Capítulo 5
Esperando el momento
La tarde se me pasó casi sin darme cuenta y al rato estaba de nuevo en casa, esperando que llegaran las diez. Noemí no había regresado todavía al ático y ni rastro de Enrico, así que decidí darme una larga ducha que me ayudara a aclarar las ideas.
Algo más relajada, me puse un hato cómodo de ropa mientras me preparaba una merienda-cena. Quería hacerle caso a Enrico y no comer nada demasiado pesado. Teníamos Coca-Cola en la nevera, así que me tomé un buen vaso como acompañamiento, esperando que la cafeína hiciera su efecto. Y dependiendo de lo tarde que regresara a casa, ya vería a qué hora ponía el despertador para levantarme al día siguiente. No quería abusar, pero Marta me había dado vía libre para organizarme a mi gusto. Además, en la oficina nadie me echaría de menos, todavía mucha gente ni siquiera sabía quién era yo.
Dieron las nueve de la noche y yo seguía sola en el piso. Tenía un pequeño nudo en el estómago, producto quizás de los nervios o de la ansiedad que comenzaba a dominarme. Debía calmarme, respirar profundamente y pensar en que todo iba a salir bien. Positividad ante todo.
Preparé una pequeña libreta, bolígrafos y mi cámara fotográfica. Mi Samsung Galaxy hacía buenas fotos, pero por si acaso llevaría también la cámara compacta en el bolso, no abultaría demasiado. Dependiendo del lugar al que fuéramos me sería más o menos fácil obtener alguna instantánea. Tampoco quería meterme en un lío, ni mucho menos hacer quedar mal a Enrico con quién fuera que le hubiera abierto las puertas de los lugares que íbamos a visitar esa misma noche.
Me puse unos vaqueros cómodos, una camiseta holgada y unas zapatillas deportivas. De nuevo seguía los consejos de Enrico, sin saber todavía nuestro destino final. Busqué también una cazadora fina, por si acaso, ya que las noches veraniegas en la costa no son iguales que en el centro de la Península. En Toledo, mi tierra natal, podías morirte de calor durante toda la noche en un día de verano y estar al raso perfectamente en manga corta hasta la madrugada. Pero ya había aprendido que en el Levante español eso no es así, y la brisa nocturna podía dejar helado a cualquiera que no estuviera preparado para la ocasión.
Salí de nuevo al salón, contando los minutos para que dieran las diez. Miraba el reloj cada pocos segundos, y eso no podía ser bueno para mi estado de ánimo. Entonces escuché la llave entrando en la cerradura de la puerta y me dispuse a encontrarme de nuevo con Enrico, a escasos minutos de afrontar nuestra primera aventura común. Igual mis expectativas eran demasiado altas y aquello iba a ser una visita rutinaria, pero en mi fuero interno me sentía como una de las heroínas de aquellas novelas de intriga que había leído en mi juventud. Tal vez me llevara después un desengaño, pero de momento estaba muy ilusionada.
El primer chasco me lo llevé cuando vi aparecer a Noemí tras atravesar el pasillo anterior al salón. La informática llegó junto a mí con gesto cansado, se me quedó mirando un momento y me dijo:
—¿Qué haces ahí plantada como un pasmarote?
—Estoy esperando a Enrico. Me ha llamado este mediodía y me ha dicho que le aguarde aquí. Llegará sobre las diez y me llevará a no se qué sitio para comenzar la investigación. Por lo visto ha conseguido su propósito, pero no tengo ni idea del destino final.
—Anda, anda... Así que nuestro toscano favorito te va a llevar de paquete en su moto, paseo romántico a la luz de la luna. Y eso que a ti no te interesaba el chaval, y que él ni se había fijado en ti. Pues menos mal...
—Oye, no seas lianta —aduje en mi defensa—. Además, que yo sepa fuiste tú la que se lo comentó a Enrico, yo no pensaba decirle nada del artículo.
—No te quejes, Eva. Si no llega a ser por mí, ¿qué hubieras hecho entonces? El reportaje sin comenzar, tú asustadita y tu jefa sin aparecer. No quería verte por ahí sola, la noche puede ser muy peligrosa y tú todavía estás un poco verde, no es por nada.
—En eso te doy la razón. Y te agradezco tus desvelos. Pero de todos modos, ya está todo arreglado. He hablado hoy con Marta por teléfono y me lo ha aclarado.
Le conté a Noemí la conversación matutina, recalcando que yo seguiría adelante con lo que tuviera en mente Enrico.
—Bueno, puedes salir hoy por ahí con él y ver un poco el percal. Así vas preparando tu artículo y tienes material para presentarle a Marta. Me parece buena idea. Eso sí, no te fíes de Enrico. No sé yo dónde te va a llevar, este chico es un misterio.
—¿En qué quedamos? ¿Me fío o no me fío de él? Si yo soy una pardilla y tú querías que él me acompañara, será mejor que me deje guiar, ¿no?
—Vale, sí, ha sonado un poco contradictorio. Tú me has entendido, no te hagas la tonta. Lo que quiero decir es que el roce hace el cariño, ya sabes. Y creo que vosotros dos tenéis mucho peligro por separado, así que juntos puede ser una bomba de relojería. A mí no me engañáis...
—No sé por qué dices eso, yo sólo quiero hacer bien mi trabajo.
—Sí, claro, y yo me chupo el dedo. ¿Crees que no he visto las miradas que os lanzáis los dos? Recuerda que ya te advertí sobre Enrico y sobre las dificultades añadidas que pueden surgir en nuestra convivencia diaria si surge algo entre vosotros, aunque sea pasajero. Luego no digas que no te avisé con tiempo, allá tú...
Noemí no lo dijo en tono de reproche, sino casi como un gesto de resignación. ¿Había asumido que Enrico y yo terminaríamos juntos? Quizás ella viera o percibiera algo que a mí se me escapaba. Desde luego que yo quería estar con Enrico, pero no pensaba decírselo de momento. Y no tenía tan claro que él sintiera lo mismo por mí, aunque si era cierto que me miraba de un modo especial. No sé si como el lobo que iba a devorar a la oveja descarriada o algo más, pero aquellos ojos tan profundos me desarmaban cada vez que me cruzaba con ellos. Miedo me daba estar tan cerca de él toda la noche, sola, a expensas del gran cazador.
De miedo nada, pensé para mí. Era lo que estaba deseando. Me daba igual que el lobo feroz se diera un banquete con la caperucita recién llegada a la ciudad. Lo que quería ella era conseguir que el depredador no se moviera de su lado ni siguiera buscando presas por el bosque. Eso era lo más complicado, y uno de mis objetivos principales para aceptar aquella cita inusual que tendría en unos minutos.
—Tranquila, Noemí, de verdad. Sólo es un tema profesional —mentí a propósito—. Agradezco mucho la ayuda de Enrico, faltaría más, así como tu intervención. Y por supuesto, que te preocupes por mí en particular y por nuestra convivencia en general. No voy a hacer nada que pueda estropearla. Estoy muy a gusto aquí, en este estupendo ático, y tengo intención de seguir viviendo en él. No quiero malos rollos ni malentendidos, sólo empezar a afianzarme en la revista y seguir aclimatándome a vuestra maravillosa ciudad.
Me salió del tirón, cuando yo no he sido nunca una mentirosa nata. Creía que se me notaba a la legua cuando tenía que mentir, o por lo menos mi madre siempre me pillaba con las pequeñas mentirijillas que le soltaba de vez en cuando para evitar castigos tras alguna trastada. O había aprendido o simplemente Noemí pasaba de mí, dejándome que me estrellara yo solita. Su gesto no era de convencimiento absoluto, por mucho que intentara disimularlo.
—Muy bien, Eva. Espero que tengáis mucho cuidado. Hay mucho loco suelto por ahí, y la noche no es el mejor sitio para perderse. Hay ciertos barrios más peligrosos que otros en esta ciudad, y deseo que nuestro compañero no se le ocurra llevarte a determinados lugares. A saber lo que te tiene preparado.
—No sé, no me ha querido decir nada. Y claro, no sé a qué atenerme, va a ser una sorpresa cuando llegue al primer sitio, sea el que sea.
—No creo que os vayáis a meter en jaleos graves. Enrico puede tener sus cosas, pero es un chico con cabeza y no os va a poner en peligro. Por su bien, porque si ocurre algo desagradable se las va a tener que ver conmigo.
—Tranquila, todo irá bien —contesté sin estar completamente segura.
—Creo que por ahí llega nuestro hombre...
Efectivamente, segundos después asomó Enrico por el pasillo. Venía contento, o eso me pareció en primera instancia. Nos sonrió con aquella boca espléndida, llenando el espacio a su alrededor como sólo él podía hacer.
—Buenas noches, chicas. ¿A quién estabais esperando?
—A ti, Enrico —contestó Noemí adelantándose—. Ya me ha dicho Eva que te la llevas de picnic nocturno.
—Bueno, es algo un poco más complicado, Noemí. Simplemente he cogido la lista de posibles temas a tratar que comentáramos en su momento y he hecho mis propias averiguaciones. Dependiendo de cómo se nos dé la noche podremos ir a uno o más sitios interesantes que quizás le sirvan para su reportaje.
—Y te estoy muy agradecida, Enrico —afirmé sin dudarlo—. ¿Alguna pista sobre nuestras visitas nocturnas de hoy?
—Prefiero que sea una sorpresa, bambina —contestó guiñándome un ojo—. No te preocupes, ya verás como disfrutas de la experiencia y encima obtienes un material estupendo para tu artículo. Todo irá bien, ya lo verás.
—Eso espero, Rico, por la cuenta que te trae —afirmó Noemí muy seria—. Como le pase algo a la niña ya puedes largarte del país. Eso o atente a las consecuencias. Llegado el caso te cortaría en pedacitos para que los linguini tuvieran más sabor, así que no me falles.
—Tranquila, mamma, está todo controlado —respondió divertido el italiano. Parecía pasárselo bien con las puyas de Noemí, aunque a mí no me hiciera demasiada gracia que me trataran de niña, y hablaran de mí como si no estuviera en la misma estancia que ellos.
—Muy bien, todo aclarado entonces —quise zanjar el tema o no terminaríamos nunca—. Yo ya estoy lista, Enrico, cuando quieras.
—Ok, me cambio en un momento y nos vamos. ¿No irás tan fresca esta noche? —preguntó al verme en manga corta.
—No, descuida. Tengo la cazadora preparada en la habitación. ¿Necesito algo más que tenga que buscar?
—No, así está bien. Quizás esta noche caiga algo de agua, no sé yo. Hace mucho bochorno y me ha parecido ver alguna nube de tormenta. Tal vez sería bueno que cogieras alguna chaqueta que abrigara más, y si tiene impermeable mejor. Sólo por si acaso, no quiero que te mojes y luego me echéis la culpa si coges un resfriado.
—No me seas memo, Enrico. Ya sabes a lo que me refería antes —contestó Noemí—. Espero que vayas con cuidado en la moto y no os metáis en jaleos. Tampoco quiero tener que ir a sacaros en plena noche del calabozo de cualquier comisaría.
—Eres muy exagerada, Noemí, de verdad, ja, ja.
Escuchaba todavía de fondo la risa contagiosa de Enrico mientras iba a mi habitación a por otra chaqueta. Él se encaminó también a la suya. En unos pocos minutos estaríamos en la calle, muy pegaditos en su moto, camino de un destino que todavía me era desconocido. Me empezaron a sudar las manos de los nervios, mientras mi bajo vientre me pegaba otro tipo de pinchazos para los que no tenía tiempo en esos momentos.
Me cambié la cazadora, me miré un momento en el espejo y justo antes de salir de la habitación, escuché la profunda voz de Enrico. Me llamaba con un leve toque de sus nudillos en la puerta, sin atreverse a entrar en mis aposentos:
—¿Estás ya, Eva? —preguntó—. Tenemos que darnos prisa si queremos llegar a tiempo.
—Llegar a tiempo, ¿a dónde? —inquirí a mi vez nada más salir del cuarto.
Enrico se echó un par de pasos para atrás al verme franquear la puerta. Nos quedamos momentáneamente los dos parados, mirándonos a los ojos, midiendo nuestras fuerzas. Bajé la vista disimuladamente, contemplando bien el panorama que se cernía ante mí. El italiano estaba para comérselo...
Se había puesto esos pantalones vaqueros desgastados que le sentaban tan bien, marcando los músculos que debían ser marcados y realzados. Después llevaba una camiseta negra con motivos rockeros y una cazadora de cuero algo ajada, pero con un toque muy masculino. Totalmente arrebatador, como no podía ser de otro modo. Destilaba testosterona por los cuatro costados y miedo me daba subirme a su moto con todas mis hormonas revolucionadas. Tendría que dejar mis manos quietas mientras él conducía o podíamos tener un percance, pensé en ese instante.
—¿De qué te ríes, Eva? —me soltó Enrico al ver mi gesto. El veloz pensamiento pasajero debía haber provocado que mi boca sonriera sin darme cuenta, y ya no había vuelta atrás...
—Nada, es que no me imaginaba que fueras a ir tan rockero. No sé, igual desentono con estas pintas en el lugar al que me vas a llevar...
—No, tranquila, estás perfecta —contestó sin soltar ni un dato más.
Me resigné a no conocer nuestro destino, por lo que decidimos marcharnos en ese mismo momento. Cruzamos el salón y nos despedimos de Noemí, que nos miró con un gesto que me pareció de preocupación. Esperaba que no ocurriera nada extraño, en unas horas regresaríamos a casa, sanos y salvos. No podía intuir siquiera lo que realmente iba a sucedernos en esa noche de comienzos de verano.