Lección cuarta
LA MORAL NO NECESITA SER RELIGIOSA PARA SER MORAL
Todas las religiones, reveladas como es natural, proclaman muy alto su moral y la necesidad que de esta moral, según su opinión, necesita el mundo de los hombres.
Antes de seguir adelante una pequeña precisión digna de un ateo: no es necesario creer en dios para dar de comer al hambriento.
Cuando los dioses engendraron religiones, éstas se apresuraron a dictar una serie de normas de conducta que atañían tanto a la fe como a la moral. En otras palabras, no hay religión sin moral. Y esta moral es exclusivista y totalizante, se dicta por la religión y ella es la única capaz o autorizada para ello, y se dicta para todos los hombres del mundo.
Se entiende que siempre por necesidad, los sacerdotes sumerios se repartieran las tierras con el palacio a fin de prevenir las hambrunas de la población. Se entiende que, siempre por necesidad, los judíos dictaran una serie de reglas higiénicas que intentaban conservar la salud del pueblo. Se entiende que, siempre por necesidad, los primeros cristianos vigilaran las costumbres de sus feligreses para que no cayeran en los «excesos» del paganismo. Se entiende, y siempre por necesidad, que cada religión intente legislar por el bien de su pueblo.
Pero junto a esta serie de normas que podemos llamar benefactoras, existen siempre otra serie de normas que ya no podemos llamar de la misma manera. Son las que obligan al creyente a creer exclusivamente en el dios de la religión que profesa, las que le prohiben otras creencias y hasta otros respetos, las que le dictan conductas a favor del cuerpo sacerdotal que administra el dios. Etcétera.
Mal o bien y al pasar de los siglos, la humanidad civilizada entiende y no necesita creer, en una serie de reglas no dictadas por ningún dios, no obligadas por ninguna religión, pero que son capaces de facilitar la vida y el desarrollo de esta misma humanidad civilizada.
Todos sabemos por ejemplo, que el ir por la derecha o por la izquierda, que el obedecer a los semáforos son reglas de convivencia que no han sido reveladas por ningún dios, sin embargo las aceptamos en nombre de la convivencia.
De la misma manera, el respetar al otro (que en esto consiste finalmente la moral universal) no necesita de ninguna religión ni mucho menos necesita que un dios lo haya revelado.
Por el contrario, han sido las creencias religiosas y sus morales correspondientes, las responsables de insensatas carnicerías que han asolado la tierra bajo el nombre de guerras religiosas, persecuciones, inquisiciones/holocaustos.
Una moral exclusivamente religiosa mata en nombre de su dios, una moral exclusivamente laica no encuentra ninguna razón para matar. Por eso la pena de muerte ha sido abolida en la mayor parte de los países civilizados con dos excepciones quizás significativas: los Estados Unidos de Norteamérica y el Vaticano.
Hay religiones que no conocen la sangre derramada como puede ser la budista pero por lo general, no ha habido religión en la tierra que no haya buscado imponerse por el hierro y por el fuego.
Para el ateo, una moral desprendida de la religión es siempre sospechosa porque es capaz de engendrar el mal.
Se viene repitiendo por los creyentes, que no puede existir ninguna moral sin dios, o que si dios ha muerto todo está permitido. Este doble error es fácilmente refutable.
La moral, o el conjunto de reglas de convivencia, existió antes de la aparición de los dioses y de las religiones, de lo contrario no estaríamos aquí, ya que la supervivencia de la raza humana seguramente se aseguró porque nuestros primeros padres o nuestras primeras hordas, respetaron alguna regla que les evitó la destrucción.
Con la muerte de dios se ha especulado casi «divinamente», puesto que existe hasta una teología de la muerte de dios. Dios no ha muerto, aseguramos los ateos, porque nada inexistente puede morir, luego si la moral estaba basada artificiosamente en una no existencia, esa moral puede sobrevivir perfectamente sin apoyo divino.
Últimamente hay intelectuales, por llamarlos de alguna manera, que buscan afanosamente una Ética con mayúscula, para asentar la moral, es como si ante la desaparición de un dios buscaran otro para sustituirlo.
Pero la moral o la ética no necesita de ningún apoyo religioso y menos de una base religiosa para existir, la moral está fundamentada por los hombres, por ellos construida y admitida, y a ella se someten voluntariamente sin miedo a ningún castigo celestial.
Y a estos buscadores y defensores de la moral se les puede preguntar ¿es que el Derecho necesitó de un dios para existir? ¿No pueden los hombres convivir según derecho, sin necesidad de ninguna iglesia que les venga a decir lo que tienen que hacer?
Lo paradójico para un ateo, que sigue siendo un ser racional, es que un ser de su misma especie en nombre de un dios inexistente, le diga lo que este dios inexistente le ha dicho a él, al intermediario eclesiástico, lo que el ateo (que escucha pacientemente) ha de hacer, cumplir, no hacer.
Finalmente toda moral religiosa aunque naciera con el deseo de mejorar al hombre, se transformó muy pronto en un instrumento de poder. Y cuando una religión de las conocidas defiende su moral está defendiendo su autoridad, su poder. Desconsoladamente nada más.
CUARTO EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN
—Claro, es muy fácil no creer en dios, así se puede hacer lo que a uno le viene en gana.
—O sea que para usted, sin dios no hay moral ni ética ni buenas costumbres.
—Exactamente, si se prescinde de dios todo está permitido.
—Eso sería si dios fuera el guardián o el fundador de toda moral.
—Y lo es.
—Sin embargo aunque falte dios, los hombres tendrán que seguir viviendo, conviviendo, siempre crearán un código de leyes sociales que les permita convivir.
—Las sociedades sin dios están condenadas a desaparecer.
—Creo que no, y ha habido sociedades que no contaron para nada con dios y no desaparecieron. Basta una buena administración de las leyes para que las reglas de convivencia se desarrollen. Es más, no hay manera de multar a nadie si comete un pecado digamos con el pensamiento, eso es, el desear a la mujer de tu prójimo no puede ser multado.
—Naturalmente, por eso es pecado, un pecado moral.
—Ya, pero ese deseo que a mí me parece normal si la mujer del prójimo es apetecible y el deseante está digamos, en la flor de la edad, es sólo un deseo, si lo lleva a la práctica, entonces puede intervenir el código penal y santas pascuas.
—No le entiendo.
—Pues es muy fácil de entender, a pecados imaginarios penas imaginarias, a pecados que son faltas o delitos reales, castigos o sanciones reales. ¿Lo entiende?
—¿Y qué pasa con dios?
—Eso me pregunto, no pasa nada, creer o no creer en dios pertenece al reino de lo imaginario, no es punible ni premiable.
—Un creyente siempre obrará bien aunque sólo sea por temor al castigo divino.
—Bueno, y un ateo también obrará bien aunque sólo sea por respetar la moral colectiva, civil, laica. Y encuentro mejor al ateo, porque al obrar bien no espera ningún premio, se limita a creer en la humanidad, a respetar al otro, a ser hombre en nombre del hombre y no en nombre de algo que no admite.
—Pero usted lo que quiere es sustituir la idea de dios por la del Código Penal.
—No necesito quererlo, está ya ocurriendo. Lo que ustedes llaman obras de misericordia, por ejemplo, están siendo cumplidas por organizaciones laicas, sin ninguna idea religiosa. No se trata de sustituir la idea de dios por un código de conducta, esta conducta, este obrar bien, está ocurriendo ya sin ninguna necesidad de religión.
—No me va a negar que los misioneros, por ejemplo…
—Un médico de la organización Médicos del Mundo por ejemplo, es mejor que el misionero, porque hace la misma labor y no impone ninguna idea religiosa, es decir, respeta la religión que encuentra. Y fíjese, lo hace sin esperar el cielo.
—Peor para él.
—Sí, pero mejor para el enfermo.