Capítulo 10
SONÓ el despertador, pero Quinn ya estaba despierto, tumbado en la cama.
Apagó la persistente alarma y volvió a hundir la cabeza en la almohada.
Llevaba más de una hora mirando al techo, observando los reflejos de las luces de la calle sobre este, viendo cómo cambiaban los colores del amanecer. Era una mañana gris, pues no entraba el sol en su habitación. Solo se colaba el continuo zumbido del tráfico.
Tenía que levantarse, pensó. Pero la perspectiva de empezar el día le llenaba de desesperación. Desde que volvió de San Jacinto, hacía tres semanas, se había visto obligado a luchar contra una dosis de depresión que le asaltaba en cuanto abría los ojos y no le dejaba hasta el anochecer. Solo el alcohol que consumía por las noches le ayudaba a aligerar su agobio y a estar algo más sociable, cosa que le resultaba difícil desde su vuelta.
La verdad era que no debería haber vuelto, al menos hasta hablar con Julia otra vez. Aunque al salir de su casa no pensó en no volver a verla, al pensarlo después fríamente cambió de opinión. Todo lo que había logrado fue perpetuar la imagen de Julia en su recuerdo.
El día que se embarcó hacia Georgetown, deseaba cuanto antes poner tierra por medio. Se le ocurrió la locura de creer que la olvidaría, una vez que estuviese de vuelta en Londres. Pensó que podría apartarla a un lado y continuar con su vida, igual que tuvo que hacer ya una vez.
Hacía diez años, cuando desapareció de su vida, se quedó destrozado. Pasó seis meses como un zombie, incapaz de concentrarse en nada, menos aún en los estudios.
Se metió en líos con sus tutores, se saltó clases, empezó a beber y, en general, se abandonó.
Lo que pensaron sus padres, nunca lo supo. Probablemente pensarían que era la rebeldía propia de la edad. Recordó que su madre se mostró algo más compasiva con él. Se preocupó por él y Quinn sabía que quiso desesperadamente que confiara en ella. ¿Pero de qué servía contarle la verdad cuando Julia había hecho un esfuerzo tan grande por ocultarla?
Además, encontró una especie de consuelo al compartir el miedo de su madre por Julia.
Con el paso del tiempo, la frustración se transformó en furia, esta en resignación y finalmente se sintió liberado.
El hecho de encontrarse con ella de nuevo solo había conseguido resucitar su dolor.
¡Dios mío!
Se levantó pesadamente de la cama, gimiendo angustiado y se acercó a la ventana, mirando ausente a través de ella. Su apartamento, situado en la penúltima planta de una torre de pisos cerca de Knightsbridge, gozaba de unas increíbles vistas de la ciudad. Pero él ni se enteraba. Estaba lloviendo; el tiempo estaba como su humor.
¿Qué iba a hacer?
Sabía lo que debería haber hecho nada más volver del Caribe. Y la verdad era que no decir nada sobre su paradero no era parte del plan. Tendría que haberle contado a Hector que la había encontrado, en vez de aquella sarta de mentiras.
Pero una vez más su propio interés en el asunto se había convertido en un obstáculo. Igual que cuando Susan le preguntó por Julia, hizo lo posible para despistar a Hector. Sí, le contó que había vivido en la isla hacía tiempo, pero que ya no estaba allí. La mujer con la que había hablado Neville decía la verdad.
Era un disparate. ¿Por qué protegía a una mujer que lo había maltratado tanto?
¿Por qué se estaba jugando su carrera y su integridad por un capricho? Ella no se lo agradecería. Probablemente le parecería ridículo. Y si Hector se enterase algún día, lo echaría a la calle inmediatamente.
Contarle a su madre la misma historia no le había resultado nada fácil. Había esperado con emoción alguna noticia suya. Él sabía que a su madre también le había dolido mucho el abandono de Julia y por ello tendría que haberle contado la verdad.
Susan, al contrario, se había mostrado indiferente. Nunca le había parecido tan maravillosa la idea de resucitar a una de las celebridades del pasado. Ojalá Hector pensase igual que ella, pensaba Quinn con amargura. De haber sido así, no hubiese sido la víctima de sus propias mentiras.
Deseó ser más como Matthew. Su hermano nunca se había metido en los líos que él. En cuanto pudo subirse a un caballo, Matt se sintió feliz corriendo por los campos de la finca, con media docena de lebreles a sus talones. Era el tipo de hijo que su padre habría deseado también en su heredero; alguien sin ambición, contento con el destino que le había tocado.
Eso no significaba que Quinn despreciase a su hermano por ello. El hecho de que sus necesidades no fuesen las mismas no las hacía mejores. Y últimamente tenía dudas sobre la carrera que había elegido. Sobre todo desde que volvió de San Jacinto.
Se había dado cuenta de que no era tan insensible como él pensaba.
Y lo cierto era que la sensibilidad no era la cualidad que Hector más admirara. Su jefe era ante todo un periodista, y el tener consideración con los sentimientos ajenos ocupaba uno de los últimos puestos en su lista de prioridades. Le había dicho ya que no podía permitirse el lujo de ser melindroso. En resumen, que los escrúpulos eran un lujo prohibido en su profesión.
¿Pero cómo traicionar a Julia, revelándole a los medios de comunicación su paradero? ¿Cómo la habría afectado si la hubiera expuesto a un análisis público? ¿Y a su hijo?
Jake…
Quinn se preguntó lo que sentiría el chico acerca del comportamiento de su madre cuando fuese lo suficientemente mayor para entender. En ese momento se conformaba con vivir sin un padre o sin hermanos. Pero a lo mejor cambiaba de idea al llegar a la adolescencia.
Quinn frunció el ceño. Calculó que al niño le quedaban unos cuatro o cinco años para cumplir trece. Un chico de esa edad era más difícil de manejar que uno de ocho o nueve. Dentro de muy poco tiempo empezaría a hacer preguntas difíciles como,
¿por qué su madre y su padre no vivían juntos? O ¿por qué su padre no se interesaba por él?
Quinn expulsó el aire con un sonoro suspiro, golpeando con frustración el marco de la ventana con el puño. Bueno, al menos él había contribuido un poco para protegerles. Y aunque en ese momento pudiera parecer una locura, ya no podía volverse atrás. Sentía una oleada de compasión hacia Julia y su hijo. ¿O sería otra cosa? No sabría decirlo.
El timbre de la puerta sonó de repente. Quinn echó un vistazo al despertador de la mesilla. No eran más que las ocho menos cuarto. Debía de ser Susan, pensó con resignación. El portero no dejaría entrar a nadie más sin avisarlo.
Probablemente habría estado intentando entrar con la llave que él mismo le había dado seis meses antes. Pero la noche antes había echado el pestillo antes de meterse en la cama. No podría entrar si él no le abría la puerta.
Estuvo tentado de no contestar, pero lo descartó enseguida. Si no abría la puerta, seguramente bajaría para llamarle por el telefonillo. ¿Qué pensaría el portero, sobre todo sabiendo que estaba en casa?
El timbre volvió a sonar y se arrastró hasta la puerta, señal de que su relación con Susan no funcionaba muy bien desde que sufría aquella crisis. Se preguntó si le importaba que no hubiesen dormido juntos desde que él volviera del Caribe.
—¿Dónde estabas? ¿En la ducha? —preguntó cuando Quinn abrió la puerta. Pero al verlo en pijama y con el pelo revuelto le dijo—. ¿Estabas esperándome para ducharte conmigo?
Quinn rechazó su sugerencia con el silencio, pero intentó suavizarlo con una leve sonrisa.
—Si tuviera tiempo —murmuró, mientras ella cerraba la puerta y se dirigía a la cocina—. Esto, estoy haciendo café. ¿Quieres uno?
—Si tienes tiempo. —Susan respondió con amargura y su expresión reveló una hostilidad que parecía haber estado ocultando hasta entonces—. ¿Y dónde estabas ayer por la noche? Esperaba que fueras a la fiesta de Karen. Tomé un taxi para ir hasta allí y después me vi obligada a pedirle a uno de sus hermanos que me llevara a casa.
Quinn profirió un gemido.
—¡Dios mío! —exclamó—. Lo siento —se había olvidado de la fiesta completamente. La noche antes había pasado varias horas en la barra del bar cercano a su casa. No sabía la hora a la que había llegado a casa, solo que era tarde—. Yo… bueno, salí.
—Eso ya lo sé. Te llamé por teléfono varias veces —añadió—. Y a juzgar por la pinta que tienes estuviste por ahí hasta las tantas.
—No —dijo Quinn tranquilamente mientras servía el café—. Creo que llegué a casa sobre la medianoche. Solamente estoy algo cansado, eso es todo.
—Podrías haberme llamado.
—¿A las doce? ¿Te hubiera pillado allí? —Quinn se sintió más seguro.
—Quizás no —apretó los labios—. Podrías haberte pasado por casa de Karen. A ella no le habría importado; la gente siempre se presenta tarde a las fiestas.
—Estaba cansado —dijo Quinn secamente, dándose cuenta demasiado tarde de que podría haber mentido y haberle dicho que había llamado. Pero ya había mentido bastante. Mucho se temía que todo aquello acabaría hiriéndoles tanto a ella como a él.
—Bueno, de acuerdo… —Susan apoyó los codos sobre la encimera—. Supongo que tendré que perdonarte. Aunque me resulta embarazoso cuando la gente me pregunta si todavía estamos juntos. ¿Te das cuenta de que no has dormido ni una sola vez en St. George’s Square desde que volviste de San Jacinto? —hizo una pausa, mordiéndose el labio superior, luego continuó sin ganas—. ¿Es que alguien te ha contado lo que pasó en Courtlands? ¿Es por eso por lo que te has vuelto tan… distante? Yo no tenía la intención, de verdad. Todavía te quiero, ¡te lo juro!
Quinn pestañeó. Durante una fracción de segundo pensó que estaba soñando.
Allí estaba él, preguntándose cómo decirle a Susan que quizá deberían dejar su relación durante una temporada y resultaba que ella le había tomado la delantera.
¿De qué estaba hablando? ¿Qué había pasado en Courtlands? La miró fijamente, con cara de no entender nada, pero evidentemente ella no se dio cuenta de esto.
—Tu madre te ha dicho algo ¿no es así? —exclamó, presionando las palmas de las manos contra la encimera e inclinándose hacia delante—. Pero… la verdad es que no puedes echarme toda la culpa a mí. Yo estaba muy dolida cuando te marchaste así. No quisiste llevarme contigo. Me di cuenta de eso desde el principio.
—Fue un viaje de trabajo, Suse.
—Yo no te habría estorbado —protestó—. Y tú sabes que no tenía nada que hacer. Por eso es por lo que me enviaste a Courtlands, para no sentirte culpable por dejarme aquí sola.
—No fue así. Pensé que te divertirías pasando un fin de semana en el campo.
Susan se encogió de hombros.
—La verdad es que sí lo pasé bien —reconoció—. Y Matthew estuvo tan amable conmigo… Me hizo sentirme como en casa.
—¿Matt?
Quinn pronunció el nombre de su hermano con cautela y Susan profirió un leve gemido.
—Yo no tuve la intención, Quinn; pero cuando me arrinconó en la biblioteca yo estaba tan desanimada.
Quinn empezaba a comprender. Pero al contrario de lo que sospechaba Susan, su madre no le había contado nada. Lady Marriott no era el tipo de madre que hablase de ninguno de sus hijos. A no ser que se tratase de un asunto de vida o muerte, por supuesto.
—Cuéntame lo que pasó. —Quinn la invitó y Susan comenzó a balancearse nerviosamente de un lado a otro.
—No hay mucho que contar —respondió—. Tu madre entró y nos sorprendió besándonos en el sofá —meneó la cabeza—. ¡Solo estábamos besándonos, por todos los santos! No es que me estuviera seduciendo o algo por el estilo.
—Suena como si os hubieseis puesto de acuerdo —comentó Quinn.
Sentía sobre todo alivio además de agradecimiento hacia su hermano.
—Me imaginaba que ibas a decirme algo parecido —contestó con resentimiento—. A ti no te importan mis sentimientos en absoluto. Una mujer tiene sus necesidades Quinn. Necesita que le presten atención. Últimamente pareces pasártelo mejor con el ordenador que conmigo.
Quinn se encogió de hombros con un gesto desdeñoso.
—Ya veo.
—Pues bien, es verdad —una vez que había comenzado, Susan parecía estar dispuesta a demostrarle que tenía razón—. No puedes culparme porque me haya sentido atraída hacia otra persona. Si dedicases algo más de tiempo a nuestra relación, no me sentiría tentada a fijarme en otros.
—Entonces, en realidad significó algo para ti —afirmó, levantando la vista para mirarla—. Y si mi madre no hubiera interrumpido, podría discutirse quién sedujo a quién, ¿no es así? —No gimió—. ¡Maldito seas!
—Entonces, ¿te gusta Matt? Quiero decir, ¿te gusta de verdad?
—No lo puedo comparar contigo.
—No, pero sospecho que te conviene más. Sobre todo si heredase Courtlands.
Eso es verdaderamente lo que quieres, ¿no?
—¡No! —gritó Susan.
—Entonces si te dijese que estoy pensando en cederle el título y las fincas a Matt no te importaría, ¿verdad?
—No podrías hacerlo. —Susan dijo horrorizada.
—Quizá si podría. —Quinn vaciló—. He estado pensando en ello desde hace algún tiempo, la verdad. Tú sabes que nunca sería feliz haciéndome cargo de la casa y las fincas o galopando tras los perros de caza. Siempre he opinado que Matt está más preparado para ese tipo de vida que yo. Yo tengo la idea de hacer algo completamente diferente.
—¿Cómo qué? —preguntó Susan con sospecha.
—No estoy seguro. Me interesaría producir una serie de documentales para la televisión, si consiguiese el apoyo necesario. Pero la idea de vivir en Courtlands jamás me ha seducido.
—No te creo. Tú eres el futuro Lord Marriott. No puedes renunciar a ello así como así.
—Claro que puedo —dijo sirviendo el café—. Más vale que te lo creas, Suse. Yo no estoy hecho para llevar trajes de tweed y conducir un Range Rover.
—Solo dices todo esto por lo que vio tu madre —le acusó Susan con rabia, a lo que Quinn arqueó una ceja.
—Que yo sepa mi madre no ha visto nada —respondió—. La primera noticia que he tenido de tu aventura…
—¡No fue una aventura!
—… Con Matt ha sido de tus propios labios.
Susan se quedó anonadada.
—¡Cerdo!
—¿Acaso te he mentido? —dijo Quinn entrecerrando los ojos.
—No —concedió Susan después de un momento—. Pero sabías lo que yo creía y me has dejado seguir.
Quinn se quedó pensativo. Para ser sincero, reconocía que había utilizado la confesión de Susan para facilitar su causa particular. Después de ver a Julia, sus sentimientos hacia Susan no eran los mismos.
El olor del café le dio náuseas, y se inclinó sobre el fregadero. Ojalá Susan se marchase; ojalá supiese bien qué hacer. Su vida, que hasta entonces había sido tan simple, se estaba acercando al borde del abismo peligrosamente.
—¿Y por qué no has pasado ni una sola noche conmigo desde que te marchaste a buscar a esa mujer? —preguntó, escogiendo una pregunta que sorprendió a Quinn.
—Puede ser que sentía que algo había cambiado entre nosotros —la verdad era que había estado tan ocupado con sus propios sentimientos, que no se le había ocurrido pensar en los de ella.
Susan frunció el ceño. Quinn vio por su expresión que no le creía y no le extrañó.
Nunca se le había dado muy bien mentir.
—La encontraste, ¿no? —dijo, destrozándolo—. Dios mío, encontraste a Julia Harvey y no se lo has dicho a nadie.
—Suse…
—¡No lo niegues! —exclamó nerviosa—. Ahora me explico lo ausente que has estado desde que volviste —frunció el ceño—. Y estás enamorado de ella, ¿verdad?
Es eso, ¿no? —se calló un momento—. No te molestes en negarlo, lo leo en tus ojos.
De repente sonó el teléfono.
—Quinn —era la voz de su madre, pero se la notaba emocionada—. Quinn, enciende el televisor ahora mismo.
—Madre…
Quinn no tenía ganas de ver la televisión, pero Lady Marriott no aceptó un no por respuesta.
—Hazlo —ordenó—. Es el canal satélite para el que trabajas. Están poniendo algo que tienes que ver.
No calculó el tiempo que estuvo ahí parado, contemplando la pantalla sin abrir la boca. Sintió como si le hubiesen succionado todo el aire que tenía en el cuerpo.
Fue un suspiro de Susan lo que le devolvió a la realidad.
—¡Dios mío, pero si es Julia Harvey! —exclamó. Meneó la cabeza, dándose cuenta de repente de lo absorto que estaba Quinn—. ¿Pero qué estará haciendo en Inglaterra? ¿Tú lo sabías?