CAPÍTULO 25
Estoy comiendo del suelo como un animal. De una manera que nunca pensé que mi orgullo me permitiría. Tengo las manos y la cara manchadas de grasa, pero da igual, no paro de engullir, tengo que llenarme por si una oportunidad similar a ésta no vuelve a suceder.
Ayer hubo una cena de mis captores y hoy, como premio, nos han permitido tomar las sobras de la basura. Todos hemos acudido como perros mansos. Algunos incluso miraban a nuestros represores con cariño y agradecimiento.
Diría que parecemos bestias pero creo que es más correcto decir que lo somos. Nos hemos lanzado como una jauría de lobos contra una presa deliciosa e indefensa. Cuando entre toda esta basura observamos un cacho de la ansiada carne, somos capaces de golpearnos por ella. En ocasiones me ha parecido que algún compañero y puede que incluso yo nos gruñíamos por este motivo.
Nadie conoce su personalidad hasta que se encuentra en la situación más extrema. Uno piensa siempre que es especial, diferente, luego hay matices que dependen de la personalidad. En mi caso me consideraba una persona valiente, que nunca cedería con el tirano. En mi adolescencia me enfrentaba a las injusticias, pensaba que mis amigos eran masa y yo algo que destacaba. Ahora, en esta madurez precipitada por las circunstancias, observé a mis compañeros beber del suelo un agua derramada y tuve la seguridad de que yo no acabaría así. Prefiero morir de pie a vivir arrodillado. Fuerza. Honor. Todo eso había desaparecido dando paso a un hambre mordaz por la cual sería capaz de matar.
Un día me planteé que estaba enfermo cuando mientras un recién llegado se vestía miré sus carnes (aún no había empezado la dieta made in Auschwitz) y tuve la tentación de lanzarme en picado y morder.
Nome quiero defender. De todos modos, a nadie le importa mi opinión. Cuando tus tripas se adueñan de ti, cuando sientes que o das un bocado o todo se desvanece, cuando te levantas y te acuestas pensando en un trozo de pan, anulas tu personalidad y te conviertes en un ser primario con tus necesidades básicas.
Cada vez el reparto de comida es menor. Si antes eran dos platos de sopa al día, ahora es uno y si llegas con el tiempo suficiente a la cola.
Además, el ser humano es egoísta cuando llega a sus instintos básicos. Quién dice que es mentira el dicho de «mal de muchos, consuelo de tontos». He llegado a ver cómo una persona que se quedaba sin ración empujaba a los que sí que la tenían para que se les derramara, como si eso fuera a mejorar su situación o su hambre.
Las peleas entre nosotros se suceden sin parar. Es como si al ver que no podemos luchar contra los tiranos necesitáramos hacer una jerarquíade importancia entre nosotros. Podría definir cómo es la mía. En primer lugar, están los capos que son los informadores del tirano con los que hay que tener mucho cuidado. Luego están los que informan a los capos pensando que éstos lo tendrán en cuenta. Por otro lado, los que conspiran contra ellos, ideando planes que nunca se llevarán a cabo. El resto somos masa, más o menos apaciguados. Solo en las ocasiones en que alguien de la masa abandona su sitio en la sociedad y se enfrenta a los otros es cuando surgen los problemas.
Hubo un tiempo en que muchos de nosotros nos pusimos de acuerdo para llevar una insurrección contra los alemanes. En nuestro barracón, el líder era Isajar, que con su templanza y realismo nos transmitió la seguridad para morir luchando.
Poco a poco, muchos de los líderes de cada barracón hablaron y se pusieron de acuerdo. Entonces muchos de los nuestros desaparecieron y creímos que habían muerto. Cada uno volvió a lo suyo sin girar la vista atrás. Nadie fue valiente, o lo suficientemente tonto, para hacerse cargo de esa «revolución».
Al cabo de un tiempo, Isajar y los demás regresaron. Jamás contaron una sola palabra de lo que les había pasado en ese tiempo, pero nunca volvieron a ser los mismos. Tenían pesadillas por las noches y temblaban cuando algún confiado compañero se atrevía a preguntar.
Ivri fue el que peor llevó todo esto. Su mejor amigo, su confidente, se había marchado a algún lugar al que no le podía acompañar. Sus intentos por sacarle de ese mundo de pensamientos fueron muchos y sin descanso. Ivri necesitaba transmitir el buen rollo que ahora solo habitaba en él. Yo le envidiaba. Aquí ninguna historia es mejor ni peor que la otra. Todos tenemos nuestra tragedia. Todos nos lamentamos, ya sea de cara a la galería o en el fuero interno. Ivri es el único que yo conozco que intenta ver siempre algo positivo, no decaer, tener fuerza para aguantar cualquier cosa. Aunque él no lo sepa y yo no se lo vaya a decir, verle alegre en esta situación me infunde ánimos de que tal vez algún día esta sensación de amargura desaparecerá y podré volver a disfrutar de las pequeñas cosas como un amanecer.
Desde que mi padre me abandonó por salvarme, me he convertido en el perfecto trabajador de este lugar. No doy problemas, apenas sí hablo con mis compañeros y no me quejo de nada. Es como sihubiera pasado de los deseos de asesinar a toda la gente a sumir mi realidad y aceptarla. Yo era un peón que tenía que trabajar, no más aspiraciones, deseos o sentimientos.
Los sentimientos me causaban dolor, fuera. Intentar imaginar una realidad diferente para mí era imposible, fuera. Tener la esperanza de que esto terminaría era algo inviable, fuera.
Era la perfecta mascota de un régimen. Me veía a mí mismo en la era de Roma, siendo el perfecto esclavo de mi señor. Nada por lo que luchar ni que me diera fuerzas para seguir adelante. Era como si en el proceso de perder absolutamente todo, también yo hubiera desaparecido.
Terminé de comer rebañando el último hueso del que me llevé pequeños fragmentos. Si lo chupaba un poco más, podría incluso comérmelo entero. La barriga se me había hinchado y sentía agonía al caminar de vuelta al barracón.
Mis compañeros estaban junto a mi cama hablando sin entusiasmo. En el centro estaba Isajar, que ese día había vivido otra situación de extrema agonía. Me acerqué y escuché su relato. Antes de que comenzara, ya sabía que tenía que ser algo melancólico.
Sin embargo, su relato me afectó más de lo que esperaba. Había ido a ayudar a alguien y se trataba de su hermana moribunda por la que no había podido hacer nada. Me identifiqué en cierta medida con él. Sabía de la impotencia de ver morir a uno de los tuyos sin nadaque hacer al respecto.
Aunque me había distanciado mucho de ellos, tuve lástima por mi amigo. Era un ser tan recto y serio, que verle sufrir te llamaba la atención. Ahora parecía un niño indefenso. Supe que estaba en mi mundo y que tal vez yo era el único que le podía ayudar.
No soy de los que demuestran sus sentimientos. Ivri no dudó en abrazarle con un «lo siento, amigo» y los demás hicieron lo propio. Un mínimo gesto, una palabra de aliento en esos momentos significaba demasiado para él.
Me esperé a que se disipara toda la gente. Quería mostrarle mi apoyo cuando estuviera solo. No agobiarle. La situación era similar al día que perdí mi padre, solo que Isajar aceptaba el afecto. Yo me distancié sin querer que nadie me hablase. Él se acercó a ellos necesitando de su compañía.
—Ishmael, por fin vienes —dijo sin amargura en
su voz. —Sí —dije un poco avergonzado—, creo entender por lo que
estás pasando. Suena a tópico, pero si necesitas ayuda, puedes
contar conmigo.
—¿Contigo? Pero si llevas días que parece que no existimos para ti
—increpó.
—Cada uno pasa su dolor como puede, no como quiere
—expliqué.
—Entiendo…
—Mira, siento estar así pero no puedo estar de otra manera. Todo
esto me ha superado.
—Nosotros estamos para que no te supere, para que lo superes tú
—dijo Isajar con amistad.
—¿Y qué pasa si no lo quiero superar? No tengo nada para querer
hacerlo —respondí con dura sinceridad.
—Todos nosotros hemos pasado por lo mismo que tú. La diferencia es
que aunque no sea fácil, queremos sobrevivir. Para contar nuestra
historia. Para no permitir que esto se repita en el futuro. Me
apoyaré en ti para que veas que con apoyo se supera. Ayuda mutua es
la única salvación —hizo una pausa meditando y añadió—, y tú tienes
más que nosotros por lo que luchar —había bajado el tono y me
miraba suspicaz.
—No sé a qué te refieres.
—Te lo diré porque hice una promesa a mi hermana —añadió.
—¿Tu hermana? Yo no la conocía.
—Te equivocas, como en muchas cosas. Sí la conocías, era la
sirvienta —le costó hablar de ella en pasado— que estaba en casa de
Juliana —como siempre cuando escuchaba ese nombre, tuve que apretar
los puños para no dejar paso a los pensamientos—. ¿Ves como la
recuerdas? —asentí—, y supongo que por tus puños, también recuerdas
a la joven de la casa.
—Vagamente —mentí deseando que cambiara de conversación.
—Ella fue la que acudió desesperada a mí para que ayudara a su
amiga. Así es como ella definía su relación con mi
hermana.
—No creo que haya por qué hablar de esa alemana —dije con
rabia.
—Pues yo creo que sí. Adivina cuál fue mi sorpresa cuando mi
hermana pequeña en su lecho de muerte me dice que me tiene que
pedir algo. «Cualquier cosa», le respondo yo sin entender a qué se
refería. Entonces mi dulce y moribunda Ada menciona tu nombre. ¿Tú
lo entiendes? —preguntó.
—No —confirmé.
—Yo tampoco. Y me cuenta una breve historia llena de drama en la
cual mi compañero de barracón está manteniendo una relación con la
alemana… ¿Empiezas a entender? —dijo enarcando las cejas.
—Puede —dije con orgullo. ¿Cómo podía saber eso Ada?
—Yo sigo sin pillar qué tiene eso de importante en esas
circunstancias. Sin embargo, ella parece desesperada por ayudar a
su amiga. Me dice que ella no tuvo la culpa de la muerte de tu
padre… me cuenta la historia con un hilo de voz y finalmente llega
su petición.
—Creo que no quiero saberla —repongo viendo por dónde van los
tiros. Asombrado.
—Imagino. Pero como lo prometí, lo voy a hacer. Me pide que te
convenza para que hables con ella. Luego desvaría y con los ojos
rojos dice no sé qué de la esperanza… Me da igual lo que quieras o
no, me da igual vuestro drama, me sorprende pero no me importa,
solo quiero cumplir el deseo de mi hermana —dice con pena al hablar
de ella.
—Entiendo que me lo hayas dicho —digo fríamente—, pero es mi
decisión y yo no quiero hablar.
—Créeme cuando te digo que esperaba esa respuesta. Al principio me
dio asco imaginar que habías podido estar con esa mujer… luego la
miré y cambié de opinión. No sé cómo sería antes, pero estaba ahí
como una prisionera más, delgada, con ojeras, demacrada, dando agua
a todos los enfermos y limpiando sus vómitos con el vestido,
parecía una pordiosera y desató ternura en mí.
—Las apariencias engañan —interrumpí.
—Y a veces el orgullo ciega —me replicó—. Yo ya he hecho lo que me
pidieron. Ahora quiero añadir dos cosas de mi opinión
—carraspeó—.La primera es que durante el tiempo que vuestro
«romance» existía, te convertiste en una mejor persona. La segunda
es que se que amaba a mi hermana, se quedó hasta el último minuto
con ella. No la conozco pero esto la habrá destrozado como la
primera muerte que vivimos nosotros. La primera siempre es la peor.
Puede que no te importe, pero si sigue la evolución que he visto,
no creo que dure mucho tiempo. Vaga sin fuerzas, sin nada por lo
que vivir. No sé a quién me recuerda… —dijo poniendo los ojos en
blanco—. Haz lo que quieras —puntualizó—, pero como tu amigo que
soy, te aconsejo que no cedas ante el odio visceral. No culpes de
tu mal a quien no tiene culpa.
Esa noche tuve una guerra en mi mente. Los soldados que no querían
dejar que su tema saliera a juicio justo perecieron en el intento.
Dos abogados, el fiscal y el defensor, abogaron toda la noche por
su causa. Había muchos argumentos a favor y en contra. El fiscal no
paraba de repetir una y otra vez lo que pasó con mi padre. Me ponía
la imagen de su cadáver sucediéndose en intervalos interminables.
El defensor por su parte me la mostraba a ella, su cambio, su
arrepentimiento, pruebas para refutar la acusación de culpabilidad
por la muerte de mi padre.
El juicio se prolongó durante toda la noche. Ambos abogados estaba
bastante empatados en lo que a la decisión se refería, así que
tuvieron que hacer un discurso a modo de alegato final. Ninguno fue
por la parte empírica o lógica, los dos apostaron por la
sentimental. Uno intentó que eligiera entre el amor a mi padre o
ella. Me dio a entender que si la perdonaba traicionaba a mi
progenitor. El otro dijo que eso era mentira, que nadie pondría en
entredicho lo que significaba mi padre para mí. Simplemente, y son
palabras textuales, «haz lo que tu corazón te dicte».
Terminado el último alegato, el juez dio una resolución y con ella
me decidí por uno de los dos caminos.
Esamañana utilicé las palabras que me había dicho Juliana para
contactar con ella. Sea como sea, para bien o para mal, la acusada
debía conocer su veredicto.
El Sol empezaba a salir por entre las montañas con una belleza impresionante. Quería quedarme con esa imagen antes de saber qué quería Ishmael de mí. Algo bonito que permitiera aguantar si todo iba mal. Respiré en profundidad seis veces y giré el pomo. Al otro lado de la puerta, sus ojos verdes me recibieron, le observé expectante.
Sabía que iba a entrar. La llevaba escuchando un buen rato en la puerta. Llevaba tres intentos de coger el pomo y varios suspiros de temor. Yo la esperaba de pie en medio de la estancia. Deseoso de comunicarme con ella.
La puerta empezó a girar y me puse nervioso.
Tenía una convicción que no sabía si podría mantener una vez que la
viera.
Verla me impresionó sobremanera. Donde antes estaba una señorita
preciosa con un halo de luz, ahora veía a una joven demacrada que
se iba a caer en cualquier momento. Su cara, siempre impoluta y
maquillada, estaba surcada de viejos moratones que desaparecían, y
ojeras dotándola de un aspecto lúgubre. Toda la energía que había
transmitido su mirada se había esfumado dejando tan solo soledad.
Su cuerpo, antes con bonitas formas que hacían las delicias de
cualquier hombre, era solo huesos.
Me di cuenta de que estaba tardando demasiado en mi inspección
cuando vi que empezaba a temblar. La muñeca iba a caer al suelo.
Montañas más grandes lo habían hecho.
Tomé fuerzas y, reafirmándome más que nunca en la decisión tomada,
avancé para hacerla real.
Allí estaba él. El tiempo había pasado por él pero me seguía
pareciendo tan perfecto como el primer día. Noté sus ojos
escrutadores por mi rostro y cómo hacía muecas sin darse cuenta.
Obviamente, yo ya no era lo que él quería. Estaba fea, desaliñada,
sin nada que ofrecer. Además, su expresión era
inescrutable.
Sabía que me iba a decir que no me quería y eso hizo que se me
encogiera el estómago. Ése era mi instante, con un final diferente
al que esperaba. Era tenso, ambos de pie sin hablar, diciéndolo
todo con miradas tristes. El final de un momento que fue
mágico.
Llevaba tantos días sin comer que la mínima sensación hacía que me
mareara y eso era demasiado. Necesitaba avanzar hacia ese sofáde
nuestro primer beso y apoyarme, descansar.
La reacción en él no se hizo esperar más. Avanzó con paso decidido
y firme. Instintivamente me tapé la cara por si me golpeaba, me
había acostumbrado a que la gente no me tratara bien. En ese
segundo tuve más temor que cuando los atracadores entraron en mi
casa tiempo atrás.
Estaba frente a mí, mirándome fijamente, sumergiéndose en mi
interior. Un torbellino de emociones recorría mi cuerpo desde la
cabeza a los pies. Finalmente tomó el último impulso hacia
mí.
Sus manos me agarraron por la espalda con suavidad, cariño. Yome
dejé llevar. Haría exactamente lo que quisiera Ishmael. Me apretó
contra su torso y pude dejar de imaginar su olor para volver a
inspirarlo. Me estrujó fuerte contra sus costillas mientras me
clavaba los dedos en la espalda. Como un acto reflejo, mis brazos
se movieron agarrándole tan fuerte como podía, más aún. Nos sumimos
en un abrazo silencioso transmitiendo toda la pena y pesar que
teníamos. Quince minutos, veinte, veinticinco, sin hablar, solo
tocándonos, no dejando que una mota de polvo pudiera pasar entre
nosotros. Nuestros cuerpos se acoplaron a la perfección, como si
nuestro creador nos hubiera hecho en uno y luego nos hubiera
separado.
Sus manos ascendieron lentamente por mi espalda. Temblorosas pero
con fuerza, haciéndome entrar en calor. Llegaron a mi cabeza y
empezaron a moverse lateralmente para llegar a mi rostro y
acariciarlo. Mis manos las imitaron siguiendo su mismo
recorrido.
Dos rostros que se miran con la sujeción de las manos ajenas. Dos
rostros que lloran y sonríen tímidamente. Dos dedos juguetones que
se acercan a la fuente de la que mana el agua y la limpian. Dos
labios que se entreabren sin decir nada. Dos fuerzas que obligan a
que esos rostros se acerquen con temor. Dos personas que se besan
con más amor del que podían imaginar. Una ilusión común que nace.
Un sentimiento que ni el tiempo ni la guerra podrá detener o
exterminar.
El beso es dulce y fiero. Me aferré a su cabeza para que no pudiera
escapar de mis garras, por si eso era una equivocación.
Nos separamos y lentamente me llevó al sofá aún sin mediar palabra.
Quiero ser suya. El deseo crece de una manera que no entendía.
Pequeños pinchazos en mi entrepierna. Quiero que el puzzle se
complete. Ser uno en todos los aspectos.
Perohay mucho que hablar antes de que llegue ese momento. No quiero
romper ese instante pero es necesario que lo haga. Hay un perdón
que debe brotar de mis labios, el perdón que nos ha alejado durante
tanto tiempo.
—Ishmael —comienzo y noto cómo mi voz suena con vida de nuevo, cómo
mi corazón ha vuelto a latir—, lo siento mucho —y rompo a llorar
por su padre, por Ada, por un agradecimiento inmenso hacia su
persona.
—No pasa nada, estás perdonada —dice mientras se acerca más a mí.
No podía soportar la distancia de unos centímetros.
—Yo nunca quise que eso pasara, te lo prometo. No quería que lo
pasaras mal por mi culpa —dije mientras, como un perrillo, movía la
mejilla en la palma de la mano.
—Estoy bien. Ahora quiero saber cómo estás tú. Me he enterado de lo
de Ada —dice sentándome en su regazo.
—¡Oh, no!, no quiero amargarte con esto, con todo lo que tienes tú
—no concibo ni por un instante contarle mis penas después todo lo
que Ishmael ha pasado.
—Quiero saberlo. Quiero ayudarte. Para qué están sino las…
¿parejas? —pregunta para saber mi definición de lo
nuestro.
—Por supuesto —contestó, aunque creo que pareja no es la mejor
definición. Almas gemelas, eso es lo que es para mí.
Le cuento toda la historia e Ishmael me escucha pacientemente. En
los momentos más trágicos rompo a llorar y él me abraza
fuertemente, y siento calma, dentro de mí todo se apacigua. Besos
de cariño recorren la palma de mi mano y mi mejilla. Hablar con
Ishmael es la mejor de las medicinas que puedo tener.
Luego hago la pregunta incómoda. La que nos separó, le pregunto
cómo llevó lo de su padre.
—Aún le echo de menos —es su triste respuesta.
En esta ocasión soy yo la que tira de él y expulsa toda la
amargura. Cuando terminamos de consolarnos, nos miramos las caras y
vemos que son diferentes a cuando nos hemos encontrado. Una
chispaque no puedo definir bien la recorre dotándola de
color.
Nos besamos más y más. No tengo vergüenza y me tumbo encima de él
restregándome como nunca lo había hecho. Deseando que el roce de
nuestros miembros sea más profundo. Le agarro de la cabeza mientras
movimientos perturbadores brotan de mi entrepierna.El deseo es tan
grande que le desabrocho los botones con furia y beso su pecho.
Ishmael toca mi cuerpo con suavidad, mis pechos, mi culo, mi
entrepierna y no me siento incómoda. Finalmente nos separamos
ruborizados, sabemos que ése no es el momento. Nos podrían pillar.
Como todo en nuestra relación, tenemos que actuar con cuidado.
Nadie puede enterarse de nuestro secreto.
CAPÍTULO 26
El verano fue la mejor época de mi vida, sin lugar a dudas. Por supuesto, volví a trabajar en la fábrica bajo el pretexto de evadirme. El motivo real era disfrutar del máximo de horas a su lado.
Era un amor diferente, oculto, a escondidas y eso le dotaba de una pasión mayor. Cuando dispones de todo el tiempo con tu pareja, no lo aprovechas. Cuando los segundos a su lado están contados, cada acto, conversación o gesto de cariño aumenta en proporciones inimaginables.
No me disgustaba mi situación porque yo misma la había elegido. Si bien es cierto que le echaba de menos cuando no estaba a su lado, me consolaba pensando que en pocas horas le volvería a ver.
Él era mi cómplice en todo. Podía contarle cualquier cosa que me rondara la cabeza, él no me juzgaría, me aconsejaría y me ayudaría. A veces, cuando me separaba, tenía una sensación de desesperación tan grande que al verle no podía reprimir engancharle y hacerle moratones de la intensidad.
Conforme más conoces a una persona, con sus inquietudes puedes reafirmarte o no en lo que sientes. Conocer a Ishmael en profundidad era de las mejores cosas que me habían pasado. Me encantaba su sinceridad y cómo confiaba plenamente en mis posibilidades.
Había un punto anecdótico en nuestra relación. Cuando había personas, teníamos que actuar como ama y siervo, y eso en ocasiones nos hacia gracia. Nos reíamos del engaño que estábamos causando.
Recuerdo un día que unas personas de las SSvinieron a hacer una inspección. Padre exigió que yo les acompañara, la imagen era muy importante. No me apetecía pero no tenía opción. Un día sin estar las horas de trabajo con Ishmael se me hacia insufrible. Cuando llegamos a la zona de contabilidad, ahí estaba él. No tenía que hablar ni nada, simplemente estar de pie con la cabeza agachada. Los demás alemanes se limitaron a mirar las instalaciones y a adular a Alger por el buen trabajo hecho. Yo por mi parte jugué a las miradas indiscretas, a los toques en el corazón con el dedo índice, a demostrarle que yo estaba de su parte pese a que me viera con los hombres que más temía.
Era una relación sin futuro, o si éste existía, muy negro. Sin embargo, yo era feliz con las pequeñas cosas. Vivía el momento sin preocuparme del mañana. Confiando en que todo iría bien. Me bastaba con el beso antes de marcharme para tenerlo todo en la vida.
No era ambiciosa. No me importaba el poder ni el dinero. Me daba igual qué ropas llevar o si ya no era bonita, porque alguien me quería por la esencia de mi persona. Alguien al que le había contado mis defectos y no se asustaba por ello.
Lo único que quería ahora era ayudarle a él y a los suyos como pudiera, por lo que poco a poco, cuando se tranquilizara la situación, me pondría en mi plan de destruir el régimen desde dentro. Antes quería disfrutar un poco de la tranquilidad del primer y, en mi caso, único amor.
El día antes de mi cumpleaños decidí llegar un poco antes al despacho. Había cogido unos pastelitos de casa para celebrarlo con él. Ya estaba acostumbrada a acudir al trabajo con comida para Ishmael. Por la cristalera vi cómo se aproximaban los judíos como cada día a trabajar. Iban en tropel, como un grupo de presos. Sus caras, ausentes. Sus gestos, tristes. Entre todos ellos destacaba uno y no era porque tuviera mi corazón, sino porque parecía que desprendía luz a su alrededor. Iba ilusionado, alegre, como si no fuera una penitencia su estancia en este lugar.
Como una adolescente, me escondí detrás de la puerta para darle una sorpresa cuando llegara. Me parecía increíble disfrutar tanto en el peor lugar de la Tierra. La puerta me aprisionó cuando Ishmael la abrió, pero no emití ningún sonido para que no me descubriera.
En vez de acudir a su puesto de trabajo, se paró en medio de la estancia y siguió andando hacia delante para mirar por la ventana. Buscaba algo y supe que era a mí. Salí de mi escondite sigilosamente y comencé a andar para tirarme literalmente encima de él. Mi propósito de que no me descubriera iba viento en popa hasta que a un metro de él vio mi reflejo en el cristal. Se giró instintivamente con una sonrisa maliciosa en el rostro y yo me lancé encima cual felino.
Acabé sentada encima de Ishmael con mi rostro
muy cerquita del suyo.
—¿A qué se debe esta sorpresa? —me preguntó mientras me hacia
cosquillas para quitarme de encima.
—Es mi último día de diecinueve años y quería estar todo el tiempo
contigo —dije mientras le mordía una oreja.
—¿Mañana es tu cumpleaños? —fingió asombro.
—¿Acaso no lo sabías? —dije imitando una cara severa.
—Por supuesto —rió—, de hecho tengo un regalo para ti.
—¿Un regalo? —pregunté un poco atónita y noté por su mirada que le
hirió. Yo sabía que Ishmael no tenía manera de conseguir nada y
tampoco lo esperaba , no lo necesitaba. Pero a él le debió ofender
que yo dudara tanto de su capacidad adquisitiva aquí
dentro.
—¿Qué pasa, que un judío no puede hacerte un regalo? —preguntó
irónico.
—Sí —afirmé seria.
Se quedó un minuto callado y, asustada, volví a hablar:
—Lo siento —titubeé—, no sabía que podías comprar cosas aquí
dentro…
—¿Comprar cosas? —comenzó a desternillarse de risa—. No, claro que
no podemos. Pero se te olvida una cosa pequeña —dijo dándome tres
golpes en la nariz.
—¿Qué?
—Los mejores regalos no tienen por qué ser materiales —sonrió
mientras me quitaba de encima y añadió—: Ahora, a
trabajar.
—¿Y mi regalo? —dije como una niña mimada. Mi intención era seguir
ahí con él.
—¿No has dicho que es mañana tu cumpleaños? —dijo divertido con mi
incertidumbre.
—Sí, pero…
—Venga, hagamos un trato. Terminamos el trabajo y te doy mi regalo
si me prometes que no lo verás hasta media noche.
—Lo prometo —me miró enarcando los ojos y al final me
creyó.
—Tenemos un trato, pequeña —me besó de nuevo en los
labios.
Trabajé muy deprisa. No prestaba demasiada atención a las cosas que
hacía, solo quería terminar y volver a juntarme con él.
Cuando llevaba una hora rellenando formularios, me acerqué yle
coloqué delante la bandeja de pasteles.
—¿Y esto? —me preguntó sin dejar de mirarlos.
—Un aperitivo para el fin de mis diecinueve años.
Como siempre, empezó a comer despacio pese a que yo sabía que tenía
mucha hambre. No quería darme una mala impresión, por loque lo
hacía de manera refinada y me miraba de reojo.
Era común que me obligara a comer algo de lo que llevaba para
sentirse un igual frente a mí. Al principio yo me negaba, él lo
necesitaba más que yo. Luego me di cuenta de que eso le dolía y
comencé a llevarme siempre una porción más para
comérmela.
—¿Los has hecho tú? —me preguntó.
—Sí, ¿te gustan?
—Ya sé quién va a cocinar en casa —dijo con suspicacia.
—¿No eres tú el que aboga por la igualdad entre hombres y mujeres?
—repuse divertida. Me encantaba «discutir» con él.
—Sí. Pero si no recuerdo mal, dijiste que lo de limpiar la ropa me
tocaba a mí, así que creo que a ti cocinar.
—Trato hecho —dije rápidamente. Odiaba lavar.
Hacer planes para el futuro era nuestro pasatiempo preferido. Nos
encantaba hablar de cuando esto terminara. Hacer predicciones de lo
que nos depararía la vida juntos. Sabíamos que era imposible, pero
soñar era gratis y gratificante.
Tras muchas charlas, llegamos a la conclusión de que viviríamos en
una casita al lado de la ciudad. Él quería una casa en algún
pueblo, como en su infancia. Yo, por el contrario, quería vivir en
una gran urbe, era como me había criado y a decir verdad echaba
mucho de menos la vida en Berlín, con sus calles y tiendas. Por lo
cual la decisión fue lo más justa: él tendría su casita en un
pueblo y yo la ciudad cerca. No llegamos a decidir qué ciudad
,aunque Estados Unidos nos parecía la mejor opción, la tierra de
las oportunidades.
Decidimos que haríamos una boda judía y otra cristiana… Las tareas
de la casa fueron un poco más difíciles asignar… En lo que más
problemas tuvimos fue a la hora de elegir el nombre de nuestros
pequeños, pero aún quedaba mucho tiempo y yo ganaría con
Tamara.
Eran sueños inviables, pero que se hacían realidad cuando estábamos
acurrucados hablando.
Anocheció cuando terminaba mi último papel acerca de unas armas
para los soldados de Varsovia. Estaba muy concentrada en el trabajo
y no vi que Ishmael ya había terminado y estaba detrás de mí
observando cómo terminaba de dar forma a mi parte.
Me dio un masaje en los hombros mientras yo tecleaba a toda
pastilla. De vez en cuando movía mi mejilla para que se rozara con
sus ásperas manos.
—Terminé —dije eufórica.
—Entonces es hora de que te dé mi regalo si aún lo
quieres…
—¡Claro! —contesté inmediatamente.
Cogió mi mano y me guió hacia la puerta. Yo iba emocionada
esperando ver cualquier cosa. Antes de salir al exterior me soltó
la mano, toda precaución era poca allí. Si nos veían juntos en la
calle no pasaba nada, podríamos decir que nos marchábamos. Ishmael
a colocar las cajas y yo a mi casa. Estar de la mano ya era algo
más difícil de explicar.
—Sígueme —me indicó.
Dimos una vuelta a la casa para acabar en la parte posterior donde
estaban las ventanas. Era una noche con una pequeña luna que apenas
iluminaba para que viéramos el camino. Ishmael se agachó para coger
algo del suelo. No quise mirar para mantener la
incertidumbre.
Se giró hacia mí escondiendo con una mano en la espalda lo que
había recogido. La luz de la luna apenas iluminaba su rostro, pero
imaginaba la sonrisa nerviosa que tendría.
—Toma —dijo mientras sacaba la mano escondida con una preciosa rosa
roja.
—Me encanta —dije pinchándome con una espina que no produjo
dolor.
—Éste no es el regalo —se mofó de mí. No sabía lo que sería, pero
una simple rosa de él me había parecido el mejor regalo en
diecinueve años.
—Acércate a mí —dijo agarrándome la mano y situándome delante de
él.
—Nos pueden ver… —dije asustada por él.
—Shhh o romperás el encanto de este momento. Me giró ciento ochenta
grados sujetándome por la cintura. Apartó una de sus manos y me
tocó el mentón para que mirara hacia arriba. El cielo estrellado se
extendió ante mí, una visión acogedora que carecía de impresión si
él no estaba a mi lado.
—¿Te gustan las estrellas? —me preguntó.
—¿A quién no? —repuse.
—Como eres tan rara… —se mofó de mí—. ¿Ves ésa? —dijo señalando con
su dedo al infinito.
—¿Cuál?
—Ésa, la qué más brilla, la que destaca entre todas las
demás.
Había miles de estrellas pequeñitas pero entre todas ellas una
llamó mi atención por la intensidad con la que transmitía luz.
Agarré su mano con cuidado para ver si su dedo señalaba en la misma
dirección, y así era.
—La veo —dije tranquila mientras nuestros dedos se
enlazaban.
—A partir de hoy es tuya. Te la regalo. Las estrellas no son de
nadie, así que cualquiera se puede adueñar de ellas. Pues bien, yo,
Ishmael, te regalo la estrella más brillante del firmamento. Así,
cuando esté por la noche en el barracón y te eche de menos, la
podré mirar y saber que observo algo que te pertenece.
Mequedé sin palabras. De entre todos los deseos que hubiera podido
tener para mi cumpleaños, éste era el mejor. Solo tenía un matiz
que no me gustaba y quería aclarar:
—No es mía. Es nuestra. Así yo también la podré observar y tener
algo de ti —no objetó nada.
—Está bien. Solo quiero que esta noche a las doce en punto la estés
mirando. Yo también lo haré y te felicitaré a través ella. La usaré
de mensajera.
—No lo dudes.
Me quedé mirándole a la cara. Lo que iba a hacer estaba en contra
de nuestras normas, unas normas que nos habíamos puesto para
nuestra seguridad. El impulso quitó el miedo y, agarrando
lentamente su mano, la puse en mi cara.
—Quiero que me hagas tuya —dije serenamente.
—¿Qué? —dijo sorprendido.
—Quiero ser tuya en cuerpo y alma para siempre. Hazme tuya ahora,
por favor.
Le comencé a besar lentamente. Nos tumbamos en el césped y
comenzamos un juego sensual. Con suavidad, guíe su mano a donde
empezaba mi falda y entre los dos la fuimos subiendo poco a poco.
Le desabrochaba la camisa con delicadeza sin parar de besarle en
ningún momento. Con un cierto temor llevé mi mano hasta su
entrepierna y le toqué con cuidado, sin experiencia. Su pene
reaccionóa mi tacto elevándose hasta las alturas. Mi sexualidad por
su parte empezó a derramar agua de alegría. Estaba en un estado
animal que me encantaba.
Su lengua recorrió mi tripa aproximándose al lugar más privado de
una mujer. Yo quería que bajara más pero necesitaba besarle, así
que subí su rostro para engancharme ferozmente. Solo quedaba un
obstáculo para que todo pudiera ser efectivo. Deslicé mis manos y
me quité la pequeña braguita de encaje que llevaba. Todo era
inminente.
—¿Estás segura? —me preguntó con la respiración
entrecortada.
—Sí —dije con una autoridad que desconocía en mí.
Nuestras bocas estaban a punto de reencontrarse cuando oímos voces
a nuestro lado. Los judíos regresaban al barracón y eso significaba
que pronto vendrían a por Ishmael para llevarle a cargar
cajas.
Sin emitir ningún sonido nos vestimos con rapidez antes de que
nadie se percatara de nuestra ausencia. Cogí la rosa y, sulfurada
con un picor que no entendía, regresé al interior de lo que yo
denominaba «nuestro nido de amor». Me despedí de Ishmael con un
beso furtivo y me marché a casa mientras pensaba lo cerca que
habíamos estado de que nos pillaran.
La luz del porche estaba encendida e iluminaba una pequeña mesa situada enfrente. En la cabecera de ésta estaba sentado padre y al lado había una silla vacía. Llegué a la mesa y ocupé mi trono fijándome en la cantidad de platos que había encima de ella, huevos, pollo, patatas cocidas y ensalada. Era el festín de mi cumpleaños. En mi casa era tradición celebrarlo el día antes para que cuando llegaran las doce, nos felicitáramos los primeros. Además, yo nací un 31 de agosto a las doce y dos minutos y eso influía mucho.
—Buenas noches, hija —dijo padre mientras
quitaba los plásticos para guardar el calor de los
alimentos.
—Hola —me limité a decir yo.
Nos quedamos mirándonos sin saber qué decir, como dos extraños que
comparten mesa. En parte para evitar estar incómodos, en parte por
la buena pinta de la comida, empezamos a engullir sin dirigirnos la
palabra. Padre fue el primero en hacerlo con una conversación
banal, propia de desconocidos:
—¿Qué tal en el trabajo? —preguntó.
—Bien, ¿y tú? —dije sin querer oír su
respuesta. Ya sabía lo suficiente de las cosas que supervisaba mi
padre.
—Últimamente esto es un lío —agregó—, están llegando muchos
prisioneros y no damos abasto —antes le habría hecho millones de
preguntas sobre los prisioneros malignos pero me limité a
contestar:
—Ah —mientras pinchaba un trozo de pollo. Él espero a que yo
continuara pero pronto vio que no lo haría e intentó cambiar el
rumbo de la conversación.
—Mañana, ya veinte años, eres toda una mujercita —dijo
orgulloso.
—Sí —contesté mientras masticaba.
—Ya sabes que tu padre siempre te hace los mejores regalos y este
año no va a ser menos. Ya verás esta noche —dijo con
orgullo.
«Ni sueñes que me vas a hacer el mejor regalo», pensé yo pero
mirespuesta fue una sonrisa falsa.
—Sé que últimamente no te veo mucho… pero esto es muy agobiante,
estamos en guerra, Juliana, pero te prometo que te compensaré
cuando ganemos.
—Eso, si ganáis —dije tan bajo que no me escuchó.
—¿Cómo dices? —preguntó.
—Que no pasa nada —respondí.
La conversación se cerró ahí en ese mismo instante. Él ceso en sus
absurdos intentos y yo continúe engullendo como si no hubiera
comido en días.
Cuando terminamos de comer, Raymond volvió con una gran tarta de
chocolate blanco, mi favorita. Lucía una espléndida sonrisa y me
cantó el cumpleaños feliz, como siempre, gritando y emitiendo
gallos. De pequeña me meaba de la risa y Raymond forzaba aún más su
mal oído por ello. Esta vez no me reí, así que poco a poco el tono
bajó hasta convertirse en el cántico más soso de la
historia.
Comimos la tarta en silencio y en cuanto terminé, inventé que tenía
que ir al baño para poder estar a las doce observando la estrella
de Ishmael.
—No tardes, que ya sabes que a las doce viene mi regalo —dijo
intentando que su ilusión se contagiara.
—Lo intentaré —dije con sequedad.
Memetí en la habitación y me agaché con las luces apagadas para que
padre no me viera desde el porche. Miré el reloj, solo quedaban
seis minutos para que Ishmael en otro lado la estuviera mirando. Me
relajé y mis pensamientos vagaron hasta este mismo día muy
diferente, años atrás.
Juliana tiene ocho años. Está deseando salir del colegio para volver a casa. Hoy es el día antes de su cumpleaños y, como siempre, es la mejor fiesta para ella.
El timbre suena y ella
corre veloz para encontrarse con Arabelle en la puerta.
Su madre está ahí y la coge en volandas. Lleva una gran bolsa de
golosinas para la niña.
—Ve y repártela con las amigas—dice entusiasmada.
La niña sale corriendo y se pierde de vista. Tras un rato, Arabelle
da la vuelta a las instalaciones buscándola. Está en una esquina
sola, tirando muchas chucherías al suelo mientras mira hacia todos
los lados para que no la vean.
Arabelle regresa al sitio donde estaba y Juliana vuelve corriendo
hacia ella. Trae la bolsa medio vacía y grita:
—Qué gorronas son mis amigas, casi me quedo sin
nada.
La madre finge no haber visto lo sucedido y recrimina la actitud de
las amigas, aunque por dentro siente profunda tristeza por su
pequeña. «Menos mal que en cuanto llegue a casa toda la pena se le
pasará», piensa Arabelle, que lleva una semana organizándole una
fiesta.
Arabelle no es tonta y ha llamado a las madres de otras niñas para
que acudan. Habrá payasos, comida y juegos. Si sus cálculos no le
salen mal, al menos diez niñas van a acudir a una fiesta donde
Juliana es la protagonista.
Sesupone que las niñas tienen que llegar antes para que sea una
sorpresa. Mientras tanto, Juliana y ella toman un gran helado de
chocolate. La niña no para de hablar de las cosas que quiere para
su cumpleaños, «demasiado mimada», es lo que piensa la madre, pero
sabe que la seguirá mimando porque es su naturaleza. Llegan a la
puerta de casa y Juliana se asombra. Los globos del patio
sobresalen por los muros.
—Mamá, ¿eso es para mí?—pregunta la pequeña.
—Claro—sonríe la
madre—, ¡corre a tu fiesta!
Laniña corre emocionada y cuando abre la puerta, un sonoro
«¡felicidades!» retumba en la acera. Arabelle está orgullosa de su
obra y entra. Primero y por puro protocolo, saluda una por una a
todas las madres que han acudido. Las mismas conversaciones, las
mismas falsedades, los mismos intereses.
Está enfrascada en una conversación en la que dos madres pelean por
qué hija es mejor.La de una solo saca diez en los exámenes y es muy
buena en música. La otra, además de las buenas notas y la música,
es muy deportista. Las madres se pican y empiezan a mentir sobre lo
que saben o dejan de saber sus niñas. Arabelle aprovecha un lapsus
para marcharse de allí y coger una buena copa de vino
blanco.
El payaso está haciendo su actuación y los niños ríen; entonces una
pregunta:
—¿Quién es la niña del cumpleaños?
Ninguna respuesta. Arabelle se acerca inquieta esperando al ver que
su hija que no sale por timidez, o eso piensa, pero no está ahí. Se
marcha dejando al payaso sin saber qué hacer y sube a la habitación
a buscar a su pequeña.
Ahí está ella leyendo un pequeño libro de cuentos.
—¿Qué haces aquí?—pregunta—. La fiesta es
abajo.
—Lo sé—dice
tímidamente.
—Tus amigas están ahí.
—Ésas no son mis amigas—dice con pena la niña—,si ni
siquiera me hablan.
La madre baja dejando a su niña en la habitación. Siente deseo de
gritar a las invitadas que están disfrutando de la fiesta de su
hija, pero no lo hace porque son pequeñas. Las demás madres
cuchichean mirándola, seguramente hablando de la rara de su hija. A
ella le da igual, su hija es especial.
Como sospechaba Arabelle, en cuanto la comida y los juegos han
terminado, a todos les entra la prisa. Nadie se queda a la tarta
como ella esperaba. Recoge el patio y prepara el salón para la
fiesta familiar.
Raymond entra por la puerta con una gran caja con agujeros. La besa
en los labios y pregunta por su pequeña, que ya baja a trote las
escaleras.
—¿Es ése mi regalo? ¿Me lo puedes
dar?
—Se supone que hasta las doce no lo puedes
abrir.
Raymond quiere que la niña insista; en el fondo está deseando
dárselo. Arabelle piensa que en ocasiones es más niño que
Juliana.
—Aunque creo que si me das un buen argumento te
lo daré…
—Por favor, por favor, por favor—es todo el argumento que le da la niña pequeña mientras
abraza a su padre. Ya está. Le ha convencido.
Juliana avanza hacia la caja y la abre rompiéndola en mil pedazos.
En el interior, un pequeño guau le da la bienvenida.
—Una perrita, papá, muchas gracias.
La niña la coge y la achucha como si fuera un peluche. El perro
está asustado. Raymond mira para ver la reacción de su mujer, no se
lo había consultado. Una sonrisa en el rostro de ésta le demuestra
que no se ha enfadado.
Juliana está contenta y obliga a sus padres a que le pongan un
nombre entre los tres. Al final, cómo no, gana el absurdo nombre de
la niña: «Pinini». Arabelle se pregunta de dónde habrá sacado esa
idea.
La niña, como buen anfitriona, sube al perro para enseñarle la
habitación que van a compartir. Mientras tanto, Raymond ayuda a su
mujer a hacer la cena y le cuenta la historia del
perrito.
Una perra del trabajo había parido e iban a sacrificar a sus
cachorros. Al final entre los compañeros se los han llevado y él ha
escogido una para el cumpleaños. Arabelle se siente orgullosa de la
ternura de su marido con los seres vivos. Piensa que Raymond es
incapaz de ver morir a una mosca. No sabe lo equivocada que estará
años después. Aunque ella no lo verá.
La cena empieza y comen el pollo y las patatas. La comida favorita
de la niña. Después preparan un biberón de leche para el
cachorro.
Cuando son las once y media, Arabelle saca la gran tarta de
chocolate blanco y le cantan el cumpleaños feliz. Raymond canta muy
mal, haciendo gallos para que la niña se ría. Es maravilloso
observar lo feliz que es estando en familia.
Juliana tiene que soplar las velas pero antes su madre le recuerda
una cosa:
—Tienes que pedir un deseo.
La niña imagina mil cosas y tras darle vueltas a su cabeza
infantil, sabe que lo que anhela lo tiene a su lado. «Que todos mis
cumpleaños sean como éste con mis padres». Y durante algunos años,
el deseo le será concedido.
Después solo queda esperar hasta las doce para que el cumpleaños
sea efectivo. Esperan comentando pequeñas anécdotas y riendo como
locos.
A las doce en punto, los dos padres se abalanzan sobre Juliana
mientras se la comen a besos…
Las doce han llegado. Me acerco a la ventana y miro hacia mi estrella. Le quiero decir muchas cosas pero lo único que brota de mi garganta es un simple: «gracias, mi amor», contestando a esa felicitación que no he escuchado pero sí sentido.
Mequedé un par de minutos pasmada frente a la estrella, imaginando cuánto tiempo podría estar él. Cerré los ojos con fuerza e imaginé su rostro, sus labios con una sonrisa, sus ojos verdes, su pelo rapado… Este año no había soplado ninguna vela pero aun así, pedí mi deseo: «Estar con Ishmael para toda la vida».
Llegaron voces desde el porche. No me atreví a mirar quién era pero imaginé que se trataría de Alger y bajé alegre para celebrar mi cumpleaños con mi amigo.
Abrí la puerta con ímpetu y lo que me encontré fue algo que no podía siquiera imaginar. Me quedé con la boca abierta, alucinada, como si no pudiera ser real. ¿Qué hacía él ahí?
—¿Te dije que hacía los mejores regalos?
—preguntó padre pensando que había dado en el clavo.
Tragué saliva. Pero no de emoción, sino de desesperación. La
persona que tenía plantada frente a mí era un factor con el que no
había contado que complicaría mucho las cosas. Los dos rieron
pensando que estaba tan impactada que no sabía cómo reaccionar. Lo
que de verdad quería era gritar de terror.
—Hola, mi amor. Estaba deseando volver a verte —fueron sus primeras
palabras y yo solo quise decirle que no se atreviera a llamarme
así.
—Voy a por un vaso de agua —fue mi respuesta.
Los dos se miraron sin entender nada. Oí sus risas mientras estaba
en la cocina. Deberían pensar que era como una niña pequeña que
acababa de recibir el mayor sueño de su vida.
«Calma, Juliana. Calma. No pasará nada. Solo tienes que explicarle
que las cosas han cambiado». No paraba de repetírmelo a mí misma,
pero en el fondo sabía que esto no iba a ser nada fácil.
Bebí alrededor de tres vasos de agua de un trago. Por beber. Sin
sed. Hasta que no me quedó más remedio que salir y
enfrentarme.
—Buenas, Louis —dije con un hilo de voz.
Él se adelantó y me abrazó. En los meses que no le había visto
había aumentado de volumen y su rostro se había curtido. Me miró
con sus ojos azules y me besó. Sentí repugnancia y me aparté,
aunque disimuladamente.
—No tengas vergüenza porque esté aquí tu viejo padre —dijo mientras
se acercaba también—, sabía que te haría mucha ilusión.
Yo no contestaba. Simplemente estaba bloqueada.
—No sabes los hilos que he tenido que mover para que tu joven
regrese aquí con un ascenso, pero finalmente lo he logrado y en
menudo día.
Ambos reían a carcajadas, pero todo mi pequeño mundo se venía
abajo. Todo por lo que había luchado se desvanecía poco a
poco.
—Te he traído un pequeño regalo que te daré mañana en la comida que
he organizado —dijo Louis mientras agarraba mi mano
inerte.
—Tengo que trabajar —dije escudándome en lo único que me
importaba.
—Ya te lo había dicho, se ha vuelto muy trabajadora —le comentó mi
padre orgulloso.
—Ahora que yo estoy aquí no tendrás que trabajar más —dijo como si
eso fuera a hacerme feliz.
—Pero no he avisado a nadie de lo de mañana —intenté decirle
mientras él me estrujaba haciéndome daño.
—Hablaré con Alger, cuando le cuente de qué trata tu regalo, no se
podrá quejar, ¿verdad, Raymond? —le guiñó un ojo a mi padre; ¿desde
cuándo se tuteaban?
—Creo que este año me vas a ganar. Mañana va a ser el día más feliz
de tu vida, Juliana —dudaba de que supiera lo que era la felicidad
para mí.
Y así, elevando la vista a mi estrella, supliqué a Ishmael que me
ayudara.
CAPÍTULO 27
Un pitido me demostró que mis esperanzas de que todo hubiera sido un mal sueño eran mentira. Necesitaba, sin contar la verdad, dejar claro a Louis que las cosas habían cambiado y yo ya no estaba con él.
Un joven me esperaba en el coche. No le conocía, Louis no había tardado en empezar a utilizar su situación de preferencia. No tenía mucha idea de lo que había hecho pero no dudaba que ese día me enteraría de sus historias al menos siete veces.
No tardamos en llegar a la caseta donde vivía Louis junto con Alger. Mi joven chófer me indicó que Louis estaba en la sala de los juegos, así que me dirigí hacia allí.
La primera imagen que se me presentó fue de lo más graciosa. Louis estaba rodeado de decenas de sus compañeros, que le miraban como bobos y reían como locos. Daba la sensación de que estaba subido a un escenario y los demás habían acudido a ver su obra. Por supuesto, no faltaban sus fans enfebrecidas. En el lado izquierdo había una escasa decena de mujeres con una risa tonta y bastantes amagos de aplausos. No le quitaban el ojo de encima y se habían puesto sus mejores galas en un intento de conquistarle que, por supuesto, yo deseaba fuera fructífero.
Me acerqué lentamente para no interrumpir su
discurso pero él no tardó en percatarse de mi presencia. Mostró una
sonrisa ancha pero en el fondo creo que le molestó tener que cortar
durante un minuto su protagonismo.
—Ya ha llegado mi chica. Juliana, acércate.
Como si yo fuera un perrillo, me acerqué instantáneamente.
Noté cómo los chicos silbaban en un intento de ser graciosos y me saludaban con mayor efusividad que en las pocas ocasiones que les había visto. Hasta Hess me miró como si fuera su mejor amiga. Por otro lado, las mujeres reaccionaron de manera un tanto diferente. Me sonrieron, por supuesto, pero no pude evitar ver cómo me analizaban y mataban con la mirada. Todo se me venía encima y solo quería salir de allí.
Una vez a su lado, me volvió a besar de una manera demasiado efusiva para llamar la atención de sus compañeros, que empezarona soltar coñas.
—Si no te importa, termino de contar mi historia antes de comer —me dijo entre susurros Louis y yo no dudé en asentir. Todo el tiempo que estuviéramos allí no lo pasaría yo a solas con él.
Me situó a su lado pero no tardó en dar dos pasos hacia delante para que yo no pudiera eclipsarle en ningún instante. Me sentía como la primera dama que espera entre bambalinas, quieta, a su lado, sin nadie que se percate que está allí. Era como si Louis tuviera un foco y yo estuviera sumida en la oscuridad.
Todos los ojos le miraban expectantes, ensimismados en el interesante relato que se disponía a retomar. Solo un joven me miraba a mí y pronto descubrí que se trataba de Alger. Como siempre, se le veía incómodo en compañía de sus compañeros, como si no pintara nada, como si fuera un extraño allí dentro. Pero esta vez me miraba a mí con un dolor que me destrozó. Supuse que verme con Louis le hería profundamente y quise gritarle que yo no le quería, que quería a otro. No sabía si algún día podría confiarle a Alger mi historia con Ishmael. No podía tener la certeza de que la aceptaría. Estaba segura de que lograría que no le importara el tema de que fuera judío, me costaría, pero el resultado sería la aceptación. Sin embargo, tenía claro que él me amaba profundamente y aceptar que otro hombre compartiera su vida conmigo debía ser muy duro.
Amar a Alger, claramente habría sido la mejor opción y la más racional. Era alemán como Louis, pero a diferencia de éste, yo le quería de una manera muy profunda. No voy a negar que en ocasiones durante mi alejamiento con Ishmael intentara fomentar un amor hacia su persona que no surgió; Ishmael era demasiado dueño de mí.
—Bueno, me había quedado explicando mi labor. Pertenecía al grupo de espías en busca de los judíos escondidos. Mi primer destino fue en un pueblo a las afueras de Berlín. Allí actuaba de uniforme con los perros. Iba con un batallón por fábricas perdidas o casas abandonadas, donde encontramos a numerosas familias viviendo juntas —todos esbozaron una exclamación—; era asqueroso ver las condiciones de vida que tenían estas personas. En ocasiones, los muy pillos intentaban comprarte con las posesiones familiares que tenían, con oro y dinero. Como si me pudieran comprar, eran tan ilusos que no sabían que igualmente todas sus posesiones pasarían al régimen sin necesidad de traicionarlo. Así pasé unos meses y la verdad es que era muy intenso. No teníamos horarios pero nos gustaba actuar de noche, era cuando menos atentos estaban. Debido a mi gran efectividad —se le hinchó el pecho de orgullo y las mujeres suspiraron—, pronto me enviaron a unas actividades con más responsabilidades.
—¡Al final serás un jefazo! —gritó una de las
chicas interrumpiéndole y los demás rompieron en un gran
aplauso.
—Eso espero, no quería decirlo pero el mismísimo Himmler me
felicitó personalmente —se interrumpió dejando entrever la magnitud
de sus palabras—. Mi siguiente destino fue en los Países Bajos,
Ámsterdam concretamente. Tenía que localizar a los judíos escapados
pero de una manera un tanto diferente. No sé si lo sabéis, pero
muchos de los nuestros ayudan a los judíos a esconderse, personas
que merecen, desde mi punto de vista, más castigo si cabe que los
propios judíos —no sé por qué, pero me puse nerviosa sintiéndome
identificada con esas personas. Tenía miedo al observar de la
manera tan tajante en la que sentenciaba que merecían un castigo
aún peor.
—¿Cuál es el castigo para ellos? —preguntó Hess en otro intento de
llamar la atención de Louis.
—Por supuesto, les mandamos a campos como a los judíos, pero con
una nota de que sufran un poquito más.
—¡Eso es justicia! —gritó una joven que reconocí como Layla. No la
veía desde hacía meses, pero cada vez parecía más una bestia de un
cuento de terror.
—Nosotros somos muy justos —dijo Louis, que por primera vez me miró
y me guiñó un ojo—. En Ámsterdam iba de paisano por el día y de
oficial por la noche. Los judíos que están escondidos con ayuda son
mucho más difíciles de localizar —sentenció con rabia—, por ello
decidí que la mejor manera de hacerme con ellos era fingir ser un
traidor y hablar con el pueblo libre. Todos los días iba a las
tabernas principales y opinaba sobre el régimen, no era muy
descarado, pero dejaba entrever que era contrario a su ideología.
Así, en poco tiempo, lograba averiguar quiénes eran fieles al
régimen y quiénes no. Por supuesto, me alejaba de nuestros
camaradas fieles e intentabaacercarme a aquéllos que podía pensar
que se oponían. Costaba un mes, puede que dos, ganándome su
confianza. Todo dependía de la inteligencia de éstos y de las ganas
de cómplices que tenían —hizo una pausa y dio un largo trago a su
cerveza negra—; luego todo era muy sencillo. El primer día, uno me
decía que tenía que dejar comida escondida en un punto de la ciudad
sin llegar a informarme de dónde estaban ocultos los judíos. Yo
aceptaba con mucho orgullo, fingiendo que me sentía muy alegre por
ser útil. Las conversaciones con los traidores eran
asquerosas.
—¿Cómo aguantabas? —preguntó Layla insinuándose con
miradas.
—Con mucha cerveza negra —dijo haciendo una broma que sus
compañeros respondieron con un brindis.
—¡Por nuestro mejor actor, Louis! —gritó uno. Tras beber, Louis
siguió con su historia:
—Un día, cuando ya estaba pensando que no iba a ser capaz de lograr
mi misión, uno de los traidores se puso enfermo y me mandó llamar a
su casa —cambió el tono de voz con un deje de burla—: «Estoy muy enfermo y necesito alguien que se haga cargo
de mis protegidos. Solo confío en ti, Louis, tienes el alma limpia.
Te diré dónde están y te daré nombres de otras personas en mi
situación para que te ayuden…».Todo mi trabajo por fin tenía un
resultado. Puse cara de circunstancia y le pregunté sobre los
judíos escondidos… «Eran amigos de la familia
desde hace mucho tiempo… dos niñas muy listas y unos padres.
También hay un médico y otra familia con un chaval. A las niñas les
gusta mucho leer, así que cuídalas y lleva libros». «Por
supuesto»,contesté yo, y el estúpido me agarró del brazo
llorando de la ilusión. «Gracias Dios, lo
tendrá en cuenta».
—¿No te entraron ganas de escupirle y molerle a palos? —preguntó
Hess. Yo ya empezaba a ver cómo mi vista se nublaba empatizando con
ese anciano que en su último aliento había confiado en una alimaña
llamada Louis.
—Claro, por eso digo que era un trabajo muy difícil. Mis compañeros
habrían ido esa misma noche a por los judíos y habrían encarcelado
a nuestro traidor, pero yo fui más listo —por un momento tuve
esperanza del anciano y las familias escondidas—. Mi plan fue más
elaborado. Ayudaría a los judíos —todos le miraron con extrañez—,
fingiría ser uno de ellos y conocería al resto de personas que les
ayudaban, quería ser la persona en la que más confiaran todos y una
vez supiera los escondites de cada uno de ellos, los mandaría donde
se merecían.
—Eres tan listo… —dijo otra de las mujeres y no pude evitar poner
una cara de asco que los demás interpretaron como celos.
—Los asquerosos eran listos… no confiaban en nadie… no decían el
escondite. Tuve que esforzarme e incluso inventar una insurrección
contra mi granfuhrerHitler. Hubo momentos
en los que casi tiré la toalla —dijo con pena, como si eso fuera
una tragedia—, pero luego pensaba en mi futuro y cogía fuerzas.
Bueno, en nuestro futuro —dijo mirándome a mí y se me revolvieron
las tripas—, y ¿qué pensáis, lo logré o no? —dijo como si fuera un
espectáculo, un mitin político en el que los votantes tenían que
interactuar.
—¡Sí! —gritaron excitados al unísono y, con las fuerzas de la
confianza de sus votantes, comenzó un relato.
Louis está desquiciado, siempre ha logrado lo que se ha propuesto y ya lleva meses en Ámsterdam y aún no tiene lo que busca. Todos sus compañeros o, mejor dicho su competencia, han encontrado al menos a dos familias judías y él por ahora no ha logrado mandar a nadie.
Ganarse la confianza de los protectores de los judíos no es una tarea tan fácil como esperaba. Con el anciano no tardó, pero éste estaba enfermo y necesitaba aferrarse a cualquier cosa, por lo que no tiene mérito. Los otros hablan y comparten opiniones, pero nunca revelan el gran secreto que Louis se muere por oír.
Ese día va a tirar la toalla. Capturará a los judíos que ha estado ayudando y al viejo decrépito. Piensa que sus objetivos se han visto truncados. Menos mal que está con la hija del jefe de Auschwitz y eso le ayudará en su futuro.
Va a la taberna donde se reúne con el resto de traidores y decide que al menos les mandará a un campo de concentración para que sufran por no haberle dado lo que él buscaba. Contempla la tortura como un medio para sacarles la información, aunque una parte de él sabe perfectamente que no cantarán, pero podrá desquitarse con ellos las frustraciones.
Sin embargo, como siempre, parece que la suerte se pone del lado de Louis y eso se manifiesta con la llegada sulfurada del «Líder» de los traidores, Adiv.
—Han detenido a Dror—grita en la taberna.
Louis permanece quieto observando hacia dónde le llevará ese nuevo acontecimiento. Es como un predador esperando a que su víctima le dé la mínima oportunidad de zampárselo.
Como siempre en estos meses de actuación continua, finge preocuparse por los suyos y sus protegidos. Intenta dar con un plan que les ayude a salir de esa situación.
Sin embargo, un pensamiento
ronda su cabeza. Quién de sus competidores se habrá apuntado el
tanto de descubrir a Dror.
—¿Quién ha sido la persona que era un
espía?—pregunta fingiendo estar
conmocionado.
—Ademaro.
«¡Mierda!», piensa en su fuero interno. Ademaro es competencia
directa y por lo que se ve, bastante listo el cabrón. Se plantea
incluso meterle un tiro algún día mientras duerma. Louis se levanta
para comenzar a golpear al hombre que tiene enfrente cuando de su
boca brotan las palabras que más ha querido escuchar y en las que
ha puesto todo su esfuerzo.
—Ademaro nos conocía a todos menos a
ti—dice Adiv mientras pasea nervioso de un
lado para otro—, no tardarán en venir a
detenernos y nuestros protegidos quedarán desamparados. Confío en
que ninguno de mis hombres traicione a su protegido aunque sobre
ellos caiga la peor de las torturas…
—Por supuesto—dice
Louis afilando los dientes y casi babeando de la emoción—,
yo nunca lo haría—pone
cara de niño bueno y se pellizca un huevo para que una lágrima
brote de sus ojos.
—Sé que juré que no se lo daría a nadie, pero
tiempos desesperados merecen medidas desesperadas—dice Adiv temblando con el temor propio del que sabe lo
que le espera—. Si no te doy las
localizaciones no podrás ayudarles cuando nos hayan
capturado.
—Aceptaré tu decisión—dice Louis nervioso e impaciente por darle un bocado al
pastel que acaba de ganar. Finge entender perfectamente a Adiv,
para que éste confíe en él. Es consciente que se debate entre el
todo o nada.
—Louis, vas a ser una responsabilidad muy
grande. Tendrás que volver a organizarte y ayudar a esos pobres.
Tienes que comprometerte a morir por la causa y, como ya sabes,
«solo Dios nos juzgará».
—Claro—dice mientras su
mirada empieza a tornarse como la de una serpiente.
Adiv se marcha a la habitación a por el documento más peligroso que
nunca ha tenido: las localizaciones de decenas de judíos escondidos
en la ciudad. Sabe que esa noche va a morir pero por lo menos
conserva la esperanza de que el joven Louis le ayudará y su muerte
no habrá sido en balde cuando los judíos sobrevivan a la
guerra.
Louis espera abajo con nerviosismo sabiendo que le han venido las
mejores cartas para ganar la partida.
—Toma—dice Adiv
entregándole el trabajo de los últimos años mientras se gira para
beber un vaso de agua.
El libro desprende una halo de luz que ciega a Louis, que lo
arranca sin piedad. Casi llora por el descubrimiento que tiene
entre manos. «Todo trabajo da su recompensa», piensa emocionado.
Entonces se da cuenta de un detalle, ya no tiene que
fingir.
Odia tanto a los traidores que decide darse un premio antes de
marcharse a contar a su batallón lo descubierto e ir a por los
judíos. Mientras Adiv se gira, Louis le golpea con un vaso en la
cabeza
—¿Qué haces?—pregunta
éste con el terror clavado en el rostro.
—Lo que deseaba hace mucho tiempo, machacarte.
Ademaro no es el único espía—disfruta con
el horror que producen estas palabras a Adiv.
Le golpea pero no le mata, antes quiere que vea algo, merece un
sufrimiento mayor.
Llegar ante los jefes y ofrecerles ese libro es lo mejor que le ha
pasado en la vida. Ve sus caras y oye sus palabras.
—Ascenso mañana mismo.
Organizan al ejército y parten a por todos los judíos que aparecen
en la lista. Casa por casa. Ninguno quedará libre. Solo hay una
persona que viaja con ellos que no pertenece a las SS, Adiv,
sujetado por los fuertes brazos de Louis, que quiere que sufra
viendo cómo va a morir por nada.
Louis siente alegría al ver todos los escondites y cómo sin su
ayuda, pues estaban bastante bien elaborados, nunca habrían dado
con ellos. Deja un lugar para el final. Quiere hacerlo él mismo. Lo
necesita.
Es donde empezó todo. Una fábrica a la que ha tenido que ir mil
veces a ayudar a los judíos para poder fingir ser su protección.
Rememora con asco cómo las niñas le empezaban a coger cariño y
esperaban contentas que acudiera con libros. Cómo el anciano médico
le tuteaba o cómo los padres le espetaban que trajera más
comida.
Allí es donde todo tiene que terminar, pero antes quiere que el
anciano enfermo sea llevado junto a él.
Mientras entra con los perros y custodiado por decenas de soldados,
sonríe pensando que todo ha acabado.
Va al despacho por el que ha entrado miles de veces a su escondite.
Por supuesto, ninguna luz ni ningún ruido por parte de los
inquilinos escondidos. Quiere subir él solo y da la orden de que
pasados cinco minutos suban los demás con el anciano y
Adiv.
Como siempre, las dos niñas salen a su encuentro ilusionadas, pero
algo frío en el rostro de Louis hace que retrocedan y tengan
miedo.
—¿Ya no me queréis?—pregunta Louis con una voz tan desagradable que produce
temblores hasta en el padre de las jóvenes—, he esperado tanto este día que creo que voy a llorar de
la emoción.
Mientras todos se arrejuntan y se temen lo peor, algo se rompe tras
ellos y miles de soldados con armas irrumpen en la estancia
sedientos de su vida. Las familias se unen y gritan, reciben golpes
y no se separan. Al final, pese a la resistencia, los soldados son
más fuertes y los apartan.
Niños y mayores gritan, se estremecen y se mean encima. Louis
sonríe al anciano enfermo.
—Gracias, sin ti nada de esto habría sido
posible.
El hombre llora y empieza a convulsionar. Le ha dado un ataque al
corazón, mira a sus judíos y muere pronunciando una disculpa a cada
uno de ellos. El último nombre que pronuncia con todo el pesar es
Anne…
—¡Qué suerte tuviste! —grita Hess, que está emocionado por el relato.
—No se llama suerte, se llama hacer un buen trabajo —dice
Layla mientras le guiña un ojo a
Louis.
—Por supuesto —contesta a Layla con una sonrisa que
quiere
decir «ahora no, que está Juliana—. Luego todo fue muy
sencillo,
Adiv y los demás recibieron su castigo junto a sus propias familias
y
yo recibí los agradecimientos de los altos cargos —dijo con
orgullo. —¿Qué pasó con los judíos? —pregunté conteniendo mis
sentimientos—, con Anne… —dije rememorando ese último nombre
y
al anciano que lo pronunciaba.
—Con los judíos… —se giró mirándome extrañado. Como si
yo no tuviera que hablar y fuera solo una marioneta situada
detrás
de él—, fueron a diferentes campos y con la judía Anne… —No sé cómo
puedes recordar su nombre, Juliana —interrumpió Layla mirándome con
desdén—. Además, ¿qué más da lo
que ocurrió con ella?
—Si a mi chica le interesa, yo se lo digo —la cortó Louis,
que
se había tomado mi pregunta como interés hacia lo que había
hecho
enmi ausencia—. Creo que primero estuvo aquí y la trasladaron
a
Bergen-Belsen, tenía fiebre o algo así…
Sin mediar palabra, comencé a correr hacia los lavabos para
expulsar la agonía en forma de vómito. Lloraba
desconsoladamente
mientras recordaba cómo Louis había hecho daño a decenas de
personas y eso le había valido un ascenso. No pude evitar sentir
tristeza por Anne, aunque no la conocía, imaginándola en el mismo
hospital sucio donde mi Ada nos había abandonado.
Intenté limpiarme la boca y la cara en el lavabo, aún con la
congoja matándome por dentro. No podía hacer nada para evitar
todo
loque sucedía a mi alrededor y eso, tarde o temprano, acabaría
conmigo. Solo veía la luz por tener a Ishmael, me tenía que aferrar
a él
e impedir que formara parte de la narración de ninguna de estas
macabras historias.
Cuando abrí la puerta, alguien me estaba esperando fuera.
No
era Louis, sino Alger. Mantenía su mirada vacía y triste, pero se
acercó a mí.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó con precaución. —Ya no puedo
soportar esto —afirmé.
Alger se disponía a abrazarme cuando un carraspeo nos interrumpió.
Louis estaba detrás, con una mirada cargada de odio hacia
Alger.
—Gracias por venir a ayudar a MI
CHICA—enfatizó en estas
dos palabras—. Me han informado de que en mi ausencia has cuidado
muy bien de ella, pero ahora que he vuelto no hace falta
que
sigas haciéndolo. Ya me encargo yo —dijo dirigiéndole una
mirada
enfadada.
—Está bien. Me marcho. Adiós, Louis. Adiós, Juliana —dijo
mientras me pedía perdón por dejarme sola.
Le seguí con la mirada hasta que se marchó por el umbral
de
la puerta.
—¿Qué te ha pasado? —me preguntó mientras me abrazaba de
manera fría.
—Nada, me encontraba mal. Algo de la cena, supongo. —Espero que eso
no te impida comer, y haz el favor de comportarte delante de los
demás.
—Claro, lo siento —dije sin personalidad.
Regresamos al escenario entre miradas recriminatorias
hacia
mi persona por haber quitado el protagonismo al héroe Louis. —Mi
chica, que está un poco mala. Los nervios por mi regreso —afirmó
Louis, y todos sonrieron con precaución.
—Propongo un brindis. ¡Por Louis, nuestro mejor espía! Es
un
honor tenerte entre nosotros.
Todos levantaron su cerveza y gritaron: «¡Por Louis!». Él fingió
emocionarse y, tras llamar la atención, bebió un largo sorbo
de
su cerveza dejando tan solo el culo del vaso.
—Ahora, sintiéndolo mucho, me tengo que marchar con Juliana a darle
su regalo de cumpleaños —todos rieron como si fueran conocedores de
éste y las mujeres enrojecieron con odio—. No
le digáis nada, que ella aún no sabe cuál es su sorpresa —añadió
con
complicidad.
La comida era en un salón en el mismo recinto reservado para nosotros dos. Solo había una mesa con dos sillas en el centro. La mesa estaba coronada por tres hermosas rosas rojas y unas velas que debían dar el romanticismo a ese momento.
Louis me apartó la silla para que me sentara. Después silbó y un camarero apareció transportando dos platos cubiertos que colocó delante de cada uno de nosotros. Después apartó el plato que cubría y pude ver dos filetes.
—Es buey. Mi comida favorita —dijo Louis—. ¿Te
gusta? —Sí —respondí sin apetito.
—Me alegra que hayas estado mientras contaba mi trabajo. Que
sepas que en todos estos meses pensar en ti era lo que me daba fuerzas mientras estaba con los desleales.
—Gracias —dije sin saber qué responder,
asqueada por el hecho de que mientras hacía el mal pensara en mi
persona.
—Te noto cambiada, Juliana —dijo y yo tuve miedo de que descubriera
por qué—, supongo que el trabajo te habrá alterado, pero tranquila,
ahora que he vuelto no tendrás que hacerlo más.
—A mí me gusta trabajar —dije sin haber dado ni un bocado ami
comida. No podía permitir que me quitara lo único por lo que
vivía.
—Supongo. Te habrá mantenido la cabeza despejada y te habrá ayudado
a que no sufrieras por mi ausencia, pero ahora que he vuelto, todo
ha cambiado.
—Me gustaría seguir haciéndolo —casi supliqué.
—Pero no lo vas a hacer y menos después de hoy. ¿Cómo crees que
quedaría que mi chica tuviera que trabajar? Parecería que no me
puedo hacer cargo de ti. No, no trabajaras más —afirmó mientras me
rompía en mil pedazos.
—Por favor, déjame trabajar esta última campaña que ya he empezado.
Solo son dos semanas más —mentí.
—Bueno, esta última campaña y ya. Además, a partir de hoy tendrás
muchas cosas que hacer fuera —sonrió.
La comida siguió en esa misma línea. Yo apenas probé bocado yme
dediqué a escuchar una y otra vez su relato, lo que hacía que se me
revolvieran las tripas. Finalmente el camarero se acercó con un
gran pastel de fresa.
—Creo que es el momento de que te dé tu regalo.
No podía ni imaginarme qué sería, pero él parecía muy seguro de sí
mismo, como si me conociera y supiera qué me podía gustar y qué no.
Sacó una cajita pequeña del bolsillo trasero y me la tendió. Mis
manos temblaban haciéndose a la idea de lo que podía contener. La
abrí con lentitud ante la desesperación de éste, como si el hecho
de prolongar el momento pudiera eximirme de él. Mis peores temores
se hicieron realidad y un llanto clamó en mi garganta. En el
interior de la caja solo había un anillo con un gran
diamante.
—¡Nos casamos, Juliana! —no era una petición, sino la confirmación
de un hecho—. He estado organizándolo con tu padre y ya solo
quedaba que lo supieras tú —esperó mi respuesta pero yo solo pude
llorar más y más—. Veo que estás emocionada, ya se lo dije a tu
padre. El mejor regalo que te podíamos dar. Por eso te decía antes
que no ibas a disponer de tiempo —empezó a darme mucha información
a una velocidad vertiginosa—. Tienes que prepararlo todo. Además,
tengo otra sorpresa: todos los altos mandos vendrán, puede que
incluso Hitler.
—Ah —fue lo único que mis fuerzas me permitieron decir.
—Todos los chicos casi se mueren cuando les he dicho esto. Bueno,
todos no… —miró hacia otro lado—. ¿Sabes qué? Creo que a Alger le
gustas, pero no te preocupes, que me encargaré de eso.
—Vale —dije ya sintiendo que me abandonaba a mí misma.
—En cuanto a trabajar, entenderás que después de ser mi esposa vas
a tener otras funciones y no puedo permitir que te vean por ahí en
la fábrica. ¡Bastante tendrás con las cosas de la casa y los niños!
Supongo que te hará mucha ilusión criarlos como una buena
esposa…
Esposa fue la última parte de su intervención que escuché. Con su
discurso recordé La liga de las Muchachas
Alemanas, ese sitio al que acudí mientras los chicos iban a las
Juventudes Hitlerianas. Fue ahí donde me
enseñaron que mi máxima aspiración era hacerme la señora de la casa
y criar muchos niños arios. Fue ahí donde descubrí que mis
esperanzas de dedicarme a algo más que limpiar y criar retoños eran
contrarias al régimen y que yo estaba equivocada.
Mimayor temor se había cumplido y no tenía elección. No en esa
época. Soñaba con un mundo en el que las mujeres pudieran elegir su
futuro, pero ese mundo no llegaría lo suficientemente rápido para
mí.
Padre me había dado mi tiempo antes de buscarme un marido a su
elección. Incluso cuando llegué aquí me dejó elegir. La culpa era
solo mía por haberme fijado en Louis al principio y ahora todo
estaba en marcha y yo no lo podía parar. Sin embargo, debía una
explicación a alguien y eso no lo podría aguantar.
Llegar a escondidas al despacho donde pronto dejaría de trabajar no me costó nada. Girar el pomo y entrar fue algo más complicado. Me disponía a acabar con sus esperanzas y las mías y no tenía el valor ni las ganas para hacerlo. Solo quería llorar y que él me salvara de las garras de Louis, pero sabía que no podía y solo conseguiría que Ishmael se sintiera mal.
Abrir la puerta y verle tampoco ayudó a sacar fuerzas para lo que me disponía a hacer. Ishmael me recibió con su sonrisa cálida, levantándose casi al instante para acudir a mis brazos.
No debía pero sus ojos verdes me hipnotizaron y respondí a sus besos con uno tan agresivo que me partía en dos. Tal vez fuera el último y lo tenía que aprovechar. Me abrazó como siempre hacía mientras me decía:
—¿Dónde te has metido? ¡Me has tenido todo el
día preocupado por si te había pasado algo!
Yo sonreí amargamente y, sin pronunciar palabras, me dirigí al sofá
donde me senté. No quería desmayarme en mitad de mi discurso. Él
hizo lo propio y, confundido, me siguió.
—¿Qué ocurre, Juliana? —dijo preocupado.
—Tengo que hablar contigo —dije con un hilo de voz mientras
escondía en mi espalda la mano con el anillo.
—Te escucho —dijo. Ya no estaba divertido, sino a expensas de mis
palabras.
—Yo… lo siento… —la voz me temblaba y, con cuidado, saqué la mano
con el anillo—. Louis ha vuelto —Ishmael escuchó mis palabras y
miró mi mano. Un torrente de sentimientos cruzó su
rostro.
—Entiendo —dijo al final amargamente.
—¡No tengo elección y lo sabes! No quiero, pero debo casarme con él
—dije intentando justificarme.
—Y me parece bien.
—¡No mientas y dime lo que piensas! —desesperé.
—No te miento —dijo con los ojos rojos—, creo que te debes casar
con él.
—¡No puedes hablar en serio! —dije mientras caía un botón de mi
vestido—. ¡No quiero oír eso! ¡Pídeme que no lo haga!
—No puedo —contestó abatido.
—¿Por qué? —pregunté con desesperación. El drama desbordaba ese
momento.
—Porque te quiero y esto es lo mejor para ti…
—No puedes pensar eso. ¡Te lo prohíbo! Lo mejor para mí es estar
contigo —la conversación no era para nada como esperaba. Yo creía
que él iba a suplicar y yo sería la racional, y era totalmente al
revés.
—Escúchame, por favor —me pidió mientras me agarraba las manos—,
estar contigo aquí es lo mejor que me ha pasado. Me ha devuelto la
vida —una lágrima recorría su precioso rostro inescrutable—, pero
ambos sabíamos que esto no tenía futuro. No ahora, no aquí, no en
este momento —sentenció.
—¿Así que te rindes? —sabía que mi pregunta era egoísta, pero
noquería perderle.
—Si te lo quieres tomar así… sí, me rindo —debió notar que me
desencajaba, porque añadió—, y no porque no quiera estar contigo,
sino porque no puedo. Yo soy un prisionero y cualquier día puedo
morir, y eso no depende de ti.
—No me digas eso —no concebía un universo donde Ishmael no
estuviera.
—Sabes que es verdad. Además, no tengo nada que ofrecerte. Nunca
tendremos un hogar, nunca tendremos hijos… solo puedo darte
encuentros furtivos en esta sala mientras el destino no se tuerza
y, o muera o me envíen a otro lado. Te mereces una vida real y
Louis te la puede dar.
—No quiero tener una vida real o imaginaria si no es a tu
lado.
—¿Y qué quieres que te diga? ¿Te parecería bien que te pidiera que
dejaras todo de lado y tuvieras una mierda de vida por
mí?
—Exactamente, eso es lo que quiero que me pidas y es lo que yo
estoy dispuesta a darte —dije aferrándome a su camisa arrancándole
un botón.
—Pues no lo voy a hacer. Vive feliz. Deja de ser una niña y acepta
la realidad que nos rodea —dijo serio mientras se alejaba de
mí.
—Probablemente tú mueras en esta guerra y yo no. Supongo que viviré
muchos años en mi cuerpo carnal, pero mi alma va a morir en el
momento que me aleje de ti. ¿Estás dispuesto? ¿Quién dijo que vivir
era felicidad y no una tortura por no estar a tu lado?
—Estoy dispuesto a aceptarlo. La vida es muy larga y acabarás por
aceptar la situación. Además, no hay otra opción, tú misma lo has
dicho, no es una elección, es una obligación —se levantó y empezó a
mirar por la ventana mientras su pecho se movía arriba y abajo a
una velocidad que me asustaba.
Estaba destrozada, sentada en el sofá con la cara entre las manos.
Tenía que encontrar la solución a la situación pero no había o no
la veía. La desesperación me partía el pecho en dos. Estaba tan
cerca y a la vez tan lejos de él que me daba miedo. Si no era capaz
de aguantar un instante, menos lo sería toda una vida. Las
soluciones locas llegan en momentos desesperados y yo me aferré a
lo que consideré obvio. Me levanté lentamente hasta estar a su lado
y lentamente me arrodillé.
—Cásate conmigo —supliqué.
—¡Levanta y deja de decir tonterías! —dijo enfadado—. ¿Te crees que
es fácil para mí lo que estoy haciendo? No me lo pongas más
difícil, por favor… —suplicó.
—No es ninguna tontería. Yo, Juliana Stiel, te pido… —balbuceé—, te
suplico que te cases conmigo.
—¿Y cómo nos casamos? —dijo con ironía, pero entreví una puerta a
la esperanza:
—Díselo a cualquier compañero tuyo. Nos casaremos ante tu Dios y el
mío; así aunque tenga que hacer la pantomima con Louis, no tendrá
validez puesto que a ojos de Dios tú y yo seremos marido y
mujer.
—¿Crees que un Dios que no se preocupa de estas barbaridades va a
estar atento a nuestro matrimonio?
—No lo sé, pero necesito confiar. Necesito darte el sí quiero y
confiar en que ésta sea mi boda. Quiero unir mi destino al tuyo de
unamanera que nadie en la Tierra pueda cambiar.
—¿Te das cuenta de que ni siquiera tengo una alianza que ofrecerte?
—dijo mirando mi mano con el anillo.
—¿Crees que me importa la alianza? —dije arrancándome el anillo y
tirándolo al suelo.
—Sé que no —dijo finalmente.
—¿Te casarás conmigo? —pregunté.
Ishmael se quedó pensativo. Quería introducirme en sus
deliberaciones y obligarle a que la respuesta fuera un sonoro sí.
Introduje las manos en mis bolsillos y palpé dos botones que saqué
al exterior. Uno era precioso y dorado, el otro blanco y
desgastado.
—Botones.
—¿Qué? —preguntó.
—Nos casaremos con los botones. Es algo que ambos tenemos y para mí
será mejor que el diamante más caro de la historia.
—Juliana… —dijo mientras me acercaba a él—, ¿qué he hecho yo para
tener esta suerte en la vida?
Me parecía irónica su frase después de todo el sufrimiento que
había pasado. Me hundí en su pecho abrazándole con fuerza para que
no escapara de mí.
—¿Te casarás conmigo? —pregunté respirando de él.
—No tengo otra opción —rió.
—Organízalo para mañana. Conseguiré que os saquen de aquí ati y a
unos compañeros, y nos casaremos.
—Que Dios decida si acepta esta locura. Si no hay fe, no puede
haber milagros —dijo riendo.
—La aceptará, no le daré otra opción.
Poco a poco me separé de su torso para encontrarme con sus labios.
Éste sería nuestro último beso antes de ser su mujer. Estaba
completamente segura de la boda. ¿Qué es lo que quería Dios de las
parejas que se prometían? Que hubiera amor, y eso rebosaba en
nosotros. Me casaría con él y ninguna otra boda tendría
validez.
CAPÍTULO 28
Regresé al barracón sin poder evitar una risa tonta cada vez que me acordaba de ella. Definitivamente me había enamorado de una persona que no estaba bien de la cabeza y me encantaba su locura. Cómo se había arrodillado ante mí para pedirme matrimonio y casi me había obligado a ello.
Yodeseaba casarme con ella, pero no entendía el «matrimonio» que ella me había ofrecido desesperada. Sabía a ciencia cierta que ella confiaba en que su idea era factible y real. Se había aferrado a la idea de que Dios nos protegería y dotaría de validez nuestra aventura de una manera enfermiza.
No puede evitar alegrarme cuando comprendí que no se iba a quedar de brazos cruzados ante la situación que le imponían desde fuera. Pese a que las palabras que brotaban de mi boca decían lo contrario, yo deseaba con todas mis fuerzas que ella se opusiera y no dejara que mi determinación fuera nuestro final.
Ya no confiaba en Dios. No podía después de que permitiera que todas estas cosas me ocurrieran en la vida. Sin embargo, sabía que si me casaba a su modo con Juliana, no se sentiría culpable de la boda que tenía que aceptar un tiempo después y con eso me bastaba. Juliana sería feliz imaginando que era mi esposa y que estábamos engañando al sistema.
Tenía que contárselo a mis compañeros puesto que ella quería que acudieran y nos casaran. No tenía claro cómo empezar a planteárselo y menos después de mi alejamiento las últimas semanas.
Comencé por seleccionar a los elegidos de mi confianza y supe que quería que Nathan, Ivri, Elezar e Isajar me acompañaran. Me habría gustado que viniera Alberto, pero no sabía hasta qué punto se podía confiar en un niño tan pequeño.
Cuando llegué al barracón, corrí a su encuentro
con una sonrisa nerviosa.
—Necesito hablar con vosotros —dije.
Tenía miedo a que no quisieran. No les culpaba, ya que no era para
menos. Me había despreocupado de cuidar la amistad durante mucho
tiempo y no era de extrañar que las cosas se hubieran
enfriado.
—Vale —contestó Ivri con precaución y detrás de él todos
asintieron.
Nos apartamos un poco de los oídos indiscretos. Notaba la
curiosidad de mis amigos y no les quise hacer esperar. Mi único
deseo es que me perdonaran, comprendieran y ayudaran.
—Tengo que pediros un favor que os pondrá en peligro. Sé que no he
sido la mejor persona estas semanas, pero necesito vuestra ayuda.
Por favor, escuchadme y decidir lo mejor para vosotros. Entenderé
cualquier postura que toméis —dije serio.
—Te escuchamos —dijo Eleazar con una sonrisa que infundía
confianza.
—Tiene que ver con Juliana… la hija de Raymond Stiel —todos
pusieron cara de no comprender nada, excepto Isajar, que me miró
con mucha atención.
Quise contar la historia de la mejor de las maneras. Así que empecé
poco a poco para que comprendieran por qué sentía esto tan grande.
Hubo en momentos que me quedé paralizado al recordar todas las
cosas que habíamos vivido en tan poco tiempo. Al final llegué al
momento de mi padre y ahí muchos empezaron a comprender todo lo que
había tenido que aguantar.
—¿Por qué no nos lo dijiste? —me interrumpió Ivri.
—Me dolía siquiera pensar el ello…
Proseguí el relato con mis semanas en la más absoluta agonía. Les
conté cómo ella me había espiado desde el fango solo para
asegurarse que yo estaba bien hasta el día que la confundieron con
una de nosotros y le pegaron una paliza. Quise que comprendieran la
doble moral que manó en mí en esos instantes.
—¿Por qué decidiste volver a hablar con ella? —preguntó Nathan, que
parecía encantado con lo que oía.
—Por mí —contestó Isajar—, ella es la mujer que me llevó con mi
hermana.
—¿La qué tanto ayudó? —preguntó Ivri.
—Sí. Mi hermana me pidió que hablara con Ishmael como último deseo
para ayudarla y lo hice.
—Esa misma noche tuve un juicio interno y decidí que había sido
injusto por ella.
—¡Pues claro! —dijo Eleazar—, no puedes culpar a una persona porque
en este mundo irracional, por una frase, se cometan
estosactos.
A partir de ahí me ruboricé. No me gustaba mostrar mis sentimientos
con otra persona que no fuera Juliana, pero ahora debía hacerlo.
Ellos tenían que comprender perfectamente por qué se iban a
arriesgar. Relatar los sentimientos hizo que me diera cuenta de que
es muy difícil poner determinados pensamientos en
palabras.
Todos escuchaban sin parar de atender. Les relaté cómo cada día
había sido un paraíso junto para mí en esa estancia que estaba
impregnada de amor prohibido.
Finalmente llegué a la parte de hoy y les relaté con cuidado cómo
Louis había vuelto y las consecuencias que ello había
tenido.
—¿Quieres que matemos a Louis para que tu Juliana no se case?
—preguntó con precaución Ivri.
—Por supuesto que no.
—¡Ah, creía! Aunque tampoco me importaba morir matando, pero
imagínate la Manuela… —todos rompimos a reír.
—Juliana tiene la teoría de que si nos casamos antes, ante Dios su
matrimonio con Louis no tendrá validez, al menos divina
—dije.
—¿Casaros? —interrumpió Isajar—, pero… ¿cómo?
—Quiere que uno de vosotros nos case mañana. Esto es lo que os
quería pedir.
—¡Es una locura! —dijo Ivri.
—Más que locura, yo diría que se te ha ido la cabeza. ¿Quieres que
ayudemos a que la hija del mayor nazi se case con uno de nosotros?
¿Sabes lo que nos estás pidiendo? ¿Sabes lo que ocurriría si se
entera cualquier capo? Es la información más valiosa que he oído
desde que he llegado aquí —dijo Isajar.
—Os estoy pidiendo que arriesguéis vuestra vida, por eso entiendo
que os neguéis —dije con sinceridad.
Todos se quedaron callados mirándose los unos a los otros mientras
negaban con la cabeza. Estaban asustados y lo comprendía. Solo
faltaba que el primero se negara para que uno tras otro hicieran lo
propio.
—Soy bastante mayor y la verdad es que vivir así no me merece mucho
la pena. Cada día espero hacer cualquier tontería y que me maten.
Por lo menos si me matan por esto será por algo importante. Cuenta
conmigo, Ishmael —dijo Eleazar—, siempre supe que entre esa joven y
tú ocurriría algo.
Los demás se quedaron más perplejos que yo. Todos esperaban una
negativa por parte del que considerábamos el más sabio. Como yo
sospechaba, no tardaron en pronunciarse los demás:
—Te lo debo después de lo de la Manuela —dijo mientras me daba un
golpe en el hombro—. Además, estoy pensando hacer lo mismo con
ella. Creo que la idea de que Dios nos ayude en matrimonios
furtivos cada vez me gusta más —dijo con su alegría característica
y todos no pudimos por menos que sonreír.
Ver que Ivri me había dado también su bendición hinchó mi ego.
Resulta raro comprobar que tienes amigos de verdad, de ésos que
aunque te hayas largado por una época puedes contar con ellos
porque sabes que están ahí.
—Deja de decir tonterías, Ivri —comenzó Isajar dándole un codazo y
todos le miramos sabiendo que se negaría.
—Entiendo tu postura —dije a Isajar.
—¡Pero si aún no la he dicho! —me espetó—. Digo que con celebrar
mañana una boda tendremos suficiente. Que nos deje descansar un
poco, Ivri.
—¿De verdad también me vas a ayudar? —pregunté incrédulo.
—Claro, le debo mucho a esa señorita —agregó.
Ya solo nos quedaba Nathan, que permanecía en un segundo
plano.
—¿Y tú? —preguntó Ivri.
—Pensaba que no hacía falta que lo dijera. Siempre he apoyado a
Ishmael, no voy a fallarle ahora.
Ya no eran compañeros, eran familia.
—¡Ves como sabía que eras un ligón! —me dijo Ivri riendo—, te has
ido a por lo más alto.
—La verdad es que no sé qué habrá visto en él esa chica… —dijo
Isajar mientras fingía que pensaba en voz alta—, un tío feo, pobre…
algo muy bueno tienes que tener y no quiero saber el qué —dijo
sacando la lengua.
—¿Qué comida habrá en el banquete? —dijo Ivri de broma—, porque yo
he aceptado solo porque me muero de hambre.
—Creo que ternera —dije de cachondeo.
—Mierda, no me gusta la ternera. Creo que le pediré al camarero que
me cambie el menú —dijo mientras sin querer se relamía la boca
imaginando comida.
Así permanecimos hasta que nos mandaron ir a las camas, bromeandoa
base de codazos, riendo y pareciendo personas normales. Si alguien
nos hubiera observado por un agujerito esa noche no habría podido
siquiera imaginar todo lo que llevábamos cargado a nuestras
espaldas. De algo estuve seguro: nuestra humanidad no había sido
arrebatada por los nazis.
Esta vez era diferente a todas las demás, pedir ayuda a Alger me hacía sentir egoísta; no solo iba a poner en peligro su cargo y su propia vida como en otros momentos, sino que iba a romper su corazón. Si con Louis le dolía, con Ishmael aún más por un motivo concreto: Alger sabía que yo no quería a Louis.
No quería romper sus sentimientos con palabras. Se puede llamar temor o ausencia de valentía, pero decidí que la mejor manera de que el supiera todo era dejarle «Tormenta y pasión», mi diario personal.
Siempre había sabido que este día llegaría. Si en alguien iba a confiar mi secreto más preciado, era en él. Me habría gustado prepararel terreno para que el dolor fuera menos intenso en mi amigo.
No temía que dijera nada y menos después de leerlo, solo me preocupaba en qué estado iba a quedar él. Deseé con todas mis fuerzas poder dividirme en dos y que una parte de mí estuviera a su lado y le hiciera feliz. Pero no podía, yo era uno y no mandaba en mí misma.
Llamé lentamente a la puerta con los
nudillos.
—Adelante —contestó la voz de Alger.
Penetré en la habitación que compartía con Louis. Era extraño
ver lo diferentes que eran ambos. Louis tenía su parte con una gran bandera y decenas de fotos con personajes importantes del régimen. Alger por su parte tenía la mitad de su pared blanca, sin nada, como si esa habitación estuviera desocupada en el lado derecho.
Alger estaba limpiando sus botas en calzoncillos cortos de color blanco y una camisa sin mangas. Me percaté de lo guapo que se estaba poniendo en poco tiempo, madurar le sentaba muy bien. Cuandome vio, se tapó corriendo las piernas con la almohada, hecho que me produjo risa.
—Por favor, ¿puedes darte la vuelta mientras me cambio?, solo faltaba que Louis entrara y nos viera así —dijo avergonzado e incómodo.
—Está bien —dije girándome entre risas. Me lo imaginaba vistiéndose a toda prisa con pudor—. Recuérdame que te dé una foto para que adornes tu parte —dije de broma.
—Y tú recuerda avisar de que eres mujer cuando entres en la parte del pabellón de los chicos —contestó, aunque ya más calmado—. Está bien, puedes darte la vuelta.
Me giré con las manos apretadas en el manuscrito. Alger ya estaba de pie totalmente recto, con unos vaqueros y la camisa sin mangas. Mientras me indicaba que podía entrar, empezó a alisar la colcha que cubría la cama, como si no estuviera todo perfecto ya.
—Si buscas a Louis, no está, como puedes ver
—dijo celoso y eso me preocupó aún más.
—No, te buscaba a ti —dije cogiendo fuerzas una vez más—, quiero
que me ayudes en algo.
—¡Cómo no! Siempre que me buscas necesitas ayuda.
—Eso es mentira —dije, aunque sabía que desde fuera se podía ver
así.
—¿Qué es lo que necesitas esta vez? —dijo cansino.
—Primero quiero que leas una cosa —dije mientras con suavidad le
entregaba el manuscrito.
—Son muchas páginas. ¿No me lo puedes explicar tú? —dijo mirando el
grosor del libro.
—No, es necesario que lo leas para comprender lo que te tengo que
pedir. Quiero que lo leas entero y si llega Louis, te suplico que
lo escondas —dije suavemente.
—No está bien ocultar cosas a tu futuro marido —sentenció antes de
abrir el libro y ponerse a leer.
Mis memorias eran muy voluminosas, por lo que me senté en la cama
de Louis mientras Alger leía. Tenía el cabello negro alborotado y
la expresión de su cara denotaba un interés supremo por lo que
leía. Aún estaba en el inicio en las partes que podía soportar.
Temía cuando llegara a las duras, a aquéllas que más me gustaban a
mí y menos a él.
Verle con la sonrisa tonta mientras leía algún párrafo referente a
él me gustaba. Cualquier chica que le mirara como yo le veía se
enamoraría de él sin dudarlo siquiera un momento. En su futuro
tendría que haber una gran mujer.
De repente su rostro se tornó en agonía y solo salió de su voz:
«el día de las cajas». Había llegado al
momento en el cual yo había sucumbido al amor que poco a poco había
nacido en mí.
Después de ese momento, mirarle no era para nada agradable. Era
como ver a cámara lenta a una persona que se destroza, que se parte
en dos, que no comprende nada, que acaba de perder algo muy
valioso… De vez en cuando me miraba de una manera que hacía que yo
me sintiera fatal conmigo misma.
Cuando terminó, Alger apoyó el manuscrito encima de la cama. Y me
miró con los ojos rojos.
—¿Qué es lo que me quieres pedir esta vez, Juliana? ¿No te basta
con lo que me acabas de enseñar? —dijo Alger.
—Siento todo —dije intentando reducir su dolor.
—Supongo que eres consciente de que debo contar todo esto a tu
padre y a tu prometido.
—Sé que debes pero te pido que no lo hagas. Solo confío en ti
—añadí.
—¿No te das cuenta que de todas las tonterías, ésta es la mayor?
—dijo con rabia—. Te vas a casar con Louis, por el amor de
Dios.
—Ese punto era el que quería tratar contigo —dije—. No quiero
casarme con Louis.
—¿Y qué es lo que quieres entonces? ¿Casarte conmigo? —le cambió el
tono en la pregunta con cierta esperanza.
—No, quiero casarme con él —dije mientras con pena señalaba el
manuscrito.
—¿Quieres que te organice una boda con Ishmael? —escupió el
nombre—. Mira, lo que debería hacer es matarlo ahora
mismo.
—No lo harás. Tú no eres así, no matas gente. ¡Deja de fingir
delante de mí! —le grité—, no eres como los demás, por eso mismo
eres mi amigo. ¿De verdad quieres que acabe con alguien como
Louis?
—No —contestó inmediatamente—, pero hay otras posibilidades a tener
en cuenta.
—No concibo a ningún hombre que no sea Ishmael —dije antesde que
Alger dijera nada más.
—Pues yo no te ayudaré a que selles tu futuro con él —sentenció—;
además, que aunque quisiera no podría organizar una boda sin que
nadie se enterara.
—Lo único que deberías hacer es sacarle mañana del barracón
alamanecer y llevarle a la ladera detrás del pantano. Allí un
compañero suyo nos casaría.
—¿Y qué clase de boda es ésa? —me preguntó aún herido.
—La que yo deseo. Ante Dios yo sería su mujer, lo demás no importa
—contesté.
—Nunca te ayudaré en esta boda y, como puedes suponer, no vas a
trabajar más a la fábrica. No te delataré, pero no le volverás a
ver —dijo firmemente.
—Está bien, se lo contaré a mi padre y a todos y entraré en el
campo si ésa es la única manera de verle —dije echándole un
pulso.
—¡Jamás te meterían! —me contestó un poco nervioso.
—Sí, si intento matar a algún nazi o me convierto en traidora,
cualquier cosa por estar junto a él —dije poniéndome de
pie.
—¿Y si le matamos? —dijo poniéndose a mi altura.
—Creo que te puedes hacer una idea de la respuesta —dije, ahora de
puntillas.
—No serías capaz… —dijo más para sí mismo que para mí.
—No quiero amenazarte, no quiero que lo pases mal… Si no me quieres
ayudar, está bien —ahora le agarraba de los brazos—, pero no me
alejes de él. Lo haré sin tu ayuda, de modo que no tengas nada que
ver. De verdad que ahora mismo Ishmael y tú sois lo más importante
para mí.
En ese momento entró Louis, que nos miró confundido mientras yo
soltaba los brazos de Alger con rapidez.
—¿Qué haces aquí? —gruñó.
—Venía a verte —dije saliendo del paso.
—Hoy y mañana tengo mucho trabajo, Juliana —dijo sin quitar la
vista de Alger, que estaba con la cabeza agachada—, ya me tendrás
todos los días después de la boda.
—Lo siento —dije mientras cogía el manuscrito para
marcharme.
—No lo sientas tanto y empieza a comportarte —dijo mientras
setiraba en la cama.
Estaba claro que ahora que por fin me tenía, ya no necesitaba
seguir fingiendo que era un galán. Cómo iría la progresión del
trato nefasto de Louis hacia mí en el tiempo, solo él lo sabía.
Alger miraba a su compañero con descaro y enfado, como si no
comprendiese cómo podía tratarme así. Yo, que a sus ojos era
perfecta, era despreciada por Louis.
Antes de que la puerta se cerrara, oí un grito de la habitación.
Fue un grito desgarrador, como si a su emisor le doliera
pronunciarlo.
—Mañana te iré a buscar para el trabajo que tenemos que hacer en la
pradera…
Alger me iba a ayudar. Luego otro hombre habló y dijo: «sabes que te quedan dos semanas para trabajar»,
pero no le presté atención. Mi amigo me iba a apoyar y ésta era mi
última noche de soltera.
La noche no tuvo ningún incidente. De vez en cuando me giraba y veía a Ivri, que me miraba y decía entre risas: «mañana te casas», y yo fingía que me temblaban las manos.
No estuve nervioso ni soñé con nada relacionado al acontecimiento de mi boda. En lo único que se diferenció esta noche de las anteriores fue en que parecía que no tenía sueño y no paraba de despertarme cada veinte minutos, pero NO estaba nervioso.
Antes de que llegara a amanecer, el oficial al que ya reconocía como Alger entró en el barracón. Ese hombre no me solía dar miedo, pero ese día sí que lo hizo.
—Ishmael, sal fuera un momento —dijo con una
voz ronca cargada de asco.
Mis cómplices me miraron y yo les tranquilicé, Juliana habría
planeado este encuentro. Una vez fuera, sentí mucho frío y miré
hacia el cielo, en el que no se veía una estrella. La boda soñada
por Juliana iba a ser en un día nublado, ni la naturaleza nos daba
tregua. —¿Cuántas personas te van a acompañar a «eso»? —preguntó
sin mirarme a la cara.
—Cuatro, señor —dije con temor por su reacción. No las tenía todas
conmigo con que «eso» no fuera una trampa del oficial para detener
a mis compañeros.
—Entra y diles que salgan. Nos vamos ahora. No tardes mucho —dijo
mientras miraba al cielo.
Deprisa, llamé a mis compañeros, que con cierto miedo recogieron su
cama y me acompañaron fuera.
Alger no dijo ni una sola palabra más, simplemente nos indicó que
le siguiéramos y nosotros lo hicimos sin dudarlo.
No había dormido más de media hora en toda la noche y cada vez que lo hacía, sueños sobre mi boda con Ishmael no paraban de acudir a mí. Fui tantas veces al baño que temí haberme puesto mala, aunque en ningún momento lo vi como un impedimento, iría a mi boda aunque me muriera del dolor.
No podía evitar mirar el cielo cada cinco minutos con la esperanza de que las nubes se marcharan y me dejaran disfrutar de un día único en la vida de todo ser humano.
Alger apareció antes de que amaneciera y yo
bajé las escaleras corriendo. Tenía mala cara, con unas ojeras de
un violeta enfermizo.
—Voy a por Ishmael, lo llevaré a la colina que me dijiste. Cuando
amanezca, te quiero ver allí.
—Gracias —dije. Quería añadir algo más pero el se marchó antes de
que volviera a hablar sin decir nada.
Estábamos en las duchas. Nosotros no entendíamos nada, no tocaba ducha hasta el domingo; aun así nos metimos y disfrutamos del agua caliente.
A la salida había un uniforme nuevo para mí,
limpio, exactamente igual al anterior.
—Póntelo querrás ir presentable a «eso» —dijo amargamente
Alger.
Hice lo que me decía y me coloqué el nuevo uniforme tirando a la
basura el que había usado todos estos meses. Alger se marchó
mientras me vestía y me quedé con mis compañeros.
—¡Qué lujo, vas a oler bien para la novia! —dijo Ivri
alegre.
—El hombre ese la debe querer mucho para ayudarla tanto —agregó
Eleazar.
—Eso creo —por un momento tuve unos celos que se marcharon pronto.
Sabía que tanto ella como yo éramos uno.
Al rato regresó Alger y, sin hablarnos, nos volvió a indicar que le
siguiéramos. Pese a que tardamos mucho tiempo en llegar, seguía
siendo de noche cuando Alger nos indicó que estábamos en el sitio
apropiado.
Era el alto de una colina verde. Las margaritas habían empezado a
poblarla casi por completo. Un enorme roble que estaba a mi derecha
era la única señal para distinguir ese lugar de cualquier otro dela
colina, que se me hacia igual en todas sus partes.
Nos quedamos de pie sin saber si teníamos derecho a hablar entre
nosotros. Aunque no quería, unos pequeños nervios comenzaron a
correr por mi interior.
Con toda la delicadeza que me permitían mis nervios, coloqué un hilo blanco en los botones para que se convirtieran en los colgantes que ambos llevaríamos.
Estaba intranquila, inquieta, exaltada, alegre,
feliz, eufórica… no podía definir mi estado con una palabra en
concreto.
Siempre había imaginado mi boda como un gran acontecimiento al que
acudirían cientos de personas, vestiría las mejores galas,
comeríamos en el mejor lugar y vestiría un vestido del diseñador
perfecto. Pero mis ilusiones adolescentes no se iban a hacer
realidad. En lugar de eso me iba a casar a escondidas en una
colina, solo un amigo vendría a mi boda, comeríamos unos bollos que
iba a robar… pero en vez de entristecerme, me alegraba hacer algo
diferente. Además, había un detalle de mi boda que nunca había
imaginado y ahora no la concebía sin él: el sentimiento de amor tan
grande que tenía. Un sentimiento imposible de inventar o soñar si
no lo has sentido.
Me puse de pie y cogí el que iba a ser mi vestido. Ése que años
atrás mi madre me había comprado idéntico al suyo. Blanco y
sencillo, perfecto para la sintonía de este momento.
Me duché y me ondulé el pelo como si se me fuera la vida en ello.
Quería que Ishmael me viera como la cosa más bonita del mundo.
Luego, con cuidado, me coloqué el vestido y me miré en el espejo.
Al otro lado me respondía una persona preciosa que sonreía de oreja
a oreja.
Por un instante me apenó que mi padre no pudiera acudir a la boda
real de su única hija, pero ambos habíamos elegido caminos muy
diferentes que no se podían compaginar.
Durante la espera había empezado a amanecer y no había ni un rayo de Sol. Mis compañeros no cesaban de mirarme a hurtadillas esperando que yo expresara algún tipo de emoción que debía corresponderse con estos momentos. Sin embargo, yo estaba como cualquier otro día.
Me había cansado de repetirme a mí mismo que esta boda tan solo era una manera de ayudar a que Juliana siguiera adelante con su vida sin preocuparse, ni sentirse mal consigo misma.
Para mí solo era un momento como otro cualquiera para estar con ella, solo que seguramente supondría el final. Después de darle el pretexto para que se entregara a otro hombre sin preocupaciones, ella no tardaría en tener que marcharse, ya fuera por voluntad o no. Casi ardía al pensar que se casaría con otro y le daría una familia,y cómo esos vástagos la separarían irremediablemente de mi ser.
Respiré y puse mi mejor cara. Dios no nos iba a ayudar, igual que no lo había hecho tiempo atrás. Solo tenía que fingir que creía delante de ella. En mi interior no había expectación ante lo que iba a ocurrir, se trataba de mi mejor papel como actor para que ella fuera feliz.
Andar hacia el altar al aire libre que había seleccionado me vino bien para calmar los nervios. Recogí unas margaritas del suelo y me las puse por el pelo ondulado.
Iba despacito, aprovechando cada momento previo. Sabía que allí estaría el novio esperándome, como debe ser, y que se sorprendería al ver llegar a la novia.
Confiaba tan ciegamente en que el Señor nos
apoyaba en mi idea, que no la cuestioné ni una sola vez.
Solo había mentido en algo a Ishmael, después de casarme con él
nunca me entregaría a Louis, ya tendría tiempo de idear algún plan.
No podía casarme con alguien por el que no sintiera las emociones
en la boca del estómago que tenía ahora.
Había llegado al punto en que empezaba el camino para subir la
colina. En cinco minutos todo habría terminado y mi sueño sería un
hecho.
Seguía viendo todo lo negativo a la locura que quería Juliana. Suponiendo que Dios estuviera de nuestra parte, era una boda que ella no se merecía, no había banquete, ni música… ella debía tener lo mejor y, viendo lo máximo que yo podía ofrecerle para su día más especial, no me sentía la persona indicada para hacerla feliz el resto de su vida.
Un sonido ahogado de mis compañeros me indicó
que ella debía estar a punto de llegar.
El aire me azotó como informándome de que debía erguirme para
recibirla. Los pájaros comenzaron a cantar con una melodía
indescriptible, hermosa. Las flores se movieron al ritmo del viento
dejando un aroma delicioso. Finalmente, al otro lado de la colina
surgió ella, e iba tan preciosa que no pude creer lo afortunado que
era de tocarla siquiera.
Ella me respondió con una amplia sonrisa al tiempo que aceleraba el
paso. Me sentí por primera vez vulnerable, ella, una diosa deébano;
yo, su pordiosero. No entendía por qué, pero temblaba y reía como
un tonto ante su visión.
Finalmente hasta el cielo cedió ante ella, mostrando unos rayos que
la iluminaban asemejándola a una diosa. De repente me di cuenta de
que estaba llorando como siempre había imaginado que haría el día
que estuviera en el altar.
Es más, creía que Dios estaba a su lado ayudándola a llegar a mi
lado.Esto no era una pantomima. Esto era la boda más real a la que
había asistido. Todo lo que me había pasado, todo el sufrimiento,
el dolor, la tragedia, merecían la pena para mí. Ahora le
encontraba el sentido, me había llevado hasta ella. Una vida normal
no me habría proporcionado ni de lejos la felicidad de verla
dirigirse hacia mí por su propia voluntad. Porque me amaba. Después
de mucho tiempo me sentí mal por haber dejado de creer en Dios en
algunos momentos. Él debía quererme mucho si me había dado tanto.
En ese momento veneré en Dios más que nunca.
—Ella está preciosa. Tu padre estaría orgulloso de ti —dijo Eleazar
mientras me acariciaba el hombro.
Un paso más y le vería. Eso me decía mientras subía de manera costosa la colina. El Sol me cegó los ojos, pero tras poner una mano en la frente y tapar los rayos que me iluminaban, le distinguí.
Allí estaba él, con sus ojos verdes mirándome
fijamente. No pude evitar sonreír al tiempo que necesitaba llegar
antes a su lado.
Nunca lo había dudado, pero ésta era la mejor boda que me podía
imaginar. Tras él, el Sol salía mostrando un amanecer precioso. No
necesitaba melodía, era como si mi cabeza la produjera y él fuera
capaz de oírla también.
Cogí un paso lento para dirigirme a mi altar. A mi alrededor, los
pájaros revoloteaban dándome la bienvenida.
Vi cómo se llevaba la mano a los ojos para limpiarse unas lágrimas
que brotaban de alegría, y el corazón bombardeó con fuerza, como si
quisiera salir para poder verlo también. Supe lo mal que se tenía
que sentir al amar tanto a alguien que no podía ver. Mis manos se
movían fuera de control, como si no pertenecieran a mi ser,
queriendo tocarle, celosas de que él solo tuviera ojos para mí. Mi
interior estaba guardando toda esa felicidad para administrarla
durante tiempos peores.
Un pequeño conejo nos miraba detrás del roble, con curiosidad, sin
miedo ante tanta actividad.
Pasé al lado de sus amigos que me miraban con ojos rojos, alegres.
Luego otra persona que, aunque se estaba consumiendo, disfrutaba
por ver una parte de mí que quería para él. Pese a todo, Alger no
pudo evitar acercarse a mi oído y susurrar:«mereces ser feliz». Le miré con agradecimiento y
seguí para rozar la mano del que yo ya podía llamar mi hombre.
Su roce suave me sacó de mi ensoñación. Su sonrisa me infundió valor y nos giramos en dirección a nuestro rabino o cura, Eleazar, que parecía tomarse su papel totalmente en serio. Detrás de él, el amanecer nos daba la bienvenida a nuestra boda.
No podía evitar agarrar su mano con mucha fuerza y ella hacía lo propio. Eleazar comenzó diciendo algunas palabras que recordaba de memoria de la Torahy algunas que había escuchado de La Biblia. No atendía, solo disfrutaba. Después dio una especie de sermón del cual solo atendí a cuando oí su risa nerviosa.
—Lo que se va a unir aquí es algo más grande de lo que nos imaginamos. Dos religiones, dos mundos, dos personas. Cuando mi amigo Ishmael me contó anoche que quería que le ayudáramos a esta boda, pude pensar que era una locura, una tontería, algo sin trascendencia. Aun así, no dudé en darle mi apoyo. Sin embargo, mirándoos ahora mismo creo que es la boda más real a la que he asistido en toda mi vida. Muchos de nosotros hemos perdido familiares, hemos vivido la desesperación más absoluta, pero viviendo este momento, no puedo dejar de pensar que la esperanza aún sigue ahí, solo tenemos que encontrarla. Juliana, gracias por devolvernos la ilusión por vivir —hizo una pausa, emocionado—. Sé que tenéis dudas sobre la autenticidad de esta boda. Si el día del juicio final vosotros dos no figuráis como un matrimonio, será porque nadie en la Tierra lo está. Luchad por lo que sentís y no os dejéis derribar, por altas que sean las trabas. Vuestro camino será más complicado que en la mayoría de casos, pero como se suele decir, el amor vence con todo. Ahora formularé dos míseras preguntas para dejar constancia ante Dios o Yahvé de lo que nosotros ya sabemos. Ishmael —dijo mirándome y yo me estremecí nervioso—, ¿aceptas a Juliana como tulegítima esposa, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, hasta que la muerte os separe?
La miré mientras ella tendía en mi mano mi botón rodeado por un hilo blanco. En esos segundos me sumergí en sus ojos azules cristalinos y temí no poder salir de ahí dentro. Las ilusiones que con tanto recelo había guardado bajo llave en mi interior salieron a flote y miles de visiones a modo de esperanza en un futuro juntos se tendieron ante mí.
—Sí, acepto —dije separando su pelo con pequeñas margaritas y colocándole el colgante.
—Juliana, ahora te toca a ti —me dijo nuestro cura o rabino—. ¿Aceptas a Ishmael como legítimo esposo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la absoluta pobreza, hasta que la muerte os separe?
Saqué con cuidado el colgante con mi botón y lo besé antes de colocárselo en el cuello. Mi corazón seguía celoso por no verle en un momento en el que estaba luchando con todas sus fuerzas por no romperse de la intensidad del amor que le profesaba. Con tranquilidad, cogí su mano y la situé encima de él. No lo podría ver en este momento, pero al menos lo sentiría. Después, mientras apretaba su mano al músculo del amor, dije de una manera alegre:
—Sí, acepto.
—Yo os declaro marido y mujer. Lo que haya
unido Dios, no losepare el hombre.
Ya estaba hecho. Por fin era la mujer de Ishmael, su esposa para
siempre y, como decía la última frase, lo que haya unido Dios, que
no lo separe el hombre. Louis ya no tenía potestad sobre
mí.
Nuestros ojos se miraron con el mismo entusiasmo. Ishmael también
creía en mis teorías. Ojalá pudiera haber visto lo que pasaba por
su mente en esos momentos. Por la mía, bajo una melodía preciosa,
se sucedían las imágenes de todo nuestro amor, la primera mirada,
la primera pelea, el primer beso…
—Puedes besar a la novia —agregó nuestro cura.
Con lentitud, me agarró de las mejillas. Sus ojos verdes estaban
rojizos y su pelo caoba se movía por el viento. Nos besamos con
sabor a victoria sobre todos los impedimentos de la Tierra que ya
habíamos superado, ahora solo dependíamos de lo más grande:
Dios.
—Enhorabuena —me dijo un joven que me apartó de Ishmael—. Soy
Ivri.
—Gracias —dije sonriendo.
—Yo soy Nathan, enhorabuena.
—Mi hermana estaría feliz. Ella me pidió que hablara con Ishmael
—reconocí a Isajar, el hermano de Ada, y le abracé como si la
abrazara a ella. Ada había sido la que había logrado que Ishmael
volviera a mí. Me ayudó hasta antes de morir.
Detrás de mí, los amigos de Ishmael parecía que habían olvidado
dónde se encontraban y manteaban al recién casado. A mí me quedaba
hablar con la persona más importante.
—Gracias, Alger, sin ti no habría logrado nada de esto —dije; por
un momento, parte de mi felicidad se marchaba al ver que él estaba
destrozado.
—Cuando amas a una persona solo quieres su felicidad, ¿verdad?
—dijo con amargura señalando a Ishmael. Sin embargo, yo sabía que
sus derroteros no venían por ese lado.
—Sí. Siento no poder… —me tapó la boca con una mano.
—Cuando amas a una persona también aceptas sus decisiones si ves
que son lo mejor para ella. Felicidades, Juliana —no lo pude
evitar, le abracé y noté cómo temblaba. Me separé lentamente al ver
que los gritos de celebración habían cesado y que Ishmael me
miraba. Me hizo un gesto de comprensión pero Alger ya se había
marchado y miraba al infinito.
Ledejé y volví con mi marido, que estaba con una sonrisa pícara que
me volvió loca.
—Ahora, un pequeño banquete —dije mientras sacaba los pastelitos y
los colocaba en el suelo—. ¡A comer! —grité. Todos se abalanzaron
menos Ishmael, que parecía que no tenía ni hambre. Solo quería
estar junto a mí.
—¿Cómo se siente una al ser la esposa de alguien tan maravilloso?
—sonrió con picardía.
—Con deseo, mucho deseo —dije con sinceridad.
Poco tardaron en terminarse los bollos y, como si Alger estuviera
vigilando, apareció para decirnos que nos debíamos marchar. Yo me
quedé un poco atrasada contemplando ya con melancolía ese lugar.
Mirando al cielo, tuve que hablar con una persona más. «Mamá,
espero que estés orgullosa con la decisión que he tomado y te haya
gustado la boda». Puede que fuera una ilusión óptica, de ésas que
siempre generan las nubes, pero claramente la nube a la que estaba
mirando se tornó en una preciosa sonrisa.
Llegamos a nuestro trabajo después de dejar a los amigos de Ishmael en la fábrica con el estómago lleno. Teníamos prisa por quedarnos solos y disfrutar de los instantes posteriores a un matrimonio. Nuestra pequeña luna de miel. Antes de entrar, Alger se giró y me habló:
—Nadie vendrá aquí hasta que anochezca —dijo
serio con la mirada perdida en alguna parte donde yo no podía
seguirle.
—¿Y…?
—Antes de entrar golpearé cuatro veces la puerta y esperaré cinco
minutos. Si alguien se acerca, oiréis que grito un improperio —dijo
con dolor y se marchó.
No entendía sus indicaciones. Siempre habíamos estado juntos allí
dentro y nadie nos había visto, no entendía tanto temor
ahora.
Abrimos la puerta como dos niños impacientes y mis dudas quedaron
disipadas. No teníamos trabajo encima de nuestras mesas; en lugar
de eso, la estancia estaba decorada con hermosas rosas rojas y una
botella de champán. Me estremecí al pensar que Alger nos había
proporcionado una luna de miel que yo ni tenía en mente. Sabía lo
doloroso que debió ser para él organizar una estancia de ensueño
para después de la boda. Lo imaginé colocando las rosas,
fantaseando con que ese destino iba a ser el suyo.
—¿Crees que Alger…? —dejó las palabras en el aire.
—No lo sé —dije mientras estudiaba la situación.
—No va a ocurrir nada que no quieras —me dijo quitando hierro al
asunto.
El sexo. Algo que no se me había pasado por la cabeza pese al deseo
creciente que tenía de su cuerpo. No sabía absolutamente nada,
aparte del término. Normalmente las amigas hablaban entre sí, pero
yo no había tenido en mi adolescencia, y con Ada nunca había
hablado de ello, teníamos temas más importantes.
Supongo que otras personas sabían cosas del sexo por charlas con
sus madres, pero la mía se había ido cuando yo era muy jovencita y
nunca me había informado de nada. Me encontraba ante un terreno
totalmente desconocido y que me daba cierto miedo.
No temor por hacerlo con Ishmael, era lo que quería y era su
esposa, sino miedo por no ser lo bastante buena. Intuía que Ishmael
síque había tenido experiencias previas y no quería que se
desilusionara al ver lo mala que era yo en este aspecto.
Por ello, de manera irracional decidí comportarme como una loba e
ir a su encuentro con una pasión irrefrenable. Me lancé en sus
brazos y comencé a besarle con pasión, quitándole la ropa con
rapidez. Ante todo que no pensara que yo era una tonta. Le arranqué
ferozmente la parte de arriba y me disponía a hacer lo propio con
los pantalones, cuando se apartó.
—¿Qué te ocurre, Juliana? —me preguntó con los labios
rojos.
—Quiero que mantengamos relaciones —dije con tan poca seguridad que
ni yo me lo creí.
—No tienes por qué hacerlo por el paso que hemos dado hoy. Lo
haremos cuando estés preparada.
—¿He hecho algo mal? —dije preocupada.
—No —y se señaló la entrepierna, donde iba surgiendo una bestia—,
simplemente quiero hacerlo cuando tú quieras.
—Gracias —dije dulcemente.
—¡Eso no quiere decir que no me guste la gata salvaje! —dijo riendo
mientras me acunaba en sus brazos en el sofá.
—Bésame —dije con intensidad.
Ishmael se acercó a mí y me besó lentamente. Los besos siguieron
poco a poco haciéndose cada vez más apasionados, mientras pequeños
jadeos salían con intensidad de mi boca.
Metumbé encima de él y mi pasión me obligaba a acercar cada vez más
mi cuerpo al suyo. Quería ese calor que manaba de sus músculos. Con
tranquilidad, le acaricié lentamente por todas las partes que podía
tocarlo, hasta el lugar más oculto. Él con precaución me acariciaba
y yo quería que rozara mi piel desnuda.
Melevanté y le hice un gesto para que me quitara el
vestido.
—¿Estás segura? —dijo con esa cara perfecta que adoraba.
—Sí.
Me quitó la ropa y comenzó a besarme por lugares que no sabía que
tuvieran tanta sensibilidad. Deslicé mi mano hacia abajo y le quité
el pantalón observando la belleza que escondía debajo de su
ropa.
Solo era cuestión de segundos y mi cuerpo necesitaba que él lo
dominara. Así, con el dolor propio de la pérdida de la virginidad y
la alegría de ser desvirgada por la persona a que se ama, hicimos
el amor una vez, y otra, y otra…
Solo el cansancio físico hizo que paráramos, sin darnos cuenta de
que el Sol se empezaba a ocultar. Nos vestimos entre caricias y
besos furtivos.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó con temor.
—Perfectamente —dije mientras notaba que en mi cuerpo se respiraba
una paz hasta entonces inaudita.
—¿No te he hecho daño ni nada? —estaba realmente preocupado y eso
hizo que me pareciera más perfecto si se podía.
—En toda mi vida nunca me he sentido más a gusto —dije para
tranquilizarle.
—Hombre, has estado con uno de los machos más codiciados, pequeña
—dijo Ishmael.
—¡No seas tonto! —dije golpeándole en la espalda.
—¡Eh, que me haces daño! No sabía yo que eras tan fuerte… a lo
mejor ha vuelto a salir la loba —dijo mientras sonreía con
picardía.
—¡En ocasiones eres de lo más infantil! —afirmé entre risas. —Por
eso te gusto, esposa.
—¡Repítelo!
—¿Que por eso te gusto? —dijo mientras sacaba la lengua. —No,
llámame esposa.
—Esposa —dijo mientras posaba sus labios en los míos. —¿Y ahora,
qué? —pregunté.
—¿Te parece bien que me dedique cada día de mi vida a hacerte
feliz?
—Sí, creo que es un buen trabajo para ambos.
CAPÍTULO 29
Juliana y Ishmael salen fuera en una noche estrellada. Como es propio de las personas que acaban de contraer matrimonio, no desean separarse, pero su historia es diferente y cuando llega la noche se tienen que marchar. Él, con el temor de que algo haga que ella tenga cabeza y cambie de opinión. Ella, sabiendo que no podrá dormir porsi algo malo le ocurre mientras no está a su lado. La situación de ambos es complicada y todo gira en torno a un sustantivo: muerte. Mientras a él no le preocupa lo más mínimo, ella pasa las horas muertas entre pesadillas.
Saben que no lo deben hacer, pero ambos miran su estrella y se ríen tontamente y, mientras miran hacia todos los rincones, se dan un beso furtivo sin pensar que nadie les ve. El beso de despedida ante unas horas de separación. Apenas lo aprovechan pensando que al día siguiente habrá cientos más. Lo que no saben es que no habrá día siguiente y que su ausencia será mucho más prolongada de lo que imaginan.
En un rincón en medio de la oscuridad está la persona que provocará tal distanciamiento. Ha ido a ver a la preciosa Juliana. La observa salir con un judío y piensa: «mi Juliana». Antes de poder añadir nada más, algo le nubla la vista y hace que arda en cólera, la joven está besando al judío. Todo empieza a encajarle como las piezas de un rompecabezas. Se marcha mientras planea la peor de las torturas para los amantes.
Ambos oyen un ruido y llegan a la conclusión de que había un animal. No saben por qué, pero les cuesta más separar sus manos que de costumbre. Cuando se despegan, un torrente de aire les azota anunciándoles el principio del fin.
Juliana se despierta con Louis en la
habitación.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con reservas.
—Vengo a informarte de que hoy no irás a trabajar, hay algo
que debemos hacer juntos esta tarde.
Aunque Louis intenta sonreír, tras esta
afirmación no es tan buen actor y una mirada felina pone a Juliana
en alerta.
En cuanto cree que Louis se ha marchado, sale corriendo en
dirección a su despacho, que encuentra cerrado. «Mierda», piensa,
ya que no se acordaba que hoy era domingo, día de
descanso.
Con una preocupación más y varios kilos menos, regresa a su casa,
donde se pone a llorar de manera inconsolable sin saber exactamente
el motivo.
Lejos de allí Louis clava el cuchillo de manera intermitente al
filete por el que mana sangre. Se imagina que es el chico y de una
cuchillada parte el plato en dos. Ya se acerca el momento de poner
todas las cosas en su sitio.
Las horas pasan lentas para ambos. Juliana, por el temor a lo
desconocido, y Louis, por llevar a cabo su venganza.
Conforme el crepúsculo se acerca, Louis emprende el viaje hacia la
casa de Juliana. Ya ha quedado con algunos compañeros para que le
esperen en el barracón correcto. Ahora solo espera ver sufrir a la
puta como nunca en su vida.
Tras masajearse un poco las sienes, sale del coche y llama a la
puerta. Juliana abre con ojos desorbitados. Louis sabe que ella
sospecha lo que va a ocurrir y no de manera infundada.
Le apetece darle una patada en la cara y tumbarla. En lugar de eso,
decide que el espectáculo debe continuar.
—Pareces mareada. ¿Te encuentras bien, cariño? —mientras dice esas
palabras, piensa en lo cerda que es la mujer que tiene enfrente. Si
no fuera hija de quien es, la mataría de un tiro.
—No me pasa nada —dice ella con un hilo de voz. Está asustada, eso
le gusta a Louis.
El viaje en el coche es de lo más divertido. Ella no para de
moverse, nerviosa, y él va más despacio aposta. «Los buenos
momentos hay que saborearlos», decide.
Cuando para frente a la puerta de Auschwitz, nota que ella da un
saltito de preocupación y se lleva la mano al pecho. Le cuesta
respirar. Solo espera que después del castigo deje de hacerlo para
siempre.
—¿Qué hacemos aquí? —intenta preguntar ella con
indiferencia.
«Es un pésima mentirosa», piensa Louis. No sabe cómo le ha podido
engañar tanto alguien tan simple. Él, un gran espía del régimen,
engañado por una ramera cualquiera.
La agarra de la cintura y nota cómo ella se estremece al tacto.
Siente asco y aun así la besa para provocarle dolor. Ella responde
a ese beso entre arcadas y él ríe de placer.
—Ahora lo verás, tranquila, mi amor.
Eltono de su voz denota desprecio. Ha dejado de fingir. Ella
intenta zafarse y quedarse en el exterior. Louis la agarra con más
fuerza de la necesaria para producirle un poco de dolor físico,
menos del que querría.
Cuando entran, ve al grupo de tres alemanes honorables que le
acompañarán en su hazaña. Ha elegido a pocos, ya que su situación
es humillante. Hess, Layla y Sterman componen todo el
grupo.
Juliana se asusta al ver cómo la observan esos hombres. Hess parece
que está disfrutando al máximo y Layla hincha el pecho, orgullosa.
Si esas dos personas son tan felices, solo puede significar que lo
que va a acontecer es algo fatal para ella.
Llegados al lado de éstos, Louis se separa de Juliana tirándola al
suelo. Ella no comprende nada y desde el suelo les mira asustada,
como un cerdo que llevas a la matanza.
Louis da numerosas vueltas a su alrededor y los demás esperan
intrigados a que éste comience a hablar. Él por su parte quiere
darle un toque dramático. Quiere que la perra continúe en el suelo
temblando. Cuando empieza a hablar, hasta sus compañeros tienen
miedo.
—Juliana, Juliana, mi dulce y pequeña Juliana, amor de mis amores
—comienza mientras se le escapa un puntapié que no quiere
evitar.
Ha dado en el pecho de la joven, que ahora se retuerce dolorida
como una cucaracha.
—Todo este tiempo fuera esperando reencontrarme con mi amor, con la
madre de mis futuros hijos —hace una pausa y da otra
vuelta.
Lo que ha dicho es totalmente falso. De hecho, en ese tiempo se ha
follado a decenas de mujeres. Sin ir más lejos, la noche anterior
disfrutó de un poco de sexo con la bruta y salvaje Layla, buena en
la cama pero no adecuada para casarse.
—Llego aquí con la propuesta más sincera de matrimonio, ¿y qué me
encuentro, Hess?
—A una perra —dice éste disfrutando de humillar al ser que odia
incluso más que a los judíos y a los aliados.
—Siempre he pensado que no hay que insultar a las señoritas, pero
creo que este adjetivo le viene que ni pintado a nuestra pequeña
cucaracha.
Otra patada escapa, esta vez en la boca de su estómago, y le
produce un vómito. Verla sucia y asustada hace que se sienta
mejor.
—Meencuentro a una perra que ha hecho cosas muy malas en mi
ausencia, ¿no es así, Juliana? —le pregunta enseñando los dientes
como un perro rabioso.
—No sé a qué te refieres —contesta ésta mientras intenta limpiarse
la boca y con ello recuperar su dignidad.
—Mentir va contra los mandamientos y tú no querrás ofender a Dios.
Venga, cuéntame cómo te divertías mientras estaba
ausente.
Juliana llora mientras piensa qué es lo que sabe Louis. Supone que
está enfadado por verla con Alger, es la única explicación
posible.
—Yo no he tenido nada con Alger —dice pensando que eso lo
solucionará todo. No sabe cuán equivocada está.
—Por supuesto, tenías tus ojos en otro hombre, ¿no es así, pequeño
amor mío?
A Juliana se le viene el mundo encima. Quiere gritar y correr. En
lugar de eso, se lleva las manos a la cabeza y comienza a llorar.
«Imposible» es la palabra que más repite. Louis no se ha podido
enterar de nada. Nadie se lo ha dicho. Alger nunca la
traicionaría.
—Veo que no quieres confesar. Todo sería más fácil si lo hicieras,
al menos para ti.
—No sé de qué me hablas —repite asustada.
Louis ya está harto de tanta actuación y manda salir a su arma
secreta. De detrás del barracón aparece un hombre que Juliana
conoce. No puede dar crédito a lo que ve. En cuestión de minutos,
la confianza de que su secreto no salga a la luz se
desvanece.
—¿Qué haces aquí, Ivri? —grita Juliana, enfadada al amigo traidor
de Ishmael.
—Veo que le conoces —dice Louis.
Ivri intenta mirar lo menos posible a Juliana y ésta no le quita
ojo de encima.
—El señor Ivri acudió esta mañana a mí con un jugoso curioseo. Si
bien es cierto que te notaba rara y que sospechaba algo después de
lo que me habían contado de ti, nunca pensé que llegaría a ser algo
tan grave. Ivri, ¿quieres decirle a Juliana de lo que me has
informado a cambio de un trato mejor?
Juliana se levanta con todas sus ganas y va contra Ivri, a pegarle,
a matarle, a silenciarle. Piensa en el joven que el día anterior
parecía tan leal a Ishmael y casi no se cree que le haya
traicionado porun mejor trato.
—Ivri, ¡NOOOOOOOO! —grita mientras Hess la da un golpe por la
espalda provocando que caiga de morros contra el suelo. Louis mira
a Hess y éste se encoge de hombros.
—Le he contado que la señora Juliana tiene un idilio con uno de
nosotros, señor.
—¿Cómo me podía tomar yo eso? Lo primero que he pensado es matarle
por tal calumnia, sin embargo, conforme me daba más datos, más le
creía y viendo tu reacción, ya no tengo ninguna duda. ¿Qué debería
hacer yo ahora? —dice a Juliana mientras levanta su rostro manchado
de arena—. Lo primero es lo primero —instantáneamente golpea el
rostro de la joven de lado a lado—, y lo segundo es encargarme
personalmente de «tu judío».
—¡No! ¡Por favor! ¡No le hagas nada! —dice Juliana, que ya sabe lo
que va a ocurrir.
—Es bonito ver cómo te desvives por él, le debes de querer mucho
—ella asiente y eso hace que Louis se ponga enfermo—. Qué
romántico, ¿verdad, chicos?
—Es asqueroso —afirma Layla—, tienes a un hombre como Louis y te
vas con la escoria, eso me deja claro cuál es tu nivel.
—Jugaremos a un juego, Juliana —hace una pausa mientras escupe a su
lado—. Me has dado pena, ¿a vosotros no, chicos? —los demás le
miran sin comprender sus intenciones—. A mí me da muchísima, por
eso dejaré una elección a tu juicio. Como supongo que entenderás,
uno de vosotros debe morir, ahora elige: ¿tú o él?
Juliana no necesita pensárselo y grita con rapidez:
—¡Yo!
—¿Tú qué? —pregunta divertido Louis.
—Yo muero, él vive.
—Muy bonito, sí señor —de la risa pasa a la ira y, estirándole del
pelo hacia arriba, le dice en el oído—: Lástima que tu opinión me
importe una mierda —ella le mira suplicante, había creído sus
palabras—. Soy buen actor, nunca lo olvides —y la suelta provocando
que ella se vuelva a golpear—. Ahora —dice para que todos le
oigan—, vamos a matar a ese impresentable.
—¡No! —grita Juliana.
—Por favor, sujetadla, no quiero que me dé problemas —se dirige a
ella y añade—: Tranquila, ya no le vas a volver a ver.
Asíse marcha, dejando a Juliana peleando contra los tres oficiales
que no dudan en emplear más fuerza de la necesaria en ella. Juliana
no se rinde y golpea entrepiernas, araña, muerde… pero son muchos
contra una sola y no puede con ellos.
Louis va con Ivri al barracón y pide que saque al traidor. Espera
ansioso ver la cara del hombre que ha osado tocar lo suyo. Al
instante aparece con un joven que mira a Louis asustado. El hombre
es conocedor de su destino.
Carga el arma y dispara primero en una rodilla. El hombre grita de
dolor y esos gritos llegan hasta Juliana, que se vuelve loca. Otro
disparo en la rodilla hace que el hombre caiga al suelo; Louis
quiere que sufra y mucho. Le quedan dos tiros y decide que uno de
ellos vaya a su miembro, por excitarse con su Juliana. Aquí el
grito parece un aullido.
Juliana ha oído tres disparos y varios gritos, por lo que intuye
que Ishmael sigue vivo, intenta robar sin éxito el arma de Hess
para dispararlos.
Louis sujeta la cabeza moribunda del joven entre sus manos, quiere
sentir cómo sus sesos caen por la parte de atrás. Quiere que le
salpique. Antes de disparar, se fija en el chivato, que llora en un
rincón de la alambrada. Apunta entre ceja y ceja y hace varios
amagos de disparar; al chico va a darle un infarto. Pero como
siempre, a Louis le hartan los juegos y dispara, salpicándose, como
era su deseo.
Juliana se queda paralizada, acaba de oír un disparo y después solo
silencio. Espera intentando oír el grito de dolor que signifique
que Ishmael sigue vivo, pero éste no llega ni llegará.
Louis se desplaza alrededor del cuerpo inerte. Como un predador,
mira a su víctima para elegir por dónde empezara a comer. En su
caso no quiere comerse al judío, solo golpearle con sus botas con
la punta de acero. Decide comenzar por la cabeza, que acaba
destrozando, para seguir sin ninguna lógica por todo su
cuerpo.
Una vez descargada la ira y la adrenalina, algo llama su atención.
Del cuello del joven cuelga algo manchado de sangre, un botón,
seguramente regalo de Juliana. Se lo arranca y se marcha en busca
de la segunda persona que merece castigo.
Pero a ésta no la va a matar, no va a hacerle daño físico, es su
puerta hacia un mundo nuevo y eso es algo más importante.
Al llegar la encuentra sentada. Se extraña de que no esté llorando.
Ella mira fijamente a un punto en la lejanía, como si estuviera
evadida.
—Tu judío ha muerto —dice esperando que se estremezca de dolor,
pero ella ni se inmuta—. Por supuesto, nuestra boda sigue
adelante.
Espera un rato a que lleguen los reproches y la desesperación, pero
nunca aparecen, así que arrojándole el colgante con sangre en el
regazo, se marcha y la deja ahí.
Juliana está horas y horas sola, sin que ningún sentimiento broté.
Permanece en la misma postura, como una estatua de cera. En su
interior no siente nada, está vacía. Su celebro ha dejado de
funcionar. Su cuerpo respira y bombea sangre alimentando a ese
vegetal.
La lluvia hace que reaccione y mira su regazo, donde la alianza de
boda está manchando de sangre su vestido. Con cuidado, la coge y la
mira sin comprender aún la transcendencia de todo lo que ha
pasado.
Lejos de allí alguien se acaba de enterar de lo sucedido y sale
corriendo y mojándose a su encuentro.
Como si eso solucionara algo, ella eleva el dedo índice y se golpea
el corazón pero éste no reacciona como debería. Intenta repetir el
movimiento un poco más fuerte, pero el corazón sigue sin latir. Con
desesperación y calada hasta los huesos, intenta pellizcarse y
despertar de la pesadilla. Pero la débil Juliana pronto es
consciente de que no se puede evadir de la realidad.
Todo su mundo se le viene encima causándole más dolor de lo que
había sentido en su vida. Mientras, temblando por el frío, aprieta
la alianza de Ishmael; piensa que es cierto que el dolor es
proporcional al amor que tienes por una persona.
Se levanta con precaución mientras como una loca piensa que no
posee nada de él. Busca en su recuerdo alguna fotografía juntos,
pero no hay. Se huele intentando que el olor de Ishmael permanezca
en su piel, pero la lluvia se lo ha llevado todo.
Yade pie, eleva el puño al cielo sin hablar, sin llorar, sin
sentir. Permanece así durante varios minutos. Un espectador que la
viera pensaría que se trata de una mujer fuera de sus
cávales.
Después, mientras se balancea aún con el puño en alto, decide abrir
un segundo, dos máximo, todo el tumulto de sensaciones que
lerecorren el interior. Grita con una potencia que ella desconocía
en sí misma, un grito que sale de las entrañas, agónico,
espectacular en todos los sentidos. Mientras tiembla, llora de una
manera tan desgarradora que hace que sus ojos casi se salgan de las
órbitas. Todo tipo de improperios y palabras malsonantes salen de
esa boca, hasta entonces pura.
Han pasado más de los dos segundos que se había permitido sufrir de
esa manera inhumana, irracional y asfixiante. Se despide de Ishmael
y, con los ojos abiertos como platos, cierra la puerta a cualquier
tipo de sentimiento y su cuerpo permanece inerte de pie, sujetando
la alianza de Ishmael, sin sentir absolutamente nada para
siempre.
Alger acaba de aparcar en la puerta y oye el grito de Juliana, que
le produce temor; debe llegar a su encuentro cuanto antes. Ha leído
su historia y sabe que lo que se va a encontrar es a una mujer
deshecha en todos los sentidos.
Acelera el paso desesperado, con una lluvia torrencial
golpeándole.
A lo lejos la ve, está de pie con el puño en alto,
mojándose.
En dos zancadas está a su lado. Verla en esas condiciones hace que
desee matar a Louis.
—¿Estás bien? —pregunta para hacerla reaccionar, pero ella
permanece igual, como si ni le hubiera visto.
La abraza pero ella perdura como un tronco con su puño en alto. La
coge en volandas y corre hacia el coche para sacarla de allí.
Juliana ya no habla, no reacciona, no se mueve, no mira, no sufre.
Juliana se ha marchado a otro mundo, un mundo paralelo en el que
nada existe.
Alger la sienta con delicadeza en el lado del conductor e intenta
que ella vuelva en sí. Tras varios minutos, es él el que llora,
llora porque sabe que ha perdido para siempre a la única mujer que
ha amado. Aquélla por la que antepuso su propia felicidad
ayudándola incluso a casarse con Ishmael, aunque eso le destrozara.
En un último instante desea haber muerto él y no Ishmael, para que
ella continuara feliz.
Alger está tan mal que golpea su cabeza contra el volante en
repetidas ocasiones.
Juliana le está viendo y decide que Alger merece una despedida en
condiciones, por lo que habla por última vez en semanas:
—Alger, no estés triste, estoy en un lugar mejor.
El dolor de regresar a la realidad, aunque solo sea para decir una
frase, le resulta tan insoportable que se sepulta en vida de
nuevo.