Capitulo 8º.

 

Siendo consciente de que ningún visionario había jamás ofrecido a otro demonio conocer el futuro, Dimano se apartó de la puerta y dejo acceder a Ailas.

— Pasa, no más sea porque no te vean en mi colina… No sé cómo puedo llegar siquiera a plantearme escucharte, tendría que matarte, tal como me pidieron.

Sonriendo El Profeta entro en la habitación, aunque desde fuera pareciera una simple roca puesta en pie de apenas un metro de ancho por dos de alto y otro de largo. Tras él, la entrada desapareció quedando solo la roca.

— No juegues conmigo Dimano, sabes muy bien que soy consciente de que pusieron precio a mi cabeza, pero yo la prefiero pegada a mi cuello… El mensaje es sencillo, Liríam quiere que la salves…

Con gesto de sorpresa, Dimano se volvió hacia Ailas y tras unos segundos volvió a su expresión severa.

— Te volviste loco, ¿no? Al final las visiones te quemaron el cerebro… Liríam está muerta. No puedo salvarla ya y tampoco existe nadie que pueda viajar al pasado, al menos que sepamos…

Ailas tomó asiento en una mesa que apareció creciendo del suelo, con sus sillas a juego.

— Si y no, tu eres un dimensional y sabes cómo actúan vuestras leyes … Cada uno de nosotros tiene un doble exacto en otros planos, aunque no siempre en el mismo tiempo y el mismo lugar… Pero para que lo entiendas mejor… — Dejo los papeles sobre la mesa. — Estos dibujos los realicé en estado de trance ayer. Están numerados y tienen unos cuantos símbolos que reconocerás, échales un vistazo.

Dimano se aproximó a la mesa y tomó los papeles, ojeando uno a uno. A cada hoja prestaba más atención e incluso volvía atrás para revisar que lo que veía, no era fruto de su imaginación.

— Como ves parece una de las series de visiones que tenía mi madre. En la primera se te ve a ti como su consorte, pero en esta terminan los visionarios ya que hubiera nacido un niño en vez de una niña y no estaríamos hoy en la encrucijada que estamos…

Ailas sonrió a Dimano, sospechando el cúmulo de sentimientos encontrados que el demonio sentía en ese momento.

— Y en la segunda, ambos peleándoos por ella porque os daba pie a los dos. Al final los dos habríais muerto sin que llegase a concebir la niña que se    necesitaba. Claro que a medida que ves las demás visiones, te das cuenta que mi madre tuvo que elegir, y tuvo que hacerlo bien o todos estaríamos condenados…

Dimano dejo el montón de folios en la mesa y miró resentido a Ailas.

— ¿Y todo eso que tiene que ver conmigo? ¿O con la misión de rescate?

Ailas tomo las hojas y las fue extendiendo en un orden aleatorio. Al mirar, Dimano se dio cuenta de que cada hoja tenía unas marcas en las esquinas todas emparejadas de forma que crearan un nuevo dibujo. Cuando Ailas terminó, Dimano observó una escena que no tenía nada que ver con los demonios.

La imagen de una Liríam vestida de forma exuberante, rodeada de hombres con gestos de deseo y lujuria, algunos tocándose indebidamente ante la mujer cuyo gesto era resignado.

— Pero esos son humanos. ¿Qué pinta Liríam entre los humanos? Ella nunca pisó la Tierra.

Ailas asintió.

— Nunca la pisó por que aún no había nacido en ella y temía una fisura dimensional, cosa que tú controlas perfectamente.

La imagen cambio, como cambian las imágenes predictivas de los Visionarios en presencia de uno de ellos, aquellas imágenes cargadas de magia.

El terror en el rostro de Liríam, que estaba desnuda y atada era palpable. Un niño pequeño a un lado, con las manos cubriendo su rostro espantado. Hombres desnudos turnándose para violarla.

Nuevamente la imagen cambio, esta vez el tiempo había pasado, Liríam lucía un vientre redondeado por un embarazo y el rostro del niño a su lado estaba demacrado y gris. Con una nueva reestructuración, el final de la profecía quedo marcado con Liríam muerta y ambos niños, el gestado y el mayor, destrozados por algo que no era del todo humano.

— Pero tú sabes que ahora la profecía va a empezar a caer por su propio peso. Tú decides, si la dejas morir, junto con esos pequeños, o la salvas, y consigues tenerla de compañera.

Ailas se levantó y se dirigió a donde había estado la entrada, ahora oculta. Dimano también se levantó, las sillas desaparecieron, pero no así la mesa, manteniendo su macabro contenido a la vista.

— Quieres decir, que haga lo que tú me digas, o no me permitirás salvarla, ¿no es eso?

Ailas se puso la capucha.

— En realidad, no. Si sigues las órdenes al pie de la letra del Conclave, es decir nos detienes, ella sufrirá una tortura antes de morir y la profecía de que estaréis juntos nunca se cumplirá. Si decides por ti mismo, quién sabe, quizás hasta te vuelvas de los nuestros… Ahora si me dejas salir, te lo agradecería. Ya entregué el mensaje prometido.

La puerta volvió a aparecer y a abrirse.

— ¿Quieres que no les obedezca?

Ailas cruzo la puerta y desde el exterior murmuró antes de desaparecer.

— Solo que obedezcas a tu corazón. Sencillamente.

Más Dimano le había oído perfectamente. Este se quedó mirando el dibujo final, estudiándolo. Solo había una forma de localizar a alguien en la Tierra que no fuera demonio y era usando los sistemas humanos. Y había solo un demonio que era un genio con los inventos mortales, su hermano pequeño, que precisamente estaba vigilando a una mujer llamada…

 

Jenny no estaba en aquel momento dispuesta a atender la llamada que sonaba y sonaba en su móvil. Reconocía el número, aunque no quisiera, porque era el suyo propio, el de su apartamento. Lainus seguro intentaba localizarla a través de él y no estaba dispuesta a darle pista alguna.

El teléfono dejó de sonar en ese instante y suspirando, lo volvió a mirar. De que era listo, lo era, y de que a la larga la encontraría, no tenía dudas, pero por lo menos, le habría dado un respiro.

El teléfono volvió a sonar, nuevamente con el número de su hogar.

Jenny corto el sonido conectando el modo avión y lo dejo sobre la mesita de noche. No estaba dispuesta a dejar que gobernase su vida un demonio manipulador, mentiroso y traicionero, seguro que no, aunque fuera tan atractivo como lo era Lainus.

Jenny se sentó en la cama y se quitó las zapatillas, subiendo las piernas al catre y abrazándolas por debajo de sus muslos. El móvil había quedado en silencio por fin. Con un suspiro, bajo la cabeza y cerro sus ojos.

 

Ailas caminaba hacia su refugio aun preocupado. El poder de su familia había sido desde tiempos inmemoriales el de saber el futuro. Su propia madre era capaz de interpretar los distintos futuros y las distintas variables que cada ser vivo producía.

Para él su don era complicado, porque se expresaba de múltiples maneras. A veces era con sueños, otras con vívidas visiones de lo que acontecería más adelante, y en ocasiones, como pasaba con Dimano, era con la auto-escritura o el dibujo.

Cada ser vivo parecía tener una forma de comunicar su propio futuro y Ailas lo interceptaba y plasmaba de alguna manera. Lo peor era descubrir las muertes y las causas de ellas, pero cuando se trataba de vidas siempre trataba de interferir para que ese futuro no aconteciera.

Dudaba si su intromisión salvaría a la joven que era idéntica a Liríam. Dimano era como un agujero negro en esas ocasiones y nunca se sabía que haría él. Quizás por ello Liríam había tomado sus propias decisiones con él mismo.

Los dimensionales, sobretodo Dimano eran difíciles de predecir. Eran seres únicos que podían vivir en las distintas realidades sin miedo a toparse con sus alter egos, porque estos jamás llegaban a vivir mientras existiera otro. Siendo el más poderoso, era muy inconstante.

Cada grupo de demonios era complicado, pero estos, más… Y temía que Dimano dejara morir a Liríam de nuevo solo por orgullo. Aunque ya sabía a ciencia cierta que ella, renacida o no, no volvería a sentarse en el trono, de eso podía estar bien seguro…

Observó el cielo de su mundo de un cálido color morado por el efecto de la luz y suspiró.

— Que te encuentre viva. Que te encuentre y te proteja como es su deber…

 

La noche transcurría tranquila. Jenny había logrado conciliar el sueño apenas una hora después de que su teléfono dejase de sonar.

La suave oscuridad cubría el cuarto donde todo estaba plácidamente quieto, las cortinas de la ventana que daban a un pequeño balcón.

Nada se movía, con excepción del visillo y una figura que entraba por el balcón y cerraba tras de sí la ventana.

Jenny yacía en la cama completamente desnuda, cubierta con las suaves sábanas de hilo y la colcha. Sin dudar el asaltante nocturno se desnudó lentamente y se metió en la cama, abrazando a la mujer dormida que suspiró en sus brazos.

 

Clarisse había vuelto a salir a la noche, en busca de su siguiente cliente. Se había dado una ducha, había acostado a su hijo y, dejándolo al cuidado de una joven compañera que estaba fuera de juego esa semana, se fue a cumplir con su desagradable tarea.

Ya había hecho aquella ruta varias veces en el día. Siempre tenía que hacer lo mismo. Salía del motel o del coche donde el cliente había sido atendido, regresaba a la base, entregaba el dinero que éste le había dado, se aseaba y regresaba a por otro cliente que la estaría esperando en el lugar convenido.

En una noche podía estar con unos diez o veinte clientes, a veces más si no llegaba a las cantidades de dinero que tenía que reunir. Pero por suerte siempre se sacaba algún extra que le libraba de atender a más hombres de los que la buscaban.

Un par de clientes más y podría irse a descansar…

 

Dimano estaba realmente atormentado mirando las distintas posibilidades que Ailas le había traído dibujadas. Todas ellas le parecían irreales, pero conociendo al Profeta, sabía a ciencia cierta que eran dibujos auténticos, no realizados voluntariamente y tampoco con mala fe. No consideraba a Ailas tan cruel como quizás si lo fuera él mismo. Despiadado si, cruel no. Dimano sonrió. Ailas podría haber sido el demonio más HDP del universo si hubiera sido hijo de otro demonio, en vez de hijo de un Visionario. Si tan solo la hubiera conocido antes de ser madura… Si tan solo la hubiera conocido antes de ser nombrada… Si tan solo…

Pensar que Liríam podía estar viva en cualquier dimensión lo incendiaba, pero pensar que podía morir nuevamente, le llenaba el alma de un dolor tan profundo como el que había sufrido todos estos años sin ella.

A su parecer tenía que existir alguna forma para recuperarla y no ayudar al loco de Ailas, pero por más que diera vueltas a su cabeza no encontraba otra solución que buscar a los protegidos de éste y lamentablemente, quizás tuviera que ayudarlos a sentar a la humana en el trono. Pero si con ello conseguía a Liríam…, amen.

 

Ananel se sentía inquieta. Ya eran las dos de la mañana y no podía conciliar el sueño, aunque no es que lo necesitara.

Vestida con una bata de seda dorada anudada a la cintura con un cinturón de seda de un tono más oscuro, caminaba descalza por el jardín, sin miedo a que la vieran desde el exterior gracias al tupido muro de enredaderas y setos. Su rubio cabello estaba suelto y formaba ondas alrededor de su rostro.

Se detuvo junto a la piscina y se quedó mirando las aguas. La suave brisa movía los bordes de la bata, hinchándola desde abajo, dándole la sensación de que ésta se levantaba.

En el agua Ananel podía observar pasado, presente y futuro, ya que ella tenía el poder de la clarividencia, siempre usando una superficie brillante para ver.

A veces había usado el agua, otras veces el metal, los espejos o cristales y una vez vio el futuro en los ojos de Frederick, y eso los había cambiado completamente a ambos.

Como conjurado por sus pensamientos, éste apareció a su espalda completamente desnudo y la abrazó desde su posición. Ananel se recostó en él sabiendo que, a pesar de su etérea forma, Frederick no dejaría que se golpease contra el suelo.

— ¿Qué haces aquí fuera? Vas a enfriarte…—Le dijo al recién llegado. Ananel se giró entre los brazos de Frederick para quedar cara a cara con él.

— Si eso fuera posible, ¿no? —Contestó el espectro de su compañero. Besando suavemente los fríos labios del fantasma, dijo. — Tengo la sensación de que algo va a ocurrir, muy pronto, pero por mucho que intento ver el futuro, no consigo ver que es…

Frederick sonrió.

— ¿La última vez que dijiste eso, nació Ben… Crees que sea posible…? — Frederick tenía una sonrisa ilusionada y picara que hacía que su rostro rejuveneciera un par de años en apariencia.

— Los fantasmas no pueden tener hijos amor mío, ya te lo dije miles de veces. Si encontrásemos por fin un corpóreo, él podría darte un cuerpo vivo para la eternidad y no tener que seguir así por más tiempo. — El rostro del demonio estaba triste, sus ojos apagados y una arruga surcaba su frente envejeciéndolo un par de años. — Si yo hubiera sido más experta en este tipo de magia o si hubiera logrado sacarte con los niños de la villa… — Ananel miró a un lado, y Frederick alzo su mano para tomarla de la barbilla y hacer que lo volviese a mirar.

— Si tú no me hubieras rescatado convirtiéndome en un fantasma, estaría perdido para siempre, jamás habría visto crecer a mis hijos, jamás te habría conocido de la forma que te conozco ahora… Sé que te sientes culpable, pero Ananel, vida mía, demasiado lograste con la edad que tenías. Tú misma me has contado miles de veces que los tiempos de maduración de tu gente en cuestión de magia, son bastante largos. Y apenas si pudiste aprender de los tuyos…

Ananel asintió, pero seguía triste. Frederick la liberó de sus brazos para inclinarse y cogerla en volandas, como si fuera una novia que va a cruzar por primera vez el umbral de su casa.

— Te llevaré dentro corazón mío, y te voy a recordar todo lo que no habrías conocido si tú y yo no hubiéramos pactado…

Y como si la diablesa no pesara nada la llevó a través del jardín, hacia el interior de la casa, mientras Ananel se perdía en sus recuerdos.

Memoria de Ananel.

Por la época de su nacimiento, una guerra de clanes tenía dividida la dimensión infernal en donde Ananel había nacido.

Por orden de su madre, ella fue enviada al mundo humano y criada en el anonimato y la ignorancia por los seres que poblaban aquella dimensión.

Sus padres adoptivos habían sido un humilde leñador y su esposa, la cual no podía tener hijos. Cuando un encapuchado se aproximó en mitad de la noche y les dejó aquel regalo que olía a azahar, ambos vieron su vida completa.

Pero como siempre la muerte y la desgracia se hicieron notar en las vidas de aquellos que se creían libres de ellas.

Un crudo invierno, el padre adoptivo de Ananel salió a cortar leña para mantener el hogar caliente, pero no regreso. Dos días después un cazador encontró los restos del pobre hombre bajo un enorme abeto. El árbol, contra todo pronóstico, había caído sobre el leñador, atrapándole las piernas y las alimañas no habían tardado en aprovechar la ventaja otorgada por la naturaleza sobre el indefenso humano.

Aquel territorio estaba gobernado por los Lacios. En su continua expansión y aunque aún no eran un imperio, ya eran una fuerza a temer por sus vecinos. Todos los que no se unían a ellos en la península itálica terminaban siendo conquistados por las armas en poco tiempo.

La fuerza de estos era bastante significativa ya que estaban bien organizados. Habían copiado algunas cosas de los griegos, sobre todo las artes de lucha de Esparta. Otras las habían ideado de forma bastante cruel, y entre ellas, el de los impuestos y estos pagos era exigido sin que les temblase la voz. Aquel que no pagaba a tiempo, terminaba convirtiéndose en esclavo de Roma y llevado ante sus guerreros para que sirvieran como mejor les pudieran dar uso en las siete colinas.

Al morir el padre, Ananel, que ya contaba con trece años, ayudaba a su madre a reunir leña que luego vendía en la aldea, para reunir el dinero que tenía que ser pagado. Más dicen que las desgracias nunca vienen solas y en su caso, no fue la excepción.

Aquel verano una familia llegó a la aldea proveniente del sur y esta constaba de cuatro miembros, tres de ellos varones. Era un matrimonio de leñadores y sus dos hijos. Ananel y su madre no podían competir con estos a la hora de reunir madera. Así fue como no lograron juntar los tres sestercios que reclamaba el recaudador y ambas terminaron atadas tras el corcel del mismo, camino de Roma.

Frederick en cambio había nacido en Roma. Hijo de uno de los guerreros más notorios de la época por su crueldad, había sido entrenado para la guerra y criado en las costumbres romanas, es decir, que todo lo que pudieran coger era de su propiedad. Quince años mayor que Ananel, era el hijo menor de su familia y por partes, el más querido y el más odiado, porque no había sufrido tantos golpes como sus hermanos mayores.

En el día de su vigésimo octavo aniversario su padre decidió hacerle un regalo muy particular. Una esclava virgen para ser la madre de sus nietos. Aunque no es que Frederick necesitase ayuda en esas lides, ya que tenía algún que otro hijo bastardo no reconocido por el mundo.

El padre de Frederick se presentó aquella mañana con las dos esclavas recién compradas, una de ellas era una joven de trece o catorce años que respondía al nombre de Ananel. La otra era una mujer algo más madura, de unos veinte o veinticinco años de origen desconocido.

Aquella noche se celebró una fiesta donde la mujer que acompañaba a Ananel fue ofrecida a los varones sin ningún tipo de conmiseración mientras ella permanecía sentada en el suelo, completamente desnuda, asombrada por lo que ocurría, aterrorizada, encadenada al asiento de su nuevo amo.

A Frederick en realidad, no le interesaba la joven sin formas ni atractivos que parecía más un chico que una mujer. No estaba desarrollada y a él, le atraían las mujeres con formas, voluptuosas, llenas.

Así que cuando el padre le ofreció la virginidad de la pequeña no tuvo cuidado alguno con ella, convirtiendo lo que debiera ser algo dulce e íntimo en algo vergonzoso y público.

Mientras a la otra esclava la violaban entre el padre de Frederick y los invitados de éste último, él se acariciaba lentamente su polla, imaginándose como uno de los torturadores. En un momento dado tiró de la cadena de su esclava virgen y la sentó sobre su regazo para poder tocarla a placer, aunque no hubiera mucho que tocar.

La niña, porque eso le pareció, apenas si respondió a las caricias destinadas a preparar su cuerpo y cuando Frederick la sentó a horcajadas y de espaldas a él para empalarla, no obtuvo placer alguno y la joven termino llorando, sangrando entre sus piernas.

Solo Frederick tenía permiso para tocarla, solo él. Y en parte, Ananel agradeció aquella condición, ya que no dejaba de llorar por lo ocurrido.

Fueron varios meses después cuando Frederick empezó a fijarse en ella, ya que su vientre comenzó a redondearse a causa de la preñez.

Melissae nació tres meses antes del cumpleaños de su padre y dotó de formas a la esclava, que atrajeron al amo para que volviera a sembrar en ella. Aunque aquello no aconteció hasta algunos años después.

Al cumplir veinte años Ananel ya tenía dos hijos, Melissae y Johan, fruto de las visitas de su señor las cuales no siempre eran cariñosas.

Frederick estaba más preocupado en conseguir la fama que su padre deseaba para él, que, en cuidar de su esclava, la cual a veces era lo más parecido a una esposa que tenía, sin serlo. Creía que la joven lo odiaba y en el fondo del corazón de la esclava esta sentía que era así.

Al año siguiente Ananel desapareció. Nadie supo que había pasado con ella pues no volvió hasta tres años después, apareciendo como si nada en la misma cama de Frederick de donde había desaparecido una noche.

Furioso con ella, Frederick intentó castigarla de la única forma que conocía efectiva, violándola en público. Pero Ananel solo dijo que se vengaría por ello, cosa que hizo al desaparecer nuevamente al nacer Bentham, dejando a Frederick al cargo de los tres niños.

El tiempo y el destino los volvieron a juntar cuando el propio Frederick estuvo en serios aprietos, los cuales convertirían a sus propios hijos en esclavos si nadie lo impedía. Y ella lo evitó, aunque no logró evitar que Frederick sufriera daños que le causarían la muerte. Por suerte, logró que él se perdiera para siempre.

 

Dimano apareció en una zona boscosa de la ciudad de RiverBlood donde se suponía que estaban los protegidos de Ailas, buscando a la hija de Liríam.

No sabía por dónde empezar la búsqueda de la Hija, ya que ésta estaba protegida por algún tipo de magia. Aunque si sentía exactamente donde se hallaba Lainus, gracias a los restos de poder que dejaba en el aire. Parecía como si éste se hubiese empeñado en dejarle un rastro a seguir claro y sin confusiones, ya que parte de la ciudad resplandecía con la huella energética.

En cambio, a la que le costaría mucho localizar era a la mujer que necesitaba hallar.

Las palabras de Ailas resonaban en su cabeza una y otra vez.

“Ella sufrirá una tortura antes de morir y la profecía nunca se cumplirá…”

Suspirando miró al horizonte, donde la luz comenzaba a rayar el día.

— Te voy a encontrar, mi amor, tenlo por seguro y no van a separarnos, nunca más.