Doce
Faith no había podido pegar un ojo esperando por la ocasión perfecta para largarse del hospital. De vez en cuando echaba una fugaz mirada a Mitch, que descansaba en un sillón al lado de su cama. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo estaba dormitando, alerta a lo que sucedía a su alrededor, o cuándo el sueño lograba vencerlo.
Trascurrían las horas y el paso de tiempo solo la ponía más nerviosa. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Faith cuando vio que Mitch comenzaba a cabecear. No faltaba mucho para que se quedara profundamente dormido, después le tocaba a ella hacer hasta lo imposible para que no despertara mientras intentaba huir.
Levantó la cabeza de la almohada y se quedó mirando fijamente a Mitch: estaba recostado contra el respaldo del sillón, con el rostro apuntando hacia el otro lado.
Estaba más dormido que una piedra; lo sabía.
Se levantó de la cama y, una vez que constató que él no se había movido, se puso de pie. Tuvo un ligero mareo, nada que no pudiera soportar. Descalza, caminó hasta el armario y buscó su ropa. Se quitó la bata y se vistió en completo silencio; solo se escuchaba el sonido de la respiración de Mitch.
No se pondría las sandalias hasta que saliera al pasillo. Si lo lograba, podía dar como victoriosa su huída; pero todavía no había pasado por delante de Mitch para llegar a la puerta.
En puntas de pie se movió como un felino, sigilosamente, como si estuviera en cámara lenta. Cuando estuvo frente a él se detuvo un segundo y contuvo la respiración; Mitch se movió inquieto en su sillón y Faith creyó que la atraparía tratando de escapar.
Pero la buena fortuna parecía estar de su lado: Mitch no abrió los ojos. Mucho mejor: comenzó a roncar.
Le daba pena dejarlo así, pero no tenía opción.
Caminó hacia la puerta, la abrió lentamente y se cercioró de que Mitch seguía profundamente dormido antes de poner un pie fuera de la habitación.
Cerró la puerta tras de sí y emitió un sonoro suspiro de alivio.
Lo había conseguido.
Se puso las sandalias ante la mirada sorprendida de un anciano que pasaba caminando, cargando su dispensador de suero.
Atravesó los pasillos del hospital sin mirar atrás ni siquiera un segundo.
*
Sebastian acercó la lámpara de cristal al libro que estaba hojeando: un enorme y vetusto ejemplar antiguo que había hallado casi por pura casualidad.
Había estado encerrado en esa pequeña librería en las afueras de Brooklyn prácticamente todo el día anterior y ahora llevaba todo el día detrás de aquellas paredes para continuar con su investigación.
Sabía que toda la policía de Nueva York lo estaba buscando, pero debía arriesgarse para sacar a la luz la verdad de los hechos.
Estaban culpándolo a él por los crímenes que su hermano gemelo había cometido impunemente y eso no era justo.
Sus ojos verdes recorrieron la página dedicada a la Mitología en la época Medieval. Él era profesor y ducho en el tema, pero había cosas que lo superaban; sobre todo cuando esas cosas lo afectaban a él directamente.
Leyó el tercer párrafo, aquel que llamó poderosamente su atención.
El Íncubo es un espíritu masculino de la demonología que se une sexualmente a las mujeres visitándolas por las noches en sus sueños. Estos demonios tienen por finalidad alimentarse de las energías vitales de las personas a través del contacto físico–espiritual. La víctima del Íncubo puede quedar embarazada, y el hijo crecer como un humano normal, solo que desarrollando habilidades mágicas. Al crecer, el niño puede convertirse en un poderoso Hechicero o en un ser de gran maldad... Se cree que son los Ángeles que fueron expulsados del Paraíso y que, al llegar a la tierra, toman forma humana, volviéndose visibles y tangibles.
De acuerdo con el Malleus Maleficarum, o el "Martillo de las brujas", el Súcubo, la contraparte del Íncubo, recogía el semen del hombre con el que dormía la mujer; semen que luego el Íncubo usaría para preñar a la mujer. Los niños así concebidos eran supuestamente más susceptibles a la influencia de los demonios.
Sebastian cerró el libro de un golpe. Se sentía asqueado, no podía más que renegar de su condición.
La historia que le había sido contada, aquella que había cargado por más de doscientos años, era tan funesta como lo que acababa de leer.
Desde niño supo que él era diferente a los demás. Sus padres, un par de pobres granjeros, le habían brindado todo su amor y protección, pero eso no había cambiado lo que él era. Su infancia no había sido muy feliz: rechazado por sus pares y mal visto por la gente de la aldea, había terminado por marcharse a los quince años, exiliado de su tierra, alejado de sus padres, los cuales nunca más volvió a ver.
A través de los años que se convirtieron en siglos, conoció a muchas personas que lo ayudaron y muchas otras que lo repudiaron. Parecía que todos terminaban por percibir lo que él se empeñaba en ocultar. Muchas mujeres lo habían amado a pesar de eso, pero él nunca le había entregado el corazón a ninguna… hasta ahora.
Faith era diferente, ella había hecho surgir su propia naturaleza, esa que había estado enterrada en su subconsciente por más de doscientos años. Introduciéndose en sus sueños había probado las delicias del amor, mostrándole por primera vez que se sentía al amar de verdad a una mujer; entregándose a ella al punto de olvidarse de sí mismo.
Pero a pesar de los sentimientos que había despertado Faith en su corazón, que había estado muerto por siglos, no podía vivir a plenitud ese amor.
Por eso se había alejado de ella tras la primera noche en que los sueños se habían atrevido a dar paso a la realidad.
Ahora debía luchar por limpiar su nombre y acabar con la vida de su hermano antes de que él acabara con la suya; después buscaría a Faith y le contaría su verdad.
La lámpara que alumbraba ese apartado rincón de la biblioteca comenzó a parpadear de repente.
Sebastian entró en alerta de inmediato porque sabía que aquello era una señal.
Faith estaba en peligro.
*
Faith entró en su departamento como una tromba; había logrado escapar de la vigilancia personal de Mitch y había salido corriendo de ese hospital como alma que se lleva el diablo. Le había llevado más de la cuenta, pero finalmente se había salido con la suya.
Nero salió a recibirla moviendo su cola y restregándose contra sus piernas. Estaba feliz de verla y esa era su manera de demostrárselo. Faith le acarició la cabeza.
Sabía lo que quería, por eso le sirvió un tazón de leche que el minino disfrutó contento.
Mientras Nero bebía su leche, Faith aprovechó para darse una ducha. Ya se sentía completamente renovada y dispuesta a cumplir con su objetivo. Buscaría a Sebastian aunque tuviera que hacerlo hasta debajo de las piedras, pero lo encontraría. Debía hacerlo antes de que Mitch diera con él y antes de que se apareciera en su departamento al descubrir que se había burlado de él una vez más.
Estaba saliendo del baño cuando sonó el teléfono. Titubeó un segundo antes de responder, temiendo que fuera Mitch quien llamaba. Tomó coraje y se dirigió a la sala vestida con su albornoz.
—¿Diga? —Le temblaban las manos cuando cogió el auricular.
Solo había silencio del otro lado.
—Sebastian… —Se puso una mano en el pecho para intentar acallar los latidos desenfrenados de su corazón—. Sebastian, ¿eres tú?
Escuchó una respiración.
—Faith…
¡Dios Santo! Escuchar su voz provocó miles de emociones ya conocidas y añoradas.
—¿Dónde has estado? No he sabido nada de ti en estos días…
—Lo siento. —Silencio nuevamente.
—Necesito verte. —Quería decirle tantas cosas, pero sería mejor hacerlo en persona.
—Yo también.
Faith percibió que él comenzaba a agitarse.
—Estoy en el apartamento —comenzó a decir, ansiosa por verlo—. Pero seguramente la policía está montando guardia… todos te están buscando.
—Mejor será que nos veamos en otro lado. Hay algo que debes saber de mí.
Faith anotó la dirección que él le dio y ni siquiera se detuvo a pensar qué significaban las palabras que Sebastian acababa de pronunciar. Simplemente cortó, se vistió lo más a prisa que pudo y salió disparada hacia aquel esperado reencuentro.
*
Sebastian sintió cómo su corazón comenzaba a latir más de prisa cuando la vio salir del edificio a toda velocidad. Él estaba esperando verla aparecer oculto detrás de una columna al otro lado de la calle. Había distinguido dos autos apostados frente al edificio; policías seguramente.
Se preguntó hacia dónde se dirigía con tanta prisa y, de pronto, tuvo un horrible presentimiento.
La vida de Faith estaba en peligro y él lo sabía.
Se subió el cuello de su chaqueta que le cubrió casi toda la cara y salió a la calle, rogando porque un taxi apareciera de inmediato. Echó un vistazo a los policías que continuaban vigilando el lugar, parecía que no habían notado su presencia.
Dejó escapar un suspiro de alivio cuando un taxi apareció detrás de él, casi atropellándolo.
Se metió dentro del auto a toda prisa y le ordenó al chofer que siguiera al Volkswagen color verde oliva que iba unos cuantos metros adelante.
Se agachó en el asiento trasero cuando el taxi pasó cerca de los dos autos que ocupaban los policías a ambos lados de la calle.
—No lo pierda, por favor. Es un asunto de vida o muerte —le dijo al chofer del taxi, intentando recuperar el aliento.
—Muy bien, señor. No se preocupe; no lo perderemos —le respondió el taxista, mirándolo con curiosidad a través del espejo retrovisor.
El Volkswagen de Faith pronto abandonó el barrio de Tribeca para adentrarse en una pequeña zona del Bronx conocida como Marble Hill.
Sebastian no se cansaba de repetirle al taxista que no perdiera el auto de Faith bajo ninguna circunstancia. La seguían a una distancia prudente como para no perderla, pero al mismo tiempo para no despertar sospechas.
Ignoraba hacia dónde se dirigía, pero estaba seguro de que Faith corría peligro y él no iba a permitir que nada malo le sucediera.
Estaba dispuesto a dar su propia vida con tal de salvar a la mujer que amaba.
*
El oficial entró como una tromba en la oficina y se acercó a su superior con un teléfono móvil en la mano.
—Detective Robertson, acaban de avisarme que el auto entró en el Bronx.
Mitch se puso de pie y cogió la chaqueta.
—Perfecto. —Caminó hacia la salida—. Avisen a todas las unidades disponibles, quiero a todos mis hombres en el lugar.
—Entendido, detective.
Mitch abandonó su oficina con una sonrisa triunfadora dibujada en su rostro.
Como siempre, Faith había sido demasiado previsible. Había estado vigilándola en su cuarto en el hospital solo cumpliendo su papel de policía malo. La había escuchado escapar y, si no la había detenido, era porque su huida formaba parte del plan para atrapar a Sebastian O’Neil.
Sin saberlo, Faith los estaba guiando a él. Había mandado a colocar un dispositivo de rastreo debajo del Volkswagen de Faith en el mismo momento en que la había ingresado al hospital, sospechando que huiría en la primera oportunidad para encontrarse con O’Neil.
De nada había servido lo que él le había contado sobre el sujeto.
Se subió a su auto y lanzó un par de maldiciones al aire.