Capítulo V
POCO antes de que Billy Cash llegara a su lujoso apartamento, Lucy había recibido una llamada telefónica de Ferranti ordenándole que intentara averiguar si el corredor tenía realmente aquella lista y si era así, descubrir dónde la ocultaba.
Lucy se apresuró a registrar el apartamento, pero no encontró absolutamente nada.
Sin embargo, Lucy no era ninguna tonta y por otro lado le convenía estar a bien con
Ferranti porque era quien le pagaba y espléndidamente por cierto.
Por ello, en cuanto Billy llegó al apartamento, la muchacha se hizo el serio propósito de averiguar si aquella lista existía realmente.
El corredor la encontró con gesto muy preocupado, casi al borde de las lágrimas.
—¿Qué te sucede, Lucy?
—Nada… —la chica no tuvo que esforzarse demasiado en fabricar un par de convincentes pucheros.
Él se sentó a su lado y pasó un brazo por los desnudos hombros.
—Vamos, cuéntale a Papá Noel todos tus problemas.
Ella le miró, compungida y algo asustada. Lucy estaba demostrando' unas magníficas dotes de actriz.
—Esta noche he tenido una horrible pesadilla, Billy. He soñado que… ¡Oh, Dios mío! ¡Cada vez que lo recuerdo me pongo enferma!
El corredor intentó consolarla. No quería que su amada Lucy sufriera.
—Cálmate, cariño… —susurró él acariciando los cabellos de la muchacha—. Sólo se trata de una pesadilla. Anda, Cuéntamelo todo.
—Estabas corriendo en Indianápolis… cuando de pronto… tu bólido se ha salido de la pista y… te he visto volar por los aires… envuelto en llamas… ¡Ha sido un sueño espantoso!
El la besó en el hombro, con dulzura, emocionado.
—Estás influenciada por lo que ha dicho Andy Levine, Lucy. Eso es todo. Pero no tienes nada que temer. No me va a ocurrir nada.
Ella le miró entre lágrimas.
—¿Y si fuera cierto, Billy? ¿Y si esos canallas hubieran preparado tu muerte?
—No lo creo… —dijo pensativamente Billy poniéndose de pie. Encendió un cigarrillo y miró a la muchacha—. No, no lo creo, nena. Es una fanfarronada de Ferranti… Pero ¿qué estoy diciendo? Sólo es una suposición de Andy Levine, un presentimiento.
—¿Y si fuera cierto?
Billy Cash tardó unos segundos en responder.
—Tengo mis medidas tomadas, Lucy.
La muchacha se dio cuenta de que estaba llegando al fondo de la cuestión. Ahora tenía que ir con mucho cuidado para que él no sospechara sus verdaderos propósitos.
—¿De verdad? —preguntó inocentemente.
Billy asintió con la cabeza.
—Precisamente, hace un rato, durante el entrenamiento, he estado hablando de eso con Ferranti —el corredor se echó a reír—. Le he metido el miedo en el cuerpo.
Ella no dijo nada. No quería forzar excesivamente la situación.
—Le he hecho creer que tengo una lista con todos los miembros de la organización y que llegará a manos de mi hermano si me sucediera algo.
—¿Quieres decir que es mentira, Billy? ¿Que no existe tal lista?
—¡No! Sin embargo…
—¿Qué, cariño?
—No estaría nada mal que la confeccionara, ¿sabes? Sería un magnifico seguro de vida para mí.
—¿Y por qué no lo haces? Yo misma podría encargarme de hacerla llegar a Jimmy.
—No es mala idea, Lucy.
Ella sonrió mientras pensaba que los hombres son unos perfectos estúpidos.
* * *
Jimmy Cash tuvo un día realmente agitado.
En primer lugar, tuvo que enfrentarse al capitán Brown. Este seguía en sus trece de no quererle asignar el caso del asesinato de Candy. Jimmy por su lado, tampoco quería ceder. Fue un duro tira y afloja entre ambos.
Finalmente. Jimmy se vio obligado a presentar su dimisión.
Aquello hizo recapacitar a su superior.
—Está bien, Jimmy. Tú ganas. Te autorizo a que te hagas cargo del caso, pero con una condición…
—¿Qué tipo de condición, capitán?
—Que a la primera que te salgas de las normas establecidas, te sustituyo.
—De acuerdo.
Jimmy abandonó la comisaría algo más tranquilo. Ahora podía actuar a sus anchas, sin tener que dar explicaciones a nadie y en cuanto a salirse de las normas establecidas… eso dependería de aquellos malditos asesinos.
Sabía que le esperaba una dura tarea. Joe Adamo ya habría sido informado por Jack Malone de su visita al Excelsior y con toda seguridad Adamo ya habría tomado sus medidas.
Eran las seis y media de la tarde cuando Jimmy Cash se encontraba frente al lujoso restaurante. Sentado al volante de su coche, se fumó un cigarrillo tras otro mientras esperaba a que apareciera Jack Malone.
El matón de Joe Adamo no abandonó el Excelsior hasta cerca de las siete. Subió a un lujoso automóvil y se dirigió por la Quinta Avenida en dirección al Bronx. Jimmy Cash le seguía a prudente distancia. Ni muy cerca ni muy lejos con el fin de no perderle de vista cosa que era muy fácil teniendo en cuenta la intensidad del tráfico.
Malone detuvo su coche en un edificio de apartamentos de la calle 44. Jimmy tomó nota de aquel número en la pequeña libreta que siempre llevaba consigo. Luego, asomó la cabeza por la ventanilla y miró en dirección al edificio. Era bastante lujoso. Pensó que
Malone podía vivir allí. Al cabo de un rato llegó otro coche y de su interior se apeó alguien a quien el teniente reconoció inmediatamente. Se trataba de Dick Dandy, un elegante negro metido en el mundo de los estupefacientes.
Dandy miró a ambos lados de la calle antes de desaparecer en el edificio.
Después de una media hora de espera, Dick Dandy y Jack Malone aparecieron juntos, se metieron en el coche del primero y se alejaron. Entonces, Jimmy Cash se apeó del suyo y se dirigió al edificio de apartamentos.
—Entrégueme la llave del apartamento que ocupa el señor Malone —le dijo Jimmy al conserje mostrándole su placa de identificación.
—No puedo hacer tal cosa sin una orden judicial —respondió el conserje sin inmutarse.
—De acuerdo. La tendrá aquí dentro de quince minutos. Déme el teléfono.
* * *
Billy Cash estaba desnudo sobre la cama, satisfecho después de haberle hecho el amor a Lucy. La muchacha estaba en el baño.
La idea de confeccionar una lista con todos los miembros más importantes de la organización con el fin de salvaguardar su propia vida, no era nada mala. Se lo había dicho a Ferranti únicamente para impresionarle, pero quizá tendría que hacerlo y cuanto antes mejor. Empezó a barajar los nombres en su cerebro.
Se levantó de la cama y se dirigió al pequeño escritorio. Cogió un bolígrafo y empezó a escribirlos en un papel.
—¿Qué estás haciendo? —oyó de pronto a sus espaldas.
—Apuntando unos nombres…
Lucy se acercó a él mientras se ponía una bata. Se inclinó sobre el escritorio.
—Solamente conozco a Ferranti —mintió la muchacha—. ¿Quiénes son los demás?
—Es mejor que de momento no lo sepas. Podrías verte envuelta en algún lio… —Billy
Cash dobló el papel y lo metió en uno de los cajones del escritorio—. Antes de pasarla en limpio, tengo que decidir si sigo adelante con la idea o no.
Cogió por la cintura a Lucy y la obligó a sentarse sobre sus rodillas.
—Mientras estaba tumbado en la cama, he estado haciendo algunos planes para los dos.
¿Qué te parecería si después de Indianápolis nos fuéramos a pasar una larga temporada en las Bahamas?
—¿Las Bahamas? ¡Hum! ¡Eso me suena a maravilla!
—Pues así lo haremos, nena. Quiero alejarme algún tiempo de las carreras.
—Y de Ferranti.
Él sonrió.
—Sí, también de él…
En aquel momento, sonó el teléfono.
Lucy lo descolgó.
—¿Quién llama?
—¿Está Billy? Soy su hermano Jimmy.
—Un momento.
La muchacha le entregó el auricular al corredor.
—Es tu hermano.
—¡Jimmy! ¿Qué tal va eso? ¿Cómo te encuentras?
—Un poco mejor. Oye, Billy, me gustaría hablar contigo personalmente. Es importante.
—¿Por qué no nos encontramos en Indianápolis? Estaré allí mañana por la tarde.
—De acuerdo. Nos veremos en el circuito.
—Tendrá que ser después de la carrera.
—Muy bien.
—Oye, ¿ocurre algo grave?
—Te lo contaré mañana.
Billy colgó pensativamente.
—¿Sucede algo? —le preguntó Lucy.
—No lo sé. Pero mi hermano parecía preocupado.
En Nueva York, después de hablar con su hermano, Jimmy Cash abandonó la cabina telefónica a tiempo de ver regresar a Jack Malone a su apartamento. ¡Le habría gustado ver la cara que ponía cuando el conserje le informara de que un policía testarudo lo había estado registrando después de conseguir un permiso judicial!
* * *
Indianápolis, tres y media de la tarde…
El circuito estaba totalmente abarrotado de un apasionado público la mayor parte del cual se encontraba allí para ver correr a su ídolo Billy Cash.
Jimmy llegó poco antes de que comenzara la carrera y se instaló en su localidad. Afortunadamente había podido conseguir una situada frente al box de su hermano. La distancia era bastante considerable, pero llevaba unos magníficos prismáticos que le permitían observar con atención todo lo que estaba ocurriendo en el mismo.
De ese modo pudo ver a una linda muchacha hablando con Billy. Jimmy pensó que pudiera tratarse de la amiguita de tumo. También vio a dos tipos. Uno elegante y otro que no se separaba de él ni un solo instante. Naturalmente, en aquel momento, el teniente ignoraba que se trataba de Ferranti y de su secretario y guardaespaldas Sam Wilson.
Poco a poco, los bólidos se fueron colocando en la línea de salida según los tiempos conseguidos en las pruebas de clasificación. Billy Cash, ocupó la tercera posición. Jimmy recordó en aquel momento que su hermano siempre le había dicho que aquella era la posición que más le gustaba, ni muy cerca ni muy lejos del primer clasificado, en esta ocasión el brasileño Sambao.
El rugido de los motores era infernal y cuando el juez dio la salida, los bólidos salieron disparados. Jimmy admiraba a los hombres que conducían aquellos potentes bólidos no sólo porque se jugaban la vida en cada carrera, sino por su pericia en conducir aquellas máquinas perfectas a velocidades que daban vértigo.
Después de la primera vuelta, su hermano seguía en la tercera posición procurando con habilidad no ser sobrepasado por un Brabham de color rojo con el número 17. Jimmy sabía muy bien que Billy intentaría por todos los medios conservar aquella privilegiada posición mientras le fuera posible para, en el momento que él creyera oportuno, lanzarse a la caza del primer clasificado.
Buena parte de la carrera siguió con las mismas características. Nadie daba su brazo a torcer, las posiciones seguían siendo prácticamente las mismas desde el inicio de la competición. Billy había sacado una buena distancia a su más inmediato rival que en esta ocasión ya no era el Brabham sino un Lotus de color amarillo con franjas azules.
De repente, el corazón de Jimmy Cash se paralizó.
El bólido de su hermano, de forma inexplicable, se había salido de la pista y fue a estrellarse con violencia contra el muro de contención. Inmediatamente después, se vio una bola de fuego. A través de los prismáticos, Jimmy pudo contemplar con horror, sin poder hacer absolutamente nada por impedirlo, como su hermano salía del bólido envuelto en llamas y caía fulminado al suelo mientras dirigían hacia él tres mangueras de espuma.
Todo había ocurrido en apenas unos segundos. Instantes después, los altavoces anunciaban la muerte de Billy Cash.
* * *
Jimmy estaba apoyado en una de las frías paredes del hospital, con los ojos clavados en el brillante suelo. Su cabeza estaba totalmente en blanco, era incapaz de pensar nada de forma coherente, todo le parecía una pesadilla, una brutal pesadilla…
Primero había sido Candy y ahora su hermano Billy. Dos muertes que para él significaban mucho, quizá demasiado y por ello estaba convencido de no poder superarlas mientras tuviera vida…
—Jimmy…
El teniente levantó la cabeza y se encontró frente a la compungida Lucy.
—Mi nombre es Lucy Marlowe —dijo ella soltando una lagrimita—. Billy y yo, éramos buenos amigos… Muy buenos amigos… No sabes cómo lamento lo ocurrido, Jimmy… Yo… —volvió a soltar algunas convincentes lágrimas—, le quería mucho… Comprendes lo que quiero decir, ¿verdad?
Jimmy asintió con la cabeza.
—Ha sido un golpe muy duro —dijo el teniente—. Muy duro, Lucy. ¡Maldita sea! ¿Por qué habrá tenido que pasarle a él? Era un buen chico…
—Sí… es verdad.
Guardaron silencio. Lucy se enjuagaba alguna lágrima de vez en cuando mientras Jimmy, que había encendido un cigarrillo, se preguntaba qué diablos estaban haciendo allí.
—¿Quieres un café? —le preguntó a la muchacha.
—No me vendría mal.
Se dirigieron a una cafetería próxima y Jimmy pidió dos cafés. Le ofreció un cigarrillo a Lucy que ella rechazó amablemente.
—Billy… me dijo que eres policía.
—Así es.
—Y también me dijo que habían asesinado a tu mujer.
—Es cierto. Hace poco menos de quince días.
—Habrán significado dos golpes muy duros para ti, Jimmy.
—Mucho. ¿Se sabe ya cuál ha sido la causa del accidente?
—Todavía no. Ferranti está intentando averiguarlo.
—¿Ferranti?
—El jefe de Billy. El director de la escudería.
Apuraron los cafés y regresaron al hospital. Ferranti se hallaba reunido con unos periodistas. A su lado, se encontraba su inseparable Sam Wilson.
Este observó detenidamente a Jimmy a través de sus oscuras gafas de sol.
—De momento, es todo cuento puedo decirles, amigos… —estaba diciendo Ferranti a los periodistas—. Si sé algo más, les prometo que les mantendré puntualmente informados.
Los periodistas se alejaron en grupo. Ferranti miró en dirección a Jimmy y esbozó una sonrisa de circunstancias.
—Usted debe de ser el hermano del pobre Billy… —dijo con voz emocionada.
—Sí, soy Jimmy Cash.
Ferranti se apresuró a tenderle la mano.
—Soy Cleo Ferranti. Era el jefe y amigo de su hermano… su mejor amigo.
—¿Se sabe cuál ha sido la causa del accidente? —preguntó el teniente.
—Al parecer un fallo en el sistema de frenado —se apresuró a responder Ferranti—. Afortunadamente no suele ocurrir con frecuencia, pero en esta ocasión… Dios mío, ha sido espantoso. Casi no puedo creerlo. ¡Billy muerto! Hay veces que me parece que se trata de una pesadilla.
—¿Un fallo en el sistema de frenado? —preguntó Jimmy—. ¿Y cómo es que no se dieron cuenta de ello antes de que comenzara la carrera?
—En ese momento, el bólido estaba en perfectas condiciones, señor Cash —respondió Ferranti—. Pero la avería puede producirse durante la carrera.
—Comprendo.
—Tenemos que decidir cuándo se van a celebrar los funerales —murmuró Sam Wilson. —Es cierto —asintió Ferranti. Luego miró al teniente—, ¿Le parece mañana, señor Cash? —De acuerdo. Y ahora discúlpenme. Me voy al hotel a descansar un rato. Tengo los nervios destrozados.
—Si necesita algo sólo tiene que pedírmelo, señor Cash —le dijo amablemente Ferranti.
El teniente se alejó lentamente por el corredor y una vez que hubo desaparecido por la puerta de hojas batientes que se encontraba al fondo del mismo, Cleo Ferranti dejó escapar un bufido.
—Nos va a crear problemas —dijo.
—¿Por qué crees eso? —le preguntó Lucy.
—Según mis informes es un buen policía. Joe Adamo me ha estado hablando de él. Es duro e inflexible como el granito y no abandona jamás una presa.
—Pero presta sus servicios en Nueva York —dijo Sam Wilson—. Eso nos libra de él.
—Yo no estaría tan seguro —respondió pensativamente Ferranti—. Le ha estado buscando las cosquillas a Joe Adamo y a Jack Malone. Tarde o temprano atará cabos. ¿No crees?
—Es posible… —asintió Sam—. Le vigilaremos.
—Ella le vigilará —dijo Ferranti mirando a Lucy.
—¿Yo?
—Sí, como lo estuviste haciendo y muy bien por cierto con su hermano.
—Pero…
—Nada de peros, Lucy —cortó Ferranti con un enérgico gesto de su mano—. Vas a pegarte a él y nos tendrás informados de todos sus movimientos… ¿Alguna pregunta?