CAPÍTULO II

-Rony está preparando una emboscada en tu contra, Max-, le dijo uno de sus hombres. Una de las prostitutas había escuchado a Rony, uno de los enemigos directos de Max, preparar los últimos detalles para dejar completamente fuera del juego a uno de los hombres más poderosos de la zona marginal de Londres.

Como si le hubieran dado la hora, Max siguió bebiendo con Peter y acariciando a la mujer que tenía en sus faldas. Sabía que Rony desde hace mucho tiempo estaba planeando un ataque, sin embargo no tenía ganas de gastar energías en un tipo que no era un rival a su medida. –Gracias, Alex. Por hoy ya terminaste tu trabajo-, lo último lo dijo parándose y llevando a la mujer a una habitación del segundo piso del lugar.

-¿No harás nada, Max?- preguntó Peter. Su amigo sabía que Max era fuerte, sin embargo sentía que no se cuidaba lo suficiente. –No, si quiere jugármelas, que siga planeando, me quiero entretener viendo que hace el muy idiota-, miró a la mujer a su lado y le dio un feroz beso. La mujer tuvo que sujetarse de su camisa para no caer de lo excitada que la dejó –Vamos-.

No era la primera vez que alguien quería la cabeza de Max, si bien pasó gran parte de su infancia en la capilla, bajo el cuidado del Padre Simón, su adolescencia y juventud la vivió en la calle, donde ganarse un lugar de respeto, significaba rodearse de enemigos. Como él era uno de los más poderosos, era claro que no podía estar exento de esto. La envidia que causaba era enorme. Rico, joven y el hombre más guapo que se pudiera haber visto, Max sabía que los enemigos iban buscar acabarlo, sin embargo, nunca le había preocupado.

Esa noche iba a follar con la guapa cantinera y luego volvería a su casa, esos eran sus planes, sin embargo esos no iban a ser los planes del destino. Esa noche Max comenzaría a conocer parte de su historia, esa que desde hace años le atormentaba profundamente y que le angustiaba no llegar a las respuestas.

David había dejado el club de caballeros, después de haber gozado del cuerpo de la mujer que lo acompañaba. Los tragos habían sido muchos, pero las ganas de continuar con la parranda continuaban. Acompañado de Patrick, decidieron irse a una cantina un poco más sórdida, sabían que ahí encontrarían más cosas que harían que lo pasaran genial.

-David, recuerda que mañana tienes compromisos temprano. Tú padre ya te lo dijo, tienes que acompañarlo con sus negocios-, dijo Patrick con un tono burlón, pero mucho más compuesto que su amigo. Sabía que en el momento de la juerga era imposible llevárselo. Lo que más buscaba era beberse todo lo que existía y acostarse con cuanta mujer lo encendiera.

Patrick había sido su amigo de toda la vida, sin embargo no podía dejar de lado una gran envidia que sentía hacia el hombre. Lo tenía todo, era el hijo único de una de las familias más poderosas de Londres, volvía loca a cualquier mujer que se le cruzará por el camino y lo más importante se iba a casar con el ser más dulce que pudiera existir.

Nunca había dicho nada sobre sus sentimientos, ya que siempre supo que Amy era la mujer que habían destinado para David, pero ese silencio le dolía. La conocía de toda la vida y llevaba años soñando con ella. Le desesperaba escuchar a David hablar de manera tan cruel sobre la mujer que imaginaba el ser más tierno de todos, sin embargo no decía nada, sólo guardaba esos sentimientos, que poco a poco se transformaron en profundos celos.

Iban caminando, ya que decidieron dejar el carruaje un poco retirado de la zona. Sabía que cualquier cosa que hiciera el cochero se lo contaría a Bruce y Sofía. Los quería de verdad, pero no quería aguantar los sermones de la pareja. En ocasiones para David era extraña la cercanía que tenían con él. Sus padres siempre trataron a la servidumbre como eso, sin embargo, con esa pareja fueron distintos, ellos tenían atribuciones distintas.

Con las risas y alegría que el trago regala, David y Patrick iban en marcha, estaban decididos a encontrar un lugar alejado de su ambiente para seguir al máximo con su vida de solteros. Tan envueltos en sus propias anécdotas y bromas se encontraban que no se dieron cuenta que al momento de entrar a un callejón, dos hombres los observaron.

Patrick a las pocas cuadras los vio e inmediatamente le avisó a David. Este intentando despejar un poco la mente de la borrachera que traía, paró en seco para determinar quienes eran. No los reconoció y a los pocos segundos determinó que eran asaltantes. A pesar de haber sido criado en cuna de oro, sabía defenderse, al igual que Patrick, así que ambos los enfrentaron.

-Ustedes por su camino y nosotros por el nuestro, ¿está claro?- les afirmó David, mientras buscaba su navaja. Había sido un regalo de su abuelo, quien siempre le enseño que un hombre debía ir armado para sacar del camino los estorbos. Los dos sujetos pararon y comenzaron a reír.

        -¿Quién eres tú para poner esas normas? Además habría otro problema y es que no queremos- dijo el más alto de los dos. En la penumbra de la calle se podía reconocer el peligro en su mirada.

Patrick no tenía la misma preparación de David, pero de cualquier forma no se quiso quedar atrás en su defensa. –Es mejor que se vayan, no tenemos ganas de problemas-, los tipos se acercaron más y sin mirar a Patrick, se dirigieron a David. -¿Cambiaste al perro faldero? ¿Dónde lo dejaste, malnacido?-.

La pregunta confundió un poco a David, no tenía la menor idea de lo que hablaban esos dos, pero no bajó la guardia. Aprovechando el descuido, Patrick se lanzó contra el más bajo, sin embargo estos reaccionaron más rápido y sacaron sus navajas. David fue el primero en golpear, con un sólo gancho dejó en el suelo al que más lo había mirado. Al ver a su compañero en el suelo, el otro delincuente se fue contra David, quien logró esquivarlo.

Patrick fue el primero en recibir una estocada con la navaja, fue en el brazo, sin embargo el grito que lanzó llamó la atención de David. Ese descuido le otorgó ventaja inmediata a su oponente, quien logró darle un certero golpe que lo dejó en el suelo. David sintió inmediatamente el gusto de sangre en su boca, quiso pararse, pero ahí mismo comenzaron a llegar las patadas, directas a su abdomen y cabeza.

-No eras tan fuerte después de todo, Max-, dijo uno mientras sacaba nuevamente su navaja. Al ver el movimiento, David se giró y logró pararse, Patrick se había retirado debido al dolor en el brazo y aprovechando que el tema era sólo con su amigo. Al verlo retirado, David se concentró en sus atacantes, por la manera que lo golpeaban supo que no era un simple asalto, esos dos lo querían muerto.

La fuerza del amor
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