Epílogo
Dos semanas después.
Nero observó al hombre que dormía al lado de su dueña con cara de pocos amigos. Últimamente el extraño se quedaba junto a ella todas las noches y le robaba así la atención y los mimos que eran para él.
Sebastian le devolvió la mirada.
—Parece que a Nero no le agrada mucho mi presencia —comentó, cruzando ambos brazos por detrás de la cabeza.
Faith, sentada en el tocador se dio media vuelta y los observó a ambos.
—Son celos, Sebastian. Nero siente que ha sido desplazado de su propio territorio.
Sebastian apartó la vista del malhumorado gato y se concentró en observar a Faith. Ella estaba cepillando su larga melena con lentos movimientos y era un placer ver cómo esa mata de colores cobrizos y dorados caía encima de su espalda desnuda.
Faith le devolvió la mirada a través del espejo y percibió el fuego en sus ojos verdes. Ahora sabía que ella era la causa de esa llamarada que se encendía en los ojos de Sebastian, obnubilados por el deseo que ella despertaba en él.
Habían pasado tres semanas de la muerte de Devon y no se habían apartado el uno del otro desde entonces. La policía había aclarado los crímenes de los sacerdotes y toda la ciudad estaba satisfecha. A nadie le quedaron dudas de que Devon había sido el responsable de las muertes; mucho menos a Mitch, quien había sido testigo directo de los hechos que desencadenaron su muerte.
No le habían contado toda la verdad a Mitch y había sido lo mejor: él no tenía la mente abierta a ciertos asuntos y hubiera terminado por tildarlos de locos a los dos. La explicación que Sebastian le había dado lo había dejado bastante satisfecho: un hermano gemelo psicópata que asesinaba sacerdotes como parte fundamental de un ritual satánico ancestral y que había atentado contra la vida de su propio hermano antes de que él lo denunciara a la policía.
Mencionar ciertas palabras a Mitch, como Íncubo, inmortalidad o poderes sobrenaturales, hubiera sido querer remar contra la corriente.
Jamás les hubiera creído y jamás hubiera escrito semejante cosa en su reporte.
—¿En qué piensas? —le preguntó Sebastian, recorriendo la desnudez de su espalda.
—En todo lo que ha sucedido —respiró profundamente—. Debo decir que la realidad superó ampliamente a la ficción. Nunca en mi vida como reportera de hechos sobrenaturales me había enfrentado a algo así.
—¿Te arrepientes de haberme conocido? —Sebastian frunció el ceño.
Faith se dio vuelta.
—Jamás.
—Ven aquí, Faith —le pidió, extendiendo sus brazos hacia ella. Faith tenía plena conciencia de que él también estaba desnudo debajo de aquellas sábanas.
Faith se puso de pie y dejó el cepillo encima del tocador. Comenzó a caminar lentamente hacia la cama; su cuerpo ya estaba temblando de deseo y, cuando Sebastian la asió de la mano y la acostó encima de él, ella se echó a reír.
—¡Eres insaciable, Sebastian O’Neil!
—Nunca me canso de beberte y de saborearte, Faith —le susurró al oído.
Ella recostó su cabeza sobre el pecho de Sebastian.
—Abrázame, Sebastian —le pidió—. Te amo.
Esas dos palabras que le habían dado la fuerza suficiente para enfrentarse a su hermano y que adoraba escuchar de sus labios una y otra vez, valían todo el horror por el que habían tenido que pasar.
—Y yo te amo a ti.
Se quedaron allí, uno abrazado al otro, sin decir nada por unos cuantos minutos. Entonces Faith se separó y lo miró preocupada. Había un asunto del cual todavía no habían hablado y eso la estaba mortificando.
—Sebastian… ya no eres inmortal. —Dejó escapar un suspiro cargado de angustia—. ¿Qué sucederá contigo de ahora en más?
Sebastian le sonrió y la apretó más contra él.
—Solo significa que cuando llegue a viejo dejaré este mundo como todos los demás mortales. —Le besó las manos—. ¿Estás dispuesta a vivir lo que me quede de vida junto a mí?
—¿Hasta que la muerte nos separe?
—Hasta que la muerte nos separe… y más allá —respondió, guiñándole un ojo.
Faith selló aquella promesa uniendo su boca a la suya en un beso apasionado.