Capítulo 7
—¡Kate! ¡Espe…!
Pero no había espera. Sólo había furia, un arrebato desenfrenado, el producto de más de una semana de emoción reprimida, de angustia, de avidez.
Y deseo.
Por supuesto, en ese momento todo lo que Kate deseaba era ahogarlo para que no se riera más de ella, borrara la sonrisa burlona de su atractivo y diabólico rostro.
Pero Damon la sujetó de tal manera que los dos se hundieron. Sus cabezas chocaron, sus piernas se enredaron, sus cuerpos se frotaron uno contra otro, provocándose, excitándose.
Y cuando al fin se pusieron de pie, estremeciéndose, tocándose aún, con el agua a la altura de la cintura, él no la soltó.
—Damon…
—Chist —la apretó contra sí; luego inclinó la cabeza y la besó con una avidez igual a la de ella.
Kate sabía que debía detenerlo, retroceder, decir que no. Pero no lo hizo.
No podía. Lo deseaba demasiado.
Estaba equivocada. Era una tontería lo que estaba haciendo. Se arrepentiría. Sin embargo, abrió los labios y recibió la lengua de Damon.
Pensó que quizás se debía a que había estado sola mucho tiempo. Quizás fuera la tentación de estar en una isla paradisíaca. Kate no lo sabía.
Sólo sabía que no podía luchar más.
Cuando él deslizó las manos por su espalda hasta acariciarle el trasero, Kate le echó los brazos al cuello. Movió las caderas contra las de él. Luego sintió que la levantaba en brazos y la llevaba hacia la playa.
Estaba tan fuera de control, tan desesperado y tan ávido como ella. La colocó sobre la arena y la cubrió con su propio cuerpo. Sus manos húmedas la acariciaron sin dejar de estremecerse. Le besó el cuello y luego de nuevo los labios.
Damon se apartó un momento para colocarse en seguida entre sus piernas. Kate extendió los brazos hacia él y lo atrajo hacia sí.
Él la apretó contra la arena y se mordió el labio inferior cuando llegó al centro de ella. Luego se quedó perfectamente inmóvil y la miró a los ojos.
Aquello era una locura.
Era lo más hermoso que existiera nunca.
«Amor», pensó Kate. Si no lo era, era lo más cercano al amor que conocía.
Damon era muy distinto a Bryce. Bryce se mostraba tan descuidado, tan mecánico, que ella se desesperaba. Damon no tenía nada de eso. Estaba tan ansioso que Kate alzó las caderas para hacerlo entrar más en ella; arqueó la espalda para que sus senos se apretaran contra su pecho y hundió los dedos en sus musculosos glúteos, haciéndolo perder el control.
—¡Oh, Kate! No puedo… necesito… —sus acometidas se volvieron más rápidas, más fuertes.
Kate se olvidó de Bryce, del pasado, de todo menos de Damon.
Cerró los ojos y saboreó deleitada sensaciones, sentimientos, con el cuerpo que estaba encima del suyo.
Miró a Damon a los ojos. Entonces la realidad pesó más que el cuerpo de su marido.
Contuvo el aliento mientras esperaba que él se apartara, que la abandonara como Bryce solía hacer, o peor aún, que le dijera que estaba muy desilusionado, que no había satisfecho sus necesidades.
Pero aunque Damon se apartó de ella, no se fue. En vez de eso, se tendió sobre la arena, junto a ella. Sus cuerpos aún se tocaban y él seguía acariciándola.
—Bueno —dijo Damon un momento después, sonriendo levemente—, ha valido la pena esperar.
—¿A qué te refieres? —preguntó ella con cautela.
—¿Supones que se ha debido a la frustración? ¿O la química que existe entre nosotros? Me parece que deberíamos descubrirlo.
¡Y antes de que Kate se diera cuenta de lo que sucedía, volvió a ocurrir!
Las manos de Damon la acariciaron. Sus labios exploraron sus senos, besándolos, haciéndola estremecerse. Kate arqueó la espalda, se agarró a él y gimió.
—Te gusta, ¿verdad? —preguntó él en voz baja—. A mí también.
Pero entonces Damon se apartó un poco y Kate extendió los brazos hacia él.
Damon se colocó entre sus piernas, obligándola a abrirlas. Kate las flexionó y levantó de manera que los talones se apretaron contra la parte posterior de los muslos de él cuando entró en ella.
—Sí —murmuró Kate—, oh, sí. Oh, mi amor, sí.
Y entonces sintió dentro de ella el líquido caliente; sintió que su propio cuerpo se contraía y lo envolvía y que su mente estallaba al llegar al clímax del deseo. Cerró los ojos. Su corazón latía con fuerza y luego, poco a poco, con mayor lentitud.
Despacio, sin dejar de estremecerse, abrió los ojos. Damon se encontraba aún encima de ella, pero en ese momento se apoyaba sobre los brazos y la miraba con expresión indescifrable.
Indecisa, Kate sonrió.
Damon también sonrió. Se apartó de ella.
—Asombroso.
Kate sonrió más ampliamente porque, sí, también para ella había sido asombroso.
Damon se puso de pie y le tendió la mano. La ayudó a levantarse y luego con las manos entrelazadas, caminaron hacia el agua.
Aquello era aún más maravilloso que el Edén, pensó Kate. Ahora ni siquiera sentía el calor. Estaba gozando de la satisfacción.
Suponía que debería preocuparse, pues acababa de hacer el amor con un hombre que nunca había dicho «te amo». Había compartido la mayor intimidad con un hombre a quien no vería más dentro de un año.
Y sin embargo no podía lamentarlo. Lo intentaba, pero no podía. Había sido demasiado hermoso. Demasiado satisfactorio.
Miró de soslayo al hombre que sería su marido durante un año y no pudo evitar pensar que así se suponía que debía ser su matrimonio. ¿Y si nunca conseguía una relación más estrecha que la presente? ¿Era una pecadora al haberlo disfrutado?
No, se dijo que no lo era. Estaban casados, aunque sólo fuera por un tiempo breve. Tenían derecho a toda la felicidad que pudieran conseguir.
¿Y después?
Kate sabía que no debía buscar la respuesta a eso.
Por ahora bastaba con vivir el momento. Y compartir con Damon la más elemental relación que dos seres humanos podían compartir.
Observó el perfil de su marido. Le pareció incluso más apuesto que de costumbre, más vitalmente masculino.
¿Quién lo habría creído?
Damon estaba sentado en silencio en la popa del bote de Silas, observando a la mujer con quien se había casado menos de tres semanas antes. ¿Quién habría pensado que existía toda esa pasión, toda esa ansia contenida dentro de la decente y profesional Kate McKee?, se preguntaba.
«Desde luego, yo no», pensó en ese momento.
Y sin embargo…
Y sin embargo, ¿no se había sentido atraído hacia ella desde el principio? ¿No había querido acariciar su piel, besar sus labios apetitosos?
No pudo evitar sonreír. Y cuando Silas le miró y murmuró algo acerca de los recién casados moviendo la cabeza, Damon rió de buena gana.
Kate se volvió y descubrió que los dos la estaban mirando. Se sonrojó un poco.
Pero como ellos continuaban sonriendo, ella también lo hizo.
Y cuando sonrió, él la deseó de nuevo.
Pensaba que bastaría con una tarde de amor. Esperaba que el hecho de descubrir sus misterios apagaría su propio deseo. En realidad, lo que encontró sólo había conseguido despertar más su apetito.
Quizás Kate no había amado a ningún hombre después de la muerte de su marido. Quizás él era el primero en haberla acariciado después de cuatro largos años.
—Parece que han conseguido la pesca del siglo — dijo Teresa cuando los vio llegar, muy sonrientes—. O quizás —añadió, ladeando la cabeza— tienen otras cosa de las que alegrarse.
—Tal vez —convino Damon.
Kate le dio un pisotón y un codazo en las costillas. Él le sonrió, pero no la soltó.
—Silas traerá el pescado cuando termine de limpiarlo —dijo a Teresa—. Hemos pescado un montón.
Teresa asintió con la cabeza, contenta.
—Por eso sonríen tanto.
—Vendremos a eso de las siete —dijo Damon, y condujo a Kate hacia la cabaña.
Damon pensó que esa misma mañana él había odiado esa casita, y ahora deseaba que los dos se encerraran allí bajo llave.
Sabía que poder hacer el amor con Kate era algo con lo que no había contado.
Casi no podía creer en su buena suerte.
—Puedes bañarte primero —le dijo ella cuando abrió la puerta.
—¿No crees que podríamos compartir el baño?
Kate se sonrojó más que nunca.
—No… quiero decir, nunca… —se detuvo y apartó la mirada.
Damon la abrazó.
Ella negó con la cabeza.
—¿Asustada?
Ella alzó los ojos y lo miró antes de volver a bajar la cabeza.
—No seas tonto —dijo con voz ronca.
—Vamos —dijo él, llevándola hacia el baño—, intentémoslo.
Ella no protestó. Permitió que la condujera al interior del cuarto de baño y se apoyó en la puerta mientras Damon abría el grifo y ajustaba la temperatura del agua y el ángulo del chorro.
—¿Está lo suficientemente tibia? —preguntó él.
Ella asintió con la cabeza, sin decir nada. Él se quitó la camiseta y luego se volvió hacia Kate.
—¿Esperas que lo haga yo?
Ella tragó en seco.
—En realidad, no —respondió, y se disponía a despojarse de la blusa cuando él le sujetó las manos.
—Quiero hacerlo.
Lenta, cuidadosamente, Damon le quitó la prenda, que luego arrojó al suelo.
Kate no se movió. Sólo se estremeció cuando él le acarició la piel.
—¿Tienes frío? —le preguntó Damon.
—No… estoy ardiendo —reconoció ella.
Él también ardía.
—Tú también puedes tocarme —dijo a Kate.
Por un momento Damon pensó que no lo haría. Lo miró con ojos muy abiertos y un poco cauteloso mientras vacilaba. Luego se pasó la lengua por los labios y apoyó la manos sobre su pecho.
Cuando lo tocó, Damon se estremeció. Tragó en seco y se quedó quieto mientras Kate le acariciaba el pecho, el cual ella besó luego. Primero una tetilla, luego la otra.
—¿No te gusta? —le preguntó Kate.
—Sí, ¡por supuesto que sí! —exclamó él—. Demasiado. Voy a… —movió la cabeza con desesperación.
Ella sonrió. Era una sonrisa sensual. Damon no pudo resistirse. Le quitó los pantalones cortos, que cayeron al suelo.
Kate empezó a besarlo de nuevo, el pecho, los hombros…
Damon contuvo el aliento cuando ella le acarició el vientre al deslizar las manos dentro de los pantalones cortos que llevaba. Los dos se metieron juntos bajo el chorro del agua.
Sintió la piel de ella suave y húmeda cuando la abrazó. Podría haberla tomado allí en unos cuantos segundos. Pero no lo hizo.
Damon se consideraba un hombre que podía apreciar las mejores cosas de la vida. Y hacer el amor con una mujer tan ardiente y sensible como Kate era una de ellas.
Retrocedió, tomó el jabón y aspirando profundamente, trató de concentrarse en la textura satinada de su piel mientras le enjabonaba los hombros y la espalda. Luego siguió con los senos, pequeños pero perfectos. Le temblaron los dedos cuando, lentamente, trazó círculos sobre ellos.
Kate también se estremeció. Damon sonreía. Deslizó el jabón más abajo, hasta llegar al abdomen. Inclinó la cabeza y le besó los senos.
Ella lo agarró de los hombros con sorprendente fuerza y le hundió las uñas en la espalda. Él le besó el vientre hasta llegar al triángulo de vello oscuro. Continuó acariciándole las piernas. Y dejó que el jabón cayera al suelo de la ducha.
Luego, despacio, Damon deslizó las manos entre las piernas de Kate, moviéndose hacia arriba. Ella cambió de posición. Damon sonrió, satisfecho.
Apoyó la frente en el vientre de la joven y observó cómo sus dedos subían por sus piernas hasta llegar al punto que guardaba tantos secretos para él. Entonces la tocó.
—¡Damon!
Él alzó la cara y le sonrió. Continuó acariciándola. A Kate le temblaban las piernas.
—¡Damon! ¿Qué me estás haciendo?
—Dándote placer.
—Sí, pero tú…
—No te preocupes —le proporcionaba suficiente placer observarla, ver a la Kate que acababa de descubrir: una Kate apasionada que se encendía cuando la tocaba.
Estaba a punto de encenderse en ese momento. Damon podía verlo en su rostro, podía sentirlo en los movimientos de su cuerpo.
Él se puso de pie. Kate lo envolvió con las piernas a la altura de las caderas, mientras Damon la apretaba contra la pared y la penetraba.
Aunque le habría gustado prolongar el momento, no pudo hacerlo. Sentir cómo Kate lo envolvía con su cuerpo lo abrumó y entonces se movió con un ansia igual a la de ella. Sintió alivio cuando llegó a la satisfacción, antes de obtener él la suya.
—Cielos —dijo Kate entre dientes, mientras él la dejaba deslizar el cuerpo hacia abajo y sus pies tocaban el suelo de nuevo—. Nunca… —lo miró, pero luego apartó la vista aparentemente turbada. Se inclinó y recogió la pastilla de jabón.
Damon le besó la nuca, luego se apoyó en la pared.
—Yo tampoco —dijo.
—¿De verdad?
—De verdad —contestó él con burla.
Ella se sonrojó.
—¿Te ha gustado? —preguntó ella, casi vacilante.
—¿Tú qué crees? —la abrazó—. Tanto que quisiera hacerlo de nuevo en este momento.
Kate sonrió.
Kate no podía creer que estuviera comportándose de esa manera. Parecía una mujer voluptuosa que no pudiera tener las manos quietas sin tocar a un hombre.
Pero no era cualquier hombre. Era Damon Alexakis.
Por supuesto, no podía hablar de sus sentimientos con nadie. La mirarían como si hubiera perdido el juicio. ¿Por qué no habría de desearlo, de tenerlo? Después de todo, era su marido.
«Sólo formalmente», se dijo en ese momento en la oscuridad de la noche.
¿De verdad? ¿A quién trataba de engañar?
Volvieron a hacer el amor esa noche, después de la cena. Y aunque sabía que debía tratar de dominar su deseo, nada en ella parecía querer refrenarlo.
Era demasiado nuevo, demasiado asombroso. Era como un niño con un juguete nuevo.
Fue su insaciable deseo de estar cerca de Damon lo que la obligó a levantarse de la cama a mitad de la noche. Se despertó y se encontró acurrucada contra su espalda, abrazándolo y tocándolo de tal forma que se habría sorprendido menos de veinticuatro horas antes.
Sabía que podía despertarlo y hacer que el mundo volviera a girar para ellos.
Pero, al mismo tiempo, no se atrevía. No quería desearlo tanto. No quería ceder a la tentación de hacer el amor con él una vez más.
Era demasiado maravilloso, demasiado excitante, demasiado apasionado.
Estaba asustada. ¿Qué había pasado con la mujer sensata, seria, que había sido durante veinticuatro años, sobre todo durante los últimos cuatro? Por supuesto, había soñado con encontrar un amor tan completo.
—Al menos —dijo a su imagen en el espejo— lo has encontrado en el hombre con quien te casaste.
«Durante un año», le recordó una vocecita interna.
—Pueden pasar muchas cosas en un año —continuó, decidida.
«¿Y crees que va a enamorarse de ti?»
Veinticuatro horas antes se habría reído ante la idea. Ahora no estaba segura.
Sólo sabía que en el transcurso de un día se había relacionado en un nivel muy básico.
Damon le había proporcionado placer, y él también lo había conseguido. Pero había hecho algo más que eso. Le había enseñado cosas acerca de sí misma que ella ni siquiera imaginaba que existieran. Se había entregado a ella como Bryce nunca lo hizo. La había hecho tomar conciencia de sus posibilidades como mujer.
Apagó la luz del cuarto de baño y regreso sigilosamente a la cama. La luz de la luna iluminaba la figura de Damon, medio cubierta por la sábana. Kate se sentó a su lado. Se regaló la vista con él y recordó las caricias de sus manos.
Le apartó un mechón de la frente.
Damon abrió los ojos.
—¿Kate?
—Perdón. Estaba intranquila. No quería molestarte.
—¿No? —él sonrió y una vez más la abrazó—. No sé si una semana será suficiente.
—¿A qué te refieres? ¿Suficiente para qué?
—Una luna de miel. Creo que deberíamos quedarnos, convencer a mi madre —
sonrió y la miró a los ojos. Sus manos estaban derritiéndola de deseo—. ¿Qué me dices?
—Que sí.