Capítulo 3
Los lunes no son un día cualquiera
He de reconocer que no las tenía todas conmigo cuando llegué el lunes a la oficina. Tendría que disimular lo mejor que pudiera delante de Marta, ella no debía saber que yo la había pillado in fraganti. Me largué rápido del baño, sin mirar atrás, pero no podía asegurar que ella no me hubiera visto a su vez. De todos modos, intentaría olvidarme del tema y centrarme en lo verdaderamente importante de esa semana: el comienzo de mi actividad periodística profesional dentro de la revista.
A primera hora no vi a mi jefa por ninguna parte, así que estuve tranquila. Incluso tuve tiempo de ir a tomar un café con Marc, que por supuesto, quiso tirarme de la lengua.
—Mala pécora, me ha dicho un pajarito que te sacaron al escenario y todo. Ya me lo estás contando con pelos y señales…
—En otro momento, Marc —contesté avergonzada—. Tengo mucho trabajo que hacer, ya sabes, el comienzo del reportaje famoso. Por cierto, ¿sabes dónde está mi jefa? Como le sueles llevar la agenda, ya sabes.
Marc me miró con gesto extraño, casi pensativo. ¿Estaba decidiendo si contarme algo? Quizás todo el mundo sabía que yo había pillado a mi jefa Marta en una posición poco honorable con el stripper que me había sacado al escenario e iba a hacer el idiota si disimulaba. Al final pareció pensárselo mejor y me dijo:
—La verdad es que no, hoy no sé dónde andará la buena señora. Creo que desfasó un poquito la otra noche. Igual los excesos le han pasado factura, que ya va teniendo una edad la jefa de departamento.
—Mejor no me hables, yo sí que lo he pasado mal este finde —confesé a media voz—. Me pillé una tajada importante, y me pasé el sábado completo recuperándome de la resaca. Me parece a mí que soy yo la que no está para muchos trotes. Desde luego Marta tenía una marcha impresionante con la prima de la novia, eran el alma de la fiesta.
—Ya te pillaré con más calma para que me lo cuentes. Ahora me marcho, que tengo muchas cosas que hacer. Pero no te vas a librar tan fácilmente, monina. Anda, mira, ahí viene una de las de la pandilla…
Sonia llegó hasta nuestro lado, dispuesta a tomarse un café. La organizadora de la despedida de soltera de Patricia apareció también con ojeras, aquel lunes ninguno teníamos nuestra mejor cara. Marc se despidió de ambas y yo me quedé un momento más allí, quería saber lo que aquella chica tuviera que decirme. Si es que tenía algo que comentarme después de mi espantada en la fiesta.
—Buenos días, Eva, ¿Te encuentras bien? Como el otro día te fuiste un poco apresuradamente…
—Sí, perdona, Sonia. Llevaba mucho alcohol encima, recuerda que me estaba ya despidiendo de ti. Y luego me sacó el bailarín a la pista y todo me daba vueltas. Por eso preferí irme a casa antes de liarla del todo, que me conozco. ¿Qué tal acabó la fiesta?
—Vaya, lo siento. La verdad es que no recuerdo eso que dices de que te estabas despidiendo de mí. Yo también me pillé una buena, je, je —aseguró Sonia mientras me guiñaba el ojo—. Eso sí, menudo bailecito te marcaste con el muchacho. Anda que no estaba bueno ni nada…
—Sí, es cierto. Pero yo andaba más que desorientada, no me enteré de mucho —contesté queriendo terminar la conversación.
—Ya veo, ya. Por eso se te iban las manos, pillina.
—Sería un acto reflejo, ya sabes —quise disimular. Prefería zanjar el tema y volver a mis quehaceres, aparte de que en cualquier momento podía aparecer Marta por allí—. Y vosotras qué, ¿secuestrasteis a algún stripper?
—Yo no, soy una sosa, aunque ganas no me faltaron. También me fui al rato. Pero por lo visto las dos marujas se lo pasaron en grande con un par de muchachotes fornidos…
—Venga ya, no me lo creo. ¿Te refieres a…?
—Schhhh, nada de nombres, que las paredes oyen.
Me quedé momentáneamente bloqueada, no podía ser. Enrico no apareció hasta el sábado y Sonia afirmaba que mi jefa había salido del garito en buena compañía. ¿Se habían ido juntos? No, era imposible…
¡Maldita sea! Por eso se mostró tan preocupado Enrico cuando le dije lo de Marta. ¡Claro, ahora lo veía nítido y transparente! El muy capullo se lo había pasado en grande con mi jefa durante toda la noche y se sintió culpable cuando se enteró de quién era.
Pero entonces, ¡me había vuelto a engañar! El cabronazo me preparó todos aquellos exquisitos manjares para lavar su conciencia, esperando que yo nunca llegara a enterarme de la realidad. Me iba a oír el maldito italiano, ya me tenía harta.
De todos modos, estaba prejuzgando de nuevo; no podía precipitarme y sacar conclusiones apresuradas. No sería la primera vez en mi vida que metía la pata por pasarme de lista. Le daría a Enrico una última oportunidad, pero si realmente había sucedido lo que estaba pensando, acabaría de una vez por todas con el Don Juan de la Toscana. Tenía que averiguar más datos sonsacando a Sonia.
—Pero entonces, ¿las marchosas continuaron la juerga con dos maromos? —pregunté a mi vez, temiendo la respuesta.
—Sí, la prima de la novia y la que se unió la última a la fiesta, creo que la conoces bien. Hicieron muy buenas migas y dicen las malas lenguas que también las hicieron después en un cuarteto muy afinado.
—Joder, ¡qué fuerte! Mi…, bueno, ya sabes, y su amiga, disfrutando de la noche barcelonesa. Dicen que el sexo es bueno para el cutis.
—Anda, no seas mala. Una chica de otra mesa me dijo que vio saliendo a tu jefa del baño con un maromo, pero no sé si sería ése con el que luego se largó. Creo que los cuatro se metieron en un taxi y se fueron a casa de alguien. A lo mejor la maratón sexual les ha durado todo el finde y no pueden ni moverse…
—No me extrañaría, aquellos tíos tenían pinta de ser “generosos” en todas sus actuaciones —contesté con descaro, esperando que mi interrupción en el baño hubiera evitado que Marta se fuera con su primera elección.
—Bueno, seguiremos cotilleando en otro momento, que tengo mucho trabajo pendiente. Tú por lo menos no tienes por aquí a tu responsable, algo es algo. Ya nos meteremos un poquito contigo cuando estemos todo el grupito, no te creas que esto ha acabado…
—Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. ¿No dicen eso los tíos en las pelis? Pues nada, aplícate el cuento.
Sonia sonrió ante mi ocurrencia y regresó a su sitio. Decidí no comerme la cabeza, bastantes problemas tenía ya encima. Enrico no se había ido con Marta, él me aseguró que no pasó nada entre ellos y debía creerle. ¿O no?
Me fui también para mi sitio, esperando tener una mañana tranquila. Seguiría buscando información sobre la noche más transgresora de Barcelona, aunque andaba algo perdida. En aquella jornada de lunes post fiesta era cierto que prefería no tener a Marta revoleteando a mi alrededor, pero en algún momento tendría que enfrentarme a ella. Y además, ella debía guiarme un poco para empezar cuanto antes con el reportaje, se nos echaba el tiempo encima.
Al rato recibí un correo en mi bandeja de entrada. El remitente era Marta y me decía que ese día no acudiría a la oficina porque tenía otros asuntos que atender. De todas maneras, me enviaba documentación para revisar y una lista de enlaces de Internet donde hablaban de diversos temas relacionados con algunas actividades que solían desarrollarse en la noche de Barcelona, muchas veces fuera de la legalidad vigente.
Allí encontré datos sobre la prostitución de lujo con scorts; carreras ilegales en circuitos urbanos; los casinos clandestinos organizados por la mafia china; el circuito no profesional de deportes de contacto como el boxeo o las artes marciales extremas, con sus distintas ramificaciones; fiestas privadas en casa de algunos ricachones donde las drogas y el sexo duro estaban a la orden del día y otros asuntos igual de escabrosos.
He de reconocerlo: me asusté. Y mucho. Yo era periodista, sí; por lo menos había estudiado la carrera y lo tenía por mi vocación. Admiraba también algunos de los reportajes de investigación que había visto en la televisión, realizados a cargo de grandes profesionales del ramo. Incluso recordaba los graves problemas que un periodista que escribía libros con seudónimo había tenido al infiltrarse en grupos radicales de extrema derecha, o en las redes de trata de mujeres.
No era un caso tan grave, pero ninguno de los puntos allí tratados podían ser documentados como si fueras a pasear por la playa. Requerían una cuidadosa preparación, contactos, seguridad y quizás sólo con eso no sería suficiente. Tendría que acompañarme alguien, tal vez necesitáramos dinero extra para abrir o acallar algunas bocas y otros detalles que en ese momento ni siquiera llegué a plantearme.
Noemí estaba muy ocupada y no quise molestarla, ya se lo comentaría en casa. A la hora de la comida se quedó en su puesto apagando fuegos, así que me fui sola a dar una vuelta. Quizás las chicas de administración hubiesen querido almorzar conmigo, pero preferí comer algo ligero y despejarme en la calle para aclarar mis ideas. Esperaba que no me tacharan de rarita en la oficina, aunque me daba un poco igual.
Además, no tenía ganas de seguir hablando del dichoso viernes con ellas, y seguro que saldría el tema. Mejor olvidarlo durante unos días, y así quedaría cada vez más relegado en las memorias de todas las chicas asistentes a la fiesta.
Tampoco podía ser nada tan extremo, Marta no iba a obligarme a meterme en la boca del lobo. ¿O era esa su verdadera intención? Un nubarrón oscuro se cruzó ante mí y mi corazón se encogió. Yo creía en las señales, y aquello me sonaba a mal presentimiento.
Era imposible, no podía ser tan retorcida. ¿Y si Marta llegó a verme cuando yo salía del baño? Tal vez me hiciera responsable de haberle jorobado la noche, y quisiera hacérmelo pagar. O peor aún. Había averiguado la peculiar relación que me unía a aquel impresionante bailarín, y los celos habían podido con ella.
Eso era una solemne tontería, me dije. Lo primero de todo porque si Marta no me quisiera en el equipo, me despediría o me devolvería a la categoría de becaria. Y lo segundo, porque la responsable última de los reportajes que se publicarían en la revista sería ella. Si yo no lo hacía bien, si me metía en un lío, o si llegaba el caso de que mi seguridad se viera seriamente comprometida, ella tendría que asumir las consecuencias.
Por más vueltas que le daba no encontraba otras salidas. Tal vez yo estaba exagerando, y mi responsable sólo me había enviado unos cuantos temas que podrían ser interesantes para investigar más a fondo sobre ellos. A lo mejor ella sólo me ponía a prueba, para ver hasta dónde era capaz de llegar. O simplemente eso era lo normal en una revista de las características de la nuestra, y yo veía dragones dónde sólo aparecían gaviotas.
De vuelta a la oficina se me pasó la tarde volando mientras investigaba toda la documentación que me había enviado Marta, más todo lo que pude yo averiguar brujuleando por Internet. Busqué casos similares y posibles noticias o reportajes que hubieran salido en prensa o televisión sobre todos y cada uno de los temas de la lista que obraba en mi poder. Cuando me quise dar cuenta eran más de las siete de la tarde.
Al salir coincidí con Marc, y bajamos juntos en el ascensor. Las dos chicas que iban con nosotros se quedaron en una planta intermedia y ambos llegamos solos al hall del edificio. Yo iba distraída, pensando en mis cosas, y Marc me observaba preocupado.
—¿Te sucede algo, reina mora? No tienes muy buena cara…
—No sé, Marc, estoy algo agobiada. Mi jefa me ha mandado unas cosas muy raras, y no sé dónde me estoy metiendo.
—No te preocupes, Marta siempre quiere hacer las cosas a lo grande, ella es así. Seguro que luego es menos de lo que te crees. Acabas de empezar y querrá apretarte, nada más. Por cierto, no la he visto. ¿Cuándo ha llegado?
—No, si no se ha presentado en todo el día en la oficina, ya te contaré —dije sin darme cuenta. Marc era el chismoso de la oficina y no podía decirle lo que sabía de Marta. Ni lo que había visto yo en persona ni los rumores que me comentó Sonia por la mañana—. Me ha enviado un correo con posibles temas a incluir en el reportaje y me he acongojado un poquito, por no decir otra cosa.
—Nada, mañana lo hablas con ella y todo quedará aclarado. Siento tener que irme a la carrera, pero me están esperando. Eso sí, mañana nos vamos juntos tú y yo a comer y me lo cuentas todo.
Marc me guiñó un ojo y se despidió de mí con un cariñoso beso en la mejilla. Nada más abrirse la puerta del ascensor salió disparado y casi ni me dio tiempo a replicarle. Esperaba no haber metido demasiado la pata, al maquetador de la revista no se le podían contar según qué cosas. Aunque seguramente podría enterarse de cualquier rumor en el seno de la oficina, de eso estaba más que segura.
Hacía buena tarde, así que repetí la jugada de la semana anterior. Me fui dando una vuelta hasta el centro y después me subí a un autobús que me dejaba en mi nuevo barrio. Así hacía tiempo mientras llegaba Noemí al piso, y quizás también Enrico. Pero, ¿tenía ganas de ver a Enrico o simplemente quería estrangularle?
Los celos me estaban matando, no podía negarlo siendo objetiva. No tenía ninguna prueba de que el misterioso acompañante de Marta durante su fin de semana orgiástico hubiera sido mi italiano preferido. Para el caso, ni siquiera podía asegurar que mi jefa no hubiera venido a la oficina por ese motivo. Quizás estaba enferma de verdad, o tenía cualquier otro tipo de problema, no se podía ser tan mal pensada.
Vale, me dije. Olvidemos por un momento al macizo de Enrico y centrémonos en lo principal de aquel día: el dichoso mail de Marta. Tal vez Marc tenía razón y yo estaba exagerando, pero prefería aclarar las cosas antes de empezar. Más que nada, por no pasarme de lista o quedarme corta en mis apreciaciones a la hora de enfocar el asunto. Desde luego tendría que hablar con Marta al día siguiente, sin falta.
Tan inmersa me encontraba en mis elucubraciones que me pasé de parada en el autobús. Tuve que volver andando trescientos metros hasta la esquina de mi calle, pero no me importó demasiado. Subí a casa sin saber si estaría sola o acompañada en el piso. Algo bueno había tenido la tarde: estaba preocupada por lo del reportaje, pero no sentía nervios ante la posibilidad de toparme de frente con Enrico.
Y eso que hablar con Sonia me había sacado de mis casillas. Era imaginarme a la loba de mi jefa devorando a Enrico y me sulfuraba a más no poder. No, todo eran imaginaciones mías. Les jorobé su rollito con mi estelar aparición, y ella tuvo que elegir otro maromo para saciar su furor uterino. Ojalá fuera esa la única verdad. Por mi bien, y sobre todo por el de Enrico. Si el chef de la Toscana me había vuelto a vacilar se iba a enterar de lo que podía hacerle una toledana en plena ebullición. La venganza es un plato que se sirve frío.
Deseché los pensamientos funestos e intenté poner la mejor cara que pude al entrar al inmueble, aunque la procesión iba por dentro. Nada más cruzar el pasillo divisé a Noemí sentada en el sofá del salón. Parecía ignorar el murmullo de la televisión, puesta con el volumen muy bajito, mientras se afanaba en chatear con su móvil, tecleando a una velocidad en la que apenas se veían sus dedos.
Siempre me había maravillado esa cualidad de algunas personas. Yo siempre he tardado dos horas en mandar un SMS y con el Whatsapp tampoco había mejorado demasiado. Ni con pantallas más grandes y teclados mucho más accesibles, eso no era lo mío. Nada que ver con los chavales que te podías encontrar en el metro: chateaban a toda velocidad, sin mirar la pantalla, mientras seguían hablando con sus colegas. Bendita juventud, divino tesoro.
—Hola, Noemí. Ya veo que estás liadilla con el móvil…
—Hola, Eva, no te había oído llegar. Tranquila, estaba chateando con Paul por Whatsapp, me sale más barato que llamarle por teléfono.
El novio de Noemí, Paul, se había ido a Irlanda semanas atrás. De hecho fue su plaza en el piso la que ocupaba yo en esos momentos. No quería ser desconsiderada, claro, pero si él regresaba pronto, igual me “invitaban” a abandonar la casa. Aunque Paul durmiera en la habitación de Noemí, tal vez prefirieran que no compartiéramos piso entre cuatro personas. Enrico y yo más… Buff, en ese momento pensé que podríamos ser dos parejas y la mente se me nubló. Debía centrarme y ser educada.
—Claro, es normal. ¿Y qué tal le va por Irlanda? —pregunté con segundas.
—Parece que le va bien al capullo, no tiene ganas de volver. Por un lado me alegro por él, pero por otro… No sé, seguro que alguna pechugona irlandesa le ha comido el coco. Ni siquiera sé si seguimos siendo pareja…
—Anda, no digas eso. Ya verás como muy pronto le tienes de vuelta aquí. Oye, ¿y por qué no vas a verle tú un fin de semana? Creo que hay vuelos baratos a Dublín en alguna compañía de esas de low cost.
—Sí, también lo había pensado. Y eso que le tengo pánico a los aviones. Se me pasó por la cabeza darle una sorpresita, ya sabes. Pero igual la sorpresita me la llevaba yo, y no es plan. Así que de momento creo que paso.
¡Vaya dos! Noemí y yo teníamos un grave problema con “nuestros hombres”. Ella porque no sabía si seguía siendo la novia de Paul, y yo, porque ni siquiera sabía qué hacer con el italiano. Me lo comería a besos, esa era la realidad, pero también me daban ganas de darle una buena paliza y borrarle esa sonrisa cínica de su rostro varonil.
—Bueno, no lo pienses más. ¿Estamos solas hoy en casa? —quise averiguar por si acaso. Con Enrico nunca se sabía…
—No, de momento tenemos al florentino por aquí danzando, aunque creo que se tiene que ir a trabajar. Está en la terraza, discutiendo al parecer por teléfono con alguien de su familia. Antes me he asomado y estaba algo alterado, gritando en italiano y según mi modesta opinión, soltando más de un taco en la lengua de Dante.
—Ya veo, menudo plan. Parece que los tres estamos algo jodidos…
—¿Y eso? Creía que ya se te había pasado la resaca. Y el momentazo con el stripper por lo menos tendría que arrancarte una sonrisa, ¿no? Ahora que me fijo bien, tienes pinta de preocupada.
—Déjate de momentazos —contesté mientras evocaba el culo prieto que palpé a manos llenas—. Es por lo del reportaje, no sé a qué atenerme.
—Venga, cuéntaselo a la hermana mayor, que lo estás deseando —dijo mientras me señalaba el hueco libre del sofá situado a su izquierda.
—No, de verdad, yo no quería… Bastante tienes con lo tuyo como para que venga yo ahora con mis chorradas de novata.
—Déjate de tonterías o me voy a enfadar de verdad —me regañó en plan amistoso—. Siéntate aquí y cuéntame eso que te preocupa tanto, seguro que no es tan malo cómo parece a primera vista.
Le expliqué lo que me había sucedido en la oficina: el mail recibido, mis paranoias mentales y todo lo que rondaba por mi mente a punto de explotar. Evidentemente soslayé lo relacionado con Marta y su posible fiesta sexual del fin de semana. Sólo le dije que la responsable del departamento no había ido a la oficina, y las preocupaciones que prendían en mí al ver las posibles implicaciones de un reportaje que antes de comenzar ya me estaba dando muchos quebraderos de cabeza.
Noemí me escuchó atentamente, haciendo algunos incisos y puntualizaciones según le iba relatando mis penas. Me miraba con gesto serio, calibrando mis palabras. Cuando terminé se quedó unos segundos callada, me miró a los ojos e intentó tranquilizarme:
—Yo creo que no es para tanto, Eva. Puede que se te haya ido un poco la pinza pensando cosas raras, pero ni Marta ni los jefazos de la revista van a permitir que te metas en un jaleo de esos que tú te imaginas. No te pongas en lo peor.
—Vale, quizás me he puesto un poco melodramática. Pero sigo sin verlo claro, hay muchos cabos sueltos que no sé por dónde mirar.
—Sí, en eso tienes razón: sitios por visitar, logística, horarios, posibles acompañantes, presupuesto para investigaciones, contactos en lugares clandestinos, etc. Eres joven e inexperta, pero por lo poco que te conozco no creo que te vayas a asustar ahora. Seguro que puedes hacerlo muy bien. De hecho creo que vas a conseguir un reportaje fabuloso.
—Gracias por la confianza, Noemí, pero no sé yo... Tengo que aclarar muchos puntos antes de empezar, no me voy a lanzar a la aventura para luego quedar yo mal, o hacer quedar mal a la revista. Hablaré mañana sin falta con Marta, que el número de agosto está a la vuelta de la esquina.
—Claro, que te lo pongan todo por escrito. Y si tienes que hacer horas extras por la noche (lo digo porque todo ese tipo de negocios no suelen operar a la luz del día), que te las paguen o por lo menos no te obliguen después a cumplir a rajatabla el horario de oficina. Seguro que llegáis a un acuerdo, habla con Marta. Es una tía razonable, de verdad. Algo estirada, pero no es mala jefa. O eso me han dicho.
—No, si yo no tengo queja, la verdad —contesté con sinceridad. Por lo menos en el plano profesional, porque en el personal la arrastraría de los pelos por toda la oficina después de haberla visto en acción. Sí, soy una bruja, ¿algún problema?—. Lo de estirada para lo que quiere también, viendo lo que se rumorea por ahí…
—Ten cuidado con esas cosas, que las carga el diablo. No te fíes de rumores ni suposiciones, ni hagas caso a las chismosas de la revista. Y me refiero también a tu amigo Marc, que es muy majo pero no veas la lengua viperina que se gasta el muchacho. Tú a lo tuyo, a trabajar duro y salir adelante. Lo digo porque hoy se rumorea de una y mañana puede que de otra, ya me entiendes. La gente es mala por naturaleza, y tú eres demasiado inocente todavía. Tienes que hacerte a la gran ciudad, y una sólo se acostumbra a base de palos. Te lo digo yo, por propia experiencia.
—No, si yo paso de esas cosas —contesté, azorada por el rapapolvo—. Tienes toda la razón, Noemí, lo primero es lo primero. Gracias de nuevo por todo, eres una gran amiga.
—Sólo quiero que no te pisoteen, que este mundo oculta más inmundicias de las que tú te crees. Te ponen buena cara, una sonrisita y ¡zas! A la que te descuidas te han clavado la puñalada por la espalda. Y eso que yo soy informática y estoy rodeada de tíos en mi departamento. En eso los hombres son más simples. Si te tienen que insultar o liarse a puñetazos, lo hacen y punto. Las mujeres solemos ser más sibilinas en esas cuestiones, y una oficina llena de hembras puede convertirse en un auténtico nido de víboras.
—No me asustes, Noemí. Ya me dijo Marc que tenía muchos ojos pendientes de mí, y no todos precisamente para felicitarme.
—Por eso lo digo, Eva. Marc no es santo de mi devoción, aunque la verdad es que no me ha hecho nada malo. Pero tiene razón, ten cuidado. La envidia es muy mala, es el deporte nacional por excelencia, ya sabes. Así que cuídate las espaldas. Y cualquier cosa que vayas a hacer, si es para un reportaje de la revista, con todos los puntos aclarados por delante. Pero vamos, tampoco creo yo que Marta quiera que te infiltres en la mafia rusa ni nada por el estilo.
—No, si ya… Igual he exagerado un poco.
—Has hecho bien, mejor preocuparte ahora que lamentarlo más tarde. De todos modos, conozco a alguien que te puede hacer de cicerone en la noche más canalla. De temas relacionados con el sexo seguro que sabe, y no me extrañaría nada que de peleas, apuestas u otro tipo de cosas también pueda tener sus contactos en los bajos fondos —afirmó Noemí dirigiendo su mirada hacia el pasillo.
—¿Te refieres a…? —pregunté en un tono más bajo.
—Claro, nuestro amigo Enrico ya te dije que se movía en esos ambientes. Nunca me ha contado mucho de sus negocios, ni yo he querido insistir, por si acaso. Prefiero no saber si se mete en líos, no es de mi incumbencia. Pero ir acompañada de ese pedazo de tío seguro que te hace sentir más segura. Así los malotes no te mirarán como a una niñita desvalida que se mete dónde no la llaman, tú ya me entiendes.
—No sé, la verdad. Ya es bastante lío el que tengo montado, como para inmiscuir también a Enrico en este asunto. Además, tampoco tengo tanta confianza con él como para pedirle un favor así de grande.
—Tranquila, eso déjamelo a mí. Si es que hoy está de humor, claro, que al parecer está discutiendo con alguien de su familia, o por lo menos procedente de Italia. Además, ayer os vi muy bien, ¿no? Comida a todo lujo en la terraza mientras bebíais un Chianti, después sobremesa sosegada con cafés y más tarde os vi muy acarameladitos en el sofá. ¿Me equivoco? Menos mal que el italiano no se había fijado en ti, menudo despliegue de medios para darte la bienvenida a nuestra casa.
—No fue para tanto, Noemí, de verdad —contesté abochornada. Los colores se me empezaron a subir y desvié la mirada de los ojos de mi compañera. Ella tenía razón, o por lo menos yo había llegado a la misma conclusión. Quizás porque éramos chicas, y Enrico lo veía todo de un modo más pragmático. El caso era que esa situación podía entenderse de diferentes formas. Obvié ese asunto y seguí con el tema principal de la charla en esos momentos—. Pero vamos, no te molestes, no hace falta que le digas nada.
—Hablando del rey de Roma…
Enrico asomó por el pasillo con gesto serio. Llevaba el móvil todavía en la mano y andaba distraído. Cuando entró en el salón creí ver la preocupación en sus ojos, mientras su mandíbula tensa reflejaba la lucha que vivía en su interior. Me pareció incluso que apretaba los dientes, haciéndolos rechinar, en un gesto que ya había visto en más gente. Incluso su bonita frente aparecía surcada de pequeñas arrugas al fruncir el ceño, y sus labios se curvaban hacia abajo, abatidos. Pero entonces nuestras miradas se cruzaron y todo cambió en un instante.
Él me miró con esos ojos profundos, lanzando su tremendo poder sugestivo contra las pequeñas murallas levantadas ante mis pupilas. Creí hundirme en un pozo oscuro, dejándome llevar hacia el abismo de su mirada densa, caliente y peligrosa. Perdía pie a cada instante, pero no me importaba. Sólo quería encontrar el fondo de aquel pozo sin fin, y no luché en vano, su magia era superior a mis fuerzas…
—¿Hablabais de mí, chicas? —preguntó ufano. La sonrisa floreció de nuevo en su rostro y su gesto se relajó perceptiblemente. No sabía si había sido por mi presencia en la sala, pero eso quise creer en ese momento.
—Sí, Rico, pero nada malo. Oye, perdona que me meta dónde no me llaman, espero que vaya todo bien. Lo digo por la llamada y eso…
Noemí no se cortó un pelo y se lo soltó a bocajarro al italiano. Yo aparté la mirada y bajé la cabeza, esperando la respuesta de nuestro compañero de piso.
—Tranquila, una discusión familiar como otra cualquiera. La idiota de mi hermana y sus neuras, nada importante —afirmó Enrico mientras su rostro se ensombrecía de nuevo.
—Bueno, mejor así. Venga, alegrémonos un poco, que estamos todos muy mustios. Por eso te nombraba antes, creo que igual puedes echarle una mano a Eva con su pequeño problema profesional.
—Puede ser, tal vez… ¿De qué se trata? —preguntó Enrico con curiosidad, mientras seguía taladrándome con aquellos ojos vertiginosos.
—No, si yo… —balbuceé de nuevo mientras me moría de vergüenza. Ya había vuelto a las andadas, nerviosa perdida delante de Enrico. Con lo que me había costado encontrar el equilibrio interior—. No es nada, de verdad. Gracias por preguntar.
—¡Ah, no! De eso nada, ricuras. No me vais a dejar con la intriga. Así que ya estáis empezando a hablar o no respondo de mí —replicó el italiano entre risas, mientras yo me imaginaba todo tipo de torturas placenteras a cargo de un verdugo demasiado sensual.
—Es algo del trabajo, pero ya lo tengo arreglado. Mañana hablo con mi jefa y lo soluciono, no os preocupéis.
El rostro de Enrico cambió de nuevo, a una velocidad vertiginosa. Yo había dicho esa frase sin mala intención, pero él torció el gesto. No había caído en que Enrico conoció a Marta en circunstancias que yo no quería evocar. Y al parecer tampoco él, o eso me pareció en ese instante. Menos mal que intervino Noemí para arreglar el entuerto.
—Es el reportaje que tiene que preparar Eva para la revista, Enrico. Su primer gran encargo, algo importante. Y al parecer su jefa tiene unas ideas un poco peligrosas sobre lo que una joven periodista puede llegar a indagar en la noche más transgresora de nuestra ciudad.
—¿A qué te refieres exactamente? —inquirió con tono profesional—. Tal vez yo pueda ayudaros o por lo menos indicaros algo que os sirva para vuestro propósito.
Esto lo dijo mirándonos a ambas, pero fijándose más en Noemí. Casi como si aquello fuera algo de las dos, cuando él sabía perfectamente la verdad. Quizás había visto la incomodidad en mi gesto y no quiso forzarme más, apartando su mirada fija de mi rostro. Un hombre como él debía conocer la influencia que sus ojos negros ejercían sobre cualquier mujer que se le ocurriera mirarle de frente.
—¿Se lo cuentas tú o se lo cuento yo? —me preguntó Noemí al verme tan parada. La duda me corroía por dentro, y no sabía si sería una buena idea. Al final me dejé llevar y le hice un gesto a mi amiga para que siguiera hablando ella.
Noemí le contó toda la historia a Enrico, por su puesto a su modo y manera. Yo reaccioné al fin y metí baza para puntualizar algunos aspectos de su intervención. Enrico nos miraba divertido, asentía y preguntaba también algún detalle que no le hubiese quedado demasiado claro. Cinco minutos después la informática acabó de hablar y Enrico, que estaba apoyado en el brazo lateral del sofá, se incorporó y comenzó a caminar por la estancia, mientras reflexionaba en voz alta.
—Ummm, ese reportaje puede tener muy diversas connotaciones. Demasiados frentes abiertos, quizás habría que centrarse para no errar el tiro —comenzó diciendo más para sí que para sus espectadoras, absortas y pendientes de sus palabras—. No te preocupes, Eva, déjame darle una vuelta.
—No, si yo… De verdad, no te molestes. Noemí tiene razón, debo hablar con mi jefa y aclarar algunos aspectos, nada más. Seguro que no es para tanto.
—Bueno, de todas maneras creo que puedo ayudarte. Llevo demasiados años trabajando en la noche y conozco a mucha gente. Será más fácil entrar en determinados sitios si se tocan las teclas adecuadas. Sólo si tú quieres, claro, yo no te quiero imponer nada.
Esto lo dijo mirándome de nuevo, mostrando en su rostro patricio una serenidad pasmosa. Ya no me parecía tan chulo ni tan canalla, pero su aplastante seguridad en sí mismo lo hacía aún más atrayente.
—No, si…, claro. Por supuesto, te estoy muy agradecida con tu ayuda. Si te parece hablo con Marta y según lo que me diga, así hacemos.
Noemí me miraba con gesto extraño, quizás evaluando los motivos por los que yo seguía comportándome como una colegiala en presencia de Enrico. El día anterior había sido maravilloso y disfruté de una velada increíble en compañía del hombre de mis sueños. Pero eso se había esfumado. Y de nuevo, allí estaba yo, nerviosa como un flan y tartamudeando cada dos por tres.
Enrico, por su parte, hizo un gesto de asentimiento, al parecer ajeno a mi turbación. No sería la primera vez que le sucedía, eso estaba claro. Lo tomaba como algo normal y al quitarle importancia ayudaba también a disminuir la tensión resultante.
—Ok, no hay problema. De todos modos voy a hacer un par de llamadas. Esta noche trabajo, pero mañana y el jueves los tengo libres. Ve haciendo hueco en tu agenda, porque igual te llevo de tournée por la ciudad. ¿Tienes miedo a las motos?
—No, yo… ¿Por qué lo dices? —intenté decir como una persona normal.
—Tengo una moto grande, una Honda CBR. Es mi medio de transporte por la ciudad, no me gustan demasiado los coches. Iríamos los dos en mi moto, es por eso. Sé que hay personas que le tienen pánico a las motos, de ahí mi pregunta. Tranquila, soy un conductor muy prudente y no suelo cometer infracciones ni hacer el indio por la carretera. Aunque quizás, dependiendo de una llamada que tengo que hacer…
—¿De qué estás hablando, Enrico? —intervino entonces Noemí—. Ni se te ocurra meter en algún lío a la muchacha o te las tendrás que ver conmigo.
—Ya está la sargento de hierro. Tranquila, no voy a hacer nada malo. Eva, no le hagas ni caso. Oye, ¿tienes Whatsapp?
—Sí, claro —respondí como un autómata.
—Muy bien, dame tu número. Te hago una llamada perdida ahora y así me tienes localizado. Esta noche volveré tarde y no te voy a despertar. Pero mañana al mediodía me pongo en contacto contigo y hablamos. Quizás por la noche salgamos de turismo por la ciudad.
—Vale, muy bien —contesté alucinada.
Ni siquiera me había dado cuenta de que no tenía su teléfono ni Enrico tampoco el mío. Independientemente de la atracción animal que aquel hombre ejercía sobre mí, siempre era bueno que dos compañeros de piso estuvieran localizables a través del teléfono. Así que le di el número y él hizo la llamada referida. Grabé entonces su número con indiferencia, como si aquello no me importara demasiado.