Capítulo VIII

AL oír las palabras de Ferranti, Joe Adamo se puso lívido.

—No comprendo qué puede haber pasado —dijo éste visiblemente nervioso.

—¡Averígualo! —le ordenó Ferranti muy excitado. Luego, más calmado añadió—: Joe, este asunto empieza a oler muy mal. Las cosas se están complicando y podemos tener problemas.

—Haré lo que pueda, Ferranti.

—¡Tienes que hacer mucho más que eso! —bramó éste—, ¡Por Dios, Joe! ¿Es que no te das cuenta? ¡Si Enzo Mila decide tomar personalmente cartas en el asunto, vamos a pasarlo mal!

—De acuerdo, de acuerdo. Te mantendré informado.

Joe Adamo colgó el teléfono y se echó hacia atrás. El sudor había aparecido en su frente y en sus manos. ¿Qué les habría ocurrido a Dick Dandy y a Malone? ¿Por qué no se comunicaban con él? ¿Por qué la muchacha seguía con vida? Algo había fallado.

Llamó al Excelsior, pero le informaron de que no tenían ninguna noticia de Malone.

Tenía un par de soluciones. O enviaba a otro de sus hombres para que intentara averiguar lo que había ocurrido, o se encargaba él mismo del asunto.

Decidió que esta última era la mejor solución.

* * *

El capitán Brown hizo un amigable saludo a Jimmy Cash cuando entró en su despacho. —Tome asiento, teniente.

Brown le ofreció un cigarrillo.

—¿Cómo van las cosas?

—Les estoy ganando la partida, capitán.

—He oído que se ha cargado a Dick Dandy y a Malone.

—Eran ellos o yo. Anoche se presentaron en mi apartamento con intención de liquidarme.

—¿Y la chica?

—Vigilada.

—¿Por qué no me lo cuenta todo, teniente?

—No hay mucho que contar. Sólo que se da la circunstancia de que los asesinos de mi hermano y de mi mujer, pertenecen a la misma organización. Es una casualidad macabra, pero que favorece mis planes. De un tiro voy a matar dos pájaros.

—Un momento —el capitán se abalanzó hacia adelante—. ¿Ha dicho los asesinos de su hermano? ¿Es que piensa que fue asesinado? ¿Que no se trató de un accidente?

—Estoy casi seguro, capitán.

—¿Tiene alguna prueba de lo que está diciendo?

—Todavía no. Pero no tardaré en tenerla si todo sale como lo tengo planeado.

—¿Puedo conocer sus planes?

—Por supuesto. Es muy simple. Les he tendido una trampa en la que espero que caigan. Verá, capitán…

* * *

Joe Adamo no pensaba cometer ningún error. No podía permitirse ese lujo porque se estaba enfrentando a un tipo que le odiaba y que únicamente pensaba en la venganza. Y cuando alguien tiene ese pensamiento en su cabeza, puede volverse terriblemente peligroso sobre todo tratándose de un hombre como el teniente Jimmy Cash.

Adamo había empezado a pensar que Dick Dandy y Malone estaban ya en el otro mundo. De otro modo, no se comprendía su silencio. Pero ¿y la muchacha? ¿Dónde estaba? ¿La habría liquidado también Jimmy Cash?

Sus inquietantes pensamientos se vieron interrumpidos cuando vio llegar el coche del teniente frente al edificio de apartamentos donde vivía. Jimmy, permaneció unos instantes en el interior del vehículo, como si estuviera decidiendo lo que tenía que hacer. Por fin le vio apearse del mismo. Adamo llevó su mano derecha a la pistola que ocultaba bajo su impecable americana. Calculó los riesgos. En aquel momento, la calle estaba prácticamente desierta. Sólo habían un par de transeúntes hablando en una esquina. Con un poco de suerte, podía acercarse con su vehículo al teniente y disparar sobre él y huir rápidamente en dirección a la calle Trenton…

Joe Adamo empezó a sudar. ¿Y si fallaba? Hacía mucho tiempo que no se dedicaba a aquella clase de trabajo. Ahora era un alto ejecutivo de la organización, pero con toda seguridad perdería su privilegiada posición si aquel asunto salía mal. Ferranti no perdonaba y mucho menos Enzo Mila.

Puso el coche en marcha y se acercó lentamente en dirección al teniente el cual caminaba con evidente lentitud en dirección al edificio de apartamentos donde vivía. Joe Adamo tuvo la sensación de que Jimmy Cash le estaba provocando, de que sabía perfectamente que iba a por él… y que en cualquier momento se volvería y le dispararía…

Joe Adamo apretó a fondo el acelerador. El coche chirrió y salió despedido hacia el teniente.

Cuando Cash se volvió sujetaba su Magnum con ambas manos.

Joe Adamo no se había equivocado. Cash le estaba esperando.

Los dos primeros disparos del teniente, fueron hechos contra las ruedas del coche. El vehículo, alcanzado de pleno, se detuvo en seco.

Adamo, saltó del mismo y disparó contra el teniente parapetándose detrás de la portezuela.

—¡Quieto! —oyó a sus espaldas.

Adamo se volvió y vio a dos policías que le estaban apuntando con sus armas.

¡Había caído en una trampa!

Vio a Cash avanzando hacia él sujetando su terrorífica pistola con ambas manos.

—Suelta el arma, Adamo. Estás perdido.

No le quedó otro remedio que obedecer.

Cash se plantó a su lado. Tenía una sonrisa de triunfo en sus labios.

—Esta vez no te vas a librar tan fácilmente de la cárcel, Adamo —le dijo entre dientes—. A no ser que te decidas a colaborar conmigo.

—Ya le dije en una ocasión que yo no colaboro con la policía, teniente.

—Veremos…

Los dos policías cachearon a Adamo y luego le pusieron las esposas.

—Llevadlo a la comisaria. Luego iré para hablar con él.

Mientras el coche patrulla se alejaba de allí, Jimmy Cash se apoyó en el suyo y dejó escapar un bufido. Todo había salido bien. Su plan funcionaba.

Ahora iría a por los peces gordos…

* * *

Ferranti estaba hablando con su nuevo corredor. Tony Smith. No muy lejos de ambos hombres, los mecánicos se afanaban en poner a punto el McLaren que iba a utilizar Smith.

—Mi forma de correr es distinta a la de Billy Cash, señor Ferranti —le estaba diciendo el corredor—. No soy tan arriesgado como lo era él. Tendrá que hacerse a esa idea si quiere que forme parte de su escudería.

—No te exijo que lo hagas como Cash, muchacho —respondió Ferranti—. Billy era único. Sólo te pido que arriesgues un poco más y que procures tomar las vueltas agresivamente. Es ahí donde se ganan las carreras. No en las rectas.

De repente, Ferranti vio acercarse un lujoso automóvil que conocía muy bien.

Era el Chevrolet y a prueba de balas de Enzo Mila.

—Tengo una visita —le dijo a Tony Smith—. Comprueba que el McLaren está a punto en cuanto los mecánicos hayan acabado con el trabajo que están haciendo. Pasado mañana partimos hacia Brasil.

Mientras el corredor se alejaba. Ferranti vio detenerse el coche de Mila. Aquélla era una visita que no le gustaba lo más mínimo. Cuando su jefe aparecía sin avisar, es que algo iba mal.

Se encaminó lentamente hacia el Chevrolet preguntándose qué podía suceder.

Enzo Mila había bajado el cristal de la ventanilla y le ordenó:

—Sube, tenemos que hablar.

Ferranti tomó asiento al lado de su jefe. Enzo Mila cerró la portezuela bruscamente. Luego, le mostró un ejemplar del New York Times.

—¿Qué significa esto, Cleo?

«Los cadáveres de Dick Dandy y de Jack Malone, dos conocidos pistoleros relacionados con la mafia, aparecen flotando en aguas del Hudson.»

Ferranti palideció.

—No sabía nada…

—Eran los encargados de eliminar a Cash y a la chica, ¿no es cierto?

—Sí.

—Pues ya lo ves. Han fracasado. El teniente ha sido más listo que ellos. ¿Y la chica?

—No lo sé.

—¿Qué no lo sabes?

Ferranti había empezado a sudar. Se pasó una mano por los cabellos.

—Señor Mila, aquí está ocurriendo algo muy raro.

—¿Qué diablos quieres decir?

—Si Cash se ha cargado a Dandy y a Malone, ¿por qué ha arrojado sus cuerpos al Hudson? No es la forma de proceder de un policía.

—¡Yo no sé si es la forma de proceder de un policía o no, Cleo! —gritó Mila—. Pero los hechos están ahí. Cash sigue vivo y no sabemos dónde está la chica. ¡Y ambos representan un gran peligro para nosotros! Si esa muchacha se decide a hablar, vamos a pasarlo mal.

—Está bien, señor Mila. Haré lo que pueda para solucionar este asunto.

Enzo clavó en Ferranti sus ojos llenos de odio.

—Te doy veinticuatro horas, Cleo. Recuérdalo bien. Veinticuatro horas. Si en ese tiempo no has solucionado el problema atiéndete a las consecuencias.

Ferranti se apeó del automóvil de su jefe y cuando éste se alejó se apresuró a ir a la cabina telefónica para hablar con Joe Adamo, pero nadie cogía el teléfono y eso le inquietó aún más.

No le quedaba otro remedio que trasladarse a Nueva York antes de que su cabeza rodase por los suelos.

Enzo Mila jamás amenazaba en vano.

* * *

El teniente Cash, encendió tranquilamente un cigarrillo y miró a Joe Adamo. También éste aparentaba estar tranquilo, pero Jimmy sabía muy bien que estaba fingiendo.

Ambos se encontraban en el despacho del teniente.

—Bien, Adamo —dijo finalmente Jimmy Cash—. Te das cuente de lo delicado de tu situación, ¿verdad? Se te acusa de intentar matar a un representante de la ley y si además puedo probar que interviniste en el asesinato de mi hermano puedes pasarte el resto de tu vida en la cárcel.

—Pero ¿de qué estás hablando, teniente? —saltó Joe Adamo—. ¡Su hermano murió en un accidente!

—Tú sabes que eso no es cierto —respondió Cash—. Y tarde o temprano lo probaré.

Pero hay más, Adamo. También te acuso de la muerte de mi esposa.

—¡Mentira! —gritó Adamo—. ¡Eso es mentira!

—Pues Lucy Marlowe dice todo lo contrario. Ella asegura que estás implicado en el asunto.

—¿Lucy Marlowe? No sé quién es.

Cash le hizo una indicación a uno de sus hombres y la puerta se abrió poco después. Cuando Lucy entró en el despacho, Adamo se movió inquieto en la silla.

—Esta es Lucy Marlowe —dijo Cash—. ¿No la había visto nunca, Adamo? ¿Estás seguro de ello?

—No la recuerdo.

—Refréscale la memoria, Lucy.

—Esta comedia es absurda, Jimmy —se apresuró a responder la muchacha—. Joe Adamo sabe perfectamente quién soy.

¡Hija de perra! —gritó éste pegando un salto y abalanzándose contra ella. Un policía le sujetó y le obligó a sentarse de nuevo.

Cash observó a Adamo. Estaba sudando, temblaba. Su resistencia estaba a punto de venirse abajo.

—Llévate a la chica —le ordenó el teniente al agente. Luego, cuando ambos hombres se quedaron a solas, Cash se puso de pie y se acercó a Joe Adamo—. Es inútil que sigas adoptando esa actitud. Estás acorralado y tú lo sabes. No tienes escapatoria… Sin embargo, si me ayudas, intentaré hacer algo por ti.

Adamo asintió con la cabeza.

—De acuerdo. Usted gana, teniente. ¿Qué quiere saber?

—Eso está mucho mejor. Ahora escucha lo que tienes que hacer.

* * *

Ferranti cogió un taxi en cuanto abandonó el aeropuerto y se hizo conducir al restaurante Excelsior, el único lugar donde estaba seguro que podría encontrar a Joe Adamo.

Y en efecto, lo encontró en su pequeño pero elegante despacho.

—¿Dónde diablos te metes? —gritó Ferranti nada más entrar allí.

Joe Adamóse mostró tranquilo.

—¿A qué viene eso, Cleo?

—Te he estado llamando a tu casa y luego aquí. Nadie sabía dónde estabas.

—He estado fuera de la ciudad arreglando ciertos asuntos relacionados con mi negocio, Cleo. Pero ¿se puede saber qué ocurre? ¿Qué estás haciendo tú en Nueva York?

Ferranti se desplomó en una butaca.

—Hay problemas. Enzo Mila está a punto de explotar. Y yo también.

—Cálmate. ¿Quieres un trago?

—¡No! —gritó Ferranti—. Lo que quiero es saber qué ha ocurrido con Cash y con la chica y por qué los cadáveres de Dick Dandy y de Malone han aparecido flotando en el Hudson.

—No lo sé, Ferranti.

—¿Qué?

—No lo sé —repitió Adamo—. A Cash parece habérselo tragado la tierra y en cuanto a la chica, tampoco sé dónde está.

—¡Pues averígualo! —exclamó fuera de sí Ferranti.

—¿Y qué diablos crees que he estado haciendo? Tengo a mis hombres esparcidos por la ciudad haciendo averiguaciones, pero nadie sabe nada. ¿Sabes lo que pienso, Cleo? Que ese maldito policía está intentando ponernos nerviosos y por lo que veo lo está consiguiendo.

—Hay que encontrarle, Joe. Cueste lo que cueste. A él y a la chica. Y liquidarlos a los dos. Son un serio peligro.

—Entre nosotros, Cleo. Fue un error asesinar a su hermano.

—¡Pero él no lo sabe!

—¿Estás seguro? No olvides que la chica está con él y puede haberse ido de la lengua. —Teníamos que liquidarlo… Se había enterado de todos nuestros manejos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Permitir que fuera a contárselo todo a la policía? Era un riesgo demasiado grande… Pero dejemos eso. Ahora, lo que importa es encontrar a Jimmy Cash.

—Aquí me tiene, Ferranti —oyó de pronto éste a sus espaldas. El teniente apareció por una puerta que había en el despacho. Lo había estado escuchando todo.

Ferranti se arrojó como una fiera contra Joe Adamo y logró atenazarle por el cuello.

—¡Maldito bastardo! —bramó—. ¡Me has vendido! ¡Me has vendido!

Cash tuvo que golpearle en el estómago para que soltara a Adamo. Ferranti se desplomó de rodillas, respirando entrecortadamente.

—¡Levántate! —le ordenó Cash.

Ferranti obedeció pesadamente.

—De buena gana te mataría ahora mismo —masculló el teniente—. Pero eso quizá sería demasiado bueno para ti… Prefiero que te pudras en la cárcel por todo lo que te queda de vida…

Dos agentes se llevaron a Joe Adamo y a Cleo Ferranti.

Cash, se dejó caer en una silla y encendió un cigarrillo. Empezaba a sentirse mejor. Mucho mejor.

Ahora sólo le quedaba Enzo Mila.

* * *

Sintió pena por la muchacha. Era demasiado hermosa para un final tan triste.

La miró mientras apuraba la última copa posiblemente en algún tiempo.

—Te he ayudado en lo que he podido, Jimmy —le dijo ella con el miedo reflejado en sus hermosos ojos—. Espero que tú hagas lo mismo conmigo.

—Te di mi palabra y la cumpliré, Lucy. Pero no esperes milagros. Simplemente, haré lo que pueda por ti.

—Antes de despedimos quiero que sepas una cosa, Jimmy.

—¿De qué se trata?

—De tu hermano. ¿Sabes? Casi me enamoro de él. Era un gran tipo…

Dos días más tarde, Enzo Mila estaba en la tribuna principal del circuito de Daytona siguiendo la carrera de Fórmula 1 en la que tomaba parte el nuevo piloto de la escudería, Tony Smith. Todos le habían hablado muy bien de él.

Había gran cantidad de público y la carrera estaba resultando bastante entretenida. Tony Smith iba en segunda posición a pocos metros del campeón británico O'Hara.

De repente, alguien se sentó a su lado.

Fue uno de los guardaespaldas de Mila el primero en darse cuenta de que se trataba de Jimmy Cash. Pálido como un muerto, le dijo algo en voz baja a su jefe. Mila volvió la cabeza.

—Es usted un loco por presentarse de este modo, teniente —masculló aquél.

—No lo crea. He tomado mis precauciones.

—No le van a servir de nada…

—Yo creo que sí.

—¿Qué es lo que quiere?

—He venido a detenerle.

Mila se echó a reír.

—¿Detenerme? ¿De qué me acusa?

—Del asesinato de mi hermano entre otras cosas.

—Su hermano murió a causa de un accidente.

—No es eso lo que asegura Ferranti y Joe Adamo.

Después de oír aquellos nombres, Enzo Mila.se puso lívido.

—Les he detenido —dijo tranquilamente Cash—, y por la cuenta que les tiene, han cantado de plano.

—¡No es cierto!

—¿Por qué no lo comprueba usted mismo?

El guardaespaldas de Mila hizo intención de echar mano a su pistola.

—Yo de ti no lo haría —le aconsejó Cash—. Esos dos caballeros que están a tu lado, son policías.

El guardaespaldas miró de reojo a los dos hombres que estaban junto a él contemplándole sin inmutarse.

El teniente miró a Mila.

—Será mejor que venga conmigo sin armar ningún escándalo…

Mila y su guardaespaldas se pusieron de pie. Cash y los dos policías les siguieron.

Poco antes de abandonar la tribuna, el teniente volvió la cabeza en dirección a la pista. Tony Smith iba ahora en quinta posición. Tenía perdida la carrera.

Indudablemente, no era tan bueno como lo fue su hermano.

Billy Cash había sido el mejor corredor del mundo.

Y él, simplemente, un buen policía.

FIN