Una mujer de bandera

Era grande, morena y guapa. Se llamaba Eva y se había comido a pulso tres años en Carabanchel. Tenía un aspecto estupendo, y de no empeñarse en vestir como una choriza, muy a lo taleguero, habría podido pasar por lo que mi abuelo llamaba una mujer de bandera. Conocí a Eva y a sus amigas cuando unos colegas y el arriba firmante aún hacíamos La ley de la calle: aquel programa de radio de los viernes por la noche a base de presidiarios, y yonquis, y lumis, que estuvo cinco años en antena hasta que unos individuos llamados Diego Carcedo y Jordi García Candau se lo cargaron de la forma miserable en que solían cargarse en RTVE todo lo que no podían controlar.

Eva y sus troncas nos habían estado oyendo desde el talego, mandaban cartas pidiendo discos dedicados, y cuando salieron iban a visitarnos cada viernes por la noche, sumándose a la variopinta tertulia que allí teníamos montada con lo mejor de cada casa: Ángel, el ex boxeador, manguta y rey del trile; Manolo, el pasma simpático; Ruth, la puta filósofa y marchosa; y Juan, mi choro favorito, el ex yonqui pequeño, bravo, pulcro y rubio, que montaba unos jaris tremendos cuando discutía con algún oyente, y con quien estuve a punto de acuchillarme una noche, en directo.

Había otros invitados eventuales: amigos salidos del talego que iban a seguir el programa, taxistas, chuloputas, chaperos y varios etcéteras más. Éramos una basca curiosa, y nos íbamos por ahí después, de madrugada, y nos echaban de los tugurios cuando Juan se liaba canutos enormes como trompetas y había que decirle: oye, colega, córtate un poco, o sea. Eva era asidua con su amiga Elvira, que tenía el bicho —el sida—, y un novio, Luis, el mensaka honrado y tranquilo que la abrigaba con su chupa de cuero a la salida de los bares para evitar que cogiera un catarro que podía dejarla lista de papeles. Como Elvira, Eva tenía a la espalda una historia nada original: familia humilde, pocos estudios, un trabajo precario abandonado para irse con un tiñalpa que la metió de cabeza en la mierda, el jaco y el infierno. Se había desintoxicado en los tres años de talego y era una mujer sana, espléndida. Siempre bromeábamos con la promesa de que yo iba a invitarla con champaña a una cena en un restaurante muy caro de Madrid, y ese día ella cambiaría los tejanos ajustados, las silenciosas y la camiseta negra de heavy metal por un vestido elegante y unos zapatos de tacón alto, prendas que no había usado, decía, en su puta vida. Una vez me habló de su padre, al que quería mucho aunque la había echado de casa cuando empezó a robarle dinero para la heroína. Y cuando cumplí cuarenta brejes, ella y sus amigas me llevaron una tarta al programa, y me cantaron cumpleaños feliz, y esa noche con Juan, Ángel, Ruth y los otros, nos fuimos de copas y agarramos una castaña, con pajarraca y estiba incluidas, que tembló el misterio. Hasta el punto de que no fuimos al talego porque a los policías les sonaba mi careto y porque Manolo —de algo tenía que servir que fuera madero— tiró de milagrosa y nos avaló ante la autoridad.

Un día Eva desapareció de nuestras vidas. Alguien dijo que de nuevo coqueteaba con el jaco, que tenía problemas. Y pasó el tiempo. No volví a saber de ella hasta hace cosa de mes y medio, cuando me la crucé en la plaza Tirso de Molina de Madrid. La reconocí por su estatura, y porque conservaba algo de su antigua belleza. Pero ya no era una mujer de bandera, sino flaca y como con diez años más encima. Y sus ojos, que antes eran negros y grandes, miraban al vacío, apagados, mientras discutía con un fulano con pinta infame, de hecho polvo. Ella le decía: vale, tío, pero luego no digas que no te lo dije. Le repetía eso una y otra vez muy para allá, con voz adormilada e ida, y le agarraba torpe un brazo; y el otro se lo sacudía con muy mala leche y levantaba la mano para abofetearla, sin terminar el gesto. Y yo pasé a medio metro, y por un momento no supe si calzarle una hostia al fulano y buscarme la ruina, o decirle algo a ella, o yo qué sé. Y entonces Eva deslizó su mirada sobre mí, o sea, me miró un momento con los ojos vacíos, sin verme, sin reconocerme para nada; y luego fijó la mirada turbia en el jambo y de nuevo volvió a decirle no digas que no te lo dije, tío. Y yo seguí calle abajo, pensando en aquella botella de champaña que nunca llegamos a beber. Y en aquel vestido y aquellos tacones que Eva no se había puesto nunca, decía, en su puta vida.

Patente de corso
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0165.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
Section0128.xhtml
Section0129.xhtml
Section0130.xhtml
Section0131.xhtml
Section0132.xhtml
Section0133.xhtml
Section0134.xhtml
Section0135.xhtml
Section0136.xhtml
Section0137.xhtml
Section0138.xhtml
Section0139.xhtml
Section0140.xhtml
Section0141.xhtml
Section0142.xhtml
Section0143.xhtml
Section0144.xhtml
Section0145.xhtml
Section0146.xhtml
Section0147.xhtml
Section0148.xhtml
Section0149.xhtml
Section0150.xhtml
Section0151.xhtml
Section0152.xhtml
Section0153.xhtml
Section0154.xhtml
Section0155.xhtml
Section0156.xhtml
Section0157.xhtml
Section0158.xhtml
Section0159.xhtml
Section0160.xhtml
Section0161.xhtml
Section0162.xhtml
Section0163.xhtml
Section0164.xhtml
autor.xhtml