Capítulo 13
AQUEL día le recordó al primer día que fue a Courtlands. La diferencia era que entonces la estación estaba más avanzada; a pesar de ello, hacía un día soleado no demasiado frío. Por ello le pidió al taxista que la dejara en la casa del guarda. Desde allí caminaría hasta la casa.
Los tulipanes se alineaban a lo largo del camino de entrada, se veían algunos cervatillos retozando por los pastos. Las yeguas que Matthew había criado jugaban con sus crías. El ambiente estaba expectante.
Aunque no para ella, pensaba Julia nerviosa al tiempo que llegaba al patio delantero de grava. Ironías de la vida, había tenido que ir allí a buscar a Quinn.
Isabel le había dicho que normalmente vivía en la ciudad, pero, como cualquier animal herido, había ido allí a recuperarse. O mejor dicho, para evitar ver a nadie.
Pocas veces estaba sobrio. No sabían qué hacer.
¿Y acaso ella sí? Echó un vistazo alrededor de ella, pero la casa y los alrededores parecían bastante desiertos. Sabía que la madre y el hermano de Quinn estaban fuera.
Matthew estaba en una feria de caballos en Alemania e Isabel estaba en la ciudad en casa de una amiga. Con lo cual solo estaría el viejo Lord Marriott, aunque según su mujer, estaría trabajando en su despacho. Le había dicho a Julia que el mayordomo la recibiría, pues ella le había llamado para avisarlo de su llegada.
Sí, todo estaba bien planeado, pero Julia estaba ansiosa. Todavía no podía creer que estuviese allí, o que Quinn quisiera verla. Quinn había dicho que quería olvidarse de ella. Solo contaba con el respaldo de que Isabel no le había creído y que en realidad pensaba que interiormente estaba destrozado. ¿Pero qué podría hacer si la rechazaba? Isabel no parecía haber pensado en esa posibilidad. O quizá no le importaba, con tal de que le diese a su hijo otra oportunidad.
El viejo edificio parecía acogedor bajo la luz primaveral. La hiedra colgaba caprichosamente entre los ventanales. Las almenas adornaban el tejado de la casa, junto con un gran número de chimeneas por donde salía el humo lentamente. En la parte izquierda, un portalón conducía a la parte trasera del edificio, donde estaban las perreras y los establos.
—¿En qué puedo ayudarla?
—He venido a ver al señor Marriott —replicó, aunque no era asunto suyo—. El señor Quinn Marriott —añadió por si había dudas—. Me está esperando, en serio.
El hombre frunció el ceño. Era un hombre bastante apuesto, de unos cuarenta y tantos años.
—¿No la conozco? —preguntó, metiéndose las manos en los bolsillos—. Maldita sea, se parece usted mucho a aquella estrella de cine. Julia Harvey. Usted es ella. ¡Es Julia Harvey! —exclamó quitándose la gorra y esbozando una sonrisa—. La vi en televisión la otra noche. Usted solía venir por aquí hace mucho tiempo, a visitar a Lady Marriott. Recuerdo que los observaba a usted y a Quinn cuando jugaban al tenis, ¿no es cierto?
—Es posible —contestó Julia, dando un suspiro.
—No hay la menor duda. Soy Charlie Hensby. Llevo veinte años de jardinero en Courtlands.
—¿Ah sí? —Julia no deseaba mostrarse grosera, pero tampoco quería que Quinn se asomara a la ventana y la viera. La última cosa que deseaba era que se negase incluso a hablar con ella.
—Pues sí —el hombre parecía dispuesto a quedarse ahí todo el día, recordando viejos tiempos. Pero de pronto, como si notase que Julia se estaba impacientando, añadió riendo—. Bien, si quiere ver a Quinn no hace falta que entre. —Charlie Hensby señaló a la parte de atrás—. Está en los establos; lo he visto ahí hará unos diez minutos. Está cuidando de los caballos de caza del joven Matt mientras él está fuera.
Tomó el camino que rodeaba al jardín de la cocina, deseando no encontrarse a nadie más. Estaba empezando a sentir que había cometido un terrible error yendo allí. Debería haber estado en el avión de vuelta a George Town, en vez de estar arriesgando su salud mental por abrirle su corazón a Quinn. En el centro de los establos había un patio donde se limpiaban los caballos o se les refrescaba después de hacer ejercicio. A pesar de lo que le había dicho Hensby, no había rastro de Quinn ni en el patio, ni en cobertizo de los arreos. Al final había una puerta que conducía al establo de los potros y al almacén del heno. Aunque no quería penetrar el umbrío interior del edificio, tenía que estar completamente segura de que Quinn no estaba allí. El olor a cuero, grano y animales le llegó con fuerza.
Acababa de cruzar la puerta cuando apareció Quinn delante de ella. Había estado llevando heno a uno de los corrales donde había una yegua preñada.
—¿Qué quieres? —preguntó.
Julia había querido convencerse de que Isabel estaba exagerando, pero en ese momento sintió un fuerte olor a alcohol de su aliento. No pareció sorprendido al verla y tuvo la sensación de que llevaba tiempo esperándola.
—Vaya recibimiento —dijo, sintiendo la emoción típica de cuando lo veía. Con aquellos vaqueros usados y una camisa también vaquera, estaba más atractivo que nunca. Le resultaba tan difícil mostrarse objetiva cuando había tenido tantas ganas de verlo.
—Nada que no esperases, estoy seguro —respondió con la mirada baja.
Parecía cansado, pensó. Y también cínico. ¿Era eso lo que le había hecho?
—Tú sabías que iba a venir, ¿verdad? ¿Tu madre…?
—Mi madre no me ha dicho nada. Está claro que ahora la tienes de tu parte. Oí a Fellowes, nuestro mayordomo, hablando por teléfono.
—¿Con Isabel? —dijo Julia suavemente, a lo que Quinn se encogió de hombros.
—Está claro que lo sabes. Yo solo me imaginé que era ella.
—Si no querías que viniera hasta aquí, se lo podrías haber dicho.
—¿Cómo? Para que luego me acusaras de ser poco razonable —dejó el rastrillo a un lado—. Lo cierto es que me interesa lo que tengas que decir. ¿Por qué te lo iba a poner tan fácil? Has pasado diez años haciendo todo a tu manera, sin pensar en los demás.
—No es verdad.
—¿Eso crees? —se retiró el cabello de la cara con mano temblorosa—. Perdona, pero no recuerdo que te interesaras por mis sentimientos.
Julia tragó saliva.
—Te refieres con respecto a Jake, me imagino.
—¿Tú crees? —Quinn la miró acusador—. Pensé que había algo más entre nosotros que la posibilidad de tener un hijo no deseado.
—¡Yo deseaba tener a Jake!
—Pero no a su padre.
—No es cierto…
—¿Qué quieres decir con que no es cierto? —Quinn dio un paso hacia ella, enfurecido, para después darse la vuelta, como si la idea de tocarla se le hiciese insoportable—. ¿Cómo pudiste hacerlo, Jules? ¿Cómo pudiste negarme el derecho no solo a saber que ibas a tener un hijo mío, sino también a recibir una explicación sobre tu desaparición?
—Yo, pensé que era lo mejor.
—Sería lo mejor para ti —dijo en tono mordaz.
—¡No, para todos nosotros! —exclamó Julia, sin dejar de moverse—. Quinn, solo eras un niño…
—¡Y un cuerno!
—Lo eras —lo contempló sin poder hacer nada—. Y tú sabes muy bien lo que tus padres habrían opinado de nuestra relación.
—Oh, por favor, no empieces con eso otra vez. —Quinn estaba encolerizado—. Tú deseabas terminar con nuestra relación y te vino bien utilizarlo como excusa.
—¡No es cierto!
—Deja de decir que no todo el tiempo. ¡Por Dios, Jules, si no puedes ser sincera conmigo, al menos selo contigo misma! ¡Estabas cansada de mí, cansada de tener que buscar excusas para no asistir a fiestas, cansada de tener que rechazar a hombres con los que te hubiera gustado salir!
—Eso no es verdad.
Julia lo miró con dolor, pero Quinn se dio media vuelta y comenzó a restregar la bota con la paja que cubría el suelo del establo.
—De todas formas —dijo finalmente—, ahora ya no importa. Supongo que mi madre ha ido a verte y no sé lo que te habrá dicho, pero puedes seguir teniendo la custodia de Jake. No quiero hacerle daño al niño. Y hasta que sea lo suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones, me mantendré al margen de tu vida.
Julia se quedó paralizada.
—¿Es eso lo que quieres?
Al decir eso, Quinn se volvió y la miró lleno de amargura.
—No me preguntes —dijo con rudeza—. No me preguntes lo que quiero pues podría ser que te lo dijese.
—No te entiendo —dijo Julia, pestañeando.
—No, maldita sea, claro que no entiendes, ¿verdad? —gritó—. Estás tan ocupada intentando convencerme de que sientes lo que ha ocurrido y de que piensas comportarte razonablemente a partir de este momento, que no te das cuenta de lo que siento hacia ti.
—¿Quieres decir que todavía te importo? —preguntó en un débil susurro.
—No —dijo con fiereza, ahogando su esperanza cruelmente—. No me importas.
A no ser que te refieras en sentido negativo. Mis sentimientos hacia ti están más cerca del odio y el desprecio. Me has engañado, Jules. Me has robado diez años de la vida de mi hijo. ¡Dios mío, ni siquiera sabe quién es su padre! ¡Y tú me preguntas si todavía me importas! ¡Debería retorcerte el pescuezo!
Julia nunca se había esperado que pudiese reaccionar tan violentamente. Ni siquiera aquella noche en el hotel le había tenido tanto miedo como en ese momento.
Y no porque le preocupase su propia seguridad. Temía por él y por el futuro que se extendía delante de ellos dos: un futuro vacío y sin esperanza.
Tenía que alejarse; se dio cuenta inmediatamente. No debería haber ido allí. Se había equivocado completamente al interpretar su comportamiento de aquella noche en el hotel. Cuando Isabel fue a visitarla, cuando la convenció de que Quinn necesitaba verla, la había creído.
Pero se había equivocado completamente. Todo lo que ansiaba era castigarla. Era lo que había sospechado, lo que siempre había sabido. Quinn jamás la perdonaría. Y la verdad, ella tampoco podría perdonarse a sí misma nunca.
—Tengo que irme —dijo de repente, y Quinn volvió la cabeza asustado.
—¿Irte? —repitió, como si la posibilidad no se le hubiera ocurrido.
Julia asintió, mirando sin ver hacia la puerta.
—Creo que sería lo mejor —dijo tensa, notando que la emoción la embargaba.
Si no se iba pronto, sabía que se echaría a llorar ahí mismo, delante de él. Y lo último que deseaba era que él sintiese remordimientos.
—No —dijo Quinn, sacándose las manos de los bolsillos.
—No creo que tengamos más que hablar —dijo Julia con un nudo en la garganta—. Si cambias de opinión acerca de Jake, lo comprendería. Quizá, si tus abogados…
—¡Al cuerno mis abogados! —exclamó Quinn, balbuceando—. No quiero que te vayas.
Julia lo miró un segundo y luego se volvió hacia la puerta.
—Lo siento —sollozó, con lágrimas en los ojos—. No puedo…
—¡Oh, Dios!
Quinn gritó angustiado. En otras circunstancias, Julia habría esperado, pero ya había aguantado bastante aquel día. Estaba llorando y tenía que alejarse de él.
Le oyó ir tras de ella, escuchó el ruido de los tacones de las botas contra el suelo de piedra, y se quedó inmóvil. Escapar no haría sino confirmar la opinión que tenía de ella. Tenía que enfrentarse a él de alguna manera, y aceptar lo que quisiera darle.
Pero aunque llegó hasta ella, no la tocó. Le sentía detrás, su aliento acariciándole el cuello, su calor tan cercano.
—¿Por qué? —dijo Quinn de pronto.
Julia no tuvo que preguntarle a qué se refería.
—Tú sabes por qué —contestó con un hilo de voz—. Era, soy, demasiado mayor para ti.
—No…
—Es lo que tu madre pensaba. Y todavía lo piensa, si tiene la franqueza de admitirlo.
—Mi madre no tiene nada que ver con todo esto.
—No siempre pensaste así.
—Sí que lo hacía —gimió—. Sabes que yo siempre quise contarle a mis padres lo nuestro. ¡Quería casarme contigo!
Julia se enjugó las lágrimas que le caían por los labios.
—No creí que fuese a durar.
—¿El qué?
—Tú y yo. Pensé que cuando te hicieses mayor…
—¿Qué cambiaría?
—Sí.
—Pues ya ves que no he cambiado.
Julia tomó aire, sofocada por las lágrimas.
—Eso no es cierto.
—Claro que lo es. —Quinn maldijo entre dientes y poniéndole las manos sobre los hombros le dio la vuelta para que estuviesen cara a cara—. ¿Por qué piensas que te dejé venir aquí? —los oscuros ojos rebosaban emoción—. Lo que me importa es por qué viniste.
Julia se estremeció.
—Tú lo sabes.
—No lo sé. —Quinn se inclinó para limpiarle una lágrima de la punta de la nariz—. Solo esperaba saberlo. Y luego, al verte tan preciosa, tan elegante, tan tranquila, no pude pensar que estuvieras aquí por otra razón que no fuera, quiero decir…
—¿Culpabilidad? —sugirió Julia tímidamente.
—Algo así. Soy un arrogante, ¿verdad?
—Oh, Quinn… —Julia lo miró con todo el amor reflejado en sus ojos—. ¿Querrás perdonarme?
—¿Por dejarme?
—Por ocultarte la identidad de Jake. Por no decirte que tenías un hijo.
Quinn la rodeó la cara con las manos.
—Estoy dispuesto a intentarlo —dijo suavemente, limpiándole las lágrimas que seguía derramando—. Pero tengo algo que confesarte.
A Julia se le cortó la respiración.
—¿Estás comprometido con esa chica de la que me hablaste?
—No —contestó con un gruñido—. De hecho Suse, es decir Susan, me acusó de estar enamorado de ti mucho antes de que yo me lo admitiera a mí mismo.
—Entonces…
—Es sobre ti, Jules —susurró, rozándole los labios con los suyos—. En realidad no conozco a Jake todavía. Estoy seguro de que llegaré a quererlo; el pobre niño es igualito a mí. Pero toda la angustia que he sentido se reduce a ti. Tú eres lo que yo quería, lo que quiero —le mordió suavemente los labios—. Te quiero, Jules. ¿Puedes imaginarte pasando el resto de tu vida demostrándome que sientes lo mismo?
—Oh Quinn… —le rodeó el cuello con sus brazos—. ¡He sido tan estúpida!
Quinn la aprisionó contra su cuerpo y enterró la cara en la perfumada curva de su cuello.
—Bueno, por lo menos en ese punto te doy la razón —coincidió, con voz cálida y sensual.