CAPÍTULO 6
LA SIGUIENTE semana transcurrió lentamente. Madeline telefoneó a Karen para decirle que Sandra aceptaba el viaje, aunque sin demostrar mucho entusiasmo. Karen estaba segura de que una vez que Sandra se alejara de la influencia de Simón, las cosas se normalizarían. Después de todo, unas vacaciones en España eran como para alegrar a cualquiera, y Sandra no iba a ser una excepción. Solucionado el asunto, pensó Karen, ya no habría motivo para seguir viendo a Paul. Y eso la puso triste.
Al día siguiente fue a la oficina y vio a Lewis, pero éste seguía manteniendo esa extraña actitud casi amenazante, y Karen no podía explicarse por qué. Por primera vez comenzó a considerar la posibilidad de buscar otro empleo.
Empezó a leer los anuncios clasificados pero ninguna de las ofertas le interesó. No hay prisa, se dijo. Si he trabajado tanto tiempo para Lewis, puedo esperar un poco más.
Fue entonces, ya al final de la semana, que una mañana la despertó el teléfono. ¿Quién podría llamarla tan temprano?
Al fin, con dificultad y aún medio dormida, contestó:
-¿Quién es?
-¡Karen, oh Karen, al fin contestas!
Karen parpadeó. Había reconocido en la voz de su madre un tono de urgencia.
-¿Qué ocurre? ¿Sabes qué hora es?
-No importa la hora, Karen, esto es importantísimo.
Hubo una pausa le pareció que su madre estaba sollozando.
-¡Por favor, mamá, habla de una vez! —Karen sintió frío en la boca del estómago. Algo muy grave debía haber pasado—. ¿Le ha ocurrido algo a Sandra? ¿Ha tenido un accidente?
-¡Peor que eso! Se ha ido de la casa y me ha dejado una nota. Dice que espera un bebé, un hijo de Simón Frazer.
—¡Dios mío! —Karen se desanimó totalmente. Pero no tardó en reaccionar—: ¡Mamá, trata de serenarte! Estaré allí lo antes posible.
-¡Por favor, Karen, date prisa! No soporto estar sola.
Karen trató de poner en orden sus agitados pensamientos. Sandra iba a tener un hijo de Simón. ¿Qué harían ahora? Se vistió en un santiamén. Se puso el abrigo y se dirigió hacia la casa de su madre en su coche.
Encontró la puerta abierta y a Madeline esperándola a la entrada. Estaba en bata de casa. Se abalanzó hacia Karen en una crisis de sollozos, lágrimas y recriminaciones a sí misma. Karen logró calmarla y llevarla a la sala.
-Explícame qué ha pasado.
-Ya te dije que Sandra no estaba muy entusiasmada con la idea del viaje. Creo que estuvo planeando todo esto por largo tiempo. Y supongo que ese bestia de Simón está al tanto de todo. Creo que él es el culpable.
-No mamá. Me inclino a pensar que esto puede ser una artimaña de Sandra cuando se dio cuenta de que estábamos tratando de separarla de Simón.
Madeline se echó a llorar nuevamente. Cuando se calmó un poco, le contó a Karen:
-Esta mañana me desperté a las cinco y media, con mucho dolor de cabeza. No tenía aspirinas a mano y fui al cuarto de Sandra, para ver si ella tenía. Su habitación estaba vacía y fue entonces que encontré la nota sobre la almohada.
-¿Se llevó su ropa?
-Se llevo parte. Y no sé a qué hora se iría. Anoche dijo que quería acostarse temprano porque estaba cansada y subió a su cuarto a las nueve.
-¿Y qué hiciste cuando encontraste la nota?
-Te llamé, por supuesto.
-Pero ya eran las siete y cuarto cuando me llamaste.
-Estuve llamándote antes —sollozó Madeline— pero no contestabas. Supuse que no estarías en casa.
Karen recordó que la noche anterior había tomado una píldora para dormir.
-Aquí está la nota que dejó tu hermana —dijo Madeline. Sacando un papel del bolsillo de su bata.
Karen lo leyó. Simplemente decía lo siguiente:
“Querida mamá:
“Mi vida aquí se ha vuelto intolerable. Tú y Karen han resuelto separarme del hombre que amo, y no puedo soportarlo. Estoy esperando un hijo de Simón. Los dos queremos casarnos tan pronto como Julia le conceda el divorcio. No traten de buscarme Regresaré cuando os hayáis dado cuenta de que yo tengo la razón.
Sandra”
—Si tuviera aquí a Sandra —dijo Karen —le daría la paliza que se merece... ¿Con qué dinero pudo marcharse?
-Tenía una cuenta de Ahorros. La libreta ha desaparecido Creo que tenía unas setenta y cinco libras esterlinas.
-Ese dinero no le alcanzará para mucho tiempo —dijo Karen con sentido práctico.
-Probablemente todo ha sido culpa mía —exclamó Madeline, echándose a llorar una vez más—. Nunca traté de comprender los problemas de Sandra.
-¡Por Dios, mamá! Siempre has tratado de comprender a Sandra, hasta más de la cuenta. Y nunca le diste la buena paliza que merecía.
-Karen, ¿a qué has venido? ¿A ayudarme o a torturarme?
-A ayudarte, por supuesto. No discutamos más. Este es un problema que nos afecta a las dos.
-¡Sandra esperando un bebé! ¡Karen! ¿Qué vamos a hacer?
-Lo primero es mantener la calma —dijo Karen, tratando de fingir una tranquilidad que no sentía.
-Puedes llamar a Paul y contarle lo que pasa.
Karen apretó los puños. Aunque le pesara, tuvo que admitir que Paul era la única persona que podría ayudarlas, pero, ¿era justo molestarlo otra vez?
—Supongo que sí, mamá. Pero, ¿no sería exigirle demasiado?
Madeline se puso de pie indignada.
—Si no fuera por su hermano, no tendríamos este problema —replicó.
-Está bien —suspiró Karen resignadamente. Se encaminó al teléfono del corredor. Como apenas eran unos minutos después de las ocho, decidió llamarlo a su apartamento.
Por el tono soñoliento de su voz Karen comprendió que lo había despenado.
-Paul, soy Karen.
-¿Karen? —hubo un momento de silencio—. ¡Mujer! ¿Ahora qué quieres?
-Se trata de algo importante. ¿Puedo verte?
-¿Ahora?
-A menos que prefieras que te lo cuente por teléfono.
-No, no —respondió Paul con firmeza—. Prefiero verte. ¿Dónde estás?
-En casa de mamá. ¿Puedes venir?
Paul dudó unos instantes. Al fin dijo:
-Será mejor que vengas tú. Mientras me afeito, ya habrás llegado.
-Está bien. Salgo para allá —y volviéndose hacia su madre, le explicó—: Voy al apartamento de Paul.
-¡Oh! —la señora Stacey se notaba perturbada—:¿No olvidarás por qué vas allá?
Karen, exasperada, le contestó:
-¡Mamá, por favor, todo tiene su límite! Si tengo que ir al apartamento de Paul, es por causa tuya y de Sandra, ¿no es así?
Madeline tuvo que darle la razón.
Karen recogió el abrigo, se lo puso, salió de la casa.
Condujo su coche con rapidez hasta el apartamento de Paul. Cuando llegó eran las nueve y quince. Algunos de los vecinos del edificio estaban saliendo para sus ocupaciones y negocios. Afuera aguardaban varios automóviles casi todos con choferes uniformados. Karen tomó uno de los ascensores hasta el piso de Paul.
Estaba nerviosa. ¡Cuántas cosas habían ocurrido desde la última vez que había estado allí! Karen y Paul se habían quedado allí con frecuencia, a los dos les encantaba el lugar.
Acordándose del pasado, Karen se estremeció involuntariamente al tocar el timbre de la puerta de entrada. Le abrió un sirviente al que ella no conocía.
Se desilusionó un poco, pues había esperado que Paul estuviera solo.
El criado la hizo pasar y, desde que entró, Karen volvió a sentirse fascinada con el ambiente. Asomándose al gran ventanal, admiró la vista de la ciudad. El sirviente le dijo que el señor Frazer no tardaría y se retiró.
Eso le dio tiempo para mirar a su alrededor. El mobiliario moderno era grácil y atractivo. Las paredes estaban tapizadas con murales de Noruega que Paul había adquirido a petición de ella, después de que pasaron unos días de vacaciones en aquel país. Un elegante estante de libros separaba la sala del comedor. Todo el lugar estaba lleno de recuerdos y Karen no pudo evitar sentirse invadida por una oleada de nostalgia. Pensó que había sido mejor no haber ido, pero no pudo negarse.
El apartamento tenía dos dormitorios con sus respectivos baños. En la sala, sobre una mesa baja, había un estuche de ébano, del cual Karen extrajo un cigarrillo. Lo encendió y se quitó el abrigo. Cediendo a su súbito impulso, se dirigió a la puerta que llevaba al dormitorio principal. Tenía curiosidad por saber si Paul lo había modificado.
Karen encontró la cama matrimonial sin hacer. El resto de la habitación se encontraba en orden. La alfombra color beige se sentía tan suave bajo los pies de Karen, como ella la recordaba. La cabecera de la cama estaba tapizada en brocado azul oscuro. Los muebles, de una madera también muy oscura, contribuían a crear una tranquila atmósfera de reposo. A Karen siempre le había gustado aquella habitación y comprobó que Paul no la había alterado. Se notaba una fragancia de tabaco y de colonia masculina. Aquello era como una evidencia de la ausencia de mujeres en el apartamento.
Se acercó a la ventana y la abrió de par en par. Los jardines se veían llenos de flores. Karen suspiró. ¡Qué caprichosa era la vida! Unas semanas antes no pensaba volver a ver a Paul. Entré ellos todo había terminado. Y ahora se encontraba en medio de sus antiguas posesiones, en su apartamento, en su mismo dormitorio.
De pronto una puerta se abrió a sus espaldas. Por ella entró Paul. Se había puesto unos pantalones oscuros y estaba desnudo de la cintura para arriba. Llevaba una toalla alrededor del cuello y tenía el cabello aún despeinado.
Karen se sonrojó, llena de confusión, sintiéndose sorprendida. ¿Qué pensaría Paul al encontrarla allí? Pero él, si estaba extrañado de su presencia, no dio señal alguna. Con voz natural le dijo:
-Perdóname por hacerte esperar.
-No te preocupes —contestó ella, tratando de parecer serena—. Yo... sólo... quiero decir... estaba mirándolo todo —al fin logró explicarse.
Paul sacó una camisa blanca y limpia. Se la puso y se la abotonó, a la vez que decía:
-No me has causado ninguna molestia.
Karen se sonrojó aún más. Irritada por la calma de él, cerró de golpe la ventana que había abierto y regresó a la sala, sintiendo que Paul la miraba divertido.
Instantes después la siguió y ella, sin andarse con rodeos, le dijo:
—Sandra se fue de la casa. Dice que espera un bebe ¡y ya te puedes imaginar de quién!
-¡Qué me dices! —exclamó con furia.
-Sandra le dejó una nota a mamá, explicándole que esperaba un hijo.
-¡Demonios! —quedó atónito—. Nunca esperé que Simón llegara tan lejos con Sandra.
En aquel momento, el sirviente reapareció.
—¿Quiere café el señor?
-Sí, Travers, gracias.
El sirviente se retiró. Karen cruzó las piernas.
-Me apena molestarte, Paul, pero no pude pedir ayuda a nadie más.
-Por eso no tienes que preocuparte. Toda la culpa es de Simón y él es responsabilidad mía, tanto como Sandra lo es tuya. ¡Qué clase de loco es ese hermano mío! Y Sandra, ¿en qué diablos estaba pensando?
-Mejor es que leas la nota que dejó. Lo único que no dice es a dónde se fue.
Le entregó el papel a Paul, que lo leyó rápidamente.
-Sandra todavía cree que Simón va a divorciarse de Julia. Hace unas horas él me dijo que no tenía la menor intención de hacer tal cosa.
-¿Crees que Sandra y él han estado viéndose en secreto?
Paul negó con la cabeza.
-Hace días envié a Simón al norte del país. Ayer regresó.
-Me alegro —dijo Karen—. Eso indica que sólo fue idea de Sandra. Pero el que ella haya esperado tanto tiempo puede ser significativo. ¿Crees que se puso en contacto con Simón cuando él regresó ayer?
-Eso es posible —admitió Paul lentamente—. Pero no te podría decir si la ha visto o no.
-¿Qué podemos hacer ahora?
-Primero, encontrar a Sandra... Hay unas cuantas cosas que quiero decirle a tu hermana.
Karen palideció. La expresión de Paul era severa y firme.
-¿Y el bebé? —se atrevió a preguntar.
-Si fuera posible, ¿quisieras ver a tu hermana casada con Simón?
Karen negó con la cabeza.
-Entonces Sandra no tendrá otro remedio que irse lejos de aquí, tener el niño y darlo a adoptar. Parece una solución cruel, pero no veo que haya otra.
-Creo que tienes razón. Pero, ¿dónde vamos a buscar a Sandra?
-Me pondré en contacto con Simón para ver si sabe donde está. Es posible que Sandra le haya dicho algo.
-Estoy segura de que si fuera posible volverse atrás, Sandra no haría de nuevo una cosa así.
-Lo sé y estoy de acuerdo contigo. Por eso voy a ayudarla.
Travers regresó con la bandeja del café. Karen lo sirvió y Paul ordenó el desayuno para ambos.
-¿Es que voy a desayunar aquí? —preguntó ella sorprendida.
-Por supuesto. De nada sirve empezar el día con el estómago vacío. Seguramente tienes hambre.
-No voy a negarlo —admitió Karen y añadió sonriente—: Desayunaremos juntos, como antes.
Paul se puso la chaqueta. Daba la impresión de serenidad y de ser un hombre en quien se podía confiar. Era obvio que su mente ya estaba trabajando en los planes para encontrar a Sandra. Karen se sintió agradecida con él. Paul se había convertido en el protector de la familia Stacey. Karen quiso decirle cuánto le agradecía todo aquello, pero él no le dio tiempo. Intempestivamente le preguntó:
-¿Encuentras las cosas muy cambiadas aquí?
-No ha cambiado nada. Todavía me sigue encantando el apartamento.
-¿Por qué entraste en el dormitorio?
-Sentí curiosidad —dijo Karen, poniéndose a la defensiva—, simplemente estaba reviviendo los recuerdos que me trae este lugar.
-¿Y son recuerdos agradables?
-Naturalmente —contestó con un tono de ligereza en la voz, deseando no profundizar más en el tema.
Paul le sonrió.
-A veces —le dijo intencionadamente —eres una persona transparente.
-¿Qué quieres decir con eso? —en los ojos de Karen se veía una leve sombra de alarma.
-Nada, nada. Olvídate de lo que dije.
Pero ella no podía olvidar esas palabras fácilmente. Se sentía humillada por las implicaciones que encerraban. Inquieta, se levantó y fue hacia el ventanal.
-Cálmate —le dijo Paul divertido—: No tomes la vida tan en serio.
Travers entró en aquel momento. Traía una bandeja con un apetitoso desayuno de huevos y jamón, tostadas y café. Se sentaron en el comedor, pero Karen solamente se tomó dos tazas del delicioso café.
Tratando de imitar la naturalidad con que actuaba Paul, le preguntó:
-¿Y cuándo regresa Ruth de los Estados Unidos?
-En un par de días —contestó él con sencillez—. La última vez que hablamos por teléfono me dijo que no demoraría en venir.
-¿Y la has extrañado mucho?
-¡Por supuesto que sí! —sonrió él—. Me dijo que pondría un cable avisándome la fecha y hora de su regreso, pero aún no lo he recibido.
-Debes estar feliz de tenerla pronto aquí —en la voz de Karen. Había un tonillo ligeramente burlón.
-Desde luego que sí —respondió él, con una divertida sonrisa.
Terminaron de desayunar y de pronto él le dijo:
-Aarón Bernard va a ir a ver tus cuadros.
-¿De veras? ¿Te pusiste en contacto con él?
-Sí, hace dos días. Te llamé ayer por la mañana, pero tu teléfono estaba ocupado, y luego tuve mucho trabajo el resto del día. Por la noche volví a llamarte, pero no tuve respuesta.
-¡De nuevo las píldoras para dormir! No es la primera vez que me pasa eso.
-¿Y por qué tomas esas píldoras?
-¡No será para pasarme la noche en vela! —repuso ella sardónicamente.
-Entonces deja de tomarlas —le ordenó él bruscamente—. Si no puedes dormir será porque algo te preocupa. ¿Qué problemas tienes?
—¿Es que te has convertido en consejero profesional?
-¡No te pases de lista, Karen! Simplemente no creo que te haga bien estar tomando esas pastillas. Te puedes habituar a ellas.
-Mejor hablemos de Bernard. ¿Cuándo quiere ver los cuadros?
-El quería verlos hoy —contestó Paul—, por eso traté de hablarte ayer.
-Supongo que ahora tendrá que haber un cambio de planes.
—No necesariamente. Trataré de citarlo para esta tarde. —Con el problema de Sandra, no sé si está bien que me ocupe de otros asuntos.
-No digas tonterías. Después de todo, si es cierto que está esperando un hijo no será ni la primera ni la última muchacha que se haya visto en un caso así.
-¿Si está esperando1. —replicó Karen—. ¿Es que acaso hay alguna duda?
-Yo la tengo. Las cosas no han de ser así sólo porque Sandra diga. Cabe la posibilidad de un error, de una falsa alarma. , ¿No es así?
-Supongo que sí. Pensando así también pudo ser un truco de Sandra... —Karen se dijo interiormente que esto último no era posible. Sandra no sería capaz de ser tan cruel con su madre después de todos los sacrificios que había hecho por ella.
-Bueno, llamaré a Bernard y me pondré de acuerdo con él. De aquí a la tarde quizá tengamos resuelto el misterio de Sandra, ese caso, ¿qué mejor manera de terminar el día?
—Creo que tienes razón. Te lo agradezco mucho, Paul. El miró su reloj.
-Las nueve y media. Simón llega a la oficina a eso de las diez, apostaría a que ya no está en su casa. Si Sandra le dio la noticia, debe estar desesperado.
-Bueno, creo que es mejor que me vaya. Mamá estará Preocupada.
Paul le ofreció un cigarrillo.
-No tengas tanta prisa. A fin de cuentas, estás cumpliendo el encargo de ella.
-Ya lo sé, pero...
-Pero nada. Siéntate y toma las cosas con calma.
-Bueno, pero mejor le telefoneo a mamá.
-Yo lo haré. Si tiene algo que decir, que me lo diga a mí.
-Debe estar en medio de un ataque de histeria.
-¡Tonterías! Madeline es una buena actriz. No se angustia tanto como parece, porque sabe que te tiene a ti para sacarle las castañas del fuego.
Paul hizo la llamada y Madeline se mostró complacida al oír su voz. Se tranquilizó al saber que la situación estaba en manos de él. Madeline siempre buscaba apoyarse en alguien. Paul le dijo que Karen y él se encargarían de buscar a Sandra y llevarla a la casa.
-Ya ves —le dijo —Madeline ha estado muy amable conmigo.
-Tiene debilidad por ti.
-Por mí... ¿o por mi influencia? —replicó cínicamente—. ¿Te preocupa la actitud de tu madre?
-En lo más mínimo —repuso ella—. Por cierto, hablaste de encontrar a Sandra como si fuera lo más fácil del mundo. ¿Es que nunca hay algo que te abrume?
La sonrisa desapareció de los labios de Paul.
-Solo las esposas que no actúan como deben —dijo cruelmente.
Karen se estremeció. Siempre el pasado tenía que salir a relucir entre ellos.
-¿Y qué dices de los maridos poco comprensivos?
—¿Es que no fuí comprensivo? —preguntó Paul.
—Solamente estás pensando en el aspecto emocional —replicó Karen con suavidad.
-¿Es que hay algún otro?
-Yo soy una persona, no un objeto —dijo con desesperación—.¿Te habría gustado que yo perdiera mi personalidad?
—No, supongo que no. Admitamos que tanta culpa tuve yo como tú. ¿Dónde nos coloca eso ahora?
-Eso depende de ti —musitó Karen, sintiéndose súbitamente sin aliento.
Paul la miró. En sus ojos había algo peligrosamente intenso. Los dos estaban convencidos de encontrarse cerca de un precipicio. En ese momento se oyó el timbre de la puerta. La magia del momento se disipó en un instante y Karen se sintió sumamente deprimida. Paul frunció el ceño.
—¿Quién diablos será? —dijo con ira.
—Quizá sea Simón. ¿No crees? ¿Quieres que abra yo?
Travers se dirigía ya a la puerta, pero Paul le hizo seña de que se retirara y Karen fue a abrir. Inmediatamente, una oleada de exótico perfume inundó la sala. Allí estaba Ruth, envuelta en una piel de armiño, con un sombrero de plumas rosadas. Karen la reconoció de inmediato y se sintió penosamente consciente del contraste entre ambas.
Con sus pantalones ceñidos y su blusa descuidada, parecía una chiquilla, mientras que Ruth, se veía como la cima de la feminidad elegante. Ruth también reconoció a Karen.
Paul se quedó ligeramente alterado al ver a Ruth entrar en la sala, dirigiendo a Karen una mirada asesina. Karen cerró la puerta y se apoyó contra ella. Era obvio que Paul había recuperado su aplomo y Karen se sintió orgullosa de él.
Ruth, en el centro de la habitación, lo miraba indignada.
-Supongo que debe haber alguna explicación para esto —dijo fríamente—. Me interesa oírla.
Paul se encogió de hombros y no contestó.
Ruth añadió:
-Parece que llegué en un momento muy inoportuno.
-¿Por qué te imaginas eso? —Paul, aun en contra de su voluntad, se sentía divertido. Aquello parecía una escena de opereta—. No, Ruth, no pienses mal. Karen tiene una razón legítima para estar aquí.
-Me muero por oírla —respondió Ruth.
-Las cosas no son lo que parecen —dijo Paul con lentitud.
Ruth se volvió hacia Karen y la miró con desprecio.
-Para ser una esposa divorciada —le dijo —parece que siempre le sobran razones para estar cerca de su ex-marido. Karen se puso roja y Paul intervino:
-Se trata de un asunto que nada tiene que ver contigo, Ruth. Karen lo interrumpió.
-No es necesario que te molestes, Paul —le dijo con tono sereno—. Yo puedo librar mis propias batallas cuando hay que hacerlo. Tu encantadora prometida está mostrando las sospechas que alberga de ti. Es obvio que desea creer lo peor. ¿Por qué he de convencerla de lo contrarío?
En el rostro de Ruth apareció una expresión de incredulidad.
-Usted, señorita Stacey, quiere que Paul y yo nos disgustemos. Ya se dio cuenta del error que cometió al divorciarse y busca corregir ese error, pero no podrá —y volviéndose hacia Paul le dirigió una sonrisa encantadora, diciéndole—: Por supuesto que te creo, amor mío.
Karen apretó los puños. Ruth tenía todos los ases de triunfo.
—La hermana de Karen espera un bebé y se ha marchado de su casa —explicó Paul reposadamente.
-¡Oh! —Ruth se quedó silenciosa por un momento—. No con Simón, ¿verdad?
-Sí, con Simón —contestó Paul.
-¡Qué horrible! Ella debe ser una...
-Mejor piénselo dos veces antes de decir algo de mi hermana —intercaló Karen con furia—. Ella no es una cualquiera. Cree estar enamorada de Simón, con toda la inexperiencia de su juventud.
Ruth la miró con desdén.
-¿Y no podía usted haberle telefoneado a Paul acerca de ese asunto?
-Yo le pedí que viniera —dijo Paul.
Ruth, desconcertada, se quitó los guantes.
-Bueno, Paul, ya estoy de regreso, así que podremos ocuparnos juntos de los problemas. Estoy segura de que el pobre Simón debe haber sido abiertamente sonsacado...
Aquello fue demasiado para Karen. Nadie que conociera a Simón podía imaginárselo como “la pobre víctima”. Sus caprichos y su infidelidad eran bien conocidos. Pero una cosa era que la criticaran a ella y otra muy distinta que Ruth atacara a Sandra, a quien ni siquiera conocía.
Implacable, Karen respondió la agresión.
-Usted supone, señorita Delaney, que lo nuestro es un asunto de familia. Pero piense bien en que se fue usted por unos días y a su regreso me encuentra en el apartamento de Paul, terminando de desayunar con él. ¿En que situación estamos?
-¡Paul! —exclamó Ruth débilmente, con expresión de horror.
-¡Karen! —casi había súplica en la -voz de Paul, pero ésta, en su furia, estaba más allá de cualquier control.
-¡No te preocupes, Paul! —prosiguió—. No voy a molestarme en dar explicaciones. Dejemos que la novia sea la que reconstruya los hechos y si se equivoca, ¡pues mala suerte! Quizá te lo merezcas. También tú te precipitaste en tus conclusiones hace dos años.
Paul la miró con incredulidad y Ruth parecía haberse quedado sin palabras. Karen apretó los labios.
Sin pronunciar una palabra más, tomó su abrigo y salió corriendo del apartamento. Oyó la voz de Paul que la llamaba, pero no se detuvo. Al contrario, apresuró el paso, entró en el elevador y lo puso en marcha antes de que él pudiera alcanzarla.
En el apartamento de Paul se hizo un silencio solemne- Cada palabra que Karen había dicho zumbaba en la cabeza de Paul y, sin explicarse por qué, tuvo la impresión de que había cometido una injusticia con su ex-esposa.
Al fin, Ruth rompió el silencio:
-Bueno, Paul, no pareces muy contento de verme —y lo dijo con un tono petulante.
Paul apretó los puños.
-Ruth, por favor, no seas ridícula —dijo impacientemente—. Llegaste antes de lo que esperaba. Eso es todo.
-Eso es obvio.
Paul frunció el ceño y Ruth, comprendiendo que era mejor no hablar demasiado, se acercó a él y lo beso.
—Amor mío, no te preocupes, yo te creo. El disimuló la sensación de disgusto que le produjo la caricia.
—¿Vinieron tus padres contigo? —le preguntó.
—Sí, mi cielo. Se fueron directamente al hotel, pero yo quise darte una sorpresa.
-Y lo lograste. ¿Tuvieron un buen viaje? Ruth comenzó a contarle todo y él hizo un esfuerzo por concentrarse en lo que le decía. Se trataba de la mujer con quien iba a casarse. ¿Por qué se sentía nervioso y tenso? Comprendía que debía darle a Ruth alguna explicación por lo de Karen pero no encontraba las palabras adecuadas. Sus pensamientos todavía seguían con Karen. Ella actuaba impulsiva e independientemente. Sin embargo, él estaba seguro de que no era ni fuerte ni independiente. Ahora sus palabras comenzaban a tener significado para él. Se dio cuenta de lo mucho que deseaba creer lo que ella había dicho. Si Karen no había mentido y Lewis estaba mintiendo, entonces eso podría cambiarlo todo.
Contemplando la expresión irritada de Ruth, se preguntó por primera vez si podría adaptarse a vivir con ella. Antes de conocer a Karen solía encontrar a las mujeres físicamente atractivas, pero también aburridas. Ahora le asaltaba el temor de que eso pudiera sucederle con Ruth. Esta había entrado en su vida cuando sus heridas emocionales aún no estaban restañadas. El hecho de que ella lo hubiera sacado un poco de su inercia le había parecido suficiente, pero ahora no se sentía seguro. Con Karen, no podía negarlo, su matrimonio había sido estimulante. ¡Karen! ¡Karen! ¡Karen! Era como un hechizo del cual no podía liberarse. Tal vez, si no hubiera reaparecido en su vida, él habría podido tener un matrimonio, sí no feliz, al menos tranquilo con Ruth. Pero ahora la idea de casarse con ésta la parecía punto menos que intolerable. Paul se sentía asombrado del giro que sus pensamientos estaban tomando. Karen había dado lugar a aquello. Ahora se encontraba dispuesto a creer cualquier cosa, con tal de reconocerla sin culpa.
—¿En qué piensas, mi cielo? —le preguntó Ruth tratando de dominar su ira bajo un manto de aparente serenidad.
Paul trató de poner orden en sus pensamientos.
—Perdóname, Ruth, ¿qué dijiste?
-Te preguntaba qué planes tenías con respecto al asunto de Sandra.
El frunció el entrecejo. Sumido en sus propios problemas, se había olvidado de lo de Sandra y Simón.
-¡ Oh, sí! Perdóname un momento, Ruth. Tengo que hacer una llamada telefónica.
Lewis Martin, en su escritorio, examinaba un diseño sin el menor interés. Últimamente el trabajo se le había vuelto algo intolerable. Estaba obsesionado con Karen... y con Paul Frazer.
Cuando ayudó a Karen a divorciarse, lo hizo por razones puramente egoístas. La admiraba profundamente y, aunque las relaciones entre ellos dos se habían mantenido en un plano profesional y amistoso, él estaba seguro de que era sólo cuestión de tiempo el conquistarla.
Por eso, durante las últimas semanas había experimentado una verdadera tormenta emocional. Su primer matrimonio no fue un éxito. Estuvo casado con una mujer sin sentimientos. Su muerte fue un alivio para él. Al conocer a Karen, tan cálida y llena de vida, se sintió atraído por ella y se empeñó en poseerla.
El que Karen y Paul Frazer estuvieran viéndose de nuevo lo atormentaba. Y este estado de ánimo lo estaba convirtiendo rápidamente en un amargado.
La propia Karen había empeorado las cosas al referirse a Paul con tanta naturalidad. Encontrarlo en el apartamento de Karen lo había enfurecido más aún. Sin pensar en que él no tenía derecho alguno sobre Karen, comenzó a considerar su actitud como una traición, sintiéndose peor que un marido engañado. También estaba consciente de cómo había variado Karen hacia él. Ya no venía a verlo como antes para pedirle consejo, ni lo invitaba a su apartamento para charlar y compartir una copa. Estaba violentamente celoso.
Cuando sonó el teléfono, se apresuro a tomar el receptor. ¡Podría ser Karen!
-¿Es el señor Lewis Martin quien habla? —preguntó una voz femenina con fuerte acento norteamericano.
Lewis se sintió decepcionado.
—Sí ¿en qué puedo serle útil?
-Creo que los dos podríamos ayudarnos mutuamente. Soy Ruth Delaney. ¿Necesito decir más?
Los dedos de Lewís apretaron el, receptor.
-No, con eso basta —replicó en tono cortante—. ¿Qué es lo que quiere?
-Tengo información que podría no gustarle. Paul Frazer rompió su compromiso conmigo.
Lewis sintió cómo se le aceleraba el pulso. Si Paul Frazer había roto su compromiso con Ruth, sólo podía haber una razón.
-Señorita Delaney, ¿podríamos almorzar hoy?
-Desde luego —replicó ella rápidamente—. ¿Dónde?
Lewis le dio el nombre de un restaurante y fijaron la hora, Ruth Delaney sabía que en el divorcio de Karen y Paul, Lewis fue mencionado como el tercero de un triángulo amoroso. Ruth y él tal vez podrían ayudarse.
A pesar de todo, pensó Lewis, si Karen no lo quería, ¿qué podría él hacer?
Caminó inquieto hacia la ventana y se asomó a la calle. Sintió un fuerte impulso de lanzarse al vacío, pero lo controló y, con los puños cerrados, se alejó del peligro. ¿Qué era lo que causaba en él aquella locura?
.Con dedos temblorosos, prendió un cigarrillo. Nunca había creído posible que una mujer lo impresionara tanto. La sola idea de su propia vulnerabilidad lo enfermaba. Debía ver a Ruth cuanto antes y hacerle saber que él deseaba a Karen... a cualquier precio.