1. INTRODUCCIÓN
A menudo se ha creído que el comportamiento colectivo es algo realmente imprevisible, y que cuando una persona normal forma parte de una masa se comportará de manera extraña, ajena a lo que en ella es habitual, e incluso de una forma patológica. Ya Solón decía que un ateniense era un zorro astuto, pero que un grupo de atenienses era un rebaño de ovejas. Igualmente, Federico el Grande confiaba en todos y cada uno de sus generales tomados individualmente, pero los describía como locos cuando estaban juntos en un consejo de guerra. Y ésa es la idea que subyace a la psicología de las multitudes o psicología del comportamiento colectivo. Y es que la psicología nace en el siglo xix y lo hace como psicología del comportamiento colectivo, pero con dos ideas centrales: la primera, teórica, consistía en la creencia de que la psicología de los hombres en multitud difiere esencialmente de su psicología individual, de forma que el mero hecho de formar parte de una multitud modifica a los individuos, e incluso los más inteligentes adquieren una mentalidad de bárbaros y de primitivos. Ello explica que la psicología colectiva surgiera con tintes claramente negativos y con la finalidad de responder a esta cuestión: ¿por qué el comportamiento de un individuo se transforma cuando forma parte de una muchedumbre? La segunda idea, claramente ideológica, se refiere al miedo con que las clases medias comenzaron a mirar a las masas proletarias. Estamos ante una disciplina que surgió con el objetivo de dar una respuesta también a esta segunda cuestión: «¿cómo pueden ser gobernadas las masas?» Esta segunda idea llevó a la utilización de la psicología para controlar a las masas en el momento en que éstas eran vistas como un serio peligro para los poderosos y para el statu quo. Sin embargo, no es que las masas sean más irracionales que los individuos, sino que poseen otro tipo de racionalidad (véase Reicher, 1989a, 1989b). Además,
aunque generalmente se entiende por comportamiento colectivo el que se da en las grandes muchedumbres y masas, en los grupos pequeños pueden darse -y, de hecho, se dan - algunos tipos de conductas que ya poseen todas o la mayoría de las características del comportamiento colectivo..., lo que acabamos de decir contradice fuertemente una de las ideas más centrales de la psicología colectiva clásica: la conducta de las multitudes no difiere sustancial y cualitativamente de la de los grupos pequeños sino sólo cuantitativamente. Los comportamientos extraños que se observan en la conducta de las personas cuando forman parte de una multitud ya se observan en la de las personas que forman parte de ciertos grupos pequeños, sólo que el tamaño de la multitud multiplica los fenómenos observados ya en los grupos pequeños (Ovejero, 1997a, págs. 150-151).
¿Cómo es posible que, casi repentinamente, los vecinos del pueblo polaco de Jedwabne asesinaran con piedras y cuchillos a 1.600 judíos, entre ellos numerosos niños y bebés, vecinos suyos desde hacía décadas y a los que habían visto nacer y crecer? ¿Cómo es posible que chicos normales que trabajan y viven -y viven bien - en el País Vasco ingresen en ETA y crean que si asesinan a una persona a la que ni siquiera conocen conseguirán que «su patria» sea libre? Todos estos casos se entenderían mejor si tuviéramos en cuenta la conjunción de tres cosas: en primer lugar, la enorme influencia que algunas necesidades psicosociales básicas, ya vistas, tienen sobre la conducta humana, como puede ser la necesidad de identidad o la de pertenencia (quienes entran en una secta pasan a formar parte de un grupo que les admite como miembros suyos; algo similar les ocurre a los etarras, e igualmente los vecinos de Jedwabne que, al asesinar a sus vecinos judíos, se fortalecían sus lazos de pertenencia a su grupo no-judío); en segundo lugar, un individuo con problemas de identidad y de pertenencia; y en tercer lugar, un grupo que dice proporcionarle a ese individuo tal identidad y satisfacer su imperiosa necesidad de pertenencia. Y en medio de esas tres variables hay también una serie de procesos grupales que son los que, en cierta medida, sirven de engarce entre el grupo, el individuo y el comportamiento colectivo: la facilitación social, la holgazanería social, la desindividualización, la polarización grupal y el pensamiento de grupo.
2. FACILITACIÓN SOCIAL Y HOLGAZANERÍA SOCIAL
Ya Triplett (1897) constató que los ciclistas corrían más en pruebas contra reloj cuando iban acompañados que cuando iban solos. A este fenómeno se le puso el nombre de facilitación social. Sin embargo pronto se encontraron algunos datos contradictorios. En efecto, no siempre ocurría lo que había encontrado Triplett, sino a veces lo contrario: la presencia de otras personas reducía el desempeño. Zajonc (1965), en un trabajo ya clásico, aclaró las cosas: al parecer, la presencia de otras personas incrementa el desempeño en tareas fáciles para las que la respuesta más probable (es decir, la dominante) es la correcta, mientras que en tareas complejas (en las que la respuesta correcta no es la dominante), la presencia de otros promueve respuestas incorrectas. Por tanto, el término facilitación social se refiere a un fortalecimiento de las respuestas dominantes, que son las prevalecientes y, por consiguiente, las más probables, debido a la presencia de otras personas. Y esto viene apoyado por más de 300 estudios (Bond y Titus, 1983; Guerin, 1993, 1999): la activación social facilita las respuestas dominantes, sean éstas correctas o sean incorrectas. Así, los estudios sobre rendimiento deportivo han mostrado que los jugadores veteranos rinden más cuando hay espectadores, mientras que los novatos son más eficaces cuando nadie los observa. Michaels y otros (1982) comprobaron que los buenos jugadores de billar, que acertaban el 71 por 100 de sus tiros cuando estaban solos, mejoraban hasta el 80 por 100 ante cuatro observadores, mientras que los jugadores menos buenos empeoraban su ejecución, bajando del 36 por 100 cuando estaban solos al 25 por 100 cuando estaban acompañados. Es decir, que lo que hacemos bien, delante de otros lo hacemos aún mejor, mientras que lo que hacemos mal, delante de los demás lo hacemos todavía peor. Además, existe evidencia empírica que apoya la hipótesis de que son al menos tres los factores que explican la facilitación social (Aiello y Douthill, 2001): aprensión por la evaluación, distracción, y mera presencia, aunque Zajonc mantiene que la simple presencia de otros produce alguna activación incluso sin aprensión por la evaluación ni distracción. Una prueba de ello es que los efectos de la facilitación se da también en los animales, y nadie puede creer que ellos estén conscientemente preocupados por cómo están siendo evaluados.
En resumidas cuentas, a veces la presencia de otros activa a las personas (facilitación social), pero otras veces las paraliza (holgazanería social). Más en concreto, cuando las personas trabajan por objetivos individuales y cuando sus esfuerzos pueden ser evaluados de forma individual, suele darse la facilitación social. Pero cuando el rendimiento del grupo depende de la suma de los esfuerzos individuales suele darse la holgazanería social, que no es sino «la tendencia de las personas a realizar menos esfuerzo cuando unen sus esfuerzos hacia una meta común que cuando son responsables de manera individual» (Myers, 1995, pág. 312). De hecho, se ha encontrado que el esfuerzo colectivo de los equipos de sogatira eran escasamente la mitad de la suma de los esfuerzos individuales (Kravitz y Martin, 1986), lo que indica que, en contra del supuesto tradicionalmente admitido de que «la unión hace la fuerza», el rendimiento de un grupo puede ser, al menos en ciertas circunstancias, menor que el de la suma de sus miembros. Igualmente, Ingham y otros (1974) encontraron, también en un juego de sogatira, que sus sujetos tiraban un 18 por 100 más cuando creían que estaban tirando solos que cuando creían que, detrás, había entre dos y cinco personas tirando con ellos. A una conclusión parecida llegó Harkins (1981; Harkins y otros, 1980; Latané, Williams y Harkins, 1979), observando que sus sujetos, cuando creían que había otras cinco personas que también estaban gritando o aplaudiendo, producían un ruido una tercera parte menor que cuando pensaban que gritaban solos. La holgazanería social se producía también con animadoras deportivas de instituto que creían que animaban solas o acompañadas (Hardy y Latané, 1986). La razón de ello parece clara: «Cuando el ser observado aumenta la preocupación por la evaluación se produce la facilitación social; cuando el estar perdido entre una multitud reduce la preocupación por la evaluación, se produce la holgazanería social» (Myers, 2008, pág. 201). Por consiguiente, una estrategia eficaz para motivar a los miembros de un grupo consiste en hacer que el rendimiento individual resulte identificable, como suelen hacer las técnicas de aprendizaje cooperativo (Ovejero, 1990). Así, los miembros de los equipos de natación universitarios nadan más deprisa en las carreras de relevos cuando una persona cronometra y anuncia sus tiempos individuales (Williams y otros, 1989). Más aún, incluso sin efectos retributivos, los trabajadores de las cadenas de montaje de un pequeño experimento produjeron un 16 por 100 más cuando se identificó su producción individual (Faulkner y Williams, 1996). Y todo ello se da sobre todo en sociedades indi vidualistas y con tareas poco implicativas. De hecho, los miembros de los grupos o equipos holgazanean menos cuando la tarea constituye un reto, cuando es atractiva y/o cuando consigue implicar a los participantes (Karau y Williams, 1993), es decir, en aquellas tareas en las que la gente puede percibir que sus esfuerzos son indispensables (Harkins y Petty, 1982; Kerr y Bruun, 1983). Los miembros de un grupo se esfuerzan más cuando consideran que los demás miembros no tienen la capacidad de contribuir demasiado a la meta del grupo (Plaks y Higgins, 2000; Williams y Karau, 1991).
Por otra parte, los miembros de un grupo holgazanean menos cuando son amigos o se sienten identificados con el grupo que cuando son desconocidos (Davis y Greenlees, 1992; Karau y Williams, 1997; Worchel y otros, 1998). Hasta la mera expectativa de volver a ver a otra persona sirve para aumentar el esfuerzo en los equipos de trabajo (Groenenboom y otros, 2001). De hecho, en Israel las granjas comunales (kibbutchin) producen más que las granjas no colectivas (Leon, 1969). Igualmente, en la antigua URSS, donde el campo estaba socializado, las parcelas privadas, que sólo representaban un 1 por 100 de la tierra trabajada, producían el 27 por 100 del rendimiento agrícola soviético total (Smith, 1979), o en Hungría, donde las parcelas privadas constituían el 13 por 100 producían el 33 por 100 de la producción agrícola del país. También en China, cuando el gobierno comenzó a permitir que los agricultores vendieran parte de los productos que recolectaban la producción de alimentos aumentó un 8 por 100 al año (Church, 1986). Como vemos, aunque la holgazanería social se da también en las culturas colectivistas (Gabrenya y otros, 1985), es menor que en las individualistas (Karau y Williams, 1993; Kugihara, 1999), como consecuencia de que allí la gente tiene más lealtad a la familia y a los grupos, entre ellos los laborales. Igualmente, y por las mismas razones, también en el mundo occidental las mujeres, que suelen ser menos individualistas que los hombres, muestran menos holgazanería social.
3. DESINDIVIDUALIZACIÓN
Entendemos por disindividualización la pérdida de la autoconciencia y de la preocupación por la evaluación, teniendo lugar en situaciones que, como las de grupo, favorecen el anonimato. Y es que existen situaciones en las que es probable que las personas se olviden de los controles habituales que ejercen influencia sobre su conducta, pierdan el sentido de identidad individual y reaccionen en el sentido de las normas del grupo o de la muchedumbre, al margen de su propia idiosincrasia individual, es decir, es probable que se desindividualicen (Festinger, Pepitone y Newcomb, 1952). Este fenómeno se ve favorecido por los siguientes factores:
1) Tamaño del grupo: No olvidemos que «un grupo tiene el poder no sólo de activar a sus miembros, sino también de hacer que no sean identificables... La muchedumbre en un linchamiento permite creer a los participantes que no serán procesados; perciben que su acción es la del grupo. Los saqueadores, anónimos en medio de la multitud, se sienten libres para saquear» (Myers, 2008, págs. 206-207). Así, del análisis de 21 casos en los que había multitudes observando a un individuo que amenazaba con saltar desde lo alto de un edificio de un puente, Mann (1981) concluyó que cuando la multitud era pequeña y estaba expuesta a la luz del día, la gente no solía intentar animar al posi ble suicida, pero cuando la multitud era muy numerosa, o durante la noche, solía animar al suicida a saltar. Por su parte, Mullen (1986) informa de un efecto similar entre las multitudes en un linchamiento: cuanto más numerosas eran, más miembros perdían la conciencia de sí mismos y se mostraban dispuestos a cometer atrocidades, como quemar o desmembrar a la víctima. Lo que ocurre en estos casos es que desaparece la aprensión por la evaluación. En una dirección similar, Zimbardo (1970) afirma que la mera magnitud de las ciudades produce anonimato y, como consecuencia, aumenta el vandalismo. Y lo demostró con este sorprendente experimento: compró dos coches viejos, ambos con diez años de antigüedad, dejándolos con el capó levantado y sin placas de circulación en una calle cerca del campus del Bronx de la Universidad de Nueva York el primero, y el segundo cerca del campus de la Universidad de Stanford, en Palo Alto, una ciudad pequeña. Pues bien, el primer coche fue desvalijado en poco tiempo (el primer desvalijador tardó sólo diez minutos en llegar y se llevó la batería y el radiador), de forma que tres días después había sufrido 23 robos y el coche había quedado reducido a un montón de chatarra. En cambio, la única persona que tocó el segundo coche fue un transeúnte que, al ver que comenzaba a llover, se acercó al coche para bajar el capó.
2) Anonimato físico: cuando se pidió a una serie de mujeres, vestidas con un capuchón similar al del Ku-Klux-Klan, que proporcionaran descargas eléctricas a otra mujer, apretaron la palanca de descarga el doble de veces que aquellas que llevaban una etiqueta con su nombre (Zimbardo, 1970, 2002). De hecho, son frecuentes los grupos violentos que utilizan máscaras, capuchones u otras formas de anonimato para realizar sus conductas agresivas, como es el caso de los miembros del KKK. Y es que los efectos de la desindividualización son máximos cuando se combinan estos dos factores: el estar en un grupo, sobre todo si es grande, y el anonimato físico. Así, Watson (1973) encontró en los archivos antropológicos que los guerreros tratan a sus víctimas de forma más brutal cuando utilizan máscaras despersonalizadoras o se pintan el rostro que cuando van con la cara descubierta. De forma similar, 206 de los 500 ataques estudiados en Irlanda del Norte por Silke (2003) fueron realizados por personas que llevaban máscaras, capuchas u otras formas de ocultar la cara. Por su parte Ellison y otros (1995) solicitaron a un conductor que se parase en un semáforo en rojo y esperara doce segundos siempre que detrás hubiera un descapotable o un todoterreno, gravando, mientras esperaba, los sonidos del claxon del automóvil de detrás (un acto moderadamente agresivo). Comparados con los que llevaban la capota abierta, los conductores que la llevaban cerrada (mayor anonimato) hicieron sonar el claxon el doble de veces y con una duración también casi el doble.
Sin embargo, tengamos presente que, afortunadamente, el anonimato no siempre lleva a la gente a comportarse agresivamente, sino a hacerlo según las pistas psicociales de la situación, sean éstas negativas o positivas. El hecho de que el uniforme siempre nos desindividualice no significa que siempre nos haga más violentos. También puede hacemos menos violentos. Todo depende de la situación. En efecto, dadas unas claves situacionales altruistas, las personas desindividualizadas incluso dan más dinero que si no lo están (Spivey y Prentice-Dunn, 1990). Así, cuando a unas mujeres se les puso uniformes de enfermeras antes de decidir el voltaje de la descarga eléctrica que debían dar a otra persona, dieron descargas más bajas que cuando se subrayaban sus nombres y sus identidades personales. Y en un meta-análisis sobre 60 estudios sobre los efectos de la desindividualización, Postmes y Spears (1998) llegaron a la conclusión de que el anonimato lleva a la gente a ser menos consciente de sí misma y más de la del grupo y a responder más favorablemente a las señales de la situación, ya sean negativas (por ejemplo, uniformes estilo Ku-Klux-Klan) o positivas (uniformes de enfermera).
Por otra parte, podemos reducir los efectos negativos de la desindividualización incrementando la autoconciencia, que es justamente lo contrario. Como nos recuerda Myers, quienes son conscientes de sí mismos, al actuar delante de un espejo o de una cámara de televisión, muestran un mayor autocontrol y sus acciones reflejan con más claridad sus actitudes. Delante de un espejo, la gente que está probando variedades de quesos come menos de la variedad más grasa (Sentyrz y Bushman, 1998). Tal vez, añade Myers, sería bueno que la gente que está a dieta ponga espejos en la cocina. La desindividualización se reduce en las situaciones que aumentan la conciencia de uno mismo: espejos y cámaras, ciudades pequeñas, mucha iluminación, grandes etiquetas con el propio nombre, etc. (Ickes y otros, 1978). Por tanto, cuando un adulto va al fútbol, tal vez disminuiría la probabilidad de que se comportara violentamente si en lugar de llevar «uniforme» (la camiseta de su equipo o la cara pintada), llevara su ropa personal.
4. POLARIZACIÓN GRUPAL
Cuando los miembros de un grupo se implican en una discusión, en lugar de buscar un compromiso a menudo se alejan de él, tendiendo de esta manera a adoptar una posición extrema. A eso es a lo que se llama polarización de grupo, que podemos definir como el «aumento de las tendencias preexistentes en los miembros de un grupo producido por el propio grupo; un fortalecimiento de la tendencia promedio de los miembros, no una división dentro del grupo» (Myers, 1995, pág. 323). Este fenómeno, que fue descubierto por Moscovici y Zavalloni (1969), se basó en los hallazgos de James Stoner, quien siendo aún estudiante graduado de la MIT, quería comparar la adopción de riesgo cuando toman una decisión individuos y grupos, para poner a prueba la creencia hasta entonces dominante de que los grupos son más cautelosos que los individuos, encontrando, para su sorpresa, que las decisiones grupales eran más arriesgadas que las individuales. Estos datos de Stoner sorprendieron a toda la psicología social, encontrándose nuevamente cuando se hicieron estudios similares (Wallach, Kogan y Bem, 1962). Stoner propuso a sus sujetos una serie de situaciones como las siguientes: 1) Un hombre con una severa dolencia cardíaca debe moderar su ritmo de vida de una forma importante si quiere evitar una intervención quirúrgica que puede curarle definitivamente o dejarlo más debilitado; 2) El presidente de una empresa en expansión puede construir una nueva planta en Estados Unidos en la que el reembolso de la inversión sería modesto, o decidir invertir en un país con una historia política convulsa pero donde los réditos por la inversión serán más altos; 3) Un graduado en Química está dudando si seguir sus estudios en una Universidad de gran prestigio, pero cuya dificultad hace que pocos de sus estudiantes terminen el doctorado, o en otra, de mucho menor prestigio, pero en la que es muy fácil obtenerlo; 4) Un prisionero estadounidense de la Segunda Guerra Mundial tiene que elegir entre una posible fuga con el consiguiente peligro de ser ejecutado si le pillan, o seguir en el campo de concentración donde las condiciones de vida son extremadamente duras. Para responder a estas situaciones, a los sujetos, de ambos sexos, se les daba un listado de cinco probabilidades (9 de 10, 7 de 10, 5 de 10, 3 de 10 y 1 de 10), de las que debían indicar la probabilidad más baja de éxito que el sujeto aceptaría antes de aconsejar a esa hipotética persona la opción de riesgo. Pues bien, los resultados fueron muy claros: la necesidad de tomar una decisión por unanimidad fue desplazando a los sujetos hacia posiciones más arriesgadas que las que ellos mismos adoptaban en situaciones individuales. Este fenómeno, conocido con el nombre de Risky Shift («tendencia al riesgo») parecía llegar a una conclusión que contrastaba fuertemente tanto con el sentido común, como con las creencias de siglos e incluso con los hallazgos de la psicología social dominante, que sostenía que mientras que las decisiones individuales podían ser extremas o arriesgadas, las grupales tienden a ser sensatas y comedidas. En contra de ello, las investigaciones sobre la tendencia al riesgo encontraron que las decisiones grupales son más arriesgadas y más extremas que las individuales (véase Doise y Moscovici, 1972). Así, se sabe que la conducción temeraria de los adolescentes, medida por las tasas de mortalidad, casi se duplica cuando van acompañados que cuando van solos (Chen y otros, 2000).
Se han propuesto diferentes explicaciones para este fenómeno, de las que destacan estas tres: a) Difusión de la responsabilidad: en grupo, la gente se siente menos responsable de las decisiones que toma; b) El riesgo como valor cultural: en Estados Unidos, país en el que se llevaron a cabo estos experimentos, el riesgo es un valor cultural, lo que llevaría a cada miembro del grupo a querer mostrarse más «valiente», arriesgándose más que los demás y llevando al grupo a decisiones cada vez más arriesgadas; y c) Explicación psicosocial.: considerando de utilidad las dos explicaciones anteriores, lo que de verdad subyace al proceso de polarización es, a mi juicio, la estrecha relación existente entre la necesidad de una identidad positiva y la de pertenencia. En efecto, como escriben Blanco y otros (2004, págs. 283-284),
el proceso suele ser el siguiente: cuando los miembros de un grupo interactúan y ponen abiertamente sobre el tapete sus argumentos, se sitúan en disposición de descubrir que sus opiniones son más comunes de lo que esperaban, que su postura es más compartida de lo que pensaban, que no son tan arriesgadas (o tan conservadores) como se creía, y que los hay que los superan por la derecha y por la izquierda: una especie de cura de humildad que intentamos contrarrestar extremando nuestras posiciones. La reacción no se hace esperar: nos vamos desplazando hacia la situación más extrema para ganar crédito, respeto, distintividad, atractivo, etc., todas esas cosas que alimentan nuestra autoestima. La gente entiende que ésta es la manera más adecuada de autorrepresentación. Máxime si esas posiciones son socialmente deseables y valoradas.
Más aún, añaden estos autores (pág. 286), «la polarización se convierte, entonces, en algo típicamente grupal; es un fenómeno que se produce a nivel específico de grupo, y se muestra estrechamente vinculado al que para la teoría de la categorización del yo es el hecho capital de la grupalidad: el sentimiento de pertenencia». De hecho, a medida que aumenta la identificación con el grupo, mayor se hace la polarización.
Sin embargo, pronto comenzaron a darse cuenta los psicólogos sociales de que este fenómeno no era, como se supuso originalmente, un simple cambio hacia el riesgo, sino que la discusión en grupo aumentaba las inclinaciones personales promedio existentes inicialmente en los miembros del grupo. Lo que realmente se produciría no sería una tendencia al riesgo, sino un fortalecimiento de la tendencia dominante en el grupo, una exageración de la posición media inicial, y ello se produce como consecuencia de la discusión intragrupal. En efecto, la polarización es mayor cuanto mayor es la implicación de los sujetos en el asunto (Moscovici y Zavalloni, 1969). Además, se ha encontrado también que los individuos adoptan actitudes más extremas cuando se comprometen personalmente que cuando emiten un juicio más impersonal. Igualmente, Myers y Bishop (1970) encontraron que la discusión grupal incrementaba los prejuicios en un grupo muy prejuicioso y los disminuía en otro poco prejuicioso. Por tanto, no es raro que la autosegregación de los adeolescentes en grupos de chicos y de chicas lleve a la acentuación progresiva de sus diferencias de género inicialmente modestas (Maccoby, 2002): los chicos con los chicos se van haciéndose paulatinamente más competitivos y orientados a la acción en sus juegos y aspiraciones, mientras que las chicas con las chicas se van orientando cada vez más a las relaciones. De forma similar, Schkade y Sunstein (2003) hallaron que en los jurados de apelaciones ante tribunales federales de Estados Unidos, «los jueces nombrados por los republicanos tienden a votar como los republicanos y los jueces nombrados por los demócratas tienden a votar como los demócratas». Pero estas tendencias se ven acentuadas cuando están con otros jueces con sus mismas inclinaciones: «Un juez nombrado por los republicanos que se sienta junto con otros dos republicanos vota de forma mucho más conservadora que cuando ese mismo juez se sienta con, al menos, otro juez nombrado por los demócratas. Un juez nombrado por los demócratas mostrará la misma tendencia en la dirección ideológica opuesta.» Más aún, las diferencias entre grupos antagónicos se agudizan cuando dan lugar a controversias que, a su vez, estimulan discusiones exclusivamente intragrupales. Por ejemplo, Feldman y Newcomb (1969) encontraron que los estudiantes universitarios con prejuicios y conservadores que vivían en colegios mayores, en los que generalmente se relacionaban con personas que compartían sus mismas actitudes, más conservadores y prejuiciosos se hacían, cosa que no ocurría a sus compañeros que, mostrando al principio el mismo o parecido nivel de prejuicio y de conservadurismo, vivían de forma independiente. Además, la polarización ayuda a entender mejor algunos aspectos de la negociación colectiva. La discusión intragrupal refuerza las tendencias ya existentes en los individuos, lo que extrema tales tendencias.
En resumidas cuentas, el fenómeno de la polarización es un fenómeno general, más marcado cuanto mayor sea la implicación de los individuos y que se ve favorecido por el conflicto, con lo que podemos ya dar una definición más clara de lo que es el fenómeno de la polarización, que es sencillamente «la acentuación de una tendencia inicialmente dominante en un conjunto de grupos» (Doise y Moscovici, 1986, vol. II, pág. 274).
Durante los conflictos, tanto intergrupales como interpersonales, las personas con ideas parecidas se relacionan cada vez más entre sí, extremando sus tendencias compartidas. Así, la delincuencia de las bandas callejeras surge de un proceso de refuerzo mutuo dentro de tales bandas, cuyos miembros comparten atributos y hostilidades (Cartwright, 1975). Un proceso similar influye también en la creación de grupos terroristas (McCauley, 2002; McCauley y Segal, 1987): cuando personas que comparten una misma percepción de ofensa (por ejemplo, quienes creen que el País Vasco está sufriendo una larga opresión por parte de España) interactúan entre sí, se hacen cada vez más extremos, llegando a actos violentos a los que los individuos, fuera del grupo, jamás hubieran llegado. De hecho, en los procesos de socialización que llevan a algunas personas a convertirse en terroristas, la polarización grupal desempeña un papel protagonista, pues tales procesos aíslan a los individuos y los separan de otros sistemas de creencias, a la vez que deshumanizan sus potenciales blancos y no toleran ningún disentimiento (Smelser y Mitchel, 2002). Como señala Ariel Merar¡ (2002), un experto en terrorismo suicida, la clave para fabricar un terrorista suicida es el proceso de grupo, pues el terrorismo suicida nunca ha partido de la voluntad individual de la persona. Todo ello tiene importantes y preocupantes consecuencias para la vida real. En efecto, como escribe Myers (2008, pág. 308), «muchos conflictos se agrandan en la medida en que las personas de cada bando hablan sobre sus preferencias con otras personas de mentalidad semejantes: los conflictos aumentan las discusiones intragrupales, que, a su vez, incrementan las diferencias intergrupales, profundizándose así el conflicto aún más».
Finalmente, recordemos que durante los últimos años ha aparecido un nuevo escenario que posibilita nuevas interacciones en grupo: Internet. En efecto, sus incontables grupos virtuales posibilitan tanto a pacifistas como a neonazis, a ex alcohólicos y a quienes han superado un cáncer, encontrar apoyo social para sus preocupaciones, sus anhelos, sus intereses y sus ilusiones (Gestenfeld y otros, 2003; McKenna y Bargh, 1998, 2000; Sunstein, 2001). Sin embargo, dado que en estas interacciones por Internet no existen los matices no verbales de una conversación cara a cara, ¿se producirá en estas discusiones la polarización grupal? ¿Se harán, por ejemplo, más pacifistas los pacifistas o más agresivos los neonazis? Aún no tenemos datos suficientes para dar una respuesta fiable a esta cuestión, aunque todo parece indicar que, efectivamente, a medida que la expansión de la banda ancha haga más probables las discusiones en grupo en Internet más probable será también la polarización grupal.
5. PENSAMIENTO DE GRUPO
Desde hace años los psicólogos vienen diciendo que los grupos con alta cohesión son más productivos que los grupos con cohesión baja. Pero las cosas no parecen tan claras: cuando un grupo cohesionado toma una decisión, suele a veces tener que pagar un alto precio, el derivado del «pensamiento de grupo», que, como señala Janis, no es sino «el modo de pensamiento que emplean las personas cuando la búsqueda del consenso se vuelve tan dominante en un grupo cohesionado que éste tiende a ignorar la evaluación realista de cursos de acción alternativos». De hecho, Janis (1973), en un libro ya clásico y no traducido al castellano, titulado precisamente Víctimas del pensamiento de grupo, mostraba cómo, por ejemplo, diferentes gobiernos norteamericanos tomaron decisiones grupales claramente inadecuadas e incluso a veces abiertamente disparatadas, con consecuencias tremendamente dramáticas, como ocurrió, por no recordar sino sólo dos ejemplos de los mencionados por Janis, durante la segunda guerra mundial ante el ataque japonés a Pearl Harbour, decisión según la cual no había que hacer nada pues la flota norteamericana estaba allí muy segura y a salvo de cualquier posible ataque japonés, o en la decisión de J. E Kennedy y su equipo de invadir Puerto Girón (o Bahía Cochinos), decisión que pronto se mostró absolutamente errónea y de consecuencias realmente trágicas para los invasores. ¿Cómo se explica, si no es a través del fenómeno del pensamiento de grupo, que el gabinete de Kennedy, cuyos miembros tenían indiscutiblemente una gran inteligencia, cometiera los errores de cálculo que cometió? Por ejem plo, resulta absolutamente sorprendente que pudieran creer estas cuatro cosas, que hasta un niño hubiera sabido ponderar adecuada y prudentemente: 1) nadie sabrá que Estados Unidos era el responsable de la invasión, de forma que casi todo el mundo creería la versión de la CIA; 2) la fuerza aérea cubana será puesta fuera de combate inmediatamente; 3) los 1.400 exiliados cubanos que formarían la brigada invasora tienen una moral tan alta que no necesitan ninguna otra ayuda del ejército estadounidense; y 4) la invasión producirá una revuelta en el interior de Cuba que favorecerá a los invasores y acabará rápidamente con el régimen de Castro. También la invasión de Rusia por parte de la Alemania nazi podría ser otro ejemplo claro: de lo contrario resulta difícil entender cómo Hitler se atrevió a atacar al gigante soviético, abriendo así, además, otro frente por el Este. Lo hizo porque había un líder indiscutible e indiscutido, enormemente directivo, que veía la tarea como algo sencillo, de forma que quienes le rodeaban se formaron opiniones compartidas de que la URSS caería inmediatamente ante la fuerza invencible de las divisiones alemanas. También pudo ser consecuencia del pensamiento de grupo la decisión de la Administración Bush de invadir Irak, en 2003, cuando no hacía falta ser un lince para saber que terminaría en fracaso, pues una cosa era bombardear Bagdad desde 5.000 kilómetros de altura y derrotar estrepitosamente al ejército de Sadam Husein, como hizo Bush padre, y otra bien diferente ocupar un país enemigo. De hecho, los psicólogos británicos Newell y Lagnado (2003) creen que los síntomas del pensamiento de grupo pueden haber contribuido a tal decisión, dado que Bush se rodeó de asesores con ideas parecidas a las suyas, lo que llevó a que callaran las voces. Otro ejemplo de esto pudo darse cuando la NASA decidió en 1986 lanzar el transbordador espacial Challenger (Esser y Lindoerfer, 1989). Finalmente, Blanco añade el caso del Prestige, el petrolero que, en la época de Aznar, se desmoronó ante las costas gallegas, produciendo unas de las mayores contaminaciones marítimas de la historia. «El conjunto de decisiones que se tomaron por parte de las autoridades en los momentos más decisivos recuerdan mucho a la chapucera invasión de Bahía de Cochinos, y nos remiten, con toda legitimidad, a los fundamentos teóricos del pensamiento grupal» (Blanco y otros, 2004, pág. 292).
Ahora bien, el riesgo de caer en el pensamiento de grupo es mayor cuando se dan estas circunstancias: 1) Alta cohesión de grupo: subraya Janis que cuanto mayor sea tal cohesión, mayor será la probabilidad de que se dé el pensamiento de grupo. Sin embargo, ello no parece haber sido confirmado por los datos empíricos (Esser, 1998; Raven, 1998), y es que más que de alta cohesión habría que hablar del deseo vehemente de que no se rompa el consenso; 2) Aislamiento relativo del grupo de los puntos de vista disidentes que puedan existir, lo que suele ser frecuente ya que existen muy diversos mecanismos que impiden que tales puntos de vista lleguen al grupo y se debatan; y 3) Líder tan directivo que siempre sea él quien proponga las decisiones a tomar. Esta tercera variable es la más importante de las tres. En estas circunstancias, los miembros del grupo preferirán no oponerse a la decisión propuesta, incluso aunque no les convenza, tanto para no oponerse al líder como para preservar la cohesión grupal produciéndose lo que Janis llama pensamiento de grupo, que es el responsable de que las decisiones tomadas sean clara e increíblemente erróneas, y que él explica a partir de la naturaleza colectiva de tales tomas de decisión, identificando ocho síntomas de pensamiento grupal, que no son sino formas colectivas de reducción de la disonancia que surge cuando los miembros del grupo tratan de mantener su sentimiento de grupo positivo frente a una ame naza (Turner y otros, 1992), síntomas que, siguiendo a Myers (2008), podemos agruparlos de la siguiente manera:
a) Los dos primeros llevan a los miembros del grupo a sobreestimar el poder y los derechos del propio grupo: 1) Ilusión de invulnerabilidad: los grupos que poseen las anteriores características desarrollan un optimismo excesivo que les impide ver el peligro. Por ejemplo, el equipo gubernamental de Kennedy minusvaloró en exceso los peligros de la operación militar que pretendían llevar a cabo. Por tanto, tomaron alegremente la decisión que tan trágico desenlace tuvo; 2) Creencia indiscutible en la moralidad inherente al grupo: los miembros del grupo cohesionado dan por supuesta la moralidad inherente a su grupo, lo que les lleva a no tomar en consideración las consecuencias morales o éticas de sus decisiones.
b) Los miembros del grupo también se convierten en mentalidades cerradas, para lo que utilizan estos mecanismos: 1) Racionalización: en las deliberaciones de estos grupos se dedica más tiempo a explicar y justificar, es decir, a racionalizar, las decisiones tomadas, que a sopesar sus ventajas y sus inconvenientes; 2) Estereotipos compartidos del oponente: en estos grupos se considera colectivamente a los enemigos demasiado incompetentes a la hora de negociar o demasiado débiles y torpes a la hora de defenderse. Así, el grupo de Kennedy se convenció de que el ejército de Castro era tan débil y su apoyo popular tan superficial que una sola brigada podría fácilmente derrocar su régimen. Pero la realidad fue bien diferente, de tal forma que a poco de desembarcar dos mil cubanos disidentes en Bahía de Cochinos fueron todos muertos o hechos prisioneros.
c) Finalmente, el grupo sufre presiones hacia la uniformidad: 1) Presión directa del grupo hacia la conformidad: esta presión se ejerce sobre cualquiera que exprese argumentos fuertes en contra de los estereotipos compartidos o las ideas y compromisos del grupo, presión destinada a hacerle comprender con toda claridad que ese tipo de disidencia va en contra de lo que se espera de todos los miembros leales del grupo. En concreto, el grupo rechaza a aquellos de sus miembros que plantean dudas acerca de las suposiciones y planes del grupo, a veces no con argumentos sino con sarcasmos, risas, muecas, etc; 2) Autocensura: con frecuencia no es necesaria la presión directa que acabamos de mencionar, ya que son los propios miembros del grupo los que se autocensuran para no romper la unidad y la cohesión grupal; 3) Ilusión compartida de unanimidad: la autocensura y la presión para no romper el consenso crean una ilusión de unanimidad que se incrementa a causa de la equivocada suposición de que quien calla otorga. Más aún, el consenso aparente confirma la decisión del grupo. Así, Albert Speer (1971), arquitecto y asesor de Hitler, describe el ambiente que rodeaba a Hitler como un clima en el que la presión para conformarse suprimía toda desviación: la propia falta de disidencia creaba una ilusión de unanimidad; y 4) Existencia de personas guarda-mente: algunos miembros protegen al grupo de toda información que pueda poner en tela de juicio la moralidad de sus decisiones. En el grupo de Kennedy, su hermano Robert funcionó como persona guarda-mente. También el secretario de Estado, Dean Rusk, se comportó como guarda-mente ocultando las advertencias de los expertos diplomáticos y de inteligencia contra la invasión.
Como consecuencia de todo ello, el comportamiento de los miembros de estos grupos cohesionados está encaminado a proteger al grupo del peligro de las disensiones in ternas. Cada uno de ellos se esfuerza por salvaguardar la unidad y la unanimidad, evitando todo conflicto que pudiera perjudicarlas. Pero esos intentos de evitación del conflicto disminuye la calidad de la toma de decisión, desembocando en la siguiente paradoja: la suma de decisiones racionales es una decisión irracional, lo que lleva a que la decisión del grupo sea de menor calidad que la decisión individual de cada uno de sus miembros. Las decisiones grupales, pues, al menos si se dan ciertas condiciones, pueden ser irracionales. Y lo sorprendente es que individuos racionales opten conjuntamente por una solución que no es racional. Eso es justamente el pensamiento de grupo, pensamiento que, como hemos visto, difiere sustancialmente del pensamiento individual.
Todo sucede como si las relaciones de amistad, la solidaridad o el espíritu de cuerpo que reina en los grupos los incitaran a adoptar este pensamiento no crítico y grupal en detrimento del pensamiento independiente y crítico. Este pensamiento será fuente de ilusiones, de imprudencias y de ideas preconcebidas, y tendrá por resultado una menor eficacia intelectual y un menor contacto con la realidad, un debilitamiento de los juicios morales. Lo que una persona piensa o hace cuando se encuentra sola no permite prever lo que pensará o hará cuando esté reunida con otras personas (Doise y Moscovici, 1986, págs. 264-265).
En definitiva, bajo ciertas condiciones el grupo es mejor (rinde más, toma decisiones más acertadas y eficaces, etc.) que sus miembros individualmente. Pero bajo ciertas otras condiciones ocurre lo contrario: se da el pensamiento de grupo y son menos eficaces en sus decisiones, incluso hasta límites realmente increíbles, en concreto cuando el líder promueve una idea y cuando el grupo se aísla a sí mismo de los puntos de vista disidentes (McCauley, 1989).
Sin embargo, el pensamiento de grupo y sus negativos efectos no son algo que necesariamente tenga que acompañar a la toma de decisiones por parte de los grupos cohesionados o que buscan la cohesión. Por el contrario, puede ser evitado. Es más, si se consigue evitar, entonces las decisiones de los grupos cohesionados serán más eficaces que las decisiones individuales o que las de los grupos no cohesionados. Así, Janis analizó también las decisiones de grupo que habían sido altamente exitosas, como por ejemplo las que tomó J.F.Kennedy en el caso de la «guerra de los misiles» entre Estados Unidos y la Unión Soviética, elaborando las siguientes recomendaciones al líder de un grupo cohesionado para evitar el pensamiento de grupo Qanis, 1973) (tomado de Myers, 1995, pág. 333): 1) Comente a los miembros del grupo acerca del pensamiento grupal, sus causas y sus consecuencias; 2) Sea imparcial; no asuma ninguna posición; 3) Pida a todos que evalúen de manera crítica; aliente las objeciones y las dudas; 4) Asigne a uno o más miembros el papel de «abogado del diablo»; 5) De vez en cuando subdivida al grupo, haciendo que los subgrupos se reúnan por separado y luego júntelos para ventilar las diferencias; 6) Cuando la cuestión tenga que ver con las relaciones con un grupo rival investigue todas las señales de advertencia e identifique varias acciones posibles del rival; 7) Después de llegar a una decisión preliminar, convoque a una reunión de «segunda oportunidad», pidiendo a cada miembro que exprese las dudas que tenga; 8) Invite a expertos ajenos al grupo a que asistan a las reuniones de forma escalonada; pídales que desafíen los puntos de vista del grupo; 9) Aliente a los miembros del grupo a que ventilen las deliberaciones del grupo con integrantes confiables y que expresen sus reacciones; y10) Haga que grupos independientes trabajen de manera simultánea en la misma cuestión.
6. EL INDIVIDUO Y LAS SECTAS
¿Cómo es posible que se «suicidaran» casi mil miembros de la secta «Templo del Pueblo»? ¿Cómo es posible que David Koresh consiguiera que sus seguidores prometieran ser célibes a la vez que le cedían a él sus esposas e hijas? ¿Cómo fue posible que el grupo sectario Niños de Dios utilizara el sexo instrumentalmente, tanto como medio de captación de nuevos adeptos o colaboradores, como para obtener financiación económica mediante el ejercicio de la prostitución de sus adeptas jóvenes? Todo ello fue posible porque previamente a los miembros de tales sectas los habían «lavado el cerebro» 1. Uno de los ejemplos más impactantes de «lavado de cerebro» fue el que sufrió en los años 70 Patricia Campbell Hearst, que fue secuestrada el 4 de febrero de 1974 en Berkeley (California), por miembros de una comuna revolucionaria de jóvenes llamada Ejército Simbiótico de Liberación. Sólo dos meses después del secuestro, ella misma hizo pública su incorporación a la militancia del citado grupo guerrillero, a la vez que denunciaba a sus padres y afirmaba su total desvinculación de su novio y de su anterior estilo de vida. Es más, solamente quince días después de este anuncio ya participó con otros compañeros, metralleta en mano y a cara descubierta, en el atraco a un banco. Como puede suponerse, su padre no daba crédito a lo que veía, ni tampoco podía creer que los secuestradores hubieran tenido tanta influencia en su hija hasta el punto de cambiar radicalmente la personalidad que se había formado a lo largo de veinte años. Después de la muerte violenta de la mayoría de sus compañeros, Patty fue detenida y durante largas sesiones fue «desprogramada» exitosamente, de tal forma que al final del tratamiento recuperó su identidad anterior al secuestro y reconoció haber sido sometida a la fuerza a técnicas de control coercitivo. Durante el juicio por su participación en el atraco al banco, el psiquiatra Louis J.West atribuyó su participación a la aplicación sobre ella de técnicas de persuasión coercitiva similares a las practicadas por los chinos con los prisioneros de la guerra de Corea, es decir, técnicas de «lavado de cerebro». En el mismo sentido se pronunció el psiquiatra R J.Lifton, afirmando que las técnicas de modificación del pensamiento aplicadas a Patty habían resquebrajado su propia identidad, lo que se simbolizó con el cambio de su nombre por el de Tania, su nuevo nombre dentro del grupo.
El poder de las sectas deriva de su gran capacidad para «lavar el cerebro» de sus miembros, utilizando una serie de técnicas persuasivas y coercitivas altamente eficaces y que tienen como finalidad última aniquilar la capacidad de sus miembros para pensar por sí mismos. Tales técnicas son principalmente de tres clases (Rodríguez Carballeira, 1992, pág. 110 y sigs.):
A) Técnicas de tipo ambiental - actúan sobre el ambiente del sujeto, manipulándolo y recortando sus posibilidades de elección, con la gravedad de que con frecuencia el sujeto ni se da cuenta de que sus alternativas de elección han sido restringidas. Y es que, como es bien conocido, una forma de controlar a las personas consiste justamente en controlar su ambiente. Entre tales técnicas destacaremos las siguientes: 1) Aislamiento de la red del apoyo social - es lo primero que hacen todas las sectas y, a la vez, uno de los principales indicadores para saber si un grupo es secta o no lo es. Con estas técnicas, la secta consigue desarraigar al individuo, quitarle la tierra de debajo de los pies, romperle su identidad personal y social anterior, con lo que le pondrá en situación de buscar una nueva identidad. Y al necesitar imperiosamente una nueva identidad, no le cabrán más posibilidades que adoptar la que le proporciona la secta; 2) Control de la información: tiene como objetivo aumentar aún más el aislamiento del individuo. A quienes pertenecen a alguna secta la información les llega fuertemente controlada o filtrada: sólo reciben las informaciones que a la secta le interesa que reciban; 3) Creación de un estado de dependencia existencial: cuando se induce a alguien a dejar en manos ajenas el control total sobre la satisfacción de sus necesidades básicas, se está consiguiendo que su existencia dependa de esas manos ajenas y, por tanto, que se aliene. De hecho, las sectas suelen hacerse cargo de la satisfacción de prácticamente todas las necesidades de sus miembros, desde las primarias (alimentación, vivienda, etc.), hasta las secundarias (libros, etc.), a través sobre todo, aunque no sólo, de un absoluto control económico (el adepto no puede tener dinero propio, de tal forma que para satisfacer cualquiera de sus necesidades, por mínima que sea, debe pedirlo, lo que los infantiliza); 4) Debilitamiento psicofísico, que se consigue sobre todo de tres formas: imponiendo un régimen alimenticio empobrecido mediante una dieta insuficiente y/o desequilibrada; limitando las horas de sueño; y explotando las energías hasta el agotamiento físico y psíquico. Recordemos que Aldoux Huxley compara el efecto alucinógeno del ayuno ascético al de la ingestión de LSD, y que la privación de sueño se ha de entender también como un arma que pretende buscar o forzar el cambio de conducta a través del debilitamiento. «Está comprobado que la reducción del horario de sueño y el agotamiento facilitan el deterioro en la capacidad crítica del individuo. Se consigue que la persona esté más influenciable, que tienda a responder afirmativamente a todo lo que se le propone y a disminuir el razonamiento lógico» (Cuevas y Canto, 2006, pág. 26); y 5) Utilización del castigo físico: a menudo, las sectas utilizan el castigo físico, lo que destroza la autoestima de los miembros castigados, ya que ello supone una gran humillación.
B) Técnicas de tipo emocional: ya Brown (1978) nos decía que la persuasión consiste en influir sobre la actividad emocional. De hecho, es a través de la influencia sobre las emociones de la gente como se llega a cambios reales en sus actitudes, su ideología y su personalidad, como intentan hacer coercitivamente las sectas, ya que, como dice Lifton (1961), «lo más destacado de la reforma del pensamiento es la penetración de las fuerzas psicológicas del entorno en las emociones internas de la persona». Y para ello suelen utilizar diferentes técnicas, como las siguientes: 1) Activación emocional del gozo: cuando una secta capta a una persona, ésta lo explica frecuentemente como si se hubiera tratado de un «flechazo», un enamoramiento o un hechizo. Y es que, afirma Rodríguez Carballeira, «la vía emocional resulta la más indicada para el inicio de la conversión; posteriormente, cuando el afecto positivo esté fundamentado, se comenzará a desarrollar paulatinamente la estructura cognitiva»; 2) Activación emocional del miedo, la culpa y la ansiedad: esto lo consiguen por medio de una muy estudiada, arbitraria y selectiva aplicación de premios y castigos, promesas y amenazas.
C) Técnicas de tipo cognitivo: como hemos visto, ya las técnicas ambientales y las emocionales poseen importantes efectos de tipo cognitivo. Así, un sujeto débil físicamente, como consecuencia de una falta continuada de sueño o de una persistente alimentación deficiente, o bien con un fuerte sentimiento de culpa, no se encuentra en las mejores condiciones para hacer funcionar eficazmente sus procesos cognitivos. Pero para conseguir esos propósitos, a las técnicas ya vistas las sectas añaden otras más propiamente cognitivas: 1) Denigración del pensamiento crítico, lo que como acertadamente señala Rodríguez Carballeira (1992, pág. 133), lleva a la desvirtuación y a la renuncia de sus valores previos y de los métodos de análisis privados. De hecho, continuamente se enseña a los adeptos que de ninguna manera deben pensar. Eso aclara situaciones como la que nos cuenta una ex-adepta de Hare Krisna: «Se nos programó para no pensar. Sólo de esta forma se explica el que yo, cada día, robara una docena de libras de leche y creyera que haciéndolo estaba purificando el alma del tendero»; 2) Uso de la mentira y el engaño: continuamente los líderes de las sectas engañan y mienten a sus adeptos, disfrazando de mil maneras sus auténticos propósitos; 3) Exigencia de identificación con el grupo: todas las sectas utilizan presiones muy poderosas para conseguir y mantener una fuerte unanimidad dentro del grupo. Una de las primeras cosas que enseñan a los nuevos adeptos es la importancia de la pertenencia al grupo, por lo que pronto los convierten en miembros activos del grupo. Así, los rituales dentro de la comunidad o la solicitud de donaciones fortalecen la identidad grupal de los adeptos. De hecho, la obligación que muchos miembros de diferentes sectas tienen de ir predicando de puerta en puerta, aunque a menudo les den con las puertas en las narices, no es tanto convertir a otros, cuanto profundizar y enraizar sus propias creencias así como afianzar su identidad grupal: cuanto mayor sea el compromiso personal, mayor será la necesidad de justificarlo.
Pero ¿qué es realmente una secta? Adoptando la definición que dan Rodríguez Carballeira y Almendros (2006, pág. 336), diremos que las sectas «son grupos donde la manipulación y el abuso psicológico se aplica de forma más intensa y extensa, lo que constituye su principal característica definitoria, de ahí que algunos prefieran hablar genéricamente de grupos de abuso psicológico en sustitución del término sectas».
Ahora bien, las sectas saben bien que no les resulta fácil captar a cualquiera. Las personas con más probabilidad de ser captadas por una secta son aquellas que tienen unos fuertes problemas de identidad y/o una profunda necesidad de pertenencia no satisfecha (es decir, aquellas que se encuentran aisladas o rechazadas socialmente o que se sienten solas). De ahí que no sea cierto, como tantas veces se dice, que los adolescentes son las personas más proclives a ser captadas por sectas. Ello no es exactamente así: el blanco más fácil para las sectas no son los adolescentes sino las personas con problemas de identidad y con mayor necesidad, no satisfecha, de pertenencia. De hecho, como he mostrado en otros trabajos (Ovejero, 1997, 2000c) el éxito de las sectas se debe fundamentalmente a dos variables que siempre actúan juntas y que se apoyan y se refuerzan mutuamente. Por una parte, una persona con serios problemas de identidad y que necesita encontrar una nueva; y, por otra, un grupo que dice poseer la Verdad Absoluta, que es precisamente lo que necesita esa persona para solucionar sus problemas de incertidumbre. Si se dan esos dos factores, la eficacia de las técnicas de persuasión coerci tiva de la secta está prácticamente asegurada. O sea, un adolescente sin problemas serios de identidad no es una presa fácil para las sectas, mientras que un adulto con problemas de identidad sí lo es. Otra cosa es que en nuestra sociedad sea muy frecuente, máxime en el actual momento postmodemo, que los adolescentes tengan importantes problemas de identidad.
Además, tenemos que tener muy presente que el poder de las sectas no es irresistible. Por el contrario, podemos enfrentarnos a él e incluso hacernos inmunes a su seducción. Como escribe Myers (2008, pág. 183),
en contra de la idea de que las sectas convierten a individuos indefensos en robots, estas técnicas (un creciente compromiso conductual, la persuasión y el aislamiento del grupo) no tienen un poder ilimitado. La Iglesia de la Unificación ha reclutado con éxito a menos de una de cada diez personas que acuden a sus talleres. La mayoría de los que se unieron a las Puertas del Cielo se había ido antes del fatídico día. David Koresh gobernó con una combinación de persuasión, intimidación y violencia. A medida que Jim Jones hacía exigencias más extremas, también tuvo que controlar cada vez más a la gente a través de la intimidación. Utilizó amenazas de perjudicar a los que se iban de la comunidad, daba palizas a los que no obedecían y utilizó drogas para neutralizar a los miembros que no estaban de acuerdo con él. Al final, era mucho más un abusón que un convencedor.
Tengamos en cuenta que si el éxito de las técnicas de persuasión coercitiva estriba principalmente en su llamada emocional y afectiva a personas con problemas emocionales, afectivos y de identidad, entonces la eficacia de las técnicas para resistir su influencia también deberá ir en la misma dirección, de tal forma que las principales técnicas de resistencia a la persuasión son las siguientes (Rodríguez Carballeira, 1992, 1994):
1) Autonomía personal e integración social: la autonomía personal se fortalece mediante una integración satisfactoria en unas redes de apoyo social adecuadas, pues es a individuos que se encuentran aislados a los que las sectas y las organizaciones totalitarias captan con mayor facilidad. Y es que el individuo extrae su identidad personal de su identidad social, y su autonomía y su fortaleza personales de su integración en grupos sociales. Son siempre unas relaciones sociales satisfactorias, dentro de la familia, con los amigos, etc., la mejor garantía para resistir exitosamente las presiones coercitivas.
2) Autoestima y fortalecimiento del yo: las personas más proclives a caer en las redes de las sectas son las que tienen problemas de identidad, derivados a menudo de la posesión de un yo débil, unos fuertes complejos de inferioridad, una baja autoestima, etc. De ahí que cualquier técnica que mejore la autoestima y fortalezca el yo, ayudará al individuo a resistir las persuasiones coercitivas, cosa que se consigue más satisfactoriamente en situaciones sociales. Así, toda familia que pretenda proteger a sus hijos del peligro sectario debería ayudarles a formarse una autoestima alta y un autoconcepto positivo, dándoles responsabilidad, elogiándoles por las cosas bien hechas, enseñándoles a hacer atribuciones causales adecuadas, etc.
3) Desarrollo de un pensamiento crítico e independiente: este aspecto, que complementa perfectamente al anterior, nos dice que tanto en la familia como en la escuela es necesario enseñar a los niños y adolescentes a ser críticos, sobre todo hacia las propias figuras de autoridad. En la escuela esto puede conseguirse a través de dos métodos prin cipalmente: el aprendizaje cooperativo y el entrenamiento de ciertas habilidades sociales. Es el desarrollo del pensamiento crítico el que permite el mantenimiento de la autonomía y la independencia, y las personas más independientes poseen también una mayor resistencia a las influencias coercitivas.
4) Atención y exigencia de claridad en la interacción: cuando una persona conoce ya las técnicas más corrientes que suelen ser utilizadas para persuadirle, lo importante es mantener la atención despierta para detectarlas rápidamente. Una vez detectadas y constatado que uno es el destinatario de esas técnicas, lo mejor es evitar el primer paso de la implicación, es decir, tratar de resistir ya el primer escalón del proceso de persuasión, porque si no se hace así y se establece un primer acuerdo, ello puede facilitar la aceptación de peticiones subsiguientes («escalada del compromiso»).
En definitiva, la mejor prevención contra la persuasión coercitiva de sectas y organizaciones totalitarias consiste en formar ciudadanos auténticamente libres y críticos, con una alta autoestima y un autoconcepto positivo, con una identidad personal y social satisfactorias, y bien integrados socialmente en redes sociales que realmente les den apoyo. Y he dicho «sectas y organizaciones totalitarias» porque, al menos a mi modo de ver, todos los tipos de grupos totalitarios (las sectas lo son, pero también otros grupos como los terroristas) se rigen por los mismos principios y procesos. De hecho, y en contra de la creencia general, no son personas psicológicamente criminales ni mentalmente taradas las que se unen a grupos terroristas. Tampoco es cierto que lo hagan por dinero. «En general, no parece que los terroristas se hayan convertido en tales como resultado de anormalidades psicopatológicas o de trayectorias previas en la ejecución de crímenes con fines lucrativos, ni que se trate por lo común de mercenarios a sueldo de ciertos gobiernos extranjeros y ajenos a circunstancias endógenas de conflictividad sociopolítica» (Reinares, 1998, pág. 92). Algo similar escribe Vicente Garrido (2005, pág. 138): «La investigación más reciente no suscribe la idea de que el terrorista es un enfermo mental, o una persona con un deterioro importante de su personalidad.» Entonces, ¿por qué tantas personas mantienen un enfoque psicopatológico del terrorista? La explicación de este fenómeno no es difícil de entender. De hecho, en una revisión de los estudios existentes sobre este tema, Silke (1998) asegura que los diferentes intentos de ofrecer una perspectiva psicopatológica de la personalidad del terrorista obedecen a lo que él denomina «la lógica del gato de Alicia» y que explica de esta manera: «El gato cree que sólo la gente loca puede vivir en el país de las maravillas, por consiguiente cualquiera que se encuentre allí debe estar loco». Sin embargo, como dice Garrido (2005, pág. 139), «no hay pruebas de que los terroristas destaquen, en general, por ser psicópatas, paranoicos o presentar una personalidad narcisista... Nos guste o no, la explicación del terrorismo parece hallarse más en procesos compartidos de indoctrinación y distorsión psicológicos que en perturbaciones de la mente o de la personalidad». Las motivaciones esenciales que llevan a un joven normal a ingresar en un grupo terrorista son principalmente de tipo psicosocial y están estrechamente relacionadas con sus problemas de identidad, o bien porque ya tienen una identidad personal y grupal muy relacionada con el grupo en el que ingresan, o bien, y son los casos aparentemente más sorprendentes, porque buscan una identidad y una pertenencia grupal que no tienen. De hecho, además de darles un sentido de fuerte pertenencia al grupo, la organización les permite adquirir una serie de «condecoraciones simbólicas» tanto dentro del grupo terrorista como dentro de la comunidad en que el grupo tiene más simpatías (como ocurre en el País Vasco o en Palestina): personas que antes no eran nadie, que no eran sino anónimos adolescentes, pasan a ser importantes, con un prestigio grupal y social que antes no tenían. O sea, que cuanto más prestigio tenga tal militancia en la comunidad en que se inserta el grupo terrorista, más fácil le será a éste captar nuevos adeptos (otra cuestión es qué entendemos realmente por grupo terrorista y quién define y con qué criterios qué grupos son terroristas y qué grupos no lo son).
Pero antes de terminar este capítulo quisiera añadir que el hecho de que yo, en gran medida, identifique grupos terroristas y sectas viene apoyado por un párrafo de un documento policopiado que fue aprobado en la tercera asamblea de ETA en 1964 (pág. 7) y que se titulaba «La insurrección en Euzkadi» (tomado de Reinares, 1998, pág. 124): «El gudari revolucionario, es decir, el gudari militante, lucha, como el antiguo cruzado, por una idea, por una verdad, la nuestra: la liberación radical de Euzkadi y de sus pobladores. Para nosotros, al igual que para el cruzado del siglo x la suya, nuestra verdad es la verdad absoluta, es decir, verdad exclusiva que no permite ni la duda ni la oposición, y que justifica la eliminación de los enemigos, virtuales o reales.»