Capítulo VI
LUCY prefería los corredores de coches que a los policías. Eso era evidente. La razón era bien sencilla. Un corredor de coches podía invitarla a champán y caviar. Un policía, a un refresco y a un perro caliente.
Pero no era cuestión de discutir con Cleo Ferranti. Este tenía unos tentáculos demasiado poderosos y podía estrangularla con ellos.
Descubrió que Jimmy Cash se hospedaba en un sencillo hotel de la Avenida Pearson, pero como no podía subir a su habitación y decirle: «Hola, encanto. Me envía Ferranti para que te vigile», decidió que lo mejor era esperar en el interior de su coche, a resguardo de la lluvia que había comenzado a caer.
La espera fue mucho más larga de lo que ella había supuesto. Jimmy Cash salió del hotel dos horas después, dos larguísimas horas durante las cuales Lucy se fumó una cajetilla de tabaco y se destrozó a mordiscos la uña del pulgar de su mano izquierda.
El teniente se metió en el bar más próximo. Lucy decidió lo que tenía que hacer en apenas unos segundos. O continuaba en su coche y luego le seguía, o se metía en el mismo bar y exclamaba al verle: «¡Qué casualidad!» Como estaba harta de esperar y tenía sed, pensó que lo mejor era hacer esto último así que se apeó de su automóvil, cruzó la calle y se metió en el local.
Jimmy Cash la vio a través del espejo que tenía delante y se volvió rápidamente.
Ella hizo como si no le hubiera visto y tomó asiento cerca de la puerta. Sabía que el teniente ya la había descubierto así que adoptó la actitud más conveniente. Abrió el bolso y sacó un pañuelo. Hizo como si se limpiara una lágrima y luego volvió a guardar el pañuelo sacando a continuación y con una actitud premeditadamente pensativa, una cajetilla de tabaco. Encendió un cigarrillo, expelió el humo y se quedó mirando la calle como una estúpida y preguntándose cuándo se decidiría el teniente a acercarse a ella. —Hola, señorita Lucy —oyó de pronto.
Ella levantó la cabeza, muy sorprendida.
—¡Teniente! ¡Vaya casualidad!
—¿Puedo sentarme?
—Por favor…
Jimmy se sentó frente a ella.
—Con la cantidad de bares que debe de haber en la ciudad y hemos ido a coincidir en el mismo —dijo el teniente.
Lucy esbozó una sonrisa de circunstancias.
De repente, se le ocurrió-una brillante idea.
—Me estoy comportando como una estúpida, ¿verdad? —preguntó la muchacha bajando la cabeza.
—¿Qué quiere decir?
—Que lo he estado siguiendo.
—¿Por qué?
—Porque quería hablar a solas con usted…
—Sí, eso es cierto, ha debido verme entrar en el local y sin embargo, ha hecho como si no me hubiera visto.
—Tiene razón.
—¿Por qué no me dice la verdad de una vez?
—Se la estoy diciendo. Pero en el último momento… he estado a punto de volverme atrás, por eso he hecho como si no le hubiera visto. Ya estaba dispuesta a irme cuando ha llegado…
Jimmy guardó silencio. Sabía que la muchacha le estaba engañando y se preguntó por qué lo haría. Bien, le seguiría el juego.
—¿Por qué motivo quería hablar a solas conmigo, Lucy?
—Quizá piense que se trata de una tontería, teniente. Me gustaría que me hablase de Billy. Él hablaba muy poco de sí mismo. Jamás se refirió a su pasado. Nunca supe si estuvo casado, si hubo otra mujer en su vida antes que yo… Naturalmente no me refiero a sus aventuras que sé que las tuvo y que fueron muchas, sino…
—Sé a lo que se refiere, Lucy. Pero voy a responderle algo que posiblemente la sorprenderá. Estoy seguro de que el poco tiempo que convivió con mi hermano, le contó muchas cosas de las que nunca me contó a mí.
—En ese caso, olvide lo que le he dicho, teniente —dijo Lucy haciendo intención de levantarse.
—¿Y a ha cenado?
—Todavía no.
—¿Me permite que la invite?
—Por supuesto, Jimmy.
—¿En qué hotel se hospeda?
—En el Roxy. Está en la calle Hudson.
—Estaré allí a las ocho y media. ¿Le parece bien?
—Muy bien. Hasta luego, teniente.
En cuanto la muchacha se hubo marchado, Jimmy se dirigió a la barra.
—Tengo que llamar a Nueva York.
—El teléfono está al fondo.
Diez minutos más tarde, estaba hablando con su ayudante.
—Busca en los archivos a una tal Lucy Marlowe. Un metro setenta, cabellos rubios, unos treinta años, y condenadamente hermosa.
—¿Está fichada por algún motivo en particular?
—Ni siquiera sé si está fichada. Te volveré a llamar dentro de una hora.
—De acuerdo, jefe.
* * *
Después de los funerales, Lucy le dijo:
—Regreso a Detroit, ¿Y tú qué haces?
Jimmy minó en dirección a Cleo Ferranti. Llevaba un impecable traje oscuro y estaba hablando con dos conocidos corredores de Fórmula 1.
—¿El teniente regresa a Detroit?
Lucy se volvió.
—¿Ferranti? Claro. Tiene allí sus negocios. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada.
—Un policía jamás hace preguntas «por nada» —sonrió tímidamente Lucy.
—Ese tipo no me gusta —musitó Jimmy—. Ni Sam Wilson tampoco. Ni alguno de los individuos que han asistido al funeral. Sobre todo uno de ellos; Enzo Mila.
—¿Le conoces?
—Es un jefe mafioso. ¿Qué diablos tenía que ver ese tipo con mi hermano?
—No lo sé… —Lucy se encogió de hombros—. Jimmy, estás agotado. ¿Por qué no te vienes unos días a Detroit? Aquello es más tranquilo que Nueva York. Jimmy la miró fijamente.
—¿Tú quieres que vaya?
—Si.
—Entonces iré.
* * *
Lucy estaba muy nerviosa.
Ferranti se dio cuenta de ello.
—¿Qué diablos te pasa?
—No lo sé, Cleo. Pero tengo la sensación de que algo va a salir mal.
Estaban los dos en el elegante salón que éste tenía en la suite del hotel donde se encontraba hospedado. Ferranti miró en dirección a las preciosas piernas de la muchacha. Sabía que era una furcia de lujo, de esas que suelen entregarse al mejor postor. El odiaba a las furcias, pero Lucy era distinta. Tenía clase e inteligencia, y aunque nunca se había acostado con ella, estaba seguro de que se trataba de una mujer tremendamente apasionada…
—¿De qué me estás hablando, Lucy? —le preguntó Ferranti sorbiendo un poco de champán.
—De Jimmy Cash.
—¿Qué pasa con él?
—Es listo como un zorro. Esta mañana, durante el funeral, ha reconocido a Enzo Mila. Ahora empezará a atar cabos.
—Atará todos los cabos que nosotros queramos, nena —dijo apaciblemente Ferranti—. En cuanto comprobemos que se ha vuelto peligroso, acabará como su hermano.
Lucy guardó silencio.
—He conseguido que me acompañe a Detroit —dijo finalmente.
—Perfecto.
—Sin embargo, tengo la sensación de que se limita a seguirme el juego.
—Lucy, lo único que tienes que hacer es vigilar todos sus movimientos. Lo demás corre de nuestra cuenta, ¿comprendes?
Ferranti se puso en pie y se acercó a la muchacha. Intentó acariciar una de sus piernas pero ella se apresuró a retirarla.
—En mi contrato no figura que tengas derecho a manosearme, Cleo.
Él se echó a reír.
Sam Wilson entró en aquel momento con un teléfono.
—Le llaman de Nueva York, señor Ferranti — dijo entregándole el aparato.
—¿Quién es?
—Joe Adamo.
—¿Joe?
—¿Qué tal, Cleo? ¿Cómo van las cosas?
—Bien. ¿Por qué me llamas?
—¿Sigue ahí el teniente Cash?
—Sí, pero mañana estará en Detroit.
—Deberías darle el pasaporte, Cleo. Y cuanto antes, mejor.
—¿A qué vienen tantas prisas? No es saludable cargarse a un policía si no es absolutamente necesario.
—Tengo un «socio» en la comisaría donde presta sus servicios Cash.
—¿Y qué?
—Nuestro amigo el teniente ha estado investigando a Lucy Marlowe.
Ferranti miró a la muchacha. Estaba cómodamente recostada en el sofá sin prestar ninguna atención a la conversación telefónica que estaba sosteniendo aquél.
—De acuerdo —respondió finalmente Ferranti—. Ya veré lo que hago.
—Yo puedo encargarme de él cuando regrese a Nueva York. Le tengo ganas a ese policía.
—Veremos —Ferranti colgó el teléfono y se sentó junto a la muchacha—. Era un amigo de Nueva York. Me ha llamado para informarme de que Cash ha estado haciendo averiguaciones acerca de ti.
—¡Ese bastardo!
—Calma. Estás limpia, ¿no?
Tuve ciertos problemas en Florida.
—¿Qué clase de problemas?
—Prostitución. Yo trabajaba en un club. Hada de «gancho», ya sabes. Una noche entró la policía y se nos llevó a todas. Pero de eso hace casi cinco años.
Ferranti sonrió.
—Eso no tiene ninguna importancia. Si Cash te habla de ello, invéntate cualquier excusa. Recurre a la clásica historia de que no tenías familia y que tenías que ganarte la vida de algún modo. Lo que quiero, nena, es que el teniente acabe confiando ciegamente en ti, ¿comprendes? Es el único modo de tenerle controlado.
—Ya te lo he advertido antes, Cleo. Ese policía es listo y no va a rendirse fácilmente. Y quiera Dios que no descubra que su hermano fue asesinado.
* * *
Detroit, tres días después.
Jimmy Cash estaba observando silenciosamente a su alrededor deteniendo la mirada en cada uno de los objetos que más le hacían recordar a su hermano, como era el caso de los innumerables trofeos o de las fotografías enmarcadas que colgaban de las paredes. En cada una de ellas estaba reflejado un momento importante en la vida de Billy, como era el caso de aquella en la que estaba subido en el pódium de los vencedores después de haber ganado en Monza…
—Quizá habría sido mejor para ti no haber venido a este lugar, Jimmy —le dijo Lucy—, Pero pensé que te gustaría conocer dónde vivía tu hermano.
—Has hecho bien, Lucy.
Jimmy tomó asiento y encendió un cigarrillo. Luego, miró a la muchacha.
—Tengo que decirte algo.
—¿Qué es ello?
—He estado haciendo averiguaciones acerca de ti.
Naturalmente, Lucy fingió ignorarlo.
—¿Y por qué lo has hecho, Jimmy? ¿Es que no te fías de mí?
—El deber de un policía es no fiarse de nadie, sobre lo todo si se está en contacto con hombres como Ferranti o Mila…
—¿Y has descubierto algo malo en mi ficha? —sonrió Lucy.
—Sólo lo de Florida. Sabes a lo que me estoy refiriendo, ¿verdad?
—Por supuesto. Aquélla fue una mala época para mí y…
—No tienes por qué darme explicaciones, Lucy. Pero sí me gustaría que me ayudaras.
—¿Ayudarte? —Lucy se puso en guardia—. No te comprendo…
—Háblame de Ferranti.
—No sé gran cosa. Únicamente que era el jefe de Billy.
—Pero mi hermano debía estar al corriente de las actividades de Ferranti y de Mila, ¿no es cierto?
—Es que yo no sé cuáles son sus actividades —respondió ella con mucha tranquilidad. Tenía que ir con mucho cuidado con las respuestas. Jimmy estaba ahondando en un tema muy peligroso.
—¿Mi hermano no te habló jamás de ello?
—¿De qué?
—De que Ferranti y Mila son dos conocidos mafiosos, aunque no hay ninguna prueba contra ellos para poderlos enviar a la cárcel.
—Creo que Billy ignoraba eso.
—Yo no. Mi hermano no era ningún estúpido, Lucy, y después de tanto tiempo de amistad con Ferranti, algo tenía que saber…
—Jimmy dime una cosa, ¿a qué viene este interrogatorio?
El teniente se puso de pie y se acercó a una de las ventanas.
—Ni yo mismo lo sé… —respondió finalmente—. Pero después de muchos años de profesión, llega un momento en que un policía desarrolla un sexto sentido tan acusado que es capaz de adivinar muchas cosas… Por ejemplo, hay algo muy raro en la muerte de mi hermano.
El corazón de Lucy empezó a latir con fuerza.
—¿Qué quieres decir, Jimmy?
—Que podría haber sido asesinado.
—¿Asesinado?
—Es sólo una suposición, claro. No tengo ninguna prueba… todavía.
La muchacha procuró serenarse, calmar los nervios que sentía en aquel momento. Jimmy Cash estaba resultando mucho más peligroso de lo que había supuesto.
—Pero, Jimmy… ¿por qué iban a querer asesinar a tu hermano?
—Eso es lo que no sé. Pero a lo mejor decido abrir una investigación. Tendré que pensarlo. Ahora me vuelvo a Nueva York.
—Me dijiste que te ibas a quedar unos días en Detroit…
—He cambiado de opinión. Me voy esta misma noche. Y ahora perdóname. Voy a dar una vuelta. Necesito salir de aquí…
Cuando Lucy se quedó a solas, descolgó rápidamente el teléfono y llamó a Ferranti.
* * *
Jimmy Cash entró en un bar situado dos calles más abajo.
Andy Levine estaba sentado al fondo del local, con una cerveza frente a él y un cigarrillo colgándole de los labios.
Jimmy Cash se sentó a su lado.
El mecánico le miró.
—¿Qué tal ha ido?
—A pesar de los esfuerzos que ha hecho por mostrarse serena, estaba muy nerviosa. —Ahora le habrá ido con el cuento a Ferranti, teniente.
—Eso es precisamente lo que me propongo.
—Está jugando con fuego. Lo sabe, ¿no?
—Estoy acostumbrado —el teniente volvió la cabeza hacia el mecánico—. Estamos jugando con las suposiciones, señor Levine. Pero en todo caso, usted corre el mismo peligro que yo. Necesitará protección policial.
—No, teniente… No quiero a ningún poli pegado a mis talones. Ya le he dicho lo que pienso. Es cierto que no existe ninguna prueba para acusar a Ferranti de la muerte de Billy, pero estoy seguro de que él lo mató. Su hermano sabía muchas cosas y había amenazado con irse porque no estaba dispuesto a verse mezclado en los sucios manejos de la organización… En cuanto a mí, me largo hoy mismo de Detroit. Y usted vaya con mucho cuidado o acabará como Billy.