2

Se escabulló como pudo después de cenar.

No había cuidado de que Manuel, delante de nadie, lanzara sobre ella una mirada equívoca. Parecía un santo varón. Además, tan pronto cenó se fue con su mujer al cuarto y Lita, que ya sabía lo suyo, pensó que iba a desahogar con su mujer la excitación que pilló con ella.

Bajo el porche, fumando y distraído, contemplando la noche, se hallaba David. Lita sintió una íntima excitación, la que despertó en ella el sobeteo de Manuel, de modo que decidió recibir una experiencia de su amigo de siempre.

David era un muchacho despierto y viril, pero no demasiado adiestrado en la vida sexual, ya que salía poco de la hacienda y sus limitaciones eran francamente evidentes.

No obstante, el instinto le dijo que aquella noche Lita estaba muy dispuesta a irse a retozar con él, ya que la tenía pegadita a su costado.

Le pasó un brazo por los hombros y la llevó hacia el granero.

—Estás hecha un flan —sonrió él—. Cuando crezcas y te hagas una mujer completa, nos casamos. ¿Qué opinas?

Ella no opinaba nada. Todo estaba tan lejos que lo que dijera David en aquel momento carecía de sentido.

Pero una cosa no carecía de sentido.

Su ansiedad.

Sus ganas de vivir.

¿Le despertó el amo aquella ansiedad?

¿Toño enseñándole algo que no había hecho jamás?

Pensaba también que, entre los tres, el que mejor haría las cosas sería Manuel, pese a sus años, pues

Toño presumía de avispado y ella no lo vio como tal, y en cuanto a David, pensaba si no sería aún casto.

Se lo preguntó:

—¿No has estado nunca con una chica?

Él rió divertido.

—Contigo.

—No, no. Tú y yo no hemos hecho nada completo. Jugamos a retozar, pero el acto sexual no lo hemos hecho.

—Lo hice alguna vez —dijo David avergonzado como si le diera rabia no ser un hombre habilidoso—. Por la pradera con las chicas que vienen a segar. Todo muy rápido y muy de prisa.

—¿Te ha gustado?

—Muchísimo.

—¿Y por qué a mí no me lo has hecho nunca?

—Oh —y la miraba embobado—. ¿Quieres?

—¿Por qué no?

Ya se perdían ambos en el granero.

David la asió por la cintura y la apretó contra su cuerpo. La abrazó con ansiedad y fuerza. Lita, que ya sabía cómo eran las cosas de los hombres, lo sintió abultado y excitado.

La besó en la boca apretando los labios en los de ella.

A Lita aquel beso le pareció cálido y fogoso, pero no la excitó demasiado.

En cambio David estaba que no cabía en sí de excitación. Así que la tiró contra la hierba seca y le levantó las faldas, de modo que sus torpes dedos la despojaron rápidamente de las bragas.

Lo que ocurrió después fue sencillo y rápido. David tenía tanta prisa que Lita se quedó a medias y lanzó un gruñido agitándose bajo él.

David se retiró sudoroso y cálido al mismo tiempo. Jadeaba como un animalucho y la miraba con ansiedad.

—No te ha gustado —dijo lastimero.

Lita le miró furiosa.

—A ti supongo que sí.

—¿A ti no?

—¿Y qué he sentido yo? Nada. Así no creo que se hagan las cosas.

—Yo no sé por qué tú tienes que saber tanto de esto.

—Y tú tan poco teniendo veinte años.

Y se fue muy enfadada.

Entre David y Toño aún prefería a Toño, pues entendía que con su torpeza le daba a ella tiempo a algo, pero David en su precipitación, no dejaba lugar a que sintiera nada.

Se fue a su cuarto y se tiró sobre el lecho.

Le hubiera gustado adquirir experiencia y con ese fin pensó que al día siguiente lo haría con Manuel.

Sin duda con él las cosas iban a ser de otro modo.

Le esperaba levantada junto a la camioneta cuando lo vio aparecer en mangas de camisa, con su pantalón de pana y agitando las llaves del vehículo entre sus dedos.

Lita le miraba entornando los párpados.

Aún no sabía mirar como mujer, pero su instinto le decía que mirando así tal vez excitara más a Manuel.

En efecto. Manuel lanzó sobre ella una mirada analítica y larga, de tal modo que Lita tuvo la sensación de que la dejaba en cueros y le gustó verse así, en pelota pura.

David aparecía en la puerta en aquel instante gritando:

—Quédate tú, tío, que te llevo yo las legumbres al mercado.

¡Eso mismo estaba pensando Manuel!

Después de ver a Lita tan predispuesta, no había nadie que aquel día se la quitara.

—Tú tienes bastante que hacer aquí —le gruñó—. Yo me entiendo mejor con los compradores.

—Pues no te lleves a Lita —dijo David convencido—. Nos ayudará en la recolección del trigo.

—Lita vende mejor que nadie —gruñó—. De modo que ve tú a lo tuyo y déjame a mí lo mío.

David era terco y le había gustado el asunto con Lita. Era apasionada y vehemente y no podía olvidar cómo se agitaba de ansiedad bajo su cuerpo, por eso insistió:

—Yo creo que haces mal llevándote a Lita cuando tanto queda aquí que hacer.

Apareció Josefa por una ventana.

—David, tú a lo tuyo y deja a tu tío con Lita. Vamos,

apresúrate que se marchan los de la siega.

* * *

Manuel puso el auto en marcha y miró a Lita con expresión aguda.

—¿Qué le pasaba a David? —preguntó.

—No sé —disimuló Lita.

—¿Tienes asunto con él?

—No, señor.

—Mejor que no lo tengas. Es un tontorrón si los hay. No te dará nada de gusto.

Y su mano soltaba el volante y se disparaba hacia las piernas de la joven, luego a los muslos y después a sus intimidades.

Lita sintió una excitación tremenda, de modo que se incorporó un poco y separó la blusa de tal modo que un seno le quedó fuera.

Manuel se olvidó de las legumbres frescas que llevaba. Metió el camión por un atajo y lo detuvo entre los arbustos.

Al momento tenía a Lita en la parte trasera del vehículo y le levantaba las faldas dejándola con todo al aire.

La penetró casi en seguida.

No es que fuese muy habilidoso, pensaría Lita muchos años después, pero era mejor que Toño y David.

Le dio un tremendo gusto, por lo que lanzó gemidos y suspiros mientras Manuel saltaba sobre ella con entusiasmo.

Así se fue haciendo Lita mujer.

No un día.

Muchos.

Años... entre David, Toño y Manuel la fueron adiestrando, pero sobre todo Manuel, que era el mejor de todos.

En cambio a David le enseñaba ella lo que había aprendido de Manuel y a Toño lo que había aprendido de Manuel y David.

A los dieciocho años, Lita era lo que se dice una mujer adiestrada en las artes sexuales como nadie y se cansó pronto de las inhabilidades de Toño.

Por otra parte, Toño se fue a cumplir el servicio militar voluntario y desapareció de la comarca por un tiempo.

David creció tres años más y seguía trabajando en la hacienda, pues un día, según sus tíos que no tenían hijos, se convertiría en el heredero de la granja.

Manuel no daba un paso sin llevarse a Lita con él.

Tanto si era al mercado como si se iba al campo con la comida para todo el día.

Josefa no se enteraba de nada.

Si un día su marido la poseía le perecía bien, pero si se pasaba un mes entero sin enterarse de que estaba a su lado en su cama, tampoco se quejaba por ello, pues ella, según pensaba Manuel, era mujer de pocos alcances y ningún apasionamiento.

En cambio Lita era toda una hembra.

Apasionada, vehemente, aprendía de maravilla a comportarse durante el acto sexual.

Pero un día que la vio algo sospechosa con David, saliendo ambos del granero sofocados y aún sudorosos, frunció el ceño.

No era celoso y la posesión de Lita, después de tres años, se había hecho rutinaria, pero con lo que no estaba de acuerdo era con que David se encaprichara por aquella putita.

No fue hacia Lita.

Con ella no quería enfadarse.

Pero sí fue hacia David.

El joven al ver a su tío se separó rápidamente de Lita y se metió en la casa. Mientras, Lita, indiferente, se iba prado abajo hacia el riachuelo.

Anochecía y Josefa andaba bregando en la cocina.

Manuel asió a su sobrino por el brazo y le dijo entrando ambos en un cuarto de la planta baja.

—¿Qué hacías con Lita?

—Pues, ¿qué hacía?

—Eso te pregunto yo. ¿Qué hacías tú dentro del granero con ella?

David estaba enamorado de Lita hasta el tuétano.

Aparte de ser guapísima con su pelo negro y sus ojos como el carbón y una boca fresca como cerezas recién cogidas del árbol, un cuerpo de sirena, era la pasión hecha mujer.

Sabía hacer el amor como nadie.

Suspirar bajo el placer como nadie. Besar deslizando la lengua entre sus labios...

A él nadie le había hecho aquellas cosas, excepto Lita.

Había tenido relaciones, y aún tenía, con las chicas del campo, pero ninguna se parecía a Lita ni en la suela del zapato.

Él pensaba casarse con Lita.

Es más, consideraba bueno aquel momento en que su tío le preguntaba qué hacía en el granero con la joven.

Sabía, porque ellos se lo habían dicho, tanto Josefa como Manuel, que un día sería el heredero de la granja y esperaba que los dos, tanto el marido como la mujer vieran con buenos ojos aquella boda entre él y Lita.

Por supuesto, ignoraba el lío amoroso-pasional que Lita se traía con su tío.

Ni por la mente se le pasaba.

Él creía a Lita enteramente suya y pensaba, neciamente, que todo cuanto sabía su amiga se lo había enseñado él.

—Te estaba preguntado —insistía Manuel enfadado— qué hacías tú con ésa dentro del granero.

David no dudó en responderle.

No la verdad, por supuesto.

Pero sí confesar el amor que le tenía a la joven.

—Un día —murmuró—, cuando vosotros digáis, me casaré con ella.

Manuel casi dio un salto.

Abrió tanto los ojos que David exclamó asombrado:

—¿Es que no te gusta?

—¿El qué?

Y parecía alelado.

—Que yo me case con Lita.

Desde aquel mismo instante Manuel pensó que lo razonable era despedir a Lita. Pero... ¿y él?

Le gustaba Lita.

Lo pasaba divinamente con Lita y aún necesitaba

por mucho tiempo una mujer, y la suya no le servía.

* * *

Decidió disimular.

No era cosa que David descubriera su juego con Lita y menos aún espantarlo negándose rotundamente a dar su consentimiento.

Por eso dijo con suavidad:

—Yo creo que hay tiempo para hablar de eso.

David insistió mohíno:

—Tengo veinticinco años.

—Y ella dieciocho, David. De modo que aguarda.

—Si no te parece mal se lo diré a tía Josefa.

A Manuel tanto le daba que se lo dijera a quien le diera la gana. De momento y mientras él tuviera sentido común o un poco de voz y voto allí, y de momento lo tenía todo, Lita no se casaría con él.

Y mucho menos él con Lita.

Pero como se imaginaba el trajín que se traían entre los dos y él consideraba a su sobrino, en sentido masculino, casi nulo, le dio rabia pensar que él había adiestrado a Lita para enseñar a aquel idiota, que si bien iba a ser su heredero, ni descollaba por su belleza, ni descollaba por su inteligencia y mucho menos por su hombría.

—Deja a tu tía con su paciencia y sus quehaceres y no le menciones tus intenciones.

David le miró anhelante.

—¿Crees que no estará de acuerdo?

—No lo sé. Supongo que sí. Tu tía siempre está de acuerdo’ con todo.

Y pensó que hacía por lo menos seis meses que al acostarse en la cama le daba el culo a su mujer sin preguntarle si tenía alguna ansiedad o deseo.

No esperaba tampoco que su esposa le reclamara nada.

Cuando Josefa se acostaba en la cama, estaba cansadísima y lo que menos tenía en cuenta era el acto sexual con su marido.

—De cualquier forma quiero a Lita para casarme con ella.

Manuel le miró agudo.

—¿Haces el acto sexual con ella?

David enrojeció.

—Lita es buena chica.

¡Ji!

Que se lo dijeran a él.

Tan buena era que desde hacía tres años la veía casi todos los días en cualquier rincón y si no se lo hacía tumbada se lo hacía de pie.

—Yo no discuto eso, David —dijo no obstante parsimonioso—. Pero sí te digo que de momento no me parece apropiado que te cases. Y no has respondido a la pregunta que te hice.

—¿Referente?

—A la intimidad que te traes con Lita.

Manuel sabía que David era incapaz de mentir. Podía callarse, pero no mentía porque por estar falto, estaba hasta de imaginación.

Así que empezó a retorcerse las manos y Manuel pensó que iba a dejarlo en paz. Ya le ajustaría él las cuentas a Lita.

Lita se había hecho con el tiempo y aquellos tres años de trato con él, cínica y descarada.

No estaba muy seguro de que la chica se confesase. Era una buena ladina y aprendió bien las lecciones sexuales que él le dio.

—Puedes irte —dijo sin esperar la respuesta del chico.

En aquel instante entraba Josefa en el cuarto, y al verlos allí dijo:

—¿Contra quién conspiráis?

David abrió la boca para decir algo, pero el tío le atajó con gesto y palabra.

—David me estaba contando lo que hicieron ayer en los campos de siega.

—Ah.

David, al oír la breve exclamación de su tía, salió presuroso y malhumorado.

El marido y la mujer quedaron frente a frente.

—David no parece muy contento. ¿Le has regañado?

—Yo no regaño a nadie.

Josefa le miró dudosa.

—Tú, por lo que veo, nada de nada.

—¿Qué quieres decir?

—¿No te lo estoy diciendo? Déjame contar —y empezó a contar con los dedos—. Hace seis meses justos que no te veo en la cama... Es decir, te veo el culo por detrás y la espalda.

—Ah, era eso.

—¿Te parece poco?

se ponía con las manos en jarras delante de él.

—Manuel, me parece que tú andas liado por ahí.

¿O es que ya perdiste la virilidad?

—Mujer, no soy un niño.

—Me parece que tienes una edad muy apropiada para ser el verdadero marido de tu mujer.

Manuel quiso hacerle una concesión y se acercó a ella algo meloso, pasándole un dedo por los senos.

—No me digas que tienes ganas, Josefa.

—No soy de hierro. Me voy cansada a la cama, pero... de vez en cuando... ya sabes.

—Esta noche, ¿quieres?

Josefa, cuando la tocaba, se conmovía un poco y de paso se excitaba.

Acercó su cuerpo al del marido.

—¿Y por qué no ahora? No tengo nada que hacer.

—Mujer, ahora...

Ella le rozó las piernas con las manos y después todo lo demás.

Manuel no parecía ponerse erecto.

La mujer dijo enojada:

—Pareces fofo, Manuel.

—Es que tienes cada cosa...

—No estoy de tan mal ver, ¿verdad?

Después de tener a Lita, Manuel pensaba que estaba de más en este mundo, al menos para la cama. Pero como no tenía ningún deseo de complicarse la vida, refunfuñó:

—Ahora quieres hacer como una jovencita.

Josefa se levantó la falda y mostró un muslo aún terso y vivaz.

—Mira, mira —exclamó—. No me digas que tengo la piel rugosa. ¿Es que no te gusto? Bien que te encrespabas hace cuatro años. Pero después empezaste a decaer. Yo de ti iría a que me viese el médico.

Que a Manuel le indicaran que le faltaba hombría cuando se creía sobrado de ella, le sacaba de quicio.

Por eso, olvidándose de Lita, le dio unos cuantos achuchones a su mujer y la fijó contra la pared.

Pero si con ésas.

La tocaba y era como si tocara goma.

Él no se erizaba.

Josefa empezó a reírse de él en sus propias narices.

Lo que puso a Manuel negro.

Decidió enfadarse para que su mujer se callara y decidió al mismo tiempo buscar a Lita y ver si con ella se excitaba.

Por otra parte, pensaba regañarle por sus relaciones con David y advertirle que nunca permitiría que David se casara con ella, al menos mientras él viviera.

Las cosas claras.

—Eres una burda —le dijo a Josefa.

La mujer no por eso dejó de reír mostrándole un pecho macizo y firme.

—Hala, hala, Manuel, que te estás acabando. El día menos pensado me busco un tipo que me dé gusto.

—¡Josefa!

—Lo que oyes.

Manuel dio una patada en el suelo y salió furioso.

No lo estaba tanto como parecía.

Su mujer no despertaba en él ansiedad alguna.

Así que se fue al campo y buscó a Lita por los maizales.

La vio de lejos, sola, segando y se acercó a paso corto.

Lita tenía la falda algo arremangada y se le veían las pantorrillas y algo de los muslos, de modo que Manuel

al verla se encendió y deseó tocarla.

* * *

Llegó despacio por detrás y le metió la mano hasta la intimidad femenina.

Ella dio un salto y se volvió.

—Ah —gruñó—, eres tú.

se quedó mirándolo desafiadora.

Manuel mostró su abultamiento que parecía crecer por momentos.

—Vengo de estar con mi mujer y no fue capaz de ponerme así —farfulló—. ¿Qué rayos tienes tú para encresparme nada más verte?

trataba de asirla por la cintura, pero Lita estaba enfadada con él o consigo misma.

No es que amara a David, que ella por amar no amaba a nadie. Pero le sacaba de quicio lo que David momentos antes le había dicho.

No es que ella pensara casarse con David.

¡A buena hora!

Ella un día desaparecería y adiós, muy buenas.

Una cosa era tener quince años y despertar entre todos ellos y otra, muy distinta, tener dieciocho y estar harta de aguantarlos a todos.

Por otra parte, no era tonta y pensaba que si ellos no la hubieran buscado a ella jamás se le hubiese ocurrido despertar a la vida tan rápidamente y de modo tan brusco y casi brutal.

Los detestaba a todos.

A David por carecer de personalidad.

A Toño por ser un niño estúpido.

A Manuel por ser el que más la había enfangado.

Se alejó de él por entre los surcos y Manuel la siguió ansiosamente.

—Espera, Lita.

—De modo que no sirvo para casarme con David...

—¿Qué dices, mujer?

E intentaba apresarla.

Pero Lita le dio un codazo y lo tiró sentado entre dos surcos llenos de maíz.

Desde el suelo, Manuel la miró anhelante.

—Lita, comprende, tengo celos.

Lita rió en su cara.

Era bonita.

Preciosa.

Tenía unos ojos como el fuego mismo, ardientes y llameantes. Negros como la noche dentro de su cara morena y de piel tersa. Y su melena leonada pero negra daba a su semblante una belleza singular.

Manuel sintió que le sudaban las sienes.

—Ven aquí, Lita. No te marches. Escúchame.

Lita le miró desde su altura y levantó un pie posándolo en el vientre abultado del cuarentón.

—No me interesa casarme con tu sobrino. En modo alguno, ¿te enteras? Pero me parece que tú no vas a tocarme en toda tu vida.

A Manuel aquello le parecía demencial.

Estiró el cuello, limpió con una mano el sudor que perlaba su frente.

—Ven un segundo, Lita. Mira, aquí, entre los surcos.

—Eres un guarro.

—¿Y quién me hizo así?

—¿Y quién me hizo a mí como soy?

Puaf.

Lanzó un bufonazo.

Después apretó el vientre de Manuel y le miró a los ojos.

—Eres más que guarro y tendrás que arreglártelas con tu mujer. Yo me voy a ir de tu casa.

—Por el amor de Dios, Lita...

—Deja a Dios en paz que nada te hizo y en tu boca queda manchado.

—Yo te quiero.

—Como quieres a tu ganado, a tus obreros, a tu sobrino que es tonto de remate.

—¿Es que quieres casarte con él?

—¿Y a mí qué me importa casarme? Pero que no le permitas que lo haga, aunque yo no esté de acuerdo en casarme, me saca de mis casillas.

Cuando más se enfadaba más encendía a Manuel.

Se apoyó en la tierra con las dos manos y se incorporó.

Lita le miró desde su altura según se iba levantando y sin más, soltó la herramienta que tenía en la mano y se alejó airada por entre los surcos de maíz.

—Lita —gritó Manuel desaforado.

—Vete al cuerno —le farfulló ella.

—Te dejo casarte —dijo Manuel desesperado—. Pero con la condición de que tú y yo sigamos igual.

Lita se perdió entre los surcos y no se molestó en responderle.

Manuel logró levantarse y echó a andar tras ella, pero Lita era más ligera y estaba dispuesta a mandarlos a todos al diablo.

Ella pretendía vivir su vida.

Hacer lo que le diera la gana, pero no pasarse el resto de su existencia dependiendo de aquellos dos hombres que si uno le daba pesares, el otro dolores, pero a ninguno de ambos amaba.