FRIDA
La doctorcita del patrón
I
Todo en la vida tiene un final, pero cada final es un inicio. Éste parece ser el lema en la vida de Frida Corrales, una hermosa mujer que a pesar del ambiente hostil en el que se crió, tuvo sueños definidos, proyectos diferentes a la zozobra del mañana que vivió en su hogar. Con una meta a seguir, decidida a salir adelante decentemente, Frida vio de repente sus planes truncados por un capricho, por un error o simplemente por lo que ella pensó era el amor tocando a su puerta.
Frida era una esbelta muchacha de cabello largo, negro y lacio, poseedora de unas delicadas curvas que recordaban el cuerpo de una guitarra diseñada por los mejores artesanos; sin superar aún los 19 años y muy inexperta cuando tomó la decisión de dejar la universidad para irse a vivir con un narcotraficante. Jamás imaginó lo que esto habría de significar y lo marcada que quedaría para el resto de sus días.
La mayor de las hermanas Corrales, estudiante de medicina de la Universidad Santiago de Cali, cambió su vocación altruista de salvadora de vidas y su juramento hipocrático por la compañía, el dinero y el oropel que le ofrecía una vida aparentemente fácil, al lado de Arcángel Henao, alias El Mocho, el reconocido narcotraficante del clan de la familia Henao, para entonces divorciado por segunda vez. Irse a vivir a su finca le pareció a Frida una decisión acertada y la colmó de lo que ella hasta entonces pensaba que sería la felicidad.
Al igual que su hermana Violeta, desde muy pequeña vivió rodeada de ese mundo en donde el dinero lo podía todo. Su ciudad, Cartago, al Norte del Valle, era uno de esos pueblos donde la fiebre del narcotráfico se apoderaba de vidas y corazones, donde los narcos pululaban en todas las esquinas.
Fue la tercera esposa del capo, y aunque nunca tuvieron hijos por alguna razón que ella hoy en día agradece a Dios, criaron a un chimpancé de nombre Junior como si fuera su pequeño hijo. Frida salía con él para el centro comercial y le compraba ropa en una tienda infantil. No sólo lo llevaba de compras a los centros comerciales sino incluso al odontólogo y al veterinario, ya que los dientes de su mascota eran puntiagudos, como es natural en su especie, que los necesitan para desgarrar sus alimentos. Pues entre odontólogo y veterinario, al mismo tiempo, le limaron los colmillos y le pusieron resina para que la mordida no le quedara sensible. Él era el bebé de la casa. Ya con dentadura nueva y diseño de sonrisa, Junior aprendió a dar besos hasta con lengua, gracias a la práctica que realizó con su tía Violeta. «Un día me acerqué a darle un pico y me sale con ésas».
—¡Culicagado, no me saque la lengua!
Frida lo consideraba un niño con todas las prerrogativas y cualidades de un menor, y como tal lo trataba, sin percatarse de que era un animal fuera de su ambiente, con los defectos de un mono que no tenía la culpa de que jugaran con él así, instintivamente, disfrutara de su condición.
Pero el monito no sólo besaba y sonreía, también lo llevaban a las cabalgatas, lo trataban como a un ser humano privilegiado: le ponían jeans, chaqueta, chaleco de cuero; le hacían el corte de moda, le paraban el pelo con laca, vaselina, gomina y los mejores ingredientes importados para prepararlo como todo un campeón. Un día en plena cabalgata, Junior se emborrachó. Con sueño y agotada como los demás jinetes, Frida delegó su cuidado a los escoltas, pero éstos le dieron whisky. Junior llegó borracho a la finca. Se cumplió la conocida frase aquella de que las mascotas se parecen a su dueño, pues era conocido por todos que Arcángel gozaba como ninguno con el trago.
«El monito era de familia artística, los papás manejaban moto, montaban a caballo y hacían todo un espectáculo. A mí lo último que me contaron estando ya en Estados Unidos, fue que Junior seguía los pasos de su familia, tenía monopatín, usaba cadena y dizque un reloj grandísimo». Mejor dicho lo traquetearon. Lo único que le faltó aprender fue enviar droga a Estados Unidos.
Aunque el mono se vista de seda, mono se queda... Cuando Frida lo llevaba al parque para que jugara en los aparatos construidos para la diversión infantil, especialmente el pasamanos, él en efecto los pasaba como un mono, a la perfección, pero más le valía a los niños no cruzarse en su camino. Junior era traicionero, si se acercaba un niño y lo tenía a su alcance, lo mordía. Si le daban la mano, los arañaba. Como los mafiosos: en el momento menos pensado traicionan hasta a sus más allegados.
«Junior era insoportable, todo el mundo tenía que estar superpendiente, era un mico, yo no les estoy mintiendo. Sin embargo, Arcángel tenía un amigo con un niño más insoportable y más pesado que Junior, tanto que el mono lloraba cuando el niño llegaba a la finca de visita. Él veía a ese niño entrar por la puerta y salía desesperado. Claro que Junior también tenía su corazoncito. Cuando Arcángel estaba ya preso, él me veía llorar y lloraba conmigo».
La caída de la que habla Frida comenzó el día que se montó en un avión comercial en Bogotá, rumbo a Panamá. La idea de Arcángel era alejarse un poco de la guerra que se libraba en ese momento en los pueblos del Norte del Valle entre los grupos rivales en la mafia, la misma que hizo huir a Rasguño. Aprovechó esa coyuntura para invitar a Frida a pasar una corta temporada de vacaciones en el istmo. Ya en la capital panameña, Arcángel se encontró con algunos parientes cercanos que desde hacía algún tiempo vivían ahí. Empacaron de nuevo maletas y fueron a parar en la isla de San José. Allí pasaban los días completamente solos, acompañados por el canto de algunos pájaros y las noches de luna llena, por la paz y la tranquilidad que se vivían por esos días en que aún pasaban inadvertidos. Se hospedaron en el hotel de la isla. En las tardes salían a montar en las cuatrimotos y veían a los venados correr por el bosque frondoso que cubría la isla de extremo a extremo.
«Por más que estuviéramos en Colombia y él dijera: Está bien, este fin de semana no voy a ir a la finca, me voy a quedar contigo en la casa, allí todo el día tocaban a la puerta. Los teléfonos repicaban sin descanso, entonces por primera vez, en ese lugar, de verdad estábamos desconectados. No había interlocutores, puertas que atender ni teléfonos de verdad».
Ya de regreso a la capital panameña, se hospedaron en la casa de una hermana de Arcángel. Fue en ese momento cuando los rumores acerca de una posible captura de Arcángel por parte de miembros de la DEA que lo seguían desde hacía unos años, comenzaron a intranquilizarlos. Frida contestó el teléfono en un par de ocasiones cuando sus amigos desde Colombia le pedían que no regresara porque la situación se había complicado. «Es que a él sí le advirtieron, le dijeron que tenía orden de extradición pero él nunca creyó; pensaba que le querían meter miedo y por eso sus amigos le decían que se quedara en Panamá». A los narcotraficantes, por lo general, les gusta estar en manada, engavillados, tal vez sintiéndose más seguros, estén en las buenas o en las malas. Y Arcángel no era la excepción. «Estaba desesperado por tener gente alrededor, entonces él empezó a llamar a los hijos, a los amigos, a todo el mundo para que se fueran a Panamá».
Pasados tres meses de aquí para allá y de allá para acá, Arcángel alquiló un apartamento en la zona comercial del istmo. «Fue en ese momento cuando llegaron sus hijas, Raimundo y todo el mundo». Para transportar a la numerosa familia, se alquiló una buseta tipo colectivo. «No te estoy mintiendo, parecíamos el carro de La Tele, de donde se bajaban treinta o cuarenta personas». Frida le recriminaba mañana, tarde y noche esta situación. Que eso era dar mucha boleta, frase que en ese mundo significa evidenciarse demasiado, exponerse a la suspicacia de la gente. «Parecíamos una excursión. Él me decía que yo era una paranoica, que estaba loca, que tenía delirio de persecución. Arcángel reaccionaba furioso, diciéndome que si seguía así lo mejor sería que regresara a Colombia». El tiempo le daría la razón a ella.
En ciertos momentos, la tensa situación volvía temporalmente a la normalidad, pero regresaba cuando la comitiva se hacía notar. «Íbamos todos al cine, éramos demasiado vistosos, toda la gente nos miraba y cómo no, con buseta privada y guía turístico, eso hasta en el parque de Disney se hace notar». Pero a ellos no les importaba. Se daban la gran vida: de restaurante en restaurante, de evento deportivo en evento deportivo, de finca en finca y de mansión en mansión.
«Salvo esos inconvenientes, llevábamos una vida completamente normal. Si a eso de andar una familia en pleno, montados en una buseta recorriendo el país, se le puede llamar normal. Éramos una cantidad de gente». Recorrieron el territorio de punta a punta, desde la frontera con Costa Rica hasta la de Colombia, donde el recorrido tocaba hacerlo en trocha pues ya se encontraban con el gran Tapón del Darién.
Arcángel ya empezaba por desesperarse, quizás en el fondo sabía su situación. Perseguido por un grupo de narcos que lo querían dar de baja, buscado por medio de la circular roja de la Interpol, y seguido de cerca por el sabueso agente del ICE Romedio Viola. Las buenas noticias para Arcángel no llegaban de ningún lado. Frida hoy cree que en algún momento él llegó a pensar que sabía lo que le venía encima, pero que nunca lo reconoció. Probablemente, en el fondo, lo último que quería era preocupar a su propia familia. Pero por más que él se guardara las cosas, todos le caían encima. Mira no salgas, cuídate, aquello, lo otro. «Él, en su afán de tranquilizarlos, les decía que nada malo le iba a pasar, pero en su carita se le notaba la tristeza. Nosotros estábamos en la finca y cuando menos pensábamos, él estaba aislado en la hamaca, solo».
Esta situación alteró su comportamiento hasta el punto de que su genio no se lo aguantaba nadie. Frida empacó maletas, furiosa porque Arcángel no hacía caso a sus consejos. Pero la empacada sólo le duró un par de horas. Arcángel fue a su cuarto y la contentó.
—Usted no me puede dejar solo en estos momentos.
—Yo no quiero que te pase nada, yo no quiero estar el día que te pase algo —le respondió ella.
Frida presionaba para que reaccionara y entendiera que la situación era de real peligro, pero él no cambiaba su actitud ni modificaba su mal humor. Las peleas continuaban y él se obstinaba en mantener su forma de vida: rodeado de gente, haciéndose notar por los extraños, gastando desmedidamente en sus salidas. Un hecho muy notorio de su terquedad le quedó marcado por la ocasión en que sucedió, pasada la media noche del 31 de diciembre de 2003. Después de la cena y los abrazos de feliz año, llegó el momento de marcharse a la cama. Arcángel quería dormir con las hijas chiquitas.
—Listo, duerma con ellas, pero yo no voy a dormir con ustedes —le replicó Frida.
—¿Por qué?
—Porque no.
«Yo no quise compartir la cama porque lo lógico era que durmiéramos como pareja, y las niñas aparte, y él no accedió. La cama era grandísima, yo nunca había visto una cama así. Esa cama era como dos gigantes pegadas, pero no quería dormir con ellas y no lo hice; dormí aparte y Arcángel no insistió para quedarse conmigo, y me dolió mucho por tratarse de una fecha especial. Además, esas niñas eran terribles, salían con unos chismes de locas. La más chiquita era Roxana, que tenía en esa época 5 años: inquieta, rebelde y manipuladora como ella sola. Le decía al papá que no volvía a la finca porque yo le pegaba. Claro que ganas no me faltaban. Yo las llevaba a la casita de las muñecas, a montar a caballo, a la piscina, yo casi me insolaba todos los días por estar con las muchachitas en la piscina jugando todo el día porque él no tenía tiempo. Pues resulta que un día él se llevó a Roxana a dormir y cuando regresó, Marianela, su otra hija de 7 años, una niña precoz, mentirosa, intrigante y voluntariosa lo frenó».
—Papi, imagínate que Frida se estaba besando con ese señor —dijo la niña, señalando a un escolta.
Frida se quedó de una pieza. Arcángel igual, pero si las miradas mataran, Frida habría caído al piso fulminada. «¡A mí me dio una rabia! Quería como estampillarlos a los dos. A él por la cara que me puso, y a ella por decir esas bobadas».
—Si tú quieres creer eso, pues créelo, pero sólo a ti se te ocurre pensar que yo voy a montarte los cachos con la hija tuya al lado mío —le explicó.
Si bien vivir con las niñas era complicado para Frida, la actitud de su papá lo hacía peor. No tenía ni idea de cómo tratar a un niño y mucho menos de educarlo. La psicología infantil de ellas se imponía sobre la permisibilidad de un hombre que creía que dar gusto a los caprichos y dinero para suplirlos era suficiente.
«Un día Roxana tiró la comida al suelo porque no quería y yo le dije: Me hace el favor de recoger eso del suelo. Pero no, apareció el papá».
—Para eso están las empleadas, que lo recojan ellas.
«No se podía esperar más de unas niñas que se criaron con las empleadas del servicio. Un día a Marianela la picó un mosquito, y la niña tenía el brazo hinchado de tanta materia. La cogieron las empleadas entre todas mientras yo le hacía fuerza en el brazo para que le saliera la materia. La muchachita me miraba histérica».
—¡Malparida hijueputa!
«¡Una niña chiquita de 7 años diciendo eso! Y yo más duro le apretaba ese brazo».
Cierto día, cansado de los berrinches que su hija Marianela le hacía por haberle llevado la cuatrimoto del color diferente al que ella quería, Arcángel la regañó. Ella, ni corta ni perezosa, sacó la mano y le pegó en la cara al papá. Él se quitó la correa y la castigó. Pero no le duró el disgusto. «Al otro día la muchachita no le hablaba, y él anduvo todo el tiempo detrás de ella pidiéndole perdón. Eso a mí me parecía el colmo».
—Pídale perdón que la próxima vez va a ser ella la que se quite la correa y le dé a usted —le recriminaba Frida.
«Cómo pretende él que esas muchachitas hoy en día sean algo decente en esta vida. Cómo va a pretender que alguno de sus hijos sean unas personas de bien si eso no fue lo que él enseñó, lo que sembró, cosechó».
II
Sin importar los inconvenientes que ocurrían en Panamá y le molestaban, Frida no pensaba dejar a su esposo a merced de cualquier evento que lo pudiera perjudicar. «Mira que Dios es tan grande que él sabe cómo hace sus cosas. No ves que hasta llegaron a pensar que fui yo la culpable de que la DEA lo hubiera cogido. ¡Qué tal que me hubiera ido a Colombia por esos días! Me habría ido muy mal, no estaría aquí contando el cuento».
La finca en la que finalmente se asentó la familia estaba ubicada en una región conocida como Tortí, en el municipio del Chepo, a setenta kilómetros hacia el este de la capital y a unos cien de la frontera con Colombia. El ambiente que se respiraba por esa época no era el mejor. Esposas, hijos, sobrinos, hermanos se conjugaban en una mezcla de rostros que eran invadidos por la preocupación.
Los recuerdos pasan por la mente de Frida como una película. Cierra los ojos como rememorando esos pequeños momentos de su vida. Toma aire, respira, siente que viajar en el tiempo de una forma u otra es liberarla de una carga que lleva en sus hombros. Narrar los hechos la aligera. Piensa, toma aire con más fuerza que la vez anterior y se mete en el túnel del tiempo para despertar a primera hora del fatídico 10 de enero de 2004.
«Recuerdo que me estaba bañando, cuando de repente comencé a escuchar disparos de todo lado. La gente corría, los primos, los hijos, los hermanos, los escoltas. Empecé a escuchar que gritaban y yo clamaba, ¡Dios mío! ¡Qué es esto! Me puse la toalla y cuando salí tenía a un tipo con una pistola apuntándome a la cabeza».
—¡Salga!
—Pero ¡cómo que salga! —respondió ella asustada.
—¡Salga!
«Y me hicieron salir así. Tenían a todos en la parte del comedor, sentados en el suelo. Cuando yo vi a Arcángel, me dio una tristeza impresionante. Él solamente movía los labios, rezando, porque él es muy rezandero. No me quitaba la mirada de encima, pero tampoco me decía nada, y yo en toalla; entonces hablé con el señor que me tenía a mí».
—Déjeme poner algo, por favor. Déjeme poner algo.
El hombre se le acercó a una de las menores y le pidió que me trajera algo del clóset. La menor caminó hasta el cuarto y regresó con una sudadera. «Me metieron en la alacena, y no me había puesto el pantalón cuando el tipo ya estaba ahí con su pistola apurándome otra vez».
A esa hora la policía panameña, en coordinación con agentes de la DEA, había rodeado la casa por completo. «Yo salí, me senté, pero como ellos estaban en esa guerra tan horrible con Diego Montoya, y como esa gente llegó dando bala y no dijeron quienes eran, ni dieron una seña, ni una credencial, ni identificación ni nada que dijera que eran policías, yo sinceramente pensé que había ido gente de ese señor a matarnos. Llorábamos todos, no sabíamos qué hacer hasta que llegó un carro. De ahí se bajaron unos norteamericanos y ya cuando yo los vi, dije: ¡Ay, Dios mío, se lo llevaron! Él se quedó estático.
»Pero las cosas no pararon ahí. A nosotros esos tipos nos apuntaban a toda hora con las armas».
—¿Arcángel Henao? —preguntó uno de los estadounidenses.
Arcángel sentía en esos momentos que sus piernas eran de gelatina. Que sus años de pez gordo en el mundo del narcotráfico habían llegado a su fin. Por eso no le quedó otra que aceptar su derrota. Eran muchos años ganando batallas de una guerra que a la larga tenía que perder. Quizás en esta vida o en la otra, el ser supremo nos pasa la cuenta de cobro. A Arcángel le tocó en ésta.
—Sí, soy yo. Hasta aquí llegué —dijo.
Arcángel Henao era señalado por la policía colombiana y estadounidense como uno de los más poderosos jefes del Cartel del Norte del Valle. La DEA lo acusaba de ser uno de los capos más violentos de la organización, y quien libraba en aquel momento una guerra contra Diego Montoya. Junto con el gobierno colombiano, desde meses atrás lo había incluido en la lista de los diez narcotraficantes más buscados por ambos gobiernos, y por información que condujera a su captura ofrecía hasta cinco millones de dólares. En el bolsillo de su pantalón se le encontró una identificación con el nombre de Armando Restrepo.
«Cuando ya el agente de la DEA lo reconoció, se lo llevaron para un ladito y comenzaron a hablar. Él hablaba con ellos muy normal».
—Díganle a mi esposa que me traiga la medicina —les pidió.
«Él tomaba droga para la presión. Y yo no sabía qué hacer, yo me sentía como cuando negaron a Jesús. Te lo juro. Yo pensaba, bueno, es la DEA, lo van a extraditar y si yo digo que soy la mujer me van a quitar la visa y no lo voy a poder ir a visitar. Entonces, cuando a mí me dijeron que quién era yo, dije que era la novia de un hijo de algún hermano que estaba ahí, como de la misma edad mía. Yo agarré a ese muchachito y me lo puse al lado. Pero el de la DEA seguía preguntando».
—¡Quién es la esposa!
Frida callaba.
—¡Que quién es la esposa! —repitió el agente ya con desesperación.
De nuevo nadie dijo nada.
—Ahí no está su esposa —le dijo el hombre al regresar.
—Claro ahí está, la de la sudadera, la que se cambió ahora —respondió Arcángel, señalando a Frida.
«El oficial se me acercó y me regañó porque no le respondí pero yo le dije que tenía miedo. Fui, le busqué la medicina, le expliqué al oficial como administrársela: ésta en la mañana, ésta en la noche, ésta antes de acostarse, y el hombre se me reía en la cara. Yo de verdad creía que le iban a dar la medicina, pero nunca se la dieron». Luego los oficiales revolcaron la casa de arriba abajo. Esculcaron en todos los cajones, husmearon por todo el lugar y en cuanto compartimiento encontraron. Descubrieron una gran cantidad de documentación que pasaría a hacer parte del expediente en contra del capo y su familia. Uno de los papeles encontrados fue el pasaporte de Frida.
—Ah, usted tiene visa —le dijo el agente con una pequeña sonrisa burlona.
—Sí, la tengo desde que era chiquita.
—Guárdela porque la va a necesitar —le respondió entregándole el documento.
«Yo no entendí nada». El oficial regresó al lugar donde estaba Arcángel y lo esposó. A él lo montaron en un carro de la DEA y al resto en una camioneta, en la parte de atrás. En ese momento, Arcángel, con lágrimas en los ojos, pidió que lo dejaran despedirse de Frida. «Yo me acerqué, él solamente lloraba y lloraba».
—No te preocupes que todo va a estar bien. En la tarde yo vengo —le dijo Arcángel, confiado.
«Ésas fueron sus últimas palabras pero yo sabía que en la tarde él no iba a venir, que esa tarde que él soñaba no existía sino en su imaginación. Tenía sus ojitos aguaditos y se le caían las lagrimitas. Era como una honda tristeza, una tristeza impresionante que nos contagiaba a todos». Estaba derrotado. Todo ese mundo que había construido bajo el manto de ilegalidad se derrumbaba a sus pies. Por más fachadas que le pusiera a su imperio económico, disfrazándolo con empresas ganaderas, agrícolas y comerciales, nunca pudo ocultarle a las agencias federales lo que realmente era: un narcotraficante.
Arcángel Henao fue recluido en una celda de máxima seguridad en la sede de la policía, en pleno centro de la ciudad de Panamá. «Yo no sabía qué hacer, si llamar, si no llamar, si avisar... Hasta que los que quedamos en la finca tomamos la decisión de irnos para el apartamento que teníamos rentado en Panamá. Cuando a las cinco de la tarde tocaron la puerta, la empleada del servicio se asomó por el ojito».
—¡Ay, vinieron por nosotros!
Y así fue, Frida y el resto de familiares —que eran más de doce— salieron del apartamento a eso de las nueve de la noche y fueron transportados en microbuses a unas oficinas contiguas al lugar donde permanecían recluidos Arcángel y una parte de su familia. «Separaron hombres de mujeres y niños y nos dieron colchones. Menos mal que había un coronel a quien yo le llamaba mucho la atención, porque él decía que tenía una hija de mi misma edad. Yo no probaba bocado, y él me decía que yo tenía que comer. Yo le decía que no, pero él insistía. Yo le dije que necesitaba noticias de Arcángel».
—Le prometo que si come, mañana le traigo noticias.
Tras el bocado, efectivamente llegaron.
—Te manda decir que te quiere mucho. Que él está bien.
«Luego, cuando yo ya regresé deportada a Colombia, vi noticias donde decían que la cogida de nosotros fue con ejército y todo. Pero nunca en la vida por allá apareció un soldado. Pero eso no fue todo, mostraron un montón de armas por televisión, armas que según ellos, habían encontrado en la finca. Hasta unas pistolas de juguete que tenían los niños las pusieron ahí».
A los cuatro días de estar recluidos en los estrechos e incómodos espacios acondicionados como prisión en aquel edificio de la policía, la noticia de la posible extradición del temido capo, que se mostraba en ese momento como un avance informativo en los noticieros locales, petrificó a Frida. Las cadenas noticiosas panameñas daban cuenta de que en las próximas horas sería conducido al aeropuerto internacional de Panamá para que abordara el avión de la DEA, que ya lo esperaba en la pista. En ese momento, el coronel que la había aconsejado en un par de ocasiones, pasó cerca de su celda. Frida le preguntó si era cierto que se lo iban a llevar ese mismo día. El coronel ni lo negaba ni lo confirmaba, simplemente argumentaba que ésa era una información confidencial. «Pero cuál confidencial si ya todo el mundo lo sabe, en las noticias lo dicen». El coronel le pidió que se asomara a la ventana, que cuando pasara por ahí lo podía ver. En efecto, Frida lo hizo y vio cruzar una caravana de autos rumbo al aeropuerto. «Quizás él sí me vio pero como los carros eran polarizados yo no vi nada».
Con la extradición de Arcángel a Estados Unidos llegó el momento de la deportación desde Panamá de los ciudadanos colombianos que habían sido capturados con él. «A mí, un abogado que me había visitado me dijo que el DAS en Colombia nos iba a esperar, que él ya había cuadrado para que respetaran nuestro dolor. Había dicho que no habría cámaras ni prensa, ni nada. Mentira, esa llegada a Colombia fue tétrica: las cámaras, la prensa, la bulla y el DAS tratándonos como quién sabe qué clase de matones. Pero eso no fue lo más cruel, lo peor fue que cuando llamamos a Pereira y nos dijeron que ese aeropuerto estaba también lleno de policía, de prensa, de miles de personas. Entonces el hermano de Arcángel, que cayó preso con nosotros, alcanzó a pagar un avioncito privado y una parte de los familiares aterrizamos en Tuluá. Luego fuimos a la casa de la mamá de Arcángel, y esa señora, pobrecita, estaba destrozada. Preguntaba de todo, pero yo no tenía fuerzas, no quise hablar, no pude, me quería ir para donde mi mamá. Llegué a la casa de ella, y yo creo que ése fue el día más feliz de su vida. Estaba triste pero se le notaba la felicidad de volverme a ver. Después me enteré de que a mí me deportaron gracias a la mediación del coronel ese que me ayudó tanto, porque de lo contrario me hubieran dejado presa en Panamá. No ve que a los días dijeron que yo era pieza clave en la investigación, y esto tenía fundamentos. Siempre que pagábamos algo en Panamá, lo hacíamos con billetes de cien dólares, y a mí me tocaba mostrar mi pasaporte y firmar los billetes. Luego ya me enteré de que en Panamá tengo una investigación abierta por enriquecimiento ilícito».
III
A la semana siguiente de regresar a Colombia, Frida intentó regresar a la vivienda que compartía con Arcángel, pero se encontró con que nadie aparecía, ni le respondía una llamada. Todo el mundo, los hijos de sus dos anteriores matrimonios y la servidumbre la engañaban con patrañas para evitar que ella pusiera un pie en esa casa. Hasta que ya avanzada la noche, el hijo mayor de Arcángel, de 22 años, petulante y presumido, se presentó en su flamante carro deportivo en la portería de la unidad residencial y le dijo a los porteros en un tono amenazante que mucho cuidado cuando Frida saliera de la casa, que miraran muy bien qué cosas sacaba en su carro y que por nada del mundo dejaran entrar un camión. «Para saber que la que después fue y les vació la casa fue su segunda esposa».
A Frida le dolió mucho ese recibimiento y mucho más ese trato, sobre todo porque todos los familiares de Arcángel sabían que era ella su esposa, así jamás se hubiesen casado. Un día al salir, el portero vino y miró su vehículo.
—Hola, ¿cómo estás?, ¿necesitas algo? —le preguntó ella, molesta por la manera en que la detuvo.
—No, es que tengo órdenes estrictas de revisar su carro cuando salga —le respondió el vigilante sin el menor asomo de respeto.
«Muy bueno que la ex les haya vaciado la casa. Es que siempre estuvieron cuidándose de mí, cuando yo nunca en la vida les hice daño. Allá ellos que se matan por un mueble, yo no hago eso, no me interesa».
Sobre las casas, fincas, vehículos o dinero constante y sonante dice no saber mucho. Hoy solamente le agradece al de arriba que Arcángel no las hubiera puesto a su nombre, de lo contrario a su expediente por lavado de dinero en Panamá se sumaría otro por servir de testaferro en Colombia.
Mientras Arcángel dormía en los estrechos calabozos del Metropolitan Detention Center de New York, en Brooklyn, Frida se encargaba de preparar su partida de Colombia. La primera esposa de Arcángel, acompañada por sus hijos, llegaba a la vivienda a usurpar su lugar y de la peor manera. Frida la describe como una mujer imponente. Alta, glamorosa, esbelta y de mucho porte; de piernas largas y cadera con movimiento prodigioso, totalmente opuesta a la segunda. «La otra era todo lo contrario: paticortica, sin estilo, inclinada y sin modales; nada que ver con esta encopetada señora.
»Me subí a llorar, pensando que, aparte de todo lo que estaba pasando, me parecía una falta de respeto que esa señora llegara con sus hijas, Aura e Isabel, a perturbarme más de lo que ya estaba». Pero los problemas no pararon allí. La servidumbre, que en presencia de Arcángel trataba a Frida con distancia, como a la patrona, ahora actuaba de una forma displicente. Con la primera ex mujer y los hijos en la casa, la atención estaba dispuesta sólo para ellos. «Es una condición muy triste de las personas que funcionan únicamente por el poder del dinero. Yo fui muy buena gente con todas las personas que trabajaron para él, desde la muchacha que arreglaba la casa, la cocinera, el muchacho que manejaba el carro; yo era un amor con todos porque yo siempre he pensado que todos somos iguales. Pero cuando estaba esa señora ahí, una de las empleadas a la que yo más quería, una señora a la que le tenía aprecio, fue la que más me hizo la vida imposible. Me sentía traicionada. Un día sirvió desayuno sólo para ellos. Yo bajé y saludé. Nadie me dijo nada. Desde ahí, esta empleada perdió todo el respeto hacia mí y por supuesto todo mi afecto. Se desvivía en atenciones para con ella, andaba a su espalda preguntando: Doña, ¿qué quiere? ¿Cómo puedo servirle? ¿Qué necesita? A mí se me hizo como inaudito que ella cambiara tanto. En ese momento yo pensaba: Tenaz que la gente no lo valore a uno por el trato hacia ellos sino por lo que hay de por medio. Cuando yo era la de la época, era diferente, no me trataban así». Así son los altibajos del poder, y pueden medir exactamente la condición humana. El poderoso es como la miel: siempre tendrá insectos merodeando a su alrededor.
Finalmente llegó el día en el que se acababan todos estos martirios terrenales para volar hacia Estados Unidos, donde Frida podría visitar a su querido Arcángel. «Yo estaba haciendo la maleta, lloraba mientras empacaba, no era capaz de sostenerme en pie, me sentía mareada, como que me iba a caer, y la empleada en algún momento se me acercó».
—¡Bueno, pero ayude usted también a empacar! —dijo la empleada.
«Ahí fue cuando yo sentí como si me hubiera cogido del pelo».
—¡Bueno y por qué yo voy a ayudar a empacar, si la empleada es usted! —le respondió, ya con rabia.
«Me salí del cuarto y me fui para otro a llorar. Al día siguiente cogí mis maletas, me despedí del resto de empleadas, salí con el corazón en la mano de esa casa, a la que realmente nunca pertenecí, y me fui para Bogotá. Fue muy triste, como casi todos los episodios en los que Arcángel no estaba a mi lado».
Mientras ella se las ingeniaba para salir del país, los amigos que en su momento tuvo con Arcángel la asustaban diciendo que eso era prácticamente imposible, dado que la fiscalía tenía una investigación en su contra. Pero Frida aún guardaba el teléfono de un antiguo contacto que manejaba el aeropuerto de Bogotá como la palma de su mano; un contacto que por unos cuantos millones de pesos pasaba a cualquiera por todos los controles migratorios sin despertar sospecha. Frida lo llamó y le explicó su peligrosa situación. Pero para un personaje que maneja la situación a su antojo, puede existir la palabra peligrosa pero no imposible.
Al día siguiente, el hombre regresó con la noticia de que efectivamente en el computador del DAS figuraba una investigación en su contra. Sin embargo, además del problema le tenía también la solución: por la módica suma de 600.000 pesos [unos trescientos dólares] todo quedaría borrado como por arte de magia. Frida sacó el dinero y aceptó.
En el momento del viaje, el hombre la acompañó personalmente hasta el aeropuerto.
—Espéreme acá —le pidió antes de caminar a encontrarse con alguien.
«Luego regresó y me dijo que me metiera en una fila».
—Va a ver a un muchacho de tez morena y camisa blanca esperándola.
«Listo, me metí en esa fila, el muchacho me miró, yo lo miré, agarró mi pasaporte».
—Buen viaje —le dijo el muchacho en voz baja.
«Fue el vuelo más largo de mi vida».
Aterrizó en Nueva York, pasó los controles migratorios del aeropuerto JFK y acto seguido se montó en un avión con destino a Miami. Allí la esperaba la esposa del hermano de Arcángel, quien también dormía en los calabozos de una prisión estadounidense. Llegó a su casa y vivió ahí por los siguientes tres meses.
Durante el primer mes le fue imposible ver a Arcángel pues aún no se autorizaban las visitas. No obstante, ella tomaba religiosamente un vuelo cada semana para pararse a las afueras del centro de detención, con la esperanza de que él, desde su pequeña ventana, la alcanzara al menos a identificar. No importaba si llovía, si hacía frío o calor, si no tenía con qué o dónde arroparse; lo importante era que ella sabía que del otro lado de la enorme construcción la esperaba Arcángel.
Cuando aún no terminaba de instalarse en Miami, una noticia aún peor los dejó perplejos a todos. El primero de marzo mataron a su papá en la entrada de su casa. «Era terrible no sólo el dolor de que tu pareja estaba tras las rejas sino que también te matan a tu papá. Tú empiezas a preguntarte mil cosas. ¿Por qué lo mataron? ¿Tendrá algo que ver? Y yo no podía hablar con Arcángel, no sabía qué hacer. Es que con escasos 19 años, quién iba a tener la fortaleza o la claridad mental para soportar dos golpes tan duros que me estaba dando la vida».
Gregorio, padre de Frida, también formó parte del mundo oscuro del narcotráfico y terminó en uno de los destinos que éste depara: la muerte. Aparentemente no tuvo problemas serios con los grandes capos, pero su hermano Leonidas, sí. Esto le costó la vida. Ese peligroso ambiente cobra cuentas temprano o tarde, pero no deja a nadie sin factura. Si no es la muerte, es la cárcel.
El día de la primera visita a Arcángel, después de mucho tiempo, al fin se concretó. Los abogados hicieron el papeleo, el preso desde el interior de la cárcel hizo lo propio y se logró el objetivo. Frida y Arcángel estarían frente a frente. A eso de las seis de la mañana, Frida se levantó, se bañó y se puso un pantalón negro, una blusa que tapaba por completo su busto y tomó un enorme abrigo que la protegería de las bajas temperaturas que en aquel momento se sentían en Nueva York. Pidió un taxi para que la llevara al aeropuerto de Miami. Una vez allí, se registró en el vuelo 47 de American Airlines con destino al aeropuerto de La Guardia. Cuando el vuelo tomó altura, Frida se recostó en la silla intentando dormir un poco. No habían pasado veinte minutos cuando cayó dormida profundamente.
IV
Su primer encuentro con Arcángel había transcurrido trece años atrás. Eran otras épocas. Frida y Violeta, apenas unas niñas, acompañaban a su papá a las reuniones que entre narcos se realizaban en la finca de Arcángel. Mientras los mafiosos se reunían a hablar de sus negocios, las hermanas jugaban con las hijas mayores del poderoso capo, de su misma edad. A partir de esos encuentros, comenzó oficialmente la penosa aventura que llevaría a Frida, años después, a visitar a su pareja en una cárcel estadounidense.
«El día que Arcángel mandó llamar a mi papá estaba super, superborracho, y en medio de su borrachera le dijo una frase premonitoria».
—Usted va a ser mi suegro.
«Frida tenía 17 años. A mí me dio de todo. Este viejo pendejo, pensé, pero ¡qué se está creyendo! Estaba iracunda. Mi papá puso una mala cara y yo me enojé. No es que él fuera feo, pero se vestía muy mal: la camisa de satín, el pantalón todo raro y la bota puntuda; él era un poquito chiquito pero no más. Feo, feo no me parecía. Nos fuimos de ahí porque yo estaba iracunda, histérica; mi mamá me jaló del brazo y nos fuimos». Pero ahí no paró todo.
«Cuando yo veía a ese señor pagaba escondites para escabullírmele. Si iba en mi moto, yo aceleraba. Si por ejemplo yo lo veía en ciertos lugares y veía que él se montaba en la camioneta, yo salía apurada y me metía por donde fuera para que no me saludara. Yo decía: ¡No, qué pereza este señor! Le corría. Ya después, menos mal, me fui para la universidad en Cali y todo cambió: ahí uno madura enormemente. Por lo menos eso es lo que se piensa. El estilo de vida, el entorno era diferente; ya no eran babosos que quieren ser traquetos en Cartago. Eran muchachos que querían ser alguien en la vida a base de estudio y de esfuerzo. Así viviera en Cali, los fines de semana y en la época de vacaciones regresaba a Cartago a donde mi familia».
Fruto del matrimonio de Gregorio y Karina nació Julieta, la hermana menor de las Corrales. Karina tenía una amiga que en algún momento de su vida había sido reina de la Guajira, departamento al norte de Colombia. Esta mujer tenía una agencia de modelos en Cartago y había comprado una franquicia para realizar el evento Niña Colombia. Se le acercó a Karina y no sólo la entusiasmó con la idea de poner a Julieta a participar en el evento sino que, de paso, le dio las herramientas necesarias para que consiguiera el dinero del patrocinio.
—Siempre es así, hay que decirle a estos señores —le dijo, refiriéndose a los mafiosos de Cartago.
—Pues digámosle a éste, que por lo menos es buena gente —le propuso Frida a su madre, refiriéndose a Arcángel Henao—. Yo hablo con él.
«Como la señora del reinado dijo que teníamos que conseguir patrocinadores, ¿entonces quiénes iban a ser los patrocinadores? Ellos, los mafiosos». Vaya paradoja. Unas personas creando concursos a sabiendas de dónde sale el sucio dinero que parará en sus arcas. Para los narcotraficantes, sacar tres centavos para patrocinar señoritas no es más que una diversión que les abre las puertas a más mujeres y quizás a un roce social que jamás imaginaron. La competencia del reinado era inicialmente a nivel local pero la idea era convertir a Julieta en Niña Cartago, Niña Valle, Niña Colombia y Niña Mundo. Todo un ascenso en el universo de los reinados de belleza.
«Llamé a Arcángel y él quedó de recogerme para ir a almorzar y yo acepté. Pero resulta que nunca me llevó a almorzar sino que me puso a recorrer toda la finca. Y yo con un hambre tenaz. El señor, respetuoso y todo, pero me dijo que tenía cosas que hacer». El hecho fue que Frida regresó a su casa no sólo sin probar bocado sino con la frustración de no haber conseguido el dinero para su hermana. «Se me hizo el loco y no hablamos de nada».
—Pero no importa, vamos a comer esta noche —le dijo a sabiendas de que Frida no le había podido hablar.
Ella aceptó. El ambiente en el conocido restaurante Rodizio de la ciudad de Cartago estaba decorado para la ocasión. Manteles y cubiertos refinados adornaban la mesa. Dos velas a cada lado iluminaban todo, dándole un aire romántico al ambiente. Las copas se chocaban a medida que Frida empezaba a perder la paciencia porque Arcángel no daba pie para tocar el tema. «Él seguía bebiendo y en medio de los tragos me decía doctorcita, porque yo estudiaba medicina. Tenía los muchachos que andaban con él en otra mesa porque él era muy buena gente: a todos los sentaba para que comieran. Para él no eran sus escoltas, eran los muchachos que lo acompañaban». En el mundo de los narcotraficantes esos acompañantes no pueden fallar pues no son otra cosa ni tienen más tarea que ser los guardaespaldas, listos a enfrentar cualquier problema y a exponer su vida por la de su protegido.
Arcángel, que era muy amigo del licor, rápidamente se emborrachó. «Entonces tampoco pudimos hablar del tema. Es que él se emborracha boleando un poncho». Pero Arcángel ya tenía su plan para el próximo día.
—Mañana vamos a trotar —propuso Arcángel.
«Él hacía ejercicio todas las mañanas. Yo me fui con Julieta y con Violeta y ahí estuvimos caminando toda la mañana hasta que por fin le pude decir lo que necesitaba: la plata para el reinado de la niña». No hay problema. El tema de dinero para los mafiosos se soluciona chasqueando los dedos. La platica fue a parar a la cuenta corriente de la realizadora del evento. Misión cumplida.
Todo este trámite se hizo, por supuesto, a espaldas de don Gregorio. Él era muy celoso con sus hijas, mucho más con la menor. «Una vez yo desfilé chiquita en el colegio en traje de baño y cuando mi papá vio la foto que yo mantenía por allá escondida, me llamó hecho un energúmeno y pum... me pegó una cachetada que me mandó al suelo. A mí eso nunca se me olvida. Es que como mi papá era muy perro, un poquito tremendo; fue infiel y alborotado, y como yo era la mayor y defendí siempre a mi mamá, porque a mí me dolía mucho verla sufrir; fui fría con él, además orgullosa, y se lo hice sentir. Nunca consideré que él tuviera derecho sobre mí, y eso a él le dolía y lo mantenía resentido en mi contra. Él aprovechó el hecho de encontrar esa foto para pegarme. Por eso el reinado de mi hermana fue a escondidas de él, y por todo lo anterior, cuando se trataba de que él no se enterara, yo era la primera en apoyar».
Una doble moral en la que por un lado se reprime a la familia y se le exige una conducta intachable, y por el otro se es infiel y agresivo con la misma esposa. Sin mencionar lo difícil que es mantener a sus hijas apartadas del ambiente mafioso y de los amigos del mismo gremio. Desde que Frida y Violeta eran pequeñas, Gregorio las inmiscuyó en el narcotráfico, y, tiempo después, con narcos terminaron.
La plata en la cuenta corriente de la dueña del evento para el patrocinio de la diminuta candidata dio pie a empeorar la situación de Frida pues Arcángel ya sentía cierta autoridad y derecho a pretenderla. «Él empezó a tener atenciones conmigo pero yo seguía corriéndole. A él no le importaba e igual me seguía insistiendo».
—¡Frida, acá está el señor! —le decía Karina de un momento a otro, cuando Arcángel aparecía en la casa sin avisar.
—Qué pereza, yo no quiero verlo.
—Él ya sabe que usted está acá porque él la vio entrar.
«Él era uno de esos que se colaba y cuando uno menos pensaba ya estaba adentro. Salí yo a verlo y lo encontré de pantalón apretado, unas botas texanas de escama de pescado azules, una camisa hawaiana de palmeras y flores, y un sombrero costeño. Parecía un circo.
»Definitivamente no existía poder humano que lo hiciera cambiar. Pobrecito. No es por justificarlo ni mucho menos, pero aparte de que su familia era muy humilde, a él lo vestían las empleadas. Usaba marcas todas alborotadas: Cavalli, Moschino, Armani Exchange, lo más estridente y exagerado en ropa y accesorios. Qué pesar. Él salía como un loco siempre. Pero esto cambió cuando yo estaba con él. Yo lo mantenía elegante y coordinado en sus colores y prendas de vestir, y más discreto y con estilo.
»Arcángel fue una persona superdetallista. La gente puede pensar otra cosa y yo no culpo a nadie por lo que piense, cada quien juzga de acuerdo a su experiencia. La mía fue bonita, él fue una persona que con detalles me conquistó, y cuando yo digo detalles, me refiero a chocolates, globos y esas cosas con las que él supo ganarse mi corazón y parte de mi vida».
Lógicamente algunas veces se excedía en los detalles. Como narco que se respete, no mandaba un ramo de flores sino la floristería completa. «Un día me mandó un ramo que no cabía por la puerta. Otra vez me mandó un celular».
—No, es que yo ya tengo celular —les repetía Frida a los muchachos que su pretendiente mandó de emisarios.
«Me mandaba a invitar a su finca en Cartago y yo no quería, pero cuando menos lo pensaba estaban los muchachos tocándome la puerta para que yo fuera a Cartago. Otra vez me llegaron con un reloj estrambótico».
—Es que no entienden que a mí no me va a venir a descrestar con un reloj —le insistía a los escoltas.
«Porque así yo no tenga el mismo reloj que él les ha dado a todas sus mozas, en mi casa yo siempre tuve un reloj puesto. Posiblemente no era el más lujoso ni el de diamantes, ni el deslumbrante, pero siempre tuve uno. Él no entiende que a mí un celular no me va a venir a descrestar porque así no tenga el último celular, desde que salieron tengo uno. Eso no era lo que yo quería, no me interesaba. Entonces él se tomaba las cosas muy a pecho. Si iba a comprar chocolates, compraba como para un año. Si iba a comprar un globo entonces los globos no cabían por ninguna parte. Es que era muy exagerado, pero eso a mí me parecía tierno y me ablandaba mucho más cada día».
Aunque todos esos detalles le comenzaron a parecer chistosos, había algo que le agradaba. Sin embargo, la relación no prosperaba. Ni los celulares ni los relojes hacían aflojar a Frida para que se convirtiera en su mujer. Cansado de esta situación, Arcángel se metió un día la mano al bolsillo y sacó un fajo de billetes para regalárselo, para que se fuera a comprar lo que ella quisiera. Pero Frida no se lo recibió.
—No me dé plata, cómpreme algo que a usted le guste.
Con la clara misión en la cabeza e ilusionado por agradar a su presa, Arcángel se fue de compras a un centro comercial, donde escogió tres blusas que llamaron su atención. Luego volvió con ellas. «Yo me imagino que él no fue el que las escogió, habrá puesto a alguien a que las escogiera. Pero bueno. Al menos lo intentó. Eso es algo diferente al hecho de mandarme la plata. Y lo mejor es que estaban bonitas, hoy en día todavía tengo una».
Pero aun así, Frida no daba su brazo a torcer. Permanecía tan firme como la primera vez. Arcángel seguía insistiendo como eterno enamorado, pero en ese momento se vivía un ambiente de guerra constante que le impedía moverse con facilidad. Pero aun así, se las ingeniaba para verla. Cierto día tomó el teléfono y llamó a Frida para informarle de que se encontraba en Cali. Frida reaccionó con sorpresa pues entendía el peligro que corría Arcángel en la ciudad. «Yo no podía creerlo, el hecho fue que mandó por mí, y estaba en el apartamento de las hijas porque ellas vivían en Cali. Lo saludé normalmente, pero estaba muy conmovida: que pusiera su vida en riesgo por mí me parecía maravilloso. Aunque a decir verdad, a esa hora a mí todas esas cosas de él me parecían bonitas, que me buscara y me halagara, que se arriesgara y que me demostrara que yo era más importante que sus miedos y sus problemas».
Frida valoraba su esfuerzo. Para él, acostumbrado a comprarlo todo con el dinero —y al decir todo, es todo—, hacer ese tipo de sacrificios era motivo suficiente para que a Frida el corazón le palpitara diferente. «Yo decía, pero bueno, de pronto, es que él ha cambiado, se ha esforzado. Se quedó tres días en Cali, todo el tiempo super pendiente. Si yo iba a visitar a mi familia a Cartago, él me mandaba a uno de los muchachos para que me recogiera. Cuando me tenía que devolver, los mandaba para que me trajeran. Así, con tantas atenciones fue como poco a poco me ganó».
En otra ocasión, Arcángel se atrevió a visitar una tienda de celulares. Los revisó, los probó todos y luego de varias opiniones con amigos cercanos escogió el que finalmente le daría a Frida.
—Vea Fridita, éste lo escogí yo. Para que me lo acepte.
Lo que ella ignoraba era que ese celular en su momento le serviría más a su hermana Violeta que a ella misma, pues fue pieza clave para desenmarañar la relación clandestina que llevaba Tortuga, el novio de su hermana, con la secretaria, ya que contaba hasta con un mecanismo de grabación. «Él es tan espontáneo, tan buena gente, que todas esas cosas me hacían interesarme por él».
La última noche de su visita a la sultana del Valle fue a comer a orillas del río Cali. La noche estaba adornada por cientos de estrellas que iluminaban el cielo; el clima era perfecto; la cena, romántica; la música de fondo, ideal. El lugar indicado para la ocasión. Todo se prestaba para el romance y la aproximación. Arcángel, en su plan de conquista, intentaba tomarle una mano, pero ella se negaba un poco, se sentía nerviosa. «Yo oscilaba de lado a lado, unos ratos que sí y a los siguientes como que no. Pero Arcángel es puro corazón, de verdad. Cuánta cosa se diga o se hable de él, a mí no me consta. Yo conocí nada más la parte buena de Arcángel, lamentablemente ese mundo es lo que es. Tampoco lo defiendo, pero simplemente digo lo que a mí me tocó vivir. Es igual, cuando tú menos piensas, ya estás ahí metido. Tienen veinte fincas que ninguna produce nada. Diez carros que todo el mundo usa menos el dueño, y cuando los va a usar, están dañados. Cinco o diez inútiles que lo único que quieren es aprender del negocio para luego matarte. Aviones, joyas, de todo que a la hora final no les sirven para nada porque cuando están presos, los primeros que les quitan sus cosas y hasta su mujer son sus amigos. Unos hijos que no le sirven para nada y que hay que mantener porque cada uno es más inútil y loco que el otro. Pero en fin, Arcángel era sólo amor».
Ahora bien, Frida reflexiona y reconoce que en su caso particular Arcángel cometió muchos errores como padre y jamás les enseñó a sus hijos a valorar lo poco o mucho que tenían. «Yo valoro cada cosa de mi vida pero a ellos no les enseñaban nada. Ellos perdían el año y el papá les cambiaba el carro; entonces cómo pretende que hoy en día esos muchachos sean mejores, que hayan estudiado, que valgan por lo que son y no por lo que tienen. Arcángel me hablaba de sus hijos, se quejaba pero terminábamos discutiendo».
—¡Cómo vas a pretender que tus hijos sean profesionales si nunca les enseñaste la disciplina, nunca! —le recriminaba.
«En cambio mi mamá se sentaba con correa en mano y nos forzaba a estudiar. Si nosotras no lo hacíamos ni estudiamos era por descaradas, por burras, por atrevidas, por torpes, por ser de todo lo peor, pero no porque mi mamá no nos lo enseñara. Mi mamá sí tiene derecho a cuestionarnos porque no hicimos las cosas a pesar de sus consejos, enseñanzas y palizas».
La noche de aquella cena a orillas del río Cali terminó con los dos comensales llenos y complacidos. Arcángel llevó a Frida hasta su apartamento, ubicado en un conocido sector de la ciudad, se despidió amablemente y le prometió volver. Al día siguiente regresó temprano a recogerla, fueron a desayunar a un sitio cercano y de ahí a la universidad. Una vez en el parqueadero, Arcángel, por fin, se le acercó con la firme intención de besarla. Ella, nerviosa y todavía indecisa a pesar de todas las demostraciones de afecto e interés de Arcángel, al comienzo lo esquivó. Pero en realidad ya no había nada que hacer. Hubo «andeneada», que es un beso en la comisura de los labios y el anuncio de que vendrán otros con todas las de la ley. La suerte estaba echada.
V
Arcángel se reportó desde Cartago por teléfono como de costumbre.
—¿Vas a venir? —le preguntó a su doctorcita.
Pero Frida no podía viajar a su pueblo debido a los exámenes parciales que debía presentar. A la semana siguiente, sin embargo, aprovechó y se fue con una amiga a buscarlo.
«Los muchachos me recogieron en Cali, y para ir a Cartago se pasaba por la finca de él. Nosotras arrimamos; él estaba ahí».
—Acompañame al cuarto —le pidió Arcángel.
«A mí me dio miedo ir sola, entonces mi amiga y yo lo acompañamos creyendo que nos iba a mostrar quién sabe qué cosa. Cuando entro yo y veo el cuarto lleno de globos, de chocolates, de flores, pero había tantos, tantos que no había ni por donde caminar». A Frida le pareció un detalle muy bonito. Afortunadamente tenía preparada a su amiga para la sorpresa por la excentricidad del pretendiente. «Me daba pena de una reacción de mi amiga. No pasó nada, afortunadamente, mi amiga se portó muy madura».
—Yo quiero que vayas a tu casa, te cambies, te organices, porque te tengo una sorpresa para la noche —le dijo Arcángel.
Frida lo tomó como una gran invitación, la cual estaba dispuesta a aceptar. Pasó junto con su amiga por el salón de belleza de Javier, se sentó al lado del ventanal panorámico desde el que se divisaba el exterior, como si se estuviera mirando el horizonte desde la silla del piloto de un avión. «Yo sabía que él tenía una sorpresa pero él sabía que yo no estaba sola, estaba con mi amiga. Mejor dicho, nos pusimos la Pinta, la Niña y la Santa María». Que en el lenguaje de las Muñecas no es otra cosa más que vestirse con el mejor ajuar y arreglarse lo más bonitas posible.
Cuando llegaron a la finca, Frida y su amiga hicieron un esfuerzo para caminar entaconadas por el camino que llevaba hasta el enorme lago que previamente había sido acondicionado para el magno evento: en el centro flotaba un gran planchón con mesas, antorchas y mariachis. «De verdad se veía superbonito. Fue un detalle que yo no me esperaba de él. Yo pensaba que él era como más torpe, pero no, todo estaba muy bonito y muy selecto».
Para un narco que suele organizar fiestas sin motivo en un dos por tres, lograr esta logística no era complicado. Sobre todo si se cuenta con la ayuda de una decoradora y organizadora de eventos, como era su caso. Mientras mariachis y vallenatos se turnaban el planchón para tocar, Frida, Arcángel y el resto de invitados hacían correr el licor de boca en boca. Hasta que, como de costumbre, Arcángel sucumbió ante su talón de Aquiles: el licor. «Lo acostaron a dormir y nosotras nos fuimos, de modo que la fiesta no pasó a mayores».
Al día siguiente, Arcángel madrugó a recoger a Frida y su amiga en la casa materna. Lo más curioso del asunto es que a este hombre le daban, según Frida, unos guayabos durísimos, pero en época de conquista no le dolía ni la cabeza, y si estaba enfermo, lo disimulaba muy bien. El amor hace milagros.
—Qué pena, doctorcita, me le emborraché —le decía apenado—. Cómo es que yo le hago esto.
—Fresco, no se preocupe.
Después del desayuno en la finca del capo, fueron a caminar a los alrededores del lago, pasaron la tarde montando a caballo, jugando en las maquinitas electrónicas que existían en el salón de juegos acondicionado en la finca, y hasta tuvieron tiempo para ver televisión. Ya llegada la noche, fueron como de costumbre a comer al restaurante Rodizio, donde se encontraron con Tortuga y Violeta y Rasguño en compañía de una de las de turno. Rasguño, que se destacaba por su descarada imprudencia y desparpajo, puso los ojos en la acompañante de Frida. «Es que él siempre la cagaba. Mi amiga no tenía culo y él se empezó a burlar».
—Oiga, usted tan desconfiada, dónde dejó el culo —le preguntaba, al tiempo que los demás se reían.
—Lo tuve que empeñar porque debía una platica —respondió la amiga sin dejarse achantar.
«Mi amiga tenía muy buen sentido del humor y a pesar de tener un cuerpo muy feíto, poseía una gran personalidad, y esas bromas le importaban muy poco». Su deficiencia corporal la equilibraba con una cara muy hermosa. De esas caras como de campaña de maquillaje: linda, fresca, boca gruesa, pómulos hermosos, piel de diosa, «lo único era su cuerpito que no la ayudaba mucho que digamos».
Como esa noche tocaba nada más y nada menos que el Binomio de Oro, todos fueron a parar a la finca de Rasguño. «Eso fue una fiesta que ni les cuento. Estruendosa. Yo no quería ir por evitar chismes, porque me parecía muy maluco lo que la gente seguramente iba a empezar a decir de verme andando con él. Llegamos a la finca, pero menos mal que Arcángel, como ya había salido medio prendido del Rodizio, en un dos por tres se emborrachó y no me comprometió. Nos fuimos para la finca, pero él durmió en su cuarto y nosotras en otro. Al día siguiente nos fuimos para Cali porque teníamos que irnos a estudiar».
—Espere, doctorcita, ¿usted y yo qué? —le preguntó el hombre, curioso por saber en qué estado se encontraba su relación.
—Usted y yo somos muy buenos amigos —le respondió Frida con aridez.
—Pero vea, doctorcita, ¿usted no se da cuenta de que me gusta mucho?
—Espere que las cosas se van dando. No tenemos que decir si somos novios o no, eso se va dando poco a poco —le aclaró ella, dando por terminada la conversación.
A pesar de que Arcángel tenía ochenta jóvenes a su alrededor, con Frida trató de hacer las cosas desde el principio de una manera diferente. «Es que esas muchachitas él las cogía de una noche y ya». Pasaron quince días para que Arcángel lograra convencer a Frida de regresar de Cali a Cartago. «Ya ese fin de semana me fui sin decirle nada a mi mamá, me quedé en la finca de él, y esa vez sí pasó de todo».
Frida apenas estaba cruzando la puerta para devolverse a estudiar a Cali cuando las llamadas, las mil flores y los dos mil regalos inundaban su casa. Arcángel se esmeraba para que, con la precisión de reloj suizo, le llegaran los detalles casi al tiempo que ella arribaba. «Esa vez, él me pidió que fuera a la finca y yo le dije que sí, sabiendo lo que iba a pasar. Yo no era una culicagada ni él tampoco, yo no iba a ir a que jugáramos. Yo sentía que él había hecho el esfuerzo, como que de verdad él se lo había ganado. No el premio, sino el derecho a tener una relación seria. De todas formas, yo iba con mucho susto porque, primero que todo, él es una persona muchísimo mayor que yo. Él qué va a pensar. De pronto yo no tengo la experiencia de él. Cómo va a ser. Yo pensé tantas cosas. Yo nunca en la vida había maquinado tanto cómo iba a ser ese momento, de verdad. Yo creo que era por la diferencia de edad. Por una parte yo pensaba como que él no tiene mucha cara de que vaya a ser buena la cosa, pero también por otro lado pensaba si él tiene tanta experiencia con tantos años que él tiene, perro como él solo, era como un temor. Era tanto el temor que el primer día traté de dormir en otro cuarto, pero no pude. Traté de verdad, no sabía cómo actuar, hasta que él insistiendo me invitó».
—Vamos al cuarto a ver televisión —la invitó Arcángel.
«Y bueno, ahí pasó».
No era para menos. Los narcotraficantes siempre actúan con la seguridad de que lograrán su cometido. En lo que a mujeres se refiere, poseen todas las herramientas para ello. El caso de Frida, aunque demorado, no fue la excepción. Arcángel no sólo consiguió la atención de Frida, sino también su amor. Para ella fue algo especial. Pasaría un par de meses para que llegaran los problemas.
Un domingo cualquiera, en el que veían televisión en el cuarto como muchos otros, entró precipitadamente uno de los muchachos con la noticia de que Gregorio, el padre de Frida, se encontraba abajo esperando hablar con Arcángel.
—¡Cómo así! —exclamó Frida, levantándose con rapidez.
Agarró lo primero que encontró y corrió al baño. Arcángel hizo lo mismo. Parecían dos adolescentes que temían ser descubiertos por un adulto. Pero por más que quisieran huir, sabían, sobre todo Arcángel, que debían dar la cara.
—Frida, mi amor, pues enfrentémoslo, salgamos —le dijo, tocándole la puerta del baño.
—¡Qué! Dizque enfrentémoslo. ¡Usted se embobó! No señor —respondió ella.
Arcángel salió de la habitación a medio vestir. Se puso el pantalón de la noche anterior y salió presuroso al encuentro con su suegro. «A él le tocó salir e ir a entretenerlo y yo corriendo. Lo que hice fue coger mis cositas y por la otra puerta salir e irme para Cali. Pero fue superrico, es como cuando uno se queda con la pareja todo un fin de semana viendo televisión y no sabe si se va a aburrir. Ése era uno de mis temores, como que no hubiera química y se me acabara el encanto, pero no, todo fue super. Lo único fue lo de mi papá, pero bueno. Arcángel supo manejarlo muy bien». En efecto, la experiencia no se improvisa.
Sin embargo, así no le hubiesen contado la verdad al padre, los chismes empezaron a circular hasta llegar a oídos de la familia. Karina, quien estaba cansada de las habladurías del pueblo, decidió confrontar a su hija en una de sus visitas.
—Mija, dígame la verdad. ¿Usted tiene algo con este señor?
Frida lo negó con toda la razón pues hasta ese punto nada había pasado, simplemente las llamadas y los regalos casuales. Pero sí le confesó a su mamá que, por aquel señor al que ella se refería de esa manera tan despectiva, sí estaba sintiendo algo.
—No tengo nada, pero a mí él me está como gustando.
—Yo pienso que es muy grande para ti —le respondió la madre, ya más calmada—. Pero yo no te voy a decir nada porque cuando uno más les dice a los hijos no es cuando más hacen las cosas. A mí me parece que es muy grande, pero tú sabrás.
«Una vez estaba donde mi abuelita y a ella alguien le había dicho que Arcángel y yo vivíamos juntos».
—Vea, mija, cómo es la gente. ¡Qué tal lo que están diciendo!
Para la abuela, las modernas formas de ver la vida de los jóvenes era algo difícil de aceptar. Ella era más tradicional y se escandalizaba con facilidad. Además, quizás como la mayoría de las abuelas, quería que las relaciones de sus nietas se ajustaran a la decencia y a lo que ella consideraba clásico.
—Abuelita, de cuando acá a uno la gente le da de comer —le respondió Frida, tratando de sacarla del círculo vicioso del chisme.
«Es que la intención de mi mamá era quedar bien como mamá, pero por el otro lado me atacaba. Mi abuelita empezó con el cuento. Entonces a mí me dio rabia».
—Si es tanto así, si le importa tanto lo que los demás digan, entonces vamos a callarle la boca a los demás. Me voy a vivir con él.
Así era Frida, decidida cuando tocaba. Esquivaba de momentos dar la cara pero cuando la atacaban, como al más dócil de los animales, se defendía.
—Frida, qué tal la gente diciendo que dizque usted sale con este señor —le dijo un día Gregorio, entre incrédulo e indignado.
—Papi, no es un chisme, es de verdad —le respondió Frida con coraje.
«Yo nunca había visto tanta decepción en la cara de mi papá como ese día. A él se le veía la tristeza en el rostro cuando yo le dije eso». Don Gregorio no dijo más, cualquier cuestionamiento se lo hizo internamente. Dio media vuelta y se marchó de la casa sin mirar ni una vez a los ojos a su hija. Caminó por las calles del pueblo, pensativo y meditabundo, quizás cuestionando la educación que les dio a sus hijas o el mismo mundo en el que las puso a vivir. Dios no castiga ni con palo ni con rejo.
Ya a estas alturas, las dos hermanas Corrales se habían convertido en las novias oficiales de dos peligrosos narcotraficantes. Sin embargo, Arcángel y Tortuga no se comparaban. El primero era un gran y reconocido capo; el otro, apenas un mafiosito de medio pelo, irrespetuoso e inmaduro. «Yo a Tortuga lo quise mucho al principio, hasta que nos dejamos de hablar por su mal comportamiento».
—O lo echa a él o me voy yo —le pedía Frida a Arcángel cuando veía llegar a Tortuga a la finca.
«Los dos no cabíamos. Era un descarado. Una vez me llevó a Cali a la universidad porque yo no estaba con Arcángel, y en el camino me insinuó que yo por qué no tenía algo con él también. Que muy chévere los tres en la casa». Una posibilidad que a muchos narcos, incluyendo a Rasguño, les encantaría disfrutar. Dos mujeres en la casa. Tres en la calle. Cuatro en la ciudad. Las que fueran parecían ser la combinación perfecta. «Con decirte que esa vez yo me devolví para Cartago en bus, sin aceptar cruzarme de nuevo con Tortuga». Al regresar a su casa, le contó a Violeta lo que le ocurrió con él. Violeta le creyó poco. «Es que era un cínico, aparte de todo, me dice que mi hermana no tenía por qué enterarse. ¡Qué le pasa! Él la embarró en todas las formas, pero también sé que él al principio quería mucho a Violeta. Pero ella simplemente era un bebé que tenía un novio que le cumplía todos los caprichos. Ella hacía un escándalo, o un berrinche y ya, todo lo tenía a manos llenas».
En ausencia de Frida, Arcángel tenía sucursales regadas por toda la ciudad. «Cuando yo estaba empezando con él, nunca le hice un escándalo. Poco a poco él fue sacando a todas las viejas de su vida. Las buscaba y les decía: No quiero que me vuelvas a llamar. O por lo menos eso decía delante de mí». Pero esas cosas sólo las decía de dientes para afuera, porque a las reuniones narcudas, o a las fiestas electrónicas donde rodaban todas las drogas y se practicaba sexo sin control, como en la finca de Rasguño, Arcángel no faltaba y olvidaba su fidelidad.
VI
Pero no todo era fiesta, sexo y relativa calma para los narcos, había también momentos de confrontación entre organizaciones rivales. Siempre existía un plan de huida previamente establecido. Mientras las mujeres y las empleadas domésticas empacaban las maletas con prontitud, los narcos, los escoltas y los choferes trazaban lo pautado. Los conductores recogían a la familia en las diferentes fincas o casas de la región. Los escoltas cubrían tanto la retirada como la periferia del nuevo refugio y los capos encendían la alerta con los grupos amigos. Una vez alejados del peligro, tanto escoltas como choferes, se repartían por turnos de doce horas el cuidado de la familia del capo mientras las esposas, como en el caso de Frida, acomodaban nuevamente el vestuario en el nuevo resguardo, las empleadas se disponían a ordenar las cosas en la cocina. Podría haber guerra pero el chef nunca podía faltar. O si la situación era de tristeza por la captura de algún familiar, se sufría obligatoriamente un par de días pero pronto la situación volvía a su normalidad. Como le sucedió a Arcángel el día que su hermano, residente en Estados Unidos y también narcotraficante, fue capturado por las autoridades federales de ese país.
Ya con Karina y Gregorio enterados de que Frida vivía con Arcángel, no podían hacer nada para que ella reflexionara y no compartiera su vida con aquel delincuente. Pero que por mucho que se dieran golpes de pecho o se rasgaran las vestiduras, no había nada que hacer. Los arrepentimientos no valían la pena ni tenían sentido. Frida, por su parte, sin alejarse de sus padres ni mucho menos, empezó a convivir con los hijos de Arcángel casi como una mamá. Pero la convivencia estaba lejos de ser perfecta. Las niñas de su segundo matrimonio, por ejemplo, la acusaban de querer robarle al papá. «Es que esos niñitos pensaban eso de mí y de cualquiera que se le acercara a Arcángel. Y eso que también lo veían como una máquina de hacer dinero».
—Papi, es que yo no voy a volver más a esta finca porque tú no me das plata —le dijo Roxana, una de sus hijas.
—Cómo va a decir eso mi amor —respondió Arcángel, conmovido—. Venga le doy plata.
«Sacó de su bolsillo y le dio un fajo enorme de billetes. A mí si un hijo me dice eso, primero le doy en la jeta por decir bobadas. Pero no, él ahí mismo sacaba la plata y compraba la niña».
La hija menor era Roxana, que ya con 6 años usaba un vocabulario de alguien mayor, callejero. «Siempre fue así de maleducada porque las madres de todos estos niños permanecían muy ocupadas y entregaban su educación a terceras personas que sólo se preocupaban por ganar dinero». Roxana seguía siendo inquieta y rebelde, y manipulaba a su progenitor para lograr lo que se proponía. Marianela tenía 8 años. Igual que su hermanita, era, según Frida, resabiada, maleducada y tal vez maestra de la pequeña en manipulaciones. «Lo que pasaba es que como él estaba con ellas un solo día, en ese día quería recuperar todo el tiempo que no habían compartido y les daba excesivo gusto como una forma de resarcirlas de su ausencia. Las maleducaba peor de lo que ya estaban. Yo participaba porque siempre traté de estar a su lado y colaborarle en todo, sobre todo en estas tareas familiares. Las llevábamos todo el día a montar caballo, a jugar, pero yo le decía que la noche era mi espacio. Pero no, él quería dormir con ellas. Entonces a mí me daba rabia. Pero igual nos tocaba dormir a él con una en la cama, a mí con la otra en un colchón. Porque las muchachitas no podían dormir en el cuarto de ellas solas. Hasta que dije no más».
—Yo parezco tonta viniéndome desde Cali a dormir en un colchón con una niña que no es la mía. Sabiendo que en Cali duermo en mi apartamento.
—Bueno váyase —le respondió Arcángel, herido en su orgullo de padre.
Después, sin embargo, Arcángel aparecería en Cali con su floristería montada en el carro. Asunto arreglado. Frida le insistía en que las niñas podían estar con ellos en la cama mientras se dormían pero posteriormente debían pasar la noche en sus respectivas camas. Pero él insistía. «Una vez me operé. Me hice la mamoplastia y él pretendía que durmiéramos los cuatro en la cama».
—Arcángel, piensa. Las niñas se mueven, una patada y me sacan los puntos, me dañan la cirugía.
—Pues si se le daña, yo le doy para que se haga otra. Son mis hijas y punto.
«Terminé yo durmiendo en la casa de los invitados porque estaba furiosa, iracunda, y desde ese día yo dije: Jamás me vuelvo a operar estando con él».
—Puedo estar así de gorda, puedo querer una lipo, lo que sea, yo con usted no me vuelvo a operar.
«Y lo cumplí, nunca más».
En estas condiciones de abundancia al lado de los mafiosos, es muy usual que las Muñecas piensen que pueden comprar belleza y comodidad a cualquier precio. Pero ni lo uno ni lo otro. Generalmente nunca se encuentra satisfacción porque siempre aparece algún defecto estético o de decoración que quieren mejorar, aunque la mayoría de las veces tal problema sea imaginario.
Aunque reconoce que siempre tuvo una buena relación con la familia de su esposo, con quien mejor se la llevaba Frida era con una hermana del capo; ésta era una mujer de 40 años, muy comprensiva y simpática, extrovertida, muy maternal y hacendosa. Ella era el polo a tierra de Arcángel, la que marcaba el equilibrio y apaciguaba las situaciones cuando se ponían tensas. «Era una persona en quien se podía confiar y con quien se podía compartir un momento o toda una temporada. La verdad es que en general todas fueron muy buenas cuñadas. La mamá de él, una excelente suegra. Yo siempre tuve el apoyo de ellas, y cuando Arcángel medio flaqueaba, la mamá y las hermanas estaban de mi lado, lo cogían de las orejas y así les hacía caso. Él era muy tremendo en muchas ocasiones, pero en realidad tenía una bonita familia, y es una pena que hayan pasado tantas angustias por su causa».
Para ese entonces, Frida cursaba el sexto semestre de medicina en la Universidad Santiago de Cali. Era una estudiante universitaria, aunque al mismo tiempo fuera reconocida en toda la región como la mujer de uno de los patrones de Cartago. La inseguridad, entretanto, aumentaba producto del fuego enemigo. De ser una niña normal se había convertido en objetivo de cierto sector de narcos rivales, que la veían como un objetivo penetrable. Además, ya estaba cansada de escuchar los rumores acerca de la constante infidelidad de Arcángel con las muchachitas de su pueblo. «Es que ellos [los narcos] tienen como veinte amigos alrededor, uno más perro que el otro. Las mamás de las muchachitas que van y les ofrecen a las hijas como si fueran un objeto de valor. Casi se las meten por los ojos. El pato que organiza fiestas, una mejor que la otra. La peluquera o maquilladora que les quiere conseguir viejas para ganarse una platica. Es mucha gente interviniendo para sacar alguna tajada. Siempre va a haber alguien que te sonsaque a tu marido. Por eso yo dije: No joda, qué hago yo por acá exponiéndome y aquél por allá. Pues me fui para su casa, donde pudiera tener control de la situación».
Aterrizó literalmente en la puerta de la casa, que Arcángel anteriormente había compartido con su segunda esposa. Portaba dos maletas llenas de ropa, pero también de sueños. Daba la impresión de que iba a invadir la casa, a marcar territorio. Pero no. «Nunca fui a apoderarme, al contrario, siempre me sentí como una intrusa. Esa parte fue muy difícil para mí: yo me sentía en la casa de ella, en la cama que él había dormido con ella, en el mueble en que él se sentaba con ella. Era como si ella estuviera presente por todas partes. Era como un fantasma que me rondaba de día y de noche. Yo nunca sentí que fuera mi casa, que fuera mi espacio pero aun así seguía ahí».
Aunque al principio se sentía intimidada, a medida que pasaba el tiempo fue tomando confianza, sobre todo cuando los hijos de Arcángel le querían hacer la guerra. «Les puse uniforme a las empleadas; yo decía qué se hacía de comida, y como ellos notaron que yo tenía carácter, me hicieron la vida imposible al principio... bueno, realmente siempre. Una vez a Arcángel le dio por molestar, sólo llevábamos como tres meses, y le dio por decirles a los hijos que yo estaba embarazada. Yo no puedo decir la reacción tan violenta de todos, literalmente puedo decir que me picaron viva. Claro, ahí está pintada. Lo único que quería era la plata de él y amarrarlo con un hijo. Y yo inocente de lo que se tramaba a mi espalda, no tenía ni idea. Si no es porque la esposa de su hijo mayor, que es un poquito menor que yo, me dice que está como apresurada que yo esté embarazada, no me doy cuenta. Eso fue como si les estuviera metiendo a todos las manos al bolsillo. Las hijas pensando que ya no eran cinco sino seis para dividirse la herencia».
Aunque Frida reconoce no haberse metido con ninguno, sí acepta que era el instrumento para complacer los caprichos de los hijos. «Si su hijo mayor, que no cabía en su piel de lo vanidoso que era, prepotente, presumido y manipulador como el resto de sus hermanos, me utilizaba a su antojo, si necesitaba algo yo era la que mediaba. Si Aura, la de su primer matrimonio, una niña de 17 con sobrepeso, altanera, desobediente y acomplejada con su problema, por tanto, con mucho aire de superioridad para ocultarlo, necesitaba un servicio, se portaba muy dócil y delicada. Si se quería hacer la lipo, entonces ahí sí me saludaba. Porque claro, como Frida intercedía. Si Isabel, también de su primer matrimonio, de 16 años, presumida, obstinada, muy parada en sus caprichos y con mucha fuerza en sus determinaciones, necesitaba cambiar el carro ahí estaba Frida para que se lo pidiera al papá. Y ni hablar las chiquitas, Roxana y Marianela de 6 y 8 años, ésas sí eran candela, eran tremendas. Con decirte que una de ellas fue la que le dijo al papá que yo me estaba besando con otro. En esa época yo tenía 19 años y yo ya era consciente de la actitud de ellos y de lo que ellos pretendían, pero aun así yo me prestaba. Quería llevar la fiesta en paz.
»Él era mucho mayor, en ese detalle era en el que realmente se notaba la diferencia, no en la alegría porque Arcángel era más alegre que cualquier culicagado de la edad mía. Él tenía el espíritu y la energía que no tiene un muchachito, pero lo tenaz es que yo estaba empezando a vivir. En cambio él me llevaba toda una vida de ventaja, y yo era simplemente una niñita y él un hombre mayor y recorrido». Aunque hoy en día se considera más madura que el promedio de las mujeres de su edad, reconoce que en esa época, aunque más centrada, era sólo una adolescente. «Hacía berrinche, pero igual, yo tenía muy claro que era más fácil para mí vestirme como más grande y meterme en el círculo social de él que pretender yo pararle el pelo y meterlo en el mío».
Toda esta vivencia a su lado, a pesar de la diferencia de edades, la llevan asegurar con certeza y devoción que Arcángel no era un traqueto del montón. «Era distinto. Es que cuando él veía que le estaban faltando al respeto a alguien, ponía el orden porque a él no le parecían bien las humillaciones. El hecho no es que, porque tú tienes plata, vienes y haces lo que quieres con la vida de los demás». Es apenas lógico que lo vea diferente, de lo contrario sería difícil que hubiese estado enamorada de él. Al igual que Frida, casi la mayoría de las esposas o parejas de los narcotraficantes los defienden, sostienen que no son como el molde malvado del común de los mafiosos. Una vez más se demuestra que quienes menos conocen la vida de los narcotraficantes son sus mujeres. De los actos de maldad, los homicidios y los ajustes de cuenta nunca se habló en la cama matrimonial. Para ellas sólo estaba la cara amable de la moneda. Pero la otra, aunque oculta, también existía.
VII
Según Frida nunca la escogieron los hombres, así tuvieran mucha plata o mucha pinta. Ella los escogía. Le gustaban solventes, como a la gran mayoría de las mujeres, y si además eran educados, mucho mejor. Arcángel, por su ascendencia y poca preparación, era más bien rústico y primario, pero Frida se esmeraba por pulirlo, por sacarle brillo y enseñarle modales. Eso sí, lo consideraba tan alegre que jamás se aburría con él.
Frida también le escogía la ropa a Arcángel. De su mano, aquel hombre disfrazado que conoció con zapatos exóticos y camisas brillantes y siempre desentonado con el pantalón y el sombrero, no quedó nada. Ella lo transformó en un tipo bien vestido, incluso hasta elegante. Se esmeraba en escogerle lo mejor y más conveniente para su estatura y su color de piel. Ella no dejaba que saliera a la calle si no estaba bien arreglado. «Si yo, por ejemplo, me iba a ir de viaje cinco días, yo le dejaba a él lunes, martes, miércoles, jueves y viernes desde los calzoncillos, medias, camisas, el pantalón, hasta la loción que se tenía que poner. Si el pantalón era muy oscuro tocaba que la camisa fuera clara. Las camisas se las mandaba a cortar, porque si no, le quedaban en la rodilla. Las gafas, que se le vieran bonitas a los colores que él tenía. Él tenía varias, por eso yo se las repartía para que le salieran con la pinta. Si se iba para la finca, su sombrero. Es que si uno es casado, ésa es su obligación. Si yo veo un hombre mal vestido en la calle, digo: ¿Y a éste por qué la esposa lo dejó salir así?».
Si Frida se ausentaba unos días de la casa, la pelea no podía faltar. «Es que él era muy perro». Aunque hoy reconoce que antes le daba un poquito de miedo enfrentarlo, lo hacía. «Yo sabía que él le había faltado al respeto a sus ex esposas, al menos eso fue lo que siempre se comentó, pero conmigo nunca fue brusco. A pesar de que yo sabía eso de sus anteriores parejas, a mí jamás en mi vida me llegó a levantar la mano, ni siquiera a levantar la voz.
»Si él llegaba histérico y yo me ponía en el plan de gritar, de alegar y enfrentarlo, pues sí, lo más probable es que me diera un golpe a cambio».
—Nos vamos a sentar y vamos a hablar, porque entre más duro hablas menos te escucho —le decía ella para tranquilizarlo.
«Así nos sentábamos y hablábamos. Yo estoy en una universidad y no estoy para esto; yo soy un ser humano que razona, que piensa, que habla, que escucha. Yo me voy a sentar, tú te vas a sentar y vamos a hablar como seres humanos. Pero el cuento de que gritas por acá y por allá, no. Él se sentaba a hablar conmigo. Eso sí, se notaba el esfuerzo que hacía, parecía que se iba a estallar. Todo eso fue un ambiente muy pesado para mí. De todas maneras, yo no dejaba de ser una niñita; por más de que tratara llevar las cosas en paz, había un momento en que me acorralaba, me sentía impotente para manejar algunas situaciones, pero siempre salí adelante sin que se me notara».
—Este fin de semana vamos a hacer una fiesta —decía Arcángel.
—A la casa de nosotros sólo entran las esposas porque yo me considero y soy tu esposa. Si yo fuera tu moza, entonces entrarían las mozas, pero como no lo soy, merezco respeto —respondía Frida.
Hernando era uno de los que llegaban siempre con veinte muchachitas y se saltaba todas las normas. Con Rasguño, un hombre de poder, la fórmula de Frida no funcionaba. Además, nadie le iba a decir lo que podía y no podía hacer, aunque estuviera en una finca que no fuera la suya. A los grandes capos no se les enfrenta nadie, así violen todo lo establecido, a menos, claro, que estén en franca decadencia, como cuando los capturan o los van a asesinar. Ahí sí les hacen ver todos los desafueros que han cometido y se los cobran de manera implacable; si no es éste el caso, todos se portan como ovejitas frente al lobo feroz: inclinados y sumisos.
En medio de su reflexión, Frida aún sostiene que el peor error que pueden cometer las mujeres es echarse de enemigo a los amigos de los esposos. «Porque son ellos los que el día de mañana le presentan a otra. Yo nunca quise echármelos de enemigos, por más gordos que me cayeran. Por eso yo preferí estar mucho tiempo con él». Aunque los días de semana la pasaban juntos en la casa, los fines de semana el plan era hacer un recorrido por las múltiples fincas que el capo tenía no sólo en esa parte de Colombia sino en el resto del territorio nacional. «Salíamos en la mañana en la camioneta de nosotros; los muchachos en uno o dos carros atrás y yo manejando. A él no le gustaba mucho manejar porque le daba sueño. Pero no importaba que él manejara o no, yo manejaba y él ahí mismo caía dormido. Lo levantaba cuando estábamos llegando a la finca y ahí almorzábamos con los muchachos. Luego eso se empezaba a llenar de amigos, de todo el que necesitaba hablar con él. Arcángel hacía sus reuniones y yo siempre muy apartada de eso. Para mí eso era respeto porque de todas maneras él sabía que no era algo bueno para que yo estuviera involucrada. Si él andaba en sus reuniones y sus cuentos, yo nunca estaba ahí». Frida salía y se iba o a ver televisión o a charlar con las empleadas del servicio, para que le enseñaran a cocinar. «Al final siempre era yo la que revolvía para que, cuando él terminara sus cosas, encontrara la comida listica. Yo era feliz en la finca; la pasaba todo el tiempo en el establo aprendiendo de ganado, y cuando él se desocupaba de sus cosas, nos íbamos a darle la vuelta a la finca para chequear que todo estuviera bien. Si Arcángel tenía sus reuniones fuera de la ciudad y se tenía que ir en el carro, yo asumía sus responsabilidades y todos los días me paraba en las mañanas, me iba con cualquiera de los muchachos para la finca a hacer lo que él hacía. Porque yo pienso que a un hombre le debe gustar mucho si a su mujer le gusta lo que él hace. Me refiero a las cosas normales de supervisión de las fincas, del ganado de esas cosas lícitas que, aunque vengan de un dinero ilícito, se toman como propiedades bien adquiridas y necesitadas de supervisión.
»A mí siempre me ha gustado bailar y a él también, entonces eso era algo que compartíamos los dos. Él aprendió en el baño, era gigante. Lo que pasa es que decía que sólo podía bailar conmigo. Claro, no era tanto que él hubiera aprendido sino que yo aprendí a llevarlo. Además era muy dado a decirme, por ejemplo, hoy te voy a hacer una cabalgata. Eso significaba que él se quería emborrachar. Entonces me hacía la cabalgata a mí, pero entonces me tocaba emborracharme primero para que él no se fuera a emborrachar tanto. Yo traté todas las estrategias. Yo creía que si él me veía borracha, no se emborrachaba, y mentiras». Un día, incluso, Arcángel estaba tan borracho que llegó después de una cabalgata y entró con el caballo hasta el comedor de la casa. Casi lo sienta a comer.
»No es que yo haya vivido una vida frustrada ni mucho menos, pero si hablo con una amiga que está haciendo su práctica de medicina en no sé dónde, como que me lamento y digo: ¡Ay, estaría haciendo yo práctica también! Entonces eso como que me da un poquito de nostalgia. Pero no tanto como frustración: yo estuve tan enamorada, ciegamente, que no llegué ni siquiera a frustrarme ni algo por el estilo». Nunca pensó que las cosas que hiciera por amor fueran un error en su vida. Hoy reconoce que lo amó como a nadie en la vida; sigue convencida de que Arcángel es una excelente persona; a pesar de todo lo que haya hecho y de todo lo que oiga, nada le afecta. Nada de lo que digan o se escriba en los medios le hace cambiar de parecer. Todo lo contrario, lo defiende a muerte. «Lamentablemente, como persona ambiciosa, cometió muchos errores, y está pagando por ellos. Pero para mí eso no quiere decir que sea una mala persona». La vida de los seres humanos es muy relativa, y deja en el ambiente un aire de tranquilidad que sólo respira ella.
A Frida le encantaría terminar la carrera de medicina que dejó a un lado buscando la felicidad junto a un hombre que, según ella, se la dio siempre. Reflexiona y sueña con ser una mujer nueva. «Yo quise ser doctora. Y te puedo asegurar que lo voy a ser. Antes, físicamente era más delgada, menos cachetoncita». Hoy, la barriga, fruto del bebé que carga en su vientre, la hace lucir algo mayor. Pero quizás no es eso. Pueden ser las cargas y los sinsabores que, aunque los intente disfrazar, marcaron su vida para siempre.
VIII
Las llantas del tren de aterrizaje del avión de American Airlines tocaron suelo en la pista del aeropuerto La Guardia de Nueva York. Frida reaccionó con el golpe y despertó abruptamente. La aeronave continuó desplazándose en la pista rumbo al muelle que le fue asignado, donde finalmente apagó motores. Frida se incorporó con la necesidad imperiosa de quien lleva unas horas en la misma posición y quiere estirar sus extremidades. Se perdió entre la multitud hasta que llegó a la zona de taxis del terminal aéreo. Se subió en uno. Al apoyar su cabeza contra la ventana y observar a la distancia los edificios de Manhattan, recordó el día que también llegó a esa ciudad pero procedente de Colombia. Ese día la embargaba la nostalgia por dejar atrás su familia, pero también la alegría de saber que estaba en la misma ciudad en que se encontraba el hombre de su vida. Así estuvieran separados por barrotes, Frida estaba dispuesta a esperarlo el tiempo que fuera necesario. Al volver de su divagación, sacó de su cartera un papel donde previamente había anotado la dirección del centro de reclusión y se lo entregó al taxista. El hombre le preguntó algo. Ella simplemente sonrió. No entendió nada de lo que en su inglés neutro le dijo el chofer paquistaní. Escondió su rostro en el abrigo y se arropó en él.
Mientras el vehículo avanzaba por las transitadas autopistas de la Gran Manzana, Frida tuvo tiempo también para pensar en su padre. Los minutos se le hicieron eternos, las cuadras más largas de lo normal. El tráfico estaba en su peor momento. Sobre las doce y veinte de la tarde, Frida se bajó del taxi que la dejó a sólo unos pasos de la cárcel donde dormía Arcángel. Nada de lo que vivió ese día era comparable con los días de lujos y excentricidades que tuvo en la época en la que Arcángel mandaba en la región. Pero es que para que un narco pierda sus cosas, lo único que se necesita es caer. Y eso precisamente era lo que había pasado. Arcángel, el capo indiscutido, estaba derrotado.
Avanzó hasta toparse de frente con el edificio federal, una fortaleza de estructura pesada e imponente que evidencia el poder de sumisión que se maneja en el interior de las cárceles del imperio estadounidense. Un edificio construido en concreto, con paredes de cuarenta centímetros de grosor y unas ventanas con un blindaje nivel extremo que ni un carro tanque rompería. Llegó al cuarto de reseñas.
—Vengo a ver a Arcángel Henao.
La guardia de la prisión le dio una rápida inspección de arriba abajo, la analizó con burla. Notó que era una de estas mujeres que en su momento creían estar en la gloria, pero que ahora, después de perderlo todo, la vida le daba una lección. No era ni la sombra de lo que en su momento fue. Con cierto desprecio e indiferencia, le entregó la llave de un casillero que estaba a sus espaldas. Frida no entendió nada. La mujer le explicó gesticulando que debía quitarse todas las cosas de valor y las pertenencias que no eran permitidas adentro. Frida obedeció y se detuvo a esperar a que otro guardia la viniera a buscar para llevarla a la visita. Ellos, los guardias federales, están acostumbrados a tratar a la familia de los reclusos sin ningún respeto ni miramiento; por el contrario, se complacen en agrandar el dolor y en meter el dedo en la llaga. En esos momentos, Frida se sentía poco menos que un insecto, culpable de un delito que no cometió e impotente para siquiera levantar la cabeza, sobre todo en un lugar donde ni hablaba el mismo lenguaje, ni sabía cómo defenderse, así tuviera incluso la posibilidad.
Ya el reloj marcaba más de la una de la tarde cuando Frida ingresó a la zona de visitas. La condujeron por un pasillo casi a oscuras hasta un cubículo hermético. Una vez allí, se topó de frente con un vidrio blindado y grueso que la separaba de la habitación por donde, en sólo minutos, aparecería Arcángel. Estando ahí, sola, vio cómo la puerta del lado opuesto se abrió lentamente. Allí apareció Arcángel.
«Eso fue super triste, lo traían amarrado con cadenas en los pies y las manos, como si fuera el delincuente más peligroso del mundo. Y sus manitas encadenadas a la cintura. Todo barbado, qué pesar. Una tristeza enorme en los ojos. Yo no sabía cuál era mayor, si la tristeza de él o la mía. Viéndolo así, no sabía si contarle las trágicas noticias que traía, pero me decidí».
—A mi papá lo mataron y yo ni siquiera pude ir a verlo.
Arcángel, al otro lado, agachó la cabeza y se puso a llorar, como si no tuviera suficiente con lo que ya había sufrido. «Yo tenía estadía un mes, y si me iba, me arriesgaba a que no me dejaran entrar otra vez a Estados Unidos. Es chistoso porque cuando tú escuchas una situación de otra persona, que mataron a no sé quién uno dice: Eh, avemaría, y la hija cómo es que no vino. Eso es lo que uno dice. Pero nadie sabe las circunstancias de los demás ni los inconvenientes, ni se puede explicar el dolor que siente la otra persona. Es que yo pensaba, ¿para qué voy a ver a mi papá en una caja? Yo lo vi antes de venirme para acá, yo hablé con él, y ya murmuraban que lo iban a matar. Por la cosa esa de mi tío Leonidas, su hermano».
—Por favor, papi, te lo ruego, te lo suplico, vete de Colombia, no me hagas la vida más difícil, no me des un dolor más grande del que ya tengo —le pidió Frida antes de partir a esconderse a Panamá.
—Sí, voy a arreglar unas cosas y me voy —le contestó su padre—. Te lo prometo.
«Y nunca se fue. ¿Sabes de qué me arrepiento? De que nunca tuve una buena relación con él por la situación con mi mamá y su comportamiento tan estricto con nosotras, pero yo lo amaba». Claro que lo amaba más que a nada. Era su papá, el ser que le dio la vida.
«Era un cuadro muy triste: los dos ahogados en llanto, en el llanto más triste que cualquiera de nosotros hubiera imaginado. Él trataba de consolarme y yo a él, pero nos mirábamos y no podíamos parar de llorar. Era como si nos estuviéramos limpiando el alma de tantos recuerdos y tantas tristezas que nos ocasionó la separación y la forma como sucedieron las cosas. Él me decía que todo iba a estar bien, que lamentaba mucho lo que le había pasado a mi papá y que a él ya el abogado le había dado la noticia. Yo no sabía cómo reaccionar, no sabía qué decirle. Era como hacer la función del payaso en el circo. Tratar de hacer reír a todo el mundo y tratar de no dejar ver lo que se lleva dentro. Era igual, yo tenía que ir a darle ánimo a Arcángel, y eso era lo que menos tenía; me faltaban las fuerzas, pero él balbuceaba, fresca, que vamos a salir de esto, estamos juntos. Pero yo estaba destrozada y derrotada completamente. Era muy difícil porque ¿quién era el bastón mío? ¿Quién era mi soporte? Porque yo era el bastón de mi mamá, de mi hermana Violeta, de mi hermanita Julieta, de Arcángel pero ¿yo? A mí quién me prestaba su pecho para desahogarme y me decía fresca, Frida, camina hacia adelante que todavía hay camino. Era muy difícil, a mí me tocó madurar a la fuerza. Porque la situación lo ameritaba: que tienes que hablar con el abogado, que se te viene el mundo encima, que las deudas, que las responsabilidades, que los otros narcos pidiendo yo no sé qué». Frida sólo era una niña desamparada y extraviada en el mundo más cruel. «Yo tenía 20 años».
«El día que fui a visitarlo, casi no me dejan entrar porque me decían que tenía que entrar con un mayor de edad porque yo era menor de edad. ¡Imagínense!».
—No, es que yo soy la esposa.
«¡Qué! Eso fue peor. Eso fue una cosa horrible para ellos. La guardia de la prisión lo veía como un depravado porque estaba con una menor de edad. Yo no sabía qué decirles».
La visita duró cuarenta y cinco minutos, momento en el cual el guardia regresó por el preso. Se juntaron las manos en el vidrio que los separaba, tratando inútilmente de sentir el calor del otro y se prometieron con los ojos inflamados por el llanto encontrarse nuevamente, mantenerse fieles a ese amor sublime y no olvidarse jamás. Los mejores sentimientos salían a flote en estos terribles momentos en los que, estando frente a frente, no podían ni siquiera tocarse; habrían pagado todo el oro del mundo por un abrazo, y por un beso habrían sido capaces hasta de entregar su propia vida.
Frida salió de allí con una depresión absoluta. «Yo sólo tenía vida los miércoles, que era el día que me dejaban visitarlo. Las visitas eran una vez a la semana, por una hora. Regresaba deprimida, agotada y derrumbada; no quería hacer nada sino sólo dormir. Mi mamá se vino para Estados Unidos buscando protección por esos días de la muerte de mi papá, y ella me veía sufriendo».
—Bueno, ya, ¡es que usted solamente piensa en su papá! Él ya está muerto, también tiene que pensar en mí —le dijo la madre.
«Pero como a mi mamá no le gustaba sino ir al mall [centro comercial], a mí me tocaba llevarla. De hecho, ésa fue una de las cosas por la que más chocamos cuando mi mamá estaba viviendo conmigo en Miami: todos los días quería que la lleváramos a algún lugar. A mí no se me daba la gana salir, quería estar sola con mi tristeza». Cuando su mamá tomó la decisión de irse, las hermanas Corrales pensaron, bueno, ya han pasado cinco meses, un tiempo prudente, yo no creo que a mi mamá le pase nada, como que ya todo pasó. «En este momento está en la casa porque está esperando que le lleguen los pasaportes con la visa a Estados Unidos para poder venir a visitarnos. A mí me da risa porque hoy hablé con mi hermanita menor».
—Juli, ¿mi mamá está en la casa? —preguntó Frida.
—Sí, aquí está —respondió Julieta.
—¿Y no le han llegado los pasaportes?
—No, si le hubieran llegado no estaría en la casa.
Karina parecía ya curtida de tanto sufrimiento y acorazada frente al de sus hijas. Esa compulsión por estar de compras era claramente una necesidad de escapar a tantas noticias malas, de no sucumbir ante la agobiante pena.
—Frida tú estás muy joven, tú no puedes quedarte toda la vida en esto. Él no va a salir de ahí —le repetía Karina cada vez que veía triste a Frida.
—¡Cómo que no va a salir, claro que va a salir, cómo se te ocurre decirme eso! —le respondía Frida, enfadada, con un optimismo iluso por reunirse con su esposo.
Así fueron pasando los días y los meses, siempre la misma rutina. «A mí todas las semanas me tocaba montarme en el mismo vuelo, las mismas visitas, el regreso igual. Él me llamaba todos los días a la misma hora. Hola cómo estás, qué has hecho. Hablábamos de lo mismo siempre, de lo que había hecho en el día, yo que le iba a preguntar a él si siempre hacía lo mismo. Se levantaba a las seis de la mañana, se paraba a desayunar, luego a tender la camita. De ahí a dar vueltas en la celda, luego que el conteo de los presos, luego que el almuerzo a las once, de ahí a volver a hacer nada, a las cuatro lo volvían a encerrar con llave en la celda para volver a contar. A las cinco le abrían para la comida y de ahí a hacer nada, a escuchar radio y a dormir. Es que la rutina de las cárceles americanas es muy dura. Nos jurábamos amor eterno. Yo a Arcángel le escribí muchas cartas. Eran muchos sentimientos encontrados en esos momentos. Yo le escribía, le escribía y le escribía, eran cartas superbonitas, si yo compré marcadores y todo recién llegué. Todos los días me levantaba a las siete de la mañana y me iba para el buzón del correo a mandárselas, todos los santos días. A Arcángel nunca le faltó una carta». Ni una carta ni un poco de colonia con el cual perfumarse pues Frida compraba revistas masculinas y arrancaba las hojas de la publicidad de fragancias, esas que tienen la página doblada guardando el aroma, para mandárselas; con eso él podía salir perfumado cuando ella fuera a visitarlo. «Él era impecable porque había otros presos que bajaban todos feos, con ese uniforme todo roto, esas camisas todas amarillas y mugrientas. «Se compraba un aceitito que les vendían en la cárcel a los judíos y se paraba el pelo. ¡Más bonito!».
Sin embargo, al pasar el tiempo y tal como sucede con un matrimonio normal y corriente, la rutina se fue apoderando de sus conversaciones. «Teníamos peleas como cualquier pareja, ya sea porque alguno de los hijos salió con un cuento raro y a mí me daba rabia o porque ellos eran superinconscientes con la mandada de la plata para mí. A ellos como que se les olvidaba que yo también comía, que tenía gastos. Tenía que comprar champú, desodorante, yo qué sé».
—Tome, ahí le mandamos quinientos dólares para que por lo menos tenga para viajar a Nueva York a visitarlo esta semana —le decía uno de los hijos por teléfono.
«Es que a mí esas cosas me dan rabia. Tenía que escoger: viajo, pero entonces no como. Entonces empecé como a enojarme. Los primeros meses yo no decía nada, prestaba plata por aquí por allá. Cuando después de un mes de pelear, de rogar, de que Arcángel peleara y rogara, me mandaban la plata. Entonces yo podía pagar lo que debía».
—Entiendan que si ustedes me mandan la plata a tiempo, los tiquetes me salen más baratos —les insistía.
«Yo llegué a pagar novecientos dólares por un tiquete, entonces no era justo, con qué comía. Ya en los últimos meses, yo comía porque alguna persona me invitaba, porque escasamente yo andaba con lo de los tiquetes».
—No puedo creer que tus hijos lleguen a este punto —le recriminaba con rabia a Arcángel en las visitas.
«Y lo más tenaz era darme cuenta de que su primera esposa, y la segunda, compraban cualquier cantidad de cosas y se gastaban toda la plata. Hasta los impuestos de sus casas se lo pagaban. Entonces yo protestaba. Yo soy la que estoy acá contigo, no les estoy pidiendo que me compren casa, ni que me compren carro, nada, sólo que me den lo justo y a tiempo, no cuando se les antoje porque yo soy una persona normal que necesita dinero para subsistir».
Cansada de los reclamos, cuatro meses después de haber llegado a la ciudad de Miami a la casa donde la alojaban, le aterrizó en el garaje un vehículo marca Audi, que uno de los sobrinos de Arcángel tenía en la ciudad para los días de visita. Si bien era lujoso, a estas alturas ya era un tiesto viejo, «tanto que mi hermana Violeta salió un día con mi mamá a hacer una vuelta y andando por la ruta 95, el carro comenzó a botar llamitas del aire acondicionado. Mi mamá y mi hermana se parquearon a un lado de la carretera y se bajaron asustadas. En cuestión de segundos las llamas se apoderaron del carro y antes de que llegaran los bomberos, el carro estaba convertido en cenizas. A ellas les tocó correr porque eso explotó».
«Yo lloraba».
—¿Viste cómo son, Arcángel? Me dan un carro viejo para que yo muera quemada. No es justo.
«No es que uno sea interesado, no es que uno sea exigente, es que es muy tenaz que mientras las ex esposas se están dando la gran vida en Colombia yo estoy acá mamándome la viajadera cada ocho días. A mí me dan el carro que se quema, el carro que se vara, y tengo que vivir de arrimada. Muy malo, era demasiado fuerte. Al final yo ya estaba como despertando un poquito y decía no, está bien que yo colabore pero tampoco que me la monten de esta manera y que me vean la cara de boba. Yo empecé como a enojarme con él y él empezó a ponerse más serio con ellos».
—Pero yo qué puedo hacer —le respondía Arcángel tras sus reclamos.
—¡Pues llama! ¡Qué más! —respondía ella desesperada.
«En medio de todo, yo considero esas peleas como normales. Una vez, a mi mamá le tenían que hacer una cirugía de mandíbula. Yo no les iba a pedir a los hijos porque si no me mandaban a mí ni para comer, escasamente me mandaban las limosnas, mucho menos me iba a poner a pedirles para lo de mi mamá».
—Como hay plata para todo el mundo menos para mí, yo me voy a poner a trabajar porque mi mamá necesita hacerse esa cirugía, y como yo se la tengo que pagar, pues voy a trabajar —le dijo decidida a Arcángel en una de sus visitas.
Frida consiguió trabajo en una agencia de publicidad, contestando el teléfono. Aunque nunca antes había trabajado en su vida, el trato y el entorno de esta empresa le gustaban y hacían su actividad mucho más llevadera. También aprovechaba los descansos del fin de semana para trabajar de mesera en La Covacha, una discoteca latina de Miami. Con estas dos ocupaciones llegaron también los chismes y las peleas con Arcángel y su familia. «Si yo estaba en la compañía de publicidad, yo contestaba. Pero si estaba en La Covacha trabajando, era como verraco en plena discoteca escuchar el teléfono. Además, la gerente era muy estricta. Entonces él, al otro día, me llamaba furioso».
—¡Por qué no me contestaste ayer!
—Mira, estaba trabajando, ¿entiendes?
«Es que él no fue como capaz de comprender esa parte. Yo por tus berrinches no puedo dejar de trabajar, necesito la plata para que operen a mi mamá. Nunca dijo: Está bien, yo te voy a dar la plata para que operes a tu mamá. Es que para mí, que no tenía un peso, era mucha plata; entonces me los tenía que ganar, los tenía que sudar».
La rebeldía y los reclamos le sirvieron a Frida para reflexionar, para dejar de meterse en deudas con sus amigos y luego quedar mal. Prefirió, entonces, ser mucho más pragmática y clara con su esposo. O le mandaban plata para comprar el pasaje que le permitiera visitarlo o simplemente no iba. Y así pasó. Lo raro no era que le dejaran de mandar lo del pasaje, lo raro era que la familia realmente lo hiciera. «Yo empecé a ver la vida bajo otro punto de vista. Me di cuenta de que yo me podía ganar la plata, ya no era como la niña loca y estúpida que se vino enamorada detrás de una persona y estaba tirada en Miami». Allí supo que era una mujer con capacidad para enfrentarse a la vida; que podía tener sus responsabilidades y asumirlas. «Él nunca se puso lo pantalones y les dijo bueno pues, ¡hagan algo! No, entonces esas cosas comenzaron a desanimarme y a afectar la relación».
—No puedo creer que tú no te sientas orgulloso de que yo trabaje para darle a mi mamá lo que ella necesite —le dijo un día de visita Frida a Arcángel—. ¿Por qué te enojas? Tú no me lo diste.
Arcángel simplemente callaba, si acaso analizando su pregunta o pensando una posible respuesta.
—Entonces, ¿tengo que buscar otro para que me lo dé? —prosiguió Frida—. Lo trabajé, Arcángel. Nunca en mi vida había trabajado y lo conseguí, me lo gané.
«Pero no, él no entendía, él no alcanzaba a entenderlo de esa manera». Era difícil que lo hiciera. Los narcotraficantes no entienden que el dinero se gana mediante un esfuerzo digno. Ellos lo tienen, lo gastan y consiguen más; lo pierden y lo ganan, y no reflexionan sobre ello. El hecho de que una mujer trabaje para sustentarse no es compatible con el concepto que tienen acerca de ganarse la vida. Las mujeres sirven y se les paga; cuando no lo hacen no se les paga y se reemplazan, para eso hay con qué.
Así comenzaron los roces. En vista de que la plata no llegaba de Colombia, Frida ya no viajaba a Nueva York los cuatro miércoles del mes, sólo dos. «Ya le había quedado mal a todo el mundo muchas veces. Además no entendía. ¿Por qué todo el mundo podía y yo no? No le estaba pidiendo a sus hijos nada del otro mundo, les estaba pidiendo para ver a su papá. Si yo hubiera querido, a mí me habrían tenido que comprar un supercarro desde que llegué. Un superapartamento en Miami Beach. Pero no. Yo me vine tras él porque lo quería.
»Hubo un momento en que Arcángel se daba el lujo de tirarme el teléfono. Sí él me estaba peleando por algo, me tiraba el teléfono y me dejaba de llamar por dos o tres días. Yo, desesperada, llamaba al abogado, a la paralegal, a la familia, al perro y al gato. Yo lloraba, me deprimía, pensaba que si se le tira el teléfono a alguien que esté libre, con quien se pueda discutir es solucionable. Se le llama, se le insiste, se busca, pero en estas condiciones me tenía que quedar así [cruza los brazos en señal de impotencia]».
Frida vivía la vida que le estaba tocando vivir, la que ella misma escogió. Ilusionada con el futuro al lado del hombre que amaba. Su motivación era sólo una: amor. «Porque de verdad lo amaba, te lo juro, yo sólo estaba haciendo lo que estaba sintiendo. Lo que me dictaba mi corazón. Yo quería estar con él y luchar con él hasta el último momento, y así lo hice.
»Arcángel tuvo muchos problemas con la familia. Ya él solito se fue alejando, ya no me llamaba cuatro o cinco veces al día de a un minutito. No, ya me llamaba una vez al día, por ejemplo. Claro que también era descarado. Porque cuando me iba a tirar el teléfono, sí me llamaba al menos cinco minutos. A mí me daba una ira incontrolable. De hecho, las últimas semanas me tiraba el teléfono todos los días. Yo llegaba a la visita con cara de revólver y ya nada era lo mismo. Él se mantenía alterado, yo no sé si era su situación legal, si eran los problemas con sus hijos, con su familia, pero se desquitaba conmigo. Claro que así son los hombres, en general. Es muy injusto, es un comportamiento muy errado; los hombres cuando tienen un problema, en vez de ver en su pareja la forma de compartirlo o remediarlo, o por lo menos de tratar de encontrar el escape o la salida de sus males, la emprenden contra la pobre mujer.
»Cuando él tenía problemas con los hijos se enojaba conmigo».
—Arcángel, ¿yo qué culpa tengo? ¿Acaso fui yo la que los crie? Es tu culpa, es tu asunto, es tu problema. No tienes por qué desquitarte conmigo.
—Es que contigo no se puede hablar —le respondía él con sequedad.
«Y ahí era cuando me tiraba el teléfono. Entonces, cuando me volvía a llamar la segunda vez, ya yo era la que estaba brava».
—Eres un grosero. ¡Por qué me tiras el teléfono! No me parece correcto.
«Entonces volvía y me lo tiraba. Ya cuando nos veíamos, las visitas eran estresantes. Si yo iba a la visita, él bravo, haciendo mala cara, y yo igual. Además, ya ni se echaba el perfume, como para demostrarme que ya no le importaba».
IX
Todo en la vida tiene un inicio y un final, y la relación entre Arcángel y Frida no podía ser la excepción.
—No quiero que regreses —le dijo un día el capo por teléfono.
Frida enmudeció. Le parecía increíble que, después de todo el esfuerzo que había hecho, después de dejar a su familia en Colombia y vivir arrimada en Miami, a punta casi que de la caridad de sus parientes políticos, su esposo se atreviera a cerrarle la puerta de esa manera. «No fui yo la que lo decidí. Yo pienso que él, de alguna manera, quiso darme la libertad para que yo hiciera mi vida. No sé hasta qué punto pensó las consecuencias. Me imagino que él pensó: Yo voy a tratar pero sé que Frida no. Yo sé que de pronto Frida va a seguir ahí. Yo estuve con Arcángel hasta el último momento que él quiso que estuviera con él, y si de pronto él no me hubiera dicho no vengas más y no se hubiera puesto con ese orgullo absurdo, no sé si en este momento todavía estuviera ahí, pero sí hubiera pasado mucho más tiempo visitándolo».
Arcángel conoció a su primera nieta, la hija de su hijo mayor, en el interior de la cárcel. Ésa fue la ocasión en la que, tristemente, Frida lo vio por última vez. «Yo se la llevé para que la conociera». Era la hija de su hijo y su esposa, una mujer de la que no guarda buenos recuerdos y de quien prefiere no hablar. Arcángel, en su momento, también cortejó a su propia nuera. Frida nunca lo entendió, pero tampoco tuvo el valor de preguntarlo. «Es que Arcángel fue tremendo». Ella fue la misma mujer que en algún momento le preguntó que si era cierto que estaba embarazada. «Claro que ya después fuimos amigas».
—Como ya la niña se va mañana para Colombia, no tienes que volver más, ésta es tu última visita —le dijo ese día Arcángel a Frida en la sala en la que siempre lo veía.
Yo me reí.
—Qué son esas bobadas, Arcángel, deja tu orgullo. ¿Por qué estás así? No tienes por qué ponerte así —le respondió.
Pero él se mantuvo en su prepotencia. «Bueno es culantro pero no tanto, ya llevaba como dos meses rogándole para que cambiara. Pero Arcángel no iba a cambiar de parecer». Estaba decidido a terminar esta relación con su doctorcita de una vez por todas, y para asegurarlo, le ordenó a su familia en Colombia que no le volvieran a mandar un solo peso a Miami. «Entonces yo ya de todas maneras, por más que quisiera, no tenía con qué viajar. Yo no sé él qué estaba pensando de la vida. Que iba a ponerme a pedir plata prestada otra vez, pero ya ni tenía quien me prestara. Entonces yo dije: Si él quiere las cosas así, así van a ser».
Pese a todo, Frida no podía ocultar que lo amaba y le dolía lo que ocurría entre ellos. Sumida en la depresión, en una casa que no era la suya, esperaba al menos una llamada. Lo hizo durante meses hasta que el teléfono sonó.
—Hola ¿cómo estás? —preguntó Arcángel—. ¿Ya conseguiste novio?
Frida no entendía el extraño y súbito cuestionamiento.
—Arcángel, para qué me llamas a preguntarme eso.
Era imposible ocultar que los dos mantenían sentimientos mutuos. Se amaban por más rejas o kilómetros que los separaran. Pero tenían una gran imposibilidad para estar juntos. Y lo sabían.
«Yo llevaba con Arcángel un año y medio viviendo en Colombia. ¿Cómo lo iba a olvidar de la noche a la mañana? En ese momento era más el tiempo que yo llevaba visitándolo en la cárcel que el tiempo que de verdad duramos juntos físicamente. Un año juntos allá y dos años y medio visitándolo en la prisión. Hasta que todo se acabó. Yo ya sin él, dije: Tengo que hacer algo».
Para la misma época, su hermana Violeta ya había superado el sinsabor de la terminada con Tortuga. Ya había cerrado la página. Acababa de conocer a un hombre que por ahora sí la trataba con respeto. Fue él quien le ofreció trabajo en una compañía que gestionaba préstamos hipotecarios, un intermediario entre los bancos y los compradores de viviendas. «Yo acepté gustosa».
El estatus de Frida en ese momento tampoco fue un impedimento, pues el agente del ICE Romedio Viola, el mismo que llevaba el caso de Rasguño y Arcángel, ya le había ayudado a legalizar su estancia en el país. Romedio fue incluso una de las primeras personas en enterarse de que la relación entre su acusado y la tercera esposa había llegado a su fin. «Él fue una persona muy bonita conmigo, tanto que se alegró de que yo me hubiera librado de semejante carga. Me dijo que me felicitaba. Él no entendía por qué yo siendo tan joven estaba perdiendo el tiempo y mi vida en esta absurda situación. Se alegró por mí. A él no le cabía en la cabeza que yo hiciera visitas en una cárcel. Dios siempre me ha puesto en el camino angelitos».
Sin embargo, su relación, aunque marchita, no estaba muerta del todo. «Arcángel me seguía llamando como cada quince días».
—Hola Fridita, ¿cómo estás?—le dijo sorpresivamente al otro lado del teléfono.
Yo me quedaba fría.
—Bien, muchas gracias —le respondió con timidez y nerviosismo.
—¿Qué has hecho?
—No, trabajando muchísimo.
—¿En qué estás trabajando?
Frida le contó. Le hizo un relato pormenorizado sobre su oficio: realizar solicitudes para después mandarlas a los bancos y esperar por la aprobación de un préstamo hipotecario.
—¿Y ya tienes novio? —le preguntó Arcángel después de la explicación y sin haber entendido nada.
Frida se tomó unos segundos para responder. Aspiró profundamente.
—Ay, Arcángel, qué son esas preguntas. Y si tuviera por qué me vas a preguntar eso a mí.
—Porque tú y yo somos amigos, me puedes contar las cosas.
—No tengo por qué contarte —le aclaró.
Hasta ahí llegó la conversación ese día. Pero a los pocos se vino otra, en la que ahora sí Frida tuvo la fortaleza para contarle que había conocido a otra persona. Un brasilero que había llegado a su vida como un aliciente, en el momento en que más lo necesitaba; cuando Frida tenía todas las carencias de afecto y su autoestima rozaba el suelo. «Es un hombre sencillo pero maravilloso», con una belleza extraña producto del mestizaje entre distintas razas, de buen porte. Elegante, delgado, alto y de 30 años; trabajador y responsable. «Yo le dije a Arcángel, y no le mentí, que gracias a Dios él era un caballero a cabalidad y era la nueva pareja que por fin ahora tenía. Que era un hombre bueno, que me estaba haciendo feliz».
—La felicito. Usted se lo merece. Mientras sea un buen hombre que la trate bien, que la respete, está bien. De verdad.
«Hubo un momento en que nos convertimos en grandes amigos. Hablábamos y él me preguntaba cómo me estaba yendo con mi novio. Si me respetaba».
—Acuérdese que se tiene que hacer respetar.
Ésas fueron las últimas palabras que escuchó de Arcángel por ocho largos meses.
X
Después de que el agente Viola le ayudara a conseguir una visa temporal en la embajada en Bogotá, otra de las hermanas de Arcángel viajó a Estados Unidos a visitarlo. Al llegar, llamó a Frida un par de veces hasta comunicarse con ella. Frida contestó, curiosa por tener información no sólo de Arcángel sino del resto de la familia que un día la apartó.
—¿Tú sabes por qué tu hermano tomó una decisión de ésas? —le preguntó con una curiosidad menos inmediata y más con el objetivo de entender el pasado.
—Frida, él quiso renunciar a ti. Él estaba muy mal, tenía muchas cosas en su cabeza y no quería hacerte daño —le respondió con aparente sinceridad—. Él sentía que todos estos problemas te estaban llevando a ti por delante y le parecía que no era justo.
—Pero es que esa decisión la tenía que tomar yo, no él. ¡Por qué tenía que decidir por mí! En caso de haber sido así, la perjudicada era yo, por lo tanto yo era la única que tenía derecho a decidir.
Pero la hermana de Arcángel sólo transmitía lo que sabía, no podía darle más explicaciones que las que tenía. Frida, sin embargo, también quería sincerarse y darle a conocer un secreto. A ella y su familia, pero especialmente a quien fuera su esposo.
—Dile a Arcángel que estoy esperando un bebé. Que tengo tres meses de embarazo.
Ese mismo día, Arcángel llamó al teléfono de su hermana, quien no sabía qué hacer con la información que poseía. Evidentemente era una noticia muy fuerte para su hermano, pero tenía el derecho a saberla y ella la obligación de contarla. Su hermana tomó fuerzas. Se preparó para lo peor.
—Arcángel, Frida está embarazada.
Se quedó callado. Ella sólo alcanzó a oír que sollozaba.
—Dígale que la felicito, que se lo merece, que me da muchísimo gusto que esté contenta. Que la amé con todas las fuerzas de mi alma. Que cometí muchos errores, errores que me tienen aquí, errores que ella no cometió y no tiene por qué pagar. Que la amé —dijo finalmente, sin poder pronunciar una palabra más.
Su hermana que había viajado desde tan lejos a visitarlo, para conocer de primera mano las condiciones en las que se encontraba Arcángel en la tierra del Tío Sam, jamás esperó una respuesta de estas de parte de su hermano, menos cuando meses atrás fuera un hombre que despertaba temor en la mitad del país. Un narco que con su dinero y su poder todo lo podía, pero que hoy, entre rejas, dejaba al descubierto la debilidad de todos los seres humanos. Los tomados por dioses o por malvados, por poderosos o miserables, al final son los mismos.
«Desde que se dio cuenta de que yo estaba embarazada, nunca más volví a saber de su vida». Hoy Frida dice sentir el aprecio más grande del mundo hacia Arcángel. «Le debo mucho. Nada más el hecho de que hoy en día puedo ser la mujer más feliz del mundo porque tengo un esposo maravilloso, tengo un hijo indirectamente por él, porque a él lo cogieron y yo me vine tras él. Por estar aquí, conocí al hombre de mi vida. Como que todo se fue dando. Arcángel de todas maneras fue superrespetuoso conmigo; yo le tengo el mismo respeto. La verdad, tengo y guardo los mejores recuerdos de él. Como pareja hace rato lo superé».
A pesar de todo lo que se haya dicho y se comente en los círculos delictivos, Frida considera a Arcángel, en todo el sentido de la palabra, un hombre bueno. «Me parece que tiene un corazón enorme, gigante, es supernoble. No lo justifico ni mucho menos por todo lo que hablan de él, pero yo creo que muchísimas cosas que él hizo pudieron haber sido por las circunstancias. Eso pienso yo como la mujer que fui, la mujer de él». La mujer de un narcotraficante. «No me arrepiento de nada».
—Gracias a Dios, yo pensé que esto nunca iba a acabar —le dijo Karina cuando Frida le contó que se había separado definitivamente de Arcángel—. Usted visitándolo y la vida suya pasando por delante.
—Mami, si yo naciera de nuevo, lo volvería a hacer.
«Y lo digo de boca llena: Si yo volviera a nacer y Dios me diera la oportunidad y me dijera: Vea, usted hizo esto y esto, usted va a volver a empezar, vamos a devolvernos y usted va a escoger otro camino. Usted se puede quedar acá estudiando medicina y se gradúa. Yo respondo que vuelvo y me meto y repito la historia porque la viví a cabalidad e intensamente».
Frida defiende como una leona sus palabras. «Yo no me arrepiento de nada, es que no fue una mala experiencia a pesar de que sufrí mucho cuando lo cogieron a él, cuando pasó todo lo de mi papá. Lo de mi papá no estuvo ligado a él, no fue por él, no fue por mí, no fue por nosotros. Fue porque Dios así lo dispuso. Y si así Dios lo dispuso, yo estoy aquí para entender y aceptar lo que él escoja».
A pesar de estar sumergida en el mundo del narcotráfico desde tan temprana edad, Frida conoció a muy pocas Muñecas por lo que no se siente ni con la autoridad ni con la experiencia para definirlas a todas. Sólo generaliza un poco y acepta que las pocas que conoció eran mujeres huecas. «Nadie va a decir que no los querían, porque eran seres humanos como cualquier otro, y podemos enamorarnos de ellos. Pero en su gran mayoría son mujeres superficiales que no saben lo que quieren de su vida. Puede que comiencen sus relaciones por dinero, por comodidad, por querer otro nivel de vida pero pueden terminar enamorándose. Como quizás otras se enamoran desde el principio, como me pasó a mí. Con sus detalles y sus cosas, él me enamoró. Pero la mayoría de mujeres no conocen realmente quién es su pareja, no saben que detrás de esa persona que te da la plata cada vez que quieren irse de compras y te dicen, sí, mija, cuánto quiere, hay muchísimas más cosas. Hay una persona que siente, que necesita de ti como mujer, como esposa». La pregunta sería si esas mujeres están o no preparadas para disfrutar todo. Pero también preparadas para sufrir y vivir las mil y una humillaciones «como las que a mí me tocó vivir». A partir de ese momento, quitar o poner las cosas en una balanza te dará la respuesta.
«Hoy tengo un esposo al que amo porque me respeta y me sube a la nube más alta. Igual soy yo con él. Yo, por ejemplo, le lavo la ropa porque si no él va a lavar jeans con toallas, ropa blanca con de color, sábanas con ropa negra. En vez de eso, lo hago yo. ¿Cuándo yo me iba a imaginar que me tocaría una cosa de ésas? Nunca, pero hoy lo disfruto. Me gusta, a él le gusta; yo estoy feliz a su lado y él al lado mío».
Reconoce, además, que la necesidad económica también la ayudó a ver la vida de otra manera. «Hoy trabajo, vivo rico, mi esposo trabaja, nos ganamos la vida. En cambio cuando yo estaba con Arcángel y comencé a trabajar, él no lo vio bien. Ahí sí pienso que fallé. Es que la dependencia económica y emocional no tiene que ver con que tu marido sea o no un narco. Pero es que en la parte de ellos hay mucha inseguridad. Ahí sí el que las hace, las imagina. Es que son tan tremendos que meten a sus mujeres en una botella de cristal y ellos viven tantas cosas en su mundo y piensan que esas cosas también se las van a hacer a ellos. Pero las equivocadas también somos nosotras que ni siquiera sabemos con quién estamos. Yo, por ejemplo, nunca conocí una esposa que tuviera una real independencia, es que pareciera que todas fueran iguales. Ninguna es capaz; parece una regla matemática que todas las mujeres de narcos son brutas. Pero eso sí: bonita, bella, hermosa, espectacular, porque por eso sí se preocupan».
El pasado, dicen, es pasado. Pero cuando se ha estado compartiendo la cama con uno de los delincuentes más buscados del país, ese pasado, generalmente, no es fácil quitárselo de encima. Mucho menos en una colonia tan numerosa como la colombiana en Miami. Varios chismes y comentarios sobre Frida llegaron a oídos de su actual esposo, cuando ella ya estaba embarazada. El temor del hombre era más que entendible. «Una muchachita que vivía enamorada de él, una vez le dijo que mucho cuidado conmigo, que yo era la esposa de un narcotraficante peligrosísimo, que, mejor dicho, Osama Bin Laden era un pobre pendejo que comía mazorca al lado de Arcángel».
—¿Es cierto esto que me están diciendo? —le preguntó bastante serio.
«Me tocó sentarme con él un buen rato y explicarle mi pasado. Fue muy duro, pero él entendió».
Después de cuatro años de su extradición a Estados Unidos, Arcángel todavía espera su condena en una fría cárcel de Nueva York. En las páginas judiciales y en los organismos de poder en el interior del sistema judicial norteamericano se especula que podría llegar a rondar los veinticuatro años en prisión. «Yo de verdad pienso que él puede estar como quince años en la cárcel. Yo le deseo lo mejor, por lo menos que salga a disfrutar a su nieta, porque de verdad que da mucho pesar ver cómo se destruyen las familias. Le deseo absolutamente todo lo mejor a él y su familia. A todos. Pero yo considero que esa parte de mi vida se cerró para siempre».
Sin embargo, todavía recuerda el juramento que le hizo Arcángel cuando su relación a distancia aún no se había deteriorado.
—Así pasen los años, quince, veinte o los que sean, cuando salga de la cárcel la voy a buscar. Se lo juro. Así usted esté casada, yo voy a ir y voy a tocarle la puerta y usted verá si se quiere ir conmigo. Si tiene hijos, se lleva los hijos, pero yo voy a ir a tocarle la puerta porque usted es el amor de mi vida.
Frida se da unos minutos para reflexionar, para meditar en sus palabras y, peor, en la posibilidad de que ello ocurra. «Yo no sé si él sea capaz de buscarme porque me ame, pero sí sé que es capaz de hacerlo porque él es así de espontáneo».
Amanecerá y veremos.