CAPÍTULO 7

 

Paul llamó a Karen a las doce. Ella estaba tratando de leer una revista en la salita de la casa de su madre. La propia Karen contestó el teléfono.

-¿Quién habla? —preguntó con voz inexpresiva.

-Sandra está en Brighton —le informó Paul—. Simón me dio la dirección. No supo nada hasta esta mañana, cuando el correo le trajo una nota de Sandra en que se lo explicaba todo. Creo que esta vez sí ha desistido definitivamente de volver a verla.

A la vez que oía los informes de Paul, Karen se los trasmitía a su madre, que se encontraba a su lado. Al fin terminó diciendo:

-Gracias por todo, Paul.

-No me lo agradezcas. También quería decirte que hablé con Bernard y que va a ir...

-Hoy no, por favor... —comenzó Karen, sintiendo que el corazón empezaba a latirle.

-Sí, hoy —repuso Paul serenamente—. Quiere ir alrededor de las dos de la tarde. Después de que haya visto tus cuadros, yo os llevaré a ustedes a Brighton, para traer a Sandra de regreso.

Karen no salía de su asombro. Había pensado ir a Brighton sin Paul.

-Pero... pero, ¿qué va a pensar Ruth? —interrogó temblorosa.

-De Ruth me ocupo yo —respondió Paul suavemente—. ¿Tienes algo que objetar?

-¡Desde luego que no! ¿Dónde nos encontraremos?

-Yo llegaré a tu apartamento con Bernard —cortó la comunicación.

Karen se quedó sorprendida. No podía explicarse su calma y su voluntad de ayudarla. Probablemente él le habría explicado la situación a Ruth, y ésta la aceptó.

Madeline estaba secándose las lágrimas.

-Sandra tendrá que marcharse a alguna parte para tener el bebé —opinó Karen.

-¿Irse? Sí, supongo que sí. Y para sorpresa de Karen, Madeline exclamó: —¡Mi primer nietecito! Tú nunca me diste nietos Karen —y en su voz había un tono de reproche.

-¡No es extraño que Sandra viva en un mundo de fantasía! Aquí estás, haciéndote ilusiones con la idea de un nieto, que hace unos momentos te tenía al borde de la histeria.

-¡Nunca me has comprendido! —dijo Madeline quejumbrosa—. No me extraña que tu matrimonio haya fracasado. Karen ignoró el comentario.

-Bueno, me voy —dijo poniéndose el abrigo—. Te recogeremos alrededor de las tres de la tarde.

-Estaré lista y muchas gracias por todo lo que has hecho. Karen salió de la casa. Se sentía insegura; su pequeño mundo ya no le ofrecía protección. El destino parecía estar mofándose de ella. ¿Era eso justo? ¿Era ella la misma que había arruinado su vida por su disparatado orgullo?

En su apartamento, se preparó un sencillo almuerzo. Se puso un traje de lana color mandarina que le quedaba muy bien y la hacía verse más esbelta. Se miró al espejo y se alegró del efecto logrado.

Cuando sonó el teléfono pensó que se trataría de Paul.

-Es Karen. ¿Ha habido algún inconveniente?

-¿Inconveniente? No. ¿Por qué tenía que haberlo —oyó la voz de Lewis—. Al fin te encuentro en casa. Llevo más de media hora llamándote.

-Estaba bañándome —replicó Karen. Y de nuevo se sintió resentida por el tono de dueño y señor con que le hablaba Lewis. Pero sobreponiéndose, añadió—: Salí esta mañana porque hay más complicaciones con lo de Sandra.

-¿De veras? Y supongo que de nuevo habrás tenido que ver a Paul Frazer, ¿no es así?

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—No lo sabía. Pero me lo supuse.

—Ya veo —repuso Karen secamente—. ¿Se puede saber para qué me llamas?

-Bueno... he... —había vacilación en la voz de Lewis—. Se trata de los nuevos diseños. ¿Por qué otra cosa habría de llamarte? —dijo, fingiendo inocencia.

Karen se mordió los labios. Algo muy extraño le estaba sucediendo a Lewis y ella no acertaba qué era. Pero, ¿qué podría decirle? Quizás, pensó, ésta fuera una buena oportunidad para hacerle saber que no deseaba continuar trabajando para él.

—¿Podremos vernos mañana? —le preguntó ella al fin.

— ¿Por qué no esta noche? ¿Es que tienes algún compromiso?

Desesperada, Karen pensó que tal vez fuera mejor acceder y terminar con aquella situación de una vez por todas.

-Está bien —dijo sin muchas ganas.—. ¿Puedes venir a mi apartamento?

-No, prefiero que vengas tú a la oficina —respondió él con tono firme—. Tengo que trabajar hasta tarde y será más cómodo que te muestre aquí mis proyectos.

Karen dudó un momento, pero pensó que en la oficina, las cosas se mantendrían en un plano más profesional.

—Está bien. ¿A qué hora?

—A las siete. ¿Te conviene?

Karen calculó mentalmente el tiempo que les llevaría el viaje de ida y vuelta desde Londres a Brighton,

—Mejor a las siete y media.

—Perfectamente. Te esperaré aquí.

Karen colgó el receptor y se quedó mirando el teléfono. Hubiera preferido que Lewis no la hubiera llamado hoy. Su tono le había parecido extrañamente imperioso.

En aquel momento llamaron a la puerta. Relegando a un segundo plano sus aprensiones, fue a abrir. Era Paul acompañado de un hombre de mediana edad, con algunos cabellos grises. Inmediatamente reconoció a Aaron Bernard, el famoso crítico de arte.

Los dos entraron al apartamento y Paul hizo las presentaciones. Bernard, sonriendo, ya estaba dejando que sus ojos vagaran por la habitación, fijándose en las pinturas.

-Tómese su tiempo y mire cuanto quiera —le dijo Paul—. Mientras tanto, yo conversaré con Karen.

-Bien, bien —asintió Bernard y Paul se llevó a Karen a la cocina.

-¿Le contaste todo a tu madre? —le preguntó.

-Sí, ¿Dónde se aloja Sandra?

-En una pequeña hostería rural, en las afueras de Brighton. Simón dice que él y ella estuvieron allí algunas veces para comer algo y a Sandra siempre le había gustado el lugar.

-Muy atinado de parte de Sandra, escoger un lugar que le gusta —comentó Karen con ironía.

Cambiando el tema de conversación, le preguntó:

-¿Te sientes nerviosa?... Quiero decir, por la visita de Bernard.

-Sí; me interesa muchísimo oír su opinión y a la vez, le tengo miedo.

Karen suspiró. En verdad, reconocía que su interés por sus pinturas había palidecido en comparación con las emociones que le habían despertado sus renovadas relaciones con Paul Frazer. Aunque le entusiasmaba la idea de que Bernard encontrara que sus cuadros valían algo ya no se sentía muy excitada con la idea.

-Desde luego —agregó—, estoy muy contenta de tener a Bernard aquí, pero lo único que me preocupa es el asunto de Sandra.

Paul prendió un cigarrillo.

-No creo que debas angustiarte. A lo mejor, todo se reduce a una tormenta en un vaso de agua.

Ella no pareció muy convencida. Entonces él salió de la cocina y Karen, al quedarse sola, se sintió enferma. Entre la llamada telefónica de Lewis y la actitud tan tranquila de Paul, le parecía que el mundo estaba perdiendo su equilibrio. ¿O era ella? Haciendo un esfuerzo, logró calmarse y pasó a la sala, donde se unió a Bernard y a Paul.

Se obligó a sonreír y le preguntó al primero:

—¿Ya llegó a un veredicto? Bernard le sonrió.

-Sí, sí —le contestó, paseando de nuevo la vista por los cuadros—. Me alegro de haberlos visto porque me han gustado mucho. Le agradezco a Paul que me haya hablado de ellos. Algunos, desde luego, tienen más calidad que otros, pero en general puedo decir que su trabajo es excelente. Le aseguro que si continúa como hasta ahora, está en camino de ser una magnífica pintora. Si de aquí al otoño pinta unos cuantos cuadros más, estaré encantado de auspiciarle una exposición.

Karen se sintió desfallecer y se dejó caer en una silla. Bernard le sonrió comprensivamente y Paul, dándose cuenta de la intensa emoción de ella, fue hacia el bar y le sirvió un buen trago de whisky.

-Estoy muy complacido con su obra —reafirmó Bernard—. ¿Cuánto tiempo lleva usted pintando?

-Casi dos años —repuso Karen débilmente, mirando a Paul. Ese era, poco más o menos, el tiempo que llevaba separada de él.

—¡Sorprendente! —exclamó Bernard—. Si no me equivoco, en dos años más no tendrá necesidad de ninguna otra ocupación. Sus cuadros tendrán tanta demanda que deberá dedicarse de lleno a la pintura.

-Todavía no puedo creerlo —dijo Karen—. Todo esto me parece un sueño maravilloso.

-Tengo entendido —prosiguió Bernard— que usted trabaja como diseñadora comercial. Espero que no le importará abandonar su empleo para dedicarse a la pintura. Karen asintió sin palabras.

-En ese caso, venga a verme la próxima semana. Le haré una proposición que me parece encontrará aceptable. ¿Le convendría el próximo miércoles? Quizá podamos almorzar juntos.

-Con muchísimo gusto, señor Bernard. No sé cómo agradecerle su gentileza.

Riéndose, Bernard contestó:

-¡Pues empiece por ofrecerme una copa! Karen se puso de pie, sonrojándose.

-¡Qué descuido el mío! Perdóneme, señor Bernard. ¿Qué quiere tomar? ¿Y tú, Paul?

Una vez que las bebidas estuvieron servidas, Bernard dijo:

-Recuerde, señorita Stacey, que no soy solamente un crítico de arte. También soy un hombre de negocios y estoy seguro de que sus cuadros tendrán muy buen mercado.

Durante un rato, siguieron conversando acerca de la pintura en general. Al fín Bernard se despidió y ella le dijo a Paul:

-Te agradezco todo. Bernard es encantador.

-Bien, bien —dijo Paul sonriendo—. Karen Stacey, famosa pintora.

Karen dudó unos instantes, pero al fín se lanzó corriendo a través de la sala y se arrojó en sus brazos. Las lágrimas le corrían por las mejillas.

-¡Oh, Paul! ¿Qué puedo decir?

-Simplemente limítate a triunfar —contestó él y suavemente se desprendió de su abrazo. No era gratitud lo que quería.

Karen, sin comprender los sentimientos de Paul, de nuevo sintió que la soledad le invadía el corazón. Sin decir una palabra más se puso el abrigo, ignorando el movimiento que Paul hizo para ayudarla.

-Vamos —dijo—. Mamá debe estar impaciente esperándonos.

Fueron en silencio hasta la casa de Madeline, que ya los esperaba en la puerta. Se notaba a simple vista lo bien que se sintió al viajar en el lujoso automóvil de Paul.

Los tres iban en el asiento delantero con Karen en medio. Ella sentía el contacto del muslo de Paul como una conmoción eléctrica. Estaba agudamente consciente de su proximidad. Durante un instante, él la miró inquisitivamente y ella sintió un verdadero torbellino en su corazón.

Fue Madeline la que rompió la tensión del momento.

-¿En qué hotel se hospeda Sandra? —preguntó.

-En el “Granero del Buho” —respondió Paul, sonriendo secamente—. No es propiamente un hotel.

-¡Oh, Dios mío! Mi hija Sandra metida en cualquier lugar... ¿Está dentro de la ciudad de Brighton?

-No, en las afueras. En un pequeño poblado llamado Barneton. Simón me dio las señas. Según creo, se trata de un lugar muy aceptable —Paul prosiguió, ahora mirando a Karen—: A Simón le gusta llevar allí a las muchachas que andan con él. Madeline terció:

-Realmente, Paul, ¿cómo puede Simón actuar en esa forma, siendo un hombre casado?

-A mí no me lo preguntes Madeline —repuso Paul fríamente—. No soy su guardián. Igual que tú no pareces tener responsabilidad sobre la conducta de Sandra, yo tampoco la tengo sobre la de Simón.

Madeline se sintió visiblemente herida por el comentario. Karen sacó sus cigarrillos y prendió uno para ella y otro para Paul. El lo aceptó con naturalidad. Aquello había sido un hábito entre los dos mientras estuvieron casados.

Por fin, llegaron a Barneton.

A primera vista le gustó el lugar donde se refugiaba Sandra.

Se bajaron del auto y entraron en el edificio. El interior se encontraba casi desierto. Una mujer de bastante edad abandonó el escritorio de recepción y se les acercó.

-¿Puedo servirles en algo? —había amabilidad en su tono.

-Queremos ver a la señorita Sandra Stacey —repuso Pauí—. Está hospedada aquí.

-No tenemos ningún huésped bajo ese nombre —dijo la mujer—. Creo que se han equivocado de lugar.

Paul se mantuvo imperturbable, a pesar de la negativa de la mujer.

-¿Anoche o esta mañana temprano, no se registró aquí una muchacha muy joven?

-Bueno... sí... creo que sí. Dijo que se llamaba Nicholson.

Madeline ahogó una exclamación y la mujer del hotel, con aire desconfiado, preguntó:

-¿Hay algún problema con ella? ¿Son ustedes amigos suyos?

-No, no hay ningún problema —replicó Paul—. Esta señora es su madre y ésta es su hermana. Se escapó ayer de su casa y venimos a buscarla.

La mujer pareció aliviada.

—¡Oh, ya veo!

-¿Está aquí? —preguntó Madeline con impaciencia—. Quiero verla inmediatamente.

-Sí, está en su cuarto —respondió la mujer lentamente—. Le avisaré que ustedes están aquí.

-No se moleste —la interrumpió Paul—. Simplemente dígale a la señora el número del cuarto. Estoy seguro de que ambas querrán conversar un rato a solas.

-Muy bien. ¿La señorita Nicholson dejara hoy el hotel?

—Así espero. ¿Por qué? —preguntó Paul.

—Para mí esto es un trabajo... He tenido que poner ropa de cama limpia en esa habitación... Paul la cortó.

-No se preocupe, señora; estoy seguro de que todo eso puede arreglarse —y le sonrió. La mujer, entendiendo que ganaría algún dinero, devolvió la sonrisa.

Entonces condujo a Madeline a la habitación de Sandra. Paul desapareció en la oficina detrás del escritorio de recepción y Karen se quedó caminando sin rumbo fijo por el lobby.

Paul regresó junto a ella a los pocos momentos, metiéndose la billetera dentro del bolsillo. Karen se sonrojó, sintiéndose culpable.

-Es un lugar agradable —dijo ella tratando de encontrar un motivo de conversación.

-Me gustará más cuando nos hayamos ido —repuso Paul serio—. Iremos directamente a Londres a consultar con un médico amigo mío.

-¿Un médico? ¿Para que vea a Sandra? —Karen preguntó sorprendida.

-Por supuesto. Quiero resolver este misterio cuanto antes. Personalmente, no creo que haya un bebé en camino, aunque pudiera ser cierto, pero es mejor que tengamos la confirmación de un médico.

-¡Oh, ojalá que todo haya sido una patraña de Sandra! ¡Qué alivio sería!

-Lo sé —Paul le sonrió de súbito, con una mirada dulce y cálida—. Si todo ha sido una mentira de Sandra tendré algunas cosas que decirle.

Karen se envolvió más en su abrigo. Si se atreviera a decirle a Paul lo que sentía... ¿qué diría él? ¿Acaso mencionaría su compromiso con Ruth y le recordaría su próxima boda?

-Dime, Paul —le preguntó de súbito—. ¿Almorzaste hoy con Ruth?

Paul negó con un gesto.

-Que yo sepa, Ruth almorzó con sus padres. ¿Por qué?

-Simplemente me pregunto si ella objetó que vinieras con nosotras.

Paul la miró con aire pensativo.

-No, no objetó nada —dijo suavemente—. Además, no me importa lo que Ruth piense.

-¿Que no te impona...? —Karen sintió que su corazón latía apresuradamente.

Paul la miró y se dio cuenta de que el rostro de ella se encendía. ¿Qué podría significar aquello?

Y entonces, antes de que pudieran cambiar otra palabra, oyeron pasos en el corredor. Sandra entró en el lobby con una expresión airada, seguida por una llorosa Madeline.

-¿Qué tal, Sandra? —le preguntó Paul sin mucho entusiasmo—. ¡Qué agradable sorpresa encontrarte aquí!

Sandra se puso escarlata.

-No estoy para bromas —contestó fríamente.

-¿Es que no te alegra vernos, cariño? —insistió Paul.

-Esa pregunta no tiene respuesta —dijo Sandra con amargura.

-Tienes razón —repuso él, dejando de sonreírle—. ¡Salgamos de aquí! ¿Dónde está tu maleta?

-En el corredor —respondió Madeline con acento débil— ¿Pagaste la cuenta...? Paul asintió.

-Vamos —dijo de nuevo—. Salgamos de aquí. El automóvil era deliciosamente confortable. Tan pronto se alejaron Paul preguntó sarcástico: —¿Así es que estás esperando un bebé?

Era obvio que Sandra no esperaba un ataque frontal, pero contestó con voz desafiante:

—En noviembre.

-Todavía falta bastante —repuso Paul secamente—. ¿Estás segura de no equivocarte?

Karen se mordió los labios y miró el rostro encendido de su hermana.

-¡Por supuesto que estoy segura! —replicó Sandra con la misma sequedad—. Las mujeres tenemos cómo saber estas cosas. Ya no soy una niña.

-Estoy seguro de que no lo eres —dijo Paul—. A una niña no se le hubiera ocurrido un plan tan complicado. Por mera curiosidad, ¿quieres decirme cómo llegaste hasta aquí?

—Vine anoche, haciendo auto-stop.

-jCómo fuiste capaz de eso! —exclamó Madeline horrorizada—. ¡Oh, Sandra, pudieron haberte violado o matado! ¡Oh, mí niña!

-No soy ninguna niña —replicó Sandra con vehemencia—. Tú no me entiendes. Ninguno de vosotros puede entenderme.

-No, desde luego que no, ni tú misma te entiendes —repuso Paul—. Estás en una situación comprometida.

-¿Por qué dices eso? Yo amo a Simón. ¡Es tan simple como eso!

-Sería más simple si Simón te amara a ti —replicó Paul cruelmente—. ¿Quieres saber lo que me dijo esta mañana cuando me confesó dónde estabas?

-¿Fue él quien te dio mi dirección? -Sandra quedó atónita—. ¡Oh, cómo se atrevió...!

—¿Y cómo crees tú que te encontramos? —intercaló Karen con impaciencia.

—Ya veo —dijo Sandra con una voz sin expresión—. Está bien, Paul, ¿qué fue lo que te dijo?

—Me suplicó que viniera a buscarte y te dijera que entre ustedes dos todo había terminado. ¿Por qué crees que estoy aquí? si te quisiera, ¿no crees que él mismo habría venido?

Era evidente que Sandra estaba perdiendo la seguridad, pero a pesar de todo, dijo casi histéricamente:

-¡Simón va a divorciarse!

-No lo creo —lo aclaró Paul con la misma frialdad de antes—. Simón no tiene la menor intención de casarse contigo. ¿Te lo imaginas con una esposa y un hijo, y sin trabajo? Porque no tengo el propósito de ayudarle...

Sandra, sin poderse contener por más tiempo, se echó a llorar amargamente.

-¡Qué clase de hermano eres! —dijo entre sollozos.

-Lo que yo sea no viene al caso ahora —prosiguió Paul—. Te lo digo con toda honradez, Sandra. Simón no quiere casarse contigo. Simplemente ha disfrutado de tu compañía, como hace con todas. Tú estabas al tanto de su reputación. Solamente puedes culparte a ti misma.

-¡Pero el bebé! —sollozó Sandra lastimeramente—. Es hijo de Simón. El tiene que casarse conmigo.

-¿Es para eso que inventaste esta patraña? —preguntó Paul con rudeza—. ¿Para obligar a Simón a casarse?

-¿Inventar? —Estaba tan alterada que casi no podía hablar.

Karen empezó a preguntarse si Paul no estaría llevando las cosas demasiado lejos. Sandra se había puesto muy pálida y Karen comenzó a creer que era cierto lo de su embarazo.

—¡Karen! -gritó Sandra al fin—. ¿Vas a permitir que Paul me hable así? ¿A tu propia hermana?

-No metas a Karen en esto —le replicó Paul a Sandra—. Ella no tiene nada que ver en este asunto. Tú te lo buscaste y a ti te toca resolverlo.

-¡Y ustedes no me creen! —exclamó Sandra—. Paul, yo siempre te he tenido cariño. En un principio, hasta creí que me había enamorado de ti. ¿Cómo puedes tratarme con tanta crueldad?

-Tu misma has dicho que no eres una chiquilla. Si es así, hay que tratarte como a una persona adulta. Y como adulto, te digo que no creo que estés esperando un bebé.

Madeline comenzó a llorar. Aquello estaba resultando demasiado para ella. Y Karen sentía unos absurdos deseos de echarse a reír. En qué ridícula situación se había colocado la familia Stacey! No le extrañaría que Paul quisiera librarse de ellas lo antes posible.

-¡Pues estoy esperando un hijo, de veras que sí! —insistió Sandra.

-En ese caso, iremos directamente a consultar un médico para confirmarlo —dijo Paul.

-¿A ver a un médico? —era obvio que a la chica no se le había ocurrido esa posibilidad—. Todavía pasarán unas semanas antes de que necesite ver a un medico.

-Quizá no lo necesites, pero quiero dejar aclarado este asunto de una vez por todas. Si no estás mintiendo, no tienes nada que temer.

Sandra rompió a sollozar de nuevo.

-¡Todos ustedes están en contra mía! También Simón está en contra mía. ¡Se fue de Londres y ni siquiera me avisó! Yo tenía que hacer algo...

Karen se sintió enferma. Ahora comprendía que aquello había sido una artimaña de su hermana. Madeline también lo comprendió así:

-¡Oh, Sandra! ¿Cómo te atreviste a actuar así? Por poco me matas de dolor, preocupación y vergüenza.

-Yo quiero a Simón. ¡Lo amo, lo amo! —gritó Sandra, ignorando las palabras de su madre—. ¿Es que a nadie le importan mis sentimientos?

-Sí, Sandra, a todos nos preocupa lo que te pueda ocurrir-dijo Paul, cambiando la anterior dureza de su actitud—. Nos alegramos de que en realidad estés bien. Porque todo lo que inventaste pudo haber sido verdad, ¿no es así?

-Sí, y Simón lo sabe —respondió Sandra—. Por eso...

—Por eso lo invadió el pánico —completó Paul la frase.

-Bien, Sandra, ya todo pasó.

Paul se sentía aliviado. Por un momento, pensó que su corazonada respecto a Sandra podía estar equivocada.

-No se puede obtener todo lo que deseas, simplemente con mentiras y engaños —le dijo Karen, furiosa, a su hermana—. Me parece espantoso lo que has hecho. ¿Es que no te importan los sentimientos de los demás?

Sandra no contestó, pero durante el resto del trayecto no hizo más que llorar.

Llegaron a casa de Madeline y entraron. Sandra arrojó su, abrigo sobre una silla e hizo ademán de subir las escaleras rumbo a su cuarto, pero Paul se lo impidió tomándola de un brazo.

-Primero tengo algunas cosas que decirte —le habló con firmeza.

Y se llevó a Sandra a la salita, cerrando la puerta y dejando en el corredor a Karen y a Madeline.

En la salita, Sandra se enfrentó a Paul, pero su actitud retadora había disminuido. Su ardid había fallado y, sin saber por qué, experimentaba ahora una extraña sensación de alivio. Siempre supo que su conducta no era correcta, pero empezaba a darse cuenta de que en ella había un sentimiento de inseguridad, probablemente causado por la debilidad de su madre al educarla.

Ahora escuchaba la voz firme de Paul, que le explicaba la ansiedad que les había causado a todos y lo mucho que había hecho sufrir a Madeline. En ese momento, Sandra empezaba a ver a Simón bajo una luz muy diferente.

Al fin, Paul la dejó marcharse a su cuarto. El también salió de la salita y se reunió con Karen en el corredor.

-Gracias por todo, Paul —murmuró ella.

-No tienes que agradecerme nada —dijo él suavemente—.¿Vienes conmigo?

Karen dudó

—Mamá sigue muy descontrolada.

-Está bien —asintió Paul—. Pero podemos vernos más tarde Podríamos cenar juntos.

Karen titubeó, angustiada.

—Tengo que ver a Lewis.

La expresión de Paul se endureció.

—Entonces, no hay más que hablar.

-Lo siento, Paul, créeme que lo siento, pero nunca pensé...

—No te preocupes —la interrumpió él fríamente—, No se trata de nada importante.

Karen sintió que el frío se apoderaba de ella.

-Solamente tengo que ir a la oficina, pero no creo que sea por mucho tiempo.

Paul dudó, deseando creerla.

-Está bien —murmuró al fin, suavizando la expresión de su rostro—. ¿Por qué no vienes a mi apartamento, una vez que hayas terminado con Martin en la oficina? Podríamos cenar allí.

A Karen le parecía imposible que tal cosa sucediera.

-Me parece maravilloso.

-Bien —contestó Paul. E inclinó la cabeza, le dio un beso en los labios y se marchó velozmente.

Karen se quedó inmóvil. ¿Era verdad lo que le estaba ocurriendo? ¿No sería un fantástico sueño? Deseaba, con todas las fuerzas de su corazón, que fuera verdad.

Entonces, de repente, empezó a ver las cosas en su propia perspectiva. Sandra había vuelto a casa y ya se había librado del peligro que Simón representaba para ella. Y Karen comprendió que, si por fin se reconciliaba con Paul, su hermana tendría la firme autoridad de un hombre de carácter en la familia. Madeline también se sentiría feliz, aunque en gran parte sería por razones mercenarias. Pero para Karen, lo más importante de todo sería volver a tener el amor de Paul, lo que más le importaba en la vida.

Se despidió de su madre y de Sandra después de tomar el té.

la actitud de Sandra hacia ella fue más fraternal

Regresó a su apartamento, disfrutando de la brisa del atardecer La noche empezaba a presentarse estrellada y clara. En Karen Renacía la vieja excitación que siempre había sentido en el pasado, cuando acudía a una cita con Paul. Esta noche se reuniría con él otra vez y lo más maravilloso de todo era que el propio Paul se lo había pedido. Estarían ellos dos solos. Nada más.

Decidió ponerse un vestido de terciopelo rojo. Mirándose en el espejo, comprendió que el brillo de sus ojos delataba su felicidad, una felicidad que durante años, no había conocido.

Las oficinas de Lewis Martin estaban a oscuras, excepto una luz que brillaba en el despacho de él. Karen, a pesar de su felicidad, no pudo evitar un presentimiento cuando entró en el edificio y tomó el elevador para reunirse con Martin. Lo encontró sentado en su escritorio.

Se dio cuenta de que Lewis estaba nervioso. Aunque bien vestido, como acostumbraba, daba una impresión de desarreglo, pues se había aflojado el nudo de la corbata y tenía el cabello despeinado. Karen se sintió incómoda en su presencia.

Él se levantó cuando la vio entrar y la miró con intensidad no disimulada.

-Buenas noches, Karen —dijo—. Siéntate, por favor.

Karen se sentó en una butaca y se quedó en actitud expectante. Lewis se sentó también y la observó mientras ella prendía un cigarrillo. Karen notó que los dedos le temblaban un poco.

-¿Tienes frío, Karen? —le preguntó.

—No —contestó ella con una sonrisa un tanto forzada.

—¿Estás nerviosa entonces? —insistió él en actitud un poco burlona.

-¿Por qué habría de estarlo, Lewis?

El se encogió de hombros.

-Por supuesto que no tienes por qué estar nerviosa conmigo. Sabes que sólo deseo tu bienestar, ¿no es así? Siempre he sido un buen amigo tuyo, ¿verdad?

-Sí, Lewis, creo que eres un buen amigo.

-¿Lo crees? ¿Es que no estás segura? Karen hubiera querido aclarar algunas cosas, pero pensó que no era el momento adecuado.

-No le inventes otra interpretación a mis palabras —dijo Karen.

Lewis dudó un momento.

-Me alegra que hayas venido, Karen.

-Bueno... ¿Hablamos acerca del trabajo? —preguntó ella y el tono de su voz era ligeramente nervioso.

-No hay prisa. En realidad quería hablar a solas contigo. No tuve mucha oportunidad de hacerlo últimamente. Siempre estás muy ocupada.

-No es que haya estado muy ocupada, Lewis. Es que he tenido que intervenir como sabes, en el problema de Sandra. Me apena que pienses que he descuidado mi trabajo.

-Yo no he mencionado el trabajo —dijo él con una sonrisa fría—. acostumbrábamos ser unos magníficos amigos, pero últimamente parece que no quieres verme.

-Eso no es cierto, Lewis, seguimos siendo buenos amigos.

—¿Amigos? ¡Ah, sí, amigos! ¿Y Paul Frazer es también amigo tuyo? —en los ojos de Lewis había un brillo extraño.

-¿Paul y yo? Bueno, eso es asunto nuestro, ¿no te parece?

—Lo has estado viendo mucho últimamente —dijo él con una voz casi sin expresión.

-Ya te he explicado por qué.

-¿Supongo que sabes que rompió su compromiso con Ruth?

Karen no podía creerlo. ¿Paul libre? ¿Era realmente verdad? Trató de disimular su excitación mientras Lewis la miraba con ojos que la quemaban.

-No —contestó por fin—. No lo sabía. ¿Cómo lo supiste tú?

-Almorcé hoy con Ruth.

Karen se quedó atónita.

-¿Que almorzaste con Ruth? ¡Pero si Ruth no te conoce!

-Cierto. Antes de hoy no nos conocíamos, pero ella me telefoneó esta mañana porque estaba enterada de mis sentimientos hacia ti, y se le ocurrió que podríamos ayudarnos mutuamente. ¿Lo ves, Karen? Ella todavía quiere a Paul Frazer tanto como yo te quiero a ti.

Los ojos de ella pestañearon velozmente. La conversación se había vuelto desagradablemente personal. Lewis era un hombre obsesionado.

-¡Lewis —exclamó—. Tú sabes que nunca me casaría contigo.

—No estoy de acuerdo. Antes de que Frazer reapareciera en tu vida, nuestra relación nos hubiera llevado al matrimonio.

-¡No! —casi gritó Karen—. Te repito que nunca podría casarme contigo, Lewis. Es mejor que lo aceptes de una buena vez. También será mejor que renuncie al trabajo en esta compañía. No podemos seguir prolongando esta situación.

—Estoy de acuerdo —dijo él con voz dura—. Precisamente por eso te pedí que vinieras esta noche. Pero no pienses que puedes deshacerte de mí como de un objeto viejo. Yo hice mucho por ti, karen. Te encontré casa, te di trabajo y, por encima de todo te amo...

Karen se sintió terriblemente deprimida. El estado de ánimo de Lewis la conmovía, despertando su lástima.

— ¡Oh, Lewis! ¡Créeme que lo siento! Pero tú y yo no nacimos para formar pareja. Estoy segura de que no soy tu tipo de mujer. La cara de Martin se había puesto anormalmente roja y Karen se asustó. Le preguntó ansiosa:

—¿Te sientes mal?

-¿Que si me siento mal? —estaba furioso—. ¿Y de qué otra manera puedo sentirme, viendo que estás arruinando tu vida por segunda vez?

-¡Yo no estoy arruinando mi vida, Lewis!

-Estás soñando con volver a Frazer, ¿no es así? —preguntó con amargura—. Te creí capaz de respetarte más a ti misma. ¿No te das cuenta de que Paul Frazer solamente quiere aprovecharse de ti como mujer?

-Si es así, ¿por qué rompió su compromiso con Ruth?

-¡Yo qué sé! Tal vez se aburrió de ella.

Karen bajó la cabeza. Reconocía cierta lógica en las palabras de Lewis. ¿Por qué suponer que había algo más que atracción física en el interés que le demostraba Paul?

Al fin Karen levantó la vista.

-Cualquier cosa que yo decida hacer, Lewis, no es asunto tuyo —le dijo claramente—. Y no pienso cambiar mi resolución. Además, hay mucha diferencia de edad entre tú y yo.

Al oír esas últimas palabras, la cara de Lewis se distorsionó violentamente.

-No era tan viejo cuando se utilizó mi nombre como amante tuyo, en tu juicio de divorcio. En aquella oportunidad me usaste en tu propio provecho.

-¡Oh, Lewis! Fuiste tú quien no me dejó defenderme ante el tribunal, y tú sabías que yo era inocente. Pudimos haberío probado.

—¿Cómo? ¡Contéstame a eso! Karen, vacilante, se puso de pie.

-No, no tengo nada que contestar. Eres tú quien tienes que contestarme. ¿Cómo fue que un testigo declaró que tú habías pasado una noche en mi apartamento? ¿No es mucha casualidad que haya habido un testigo, precisamente para esa única ocasión? Lewis bajó la cabeza, evitando la mirada de Karen.

—Paul ya quería divorciarse y tenía detectives contratados...

—¿De veras? ¡Qué previsor! —gritó airada—. Si no te conociera, creería que tú mismo lo planeaste todo.

-¡Karen! ¿Cómo puedes insinuar semejante cosa? Siempre he actuado en favor de tu felicidad y tu bienestar.

-Bueno, tal vez será mejor que me las arregle sin ti —repuso ella, jugueteando con un pesado pisapapeles que estaba sobre el escritorio.

-¿Es que no te das cuenta —casi gritó él— de que soy la única persona que quiere protegerte, que soy el único que quiere resolver tus problemas?

Saliendo de detrás del escritorio, se colocó junto a ella.

—¡Karen, sé sensata! Tú sabes que soy el único hombre que te ama hasta la locura.

Karen se alejó de él unos pasos.

-Creo que es mejor que me vaya ahora, Lewis. No estás en condiciones de discutir cosas del trabajo.

Los ojos de Lewis brillaban de furia.

-¡No me desprecies, Karen! Lamentarás no haberme escuchado.

—¿Es que me estás amenazando?

-No, no te amenazo; sólo te aconsejo. ¡Paul Frazer! Ese hombre ha sido la desgracia de mi vida.

Karen lo miró directamente a los ojos.

-Debes saber que amo a Paul. Siempre lo amaré. Por un tiempo te las arreglaste para convencerme de que me estaba engañando a mí misma, pero no es así, y ahora lo veo con toda claridad. Me apena herirte, pero no me queda otra alternativa.

Lewis la tomó por los hombros y la hizo enfrentarse a su cara.

-Hubo un tiempo —le dijo— en que Paul Frazer creyó que eras mi amante. Pero él llegó a la conclusión de que nunca hubo nada entre nosotros, porque decidió creerte. Me pregunto, sin embargo, cuál sería su reacción si descubriera que eres mi amante... ahora. Karen lo miró con incredulidad.

-¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó casi sin aliento. Lewis enarcó las cejas.

-Seguramente sabes a lo que me refiero. Este edificio está desierto y estamos solos. ¿Quién va a impedirme que te haga el amor?

Karen se sintió horrorizada.

-¡Estás loco! —exclamó, preguntándose si Lewis realmente estaba hablando en serio.

-¿Que estoy loco? ¿Por qué dices eso? Eres una mujer muy hermosa, Karen; la única mujer a la que realmente he amado. ¿Por qué supones que voy a dejar pasar esta oportunidad? Frazer no querrá saber nada de ti después de que le cuente que fuiste mía.

—¡Eres un hombre perverso! —exclamó Karen, temblando—. Lewis, por favor, deja de hablar así. Hemos sido muy buenos amigos. No destruyas nuestra amistad.

Karen luchó para liberarse de su abrazo y, al levantarse, sus dedos sobre el escritorio tropezaron con la masa sólida del pesado pisapapeles, pero lo soltó. ¿Qué iba a hacer? ¿Golpearlo en la cabeza? Aquello le parecía estúpido y melodramático.

De súbito, Lewis la soltó tan bruscamente que Karen por poco cae al suelo. Sintió un momento de alivio, pero entonces vio que él estaba cerrando con llave la puerta del despacho.

-¡Lewís! —exclamó con incredulidad, pero él se mostraba indiferente a su voz.

Karen tomó de nuevo el pisapapeles y consideró la idea de lanzárselo a la cabeza, pero se dio cuenta de que aquello requeriría más fuerza física de la que ella tenía. Lo que hizo, pues, fue arrojarlo contra la ventana de cristales. Los vidrios, al romperse, produjeron un verdadero estrépito. Por un momento Lewís fue tomado de sorpresa.

—¡Idiota! ¿Tienes idea de lo que cuesta esa ventana? Ella lo miró fulminándolo, tratando de disimular con una actitud agresiva el pavor que sentía.

-¡Te quejas de que destruya una ventana, y tú en cambio, destruiste mi matrimonio! —le gritó con indignación.

-¿Crees eso de mí? —la increpó él con voz atormentada. De pronto se oyó que golpeaban a la puerta. Lewis se dio vuelta frunciendo el ceño, mientras Karen se sentía invadida por una oleada de alivio.

-¡Martin! —llamó desde fuera una voz familiar—. ¡Abra la puerta!

Los ojos de Karen se agrandaron de sorpresa.

—¡Paul!—gritó sin poder creer a sus oídos—. ¡Paul, estoy aquí!

Desde fuera, Paul Frazer golpeó la puerta con violencia y, resignadamente, Lewis Martin le franqueó la entrada. La mirada de Paul se hizo cargo de la situación.

-¿Estás bien? —fue su primera pregunta, dirigida a Karen. Ella asintió en silencio a la vez que, protectoramente, se envolvía en su abrigo.

-Sí, Paul, estoy bien —afirmó, tratando de que la voz no le temblara.

Lewis regresó junto a su escritorio y desde allí los observó a los dos. Paul, implacable escudriñó el rostro de Lewis.

—Si hubiera llegado a hacerle daño le aseguro que lo habría matado.

El rostro pálido de Lewis se cubrió de rubor. Era obvio que sentía miedo.

-Nunca la toqué —le dijo a Paul—. Ni ahora ni antes.

Paul miró a Karen como buscando una confirmación por parte de ella. Karen tragó saliva y, al fin murmuró en voz casi inaudible.

-Pero cerraste la puerta con llave, Lewis.

-Sólo para asustarte. Pero nunca te hubiera hecho daño... Llévesela Frazer. ¡Salgan los dos de aquí! No quiero volver a verlos.

-Espérame afuera, Karen —le dijo Paul serenamente. Ella dudó un momento antes de dejarlos solos, pero decidió obedecerlo. Salió al corredor y se detuvo junto al elevador, esperando con impaciencia. No oía lo que ocurría en el interior del despacho. Karen se preguntó qué podría estar diciendo Paul. Oyó ruidos, que no pudo identificarlos correctamente. Momentos después, Paul salió, poniéndose los guantes.

Lo miró intrigada y él se limitó a sonreír.

-Hice algo que hace mucho tiempo quería hacer. Y ahora vamos a mi apartamento.

Sin decir palabra, Karen asintió.

El cálido ambiente del apartamento nunca antes le había parecido tan acogedor a Karen. Inmediatamente notó que la mesa estaba preparada para dos personas.

-¡Paul, —murmuró—, qué bien se está aquí contigo! —él le apretó la mano—. Después de todo lo que he pasado, creo que una ducha rápida me vendría muy bien. Me siento sofocada.

-Perfectamente. Ya sabes donde está el baño. Le diré a Travers que demore la cena unos minutos. Encontrarás una bata en el cuarto de baño. Es decir, si la necesitas.

Karen le lanzó una mirada y marchó hacia el baño, dejándolo en la sala. ¿Qué era lo que había querido implicar? ¿Andaría Paul solamente a caza de un affáire?

Después de una tonificante ducha, se puso una bata blanca y, frente al espejo, comenzó a peinarse. Cuando terminó, aunque tenía todavía húmedo el cabello, se calzó unas zapatillas y regresó a la sala.

Paul se había quitado la chaqueta y estaba tendido en el sofá con la cabeza descansando sobre un cojín. Fumaba un cigarrillo y se puso en pie al verla entrar.

-Siéntate —le dijo—. Te prepararé un trago.

-Gracias, me vendrá bien— Karen se hundió en el sofá mientras él, en el bar, le servía un whisky con soda. Después de tomar el vaso de sus manos, le dijo:

-Siéntate, Paul. Hay algo que quisiera saber. ¿Cómo acertaste a llegar a la oficina de Lewis, precisamente en el momento oportuno?

Paul permaneció de pie.

-Tuve una llamada de Ruth cuando llegué a mi apartamento. Era aproximadamente a la misma hora en que tú debías encontrarte con Martin. Ella había almorzado hoy con él y se percató del estado anormal en que se encontraba. Ruth fue con la esperanza de que lewis pudiera persuadirte de que te casaras con él. Así yo dejaría de preocuparme por ti.

Karen se estremeció, anticipando lo que habría de venir.

-¿De preocuparte por mí? —le preguntó—: ¿Hablas en serio?

Paul se aflojó el cuello de la camisa. La miró con ojos apasionados y ahogando una exclamación, la levantó y la atrajo hacia sus brazos.

-El trago... —balbuceó Karen mientras los labios ávidos de él buscaban su cuello.

—Al diablo con el trago.—murmuró él, la besó en los labios, estrujándole los hombros—, Karen —dijo en voz suave y apasionada a la vez— te adoro. Nunca dejé de quererte. Tú lo sabes, ¿verdad? Traté de convencerme de que no te quería, pero no pude. Tenemos que casarnos otra vez.

Ella se alejó un poco, echándose hacia atrás.

-Amor mío -dijo al final— termina de decirme lo que estabas contándome acerca de Ruth. Quiero saberlo.

El suspiró resignado.

—Pues bien, aunque es egoísta y malcriada, Ruth no tiene pelo de tonta. La actitud de Lewis le pareció tan extraña que resolvió decirme que él tenía la intención de aclarar las cosas contigo esta noche. Eso me preocupó, de modo que decidí ir a sus oficinas para encontrarme allí contigo. Justamente cuando llegaba al edificio oí el ruido de cristales rotos y me apresuré a subir en el elevador. Cuando Lewis me abrió la puerta de su despacho y te vi allí, estremecida y pálida, sentí ganas de matarlo.

Karen suspiró.

-Si supieras... No puedo dejar de sentir compasión por él.

-¿Por qué compadecerlo? Hizo todo lo que pudo por arruinar nuestras vidas.

-Lo sé. Pero honradamente, tú debiste dudar que yo fuera capaz de tener amores con alguien como él.

-Quizás lo dudé. Pero tú no conoces toda la verdad del asunto. Martin vino a verme antes del divorcio. Me dijo que erais amantes y que tú querías divorciarte, pero que no deseabas verme. ¡Tuve que creerlo! Se mostraba tan seguro de sí mismo que en aquellos momentos no puse en duda sus palabras. Después de todo, tú no hiciste lo más mínimo por verme después de la separación...

-Lewis me convenció de que era mejor no verte.

-Sí, ahora lo comprendo... En fin, le dije que necesitaba pruebas concluyentes para una acción de divorcio y él estuvo de acuerdo en suministrármelas. Me dio detalles acerca de la noche que durmió en tu apartamento y yo contraté a un detective privado para darle carácter oficial a todo aquello. El detective me informó que era verdad que Lewis había dormido una noche en tu apartamento y tuve que creerlo. Me sentía indignado y humillado y, según Lewis, ésa no había sido la única ocasión.

Karen se sintió profundamente apenada. Era muy duro reconocer que Lewis la había alejado de Paul, destruyendo su matrimonio implacablemente, pensando sólo en sí mismo.

-Lewis se quedó en mi apartamento porque esa noche estuvimos trabajando hasta muy tarde. Esa es toda la verdad. Yo dormí en mi habitación con la puerta cerrada y él en el sofá de la sala.

Paul sonrió y la estrechó cariñosamente.

-Desde luego que te creo, amor mío. Ahora veo con que facilidad puede uno ser engañado.

-Gracias a Dios me crees —murmuró Karen—. Nunca quise estar lejos de ti y tú lo sabes. Sí me hubieras llamado habría corrido a tu lado.

-¿Y ahora?

-Todo depende de ti —susurró ella—. ¿Puedes aceptar la idea de tenerme otra vez a tu lado?

El la rozó el cuello con los labios.

—Lo que no puedo soportar es la idea de que te me escapes de nuevo.

-¡Jamás, mi amor, jamás!

-¿Tienes hambre?

-Mucha. De ti —repuso ella, deslizándole los brazos alrededor del cuello—. No me vas a mandar a casa hasta que consigamos una nueva licencia matrimonial, ¿verdad?

-¿Qué casa? Tu casa es ésta, como siempre —dijo él a la vez que la levantaba en sus brazos.