro también que he visto al tipo aquel, quizá en alguna
fotografía dentro de la base; posiblemente a la entrada de la
cafetería donde cada mes cuelgan las fotos de los cadetes más
destacados, o de los más valientes.
Pasaron unos minutos de silencio, acumulé fuerzas nuevamente y
volví a decir:
-¿Has oído hablar de los universos paralelos, soldado?
-Bah, puedes hablar todo lo que quieras, no te estoy
escuchando.
Esta vez su respuesta fue inmediata, al parecer había llamado su
atención.
-Si me estás escuchando soldado… Los universos paralelos; las cosas
que compaginan en dos espacios y tiempos diferentes.
-Ja… hablas mucha mierda mother fucker, ya te lo dijimos, te lo
advirtió el capitán ayer mientras te extraíamos las muelas- sonrió
y dio vuelta a la hoja del diario..
-Recuerdas mi sufrimiento y eso te produce felicidad. ¿Te
enorgullece ser un verdugo soldado?
-Me vas a obligar a torturarte un rato más, si sigues
jodiendo.
A pesar de la amenaza, se escuchaba aburrido, quizá por eso era
vulnerable. Me temí fuera el marido de Jaire, aunque eso hubiera
sido pura y simple justicia poética, de acuerdo con Agnes, mi gran
amiga sonorense y a quien debía tanto.
-Resulta que en ocasiones, estos dos universos se traslapan, y es
cuando suceden cosas extrañas.
Mi verdugo escupió al suelo y se agarró la nariz. Me
miraba.
-¿De qué carajos hablas?
-¿No lo sientes en el ambiente soldado? Aquí han pasado
barbaridades, ha muerto gente y no sólo estamos tú y yo… Los
aztecas lo llamaban el Teyollocualóyan.
-¡Joder, cállate, ya me cansaste! -Checó su celular y pareció leer
algo en pantalla. De la cajetilla tomó un nuevo cigarrillo y lo
encendió. Cruzó la pierna.
Caí nuevamente en el sopor y cerré los ojos; sabía del riesgo que
eso implicaba, y con toda la fuerza de mi persona me enfoqué en
volver a abrirlos. La presencia de mi enemigo me sirvió como
motivación y solté:
-Soldado, conoces aquella máxima que reza: con la vara que mides serás medido.
Puso el teléfono en la mesa junto a la pistola. Me vio con interés,
quizá había escuchado la frase de boca de su maestra de primaria, o
algo, esta vez se cruzó de brazos.
-Sí… -escupió en el piso- joder, ultimadamente no sé porque estoy
hablando contigo. Se puso de pie.
El silencio volvió a ocupar el lugar privilegiado y me enfoqué en
ordenar mis pensamientos; en regular mi respiración.
Mi verdugo dobló el periódico en dos; dio un gran bostezo y aplastó
el cigarrillo en el piso.
Una cosa era evidente, había llegado a mi límite y no me creía
capaz de soportar más tortura. “Este tipejo
es mi oportunidad de una muerte digna” pensé. ¿Cómo hacer
para que me disparase? Implorarle me metiera un balazo no
funcionaria, ofenderlo seguramente tampoco; era un soldado y
debería tener órdenes, y supuse, una de ellas era la de mantenerme
con vida. Apelé a la provocación utilizando algo que
sabía:
-Derribas la puerta de una patada, con la bayoneta por delante
entras tú y tu pandilla, en aquella humilde morada, donde descubres
escondidos a una familia iraquí de cinco miembros. Ellos los miran
petrificados a ustedes. El padre y la madre hablan en un idioma que
tú no entiendes. De un culatazo, obligas al padre a ponerse de
rodillas, y a la madre, quien se interpone, le das dos patas en las
costillas y la derribas al suelo; donde uno de tus hombres comienza
a golpearla y golpearla hasta que en un arranque de cólera, le
aplasta la cabeza en el piso. Otros dos de ustedes sacan al
enemigo; un padre y el hijo varón de doce años y los fusilan afuera
de la casa, mientras tú, miras con lujuria a las dos chiquillas de
seis y trece años de edad que desconsoladas lloran desde unos ojos
de miradas tristes. ¿Recuerdas las miradas? ¿Las recuerdas, verdad
soldado?
El militar incrédulo reaccionó como un resorte y trastabillando
vino hasta mí:
-¡¿Cómo sabes tú eso?! ¡¿Cómo carajos supiste?!- se me acercó,
tenía el rostro blanco, pasmado de quien ha sido agarrado con la
guardia baja. Se agarró la cabeza.
¿Cómo sabía tal información? Buena pregunta… la verdad no lo sabía,
pero era como si el mismo me la hubiese contado.
-Ah, ya sé, la puta de Candice te lo dijo… - daba vuelta de un lado
a otro, como león enjaulado.
Tenía su atención y su rabia:
-No.
-No, no pudo ser, porque Candice no sabe de eso… -se dijo a sí
mismo.¿Quizá la puta de Martina?, claro, sólo Ben sería capaz de
contarle algo así a su mujer.
-No hables así de Martina.
-¡Hijo de perra!- brincó en el aire y me acicateó dos golpes en el
estómago.
-¡Mátame maricón, usa tu arma!
La frase lo paró en seco. Era como si descubriera que no hablaba en
broma, en cuanto a mi deseo de morir lo más pronto
posible.
-Sólo porque necesito mantenerte con vida cabrón… de otra forma no
me lo hubieras pedido dos veces. Bajó la guardia y volvió a escupir
al piso.
Me dolí con los golpes, volví a tomar aire y la falta de tres
piezas dentales me dolieron más que nunca.
-¡Mátame cobarde!
-Ganas no me faltan- mi verdugo extrajo otro cigarrillo de la
cajetilla en la mesa y lo puso en sus labios, esta vez le temblaba
el pulso. Después hizo algo insólito que me dio a pensar más. Tomó
la potente luz y la desvió a un lado, ligeramente, quitándomela de
la cara. Eso fue un descanso, inclusive mental. Se vistió la
chamarra militar y después desapareció por algo como diez
minutos.
Diez minutos en que visualizando a Gaby, a mis sobrinos, al cuñado
y al resto de los Alpizar me di ánimos. Me acordé de otra máxima de
Chian Ho: todo acto es una preparación a la
experiencia.
Vi a un ser enfrente, como hecho de humo, de antimateria… lo
reconocí, era yo sin duda... Un ser oscuro, quizá mi sombra o una
proyección de mí, quien sabe... Era como si me viera de espaldas en
un espejo o algo. Me entró terror cuando esta sombra comenzó a
acercárseme, a reintegrarse a mi cuerpo, cerré los ojos… quizá solo
alucinaba o era el producto del dolor. Apreté los ojos al sentir la
sombra crecer dentro de mí, materializándose... Alguien
transparente viéndose en el espejo con ropa puesta…
Los dados caen, seis y cinco, once, una buena jugada para un
apostador.
El hombre regresó, se notaba más tranquilo. Noté su presencia,
necesitaba acabar con aquel castigo… Aproveché y dije:
-Soldado, échame una mano, me anda del baño.
-Orínate ahí mismo, ya lo has hecho antes.
-Necesito defecar.
-Ahí mismo.
-No quieres que tus superiores me encuentren batido de mierda. Va a
ser menos divertido para ustedes. Entonces el cagado vas a ser
tú.
-No puedo soltarte.
-Suéltame sólo los grilletes de las manos, cago ahí
abajo.
-Definitivamente no puedo soltarte… se suponía que ya deberían de
estar aquí- dijo un tanto preocupado.
-Pareces ser un hombre a quien le gusta apostar… a mí me gusta. Te
apuesto mi vida a que no puedo escaparme, si pierdo me disparas.
¿Qué tal eso?
Esbozó una sonrisa:
-Imposible.
-Un día más. Un día menos… así te quitas de problemas.
Me miró a los ojos, pareció pensativo. Quizá mi humor negro le cayó
en gracia o algo, vino e hizo descender la cadena que me mantenía
elevado a un par de metros del piso. La polea giró y me desplomé en
aquella mazmorra; con los ojos cerrados, mis brazos entumidos y ni
siquiera me percaté del golpe en las rodillas. Giré el cuerpo, al
hacer tierra en el suelo sentí alivio, era como si mi columna
vertebral estuviese rehaciendo, mis piernas desmagnetizándose y mis
extremidades superiores cargándose de energía; noté la sangre
circular. Estaba en mi cuerpo. Mis manos respondieron a mis
impulsos. Me sentí como un arlequín que en el piso adquiere vida
propia. Tan sólo fueron unos minutos, pero para mí fueron más que
suficientes, me sentí otro, comencé a cambiar. Un flashazo en el
desierto de Sonora cubrió aquel lugar de arena. Un Saguaro de más
de doscientos años de edad me hace sombra. En la sombra de este
enorme cactus me recompongo, me protejo del inclemente sol y
duermo. La arena entra por los poros de las paredes y el techo.
Dormido abro los ojos en la cama de latón donde mi abuela me teje
un suéter; en lugar de las gallinas, lo que encuentro es un piso
tapizado de plumas blancas, muchísimas, formando un gran tapete.
Por una de las ventanas sin cristales, ni marcos, veo a doña
Marina, me llama. Salgo a su encuentro y me hace seguirla por un
camino de plumas, hasta el camposanto donde se detiene en la tumba
de su hermano Ignacio, quien durante la revolución adivinaba cosas
y daba consejos desde el más allá. La abuela me sienta sobre la
lápida, de la tierra alrededor levanta polvo y al contacto con su
tacto se hace lodo, un lodo suave aunque maloliente, el cual
comienza a embarrarme sobre los párpados en el área de los ojos y
también alrededor de los oídos y en la frente. “Para que puedas ver y escuchar en las sombras… harás un
viaje al submundo y necesitas estar protegido” me dice
dulcemente y me dejo hacer. Es alguien en quien confió a ciegas;
veo en su rostro preocupación, un dejo desconocido, es evidente que
no desea alarmarme, aunque sé algo raro anda. “Estate alerta y confía en tus enseñanzas” me dice
mi abuela antes de abandonarme. Abro los ojos, el verdugo corta
cartucho, seguramente me apunta con el arma y estoy en su
mira.
-Caga pues.
-Quítame un grillete por lo menos, para que pueda bajarme los
calzones con una mano.
Para mi sorpresa, lo hace, aunque con cautela.
El deseo de morir, es sustituido por un poderoso deseo de
sobrevivencia… De pronto escucho un eco, asciende de la tierra y
siento como este se pone en armonía con mi pulso, el eco empieza a
resonar en mis músculos, después en mis órganos, después en mi ser
completo.
El dolor pasó a un tercer plano, digámoslo así, la motivación era
aquella resonancia magnética, la cual puso a circular mi sangre a
mil por hora. Entonces pensé en la venganza, pero más en la
justicia; en el poder de la adrenalina y la testosterona, las
cuales logro concentrar. Abrí los ojos y me puse de pie con
cuidado, aunque con trabajo, pero restablecido, eso sin duda. El
verdugo me indicó el área específica donde hacer mi necesidad con
la punta del rifle. Iba a bajarme los calzoncillos para sentarme a
defecar, cuando una corriente de electricidad me sacudió. Cerré y
abrí los ojos. Con una facilidad increíble y con sólo mover las
piernas, las cadenas agarradas a los grilletes se desprendieron de
la pared. Con las manos abrí los grilletes y los arrojé al carajo,
todo a una velocidad desconocida. Estuve en mis piernas y de pie.
El verdugo no daba crédito a lo que acababa de ver. Tardó unos
segundo en reaccionar, mismos que aproveché para llegar hasta él y
arrancarle el arma de las manos. Forcejeamos, el M15 cayó al piso y
el tipo corrió por la pistola. El verdugo dio cinco enormes
zancadas en un intento por alcanzar su objetivo, y cuando creyó lo
había hecho, llegué encima de la mesa de dos saltos, tomé la
pistola primero. En un movimiento felino levanté el arma y la
empuñé en su contra. El tipo se plantó en seco e hizo cara de
asombro queriendo retroceder, pero fue demasiado tarde, dos balas
le perforaron el cráneo y cayó de espaldas.
-Hijo de puta, diviértete en el infierno- le dije y descendí de la
mesa. Tomé asiento en una de las sillas. Volteé en redondo. Era
como si pudiera ver en la oscuridad. Con la pistola en mano fui
hasta un segundo cuarto donde encontré agua y comida chatarra, la
cual engullí hasta saciar mi apetito. Aquello era como un club; en
este segundo cuarto había una mesa de billar, un tiro al blanco
pegado a una de las paredes, un sofá y una gran televisión plana.
Lo mejor era largarse cuanto antes. Regresé a donde el verdugo y lo
despojé del pantalón, las botas y la chamarra. Me vestí, aunque las
botas fueron demasiado grandes. Cogí el teléfono de la mesa para
saber en que día me encontraba y donde. Era lunes, así que los
marranos me habían torturado por lo menos siete días. Deduje
entonces que el resto de la pandilla se encontraba cumpliendo con
sus actividades cotidianas, entre ellas la de ser buenos padres y
esposos. Parecía un hecho, había sido su entretenimiento de fin de
semana. Deduje entonces, me encontraba en algún lugar no muy
remoto, aunque definitivamente abandonado; algún tipo de
instalación militar en desuso. Iban a dar casi las 10 de la noche.
Escuché el ruido de un auto y después pasos afuera, con una
claridad asombrosa. Me encaminé hacia la salida cojeando; con la
pistola por de frente subí las escaleras a zancadas, como les dije,
quizá por estar acostumbrado a la luz mortecina, pero veía con
bastante claridad para estar tan oscuro; quizá también era el lodo
maloliente untado por la abuela en los parpados, a saber. La puerta
se abrió y desembocó en un hangar abandonado. Vi una pick up
estacionada con los faros encendidos y a la distancia otros faros
que se acercaban. Rodé por el piso y me parapeté detrás de un viejo
tanque de agua en desuso. De ahí, en cuclillas, corrí hasta una
pequeña rampa. Dos de mis captores fumaban y bebían cerveza,
mientras escuchaban el radio con la puerta de la pick up abierta.
Los tuve en la mira de la pistola, pero quería verles la cara antes
de mandarlos al otro mundo, di un rodeo. Cubriéndome en pilas de
cajas y tambos de combustible vacíos, me acerqué a ellos. Los
observé, se veían felices de la vida; la sorpresa que se llevarían,
hijos de puta. Avancé un tramo más, esta vez protegiéndome detrás
de una grúa chatarra hasta que estuve a menos de diez metros. Me
puse de pie, parecieron no percatarse de mí, pues cuando les salí
por detrás al par de cerdos apenas les di tiempo de intercambiar
miradas. A esa corta distancia les disparé en las piernas, ambos
cayeron al piso retorciéndose de dolor sin salir de su sorpresa.
Uno de ellos quiso desenfundar, pero al instante lo rematé con un
tiro en la cabeza. El otro gritó de horror al verme, tal si viera a
un muerto.
-¡Motherfucker, como es posible!- ladraba cogiéndose las piernas
con las manos, como si quisiera cubrir la herida por donde brotaba
mucha sangre.
-¡Anoche estabas muerto, lo puedo jurar!
-Pues te equivocaste, aquí estoy.
Quien yacía con el boquete en la cabeza, era más o menos de mi
misma talla de calzado, así que me apresuré a descalzarle. Era el
marido de Vanesa, la gorda vecina de Candice. Caminé hasta la
camioneta, apagué la radio y me senté en el asiento para calzarme
las botas. Me destapé una cerveza y la empiné casi hasta la mitad.
En la camioneta encontré un rifle de mira infrarroja, municiones y
una chaqueta de piel.
El hombretón en el piso gimoteaba, mientras acariciaba un medallón
con dos cruces, como si a algo se encomendase. Noté que el otro
también llevaba el mismo medallón, me incliné y se lo arranqué del
cuello para verlo.
-¿Y qué significa esto, son del mismo club, familia, qué
mierda?
-Éramos todos de la misma unidad en Irak; comandos de limpieza;
search and destroy.
-Matones, exterminadores… querrás decir, ¿no? Ya vi cómo
funcionan.
-¡Fuck you payaso, no has visto nada!
Caminé hasta él, lo mire desde mi posición, le di otro gran sorbo a
la cerveza y le aventé dos patadas en los testículos:
-¡Toma! ¡Toma! Hijo de puta criminal.
El hombre se dolió y apretó las mandíbulas, lloraba.
Entonces dije:
-¿Sabes lo que son los universos paralelos?
-¿Qué?
-Imagínate, vas a entrar, una y otra vez a asesinar a las mismas
personas en una repetición interminable. Pero de aquí en adelante,
tendrás que devorarles después, pues la puerta se cierra por dentro
y no encuentran la llave; por si fuera poco, las ventanas han sido
tapiadas. ¿Qué tal eso? Imagínate que a tu pequeña hija, ahora
mismo como lo hablamos, están a punto de violarla tres tipos… le
harán todo lo que tú y tu hermandad hicieron a las dos pequeñas
niñas en aquel poblado olvidado de Irak.
-¿Qué? ¡Come mierda pendejo…! ¡Hablas demasiado enano!
-¿Recuerdas los ojos de la pequeña? Los mismos ojos con los cuales
sueñas mientras imploran compasión. Imagínate ahora, no son los
ojos que en ocasiones te ven desde la profundidad de tus
pesadillas, sino los de tu pequeña… Eso, son los universos
paralelos.
-¡Fuck you, no sé de qué hablas…! ¡Ah, me estoy
desangrando!
-El que esta jodido eres tú… Candice, quizá llorará media hora por
ti cuando sepa de tu muerte, pero se aprestará a cobrar el seguro y
acostarse con el primer hombre que pase, lo más rápido posible,
antes incluso de que estén arrojándote tierra encima. Otra cosa, no
soy el primero ni el único que le calentó la espalda a tu vieja,
hubo varios, incluidos varios de tus camaradas aquí
presentes.
El tipo miró al muerto, después a mí:
-¡Mientes! Abusaste de ella cuando viniste a hacer el maldito
trabajo.
-¿Eso te contó?
-Piensa un poco soldado, no es una actividad que ustedes practiquen
muy a menudo, pero piensa. ¿Si tenía yo a Martina a mi disposición,
para que carajos deseaba una vieja lagarta como la tuya?
Su dolor pasó a segundo plano ante aquella lógica, ya que dejó de
gimotear y me lanzó una mirada de odio, como si reflexionara
profundamente en lo que le había dicho.
-Pues me voy a esperar al resto de tus amiguitos, porque esta noche
es de fiesta… ¿no?- Terminé el resto de la cerveza y arrojé el bote
vacío a su cara. -Que la pases bien aquí junto a tu camarada, o
debería decir, tu socio en cuestión de camas –escupí y caminé hasta
la pick up-, él pronto comenzará a apestar y a llamar invitados a
cenar, disfrútalo, lástima que no haya velas románticas y música de
mall.
Subí a la camioneta, le di marcha y esta encendió al instante. Metí
primera y salí derrapando y esparciendo polvo sobre los dos
violadores. Aceleré a fondo, debía acortar el paso entre el resto
de los miembros de la hermandad. Apagué las luces, no las
necesitaba, a pesar de ser una noche sin luna y densa como el
aliento en la boca de un lobo. Abrí la ventanilla; sentir el aire
en mi lacerada cara, fue una sensación maravillosa.
Otra vez estoy saliendo del sueño. Sin
zapatos, con la ropa desgarrada y los puños adoloridos tal si
hubiera golpeado a alguien, sangre en el pantalón, en la camisa.
Con un mal sentir, con un sabor agrio en la boca… Me encuentro
tirado en el fango, en posición fetal, tratando de darme calor para
soportar el frío de la mañana. Estoy en un bosque donde también hay
palmeras. No entiendo como he llegado hasta aquí. Con trabajos
logro ponerme de pie, no traigo zapatos. Sufro un mareo momentáneo.
Doy unos pasos, algo pende de mi cuello. Lo palpo, al contacto
siento disgusto y procedo a quitármelo. Es un collar de orejas. Lo
observo en detalle; orejas, una tras de otra, orejas humanas,
ensartadas a un grueso alambre metálico a la altura del lóbulo, una
media docena. Siento repugnancia... ¿Por qué he tomado las orejas
como trofeo? ¿Qué oscuro motivo me ha llevado a quedarme con
aquellas piezas corporales? ¿Estoy enloqueciendo o sólo soñando?
Ideas y pensamientos chocan. ¿Acaso estoy perdido…? Por lo menos
eso creo, cuando un drono de la policía me ubica; el retrato
hablado coincide con mi mapa facial y el área del incidente con mi
locación. Poco a poco fui haciendo espacio en el círculo, hasta que
entró mi sombra, cuando estuvo adentro, nos
abrazamos.
42
-Póngase de pie el acusado- dijo una voz al momento en que el juez
y los miembros del jurado entraron a la sala.
Se me acusaba de la muerte de dos marines, la invalidez de otro y
la desaparición de tres más. Enfrentaba además cargos como
agresiones, abuso de confianza y licantropía, entre otros más
ridículos. El único testigo era el marido de Candice; Arturh Slack,
a quien había perdonado, “aunque condenado a una silla de ruedas
para toda la vida”, en palabras de su abogado. Hay un montón de
gente, unos apuestan a que me cortarán la cabeza, y otro
porcentaje, a que arderé en una hoguera. En este teatro, donde
afuera está la prensa y protestadores piden con pancartas se me
linche públicamente, yo soy el criminal. No se habla de mi
secuestro, del club social con instrumentos de tortura, tampoco se
menciona ni una palabra de la hermandad secreta y ni siquiera, a
nadie parece importarle, el hangar donde sucedieron los hechos y me
tuvieron prisionero por algo como ocho días. La única prueba en mi
contra es el collar de orejas, pues ni mi DNA aparece por ningún
lado, ni mis huellas en las armas utilizadas en la muerte de los
dos marines en activo. Por consejos de mi abogado, me he declarado
inocente, pues sólo es el testimonio de Slack contra el
mío.
Candice por supuesto, asistió las dos semanas durante el teatrito y
habló con los reporteros, se vio despampanante, aunque fingiendo
siempre una cara de dolo y pesar, cabrona. Era la culpable de todo
este drama y ella tan campante; incluida la desaparición de tres
hombres de los cuales yo personalmente no recordaba nada. Cuando
voltee a verle me cerró el ojo. Todo por los malditos chismes que
había propagada en la base. Es increíble todo el mal que puede
acarrear una persona sin escrúpulos, me acordé de
Patricia.
Durante el juicio se habló de sadismo y hasta de canibalismo,
aunque ese argumento se vino abajo cuando mi abogado les hizo
entrar en razón. ¿Cómo creían que yo me hubiera comido a tres
hombres de más de uno ochenta de estatura y algo como doscientas
libras? En privado, le conté a mi abogado que me había liado con
Martina, con Jaire, con Samantha la bastonera y con Candice, claro,
aunque en el caso de esta última, le aclaré, había sido en pago a
su chantaje.
-Como haya sido, la corte no aceptará justificaciones.
No dije una palabra de la otra trampa, la tendida por Vanessa, la
gorda violadora. Otra persona de quien no dije una sola palabra,
fue de Regina; quien por cierto asistió con Terry al juicio, aunque
hice como si no les conociera, como había sugerido mi abogado. Ella
muy compungida claro; aunque me pareció notar que Terry creía gran
parte de lo que se decía de mí, lo supe por su mirada. El argumento
más importante de la defensa, era que todo había sido un asunto de
celos, bajas pasiones y maridos engañados actuando vengativamente;
haciendo ley por su propia mano. Al contrario del argumento
presentado por los demandantes, la víctima era yo, y no a la
inversa. Yo, quien había escapado por suerte de una muerte
premeditada; por hombres entrenados y expertos. Secuestro,
privación forzada de mi libertad y defensa propia. Al banquillo
subió Martina, llamada por el fiscal. Se veía hermosa, aunque la
noté un tanto demacrada y algo flaca. Quizá era sólo porque no la
había visto en algo como un mes y medio. La hicieron confesar su
infidelidad, aunque también su infelicidad junto a un hombre
irascible, violento y abusador. Esto último se lo conté a mi
abogado y lo trajo a colación en la comparecencia. Cuando Martina
afirmó que ella misma había iniciado lo nuestro, hubo murmullos en
la sala. Alguien dijo entonces que a lo mejor era ella quien había
hecho desaparecer al marido. Entre las pruebas expuestas por mi
abogado, para el caso de legítima defensa, estuvieron las fotos de
mis heridas y el testimonio de un dentista confirmando la
extracción forzada de dos de mis molares y un incisivo. Otra de las
agravantes a mi favor, eran las contradicciones de Slack. Mi
abogado argumentó que en su primer testimonio dado a la policía,
había asegurado escuchar una voz cavernosa y profunda, con un
ligero arrastre en las eles, la cual no correspondía con la del
acusado. El otro testimonio donde cayó en contradicciones, fue al
referirse a mi como el torturado “con él que los muchachos habían
pasado buen tiempo”. Mi argumento era que alguien más había entrado
al cuarto y ejecutado a mis captores, mientras yo estaba
inconsciente. ¿Acaso era así? Que al salir del subterráneo ya todo
había sucedido. No sabía ni quien, ni cómo. Quizá uno de los
familiares de las muchas víctimas de la hermandad. ¿Qué tal la
desaparición de los diez ilegales latinos reportados a la policía
en el área de Albany? El juez, a pesar de las evidencias, dejó el
caso abierto y ordenó una nueva búsqueda forense más exhaustiva en
un radio más amplio; respecto a donde habían ocurrido los
acontecimientos, con el propósito de encontrar las tumbas
clandestinas donde se suponía había enterrado a mis víctimas. El
jurado deliberó por dos días en una votación muy cerrada. Uno de
los argumentos de una mujer era: ¿Cómo era posible que un hombre de
una complexión mediana, y uno setenta y cinco de estatura, hubiera
podido vencer a una unidad de Fuerzas Especiales del ejército
norteamericano? Alguien más evaluó las consecuencias mediáticas; el
invencible ejército norteamericano siendo derrotado por un hombre
solitario e inseguro de complexión regular. Por lo pronto podía
quedar en libertad temporal bajo fianza, aunque debía llevar un
brazalete electrónico para poder ser monitoreado. Mis límites eran
el estado de Georgia, sólo hasta que se cerrara el caso y se diera
un veredicto final. Al escuchar esto yo y mi abogado nos abrazamos.
El licenciado Viceaka; un hombre sencillo y amable, una de esas
personas que aún quedan en el mundo y por las cuales todavía vale
la pena la raza humana. Un defensor valiente conocedor de la
ley.
-Cuídate muchacho, estos no te van a dejar en paz- me dijo Viceaka
al oído.
-¿Qué me recomienda abogado?
-Escóndete, hasta que todo termine, después vete del
país.
Lo miré a los ojos:
-Como usted sabe, no tengo el efectivo para eso.
-Entonces lárgate lo más lejos de aquí, donde creas nadie te podrán
encontrar.
Después del veredicto temporal, dos policías se acercaron para
conducirme hasta los separos municipales, localizados en la parte
trasera del mismo edificio de gobierno. En esa ocasión, en lugar de
regresarme a la celda donde había pasado todo el mes durante el
juicio, me llevaron a una sección de ventanillas, donde me
entregaron un acta de libertad condicional y un pagaré, mismo que
debía cubrir en menos de ocho días, so pena de revocación. En otra
ventanilla me entregaron mis pocas pertenencias; mi cartera, unas
llaves, mi celular y cincuenta dólares. Después de eso, los
policías me condujeron a donde estaban todos los que íbamos a ser
liberados, previa acreditación. Otro policía me quitó las esposas y
uno más, me puso debajo de la rodilla un brazalete de localización
y me informó que podía bañarme con él, nadar, hacer cualquier cosa,
pero sin intentar quitármelo porque una alarma sonaría en algún
lugar y la policía me arrestaría al instante. Nos fueron liberando
por intervalos. Yo salí con un hombre negro a quien se le acusaba
de haber robado la casa de unos ricos, aunque la única prueba en su
contra era una borrosa imagen tomada por una de las cámaras de
seguridad.
Afuera me esperaba Martina, más un montón de reporteros y
protestadores, los cuales exigían mi muerte. “¡Muerte al mexican!”
alcancé a escuchar antes de meterme al Mustang de Lee; declarado
desaparecido. “Latinos, go home”. Los reporteros de pacotilla se
aventaron sobre el carro. Me abroché el cinturón de seguridad,
Martina aceleró y en segundos nos alejamos de ahí. No dijimos una
palabra, sino hasta un parking lot abandonado, donde detuvo el auto
bruscamente. Martina salió del vehículo, caminó hasta donde
terminaba el pavimento y comenzaba una gran extensión de yerbajos y
piedras, se veía preocupada.
Cerré la puerta, le di la vuelta al auto y me acerqué a ella,
aunque no mucho.
Quien habló fue Martina:
-Esto solía ser el auto cinema, quizá uno de los últimos en el
país, la crisis económica acabó con muchos negocios- dijo ella sin
voltear a mirarme, cruzada de brazos.
-Martina, lo siento… no sé qué decirte- dije.
-Pues no digas nada, como la primera vez cuando tuvimos sexo.
¿Recuerdas?
-Claro.
-Nunca vi a un hombre más callado, era como si no lo
creyeses.
-Y no lo creí, por varios días.
Se volteó y me miró a los ojos, directamente:
-Sólo espero no hayas hecho lo que dicen hiciste.
Le sostuve la mirada:
-El que no me creas, me preocupa… eres la única persona quien
realmente me importa, y cuando digo esto, me estoy refiriendo a
algo más que al escándalo y la nota amarilla en la prensa de
segunda… Hablo de este momento y el momento que le sigue y el
próximo contigo, para siempre, es lo único importante para
mí.
-Eso quiero pensar-dijo con voz quebrada y se lanzó a mis
brazos.
La estreché, olía bien, me di cuenta de cuanto la extrañaba. Le
besé la frente, la boca; me besó de regresó y se apretó a
mí.
-Vámonos… tengo reservado un cuarto de hotel en Columbus.
Le pasé la mano por la cabeza y le dije:
-Martina, gracias… sin tu testimonio no sé qué hubiera
pasado.
-No iba a enviar al padre de mi hijo a la cárcel, ¿o sí?- se soltó
de mis brazos y dio unos pasos hacia atrás.
-¡Qué!
-Estoy embarazada- dijo coqueta y corrió hacia el auto.
Me quedé pasmado, no me esperaba una respuesta como aquella. La
alcancé, sí que era una sorpresa.
-¿Estas segura?
-¿De qué? ¿De estar embarazada, o de si es tuyo?
Entramos al auto.
-De ambas cosas…
-¿Por qué los hombres siempre estarán tan preocupados en corroborar
quienes son sus hijos? ¿No me digas, ahora quieres una prueba de
DNA para comprobarlo?
La miré, me encantaba como hacia los ojos cuando quería
enfatizar:
-No, por supuesto que no. Pero Ben regresó hace como dos meses,
¿no? Es natural que pregunte.
Movió el volante para rebasar a un tráiler:
-Así como ustedes saben ciertas cosas, nosotras sabemos de la
maternidad y con quien hacemos hijos… ¿Y qué si fuera de
Lee?
La miré de perfil, estaba enamorado:
-Incluso si fuera de él lo aceptaría como hijo mío.
Meneó la cabeza y sonrió. Era claro que no lo sabría… hasta verlo
en mis brazos. Dentro de mí dije que un examen de DNA no era mala
idea.Se veía radiante, eso era lo que importaba al fin y al cabo,
de quien fuera el hijo era lo de menos.
Le subió al radio, se movió y nos dimos un beso. En realidad
parecía no afectarle que su marido se hallaba declarado como
desaparecido, quizá porque el tipo hacía mucho tiempo había quedado
fuera.
Llegamos al hotel y no salimos por el resto de la tarde. Ya en la
noche fuimos a cenar BBK, el mejor del estado de Georgia. Al día
siguiente fuimos a caminar en las laderas del rio Chattahoochee y
más tarde nos metimos al cine, algo que a los dos nos encantaba. La
película de esa tarde resultó algo entre cómico y malón, pero que a
Martina hizo reír como hacia un rato no lo hacía, según me dijo de
su propia boca más tarde. Me encantaba aquella mujer. Ya en cama
hicimos planes, especulamos con nombres de bebe; a mí se me ocurrió
Emiliano, en honor a uno de los pocos personajes decentes de la
historia de México. Martina se inclinó por Emily si era niña, en
honor a su poeta favorita, y eran similares. Reímos, tuvimos un par
de días hermosos, hasta que al tercer día pasó algo que cambio por
completo nuestros planes y la posibilidad de una vida juntos.
Primero entre sueños, o a media dormir, como les parezca mejor
-desde lo sucedido, una parte de mí se quedaba siempre en vigilia
por las noches, despierto vamos, por precaución-, escuché pasos,
ruidos de auto. Cuando Martina se levantó al baño, escuché disparos
y me arrojé sobre de ella para tirarla al piso. Ahí estaban
aquellos desgraciados, tal y como me lo había advertido mi abogado.
Urgí a Martina a vestirse lo más rápido posible y yo hice lo mismo,
todo a nivel del suelo y detrás de la cama. El francotirador
disparó dos vece haciendo añicos el espejo sobre la cómoda. Tomé la
pistola y fui al baño. Abrí la ventana y me asomé, no había nadie
todavía, aunque presentía que estaban por llegar. Salimos por la
ventana y como pudimos nos escondimos detrás de unos inmensos botes
de basura. Al estacionamiento del hotel, entró una camioneta a toda
velocidad, varios hombres descendieron de ellas y dos corrieron
hacia el cuarto ocupado por nosotros, y entraron disparando usando
silenciadores. Salieron decepcionados y volvieron a subirse a la
pick up y desaparecieron como llegaron. Las luces de varios cuartos
se encendieron y logramos escuchar voces, a lo lejos una sirena;
alguien había llamado a la policía. Varios hombres emergieron de
sus cuartos en pijamas y miraron hacia sus vehículos. Aprovechamos
el momento para salir de nuestro escondite y montarnos al auto, lo
urgente era darse a la fuga. Salimos de ahí derrapando llanta,
Martina al volante, yo mirando por los espejos y la pistola lista
para usarse.
-Tranquila Martina, despacio, no queremos llamar la atención de la
policía.
-Hijos de puta, ¿Cómo supieron que nos encontrábamos aquí?- dijo
ella alteradísima.
-A mí también me gustaría saberlo… Quizá por el carro.
Guardamos silencio. De pronto pareció recordar algo:
-¡Por la tarjeta de crédito con la que pagué anoche la
cena!
-¿Cómo fue eso?
-No completaba el cash…
-Me hubieras dicho… Me temo incluso saben más que sólo donde
cenamos.
-¿Cómo?
-Estoy seguro están usando uno de sus malditos dronos para
atraparnosdije y se me enchinó la piel. Eso significaba que en
cualquier momento podríamos volar por los aires en
pedazos.
-¿De qué hablas?
-¿Has oído de esos aviones sin piloto, super equipados que se
manipulan a distancia y pueden hacer cosas como reconocerte, oírte
y hasta bombardearte?
-Claro… ¿pero no será que estás un poquito paranoico?
-¿Paranoico? Eso argumentaron cuando los periódicos comenzaron a
informar que la NSA espiaba al pueblo norteamericano. Por lo menos
dos de los miembros de la hermandad iniciaron sus carreras en la
CIA, y esta depende de la NSA.
-Es extraño, Ben nunca me habló de la tan traída y llevada
hermandad.
-Nunca te lo iba a decir, es un secreto el cual sólo ellos
comparten.
-Es triste… cuando pensabas conocer a la persona, la persona
resulta ser otra.
Entendí, lo decía tanto por mí, como por Lee, su marido
desaparecido.
-Resulta extraño que siendo la esposa de un soldado, te resulté
novedoso en hecho de que te haya mentido, es parte del
entrenamientocomenzaba a exasperarme.
-Pero no sólo los soldados mienten- la indirecta iba dirigida a mí
por supuesto.
-Claro… pero regresemos al punto Martina, la hermandad no me dejará
escapar, es la forma en cómo funcionan las cosas hoy en día. Para
tu información, así fue como me atraparon la última vez, con un
drono.
Martina me miró incrédula:
-Un drono… ¿Cómo estás tan seguro?
-Porque mientras me torturaban lo analicé y no pudo ser de otra
forma.
-¿Y si alguien qué conocías les dijo dónde encontrarte?
-¿Quién? ¿Tú, Toño, el capitán Thomas, Ana Graciela? No jodas
Martina, ellos tienen toda la tecnología del mundo y toda la
información a su alcance.
-Lo sigo pensando, estás un poco paranoico.
-Como quieras, ahora mismo ya no importa…Tendrás que seguir tú
sola…
-¿De qué hablas?
-Tienes que salir de Georgia, irte lejos, o de otra forma nos
cogerán a los dos… Capaces son de reventarnos en la carretera, así
de fácil… Tienen mi mapa facial, mi DNA y hasta mi maldito número
de seguridad social- el que tanto trabajo me había costado obtener
junto a la ciudadanía, lo único que Patricia me había dado al
casarnos.
Discutimos estos y aquellos.
-Es lo mejor.
-¿Cómo estás tan seguro?
-¡Lo estoy joder!- como explicarle que algo muy adentro me lo
decía, que mi abuela lo había predicho- la miré a los ojos
directamente.
-OK… te creo.
-Lo siguiente es vender el auto o cambiarlo por cualquier otro,
viajar sola.
-¿Y qué de nuestros planes?
-Cambio de planes. En California conozco gente -pensé en los
parientes de Peter-. Son primos de mi mejor amigo, con ellos
buscarás papeles e identificaciones nuevas.
-No entiendo.
-Otra personalidad, otra vida.
-¿Cómo así?
-Te aconsejo vivir bajo otro nombre, eres parte de la vendetta y no
hay de otra…- Nos acercábamos a un centro comercial.
-No me gusta la idea.
De pronto sentí hambre, además el maldito drono jamás se atrevería
a lanzar una bomba en un sitio con un montón de gente.
-Entra al Mall, vamos a desayunar y ahí hablamos, además es más
seguro.
-Hablas como si lo supieras todo.
-No todo, algo… Piensa un poco, conocen las placas del auto, con
eso la licencia y con eso todo lo demás.
-OK.
Martina acomodó el Mustang en un espacio del estacionamiento.
Descendimos del auto y caminamos al Mall, ya adentro nos dirigimos
directamente al área de comida en el segundo piso. Nos montamos en
las escaleras automáticas y mientras subíamos, admiramos la cascada
artificial en el lobby. Entramos a un bar en donde servían lunch
tempraneros, era la especialidad. Fuera de mi costumbre, pedí una
cerveza. Martina un café. Por ser los primeros nos atendieron al
instante.
Levanté mi cerveza y le di un trago largo, me encontraba nervioso.
¿Por qué llegaba a ponerme tan grave cuando empezaba a sentirme
acorralado? ¿Por qué carajos siempre llegaba un punto donde
olvidaba todo? ¿Cuál era el acceso a esa parte de mi memoria? Pensé
en los cargos que se me imputaban.
-¿Entonces aquí nos estamos diciendo adiós?- dijo Martina
llevándose la taza de café a los labios.
-Es lo mejor Martina, principalmente para ti. No quiero
arriesgarte, especialmente en tu condición.
-¿Tenemos que vivir con miedo?
-Es más fácil, así podré moverme solo y ya cuando estés establecida
y haya pasado un tiempo… definitivamente si deseo ver a mi
hijo.
-¿Pero por qué?
-Entiende, es por la seguridad de ambos.
-A mí me mandas a California a vivir una vida falsa y tú te
conviertes en fugitivo, ¿eso en que convierte a nuestro
hijo?
-No insistas, no seas necia- di un sorbo a mi cerveza y la miré, se
veía triste, también preocupada.
-Saca tu teléfono- le ordené- te voy a dar el número de los primos
de Peter.
Extraje mi teléfono y busqué el número de mis amigos. Desde hacía
ya varios años usaba teléfonos de tarjeta, teléfonos desechables
cuya única ventaja es que no son rastreables.
-¿Lista?
-Sí.
-Se llama Boby Medina, su número es: siete, uno, catorce, siete,
dos ocho, cinco, tres, siete, seis, cuatro, cero. Diles quien eres,
que vas de parte mía; él me conoce. Le explicas, eres mi mujer y
necesitas estar incógnita. Te va citar en persona, no confía mucho
de los teléfonos. Le pides un nuevo número de social security y una
licencia para conducir del estado de California. Es mi amigo, él me
debe favores y me estima.
-OK.
Nos miramos:
-¿Te has puesto a pensar en qué voy a hacer allá? ¿De qué voy a
pagar los gastos?
-Tendrás que trabajar, lo siento pero así es.
-Eso no me preocupa.
-¿Entonces?
-El renunciar a quién soy, al dinero de Lee.
-Martina, ¿no te diste cuenta, anoche querían matarnos?, estuvieron
a milímetros de lograrlo. La bala pasó a esta distancia de tu
cabeza- abrí el pulgar y el índice.
-A lo mejor pensaron que eras tú quien iba al baño, no
yo.
-Conozco esos rifles Martina, y puedes distinguir a una persona de
otra sin problemas.
Nuevamente silencio:
-Me estas pidiendo ponga en la basura, no sólo mi identidad, sino
el apoyo de mi familia y del ejército. ¿Y qué cuando venga el
momento de dar a luz?
El mesero se apareció con los dos omeletes y el pan.
-Martina, sé que significa el cambio; entiendo lo de perder la
pensión de Lee y el dinero del ejército, pero…
-Hablo de mí, no del dinero del ejército. Es claro que no me darán
nada hasta que este declarado muerto y en un cajón, hasta entonces.
Uno de sus superiores me prometió los salarios completos una vez se
cierre el caso.
-Olvídate de los malditos cheques, es la vida de ustedes dos… Sólo
hasta que el bebe nazca, cuando seas menos vulnerable- dije
dirigiéndome al feto en su estómago y me apresté a comer.
Pasaron unos minutos en silencio, de pronto dijo pasmada, como si
se viera en el futuro:
-Yo con otro nombre no voy a poder vivir…no me imagino.
-Claro que puedes Martina, sólo es un nombre.
-No es sólo eso, hay que empezar de nuevo… es una forma de
existir.
-Martina, es por un tiempo.
-¿Cómo están tan seguro?
-Vuelvo a repetirte, lo sé.
-Pero… además necesito a mi familia… ¿Qué voy a decirles?
-No, no puedes hablar con ellos más. La hermandad tendrá sus
teléfonos intervenidos.
Se tomó la cabeza con ambas manos y me miró despavorida:
-¿Entonces?
-Tendrás que vértelas tu sola, sin amigos, sin familiares. Hay un
montón de gente que vive así. Veme a mí, no tengo problemas
viviendo en diferentes ciudades y lugares, conociendo gente nueva y
olvidándola…
-Tú me dijiste que habían cortado tus raíces desde joven, quizá por
eso... Después me contaste del incendio de tu casa, de la muerte de
tu padre…
-Todos tenemos problemas con mudar Martina, con vivir nuevas vidas
cada vez, pero cuando no hay de otra no hay de otra…
-No me hago a la idea.
-No te preocupes, lo sobrevivirás.
-Se necesita ser insensible…
-No exageres. Quizás sólo hasta el nacimiento del bebé, entonces
cuando seas menos vulnerable, quizá puedas negociar con el
ejército.
-¿Negociar? Yo no he hecho nada.
-Que fuiste infiel, que te arrepientes, que necesitas
protección…
-¿Cómo voy a explicar qué desaparecí por nueve meses así como
así?
-Para entonces quizá puedas decirles la verdad. Tiene que haber
alguien en todo el maldito ejército que sea decente, alguien que no
pertenezca a la hermandad.
-¿Y si aparece Lee?
Guardé silencio. Aproveché para pedirle al mesero una segunda
cerveza.
-Algo me dice que no será así.
Me miró perpleja:
-Entonces todo es verdad.
Le devolví la mirada perpleja y añadí un poco con
molestia:
-Joder Martina, vamos a empezar de nuevo, a lo mejor aparece
claro.
El mesero me trajo la segunda cerveza.
-¿Cuánto es verdad y cuánto mentira?
-¿Me creerías si te dijera que no lo sé?
Guardamos silencio un momento; yo bebiendo lentamente mi cerveza y
pensando cual era el siguiente movimiento. Ella mirando a la gente
llenar poco a poco el lugar, borrachos tempraneros y parejas
jóvenes tomando el lunch. El sol entraba por todas las
ventanas.
-¿Y si no puedo adecuarme a California?
-Lo harás, el clima es muy bonito.
-¿Y si me encuentran antes?
-Otra vez la misma monserga… Píntate el cabello, cambia un poco tus
gustos, se discreta. Todo depende de ti; si me escuchas y haces
caso. Miles de personas pueden, ¿por qué tú no? Además, tienes dos
cosas a tu favor, hablas inglés, y conoces el sistema.
-Y si no puedo… o si me atrapan.. ¿Y qué tal si cometo un
error?
Por un momento pensé en retirar la fianza y declararme culpable,
quizá era la única solución para que la dejaran en paz y por ende a
nuestro retoño. Decirle a la policía lo sucedido… por lo menos
hasta donde recordaba. Quizá era verdad, dentro de la cárcel
estaría más seguro… sin embargo, algo muy dentro de mí, sabía que
las cosas no funcionan así, no en este mundo al menos. Seguro la
hermandad debía tener algún hermanito en prisión, y ese sería el
encargado de acuchillarme en las duchas.
-El siguiente paso es vaciar las cuentas bancarias y deshacerse del
automóvil; rematarlo - dije-. Cuándo veníamos para acá, pasamos un
lote de carros usados. Regresa ahí y tránzalo, sino quieren pagar
cash, cámbialo por otro, algo que aguante el viaje a California.
Respecto al dinero, aquí mismo en el Mall, debe haber un cajero
automático. Al teléfono hay que quitarle la tarjeta y comprar uno
desechable- me sorprendí de mi lucidez.
-OK.
-A través de los primos de Peter sabré de ti, yo te enviaré una
buena suma en pocos meses, no te preocupes…
Ella me miró con unos ojos que no le conocía:
-O sea, esto es un adiós…
Quise tomarle las manos, pero las apartó y las escondió en los
bolsillos de la chaqueta.
-Sí, temporalmente, te llamaré. Insisto, compra un teléfono
desechable, no pueden ser rastreables. También podríamos
comunicarnos por email, desde cuentas nuevas por supuesto y nombres
falsos. Recuerda, cuando usemos el teléfono deben ser llamadas
cortas y en las que nunca mencionemos nombres u otros datos
sensibles. Lo mismo cuando escribamos en la internet, usa
computadoras públicas, nunca la de tu casa.
-Parece que tienes experiencia.
Martina bebió el café restante en la taza:
-¿Y tú qué vas a hacer?- me preguntó.
-No te preocupes por mí, como tú misma lo dijiste, estoy a
preparado para cambiar de vida-Llamé al mesero y pedí la cuenta,
pagué en efectivo. Dije para tranquilizarla: -Yo esperaré el
veredicto, eso los calmará. Permaneceré en el estado… Tengo
confianza en mi abogado, Slack no tiene una gran reputación y se ha
contradicho más de una vez, es evidente que desea alguien patrocine
sus piernas y su oreja faltante.
-¿Y entonces?
-Pues… si hay que enfrentarse con ellos, lo haré…
Martina se aprestó a responder rápidamente:
-Es una pésima idea, creo- dijo estrujándose las manos.
-¿Cuál?
-La de enfrentarse a ellos.
-Qué sea lo que dios quiera, lo que la suerte dicte, o los números
en los dados- atrapé sus manos esta vez y las apreté contra las
mías.
-¿Sigues pensando la suerte es todo?- me enfrentó.
-Sí señor. El por qué nacemos en determinada familia, ciudad, clase
social o con ciertos rasgos físicos, todo es producto de la suerte
o azar, como quieras llamarle. La suerte lo es todo sí señor.
Muchos deberían estar agradecidos a su suerte; sobre todo los hijos
de puta en el poder o el dinero.
Guardamos silencio unos minutos.
De pronto me miró seria:
-Hablando de nacer… Entonces si es niño, le pondré Emiliano, como
ese revolucionario tuyo, y si es niña, Emily, como la gran
escritora de Massachusetts, ¿en eso al menos estamos de
acuerdo?
-Por completo cariño- la besé. -Además, ambos nombres se parecen y
son lindos.
Esbozó una sonrisa, aunque seguía molesta y preocupada. Nos
volvimos a besar, esta vez con más pasión.
-¿Y qué le diré si algún día pregunta por su padre?
-No te preocupes, antes de que pueda preguntar eso, apareceré, te
lo prometo.
-¿Me estas pidiendo espere un número indeterminado de años hasta
que aparezcas por la puerta?
-No son años, meses quizá.
-¿Quién te crees? ¿Qué soy? ¿No soy una monja?
-No estoy pidiendo esperes como una monja.
-No te das cuenta, de eso precisamente me cansé mientras viví con
Ben.
-Martina, eres muy difícil reinita. Además, siempre puedes
enamorarte de nuevo, hacer tu vida. Follarte con el siguiente
fontanero.
-¡Vete a la mierda!- se alejó de mí.
-Lo siento, lo siento… ven, ven. Hey, no quedemos mal, ambos
necesitamos no sólo de buena suerte, sino de un montón de energía
positiva para acompañarnos, a los dos nos queda un largo
viaje…
Me miró desde unos ojos llorosos y por fin cedió:
-OK… Tienes razón.
-No llores- la tomé de la barbilla- mejor bésame.
Nos besamos de nuevo. Aquella era una decisión difícil. Puse mi
mano en su estómago. Por primera vez en mucho tiempo, me encontraba
enamorado… aquella mujer me fascinaba.
-Sólo recuerda una cosa, te amo… Los amo a los dos… con todo mi
corazón- debía largarme antes de arrepentirme.
Martina me vio con unos ojos tristísimos, casi rompieron mi
corazón. Me puse de pie:
-Me voy… pero después nos vemos, lo juro. Quiero tener a Emiliano
en mis brazos, y a ti por el resto de mi vida. Sólo tengo unos
pendientes que arreglar.
-¿Qué pendientes? ¿Piensas acaso terminar con todos los miembros de
la hermandad? ¿Cortarles las orejas y ponerlas en un maldito
collar?
-No estaría mal, son tan, o más peligrosos que el ku klux klan,
hijos de puta… pero no te preocupes, no me refería a eso- me
incliné para darle un beso en la boca. Se dejó hacer pero no hizo
ningún esfuerzo por regresarme la caricia.
-No se te olvide hacer lo que te recomendé. Te lo pido… Es
importante, esto no es broma. ¿OK?
Me miró y movió afirmativamente la cabeza desconsolada.
-Te llamo, te mando dinero, nos vemos en California.
Dejé unos billetes al mesero sobre la mesa y con paso lento salí
primero del bar y después del Mall donde en un mar de gente me
disolví, debía desaparecer.
La última imagen de Martina es ella sentada en aquel bar anodino,
bajo los rayos del sol que se cuelan por los ventanales y han
formado un aurea a su derredor.
Se encontraban la señora Robbins, Martina, Regina, Samantha, Candice, Jaire, Muriel, Vanessa y Ana Graciela. Tres de las cuales eran viudas, o eso estaban buscando. Había pasado más de un año desde la desaparición de sus maridos y ni rastro de ellos. De acuerdo con las autoridades periciales, se había literalmente peinado la zona del suceso en busca de restos humanos por un radio de cincuenta kilómetros, pero nada, como si los tres hombres se hubieran esfumado en el aire. Se habían analizado las camionetas accidentadas en busca de DNA, pero nada que inculpase al acusado, nada en las armas, algunas huellas de las víctimas; las cuales iban y llegaban al mismo sitio. No había caso, excepto por la palabra de un testigo, a todas luces celoso. Hubo apelación de parte de los abogados del ejército.
Las mujeres habían aceptado aparecer en el documental con esperanza de que eso destrabara el caso; pues mientras sus maridos no fueran declarados muertos oficialmente, ellas no podían cobrar el seguro del ejército, ni el bono. Además claro, por los tres mil dólares que recibirían cada una de ellas por una hora de entrevista.
En cuanto al caso, lo más interesante de acuerdo al productor, era que el acusado se había entregado a sí mismo y una vez dentro de la celda también había desaparecido. Como si hubiera salido por las paredes o alguien lo hubiera dejado escapar, o peor aún, asesinado en complicidad con las autoridades… Muchos desaparecidos en torno a un mismo asunto, esa eran la noticia.
El camarógrafo y el reportero se instalaron en
sus posiciones para continuar la segunda parte de la entrevista,
está relacionada al caso de infidelidad del que se había ocupado
los diarios locales por varias semanas. El director les volvió a
pedir neutralidad y honestidad. Todo el mundo apuró su bebida y las
mujeres regresaron a sus lugares; auxiliadas por los asistentes,
quienes les colocaron micrófonos y les retocaron la cara con
maquillaje.
-Qué opinan del sospechoso: ¿es cierto que
era una especie de animal o bestia salvaje?
Entre ellas se miraron. Algo las hacía del
club; desde la primera parte de la entrevista ya habían empezado a
ser cínicas, más la copa de whisky:
-Una vez sin ropa se transformaba. Uno podía perder la noción del
tiempo, hasta seis orgasmos llegué a tener. Tres, cuatro horas de
sexo o más, eran naturales para él.
-Si era bárbaro, a mí me hizo creer que yo era un tipo de animal,
me puso en posiciones difíciles, aunque todas ellas
interesantes.
-Yo lo recuerdo más como un baile.
-Lo contagiaba a uno de música y él era el ritmo- bromeó
Jaire.
-Todavía me acuerdo y me entran cosquillas en las plantas de los
pies, besó mis dedos como nadie, fue muy tierno- dijo Ana
Graciela.
-Yo creo era un sacerdote, algo como un espíritu. Una vez que te
tocaba te volvía loca, entrabas a su templo personal- comentó
Samantha, quien profesaba tendencias new
age.
-A mí, además de otras partes, me lamió la nuca y debajo de las
axilas-. Si era un animal salvaje, pero en otro sentido- respondió
Muriel, a quien las otras no conocían.
-¿Creen ustedes que merecía la pena de muerte
como al principio pedía la opinión pública? -preguntó el
director del documental.
-No la pena de muerte, pero si un castigo mayor, en lugar de ser
declarado inocente en ausencia- fue el turno de Candice, vestida
una falda corta que dejaba ver sus bien torneados muslos, sonaba
despechada; aunque con una cara estirada por su reciente operación.
–Pronosticó la desaparición de las hijas de mi esposo, las dos
niñas que tuvo con su primera mujer.
-No fue declarado inocente, se le cargó abuso de confianza y robo-
aclaró alguien.
-Muchos creemos que no desapareció, sino que lo hicieron
desaparecer… ¡Por favor, nadie se escapa de una celda así como así,
al mediodía, rodeado de policías y cámaras!- esta vez fue Regina
quien intervino.
-Era un muchacho muy bueno- dijo la señora Robbins.
-Estoy de acuerdo… al contrario, deberían de darle un
reconocimientoJaire continuaba con sus bromas.
-Debería de haber uno de estos “malos de la película” en cada una
de las bases- sugirió Samantha, quien en secreto estaba feliz de
haberse deshecho de su soldado, y era dichosa como novia de un
doctor el cual valía su peso en oro. Le urgía ser declarada
oficialmente viuda para casarse.
-¿Están de acuerdo en que su desaparición es
parte de todo un fenómeno paranormal?
-No.
-No.
-No.
-Si… Conmigo utilizó hipnotismo. No recuerdo nada, hasta que
estamos teniendo sexo y estoy sentada encima de su miembro. No pudo
haber sido posible caer de otra forma, utilizaba su conocimiento
para embaucar gente- respondió a la pregunta Vanessa la obesa –como
el resto de las mujeres se referían de ella, particularmente
Martina, Regina y Samantha, quienes sabían de la violación y la
detestaban.
-Le di dinero, cada vez que vino a la casa, le pagué o le di algún
regalito, sutilmente te obligaba a hacerlo- dijo nuestra vieja
amiga Candice.
-Una vez mientras hacíamos el amor, toqué su espalda y sentí que
tenía alas. Cuando tuve aquel orgasmo múltiple, vi que abría sus
alas y las agitaba- comentó Samantha.
-¿Y no sería que usted se encontraba bajo la
influencia de alguna droga?
-Más allá de alcohol y medio porro, esa noche no hubo más drogas
involucradas. Quizá fue el placer, aunque no creo, vamos, no es
como que era mi primera vez. Tenía alas y las agitaba, unas alas
negras, grandes, impecables.
-¿No me digan? ¡El tío era un vampiro…! Je je je, yo recién me
estoy enterando!- sonrió Regina.
-Si tenía alas, no lo sé y me parece gracioso… Lo que sí sé, es que
tenía la pinga grande y sabía usarla, la verdad- Jaire.
-Dejaba a uno seca. Lo mejor de todo, era su ritmo como alguien
mencionó… a lo mejor porque me gusta bailar. Estudié baile durante
años...- comentó Ana Graciela.
-Proyectaba tu fantasía en alguna parte de tu mente, y él se
integraba a ella.
-Cierto.
-No dije que fuera un vampiro, dije que eran las alas de un ángel,
a mí…
-Tuvimos suerte, todas…- Regina.
-Era un espíritu antiguo encarnado en una persona equis, por
casualidad o por suerte, como él la llamaba… A nosotros nos tocó
conocerlo en forma de Sergio- dijo Martina quien no había dicho una
sola palabra desde la segunda parte de la entrevista.
La cámara se detuvo en Martina e hizo zoom
in:
-Parte de lo que se dice es cierto, fue un chamán que sólo cada
determinados años se aparece para hacer justicia.
-¿Cómo puede usted estar tan
segura?
-A mí me lo dijo, me lo contó todo, la noche que concebimos a
nuestro pequeño Emiliano…
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-Nieto, aquí está tu suéter, póntelo… al fin
lo acabé.
-Qué lindo abuela… y es calientito, gracias.
-Mantén la temperatura del cuerpo, es importante. A donde vas es
frio, y ha llegado el invierno.
FIN. COLLAR DE OREJAS Copyright © - Alberto Roblest EDITORIAL HISPÁNICAS, USA