- ¿Qué quieres decir?
La voz estupefacta de Pierre, hizo que viera a su madre como si no la conociera.
- ¡Lo que te digo, niño! – exclamo la mujer mirándolo con mala cara - ¡no quiero que me des si quisiera los buenos días!
- Mamá… - resopló Pierre rascándose el borde la frente - ¿cómo puedes actuar de esa manera tan infantil? ¡no te dije que le pedí a Chantal…
- ¡No me vengas con estupideces! – explotó Margarité con los ojos grandes - ¡yo soy tu madre! ¡yo te traje al mundo! ¡yo debería ser para ti más importante que cualquier fulana!
- Madre, Marcela no es cualquier fulana…
- ¡No me digas tú como debo llamar a ese mujercita! – y extendiendo el dedo acusatoriamente, inquirió - ¡y ni te atrevas a presentármela, porque tú sabes muy bien de lo que soy capaz!
Con las mejillas hinchadas de aire y la sensación de que no sacaba nada con hablar más, Pierre se dio media vuelta y salió de la habitación. Estaba seguro que si se quedaba un minuto más, podría decir algo de lo cual podía arrepentirse más tarde.
- ¿No crees que exageraste un poquito? – preguntó Chantal a su tía, haciéndole un leve gesto con los dedos y arrugando levemente la nariz.
- Pues… - Margarité se pasó las manos por el pelo con una actitud exasperada y resopló - ¡no lo sé!
- Tía… - la muchacha acercó una mano y acarició el borde del brazo de la mujer - ¿por qué te enojas de ese modo? ¿acaso Pierre no puede cambiar?
Chantal también estaba al tanto de la vida un tanto “liviana” de Pierre con respecto a las mujeres. Por ahí, estaba segura, esa mujer probablemente lo había hecho reflexionar.
- Hijita… - suspiró Margarité con la impresión de haber retenido mucho aire en su interior y volviéndose a Chantal, rozó su mano en la de ella - ¿piensas que dramatice demasiado?
Esbozando una sonrisa, Chantal alargó su brazo alrededor de los hombros de Margarité.
- Tía… - resopló la muchacha meneando la cabeza – conoces a Pierre mejor que yo… cuando una idea se le mete en la cabeza, nadie, ni siquiera el mismo Papa, es capaz de sacarla de su cabeza; por otro lado, ¿no crees que deberías conocer a esa mujer antes de precipitarte en una opinión?
- ¿Sí? – repuso Margarité haciendo un mohín con la nariz.
- Creo que merece la pena intentarlo.
Estirando los labios con algo de fastidio, Margarité tenía que reconocer que, probablemente, Chantal tuviera razón.

 

 - ¿Me va a decir que si usted fuera padre de una muchachita linda y encantadora le parecería brillante que se casará con un hombre con hijos?
La pregunta llena de resentimiento rebotó con fuerza en el semblante apretado que lucía Julián.
- Mire señor Astorga… - Julián entrecerró los ojos como una manera de controlar un acceso de ira ante ese comentario tan clasista y se mordió los labios – no tengo idea de lo que se imagina o lo que intenta decirme, pero déjeme decirle que no es nadie para juzgarme… - Juan Pablo hizo un respingo de no estar de acuerdo y cuando iba a hablar, Julián no se lo permitió – usted no me conoce y yo a usted casi nada... no tengo derecho a expresarme de su vida ni usted de la mía, por lo que quiero que quede claro, que no le no le voy a permitir que se exprese de ninguna manera de mi familia.
- ¡Cómo se atreve a hablarme así! – exclamó con molestia Juan Pablo levantándose en el acto del asiento - ¿acaso se olvida de quien soy!
- No, no se me olvida… - resopló Julián irguiéndose al mismo tiempo e intentando no perder la calma, expresó – pero no por eso voy a tolerar que emita algún comentario con respecto a mi vida o a mi familia.
Ambos hombre mantuvieron un obstinado silencio mirándose a los ojos como si se medieran.
Aún a su pesar, para sus adentros, Juan Pablo Astorga tenía que admitir que el temple de Julián Bravo lo impresiono, pero el hecho de que tuviera un hijo fuera del matrimonio con su hija lo llenaba de pavor.
Conteniendo una mueca, Astorga se vio a sí mismo como ese muchachito que tuvo que compartir su habitación con el hijo de su padre, Sebastián, quien había convertido la vida de su madre y la de él en un verdadero infierno.
En ese preciso momento, el intercomunicador sonó, y mientras Julián trataba de controlar su agitación, nada más levantar el auricular, la secretaria le dijo algo que lo dejó helado.

 

- ¿No vienes mucho por aquí?
Mirando a aquel niño, Eduardo sintió un raro escalofrío subiendo por su espalda. Por una extraña razón aquel crío le recordaba a alguien, pero no podía precisar a quién…
- No señor… - sonrió Pablo con timidez – es la primera vez que vengo.
- ¿A sí? – inquirió el adulto y luego añadió como si fuera un pensamiento para sí mientras presionaba el botón del ascensor – me recuerdas mucho a alguien.
Como si fuera una respuesta involuntaria, Pablo sólo sonrió.
- ¿Y cómo es eso que es la primera vez que vienes? ¿acaso Julián no los deja venir por estos lados?
- La verdad es que no queda mucho tiempo… usted sabe… las tareas y todo eso – y sonriendo con algo de chanza, agregó – además, mi papá siempre está ocupado viajando.
- Ya veo… - estirando los labios, preguntó - ¿y tu mamá?
- ¿Mi mamá? – resopló Pablo como si no entendiera la pregunta.
- ¡Claro! ¿tu mamá sabe que viniste a ver a tu papá?
Eduardo estaba convencido de que la relación de Ana con Julián estaba basada en la ternura que ese chiquillo debía inspirarle. Para él estaba claro que una mujer como Ana, con un alma tan noble, no podía soportar ver un hombre solo con dos hijos a cuestas.
- ¡Claro! – dijo como si esto fuese lo más natural del mundo - ¡mi mamá lo sabe! sino ¿por qué estoy aquí?
- ¿En qué grado vas? – preguntó Eduardo mientras se acomodaba las gafas en el puente de su nariz.
- En cuarto.
- ¡Vaya! – jadeo con una sonrisa - ¿en qué colegio?
- Santa María de la Gracia.
Haciéndole un par de preguntas más, Eduardo y Pablo llegaron al piso donde Julián se desempeñaba.
Pasando por entremedio de un mar de gente que iba y venía con carpetas y archivos, por fin pudieron colocar un pie en el despacho de Julián.
- Aquí estamos… - expreso con una sonrisa Eduardo mientras hacía una venía a una mujer vestida compuestamente detrás de un escritorio – hola Mariana ¿Julián?
- Está con el señor Astorga… - respondió la secretaria dedicándole una sonrisa al niño - ¿desea que lo anuncie?
- ¿Dices que está con Juan Pablo Astorga? – preguntó Eduardo sacándose de cuajo las gafas y frunciendo notoriamente el ceño - ¿y eso por qué?
Su mente, que había trabajado automáticamente en la forma de hacer parecer a Julián como lo más parecido a la perdición para Ana, ahora se estaba robando la oportunidad que estaba esperando.
Ese pobre viejo es lo único que me ayudaría para recuperar a Ana
- La verdad, señor García… - balbuceó la mujer – el señor sólo llegó y don Julián lo atendió…
- ¿Sabes? ¡no importa! – resopló con desagrado Eduardo, y olvidándose del niño, indicó – avísale a Julián que estoy aquí.
- Sí señor
Observando con atención, Pablo notó como la secretaria cogió el auricular y después de intercambiar un par de palabras con alguien, lo colgó con una expresión circunspecta.
- Lo siento, el señor Bravo dice que necesita que lo espere un minuto.
- ¿Qué sucede allí dentro? – exclamó Eduardo con la sensación de que le deformaba la mirada.
Por ningún motivo iba a permitir que aquella oportunidad se le escapara de las manos.
Adelantando un par de pasos, abrió la puerta sin más, y se presentó de golpe frente a los dos hombres, dándose perfecta cuenta que ambos estaban en una actitud tirante.
- ¿Interrumpo algo importante? – inquirió Eduardo mirando a ambos alternativamente.
- ¡Eduardo! – resopló Julián mientras se pasaba por la cara, y volviéndose, sus ojos se detuvieron sobre el rostro de Pablo, quién lo miraba con expectación.
Como si lo intuyera, Juan Pablo siguió la trayectoria de la mirada de ese hombre, advirtiendo la presencia de ese muchachito dándose cuenta en seguida de quien se trataba.
Producto de la impresión, aquel hombre le tembló la mano, soltando de cuajo el retrato que sostenía.

 

¿Qué haces aquí?
La voz sorprendida y cargada de resentimiento hizo volverse con rapidez a Andrés.
A pesar de haber previsto que pudiera encontrarse con esa mujer, no estaba muy seguro cual podría haber sido su reacción… contra sus deseos, su cuerpo había reaccionado ante el contacto de Lucía removiendo una pesada loza que retenía un cúmulo de sensaciones que ya había olvidado…
- Vine a ver a mi hermano ¿puedo? – dijo con voz retadora mirándola directamente a los ojos.
- Eduardo no está… - resopló tajantemente mientras se cruzaba de brazos con altivez – puede que este por ahí revolcándose con esa mujer.
- Gracias – rezongó girándose hacia la salida.
- ¿Gracias de qué? – resopló en tono burlista deteniendo la marcha de Andrés - ¿qué tu hermano sea un idiota egocéntrico que sólo piense en él mismo? ¿o que sea un mujeriego hipócrita que se cuido muy bien de demostrarlo frente a los demás?
Suspirando con fuerza, Andrés se mordió el labio antes de decir algo.
Volviéndose despacio, Andrés se acercó a ella con una sonrisa irónica.
- ¿Qué haces? – repuso Lucía al ver como este continuaba aproximándose a ella sin pronunciar palabra y le sostenía la mirada con un brillo extraño en sus ojos oscuros, balbuceando - ¿qué… qué…?
Estando a un palmo de su nariz, Andrés detuvo su avance observando sin ningún pudor el fondo claro de la mirada de esa mujer.
- Estoy de acuerdo que estés enfadada con Eduardo… - expreso Andrés con voz enronquecida, en tanto echó una ojeada al contorno del rostro suave de esa mujer – que tengas ira… rabia… decepción… pero, ¿crees de verdad que yo puedo hacer algo para remediar esa molestia que te esta carcomiendo?
Apretando la boca, Lucía hizo un respingo con el pulso acelerado.
Mordiéndose a penas un labio, la sensación de que tenía el rostro rojo hizo que se rozara su mejilla con un gesto nervioso.
Enarcando una ceja, en tanto, Andrés estiró los labios con la impresión de que esa mujer no iba a decir nada, sin embargo, tuvo que tragar saliva. El aroma a miel de su cabello hizo que su piel se erizara, intentando controlar un traicionero tic tac de su corazón.
- ¡Vete de una vez! – resopló Lucía con la mayor resolución que su voz podía otorgarle - ¡nada tienes tú que pueda devolver el tiempo atrás!
- ¿Y piensas que valdrá la pena? – inquirió Andrés observándola con un gesto perplejo.
Sin mediar más palabras, el hombre acortó la distancia entre su rostro y el de aquella arisca mujer, fundiéndose en un repentino beso, que provocó que Lucía abriera los ojos con espanto para luego dejarse llevar por él.

 

- ¿Y cómo Julián se le ocurre no decirme nada?
María miró sin poder creer a don José, quien sólo alzo los hombros como quien no quiere la cosa.
- ¡Ya me va a oír ese muchacho! – exclamó María volviéndose hacia su hermana mientras ella seguía observando el lamentable estado del piso de su departamento - ¿cómo es posible que se calle cosas tan importantes!
- ¡No rezongues más hermana! – la reprendió Carmen pasando por su lado y revolviendo los ojos - ¡qué más vas a pedirle a un hombre acostumbrado a que su madre le solucione todas las cosas! ¡más te hubiera valido haberle encargado a José Miguel el departamento!
Resoplando exasperada, María se apretó los labios para evitar lanzar un juramento.
Este hijo mío sólo me va a sacar canas verdes…
- ¿Y José Miguel? – preguntó Carmen a don José.
- Donde Anita… ¿dónde más? – expresó el hombre con aire inocente.
Alzando ambas las cejas, tomaron sus bolsos de mano y cruzaron el corredor en dirección al departamento de enfrente.
Pasando dos dedos por sobre la frente, María espero pacientemente mientras asestaba dos golpes en la puerta de la casa de Ana.
- No te preocupes… - musitó Carmen con una sonrisa - ¿no querías que esos dos se entendieran?
- No estoy preocupada… - contestó a su vez María con una leve sonrisa – sólo que no puedo dejar de ser madre.
De pronto, la puerta se abrió dando paso a un José Miguel que, sorprendido, extendió los brazos para abrazar a sus dos veteranas favoritas.
- ¡Abue! – gritó entusiasmado el muchacho - ¡tía Carmen!
- ¿Qué sucede? – inquirió Anita acercándose a la puerta mientras se secaba las manos y al percatarse de quienes se trataba no puedo dejar de emitir un gritito de felicidad - ¡doña María!
Después de muchos abrazos y expresiones de afectos, Ana las invitó a instalarse y tomarse un café.
- ¿Por qué no me avisaste Anita lo que le sucedió a mi Julián? – preguntó con aprehensión María, suspirando con una sonrisa.
- ¡No seas melodramática, hermana! – bufó molesta Carmen dándole un codazo - ¡no le hagas caso, hijita! ¡está mujer no es capaz de destetar a ese muchacho, ni aunque tuviera cien años!
- ¡Auch! – bufó María sobándose el brazo - ¡eso es amor de madre!
- Lo siento, doña María – se disculpo Ana – pensé que Julián lo haría… de verdad, no fue mi intensión preocuparla...
- ¡Nada de eso! – resopló Carmen con una mirada amable – y creo que hablo por mi hermana, al darte las gracias por preocuparte por mi sobrino y mi José Miguel.
- ¡Anita ha sido fabulosa! – exclamó José Miguel sentado en el antebrazo del sillón donde estaba su tía Carmen y con un tonito meloso, añadió – sobre todo que ahora es novia de papá.
Ambas mujeres clavaron la mirada sobre el rostro de Ana, quien se sentó muy derecha mostrando una sonrisa tímida.

 

Dejando a su tía hablando animadamente en el vestíbulo con un par de conocidos sobre unos negocios, Chantal salió fuera del exclusivo hotel mirando con ansiedad para ambos lados de la calle.
Había recibido un mensaje de texto hacia diez minutos, donde decía: NECESITO HABLAR CONTIGO.
Con el pulso acelerado, Chantal creía que se trataba de ese atractivo muchacho que conoció en la fiesta. Educadamente, él se dirigió a ella con mucha propiedad, y sin ninguna vergüenza le hablo de su trabajo de secretario para una importante familia, donde su principal tarea era acompañar a la señora de la casa en eventos importantes.
- ¿Y cómo es eso? – preguntó ella arrugando graciosamente la nariz.
- Es eso… - sonrió él con un deje de diversión – es asesorarla para las distintas ocasiones en las cuales se desenvuelve… recordar sus compromisos… tener las cosas que necesita…
- En definitiva… - expresó Chantal llevándose la copa al borde de los labios – pensar como ella.
- ¡Exacto!
- Pero ¿no eres demasiado joven para esos menesteres? – exclamó ella mirando apreciativamente al joven – por regla general, para ese tipo de empleos necesitas más experiencia.
- Tuve una buena maestra… - musitó Gregorio con un suave acento francés – mi madre era experta en el arte de hacer parecer a otros como príncipes sin serlo.
Pasándose las manos con un gesto nervioso, no se percató que alguien tocaba discretamente su hombro para llamar su atención.
- ¡Psssshhhh! – silbo ese alguien.
- ¡Pierre! – exclamó ella tapándose la boca rápidamente - ¿qué haces aquí?
- Necesito que me ayudes con mamá… - murmuró el hombre con un ojo puesto en su madre, a quien veía seguía en plan cordial con aquellas personas – ella tiene que conocer a Marcela.
- Eso ya se lo dije… - replicó ella apegándose más a su primo – y al parecer se lo está pensando.
- Tienes que convencerla Chantal… - expresó Pierre con los ojos grandes – ella no es lo que dije que era.
- ¿A no? – Chantal enarcó una ceja con sorpresa. Ya estaba pensando que su primo había cambiado.
- No te precipites… - y suspirando, señaló – ella fue la novia de Jean.
Haciendo un O en silencio, Chantal no podía creer en lo que Pierre había dicho.

 

Pablo observó como una vena palpitaba copiosamente en la frente de Julián.
Al escuchar el quebrazón de vidrios, el niño se apegó a la pared pensando que aquel sonido era producto de una explosión.
- ¡Lo siento! – se disculpó el anciano todavía conmocionado por encontrarse cara a cara con quien estaba seguro que era su nieto.
No puede ser posible…
El color de sus ojos, el tono de su cabello, el largo de su nariz… todo indicaba que era un Astorga de pies a cabeza. Ladeando la mirada hacia Julián, aprecio que si bien podían tener algún parecido con el hombre puesto que se paraba como él y abría los ojos de una forma semejante era indudable que Ana había aportado mucho más.
- ¡Mariana! – llamó Julián a su secretaria mientras se apretaba una mano con nerviosidad. A penas apareció la mujer, este le indicó – llama a aseo y pide que vengan a arreglar este estropicio.
 - Sí señor
- ¿Alguien tendría la gentileza de explicarme que está pasando aquí? – preguntó Eduardo intentando parecer inocente frente a ambos.
A esta altura estaba claro que el tema de esos dos había sido su querida Ana.
Mientras, aquella interrogante revotó muchas veces dentro de la cabeza de Astorga mirando a ese niño que observaba a Julián con expectación…
Nunca un niño había producido en él tanta ansiedad, y sabiendo que aquel era el hijo de Ana, abría nuevamente en su pecho la herida que él mismo se había clavado hacía 10 años atrás.
Pasándose la mano por sobre el cabello, Julián volvió su cara hacia Pablo. No deseaba por ningún motivo que este se asustara por algo e instintivamente se coloco al lado de Pablo en un ademán protector.
- Sólo estábamos hablando de Lafité… - expresó Julián con el ánimo de no mostrar contrariedad – don Juan Pablo está convencido que aquel producto nos puede ayudar mucho a situar otros en el mercado.
- ¿A sí? – inquirió Eduardo no muy convencido, mirando a su vez al anciano quien no despegaba la mirada del niño.
Algo raro está pasando aquí…
- Bueno… - resopló el hombre mayor levantando el mentón y enfrentando la expresión curiosa de García – en realidad vine a hablar algunas cuestiones de importancia… - y añadió con solemnidad sosteniéndole la mirada a Eduardo – con Julián, mi yerno.
Con horror, Julián frunció el ceño al sentir como Eduardo se giraba hacia a él con sorpresa.
- ¿Yerno? – inquirió él observando a Julián y al niño de manera alternativa.
No puede ser…
Como si se sintiera acorralado, Julián, de manera involuntaria, se acercó a Pablo y le tomó la mano. Tirando de él, sacó al niño con paso rápido rumbo al corredor.
- ¡Espera! ¡no te vayas! – gritó Astorga al tiempo que seguía al niño y al adulto se sumergían en el mar de funcionarios de piso.
En tanto, Eduardo, enarcando una ceja y levantando un dedo, hizo una mueca de no entender porque ese viejo observaba de manera insistente a ese crío.

 

 

 

- ¿Qué sucede? – preguntó Pablo con los ojos muy abiertos mientras trataba de seguir las largas trancadas de Julián.
Nunca había visto a Julián de ese modo. Por regla general, siempre se mostraba impertérrito ante cualquier calamidad, incluso cuando José Miguel se ponía insoportable.
Aunque ese día en que se inundó su departamento…
Sin escuchar nada, el adulto buscó algún sitio discreto de la oficina, y agachándose para poder ver al niño directamente, lo observó con una mirada ansiosa.
- Pablo… - musitó mientras trataba de no trompicarse con su propio suspiro – quiero que vuelvas a casa.
- ¿Por qué no me dices qué sucede? – inquirió Pablo con los ojos muy grandes - ¿quién es ese hombre? ¿por qué te llamó yerno? – y con desesperación, le exigió - ¡dime la verdad Julián! ¿qué es lo que sucede?
No quería pensar que aquel hombre fuera en realidad el otro abuelo de José Miguel…le aterraba la idea de que alguien, quien fuera, pudiera arrebatarle a Julián…
Parpadeando aturdido, Julián observó a aquel con la mirada entrecerrada.
- ¿Qué dices? – preguntó el hombre intentando entender a lo que se refería sin darse cuenta del hilo de sus pensamientos - ¿por qué preguntas?
- Entonces… ¿quién es ese hombre? – demando Pablo - ¿por qué ese hombre te llamó yerno?
Como si se estuviera conteniendo, había descubierto que necesitaba mucho a Julián… más de lo que había creído…
- No sé a qué te refieres… – replicó Julián mirándolo extrañado – no le hagas caso... el hombre se equivocó.
- No lo creo.
El tono vehemente con que Pablo se expresó, sorprendió aún más a Julián, quien entrecerró aún más su mirada azul.
- ¿Qué quieres decir con eso? – inquirió tratando de desenrollar todas aquellas frases para darle algún sentido - ¿acaso piensas…
- Julián… - el niño se aproximó al rostro del hombre clavando sus pupilas castañas en el fondo azul de las de él - ¿te gustaría ser mi padre?
No tenía tiempo para delicadezas.
Sólo quería saber la verdad.
Si Julián decía que no, nada pasaba. Sólo el dolor de saber que su sueño había terminado.
Nuevamente Julián se quedo sin palabras.
- Pablo, yo… - comenzó diciendo Julián después de un breve momento en que intento pensar en algo para tranquilizarlo.
- ¡Julián Bravo! – gritó Astorga apareciendo de pronto frente a ellos - ¡no puedes largarte así como así!
De un salto, Julián se levanto, colocando a Pablo detrás de él.

 

Sofía resopló con desgano.
Dejando caer la cabeza en el mullido asiento de su mercedes, Gregorio levantó una ceja. Normalmente esta mujer nunca mostraba que algo pudiera superarla…
- ¿Sucede algo señora? – inquirió este mirándola desde el espejo retrovisor.
- No encuentro a mi hijo, Gregorio… – respondió torciendo el labio con desdén mirando por los vidrios polarizados la puerta de aquella casa – parece que la tierra se lo hubiera tragado.
Intentando no mostrar sorpresa, Gregorio se mordió el labio observando de soslayo hacia aquel lugar.
Había creído por un minuto que la noche anterior volvería a tenerlo frente a él, sin embargo, sólo pudo enterarse de que la hija perdida ya no lo estaba como creían, y al parecer no estuvo perdiendo el tiempo.
Había escuchado rumores que Ana María Astorga tenía un hijo… eso sí, nadie sabe de quién, aunque sospechaban de un gerente de relaciones públicas.
- Necesito que vigiles aquí… - indicó Sofía sacando su teléfono y marcando un número – tengo que hablar con mi hijo y no puedo esperar a que él se decida a reportarse.
- ¿Y usted?
- No te preocupes… - cerrando el móvil con un solo movimiento, expresó – siempre puedo usar un taxi.
Asintiendo con algo de pesar, Gregorio se dijo que quizás había llegado el momento de enfrentarse a sus propios fantasmas, sobre todo a uno llamado Maximiliano Astorga.

 

Sacando su móvil del bolsillo, con paso apresurado, José Miguel se encamino hacia la pista de patinaje.
No entendía porque Amanda necesitaba verlo con tanta urgencia.
Nada más colocar llegar a aquel lugar, una muchacha de espaldas y sentada con el pelo amarrado en una dura cola, observaba la pista sin poner un pie en él.
- ¿Amanda? – saludó a José Miguel, para darse cuenta que no era ella - ¿Fernanda?
- Hola cariño… - expresó con un gracioso gesto y levantándose de un tirón, se acercó al adolescente estampando en sus labios un generoso beso.
Abriendo los ojos con sorpresa, José Miguel aprisiono con ambas manos los brazos de la muchacha, obligándola a separarse de él.
- ¡Qué… qué diablos! – balbuceó con molestia haciendo una mueca - ¿qué sucede contigo, Fernanda? ¿estás loca, o simplemente hoy se te zafó un tornillo?
- Cariño… - ronroneó Fernanda con una falsa sonrisa - ¡es que tú me vuelves loca!
- ¡Déjate de estupideces! – resopló José Miguel apartándola de él, y sacando su teléfono, la increpó - ¿fuiste tú la que me enviaste ese mensaje?
- ¿Cuál mensaje? – preguntó ella con inocencia.
- Uno que… - e interrumpiéndose con el ceño fruncido, José Miguel se volvió hacia la salida refunfuñando - ¡nada qué te importe!
Fernanda, sin inmutarse, espero a que José Miguel saliera del local para girarse a Gastón.
- ¿Salió bien? – preguntó ansiosa.
- ¡Perfecto! – musitó él con deleite – ¡después de esto esa riquilla no querrá saber nada de ese perdedor!
Asintiendo con ansías, Fernanda sólo esperaba que esto funcionara.

 

- ¡Apártate idiota!
Con las pocas fuerzas que parecían sostenerla, Lucía apartó de sí a Andrés.
Jadeando algo mareado, Andrés se pasó la mano por entre la comisura de los labios sintiendo todavía el calor de esa boca sobre la suya.
- ¡No te atrevas nunca más a ponerme un dedo enci…
No había terminado Lucía de amenazar cuando nuevamente la boca de Andrés se cernió sobre la de ella, exigiendo sus labios y la tibieza de su lengua.
Un estremecimiento poderoso se deslizó por sobre su espalda provocando que se arqueara y se entregara sin reservas.
Paseando sus manos, como si no tuviera voluntad, Andrés apretó a Lucía entre sus brazos, sacando de cuajo la blusa que ella llevaba sobre puesta, dejando sus hombros completamente desnudos.
Sin dejar de besarla, Andrés deslizó sus labios por sobre el fino cuello de Lucía, saboreando cada trozo de su piel… la mezcla de su perfume y su aroma natural provocaban en él un ardor insospechado.
Con la mente nublada, Lucía se arrimó con ansías en Andrés, levantando el rostro hacía el cielo…

 

 

 

- ¿Qué desea señor Astorga? – lo increpó Julián que, con las manos en jarra, separó las piernas como si estuviera en posición defensiva protegiendo a su cachorro.
- Todavía no hemos terminado de conversar… - repuso el hombre mirando con ansiedad a aquella criatura, quien en ese instante se había apegado a la espalda de Julián apoyando su cabeza.
- Me parece… - expresó el hombre frunciendo su mirada azul – pero no gritando… ¡usted está asustando a mi hijo con sus gritos!
Retrocediendo un par de pasos, el anciano recapacitó en su reacción. Ese hombre tenía razón… no podía perder los estribos… más ahora que se encontraba frente a su nieto.
- Lo siento… – musitó en voz baja y pasándose una mano por sobre el cabello cano – no quise hacerlo.
Como un gesto instintivo, Pablo alargó la mano y tomó la de Julián. Este se la apretó con confianza, y le sostuvo la mirada a Astorga.
Por nada del mundo iba a permitir que le gritara como si fuera el dueño del mundo, aunque lo fuera en la realidad.
- Julián, quisiera… - carraspeó Juan Pablo – que usted me ayudará… ya sabe… con ella…
- Le repito que no sé si pueda… - señaló Julián haciendo un gesto de tener cuidado con lo que decía ladeando la cabeza hacia Pablo – por mi parte puedo tratar de hablarle del tema… se lo prometo.
- Lo que sucede… - dijo Astorga, interrumpiéndose a sí mismo cuando percibió que Eduardo se aproximaba a ellos.
Ambos guardaron prudente silencio. Aún cuando no se fiaban uno del otro, estaban de acuerdo tácitamente en no decir nada imprudente frente a García.
- Nuestra conversación tendrá que continuar otro día… - resopló Julián con la sensación de que el tiempo de espera se había alargado demasiado.
- ¿Alguien me puede explicar que es lo que está pasando? – exigió Eduardo mirando a aquellos dos con mala cara.
- Nada… - señaló Astorga observando a Eduardo con adustez – esto no es de tu incumbencia.
- Si me disculpan… - señaló Julián con expresión cortante mientras pasaba al lado de los hombres con el niño apegado a su lado – tengo un asunto urgente que atender.
Sin decir nada, Juan Pablo dejó que Julián se llevara a su nieto con la esperanza de que algún milagro obrara en el corazón de su ahora yerno.
Eduardo, en tanto, se dijo que aquí definitivamente había gato encerrado.

 

Chantal pasó un mechón de su cabello por detrás de su oreja mientras esperaba pacientemente en el restaurant a que esa mujer llegará.
Con la excusa más tonta, había convencido a su tía que Pierre iría a almorzar con ella y que por ahí podrían hacer las paces… de esa manera, Marcela y su tía se encontrarían dejándole a la providencia la oportunidad de que hablarán.
Apretándose las manos apenas distinguió al mozo cuando este le mostro la lista de vinos. Haciendo un ligero movimiento, señaló sin mucho entusiasmo una botella de merlot.
- ¡Vaya sorpresa la mía! – expresó una voz masculina haciendo que Chantal se irguiera como si tuviera un palo en la espalda - ¡veo que nuevamente nos encontramos mientras te tomas una copa de vino!
Volviéndose con el corazón en la mano, la muchacha esbozo una sonrisa al ver al muchacho que le estaba quitando el hipo.
Gregorio, arropado con una chaqueta gruesa de lana negra, mostraba sin ningún problema una espalda y un pecho amplio, como así mismo dejó en evidencia unas largas piernas enfundadas en un jeans de color oscuro…
- ¿Tú? – inquirió Chantal pestañeando con inocencia.
Había esperado encontrarse aún cuando fuera de casualidad con ese muchacho y ahora su deseo se cumplía.
- ¿Cómo estás? – preguntó con él arrebatadora sonrisa sentándose frente a ella con un ademán elegante – lamento haberme ido sin despedirme de ti.
Como doña Sofía se había indispuesto y don Juan Pablo estaba algo afectado, tuvo que llevarse finalmente a ambos de vuelta a casa…
A pesar de aburrirle tremendamente ese tipo de reuniones, el haber encontrado a esa francesita, pues las cosas tomaban un aspecto interesante.
Aquella muchachita con aire mundano era un cóctel de varias cosas que le agradaban; de ojos grandes verdes… una nariz recta que armonizaba perfectamente con unos labios llenos… un cabello que aún cuando estaba seguro que se había cambiado el color, aquel tono miel realzaba con audacia la tez aceitunada que ostentaba además de ese aire inocente que la hacía parecer muy pero muy deseable…
- Te entiendo… - expreso Chantal pasándose dos dedos por sobre el pelo – no te preocupes… ojala y doña Sofía se encuentre mejor.
- Lo está… - y señalando hacia un costado del restaurant – de hecho está ahora conversando animadamente con tu tía.
Haciendo un mohín de aceptación, Chantal extendió aún más su sonrisa, pasando con suavidad uno de sus dientes por uno de sus labios.
Intentando ser discreto, Gregorio observo ese movimiento, disfrutando como ella deslizaba ese diente dejando a su paso una estela húmeda y brillante sobre su labio…
Un labio tentador
- ¿Y qué haces con tu tiempo libre? – preguntó Chantal tentada a conocer a ese muchacho.
Aún cuando estaba clara que cualquier cosa que surgiera entre ellos estaba destinada a ser momentánea, de igual modo, la tentación era muy grande.
- Corro… - expreso esbozando una fenomenal sonrisa mostrando unos adorables hoyuelos – camino… escucho música…
- ¿Bailas? – inquirió ella curiosa.
Si corre debe tener un par de piernas fabulosas…
- Cuando la ocasión lo amerita… - y haciendo un respingo con la nariz, demandó - ¿tienes en mente invitarme a alguna parte?
Parpadeando algo azorada, Chantal rompió en una risita que intento tapar con el dorso de su mano, en tanto, Gregorio sólo dejaba que su mirada oscura se paseara a voluntad ante el rostro fascinante de esa preciosa muchacha.
El sonido del móvil distrajo de su contemplación al muchacho sacando de modo automático el teléfono. Contestando con puros monosílabos se levantó de la mesa con un suspiro pesado en el pecho.
- El deber me llama… - musitó – espero que algún momento el placer también lo haga.
- Para que lo haga tiene que saber tu número primero – susurró ella enarcando una ceja.
- Claro… - y extendiendo su móvil hacia ella, Chantal apunto los dígitos en la pantalla touch.
Torciendo el labio, cuando tuvo de regreso el móvil levantó las cejas haciendo un gesto de despedida.
Cuando ya veía que este se perdía en el fondo del comedor, el sonido brillante de su ringtone hizo que sacara con rapidez su aparato.
Notando que aquel era un mensaje, lo abrió.
Estaré esperando ansioso esa llamada… 
Apretando ansiosa el teléfono entre sus manos, Chantal extendió una amplia sonrisa.
Aunque sólo fuera por un minuto
**************
Encendiendo el computador, Amanda sólo pensaba en saber de José Miguel.
No entendía porque él tenía el móvil apagado.
Por ahí pudiera ser que lo hubieran descubierto y lo hayan castigado apagando su teléfono.
Pasándose los dedos por entre el cabello y metiéndolos detrás de las orejas, ella quería saber de él… aún cuando fuera una sola palabra…
O dos…
Entrando en forma automática al sitio de facebook, Amanda encontró que tenía un mensaje de un tal Ramiro Rojas.
Haciendo una mueca se encontró con que a lo mejor era del grupo de debate de Graham School… seguro y habían cambiado de capitán… creían torpemente que este año ganar en las finales.
Apenas abrió el correo, aquel desplegó una foto de José Miguel besando con un total desenfado a una muchacha alta y de pelo castaño.
Con los ojos muy abiertos, Amanda tragó saliva al leer el pie final de envió…
Recuerda que te lo dije… ese idiota sólo se quiere divertir a tus costillas…
Mordiéndose el labio con infelicidad, Amanda apagó de cuajo su notebook y se tiró sobre la cama.
No se dio cuenta en que minuto se quedo dormida, mientras que numerosas lágrimas surcaban su cara…

 

Ricardo se estaba impacientando en la sala de juntas.
Hacía más de una hora que había llamado a Julián y al inútil de su yerno.
Estaba que hervía de ira… sobre todo con Eduardo.
Después de la lamentable actuación de ese cretino, estaba seguro que más de algún socio pondría en tela de juicio su capacidad para seguir dirigiendo el corporativo.
Resoplando con indignación, se acercó a los ventanales intentando pensar donde diablos podrían haber ido esos dos.
- Señor – le hablo un joven secretario indicando hacia la puerta de roble.
Allí, con el rostro pálido, Juan Pablo le hizo señas de que se aproximara.
- ¿Qué sucede? – preguntó Ricardo alarmado llevándolo afuera del despacho.
- ¡Vi a mi nieto, Ricardo! – exclamó Astorga con las palabras trompicadas mientras apretaba los brazos de su amigo - ¡estuve a dos pasos de él, amigo! ¡es el niño más hermoso que podrías ver en tu vida!
- ¿Estás seguro que era él?
- ¡Muy muy seguro! ¡tiene el mismo porte y ademanes de un Astorga! – replicó con orgullo - ¡ese niño es mi nieto!
- ¿Y dónde lo viste? ¿cómo fue?
- Ese niño vino a ver a su padre… - tragando saliva, Juan Pablo gesticulo con las manos con ansiedad – y justo estaba ahí hablando con él…
- ¿Con quién? – preguntó Ricardo sin saber de quién diablos se refería.
- De ese Julián Bravo… - Robles entorno los ojos sin poder creerlo, a lo que Astorga esbozo una sonrisa esperanzada – él es el papá de mi nieto y el esposo de mi Ana.
- ¡Ana no está casada! – profirió con fuerza una voz conocida que hizo que ambos se volvieran a ver de quien se trataba.
Empequeñeciendo los ojos, Juan Pablo no reprimió un gesto de desprecio hacia aquel individuo.
- ¿Qué estás diciendo Eduardo? – inquirió Ricardo sorprendido.
- Lo que digo… Ana no está casada con Julián… - y con voz firme, añadió – y por la edad de ese niño, puede que incluso ese crío sea mío.

 

 

 

- ¿Cómo dices semejante imbecilidad? – resopló con enojo Juan Pablo.
Por ningún motivo iba a consentir que ese bueno para nada fuera el padre de su nieto.
- Piénselo… - señaló Eduardo – han pasado once años desde que Ana y yo terminamos.
- ¿Qué terminaron qué? – inquirió con molestia Ricardo - ¿fuiste novio de Anita?
- Sí… - expreso Eduardo con fuerza – ella y yo tuvimos una breve pero intensa relación, donde estoy seguro que ese niño es mío.
Había tardado en dar con lo que ese viejo cretino seguro estaba elucubrando, y luego de meditarlo 30 segundos, se dio cuenta que Astorga andaba no sólo a la caza de la hija perdida, sino de un nieto… un nieto que podría ser hijo de él.
Sí bien Julián Bravo entró a “América” con calidad de divorciado, nunca demostró la actitud de estar casado por segunda vez. No usaba anillo y por regla general se iba de los últimos en la tarde.
Sumado a eso, cuando se encontraron en la pista de patinaje, este sólo presento a Ana como su novia.
Estaba más que seguro que su relación tenía poco tiempo… Ana no era una persona con la cual ese idiota podría tener de amante… tenía demasiado temple para eso.
Por lo que había una posibilidad muy alta que el chicuelo fuera de él…
- ¡Estás loco, García! – inquirió Juan Pablo sin dar crédito a eso - ¡tú no podrías ser padre! ¡llevas casado casi 10 años con Lucía y todavía no aparece ningún bebé!
- El problema es Lucía que no puede tener hijos, no mío – repuso él, sin notar como Robles adelantaba un paso y le asestaba un golpe seco en plena quijada.
- ¡Cómo puedes ser tan desgraciado, muchacho del demonio! – exclamó airado Ricardo mirándolo con los ojos inflamados - ¡eres el marido de mi hija y estas en mi presencia!
- ¡Me importa un carajo estar casado con Lucía!, ¡sépalo ya que me voy a divorciar de su hija de una buena vez! – Resopló con el labio hinchado mientras se pasaba la mano por la boca – es más… ¡desde el principio no debí haberme casado con ella!
- ¡Pobre infeliz! – repuso Robles yendo hacía él con la idea de matarlo - ¡cómo eres capaz de ser tan miserable!
- ¿Y qué esperabas, Ricardo? – inquirió Juan Pablo deteniendo el avance de Robles - ¡te dije que este era una fichita!
- ¡Y no te escuche! – afirmó el hombre mayor con una mueca de desagrado.
- ¡Piensen en lo que se les dé la gana! – Eduardo retrocedió dos pasos mientras seguía con la mano pegada en la cara – pero, escúchenme bien el par de vejestorios: Ana y yo estamos destinados a estar juntos… ¡ella es mía!
- Todavía estas alucinando con el alcohol de anoche… – señaló Juan Pablo en tono mordaz – ¡en tu pobre vida podrás estar al lado de una mujer como mi Ana! ¡ella es demasiado para ti!
- Puede que no la merezca después de todas las estupideces que he cometido… - Eduardo se paro muy derecho observando a ambos hombres con los ojos muy grandes – pero no hay en este tierra un hombre que la ame más que yo.
Volviéndose hacia la salida, Juan Pablo y Ricardo observaron como ese hombre se marchaba con la sensación de que algo grave se había desencadenado en sus vidas.

 

- ¿Quién era ese hombre?
La voz preocupada de Pablo hizo que Julián hiciera un gesto de desagrado mientras continuaba con la vista en frente.
Una de las cosas que más le relajaba en la vida era conducir… lo disfrutaba… sin embargo, hoy como pocos días, estaba en total tensión…
- ¿Por qué lo preguntas?
La verdad es que él no quería darle más importancia a ello.
- No lo sé… - y mirándolo de soslayo – ese señor estaba muy alterado… y tenía una mirada muy rara.
Una sonrisa espontanea afloro en los labios de Julián. No podía olvidar lo perceptivo que era ese niño… nada se escapaba de su vista.
¡Pobre Astorga! nada lo iba a librar del juicio que su propio nieto iba a hacer con él una vez que se enterara de la verdad.
- ¿Dónde vamos? – preguntó Pablo observando cómo Julián entraba a un estacionamiento de un centro comercial.
- No sé tú, pero yo estoy muerto de hambre… - y ubicando un espacio, girando el volante con precisión coloco el jeep de manera limpia – se me antojan unas papas fritas ¿qué dices?
Volviéndose hacia Pablo cuando se sacó el cinturón de seguridad, encontró que el niño lo miraba con los ojos muy grandes.
- ¿Podrías enseñarme a conducir?
Pasando la lengua por entremedio de sus labios, Julián los extendió formando una amplia sonrisa.
No había olvidado que Pablo le había preguntado si él quería ser su padre…
- Claro… - respondió con ternura mientras le revolvía el cabello con ligereza – si quieres.
Esbozando una sonrisa divertida, más que nunca, Julián percibió esa extraña conexión que lo unía inexorable a ese niño de mirada curiosa.
Guiando a Pablo hacia un local de comida rápida, ambos hicieron un generoso pedido de papas fritas y se sentaron en la mesa más alejada de la vista de todo el mundo.
- ¿Sabe Ana que viniste a verme a la oficina? – quiso saber Julián mordisqueando una patata mientras clavaba sus ojos en la mirada castaña de Pablo.
Esperaba sinceramente que fuera que sí, pues de otro modo tendría que ser más enérgico con él respecto a ese tipo de acciones…
Diablos… estoy pensando como si realmente fuera su padre…
- No señor - murmuró el niño con expresión culpable.
Al escuchar el apelativo de “señor”, Julián no pudo evitar ensanchar más su sonrisa.
Para variar siempre me pilla desprevenido…
- ¿Entonces? – expresó Julián intentando volver a su postura inicial - ¿cómo se te ocurre hacerle esto a tu madre?
- Sólo quería saber si existía algo entre tú y mi mamá – musitó el crío con un hilito de voz, sintiéndose ahora menos valiente que hace un momento atrás.
Tragando saliva, Julián entendía perfectamente el sentir de Pablo. De seguro, debió haberlo visto abrazar a su madre en el sillón… hasta incluso, pudo haberlo visto besándola.
- Tú ya sabes que es mi novia… - expreso el hombre haciendo un gesto serio con la mirada – y sabes también que la amo.
- ¿De verdad? – inquirió Pablo con los ojitos luminosos.
- Claro - y dibujando una generosa sonrisa, señaló – y estoy pensando seriamente que, para evitar malos entendidos, sería mejor casarme con Ana.
- ¿Lo dices en serio?
El niño no podía salir de su asombro… sus ojos castaños destellaron una claridad en la que Julián creyó que se reflejaba.
- Ya está siendo hora que siente cabeza ¿no crees?... – y haciendo un mohín con la cariño, agregó – además quiero ser tu padre.
El gran cariño que se anidaba en el corazón del pequeño sintió que se multiplicaba por 100, hinchándose el pecho a todo lo que daba.
Parándose con velocidad, Julián no pudo determinar en qué minuto el cuerpo del niño se estampó con fuerza entre sus brazos… y sin decir palabras, ambos se quedaron envueltos en un perfecto abrazo…
Un abrazo de Padre a Hijo.

 

Nunca pensó que se podía sentir de ese modo.
Paz, con un ojo entreabierto, observó colarse la luz por las ventanas de la habitación. A su lado, Max descansaba plácidamente con una mano sobre su pecho.
No estaba segura que hora pero estaba clara que debía ser muy tarde.
Con adoración, recorrió el rostro adormilado del hombre con la punta de su dedo.
Maravillada, notó con precisión los rasgos delicados que mostraban sin ninguna expresión ahora que él tenía los ojos cerrados. Esbozando una tonta sonrisita, tenía que admitir que su semblante adquiría un contraste potente cuando lo asaltaba la pasión, oscureciendo aún más el marrón de su iris hasta volverlo casi negro.
Luego de extender su palma por todo el ancho de su cara, Paz era consciente que toda aquella química que compartieron podía terminar tan rápido como comenzó, por lo que intento no pensar en las cosas que podría hacer para que después la infelicidad no la destruyera.
Saliendo con cierta dificultad de la cama que compartían, se encamino rumbo a la ducha. Luego de tomarse un largo baño, intentó mostrarse optimista.
Nunca en mi vida había sido tan feliz…
Luego de ponerse una polera de Max, la cual le quedaba a mitad de muslo, se dirigió a la cocina y trato de preparar algo para desayunar aún cuando fueran las 4 de la tarde.
Estaban encendiendo el hervidor cuando escucho como alguien tocaba insistentemente el timbre. Al parecer la persona que lo pulsaba estaba apurada o era sorda.
Al aproximarse a la puerta de entrada, notó como por los vidrios rugosos la silueta sinuosa de una mujer. Echándose el cabello atrás, y mordiéndose el labio abrió la puerta sin más.
- ¿Diga?
- Necesito hablar con Max ¿está despierto? – expreso una mujer mirándola de pies a cabeza como si la insultara, extendiendo una sonrisa socarrona.
Paz, enarcando una ceja, hizo un respingo de incomodidad. Aquella mujer era muy bella, cierto, de pelo oscuro y ojos grandes apardados, vestida con una blusa de diseñador y unos pantalones ajustados… toda muy provocativo.
- No… - resopló ella tajantemente – no lo está.
- ¡Despiértalo! – señaló intentando pasar por su lado, a lo que Paz le cerró el paso y expresó malhumorada - ¿qué haces cretina?
- ¿Qué piensas que haces tú? – inquirió Paz asegurando la puerta con fuerza - ¡está no es tu casa ni yo tu sirvienta!
- Veo que piensas que Max será tuyo por el hecho de que te hizo el amor en su propia casa… - señaló de pronto la mujer con un deje de coquetería – pero él nunca lo será.
Catalina se las había arreglado en algunas ocasiones para poder gozar de las atenciones de Max, y aunque él nunca concretaba nada más que un par de besos y unos cuantos abrazos, ella estaba segura que él estaría con ella…
Y ahora que miraba a esa golfa vestida con una polera con la que había visto a Max hacía un par de días, le hervía la sangre hasta lo más profundo.
La mejor manera de desarmar a tu enemigo es sembrándole la duda… dijo una vez su madre.
- Ni lo pretendo… - pronunció Paz parándose muy derecha.
- Haces bien… - expreso Catalina con la voz cargada de burla y cruzándose de brazos, señaló – yo también soy su amante, y créeme cuando te digo que ese hombre es una adicción.
Levemente, el labio de Paz tembló.
- No dejes bonita que ese hombre te ciegue… - el tono de ironía, la traspaso hasta los huesos – él nunca va a dejar de ser lo que es.
Negándose a derramar una lágrima, Paz, estoicamente, respiro con fuerza para resguardar la poca dignidad que le quedaba.
- Gracias por el consejo… - musitó ella con sarcasmo – lo pensaré.
- Te harías un bien alejándote de él… - y mostrando una encantadora sonrisa, Catalina musitó – está bien para pasar el rato, pero para algo serio, pues ahí… - hizo un sonido con los dientes – lamentablemente Max sale corriendo como un conejo.
Asintiendo, hizo un gesto con la mirada y cerró la puerta.
Alejándose lo que más pudo de la vidriera, se sentó con suavidad sobre el primer sillón que encontró y comenzó a sollozar como una Magdalena.
Había caído en su propia trampa, y ahora, él debía estarse relamiendo los bigotes, envanecido por la victoria que por fin encontró.
Subiendo los pies al sillón, se abrazo con fuerza, formando un ovillo.
Debía ser valiente y asumir que esto fue un error.
Por mientras, en un mercedes estacionado a prudente distancia, Gregorio guardaba la cámara con la cual había fotografiado a ese par de mujeres.
Esbozando una sonrisa complacida, el muchacho tenía que admitir que su padre tenía buen gusto para las mujeres.
La mujer que golpeó la puerta no estaba nada de mal… pero la morena vestida con esa ridícula polera, pues era tanto mejor…
- Vaya Maximiliano Astorga… - musitó con una risita - ¡cómo te llueven las mujeres!

 

- ¿Sabes dónde se habrá metido Pablo? – preguntó Ana a José Miguel.
Estaba preocupada porque hacía varias horas que su hijo había desaparecido.
Iba a salir a buscarlo cuando doña María y doña Carmen habían aparecido. Había llamado al gimnasio donde Max trabajaba y a su móvil. Nadie parecía querer contestarle.
Volviéndose con el ceño fruncido, José apretó entre sus manos el móvil.
- No Anita… - expresó con cierta intranquilidad en el semblante - ¿no dijo que iba a ir a ver a su tío Max?
- Max no me contesta… - musitó como si hablara con ella misma, luego reparo en el rostro del muchacho una inquietud extraña - ¿sucede algo?
- Amanda no me contesta el teléfono… - y oprimió los labios – y tampoco aparece conectada…
- Debe haber salido por ahí y no tiene señal su móvil – dijo Ana rozando la mano de José Miguel – no tienes nada de qué preocuparte.
Asintiendo no muy convencido, José miro un punto sin ver nada en realidad…
Desde que se había encontrado con esa loca, estaba seguro que algo raro sucedía. No por nada Fernanda Ramírez hacía algo… algo tenía que estar maquinando.
- Cariño, voy a dar una vuelta por aquí para ver si encuentro a Pablo… ¿podrías quedarte con tu abuelita y tu tía?
- No hay problema – José esbozo una sonrisa.
Dándole un rápido beso en la cabeza, Ana se cruzó el bolso en el pecho y salió rumbo a la calle.
Necesitaba encontrar a Pablo.
Lamentaba ahora no haberle regalo ese móvil que tanto deseaba para Navidad… claro, que ahora era su cumpleaños y quizás pudiera complacerlo.
Estaba por cruzar la calle, cuando apreció que venía hacia ella un hombre alto llevando de la mano a un niño en edad preescolar. El infante lo tironeaba mientras que el adulto sólo le sonreía.
Cuando pasaron por su lado, Ana los observó a ambos con atención; por un segundo le pareció ver a Julián con Pablo cuando este lo jaló dentro del departamento aquel día en que se conocieron. Pablo, con su natural espontaneidad, le volvió a coger de la mano e insistió en estar cerca de él…
Imágenes de ambos conversando animadamente relampaguearon dentro de la cabeza de Ana, sobre todo la de unos días atrás, cuando habían ido a practicar básquet en la mañana y ambos se habían reconciliado.
Sin querer se había asomado por la abertura de la puerta con el ánimo de saber porque tanto bullicio, cuando descubrió que ambos muchachos estaban sobre la alfombra jugando algún juego de salón con Julián.
Mientras él parecía explicarle algo a Pablo, José Miguel se levantó rodeando el hombro y el cuello de su padre en un solo movimiento.
- ¡Te pille durmiendo! – vociferó el adolescente, haciendo el ademán de retirarse.
El adulto, con premura, tomo al muchacho de un costado, y levantándolo en vilo, lo hizo caer en el suelo desatando una contiendo monumental.
- ¡Ja! – expreso el adulto con una sonrisa socarrona - ¡hagas lo que hagas te vas a quedar pegado en el piso!
- ¡Auch! – chistó José Miguel tratando de escabullirse por un costado - ¡apuestas en vano! ¡soy mejor que tú!
- ¡Tómalo del brazo, Pablo! ¡no lo sueltes!
- ¡Eso trato! – dijo riéndose el niño - ¡pero no se queda quieto
- ¿Dos contra uno? ¡eso es injusto! – se quejó Julián intentando ahogar un gruñido mientras trataba de repeler los esfuerzos de ambos críos de hacer fuerza sobre él.
Sin poder dejar de observar la expresión de felicidad de su hijo, algo dentro de ella se había encogido con intensidad al ver como el espacio se llenaba de sus risas y expresiones de júbilo.
No se había percatado de cómo ellos se complementaban tan bien… o mejor, deseaba no verlo.
Pero aquel era el sueño de Pablo: tener un padre…
Mordiéndose el labio se preguntó ¿y qué hubiera pasado si Julián no se hubiera fijado en ella?
Un nudo se apretó en su pecho. Estaba clara que no quería ni imaginárselo… desde el día en que él la beso toda su vida se había girado patas arriba.
Era demasiado agobiante y poderosa aquella sensación de cercanía y anhelo que la poseía cada vez que él la rodeaba entre sus brazos… más aún cuando pronunciaba palabras con ese tono especialmente ronco cerca de su oído…
Ese hombre parece tener el don de trastornar toda mi existencia…
Como si fuera una adolescente enamorada por primera vez, cada vez que pensaba en Julián un fuerte suspiro se quedaba atorado en su pecho.
¡Quién hubiera pensado que precisamente Julián, alguien que estaba a menos de cinco metros de ella todos estos años, pudiera hacerla sentir así de especial!
Julián era todo lo que siempre desee de un hombre…
Frunciendo un labio, en tanto cruzaba la calle, el sonido de su móvil la distrajo.
Seguro que es Pablo
Poniendo más atención a aquello, no se percató que un auto con los frenos malos pasaba a escasos metros de ella.
Al siguiente segundo, Ana estaba en el suelo.

 

 

 

Andrés entró como un trombo por la puerta principal de su casa.
Subiendo de dos en dos los escalones de su casa, su corazón latía desesperado y adolorido.
Desesperado porque desde que Celeste, su empleada, lo había llamado diciéndole que había escuchado a su hija llorar, una angustia terrible le recorrió la piel.
Apuesto que es por ese mequetrefillo del basquetbolista ese…
Y adolorido porque tuvo que dejar a Lucía.
Ella estaba dormida cuando contestó la llamada y no quiso interrumpir su sueño. Se veía demasiado adorable para despertarla y preocuparle por algo que, probablemente, a ella no debía importarle…
Ahogando un suspiro, intento dejar de lado esa emoción que estaba aflorando por esa mujer y se concentró en lo que realmente debía inquietarle: su hija Amanda.
Abriendo la puerta con sigilo, Andrés asomo la cabeza para ver el cuerpo de Amanda enroscado como si fuera una bebé. Su cabeza estaba escondida entre sus brazos, mientras que sus piernas estaban apegadas a su abdomen…
Acercándose con suavidad, el hombre se sentó en el borde de la cama y con ternura acarició el cabello de su pequeña.
En su semblante se leía que estaba sufriendo por algo, en tanto que sus mejillas tenían marcadas dos líneas donde, seguramente, se habían deslizado varias lágrimas.
Mordiéndose los labios, se juró que quien fuera el responsable por hacer padecer a su niña lo pagaría muy caro.

 

- ¿De qué te ríes?
Alejandra había visto que Fernanda desde que se sentaron a comer se reía sin motivo.
- ¿Me lo preguntas a mí? – inquirió ella con cara de inocencia mirando apenas a su madrastra.
- Sí – respondió la mujer frunciendo el ceño.
- Por nada… - Fernanda alzo los hombros con despreocupación – un chiste que me contó Gastón.
- ¿Ese chiquillo majadero? – exclamó Alejandra con desagrado.
Fernanda se volvió hacia su madrastra empequeñeciendo los ojos.
Cada día le parecía que esa mujer era más insoportable.
- ¡No la molestes! – susurró Javier tocando apenas la mano de Alejandra.
Odiaba que sus dos mujeres se pelearan sin motivo.
Desprendiendo de un manotazo el contacto de su esposo, Alejandra enarcó una ceja y se levantó como resorte.
En la vida podría soportar a esa niña tan fastidiosa.
- ¿Por qué tenía que casarte con una mujer tan espantosa?
Fernanda miró a su padre con los ojos grandes, mientras él sólo meneaba la cabeza.
- Hay cosas que tú no podrías comprender...- resopló Javier con un deje de cansancio, y esbozando una forzada sonrisa, añadió – a veces la vida no es como uno quisiera.
- ¡Qué pesimista eres, papá! – exclamó la muchacha divertida mientras se pasaba la servilleta por la comisura de los labios - ¿cómo puedes decir algo así? ¿acaso alguien te puso una pistola en el pecho para que te quedarás con esa mujer?
- Fernanda… - y aspirando aire para no perder la calma, Javier miró a los ojos a su única hija – no te estoy pidiendo la opinión respecto a mi relación con Alejandra… sólo quiero que ambas intenten llevarse bien.
- ¡Eso es imposible! – refutó tajantemente Fernanda y con ademán molesto, la niña se paró de su asiento - ¡pero allá tú con tu vida!
- ¡Cuidado como me hablas! – jadeó con fuerza Javier encogiendo las cejas con disgusto - ¡nunca olvides que soy tu padre, Fernanda!
- Yo no lo olvido… - susurró ella mordiéndose los labios – sólo espero que tú no lo hagas.
Acto seguido, Fernanda abandono la estancia para volver a su habitación.
Cerrando la puerta con la espalda, se apretó las manos en tanto cerraba los ojos.
Le importaba un carajo lo que su padre hiciera con su vida.
Si era Alejandra o cualquier fulana…
Si fuera más inteligente, intentaría ganarse a esa mujer pues era la madre de José Miguel… sin embargo, sólo bastaba con verlo a los ojos para saber que él no la pasaba ni con agua.
Aspirando con ansías, sólo rezaba a Dios que funcionara su plan… ya después ella se las arreglaría para José Miguel Bravo se fijará en ella.

 

No entendiendo el porqué debía estar ahí, Marcela observó a aquella muchacha con cautela.
Cruzándose de brazos, no entendía la razón del porque le había dicho que sí a Pierre.
- Tú dirás… - susurró Marcela mirando directamente a la joven, que se mordía graciosamente los labios.
Sin entender nada de lo que aquella protegida de Pierre decía, Chantal sólo alzó los hombros sin saber más que hacer.
Ahora más que nunca lamentaba no haber puesto más atención en clases de español.
- ¿Entiendes lo que digo? – inquirió Marcela con un deje de duda en sus ojos claros.
Chantal meneo la cabeza con una sonrisita de no tener idea a lo que se refería.
Bufando su mala suerte, Marcela cogió su móvil y se aprestó a llamar a Pierre.
¿Qué pretendía llevándola a ese almuerzo con una joven que no entendía ni media coma de lo que decía?
- ¿Pierre? – expreso inmediatamente ella apenas él contestó - ¿qué quieres que haga con esta niñita?... ¿cómo?... ¡pero si ella no entiende ni una gota de español?... está bien.
Extendiendo el teléfono hacía ella, pronunció el nombre de Pierre a lo que ella lo tomo en el acto.
- Dis-moi ? (¿Dime?)
- Et ma mère ? ne m'as-tu pas dit que tu avais réglé une rencontre entre elle et Marcela ? (¿Y mi madre? ¿no me dijiste que habías arreglado un encuentro entre ella y Marcela?)
- En premier lieu : où des diables es-tu ? tu ne prétendras pas à ce que moi sois seul, celui celui que ma tante crie! (En primer lugar ¿dónde diablos estás tú? ¡no pretenderás que sea sólo yo a la que mi tía grite!) – resopló la muchacha enarcando una ceja.
Marcela abrió los ojos al ver la reacción molesta de la joven.
- J'ai eu à venir à une réunion... (Tuve que venir a una reunión...) – se escucho un fuerte suspiro de cansancio, a lo que Pierre expreso - bon, de toute façon : et ma mère ? (bueno, de todos modos ¿y mi madre?)
- Ils l'ont nommée urgente de "l'Amérique"... (La llamaron urgente de "América"...)
- Des diables! (¡Diablos!) – jadeó con los dientes apretados Pierre.
Marcela, en tanto, sólo miraba con la clara sensación de que esos dos estaban instigando algo en contra de ella…

 

Mirando extrañado el móvil, Julián estaba seguro que Ana había contestado el teléfono.
- ¿No te contestó? – preguntó Pablo mientras se engullía una de sus papas.
- No… - y arrugando la nariz, Julián pestañeo varias veces – puede que haya algún problema con la señal.
Moviendo un hombro, Julián miró fijamente por unos instantes a Pablo mientras este comía.
Estaba seguro que de ahora en adelante todo sería perfecto…
Mientras presionaba el número de José Miguel, pensaba en darle una sorpresa a Ana.
¿Cómo le pido que se case conmigo?
Sintiéndose repentinamente como un torpe adolescente, Julián se encontró sin saber qué hacer.
Hacía años que él había hecho semejante hazaña con una mujer que, indiscutiblemente, no era para él… Ana era diferente. Era todo lo que deseaba para su vida…
Ella y mis hijos…
Sonaba bien… se dijo… ahora tengo dos hijos…
- ¿Papá? – contestó José Miguel.
- Hijo… - sonrió Julián - ¿dónde estás?
- Estoy en casa… - respondió el muchacho, para luego hacer un sonido con la lengua – digo, en la casa de Ana.
- ¿Ella está ahí?
- No, salió a buscar a Pablo… - y con voz vibrante, resopló - ¿a qué no adivinas quienes están aquí?
Por Dios, que no sea Astorga o Robles…
- ¿Quién?
- ¡Mi abue y la tía Carmen! – gritó con alegría.
- ¡No! – respondió el adulto abriendo los ojos - ¿en serio?
- Sip – y con humor, expresó - ¡casi se fueron de espaldas cuando supieron que tú y Anita son novios!
Suspirando con una sonrisa azorada, Julián notó que le entraba una llamada.
Observando la pantalla, se percató que esta era de Ana…
- José, Ana me está llamado… - escuchó a su hijo hacer un chiflido, a lo que se apresuro a agregar – dile a mamá que llegó en un rato más.
Cogiendo nuevamente el teléfono, Julián se aprestó a hablar con la mujer de su vida.
**************
Los paramédicos avanzaban con rapidez por entremedio de los pasillos de la atestada sala de urgencia.
Con la mirada pegada en una de las fichas de los pacientes que había ingresados, el joven doctor anotaba algo importante, cuando uno de las enfermeras lo remeció con fuerza.
- ¡Una mujer atropellada acaba de entrar al box 5, doctor Meliani!
Pasándose dos dedos sobre la frente, el hombre avanzo lo que más rápido pudo hacia aquel lugar. Nada más entrar, el rostro inconsciente de una mujer de veintitantos hizo que se aproximara y le examinara el pulso notando como brotaba sangre por su frente.
- Ingrésenla a cuidados intensivos – ordeno el médico con prisa – hay que prepararla para intervenirla.
- Sí doctor – respondió un diligente auxiliar, que con la ayuda de un compañero.
- ¿Pido el quirófano de arriba? – preguntó la joven enfermera mientras llenaba una ficha en blanco.
- Sip… - musitó el hombre frunciendo el ceño – ¿encontraste alguna identificación de ella?
- No hay problema… es Ana María Astorga y tengo su móvil para llamar a algún familiar.
Luego de que Enrico Meliani se volviera para volver a firmar unas formas, la muchacha volvió donde él con preocupación.
- Ningún teléfono aparece aquí que me diga que es de un familiar…
- A ver… – resopló Enrico quitándole a la muchacha de las manos aquel aparato. Apretando el botón verde, marco el último número al cual ella había llamado y farfulló – a veces la suerte nos lleva a lugar insospechados.
- ¿Ana? – preguntó una voz profunda de hombre.
- ¿Es usted algún familiar de la señora Ana… – y miro la hoja que tenía la enfermera – Astorga?
- Soy su novio.
- Pues… - carraspeo el hombre con incomodidad - su novia tuvo un accidente vial y está internada en el hospital del trabajador… ¿sabe dónde está?
- Sí… sí lo sé – musitó el hombre con aprensión.
- Venga cuanto antes… esta la unidad de cuidados intensivos.
Ana, en tanto, ingresaba por unas grandes puertas que decía PROHIBIDA LA ENTRADA.
Nada más llegar, otra enfermera la recibió, comenzando a prepararla para la operación de urgencia.
Ella, mientras, no movía una pestaña.
Sólo el tenue brillo del sudor que teñía sus mejillas revelaba la vida que aún llevaba dentro.

 

 

 

Abriendo un ojo y después el otro, Max se desperezó cuan largo era.
Moviendo todos los músculos de su espalda y sus piernas, el hombre se movió al lado contrario con un suspiro profundo en los labios.
Había tenido un sueño tan perfecto, y lo cierto es que no tenía ninguna intensión de despertarse de aquella sensación cálida que lo regocijaba completamente.
Pasándose la lengua por entre medio de los labios, Max retuvo en su nariz una sensación dulce que parecía impregnar las sábanas y la almohada que ocupaba.
Con distracción, paseo su mirada por el lugar donde se encontraba, para luego reparar que aquel lugar no era su cuarto.
Sentándose como por resorte, el hombre observó con atención cada espacio, descubriendo que aquel era la habitación de Paz.
Con asombro, notó como su ropa estaba regada en el final de la cama fundida con la de ella, como si hubieran tenido una pelea monumental…
No había sido un sueño
Sin poder salir del asombro, Max aspiro con profundidad el aroma que expelía su piel, y como si lo hubieran marcado, ese perfume suave se deslizó haciéndolo cerrar los ojos.
Esbozando una sonrisa espontanea, el hombre se echo atrás con una expresión de felicidad.
En ese instante, el sonido de su teléfono resonó por toda la habitación.
Tomándolo con desgano, reparo que el número de era de Julián.
- ¿Aló? – respondió este con cautela.
No recordaba haberle dado el número, aunque claro, también podría haber sido cuando se emborrachó esa vez celebrando con un amigo el día de la secretaria…
- Ha ocurrido algo grave… - comenzó diciendo Julián.
Con la sensación de que le zumbaban los oídos, después que hablara con Julián, este saltó de la cama como si lo hubieran expelido.
- ¡Paz! – gritó mientras se ponía lo primero que encontraba - ¡Paz! ¡ven! ¡es urgente!
Con el rostro pálido, Paz se apersono en la puerta de la habitación con el ceño fruncido sin comprender lo que estaba diciendo.
- ¿Qué te sucede?
- Julián me llamó… - resopló mientras se ponía una polera al revés con los ojos vidriosos – Ana ha sufrido un accidente.
Tapándose la boca, Paz tardó dos segundos en reaccionar para buscar ropa que ponerse.
No puede ser…

 

Eduardo trago su propia sangre mientras se pasaba la manga de la chaqueta.
Con la vista nublada, el hombre sólo esperaba que al llegar a casa, Lucía no se pusiera de los nervios.
A pesar de todo le tenía cierta lástima…
Ella había demostrado a lo largo de estos diez años adorarlo hasta colocarlo sobre un altar. Por ello, odiaba como seguramente ella se pondría cuando sacara sus cosas de la casa, y se diera cuenta que todo había acabado.
Con paso rápido se aproximó a su habitación. Mientras sacaba una valija encontró que la cama estaba toda revuelta…
Enarcando una ceja, se dijo que probablemente Lucía se había levantado hacía poco.
Sacando unas prendas del armario, notó como a los pies de la cama había ropa descuidadamente desperdigada. Frunciendo la mirada apreció que además había un par de calcetines que no reconocía…
Tomando uno de la punta, lo olisqueo con reserva dándose cuenta que aquellos eran de otro hombre.
Haciendo un respingo, Eduardo lanzó aquella media al suelo con más fuerza de la necesaria…
Saliendo del dormitorio hecho un quique, se topó frente a frente con la sirvienta que traía sábanas y cobijas limpias.
- ¿Dónde está Lucía? – la apremió Eduardo.
- La señora… - balbuceo la mujer mayor – sa… salió hace unos… quin… ce minutos…
- ¿Dónde? – vocifero el hombre.
- No… no lo sé, señor.
Haciendo un chasquido con la lengua, se dirigió hacia la calle con la idea de estrangular a alguien.
*************
Preso de una gran desesperación, Julián atravesó la puerta de aquel hospital como si el alma la tuviera pendiendo de un hilo.
A su lado, Pablo lo seguía tomado de la mano con la mirada anhelante…
Ninguno de los dos había dicho nada más durante el camino desde que supieron aquella lamentable noticia, y como si apretaran un crucifijo entre sus manos, la expresión de ambos era de quienes estuvieran en constante expectación.
Mordiéndose el labio, Julián se acercó a la recepción. En poco tiempo estuvieron en cuidados intensivos y se encontraron en una salita donde una señora madura tenía la vista pegada en el suelo y una pareja de jóvenes se abrazaban con el rostro húmedo.
- ¿Y ahora? – preguntó el niño tragando saliva.
No quería llorar. Tenía que ser fuerte… su madre se iba a poner bien.
Ella nunca se iba a apartar de su lado. Se lo prometió muchas veces y tenía que cumplir su palabra…
Ella va a estar bien…
- Quisiera saber el estado de Ana Astorga - le preguntó Julián con una mueca de angustia a una enfermera que salía en ese momento de unas amplias puertas donde decía “Restringida la entrada”.
- ¿Es usted un familiar? – preguntó la joven mujer entrecerrando el cejo.
- Soy su esposo – expreso por fin Julián después de dos o tres segundos de dudas, mientras se pasaba la mano por sobre el cabello.
Aquella mentirilla le daría ventaja para que no lo hicieran a un lado. Necesitaba desesperadamente saber de su Ana…
- La están interviniendo… - señaló la mujer con los ojos cautos – por ahora tendrán que esperar.
- ¿Se demorarán mucho? – inquirió Pablo con aprensión.
- No lo sé… - meneo la cabeza la enfermera mirando al niño con un deje de lástima – en estas cosas nadie sabe.
Aspirando mucho aire, Julián asintió como quien no le queda de otra, y adelantando un paso hacia Pablo, este se abrazó a él con fuerza.
- Ya verás que tu mamá va a estar bien… - susurro contra su pelo – no te angusties… ella estará bien…
La enfermera, alzando una ceja, observo por un instante aquella escena para luego volver al trabajo.
Hay que ver como algunas mujeres tienen suerte… se dijo mientras el ascensor cerraba las puertas y vislumbraba la silueta de aquel par… ojala Dios le dé vida para seguir disfrutando de semejante hombre y esa monada de hijo.

 

Gregorio siguió el auto que conducía Max por la vía.
El hombre parecía casi volar por la autopista, y encogiendo una ceja, notó como este había salido a trompicones de su casa seguido de esa linda mujer, que a pesar de ir tan desarreglada, de igual modo, se veía atractiva.
Incluso aquella se parece algo a mi madre…
Frunciendo el labio, el muchacho apretó el volante entre sus manos al darse cuenta el rumbo que tomaban sus pensamientos.
Por ningún motivo iba a mezclar a su madre en las idioteces de ese hombre por muy padre de él fuera…
Resoplando con extrañeza, aprecio como Max estacionaba con rapidez su carro en las afueras del hospital, y tomando de la mano a la mujer, ambos se adentraron con premura en el centro asistencial.
Intentando no perderles la pista, se apresuro a seguirlos.
Con el corazón acelerado llegó a la zona de cuidados intensivos donde, con precaución, busco la mejor manera de observarlo sin ser visto.
El hombre que había atisbado aquel día en que a la señora Sofía le había dado un soponcio se irguió y hablo con Max con ademán afectado…
De pronto, su mirada se centro en el rostro compungido de un niño que al adelantar dos pasos a Astorga, este alargo los brazos y se aferro a él por un extenso momento.
Tragando saliva, Gregorio sintió como el aire iba y salía de su nariz mientras que una rara emoción se colaba en su sangre… y ahogando un suspiro, negó las sensaciones que aquel abrazo produjo en su interior.
A pesar de que siempre se las había arreglado muy bien solo, quizás, y sólo quizás, su vida habría sido distinta si Max se hubiera interesado en él…
Luego de que el niño se despegara de la cercanía de Max, se acercó a darle un amoroso beso a aquella mujer, y regreso a abrazarse del  hombre que parecía estar a punto de llorar.
Cogiendo el teléfono con la idea de no ser vulnerable ante esos pensamientos que le evocaban sus propios fantasmas, Gregorio decidió informar a doña Sofía los pasos que había hecho Max…

 

 

 

Lucía se aferró al abrazo de Juanita como si se le fuera la propia vida.
- Calma… - le susurró la buena mujer, intentando buscar algo más que decir para tranquilizar a la hija de Ricardo – tienes que decirme lo que sucedió primero para que ver si puedo ayudarte.
- No sé si pueda… - resopló con la mirada húmeda mientras escondía la cara en el hombro de Juanita – estoy demasiado avergonzada.
- ¡Por Dios, Lucía! – exclamó la mujer haciendo un gesto de cansancio - ¿podrías dejar de comportarte como una niñita y decirme de una buena vez que es lo que te ocurre!
Luego de inhalar varias veces y pasarse los dedos por entremedio de los ojos, Lucía intentó recomponer en algo su compostura y procedió a narrarle a Juanita los pormenores de lo sucedido entre Andrés y ella.
- ¿Andrés? – inquirió la mujer pestañeando muchas veces sin poder creerlo.
- ¡Anda! ¡dilo! – resopló Lucía sintiéndose cada vez más abochornada - ¡es lo más increíble que has escuchado! ¡meterme hasta las orejas justamente con el hermano de mi todavía marido! – y apretándose la cara, murmuró - ¡sólo a mí me tienen que pasar estas cosas!
Acariciando su cabeza, Juanita espero un momento prudente hasta que Lucía estuviera dispuesta a escuchar.
- Lo que sucedió entre ustedes dos fue algo totalmente espontaneo… - Lucía enarco una ceja no estando muy segura de que había escuchado bien, a lo que Juanita insistió – no te preocupes… si fue algo casual, sólo basta con que te alejes de él lo suficiente como para que él lo entienda… - y alzándole el rostro, musitó cerca de ella – pero no te sonrojes ni te avergüences de lo que sucedió. Ambos son adultos y estas cosas pueden ocurrir.
- Pero… – Lucía torció un labio y, con un suspiro pesado, expresó – Andrés y yo apenas cruzábamos dos palabras… nunca demostró tenerme alguna consideración especial… ¿y ahora resulta que le gustó?
- Hay cosas que no tienen explicación.
- ¿Crees que él pueda ser el hombre de las cartas? – preguntó de pronto Lucía recordando la imagen que Juanita había descrito – es decir… ¿podría ser Andrés?
Podría haber jurado a pie junto que el hombre de su vida era Julián; desde que se conocieron en la facultad ambos habían sido muy afines… siempre prudente, el hombre jamás hacía nada sin expresarlo en voz alta… claro que ahora las cosas habían cambiado desde que apareció en escena la fichita de Ana Astorga.
Los segundos de silencio que siguieron hicieron que Lucía tragara saliva.
- A veces los caminos de la vida nos llevan por senderos insospechados…. - y mostrando una luminosa sonrisa, Juanita rozó la mejilla de la joven mujer – no te afanes en encontrarle a todo una razón… - y mirándola de frente, señaló - Mi consejo: si te interesa ese hombre, disfruta del momento… no hay otro mejor que ahora… no te empeñes en lo que fue… eso quedo en el pasado, y el mañana está demasiado lejos de nosotros.
Pasándose un diente por sobre un labio, Lucía tenía que admitir que Andrés García sabía hacer vibrar el cuerpo de una mujer hasta hacerla tocar el cielo con ambas manos.
Y aún cuando se lo negara y se dijera que aquello no era correcto, deseaba volverlo a ver…

 

- ¿Estás bien?
La voz profunda de su padre hizo que Amanda alzara el rostro con un poco de aprensión.
Él estaba sentado frente a ella con una expresión preocupada en el rostro.
Intentando despabilarse, ella se sentó sobre la cama, arreglando a medias el desorden de su cabello. Sabía que no lograba mucho con mentirle pero no deseaba destapar la angustia que seguía presionando su pecho.
- Mejor… - e intentando mostrar una sonrisa, expreso – me estuvo doliendo la cabeza toda la mañana y…
- Amanda… - Andrés se cruzo de brazos y respiro muy hondo – te pido por favor que no intentes engañarme… sé que estuviste llorando y quiero saber en este instante debido a que.
- ¿Quién te dijo eso? – resopló ella alzando las cejas y los hombros con despreocupación.
- Amanda… - su padre se acercó a ella con la mirada ansiosa – yo soy tu padre… te conozco mejor que nadie en este mundo… ¡sabes que sea lo que sea lo que te suceda de igual modo lo sabré!
- ¡No seas melodramático, papá! – rezongó la muchacha pasándose la mano por sobre una hebra de su cabello que se descolgó sobre su frente – sólo me siento agripada.
Asintiendo no muy convencido, Andrés se pasó la mano por sobre el rostro y acepto por ahora la versión de su hija… pero estaba seguro que había algo más.
- ¿Don Andrés?
La voz preocupada de la empleada de la casa, hizo que ambos volvieran sus miradas hacia ella.
- ¿Sí?
- Don Eduardo esta en el salón… - y poniendo expresión de miedo, resopló - ¡está hecho una fiera!
Tragando saliva, Andrés aspiro todo el aire que pudo.
Ahora tenía que enfrentarse con su hermano y hacerse cargo de lo que había hecho.
*****************
Con prudencia, José Miguel observó el semblante preocupado de su padre mientras que su abue tomaba su mano.
Nunca en su vida lo había visto tan ensimismado y la mirada tan vidriosa.
Notando como Pablo se había alejado de ellos, apreció como este tenía la vista hacia el exterior como si no viera nada en realidad.
- ¿Qué haces? – preguntó una vez que se decidió a unirse a él.
Pablo, con un gesto cansado, se mordió un labio con un gesto nervioso.
Había estado pensando todo estas horas en lo frágil que era su madre… nunca la había visto resfriada o con una dolencia, y el hecho de que ahora su vida pendía de un delgado hilo ponía todo su ser en total tensión.
- ¿Quieres comer algo? – lo instó José Miguel intentando buscar la formar de animarlo.
No le gustaba ver a Pablo de ese modo…
Pablo sólo movió la cabeza y suspiro.
 - No tengo hambre… – resopló al cabo de unos segundos al ver como el adolescente insistía en verlo con una expresión taimada – en serio.
- Está bien… - susurró con la mirada entornada – pero luego te comerás aunque sea un sándwich… ¡por ningún motivo quiero que te enfermes!
Resoplando con frustración, Pablo alzó la mirada y observo detenidamente el rostro de José Miguel.
Apretando la garganta, se había dicho que no iba a llorar… si lo hacía, estaba seguro que no podría parar…
Alargando un brazo, el adolescente, rodeo un hombro del niño y lo apego a su lado.
- No te angusties… - y se mordió un labio con pesar – Anita está luchando... – apoyo su cabeza en la de Pablo – ella no se irá a ninguna parte… no lo hará…
Asintiendo con suavidad, Pablo estaba de acuerdo.
Su madre por ningún motivo se podía ir ahora…
De pronto, las miradas de ambos críos se dirigieron a un hombre y una mujer mayores que hacían ingreso a la salita. José Miguel se fijó que detrás de ellos, un joven de mirada oscura, los observaba a prudente distancia.
Pablo reconoció a uno de ellos. El hombre era el mismo que había visto en la oficina de Julián.
- ¿Cómo está mi hija? – gimió la mujer aferrándose a la polera de Max, quien en ese instante tragó saliva, y suspiro profundamente.
Astorga se acercó a Julián y, con la mirada vidriosa, lo observó por un largo momento.
- ¿Qué es lo que dijo? – resopló Pablo como si hablara para sí mismo.
- No lo sé… - susurró José Miguel algo atontado. Él había escuchado que esa mujer había dicho “hija”, pero no estaba seguro a que era lo que se refería.
Ultimadamente la gente utiliza esa palabra con un fin cariñoso, y puede que esa señora le tuviera cierto afecto a Ana, aunque…
El adolescente fijó los ojos en el rostro de esa señora, dándose cuenta que la forma de sus ojos y el color de su tez le fueran familiares.
- ¿Pablo?
La voz cauta de José hizo que el niño se volviera hacia él.
- ¿Por qué no me acompañas afuera? – y metiéndose las manos en los bolsillos, expresó – puede que tengamos suerte y alguien pueda informarnos algo de Anita.
Con el ánimo de aligerar la presión que sentía en el corazón, Pablo estuvo de acuerdo.
Necesitaba un poco de aire.

 

El sonido de la máquina conectada al corazón era regular.
Meliani se pasó el dorso de la mano enguantada por sobre el gorro, y aspirando con fuerza, se dijo que su dolor de cuello tenía que esperar.
Su especializado equipo estaba cansado, y es que las operaciones al cráneo eran de una complejidad que, a veces, todos los músculos de la espalda se le agarrotaban…
El pitio de una de los aparatos, puso en alerta a una aletargada arsenalera, quien examino poniéndose blanca de golpe.
- ¡Estamos perdiendo pulso!
Sintiendo una gota fría correr por su cara, Enrico se apresto a continuar aún a riesgo de que todo saliera mal… lo cierto es que no existían más alternativas.
- ¡Chequea el corazón y revisa su presión! ¡no la vamos a perder! – expreso el hombre mientras cauterizaba una vena y poder proceder a cerrar.
- ¡Esta en 90 y sigue descendiendo!
No me la va a ganar
Mientras, Ana parecía estar envuelta en una bruma…
Era como estar caminando en una niebla tan espesa que apenas veía algo.
Tropezándose varias veces, se encontró que una silueta oscura parecía extender una mano.
Tragando saliva, un extraño escalofrío se deslizó por su espalda haciendo que escondiera su mano y su corazón palpitara con más rapidez.
Está aumentando
Una voz que desconocía repicó en el medio de la nada, dejándole un sensación de angustia… aquella tenía un timbre de urgencia que puso su cuerpo en tensión.
Atentos a un paro
Abriendo los ojos sin entender de qué se trataba, observó como la mano que le ofrecía aquel ser oculto cada vez se alejaba más de ella…
Cuidado
Por instinto, Ana alargó dos pasos en pos de ese desconocido, y extendiendo su mano, con apremio, agarró los dedos de aquel en tanto cerraba los ojos.

 

 

 

Marcela enarcó una ceja sin entender porque Chantal la llevaba hasta su casa.
No es que le desagradara la muchacha, todo lo contrario, pero lo cierto es que le ponía de los nervios aquello de no poder comunicarse con ella…
Ninguna de las dos sabía hablar algún idioma que les permitiera entenderse, por lo que parecían un par de mudas una frente a la otra.
Acomodándose un mechón de su cabello, Marcela apreció como su móvil sonaba. Seguro le había llegado un mensaje.
Con la idea de que era Paz, molestándola por su ausencia en el colegio, sus ojos claros quedaron fijos en el texto y su labio inferior tembló levemente…
No es cierto…
Tragando saliva, se apresuro en llamar a Pierre.
- ¿Aló? – resopló apenas este atendió el teléfono – necesito urgentemente que le digas a tu prima que me lleve al hospital del trabajador.
- ¿Sucede algo? – inquirió Pierre percibiendo la tensión de su voz.
- Un accidente… - balbuceo algo atontada – una buena amiga… un accidente…
- ¡Calma! – susurró con voz suave – pásame a Chantal… y tranquilízate… todo saldrá bien.
Obedientemente, Marcela hizo lo que este le pidió mientras que la muchacha hacía un respingo de no entender.
Al cabo de un minuto, la muchacha giró el vehículo en dirección contraria, y conecto el Gps junto al móvil en alta voz.
- D'un accord Pierre... (De acuerdo, Pierre…) – expreso Chantal observando alternativamente la vía y el gps de vehículo.
- No te preocupes Marcela… - señaló la voz de Pierre desde el móvil – llegaras a tiempo.
Mordiéndose el labio, Marcela miró a la muchacha que tenía a su lado con cierta ternura.
- ¿Cómo se dice gracias en francés? – preguntó la mujer acercándose al aparato.
- Merci – contestó Pierre.
- Merci Chantal – dijo Marcela mirando directamente a la joven. Sus buenos modales le prohibían no ser agradecida con alguien que se mostraba tan condescendiente con ella, a quien apenas conocía.
Chantal, volviéndose a penas, dibujo una sonrisa.
- De rien, Marcela... (De nada, Marcela)

 

- ¿Por qué no nos habíamos dicho nada? ¿por qué me tengo que enterar de esta manera tan siniestra?
Sofía observó con los ojos muy abiertos el rostro pálido de su hijo mayor, mientras este respiraba con fuerza sin saber que decir. Estaba tan abrumado que no se le había ocurrido hacer nada.
- Lo siento mamá… - susurró Max alzando las cejas confundido – lo siento en verdad…
La mujer, oprimiendo con ganas los labios, dejó correr dos gruesas lágrimas por sobre su perfecto maquillaje, en tanto, Gregorio observaba como Max alargaba una mano y abrazaba con dulzura el cuerpo de su madre.
- Tranquila… - musitó el hombre extendiendo sus dedos por sobre su cabello – Ana es una luchadora… no te angusties… mi hermana saldrá de esto sana y salva…
Mientras Sofía apretaba los ojos con fervor, Juan Pablo se sitúo cerca de Julián, y luego de que este parecía ignorarlo, el hombre mayor se mordió el labio de un modo perturbado.
- ¿Cómo está mi nieto? – preguntó con suavidad cuidando de no verlo directamente.
- Muy nervioso… - expreso Julián con la vista pegada en el paisaje que ofrecía la ventana de la salita – y preocupado.
- Esas señoras… - musitó Astorga mirando de reojo a las mujeres que le veían con curiosidad - ¿son familiares tuyos?
- Sí… - y tragando saliva, Julián volvió su mirada hacía él y señaló a las dos mujeres que intercambiaban un par de palabras con expresión desolada – son mi madre y mi tía Carmen.
Con ademán correcto, el hombre se separó de él, y acercándose con cortesía, se sentó al lado de las mujeres.
Estirando levemente el labio, Julián, de soslayo, atisbó como Astorga mantenía una amable conversación con su madre y su tía… pestañeando, vislumbró como María abrió los ojos sorprendida, seguro, al saber que aquel era el padre de Anita.
Meneando la cabeza, Julián volvió su mirada hacia el exterior con una plegaria en los labios.
No te la lleves… por favor… dame la oportunidad de hacerla feliz… sé que antes fui muy egoísta y no me di cuenta de la maravillosa mujer que estaba a sólo dos pasos de mí, pero ahora… ahora no podría vivir sin ella… definitivamente no podría…
El sonido de su teléfono, hizo que Julián se sorbiera su nariz y, con un gesto automático, se paso la mano por sobre el rostro y contestó.
- ¿Julián? – la voz de Alejandra sonaba preocupada – siento llamarte, pero he intentado hablar hace rato a José Miguel pero no me contesta… ¿pasó algo?
Humedeciéndose los labios, Julián se dijo que no sacaba nada con ocultarle a su ex mujer lo que estaba ocurriendo.

 

Gregorio, luego de alejarse del grupo, notó como ese par de chicuelos se alejaba sin más y decidió ir detrás de ellos.
Aguzando la mirada, algo en su interior le decía que algo estaba ocurriendo.
Examinando con precaución el rostro del muchacho más alto, además de notar cierto recelo en su expresión, le pareció que aquel se tomaba muy en serio su papel de hermano mayor… en tanto, el más pequeño, algo parecía ocurrirle a su sexto sentido cuando sus ojos chocaban con la vista castaña de ese niño.
- ¿Te sucede algo? – preguntó de pronto el muchacho de cabello claro, quien se acercó a él a grandes zancadas - ¿se te perdió algo? ¿tenemos algo que se te haya perdido?
Pestañeando con algo de extrañeza, Gregorio tenía que admitir que ese jovencito tenía agallas.
- No… - resopló con voz ronca - ¿por qué?
- Nos estas mirando hace mucho rato… - contestó José Miguel cruzándose de brazos prestando atención abiertamente aquel tipo.
Tal vez tendría unos 18 o 20 a lo más… se dijo… quizás hasta practique algún deporte…
Había advertido que aquel estaba en buen estado físico, sin embargo, no se iba a dejar amedrentar. No si se trataba de Pablo y él.
- Me son cara conocida… - respondió de inmediato Gregorio esbozando una falsa sonrisa y cruzándose de brazos, resopló – de hecho, me parece haberte visto en alguna parte… - y sobándose la mandíbula, expreso – o a tu papá.
- ¿Conoces a mi papá? – preguntó José como si no le creyera nada.
- Anoche lo vi junto a un hermosa dama… - indico Gregorio con énfasis observando cómo ambos chicuelos cambiaban de actitud.
Algo deben ser de Ana
- Ella es mi mamá… - señaló Pablo adelantando un paso hacia Gregorio – es ella la que está en el quirófano.
- ¿Y qué le sucedió? – preguntó el joven. Hasta anoche parecía ser una mujer que disfrutaba de una excelente salud.
- Nos dijeron que un accidente en la calle… - resopló Pablo todavía sin poder creerlo – Ju… papá no quiso decirme nada más.
Por sí la dudas, Julián le había dicho que en todo momento dijera que era su padre.
No quisiera que me apartaran de tu madre, por nada del mundo…
En tanto, José Miguel sólo tragó saliva haciendo un respingo de incomodidad. Nunca en su vida pensó que Ana tendría que pasar por una cosa así.
- Lo siento – pronunció Gregorio con pesar.
Después de todo, aún cuando no sentía mayormente afecto por la hermana de su padre, sí podía sentir lástima por esos muchachitos que al parecer lo estaban pasando muy mal.
- ¿Algún familiar de Ana María Astorga? – expresó en voz alta un hombre con aspecto cansado vestido con ropa verde y con un gorro blanco de operación puesto en la cabeza.
- ¡Nosotros! - señaló José Miguel con apuro, tironeando a Pablo – nosotros somos sus hijos.
- ¿Y su padre? – preguntó el hombre.
- Está en la salita de espera.
Mordiéndose un labio, el doctor indico a los muchachos que lo siguieran

 

Con cierto nervio, Andrés observó como su hermano se paseaba por su despacho como gato enjaulado.
Sus ojos verdes, parecían dos estalactitas dispuestas a masacrar a cualquiera que se le atravesara en el camino.
Ingiriendo su propia saliva con algo de temor, Andrés intento tranquilizarse. Nadie sabía lo que había sucedido entre Lucía y él…
- Hola Andrés… - resopló Eduardo nada más volverse y ver a su hermano - ¡qué bueno verte!
Avanzando tres pasos abrazo con profusión el cuerpo de su hermano, enterrando el rostro en el hueco de su cuello.
- ¡Estoy que la ira me consume por dentro! – jadeó una vez que se alejó de Andrés - ¡nunca podrás creer lo que acabo de enterarme!
- ¿De qué? – preguntó Andrés con desconfianza.
- Lucía… - expresó con la boca fruncida – Lucía me engaña con otro hombre.
Pasándose la mano por la nariz, Andrés intentó pasar su incomodidad como un acceso de alergia y no ver de frente la expresión de circunstancia de Eduardo.
- ¿Lo habrías podido creer? – siguió diciendo con un tono que decía que él no podía hacerlo - ¿Lucía? – y se volvió al gran ventanal que daba un jardín de pasto limpiamente cortado mientras decía – ese viejo de Robles estaba muy seguro que su hijita era una santa… ¡así no más que muchas veces la boca se nos cae ahí mismo!
Andrés, alzando una ceja, torció el labio sin saber que responder. Rascándose el cabello, sintió que el bolsillo de su pantalón vibraba.
- ¿Puedo? – indico Eduardo señalando un botella de escocés.
- Claro… - contestó Andrés como si aquello no tuviera importancia mientras sacaba con velocidad el aparato reparando que le había llegado un mensaje.
Necesito verte… Lucía.
Sintiendo que la boca se le ponía seca, una sonrisa espontanea se deslizó en sus labios provocando que guardara el móvil con rapidez antes que su hermano se tornará hacía él con la copa de licor.
- ¿Quieres? – le ofreció.
- No… - negó con la cabeza – tengo que hacer.
- ¿Qué opinas de lo que te acabo de decir?
- ¿Sobre Lucía? – inquirió el susodicho intentando mostrarse normal. Eduardo asintió con la cejas a lo que Andrés, resopló – no conozco a tu mujer lo suficiente.
- Ex mujer… - expreso Eduardo como si fuera un murmullo – después de esto, está claro que la providencia está de mi lado…. – al notar que su hermano hizo un gesto de no comprender, añadió – no creas que no estoy molesto, pero sí estoy aliviado… aquel idiota no sabe en lo que se mete al fijarse en esa mujer… ¡es como tener un gato empalagoso!
Ladeando un labio, discretamente, Andrés tenía que concederle la razón a Eduardo… Lucía era como un gato… cálido y que ronroneaba junto al lado de su oído…

 

Todos en la habitación miraban con expectación al hombre que estaba frente con ellos.
María y Carmen se apretaban las manos con inquietud, mientras que Sofía y Juan Pablo se dirigían miradas de angustia sin saber más que hacer.
En tanto, Julián ni siquiera quiso respirar. Sentía que sí lo hacía algo dentro de él se rompería. A su lado, Pablo y José Miguel se tomaron cada uno de su mano sin dejar de ver al médico con ademán afectado.
- ¿Cuánto tiempo Ana estará inconsciente? – preguntó Max con voz ronca.
Todo el tiempo que estuvo esperando una respuesta rogaba que todo esto sólo fuera un mal sueño…
Paz, rozando su espalda, sus ojos eran un delgada línea castaña. Consideraba que si los abría un poco más, el dique de lágrima que sostenía se quebraría sin remedio, por lo que opto por apoyarse en Max.
- No puedo precisarlo… - enunció Enrico con pesar frunciendo la frente – las operaciones a la cabeza son de difícil pronóstico… aunque lo importante es que salió del riesgo vital… ahora es importante tener paciencia y esperar.
- ¿Quedo con algún daño? – se animo preguntar Astorga con la garganta apretada.
- No… - meneo la cabeza el facultativo – tuvo mucha fuerte que fuera un tec abierto… - resoplando con cansancio, agregó – de todos modos, hoy puede quedarse a acompañarla un familiar.
- ¡Yo! – gritó Sofía con aprensión - ¡yo quiero! ¡soy…
- ¡No! – regaño Juan Pablo apretando el brazo de su mujer y mirándola con reprensión, señaló con prudencia – creo que en este caso, Ana debería estar acompañada por su marido.
Enarcando una ceja, Max volvió su rostro hacia Julián. Aún cuando no estaba muy acuerdo con toda esta pantomima, tenía que admitir que el hombre se estaba arriesgando mucho…
La quiere después de todo
- ¿Quién es el marido de la señora? – preguntó el doctor con el ánimo de dar por terminada esta conversación. Había estado de guardia 16 horas, y más las 5 horas de la operación, ya no podía más con su alma.
- Yo – señaló Julián adelantando un paso con seguridad.
- Sígame señor… - indicó el hombre señalando un pasillo.
Haciendo un gesto a su madre enseñando a los muchachos, dio un beso a cada uno murmurando una promesa que llamaría a penas despuntara el alba… luego de eso, siguió al médico con ansiedad. Lo único que deseaba era ver como estaba Ana y poder sostenerle la mano.
Luego de llevarlo a un vestidor y colocarle ropa verde, el doctor Meliani lo hizo a entrar a una habitación luminosa, donde al medio, el rostro pálido de Ana reflejaba un profundo agotamiento. Unas profundas ojeras surcaban sus ojos, mientras que sus labios rojos, parecían algo desteñidos como si tuviera frío.
- Puede dormir ahí… - dijo mostrando un cómodo sillón – cualquier cosa presione el botón que está a la derecha de la mesita.
Afirmando con la mirada pegada en el rostro de Ana, Julián adelanto sus pasos hacia ella.
Una vez que sintió que se quedo solo, el hombre deslizó suavemente un dedo por sobre la mejilla de Ana, y extendiendo su caricia, se acercó con los ojos fijos en ella… luego, con el iris humedecido, extendió los labios y procedió a besarla con el mayor fervor y delicadeza sobre su descolorida frente, murmurando cuanto deseaba volver a estrecharla entre sus brazos.

 

 

 

Nada más Julián perderse en un pasillo, los pasos acelerados de Marcela se escucharon como un redoble de tambores por todo el piso.
Jadeando, la mujer apenas vio a Paz, se estrecho en un potente abrazo donde escondió su cabeza con profundo dolor. Dos lágrimas rabiosas se escabulleron de su control, mientras que Paz le acariciaba la espalda mordiéndose el labio.
A prudente distancia, Chantal observó la escena.
Cada segundo que pasaba se daba cuenta del porque Jean había querido refugiarse en la compañía de esa mujer. Estaba de más decir que Marcela Milic era precisamente una mujer como pocas: de mirada intensa, de sonrisa amable y de personalidad fuerte, la cual no tuvo ningún reparo en enfrentarse a su querida tía.
Quizás por ello Pierre está absolutamente encandilado…
Esbozando una suave sonrisa, tenía que aceptar que Marcela era alguien a quien le cogería un cariño entrañable… no muchas personas tenían esa cualidad particular de relacionarse con el otro con un mínimo de elementos para comunicarse.
- ¿Tú por aquí?
La voz de Gregorio hizo que Chantal se sobresaltara y se volviera con el corazón acelerado.
- ¿Gregorio? – exclamó ella con un tono sorprendido y pestañeando con algo de timidez, bajo la mirada hacia el suelo con azoro - ¿y tú?
- Vengo a acompañar a doña Sofía… - resopló este con sutileza, observando atentamente el suave rostro de la muchacha con un deje de tristeza – su hija acaba de tener un accidente.
- ¡Pobre! – gruñó ella con voz inaudible elevando sus ojos - ¿está fuera de peligro?
- Al parecer sí… - indico él – pero todavía no despierta… el golpe que se dio en la cabeza fue demasiado fuerte.
- Es una lástima… - aprecio ella mirando a Gregorio.
- Me preguntaba si tenías planes para más tarde… - los ojos oscuros del muchacho dejaban entrever lo mucho que le agradaría contar con su cercanía –podríamos cenar y charlar un rato.
- Pues… - Chantal rodó dos dedos por sobre algunos mechones de su cabello, y presionando fuertemente un labio, se dijo que el tiempo en esta tierra se le escurría entre las manos, y afirmó – de acuerdo.
- ¿A las 8? – reafirmó él, mientras tragaba saliva.
- En el “Chateaû Clemont”… - susurro refiriéndose a un restaurant francés que estaba a media cuadra de donde se hospedada.
- Perfecto…

 


Andrés movió la cabeza muchas veces por entre las personas dentro de la atestada galería.
Lucía le había escrito otro mensaje en que le decía que se vieran en un café de la zona céntrica.
Rascándose el cuello nervioso, no quería ni pensar en lo que ella le diría, y menos, lo que su hermano había pensado sobre ella, pues, aún cuando era cierto que se habían acostado, apostaba 2 a 1 a que Lucía nunca había tenido otro hombre a su lado…
Enarcando una ceja, recordó como ella respondió a sus cariños y en la forma en que se movía debajo de él, como si nunca en la vida hubiera conocido las caricias de un hombre.
Ahogando un pensamiento nefasto, no quería imaginarse que su hermano se hubiera privado de haberle hecho el amor a su mujer… aquella era una entre pocas, entusiasta y bien dispuesta, que pocos rechazarían en su cama y en su vida.
De pronto, como si fuera una aparición, la vio…
Su delicada mano afirmaba el mentón de su rostro, mientras que sus ojos descansaban sobre algo que tenía en enfrente.
Sintiéndose en verdad estúpido, Andrés se pasó la lengua entre los labios y se dijo que al mal paso darle prisa.
No era un misterio para él que ella siempre estuvo enamorada de su hermano y está metida de pata sólo fue la consecuencia lógica del despecho y del dolor que el hombre a quien amaba la hubiera traicionado.
- Buenas tardes.
Nada más escuchar el sonido de la voz de Andrés Lucía sintió que los vellos de su piel se erizaran de conmoción. Alzando la vista, pestañeó con suavidad y le indico que se sentara frente a ella.
Andrés, mordiéndose el labio, hizo caso de lo que ella le pedía, e intentando no perder la calma, se le quedo viendo con la mayor ecuanimidad posible.
- ¿Cómo estás? – preguntó ella con expresión compungida.
- Bien… bien…
Acomodándose una hebra de su pelo, Lucía paseo sus ojos por sobre la calidez del semblante de Andrés y ahogo un suspiro.
Andrés, en tanto, se le quedo viendo como si nadie más existiera alrededor… y pretendiendo no mostrarse afectado, pestañeó varias veces al tiempo que mostraba una amable sonrisa.
- ¿y tú? – preguntó él después de un minuto o dos de silencio.
- ¿Yo qué? – inquirió Lucía con un deje de desconcierto.
- ¿Cómo has estado? – resopló Andrés ahondando más su sonrisa.
Sin poder contenerlo más, Lucía exhaló un profundo suspiro y se le quedo viendo a los ojos con tibieza.
- He pensado mucho en ti… - expresó ella mientras se apretaba la boca. Separando los labios con sorpresa, Andrés los estiro haciendo un respingo de ansiedad – y aunque sé que todo esto ha sido muy raro, creo... creo que tú y yo nos entendemos.
- ¿Lo crees? – resopló él, alargando una mano para tomar una de Lucía – yo creo que es más que eso.
Estirando sus dedos, Andrés abarcó toda la mano de ella, acariciando cada espacio de su piel… en tanto, un ardoroso estremecimiento se coló entre ellos junto con una fervorosa mirada.