- ¿Qué quieres
decir?
La voz estupefacta de Pierre, hizo que
viera a su madre como si no la conociera.
- ¡Lo que te digo, niño! – exclamo la
mujer mirándolo con mala cara - ¡no quiero que me des si quisiera
los buenos días!
- Mamá… - resopló Pierre rascándose el
borde la frente - ¿cómo puedes actuar de esa manera tan infantil?
¡no te dije que le pedí a Chantal…
- ¡No me vengas con estupideces! –
explotó Margarité con los ojos grandes - ¡yo soy tu madre! ¡yo te
traje al mundo! ¡yo debería ser para ti más importante que
cualquier fulana!
- Madre, Marcela no es cualquier
fulana…
- ¡No me digas tú como debo llamar a
ese mujercita! – y extendiendo el dedo acusatoriamente, inquirió -
¡y ni te atrevas a presentármela, porque tú sabes muy bien de lo
que soy capaz!
Con las mejillas hinchadas de aire y
la sensación de que no sacaba nada con hablar más, Pierre se dio
media vuelta y salió de la habitación. Estaba seguro que si se
quedaba un minuto más, podría decir algo de lo cual podía
arrepentirse más tarde.
- ¿No crees que exageraste un poquito?
– preguntó Chantal a su tía, haciéndole un leve gesto con los dedos
y arrugando levemente la nariz.
- Pues… - Margarité se pasó las manos
por el pelo con una actitud exasperada y resopló - ¡no lo
sé!
- Tía… - la muchacha acercó una mano y
acarició el borde del brazo de la mujer - ¿por qué te enojas de ese
modo? ¿acaso Pierre no puede cambiar?
Chantal también estaba al tanto de la
vida un tanto “liviana” de Pierre con respecto a las mujeres. Por
ahí, estaba segura, esa mujer probablemente lo había hecho
reflexionar.
- Hijita… - suspiró Margarité con la
impresión de haber retenido mucho aire en su interior y volviéndose
a Chantal, rozó su mano en la de ella - ¿piensas que dramatice
demasiado?
Esbozando una sonrisa, Chantal alargó
su brazo alrededor de los hombros de
Margarité.
- Tía… - resopló la muchacha meneando
la cabeza – conoces a Pierre mejor que yo… cuando una idea se le
mete en la cabeza, nadie, ni siquiera el mismo Papa, es capaz de
sacarla de su cabeza; por otro lado, ¿no crees que deberías conocer
a esa mujer antes de precipitarte en una
opinión?
- ¿Sí? – repuso Margarité haciendo un
mohín con la nariz.
- Creo que merece la pena
intentarlo.
Estirando los labios con algo de
fastidio, Margarité tenía que reconocer que, probablemente, Chantal
tuviera razón.
- ¿Me va a
decir que si usted fuera padre de una muchachita linda y
encantadora le parecería brillante que se casará con un hombre con
hijos?
La pregunta llena de resentimiento
rebotó con fuerza en el semblante apretado que lucía
Julián.
- Mire señor Astorga… - Julián
entrecerró los ojos como una manera de controlar un acceso de ira
ante ese comentario tan clasista y se mordió los labios – no tengo
idea de lo que se imagina o lo que intenta decirme, pero déjeme
decirle que no es nadie para juzgarme… - Juan Pablo hizo un
respingo de no estar de acuerdo y cuando iba a hablar, Julián no se
lo permitió – usted no me conoce y yo a usted casi nada... no tengo
derecho a expresarme de su vida ni usted de la mía, por lo que
quiero que quede claro, que no le no le voy a permitir que se
exprese de ninguna manera de mi familia.
- ¡Cómo se atreve a hablarme así! –
exclamó con molestia Juan Pablo levantándose en el acto del asiento
- ¿acaso se olvida de quien soy!
- No, no se me olvida… - resopló
Julián irguiéndose al mismo tiempo e intentando no perder la calma,
expresó – pero no por eso voy a tolerar que emita algún comentario
con respecto a mi vida o a mi familia.
Ambos hombre mantuvieron un obstinado
silencio mirándose a los ojos como si se
medieran.
Aún a su pesar, para sus adentros,
Juan Pablo Astorga tenía que admitir que el temple de Julián Bravo
lo impresiono, pero el hecho de que tuviera un hijo fuera del
matrimonio con su hija lo llenaba de pavor.
Conteniendo una mueca, Astorga se vio
a sí mismo como ese muchachito que tuvo que compartir su habitación
con el hijo de su padre, Sebastián, quien había convertido la vida
de su madre y la de él en un verdadero
infierno.
En ese preciso momento, el
intercomunicador sonó, y mientras Julián trataba de controlar su
agitación, nada más levantar el auricular, la secretaria le dijo
algo que lo dejó helado.
- ¿No vienes mucho
por aquí?
Mirando a aquel niño, Eduardo sintió
un raro escalofrío subiendo por su espalda. Por una extraña razón
aquel crío le recordaba a alguien, pero no podía precisar a
quién…
- No señor… - sonrió Pablo con timidez
– es la primera vez que vengo.
- ¿A sí? – inquirió el adulto y luego
añadió como si fuera un pensamiento para sí mientras presionaba el
botón del ascensor – me recuerdas mucho a
alguien.
Como si fuera una respuesta
involuntaria, Pablo sólo sonrió.
- ¿Y cómo es eso que es la primera vez
que vienes? ¿acaso Julián no los deja venir por estos
lados?
- La verdad es que no queda mucho
tiempo… usted sabe… las tareas y todo eso – y sonriendo con algo de
chanza, agregó – además, mi papá siempre está ocupado
viajando.
- Ya veo… - estirando los labios,
preguntó - ¿y tu mamá?
- ¿Mi mamá? – resopló Pablo como si no
entendiera la pregunta.
- ¡Claro! ¿tu mamá sabe que viniste a
ver a tu papá?
Eduardo estaba convencido de que la
relación de Ana con Julián estaba basada en la ternura que ese
chiquillo debía inspirarle. Para él estaba claro que una mujer como
Ana, con un alma tan noble, no podía soportar ver un hombre solo
con dos hijos a cuestas.
- ¡Claro! – dijo como si esto fuese lo
más natural del mundo - ¡mi mamá lo sabe! sino ¿por qué estoy
aquí?
- ¿En qué grado vas? – preguntó
Eduardo mientras se acomodaba las gafas en el puente de su
nariz.
- En cuarto.
- ¡Vaya! – jadeo con una sonrisa - ¿en
qué colegio?
- Santa María de la
Gracia.
Haciéndole un par de preguntas más,
Eduardo y Pablo llegaron al piso donde Julián se
desempeñaba.
Pasando por entremedio de un mar de
gente que iba y venía con carpetas y archivos, por fin pudieron
colocar un pie en el despacho de Julián.
- Aquí estamos… - expreso con una
sonrisa Eduardo mientras hacía una venía a una mujer vestida
compuestamente detrás de un escritorio – hola Mariana
¿Julián?
- Está con el señor Astorga… -
respondió la secretaria dedicándole una sonrisa al niño - ¿desea
que lo anuncie?
- ¿Dices que está con Juan Pablo
Astorga? – preguntó Eduardo sacándose de cuajo las gafas y
frunciendo notoriamente el ceño - ¿y eso por
qué?
Su mente, que había trabajado
automáticamente en la forma de hacer parecer a Julián como lo más
parecido a la perdición para Ana, ahora se estaba robando la
oportunidad que estaba esperando.
Ese pobre viejo
es lo único que me ayudaría para recuperar a
Ana
- La verdad, señor García… - balbuceó
la mujer – el señor sólo llegó y don Julián lo
atendió…
- ¿Sabes? ¡no importa! – resopló con
desagrado Eduardo, y olvidándose del niño, indicó – avísale a
Julián que estoy aquí.
- Sí señor
Observando con atención, Pablo notó
como la secretaria cogió el auricular y después de intercambiar un
par de palabras con alguien, lo colgó con una expresión
circunspecta.
- Lo siento, el señor Bravo dice que
necesita que lo espere un minuto.
- ¿Qué sucede allí dentro? – exclamó
Eduardo con la sensación de que le deformaba la
mirada.
Por ningún motivo iba a permitir que
aquella oportunidad se le escapara de las
manos.
Adelantando un par de pasos, abrió la
puerta sin más, y se presentó de golpe frente a los dos hombres,
dándose perfecta cuenta que ambos estaban en una actitud
tirante.
- ¿Interrumpo algo importante? –
inquirió Eduardo mirando a ambos
alternativamente.
- ¡Eduardo! – resopló Julián mientras
se pasaba por la cara, y volviéndose, sus ojos se detuvieron sobre
el rostro de Pablo, quién lo miraba con
expectación.
Como si lo intuyera, Juan Pablo siguió
la trayectoria de la mirada de ese hombre, advirtiendo la presencia
de ese muchachito dándose cuenta en seguida de quien se
trataba.
Producto de la impresión, aquel hombre
le tembló la mano, soltando de cuajo el retrato que
sostenía.
¿Qué haces
aquí?
La voz sorprendida y cargada de
resentimiento hizo volverse con rapidez a
Andrés.
A pesar de haber previsto que pudiera
encontrarse con esa mujer, no estaba muy seguro cual podría haber
sido su reacción… contra sus deseos, su cuerpo había reaccionado
ante el contacto de Lucía removiendo una pesada loza que retenía un
cúmulo de sensaciones que ya había
olvidado…
- Vine a ver a mi hermano ¿puedo? –
dijo con voz retadora mirándola directamente a los
ojos.
- Eduardo no está… - resopló
tajantemente mientras se cruzaba de brazos con altivez – puede que
este por ahí revolcándose con esa mujer.
- Gracias – rezongó girándose hacia la
salida.
- ¿Gracias de qué? – resopló en tono
burlista deteniendo la marcha de Andrés - ¿qué tu hermano sea un
idiota egocéntrico que sólo piense en él mismo? ¿o que sea un
mujeriego hipócrita que se cuido muy bien de demostrarlo frente a
los demás?
Suspirando con fuerza, Andrés se
mordió el labio antes de decir algo.
Volviéndose despacio, Andrés se acercó
a ella con una sonrisa irónica.
- ¿Qué haces? – repuso Lucía al ver
como este continuaba aproximándose a ella sin pronunciar palabra y
le sostenía la mirada con un brillo extraño en sus ojos oscuros,
balbuceando - ¿qué… qué…?
Estando a un palmo de su nariz, Andrés
detuvo su avance observando sin ningún pudor el fondo claro de la
mirada de esa mujer.
- Estoy de acuerdo que estés enfadada
con Eduardo… - expreso Andrés con voz enronquecida, en tanto echó
una ojeada al contorno del rostro suave de esa mujer – que tengas
ira… rabia… decepción… pero, ¿crees de verdad que yo puedo hacer
algo para remediar esa molestia que te esta
carcomiendo?
Apretando la boca, Lucía hizo un
respingo con el pulso acelerado.
Mordiéndose a penas un labio, la
sensación de que tenía el rostro rojo hizo que se rozara su mejilla
con un gesto nervioso.
Enarcando una ceja, en tanto, Andrés
estiró los labios con la impresión de que esa mujer no iba a decir
nada, sin embargo, tuvo que tragar saliva. El aroma a miel de su
cabello hizo que su piel se erizara, intentando controlar un
traicionero tic tac de su corazón.
- ¡Vete de una vez! – resopló Lucía
con la mayor resolución que su voz podía otorgarle - ¡nada tienes
tú que pueda devolver el tiempo atrás!
- ¿Y piensas que valdrá la pena? –
inquirió Andrés observándola con un gesto
perplejo.
Sin mediar más palabras, el hombre
acortó la distancia entre su rostro y el de aquella arisca mujer,
fundiéndose en un repentino beso, que provocó que Lucía abriera los
ojos con espanto para luego dejarse llevar por
él.
- ¿Y cómo Julián
se le ocurre no decirme nada?
María miró sin poder creer a don José,
quien sólo alzo los hombros como quien no quiere la
cosa.
- ¡Ya me va a oír ese muchacho! –
exclamó María volviéndose hacia su hermana mientras ella seguía
observando el lamentable estado del piso de su departamento - ¿cómo
es posible que se calle cosas tan
importantes!
- ¡No rezongues más hermana! – la
reprendió Carmen pasando por su lado y revolviendo los ojos - ¡qué
más vas a pedirle a un hombre acostumbrado a que su madre le
solucione todas las cosas! ¡más te hubiera valido haberle encargado
a José Miguel el departamento!
Resoplando exasperada, María se apretó
los labios para evitar lanzar un juramento.
Este hijo mío
sólo me va a sacar canas verdes…
- ¿Y José Miguel? – preguntó Carmen a
don José.
- Donde Anita… ¿dónde más? – expresó
el hombre con aire inocente.
Alzando ambas las cejas, tomaron sus
bolsos de mano y cruzaron el corredor en dirección al departamento
de enfrente.
Pasando dos dedos por sobre la frente,
María espero pacientemente mientras asestaba dos golpes en la
puerta de la casa de Ana.
- No te preocupes… - musitó Carmen con
una sonrisa - ¿no querías que esos dos se
entendieran?
- No estoy preocupada… - contestó a su
vez María con una leve sonrisa – sólo que no puedo dejar de ser
madre.
De pronto, la puerta se abrió dando
paso a un José Miguel que, sorprendido, extendió los brazos para
abrazar a sus dos veteranas favoritas.
- ¡Abue! – gritó entusiasmado el
muchacho - ¡tía Carmen!
- ¿Qué sucede? – inquirió Anita
acercándose a la puerta mientras se secaba las manos y al
percatarse de quienes se trataba no puedo dejar de emitir un
gritito de felicidad - ¡doña María!
Después de muchos abrazos y
expresiones de afectos, Ana las invitó a instalarse y tomarse un
café.
- ¿Por qué no me avisaste Anita lo que
le sucedió a mi Julián? – preguntó con aprehensión María,
suspirando con una sonrisa.
- ¡No seas melodramática, hermana! –
bufó molesta Carmen dándole un codazo - ¡no le hagas caso, hijita!
¡está mujer no es capaz de destetar a ese muchacho, ni aunque
tuviera cien años!
- ¡Auch! – bufó María sobándose el
brazo - ¡eso es amor de madre!
- Lo siento, doña María – se disculpo
Ana – pensé que Julián lo haría… de verdad, no fue mi intensión
preocuparla...
- ¡Nada de eso! – resopló Carmen con
una mirada amable – y creo que hablo por mi hermana, al darte las
gracias por preocuparte por mi sobrino y mi José
Miguel.
- ¡Anita ha sido fabulosa! – exclamó
José Miguel sentado en el antebrazo del sillón donde estaba su tía
Carmen y con un tonito meloso, añadió – sobre todo que ahora es
novia de papá.
Ambas mujeres clavaron la mirada sobre
el rostro de Ana, quien se sentó muy derecha mostrando una sonrisa
tímida.
Dejando a su tía
hablando animadamente en el vestíbulo con un par de conocidos sobre
unos negocios, Chantal salió fuera del exclusivo hotel mirando con
ansiedad para ambos lados de la calle.
Había recibido un mensaje de texto
hacia diez minutos, donde decía: NECESITO HABLAR
CONTIGO.
Con el pulso acelerado, Chantal creía
que se trataba de ese atractivo muchacho que conoció en la fiesta.
Educadamente, él se dirigió a ella con mucha propiedad, y sin
ninguna vergüenza le hablo de su trabajo de secretario para una
importante familia, donde su principal tarea era acompañar a la
señora de la casa en eventos importantes.
- ¿Y cómo es eso?
– preguntó ella arrugando graciosamente la
nariz.
- Es eso… -
sonrió él con un deje de diversión – es asesorarla para las
distintas ocasiones en las cuales se desenvuelve… recordar sus
compromisos… tener las cosas que
necesita…
- En definitiva…
- expresó Chantal llevándose la copa al borde de los labios –
pensar como ella.
-
¡Exacto!
- Pero ¿no eres
demasiado joven para esos menesteres? – exclamó ella mirando
apreciativamente al joven – por regla general, para ese tipo de
empleos necesitas más experiencia.
- Tuve una buena
maestra… - musitó Gregorio con un suave acento francés – mi madre
era experta en el arte de hacer parecer a otros como príncipes sin
serlo.
Pasándose las manos con un gesto
nervioso, no se percató que alguien tocaba discretamente su hombro
para llamar su atención.
- ¡Psssshhhh! – silbo ese
alguien.
- ¡Pierre! – exclamó ella tapándose la
boca rápidamente - ¿qué haces aquí?
- Necesito que me ayudes con mamá… -
murmuró el hombre con un ojo puesto en su madre, a quien veía
seguía en plan cordial con aquellas personas – ella tiene que
conocer a Marcela.
- Eso ya se lo dije… - replicó ella
apegándose más a su primo – y al parecer se lo está
pensando.
- Tienes que convencerla Chantal… -
expresó Pierre con los ojos grandes – ella no es lo que dije que
era.
- ¿A no? – Chantal enarcó una ceja con
sorpresa. Ya estaba pensando que su primo había
cambiado.
- No te precipites… - y suspirando,
señaló – ella fue la novia de Jean.
Haciendo un O en silencio, Chantal no
podía creer en lo que Pierre había dicho.
Pablo observó como
una vena palpitaba copiosamente en la frente de
Julián.
Al escuchar el quebrazón de vidrios,
el niño se apegó a la pared pensando que aquel sonido era producto
de una explosión.
- ¡Lo siento! – se disculpó el anciano
todavía conmocionado por encontrarse cara a cara con quien estaba
seguro que era su nieto.
No puede ser
posible…
El color de sus ojos, el tono de su
cabello, el largo de su nariz… todo indicaba que era un Astorga de
pies a cabeza. Ladeando la mirada hacia Julián, aprecio que si bien
podían tener algún parecido con el hombre puesto que se paraba como
él y abría los ojos de una forma semejante era indudable que Ana
había aportado mucho más.
- ¡Mariana! – llamó Julián a su
secretaria mientras se apretaba una mano con nerviosidad. A penas
apareció la mujer, este le indicó – llama a aseo y pide que vengan
a arreglar este estropicio.
- Sí
señor
- ¿Alguien tendría la gentileza de
explicarme que está pasando aquí? – preguntó Eduardo intentando
parecer inocente frente a ambos.
A esta altura estaba claro que el tema
de esos dos había sido su querida Ana.
Mientras, aquella interrogante revotó
muchas veces dentro de la cabeza de Astorga mirando a ese niño que
observaba a Julián con expectación…
Nunca un niño había producido en él
tanta ansiedad, y sabiendo que aquel era el hijo de Ana, abría
nuevamente en su pecho la herida que él mismo se había clavado
hacía 10 años atrás.
Pasándose la mano por sobre el
cabello, Julián volvió su cara hacia Pablo. No deseaba por ningún
motivo que este se asustara por algo e instintivamente se coloco al
lado de Pablo en un ademán protector.
- Sólo estábamos hablando de Lafité… -
expresó Julián con el ánimo de no mostrar contrariedad – don Juan
Pablo está convencido que aquel producto nos puede ayudar mucho a
situar otros en el mercado.
- ¿A sí? – inquirió Eduardo no muy
convencido, mirando a su vez al anciano quien no despegaba la
mirada del niño.
Algo raro está
pasando aquí…
- Bueno… - resopló el hombre mayor
levantando el mentón y enfrentando la expresión curiosa de García –
en realidad vine a hablar algunas cuestiones de importancia… - y
añadió con solemnidad sosteniéndole la mirada a Eduardo – con
Julián, mi yerno.
Con horror, Julián frunció el ceño al
sentir como Eduardo se giraba hacia a él con
sorpresa.
- ¿Yerno? – inquirió él observando a
Julián y al niño de manera alternativa.
No puede
ser…
Como si se sintiera acorralado,
Julián, de manera involuntaria, se acercó a Pablo y le tomó la
mano. Tirando de él, sacó al niño con paso rápido rumbo al
corredor.
- ¡Espera! ¡no te vayas! – gritó
Astorga al tiempo que seguía al niño y al adulto se sumergían en el
mar de funcionarios de piso.
En tanto, Eduardo, enarcando una ceja
y levantando un dedo, hizo una mueca de no entender porque ese
viejo observaba de manera insistente a ese crío.
- ¿Qué sucede? –
preguntó Pablo con los ojos muy abiertos mientras trataba de seguir
las largas trancadas de Julián.
Nunca había visto a Julián de ese
modo. Por regla general, siempre se mostraba impertérrito ante
cualquier calamidad, incluso cuando José Miguel se ponía
insoportable.
Aunque ese día en
que se inundó su departamento…
Sin escuchar nada, el adulto buscó
algún sitio discreto de la oficina, y agachándose para poder ver al
niño directamente, lo observó con una mirada
ansiosa.
- Pablo… - musitó mientras trataba de
no trompicarse con su propio suspiro – quiero que vuelvas a
casa.
- ¿Por qué no me dices qué sucede? –
inquirió Pablo con los ojos muy grandes - ¿quién es ese hombre?
¿por qué te llamó yerno? – y con desesperación, le exigió - ¡dime
la verdad Julián! ¿qué es lo que sucede?
No quería pensar que aquel hombre
fuera en realidad el otro abuelo de José Miguel…le aterraba la idea
de que alguien, quien fuera, pudiera arrebatarle a
Julián…
Parpadeando aturdido, Julián observó a
aquel con la mirada entrecerrada.
- ¿Qué dices? – preguntó el hombre
intentando entender a lo que se refería sin darse cuenta del hilo
de sus pensamientos - ¿por qué preguntas?
- Entonces… ¿quién es ese hombre? –
demando Pablo - ¿por qué ese hombre te llamó
yerno?
Como si se estuviera conteniendo,
había descubierto que necesitaba mucho a Julián… más de lo que
había creído…
- No sé a qué te refieres… – replicó
Julián mirándolo extrañado – no le hagas caso... el hombre se
equivocó.
- No lo creo.
El tono vehemente con que Pablo se
expresó, sorprendió aún más a Julián, quien entrecerró aún más su
mirada azul.
- ¿Qué quieres decir con eso? –
inquirió tratando de desenrollar todas aquellas frases para darle
algún sentido - ¿acaso piensas…
- Julián… - el niño se aproximó al
rostro del hombre clavando sus pupilas castañas en el fondo azul de
las de él - ¿te gustaría ser mi padre?
No tenía tiempo para
delicadezas.
Sólo quería saber la
verdad.
Si Julián decía que no, nada pasaba.
Sólo el dolor de saber que su sueño había
terminado.
Nuevamente Julián se quedo sin
palabras.
- Pablo, yo… - comenzó diciendo Julián
después de un breve momento en que intento pensar en algo para
tranquilizarlo.
- ¡Julián Bravo! – gritó Astorga
apareciendo de pronto frente a ellos - ¡no puedes largarte así como
así!
De un salto, Julián se levanto,
colocando a Pablo detrás de él.
Sofía resopló con
desgano.
Dejando caer la cabeza en el mullido
asiento de su mercedes, Gregorio levantó una ceja. Normalmente esta
mujer nunca mostraba que algo pudiera
superarla…
- ¿Sucede algo señora? – inquirió este
mirándola desde el espejo retrovisor.
- No encuentro a mi hijo, Gregorio… –
respondió torciendo el labio con desdén mirando por los vidrios
polarizados la puerta de aquella casa – parece que la tierra se lo
hubiera tragado.
Intentando no mostrar sorpresa,
Gregorio se mordió el labio observando de soslayo hacia aquel
lugar.
Había creído por un minuto que la
noche anterior volvería a tenerlo frente a él, sin embargo, sólo
pudo enterarse de que la hija perdida ya no lo estaba como creían,
y al parecer no estuvo perdiendo el tiempo.
Había escuchado rumores que Ana María
Astorga tenía un hijo… eso sí, nadie sabe de quién, aunque
sospechaban de un gerente de relaciones
públicas.
- Necesito que vigiles aquí… - indicó
Sofía sacando su teléfono y marcando un número – tengo que hablar
con mi hijo y no puedo esperar a que él se decida a
reportarse.
- ¿Y usted?
- No te preocupes… - cerrando el móvil
con un solo movimiento, expresó – siempre puedo usar un
taxi.
Asintiendo con algo de pesar, Gregorio
se dijo que quizás había llegado el momento de enfrentarse a sus
propios fantasmas, sobre todo a uno llamado Maximiliano
Astorga.
Sacando su móvil
del bolsillo, con paso apresurado, José Miguel se encamino hacia la
pista de patinaje.
No entendía porque Amanda necesitaba
verlo con tanta urgencia.
Nada más colocar llegar a aquel lugar,
una muchacha de espaldas y sentada con el pelo amarrado en una dura
cola, observaba la pista sin poner un pie en
él.
- ¿Amanda? – saludó a José Miguel,
para darse cuenta que no era ella -
¿Fernanda?
- Hola cariño… - expresó con un
gracioso gesto y levantándose de un tirón, se acercó al adolescente
estampando en sus labios un generoso beso.
Abriendo los ojos con sorpresa, José
Miguel aprisiono con ambas manos los brazos de la muchacha,
obligándola a separarse de él.
- ¡Qué… qué diablos! – balbuceó con
molestia haciendo una mueca - ¿qué sucede contigo, Fernanda? ¿estás
loca, o simplemente hoy se te zafó un
tornillo?
- Cariño… - ronroneó Fernanda con una
falsa sonrisa - ¡es que tú me vuelves loca!
- ¡Déjate de estupideces! – resopló
José Miguel apartándola de él, y sacando su teléfono, la increpó -
¿fuiste tú la que me enviaste ese mensaje?
- ¿Cuál mensaje? – preguntó ella con
inocencia.
- Uno que… - e interrumpiéndose con el
ceño fruncido, José Miguel se volvió hacia la salida refunfuñando -
¡nada qué te importe!
Fernanda, sin inmutarse, espero a que
José Miguel saliera del local para girarse a
Gastón.
- ¿Salió bien? – preguntó
ansiosa.
- ¡Perfecto! – musitó él con deleite –
¡después de esto esa riquilla no querrá saber nada de ese
perdedor!
Asintiendo con ansías, Fernanda sólo
esperaba que esto funcionara.
- ¡Apártate
idiota!
Con las pocas fuerzas que parecían
sostenerla, Lucía apartó de sí a Andrés.
Jadeando algo mareado, Andrés se pasó
la mano por entre la comisura de los labios sintiendo todavía el
calor de esa boca sobre la suya.
- ¡No te atrevas nunca más a ponerme
un dedo enci…
No había terminado Lucía de amenazar
cuando nuevamente la boca de Andrés se cernió sobre la de ella,
exigiendo sus labios y la tibieza de su
lengua.
Un estremecimiento poderoso se deslizó
por sobre su espalda provocando que se arqueara y se entregara sin
reservas.
Paseando sus manos, como si no tuviera
voluntad, Andrés apretó a Lucía entre sus brazos, sacando de cuajo
la blusa que ella llevaba sobre puesta, dejando sus hombros
completamente desnudos.
Sin dejar de besarla, Andrés deslizó
sus labios por sobre el fino cuello de Lucía, saboreando cada trozo
de su piel… la mezcla de su perfume y su aroma natural provocaban
en él un ardor insospechado.
Con la mente nublada, Lucía se arrimó
con ansías en Andrés, levantando el rostro hacía el
cielo…
- ¿Qué desea señor
Astorga? – lo increpó Julián que, con las manos en jarra, separó
las piernas como si estuviera en posición defensiva protegiendo a
su cachorro.
- Todavía no hemos terminado de
conversar… - repuso el hombre mirando con ansiedad a aquella
criatura, quien en ese instante se había apegado a la espalda de
Julián apoyando su cabeza.
- Me parece… - expresó el hombre
frunciendo su mirada azul – pero no gritando… ¡usted está asustando
a mi hijo con sus gritos!
Retrocediendo un par de pasos, el
anciano recapacitó en su reacción. Ese hombre tenía razón… no podía
perder los estribos… más ahora que se encontraba frente a su
nieto.
- Lo siento… – musitó en voz baja y
pasándose una mano por sobre el cabello cano – no quise
hacerlo.
Como un gesto instintivo, Pablo alargó
la mano y tomó la de Julián. Este se la apretó con confianza, y le
sostuvo la mirada a Astorga.
Por nada del mundo iba a permitir que
le gritara como si fuera el dueño del mundo, aunque lo fuera en la
realidad.
- Julián, quisiera… - carraspeó Juan
Pablo – que usted me ayudará… ya sabe… con
ella…
- Le repito que no sé si pueda… -
señaló Julián haciendo un gesto de tener cuidado con lo que decía
ladeando la cabeza hacia Pablo – por mi parte puedo tratar de
hablarle del tema… se lo prometo.
- Lo que sucede… - dijo Astorga,
interrumpiéndose a sí mismo cuando percibió que Eduardo se
aproximaba a ellos.
Ambos guardaron prudente silencio. Aún
cuando no se fiaban uno del otro, estaban de acuerdo tácitamente en
no decir nada imprudente frente a García.
- Nuestra conversación tendrá que
continuar otro día… - resopló Julián con la sensación de que el
tiempo de espera se había alargado
demasiado.
- ¿Alguien me puede explicar que es lo
que está pasando? – exigió Eduardo mirando a aquellos dos con mala
cara.
- Nada… - señaló Astorga observando a
Eduardo con adustez – esto no es de tu
incumbencia.
- Si me disculpan… - señaló Julián con
expresión cortante mientras pasaba al lado de los hombres con el
niño apegado a su lado – tengo un asunto urgente que
atender.
Sin decir nada, Juan Pablo dejó que
Julián se llevara a su nieto con la esperanza de que algún milagro
obrara en el corazón de su ahora yerno.
Eduardo, en tanto, se dijo que aquí
definitivamente había gato encerrado.
Chantal pasó un
mechón de su cabello por detrás de su oreja mientras esperaba
pacientemente en el restaurant a que esa mujer
llegará.
Con la excusa más tonta, había
convencido a su tía que Pierre iría a almorzar con ella y que por
ahí podrían hacer las paces… de esa manera, Marcela y su tía se
encontrarían dejándole a la providencia la oportunidad de que
hablarán.
Apretándose las manos apenas
distinguió al mozo cuando este le mostro la lista de vinos.
Haciendo un ligero movimiento, señaló sin mucho entusiasmo una
botella de merlot.
- ¡Vaya sorpresa la mía! – expresó una
voz masculina haciendo que Chantal se irguiera como si tuviera un
palo en la espalda - ¡veo que nuevamente nos encontramos mientras
te tomas una copa de vino!
Volviéndose con el corazón en la mano,
la muchacha esbozo una sonrisa al ver al muchacho que le estaba
quitando el hipo.
Gregorio, arropado con una chaqueta
gruesa de lana negra, mostraba sin ningún problema una espalda y un
pecho amplio, como así mismo dejó en evidencia unas largas piernas
enfundadas en un jeans de color oscuro…
- ¿Tú? – inquirió Chantal pestañeando
con inocencia.
Había esperado encontrarse aún cuando
fuera de casualidad con ese muchacho y ahora su deseo se
cumplía.
- ¿Cómo estás? – preguntó con él
arrebatadora sonrisa sentándose frente a ella con un ademán
elegante – lamento haberme ido sin despedirme de
ti.
Como doña Sofía se había indispuesto y
don Juan Pablo estaba algo afectado, tuvo que llevarse finalmente a
ambos de vuelta a casa…
A pesar de aburrirle tremendamente ese
tipo de reuniones, el haber encontrado a esa francesita, pues las
cosas tomaban un aspecto interesante.
Aquella muchachita con aire mundano
era un cóctel de varias cosas que le agradaban; de ojos grandes
verdes… una nariz recta que armonizaba perfectamente con unos
labios llenos… un cabello que aún cuando estaba seguro que se había
cambiado el color, aquel tono miel realzaba con audacia la tez
aceitunada que ostentaba además de ese aire inocente que la hacía
parecer muy pero muy deseable…
- Te entiendo… - expreso Chantal
pasándose dos dedos por sobre el pelo – no te preocupes… ojala y
doña Sofía se encuentre mejor.
- Lo está… - y señalando hacia un
costado del restaurant – de hecho está ahora conversando
animadamente con tu tía.
Haciendo un mohín de aceptación,
Chantal extendió aún más su sonrisa, pasando con suavidad uno de
sus dientes por uno de sus labios.
Intentando ser discreto, Gregorio
observo ese movimiento, disfrutando como ella deslizaba ese diente
dejando a su paso una estela húmeda y brillante sobre su
labio…
Un labio
tentador
- ¿Y qué haces con tu tiempo libre? –
preguntó Chantal tentada a conocer a ese
muchacho.
Aún cuando estaba clara que cualquier
cosa que surgiera entre ellos estaba destinada a ser momentánea, de
igual modo, la tentación era muy grande.
- Corro… - expreso esbozando una
fenomenal sonrisa mostrando unos adorables hoyuelos – camino…
escucho música…
- ¿Bailas? – inquirió ella
curiosa.
Si corre debe
tener un par de piernas fabulosas…
- Cuando la ocasión lo amerita… - y
haciendo un respingo con la nariz, demandó - ¿tienes en mente
invitarme a alguna parte?
Parpadeando algo azorada, Chantal
rompió en una risita que intento tapar con el dorso de su mano, en
tanto, Gregorio sólo dejaba que su mirada oscura se paseara a
voluntad ante el rostro fascinante de esa preciosa
muchacha.
El sonido del móvil distrajo de su
contemplación al muchacho sacando de modo automático el teléfono.
Contestando con puros monosílabos se levantó de la mesa con un
suspiro pesado en el pecho.
- El deber me llama… - musitó – espero
que algún momento el placer también lo
haga.
- Para que lo haga tiene que saber tu
número primero – susurró ella enarcando una
ceja.
- Claro… - y extendiendo su móvil
hacia ella, Chantal apunto los dígitos en la pantalla
touch.
Torciendo el labio, cuando tuvo de
regreso el móvil levantó las cejas haciendo un gesto de
despedida.
Cuando ya veía que este se perdía en
el fondo del comedor, el sonido brillante de su ringtone hizo que
sacara con rapidez su aparato.
Notando que aquel era un mensaje, lo
abrió.
Estaré esperando
ansioso esa llamada…
Apretando ansiosa el teléfono entre
sus manos, Chantal extendió una amplia
sonrisa.
Aunque sólo fuera por un
minuto
**************
Encendiendo el computador, Amanda sólo
pensaba en saber de José Miguel.
No entendía porque él tenía el móvil
apagado.
Por ahí pudiera ser que lo hubieran
descubierto y lo hayan castigado apagando su
teléfono.
Pasándose los dedos por entre el
cabello y metiéndolos detrás de las orejas, ella quería saber de
él… aún cuando fuera una sola palabra…
O
dos…
Entrando en forma automática al sitio
de facebook, Amanda encontró que tenía un mensaje de un tal Ramiro
Rojas.
Haciendo una mueca se encontró con que
a lo mejor era del grupo de debate de Graham School… seguro y
habían cambiado de capitán… creían torpemente que este año ganar en
las finales.
Apenas abrió el correo, aquel desplegó
una foto de José Miguel besando con un total desenfado a una
muchacha alta y de pelo castaño.
Con los ojos muy abiertos, Amanda
tragó saliva al leer el pie final de envió…
Recuerda que te lo
dije… ese idiota sólo se quiere divertir a tus
costillas…
Mordiéndose el labio con infelicidad,
Amanda apagó de cuajo su notebook y se tiró sobre la
cama.
No se dio cuenta en que minuto se
quedo dormida, mientras que numerosas lágrimas surcaban su
cara…
Ricardo se estaba
impacientando en la sala de juntas.
Hacía más de una hora que había
llamado a Julián y al inútil de su yerno.
Estaba que hervía de ira… sobre todo
con Eduardo.
Después de la lamentable actuación de
ese cretino, estaba seguro que más de algún socio pondría en tela
de juicio su capacidad para seguir dirigiendo el
corporativo.
Resoplando con indignación, se acercó
a los ventanales intentando pensar donde diablos podrían haber ido
esos dos.
- Señor – le hablo un joven secretario
indicando hacia la puerta de roble.
Allí, con el rostro pálido, Juan Pablo
le hizo señas de que se aproximara.
- ¿Qué sucede? – preguntó Ricardo
alarmado llevándolo afuera del despacho.
- ¡Vi a mi nieto, Ricardo! – exclamó
Astorga con las palabras trompicadas mientras apretaba los brazos
de su amigo - ¡estuve a dos pasos de él, amigo! ¡es el niño más
hermoso que podrías ver en tu vida!
- ¿Estás seguro que era
él?
- ¡Muy muy seguro! ¡tiene el mismo
porte y ademanes de un Astorga! – replicó con orgullo - ¡ese niño
es mi nieto!
- ¿Y dónde lo viste? ¿cómo
fue?
- Ese niño vino a ver a su padre… -
tragando saliva, Juan Pablo gesticulo con las manos con ansiedad –
y justo estaba ahí hablando con él…
- ¿Con quién? – preguntó Ricardo sin
saber de quién diablos se refería.
- De ese Julián Bravo… - Robles
entorno los ojos sin poder creerlo, a lo que Astorga esbozo una
sonrisa esperanzada – él es el papá de mi nieto y el esposo de mi
Ana.
- ¡Ana no está casada! – profirió con
fuerza una voz conocida que hizo que ambos se volvieran a ver de
quien se trataba.
Empequeñeciendo los ojos, Juan Pablo
no reprimió un gesto de desprecio hacia aquel
individuo.
- ¿Qué estás diciendo Eduardo? –
inquirió Ricardo sorprendido.
- Lo que digo… Ana no está casada con
Julián… - y con voz firme, añadió – y por la edad de ese niño,
puede que incluso ese crío sea mío.
- ¿Cómo dices
semejante imbecilidad? – resopló con enojo Juan
Pablo.
Por ningún motivo iba a consentir que
ese bueno para nada fuera el padre de su
nieto.
- Piénselo… - señaló Eduardo – han
pasado once años desde que Ana y yo
terminamos.
- ¿Qué terminaron qué? – inquirió con
molestia Ricardo - ¿fuiste novio de Anita?
- Sí… - expreso Eduardo con fuerza –
ella y yo tuvimos una breve pero intensa relación, donde estoy
seguro que ese niño es mío.
Había tardado en dar con lo que ese
viejo cretino seguro estaba elucubrando, y luego de meditarlo 30
segundos, se dio cuenta que Astorga andaba no sólo a la caza de la
hija perdida, sino de un nieto… un nieto que podría ser hijo de
él.
Sí bien Julián Bravo entró a “América”
con calidad de divorciado, nunca demostró la actitud de estar
casado por segunda vez. No usaba anillo y por regla general se iba
de los últimos en la tarde.
Sumado a eso, cuando se encontraron en
la pista de patinaje, este sólo presento a Ana como su
novia.
Estaba más que seguro que su relación
tenía poco tiempo… Ana no era una persona con la cual ese idiota
podría tener de amante… tenía demasiado temple para
eso.
Por lo que había una posibilidad muy
alta que el chicuelo fuera de él…
- ¡Estás loco, García! – inquirió Juan
Pablo sin dar crédito a eso - ¡tú no podrías ser padre! ¡llevas
casado casi 10 años con Lucía y todavía no aparece ningún
bebé!
- El problema es Lucía que no puede
tener hijos, no mío – repuso él, sin notar como Robles adelantaba
un paso y le asestaba un golpe seco en plena
quijada.
- ¡Cómo puedes ser tan desgraciado,
muchacho del demonio! – exclamó airado Ricardo mirándolo con los
ojos inflamados - ¡eres el marido de mi hija y estas en mi
presencia!
- ¡Me importa un carajo estar casado
con Lucía!, ¡sépalo ya que me voy a divorciar de su hija de una
buena vez! – Resopló con el labio hinchado mientras se pasaba la
mano por la boca – es más… ¡desde el principio no debí haberme
casado con ella!
- ¡Pobre infeliz! – repuso Robles
yendo hacía él con la idea de matarlo - ¡cómo eres capaz de ser tan
miserable!
- ¿Y qué esperabas, Ricardo? –
inquirió Juan Pablo deteniendo el avance de Robles - ¡te dije que
este era una fichita!
- ¡Y no te escuche! – afirmó el hombre
mayor con una mueca de desagrado.
- ¡Piensen en lo que se les dé la
gana! – Eduardo retrocedió dos pasos mientras seguía con la mano
pegada en la cara – pero, escúchenme bien el par de vejestorios:
Ana y yo estamos destinados a estar juntos… ¡ella es
mía!
- Todavía estas alucinando con el
alcohol de anoche… – señaló Juan Pablo en tono mordaz – ¡en tu
pobre vida podrás estar al lado de una mujer como mi Ana! ¡ella es
demasiado para ti!
- Puede que no la merezca después de
todas las estupideces que he cometido… - Eduardo se paro muy
derecho observando a ambos hombres con los ojos muy grandes – pero
no hay en este tierra un hombre que la ame más que
yo.
Volviéndose hacia la salida, Juan
Pablo y Ricardo observaron como ese hombre se marchaba con la
sensación de que algo grave se había desencadenado en sus
vidas.
- ¿Quién era ese
hombre?
La voz preocupada de Pablo hizo que
Julián hiciera un gesto de desagrado mientras continuaba con la
vista en frente.
Una de las cosas que más le relajaba
en la vida era conducir… lo disfrutaba… sin embargo, hoy como pocos
días, estaba en total tensión…
- ¿Por qué lo
preguntas?
La verdad es que él no quería darle
más importancia a ello.
- No lo sé… - y mirándolo de soslayo –
ese señor estaba muy alterado… y tenía una mirada muy
rara.
Una sonrisa espontanea afloro en los
labios de Julián. No podía olvidar lo perceptivo que era ese niño…
nada se escapaba de su vista.
¡Pobre Astorga! nada lo iba a librar
del juicio que su propio nieto iba a hacer con él una vez que se
enterara de la verdad.
- ¿Dónde vamos? – preguntó Pablo
observando cómo Julián entraba a un estacionamiento de un centro
comercial.
- No sé tú, pero yo estoy muerto de
hambre… - y ubicando un espacio, girando el volante con precisión
coloco el jeep de manera limpia – se me antojan unas papas fritas
¿qué dices?
Volviéndose hacia Pablo cuando se sacó
el cinturón de seguridad, encontró que el niño lo miraba con los
ojos muy grandes.
- ¿Podrías enseñarme a
conducir?
Pasando la lengua por entremedio de
sus labios, Julián los extendió formando una amplia
sonrisa.
No había olvidado que Pablo le había
preguntado si él quería ser su padre…
- Claro… - respondió con ternura
mientras le revolvía el cabello con ligereza – si
quieres.
Esbozando una sonrisa divertida, más
que nunca, Julián percibió esa extraña conexión que lo unía
inexorable a ese niño de mirada curiosa.
Guiando a Pablo hacia un local de
comida rápida, ambos hicieron un generoso pedido de papas fritas y
se sentaron en la mesa más alejada de la vista de todo el
mundo.
- ¿Sabe Ana que viniste a verme a la
oficina? – quiso saber Julián mordisqueando una patata mientras
clavaba sus ojos en la mirada castaña de
Pablo.
Esperaba sinceramente que fuera que
sí, pues de otro modo tendría que ser más enérgico con él respecto
a ese tipo de acciones…
Diablos… estoy
pensando como si realmente fuera su
padre…
- No señor - murmuró el niño con
expresión culpable.
Al escuchar el apelativo de “señor”,
Julián no pudo evitar ensanchar más su
sonrisa.
Para variar
siempre me pilla desprevenido…
- ¿Entonces? – expresó Julián
intentando volver a su postura inicial - ¿cómo se te ocurre hacerle
esto a tu madre?
- Sólo quería saber si existía algo
entre tú y mi mamá – musitó el crío con un hilito de voz,
sintiéndose ahora menos valiente que hace un momento
atrás.
Tragando saliva, Julián entendía
perfectamente el sentir de Pablo. De seguro, debió haberlo visto
abrazar a su madre en el sillón… hasta incluso, pudo haberlo visto
besándola.
- Tú ya sabes que es mi novia… -
expreso el hombre haciendo un gesto serio con la mirada – y sabes
también que la amo.
- ¿De verdad? – inquirió Pablo con los
ojitos luminosos.
- Claro - y dibujando una generosa
sonrisa, señaló – y estoy pensando seriamente que, para evitar
malos entendidos, sería mejor casarme con
Ana.
- ¿Lo dices en
serio?
El niño no podía salir de su asombro…
sus ojos castaños destellaron una claridad en la que Julián creyó
que se reflejaba.
- Ya está siendo hora que siente
cabeza ¿no crees?... – y haciendo un mohín con la cariño, agregó –
además quiero ser tu padre.
El gran cariño que se anidaba en el
corazón del pequeño sintió que se multiplicaba por 100, hinchándose
el pecho a todo lo que daba.
Parándose con velocidad, Julián no
pudo determinar en qué minuto el cuerpo del niño se estampó con
fuerza entre sus brazos… y sin decir palabras, ambos se quedaron
envueltos en un perfecto abrazo…
Un abrazo de Padre a
Hijo.
Nunca pensó que se
podía sentir de ese modo.
Paz, con un ojo entreabierto, observó
colarse la luz por las ventanas de la habitación. A su lado, Max
descansaba plácidamente con una mano sobre su
pecho.
No estaba segura que hora pero estaba
clara que debía ser muy tarde.
Con adoración, recorrió el rostro
adormilado del hombre con la punta de su
dedo.
Maravillada, notó con precisión los
rasgos delicados que mostraban sin ninguna expresión ahora que él
tenía los ojos cerrados. Esbozando una tonta sonrisita, tenía que
admitir que su semblante adquiría un contraste potente cuando lo
asaltaba la pasión, oscureciendo aún más el marrón de su iris hasta
volverlo casi negro.
Luego de extender su palma por todo el
ancho de su cara, Paz era consciente que toda aquella química que
compartieron podía terminar tan rápido como comenzó, por lo que
intento no pensar en las cosas que podría hacer para que después la
infelicidad no la destruyera.
Saliendo con cierta dificultad de la
cama que compartían, se encamino rumbo a la ducha. Luego de tomarse
un largo baño, intentó mostrarse optimista.
Nunca en mi vida
había sido tan feliz…
Luego de ponerse una polera de Max, la
cual le quedaba a mitad de muslo, se dirigió a la cocina y trato de
preparar algo para desayunar aún cuando fueran las 4 de la
tarde.
Estaban encendiendo el hervidor cuando
escucho como alguien tocaba insistentemente el timbre. Al parecer
la persona que lo pulsaba estaba apurada o era
sorda.
Al aproximarse a la puerta de entrada,
notó como por los vidrios rugosos la silueta sinuosa de una mujer.
Echándose el cabello atrás, y mordiéndose el labio abrió la puerta
sin más.
- ¿Diga?
- Necesito hablar con Max ¿está
despierto? – expreso una mujer mirándola de pies a cabeza como si
la insultara, extendiendo una sonrisa
socarrona.
Paz, enarcando una ceja, hizo un
respingo de incomodidad. Aquella mujer era muy bella, cierto, de
pelo oscuro y ojos grandes apardados, vestida con una blusa de
diseñador y unos pantalones ajustados… toda muy
provocativo.
- No… - resopló ella tajantemente – no
lo está.
- ¡Despiértalo! – señaló intentando
pasar por su lado, a lo que Paz le cerró el paso y expresó
malhumorada - ¿qué haces cretina?
- ¿Qué piensas que haces tú? –
inquirió Paz asegurando la puerta con fuerza - ¡está no es tu casa
ni yo tu sirvienta!
- Veo que piensas que Max será tuyo
por el hecho de que te hizo el amor en su propia casa… - señaló de
pronto la mujer con un deje de coquetería – pero él nunca lo
será.
Catalina se las había arreglado en
algunas ocasiones para poder gozar de las atenciones de Max, y
aunque él nunca concretaba nada más que un par de besos y unos
cuantos abrazos, ella estaba segura que él estaría con
ella…
Y ahora que miraba a esa golfa vestida
con una polera con la que había visto a Max hacía un par de días,
le hervía la sangre hasta lo más profundo.
La mejor manera de desarmar a tu
enemigo es sembrándole la duda… dijo una vez su
madre.
- Ni lo pretendo… - pronunció Paz
parándose muy derecha.
- Haces bien… - expreso Catalina con
la voz cargada de burla y cruzándose de brazos, señaló – yo también
soy su amante, y créeme cuando te digo que ese hombre es una
adicción.
Levemente, el labio de Paz
tembló.
- No dejes bonita que ese hombre te
ciegue… - el tono de ironía, la traspaso hasta los huesos – él
nunca va a dejar de ser lo que es.
Negándose a derramar una lágrima, Paz,
estoicamente, respiro con fuerza para resguardar la poca dignidad
que le quedaba.
- Gracias por el consejo… - musitó
ella con sarcasmo – lo pensaré.
- Te harías un bien alejándote de él…
- y mostrando una encantadora sonrisa, Catalina musitó – está bien
para pasar el rato, pero para algo serio, pues ahí… - hizo un
sonido con los dientes – lamentablemente Max sale corriendo como un
conejo.
Asintiendo, hizo un gesto con la
mirada y cerró la puerta.
Alejándose lo que más pudo de la
vidriera, se sentó con suavidad sobre el primer sillón que encontró
y comenzó a sollozar como una Magdalena.
Había caído en su propia trampa, y
ahora, él debía estarse relamiendo los bigotes, envanecido por la
victoria que por fin encontró.
Subiendo los pies al sillón, se abrazo
con fuerza, formando un ovillo.
Debía ser valiente y asumir que esto
fue un error.
Por mientras, en un mercedes
estacionado a prudente distancia, Gregorio guardaba la cámara con
la cual había fotografiado a ese par de
mujeres.
Esbozando una sonrisa complacida, el
muchacho tenía que admitir que su padre tenía buen gusto para las
mujeres.
La mujer que golpeó la puerta no
estaba nada de mal… pero la morena vestida con esa ridícula polera,
pues era tanto mejor…
- Vaya Maximiliano Astorga… - musitó
con una risita - ¡cómo te llueven las mujeres!
- ¿Sabes dónde se
habrá metido Pablo? – preguntó Ana a José
Miguel.
Estaba preocupada porque hacía varias
horas que su hijo había desaparecido.
Iba a salir a buscarlo cuando doña
María y doña Carmen habían aparecido. Había llamado al gimnasio
donde Max trabajaba y a su móvil. Nadie parecía querer
contestarle.
Volviéndose con el ceño fruncido, José
apretó entre sus manos el móvil.
- No Anita… - expresó con cierta
intranquilidad en el semblante - ¿no dijo que iba a ir a ver a su
tío Max?
- Max no me contesta… - musitó como si
hablara con ella misma, luego reparo en el rostro del muchacho una
inquietud extraña - ¿sucede algo?
- Amanda no me contesta el teléfono… -
y oprimió los labios – y tampoco aparece
conectada…
- Debe haber salido por ahí y no tiene
señal su móvil – dijo Ana rozando la mano de José Miguel – no
tienes nada de qué preocuparte.
Asintiendo no muy convencido, José
miro un punto sin ver nada en realidad…
Desde que se había encontrado con esa
loca, estaba seguro que algo raro sucedía. No por nada Fernanda
Ramírez hacía algo… algo tenía que estar
maquinando.
- Cariño, voy a dar una vuelta por
aquí para ver si encuentro a Pablo… ¿podrías quedarte con tu
abuelita y tu tía?
- No hay problema – José esbozo una
sonrisa.
Dándole un rápido beso en la cabeza,
Ana se cruzó el bolso en el pecho y salió rumbo a la
calle.
Necesitaba encontrar a
Pablo.
Lamentaba ahora no haberle regalo ese
móvil que tanto deseaba para Navidad… claro, que ahora era su
cumpleaños y quizás pudiera complacerlo.
Estaba por cruzar la calle, cuando
apreció que venía hacia ella un hombre alto llevando de la mano a
un niño en edad preescolar. El infante lo tironeaba mientras que el
adulto sólo le sonreía.
Cuando pasaron por su lado, Ana los
observó a ambos con atención; por un segundo le pareció ver a
Julián con Pablo cuando este lo jaló dentro del departamento aquel
día en que se conocieron. Pablo, con su natural espontaneidad, le
volvió a coger de la mano e insistió en estar cerca de
él…
Imágenes de ambos conversando
animadamente relampaguearon dentro de la cabeza de Ana, sobre todo
la de unos días atrás, cuando habían ido a practicar básquet en la
mañana y ambos se habían reconciliado.
Sin querer se había asomado por la
abertura de la puerta con el ánimo de saber porque tanto bullicio,
cuando descubrió que ambos muchachos estaban sobre la alfombra
jugando algún juego de salón con Julián.
Mientras él
parecía explicarle algo a Pablo, José Miguel se levantó rodeando el
hombro y el cuello de su padre en un solo
movimiento.
- ¡Te pille
durmiendo! – vociferó el adolescente, haciendo el ademán de
retirarse.
El adulto, con
premura, tomo al muchacho de un costado, y levantándolo en vilo, lo
hizo caer en el suelo desatando una contiendo
monumental.
- ¡Ja! – expreso
el adulto con una sonrisa socarrona - ¡hagas lo que hagas te vas a
quedar pegado en el piso!
- ¡Auch! – chistó
José Miguel tratando de escabullirse por un costado - ¡apuestas en
vano! ¡soy mejor que tú!
- ¡Tómalo del
brazo, Pablo! ¡no lo sueltes!
- ¡Eso trato! –
dijo riéndose el niño - ¡pero no se queda
quieto
- ¿Dos contra
uno? ¡eso es injusto! – se quejó Julián intentando ahogar un
gruñido mientras trataba de repeler los esfuerzos de ambos críos de
hacer fuerza sobre él.
Sin poder dejar de observar la
expresión de felicidad de su hijo, algo dentro de ella se había
encogido con intensidad al ver como el espacio se llenaba de sus
risas y expresiones de júbilo.
No se había percatado de cómo ellos se
complementaban tan bien… o mejor, deseaba no
verlo.
Pero aquel era el sueño de
Pablo: tener un padre…
Mordiéndose el labio se preguntó ¿y
qué hubiera pasado si Julián no se hubiera fijado en
ella?
Un nudo se apretó en su pecho. Estaba
clara que no quería ni imaginárselo… desde el día en que él la beso
toda su vida se había girado patas arriba.
Era demasiado agobiante y poderosa
aquella sensación de cercanía y anhelo que la poseía cada vez que
él la rodeaba entre sus brazos… más aún cuando pronunciaba palabras
con ese tono especialmente ronco cerca de su
oído…
Ese hombre parece
tener el don de trastornar toda mi
existencia…
Como si fuera una adolescente
enamorada por primera vez, cada vez que pensaba en Julián un fuerte
suspiro se quedaba atorado en su pecho.
¡Quién hubiera pensado que
precisamente Julián, alguien que estaba a menos de cinco metros de
ella todos estos años, pudiera hacerla sentir así de
especial!
Julián era todo
lo que siempre desee de un hombre…
Frunciendo un labio, en tanto cruzaba
la calle, el sonido de su móvil la
distrajo.
Seguro que es
Pablo
Poniendo más atención a aquello, no se
percató que un auto con los frenos malos pasaba a escasos metros de
ella.
Al siguiente segundo, Ana estaba en el
suelo.
Andrés entró como
un trombo por la puerta principal de su
casa.
Subiendo de dos en dos los escalones
de su casa, su corazón latía desesperado y
adolorido.
Desesperado porque desde que Celeste,
su empleada, lo había llamado diciéndole que había escuchado a su
hija llorar, una angustia terrible le recorrió la
piel.
Apuesto que es
por ese mequetrefillo del basquetbolista
ese…
Y adolorido porque tuvo que dejar a
Lucía.
Ella estaba dormida cuando contestó la
llamada y no quiso interrumpir su sueño. Se veía demasiado adorable
para despertarla y preocuparle por algo que, probablemente, a ella
no debía importarle…
Ahogando un suspiro, intento dejar de
lado esa emoción que estaba aflorando por esa mujer y se concentró
en lo que realmente debía inquietarle: su hija
Amanda.
Abriendo la puerta con sigilo, Andrés
asomo la cabeza para ver el cuerpo de Amanda enroscado como si
fuera una bebé. Su cabeza estaba escondida entre sus brazos,
mientras que sus piernas estaban apegadas a su
abdomen…
Acercándose con suavidad, el hombre se
sentó en el borde de la cama y con ternura acarició el cabello de
su pequeña.
En su semblante se leía que estaba
sufriendo por algo, en tanto que sus mejillas tenían marcadas dos
líneas donde, seguramente, se habían deslizado varias
lágrimas.
Mordiéndose los labios, se juró que
quien fuera el responsable por hacer padecer a su niña lo pagaría
muy caro.
- ¿De qué te
ríes?
Alejandra había visto que Fernanda
desde que se sentaron a comer se reía sin
motivo.
- ¿Me lo preguntas a mí? – inquirió
ella con cara de inocencia mirando apenas a su
madrastra.
- Sí – respondió la mujer frunciendo
el ceño.
- Por nada… - Fernanda alzo los
hombros con despreocupación – un chiste que me contó
Gastón.
- ¿Ese chiquillo majadero? – exclamó
Alejandra con desagrado.
Fernanda se volvió hacia su madrastra
empequeñeciendo los ojos.
Cada día le parecía que esa mujer era
más insoportable.
- ¡No la molestes! – susurró Javier
tocando apenas la mano de Alejandra.
Odiaba que sus dos mujeres se pelearan
sin motivo.
Desprendiendo de un manotazo el
contacto de su esposo, Alejandra enarcó una ceja y se levantó como
resorte.
En la vida podría soportar a esa niña
tan fastidiosa.
- ¿Por qué tenía que casarte con una
mujer tan espantosa?
Fernanda miró a su padre con los ojos
grandes, mientras él sólo meneaba la
cabeza.
- Hay cosas que tú no podrías
comprender...- resopló Javier con un deje de cansancio, y esbozando
una forzada sonrisa, añadió – a veces la vida no es como uno
quisiera.
- ¡Qué pesimista eres, papá! – exclamó
la muchacha divertida mientras se pasaba la servilleta por la
comisura de los labios - ¿cómo puedes decir algo así? ¿acaso
alguien te puso una pistola en el pecho para que te quedarás con
esa mujer?
- Fernanda… - y aspirando aire para no
perder la calma, Javier miró a los ojos a su única hija – no te
estoy pidiendo la opinión respecto a mi relación con Alejandra…
sólo quiero que ambas intenten llevarse
bien.
- ¡Eso es imposible! – refutó
tajantemente Fernanda y con ademán molesto, la niña se paró de su
asiento - ¡pero allá tú con tu vida!
- ¡Cuidado como me hablas! – jadeó con
fuerza Javier encogiendo las cejas con disgusto - ¡nunca olvides
que soy tu padre, Fernanda!
- Yo no lo olvido… - susurró ella
mordiéndose los labios – sólo espero que tú no lo
hagas.
Acto seguido, Fernanda abandono la
estancia para volver a su habitación.
Cerrando la puerta con la espalda, se
apretó las manos en tanto cerraba los ojos.
Le importaba un carajo lo que su padre
hiciera con su vida.
Si era Alejandra o cualquier
fulana…
Si fuera más inteligente, intentaría
ganarse a esa mujer pues era la madre de José Miguel… sin embargo,
sólo bastaba con verlo a los ojos para saber que él no la pasaba ni
con agua.
Aspirando con ansías, sólo rezaba a
Dios que funcionara su plan… ya después ella se las arreglaría para
José Miguel Bravo se fijará en ella.
No entendiendo el
porqué debía estar ahí, Marcela observó a aquella muchacha con
cautela.
Cruzándose de brazos, no entendía la
razón del porque le había dicho que sí a
Pierre.
- Tú dirás… - susurró Marcela mirando
directamente a la joven, que se mordía graciosamente los
labios.
Sin entender nada de lo que aquella
protegida de Pierre decía, Chantal sólo alzó los hombros sin saber
más que hacer.
Ahora más que nunca lamentaba no haber
puesto más atención en clases de español.
- ¿Entiendes lo que digo? – inquirió
Marcela con un deje de duda en sus ojos
claros.
Chantal meneo la cabeza con una
sonrisita de no tener idea a lo que se
refería.
Bufando su mala suerte, Marcela cogió
su móvil y se aprestó a llamar a Pierre.
¿Qué pretendía llevándola a ese
almuerzo con una joven que no entendía ni media coma de lo que
decía?
- ¿Pierre? – expreso inmediatamente
ella apenas él contestó - ¿qué quieres que haga con esta niñita?...
¿cómo?... ¡pero si ella no entiende ni una gota de español?... está
bien.
Extendiendo el teléfono hacía ella,
pronunció el nombre de Pierre a lo que ella lo tomo en el
acto.
- Dis-moi ?
(¿Dime?)
- Et ma mère ? ne m'as-tu pas dit que
tu avais réglé une rencontre entre elle et Marcela ? (¿Y mi madre?
¿no me dijiste que habías arreglado un encuentro entre ella y
Marcela?)
- En premier lieu : où des diables
es-tu ? tu ne prétendras pas à ce que moi sois seul, celui celui
que ma tante crie! (En primer lugar ¿dónde diablos estás tú? ¡no
pretenderás que sea sólo yo a la que mi tía grite!) – resopló la
muchacha enarcando una ceja.
Marcela abrió los ojos al ver la
reacción molesta de la joven.
- J'ai eu à venir à une réunion...
(Tuve que venir a una reunión...) – se escucho un fuerte suspiro de
cansancio, a lo que Pierre expreso - bon, de toute façon : et ma
mère ? (bueno, de todos modos ¿y mi madre?)
- Ils l'ont nommée urgente de
"l'Amérique"... (La llamaron urgente de
"América"...)
- Des diables! (¡Diablos!) – jadeó con
los dientes apretados Pierre.
Marcela, en tanto, sólo miraba con la
clara sensación de que esos dos estaban instigando algo en contra
de ella…
Mirando extrañado
el móvil, Julián estaba seguro que Ana había contestado el
teléfono.
- ¿No te contestó? – preguntó Pablo
mientras se engullía una de sus papas.
- No… - y arrugando la nariz, Julián
pestañeo varias veces – puede que haya algún problema con la
señal.
Moviendo un hombro, Julián miró
fijamente por unos instantes a Pablo mientras este
comía.
Estaba seguro que de ahora en adelante
todo sería perfecto…
Mientras presionaba el número de José
Miguel, pensaba en darle una sorpresa a
Ana.
¿Cómo le pido que
se case conmigo?
Sintiéndose repentinamente como un
torpe adolescente, Julián se encontró sin saber qué
hacer.
Hacía años que él había hecho
semejante hazaña con una mujer que, indiscutiblemente, no era para
él… Ana era diferente. Era todo lo que deseaba para su
vida…
Ella y mis
hijos…
Sonaba
bien… se
dijo… ahora tengo dos hijos…
- ¿Papá? – contestó José
Miguel.
- Hijo… - sonrió Julián - ¿dónde
estás?
- Estoy en casa… - respondió el
muchacho, para luego hacer un sonido con la lengua – digo, en la
casa de Ana.
- ¿Ella está
ahí?
- No, salió a buscar a Pablo… - y con
voz vibrante, resopló - ¿a qué no adivinas quienes están
aquí?
Por Dios, que no
sea Astorga o Robles…
- ¿Quién?
- ¡Mi abue y la tía Carmen! – gritó
con alegría.
- ¡No! – respondió el adulto abriendo
los ojos - ¿en serio?
- Sip – y con humor, expresó - ¡casi
se fueron de espaldas cuando supieron que tú y Anita son
novios!
Suspirando con una sonrisa azorada,
Julián notó que le entraba una llamada.
Observando la pantalla, se percató que
esta era de Ana…
- José, Ana me está llamado… - escuchó
a su hijo hacer un chiflido, a lo que se apresuro a agregar – dile
a mamá que llegó en un rato más.
Cogiendo nuevamente el teléfono,
Julián se aprestó a hablar con la mujer de su
vida.
**************
Los paramédicos avanzaban con rapidez
por entremedio de los pasillos de la atestada sala de
urgencia.
Con la mirada pegada en una de las
fichas de los pacientes que había ingresados, el joven doctor
anotaba algo importante, cuando uno de las enfermeras lo remeció
con fuerza.
- ¡Una mujer atropellada acaba de
entrar al box 5, doctor Meliani!
Pasándose dos dedos sobre la frente,
el hombre avanzo lo que más rápido pudo hacia aquel lugar. Nada más
entrar, el rostro inconsciente de una mujer de veintitantos hizo
que se aproximara y le examinara el pulso notando como brotaba
sangre por su frente.
- Ingrésenla a cuidados intensivos –
ordeno el médico con prisa – hay que prepararla para
intervenirla.
- Sí doctor – respondió un diligente
auxiliar, que con la ayuda de un compañero.
- ¿Pido el quirófano de arriba? –
preguntó la joven enfermera mientras llenaba una ficha en
blanco.
- Sip… - musitó el hombre frunciendo
el ceño – ¿encontraste alguna identificación de
ella?
- No hay problema… es Ana María
Astorga y tengo su móvil para llamar a algún
familiar.
Luego de que Enrico Meliani se
volviera para volver a firmar unas formas, la muchacha volvió donde
él con preocupación.
- Ningún teléfono aparece aquí que me
diga que es de un familiar…
- A ver… – resopló Enrico quitándole a
la muchacha de las manos aquel aparato. Apretando el botón verde,
marco el último número al cual ella había llamado y farfulló – a
veces la suerte nos lleva a lugar
insospechados.
- ¿Ana? – preguntó una voz profunda de
hombre.
- ¿Es usted algún familiar de la
señora Ana… – y miro la hoja que tenía la enfermera –
Astorga?
- Soy su
novio.
- Pues… - carraspeo el hombre con
incomodidad - su novia tuvo un accidente vial y está internada en
el hospital del trabajador… ¿sabe dónde
está?
- Sí… sí lo sé – musitó el hombre con
aprensión.
- Venga cuanto antes… esta la unidad
de cuidados intensivos.
Ana, en tanto, ingresaba por unas
grandes puertas que decía PROHIBIDA LA
ENTRADA.
Nada más llegar, otra enfermera la
recibió, comenzando a prepararla para la operación de
urgencia.
Ella, mientras, no movía una
pestaña.
Sólo el tenue brillo del sudor que
teñía sus mejillas revelaba la vida que aún llevaba
dentro.
Abriendo un ojo y
después el otro, Max se desperezó cuan largo
era.
Moviendo todos los músculos de su
espalda y sus piernas, el hombre se movió al lado contrario con un
suspiro profundo en los labios.
Había tenido un sueño tan perfecto, y
lo cierto es que no tenía ninguna intensión de despertarse de
aquella sensación cálida que lo regocijaba
completamente.
Pasándose la lengua por entre medio de
los labios, Max retuvo en su nariz una sensación dulce que parecía
impregnar las sábanas y la almohada que
ocupaba.
Con distracción, paseo su mirada por
el lugar donde se encontraba, para luego reparar que aquel lugar no
era su cuarto.
Sentándose como por resorte, el hombre
observó con atención cada espacio, descubriendo que aquel era la
habitación de Paz.
Con asombro, notó como su ropa estaba
regada en el final de la cama fundida con la de ella, como si
hubieran tenido una pelea monumental…
No había sido un
sueño
Sin poder salir del asombro, Max
aspiro con profundidad el aroma que expelía su piel, y como si lo
hubieran marcado, ese perfume suave se deslizó haciéndolo cerrar
los ojos.
Esbozando una sonrisa espontanea, el
hombre se echo atrás con una expresión de
felicidad.
En ese instante, el sonido de su
teléfono resonó por toda la habitación.
Tomándolo con desgano, reparo que el
número de era de Julián.
- ¿Aló? – respondió este con
cautela.
No recordaba haberle dado el número,
aunque claro, también podría haber sido cuando se emborrachó esa
vez celebrando con un amigo el día de la
secretaria…
- Ha ocurrido algo grave… - comenzó
diciendo Julián.
Con la sensación de que le zumbaban
los oídos, después que hablara con Julián, este saltó de la cama
como si lo hubieran expelido.
- ¡Paz! – gritó mientras se ponía lo
primero que encontraba - ¡Paz! ¡ven! ¡es
urgente!
Con el rostro pálido, Paz se apersono
en la puerta de la habitación con el ceño fruncido sin comprender
lo que estaba diciendo.
- ¿Qué te
sucede?
- Julián me llamó… - resopló mientras
se ponía una polera al revés con los ojos vidriosos – Ana ha
sufrido un accidente.
Tapándose la boca, Paz tardó dos
segundos en reaccionar para buscar ropa que
ponerse.
No puede
ser…
Eduardo trago su
propia sangre mientras se pasaba la manga de la
chaqueta.
Con la vista nublada, el hombre sólo
esperaba que al llegar a casa, Lucía no se pusiera de los
nervios.
A pesar de todo le tenía cierta
lástima…
Ella había demostrado a lo largo de
estos diez años adorarlo hasta colocarlo sobre un altar. Por ello,
odiaba como seguramente ella se pondría cuando sacara sus cosas de
la casa, y se diera cuenta que todo había
acabado.
Con paso rápido se aproximó a su
habitación. Mientras sacaba una valija encontró que la cama estaba
toda revuelta…
Enarcando una ceja, se dijo que
probablemente Lucía se había levantado hacía
poco.
Sacando unas prendas del armario, notó
como a los pies de la cama había ropa descuidadamente desperdigada.
Frunciendo la mirada apreció que además había un par de calcetines
que no reconocía…
Tomando uno de la punta, lo olisqueo
con reserva dándose cuenta que aquellos eran de otro
hombre.
Haciendo un respingo, Eduardo lanzó
aquella media al suelo con más fuerza de la
necesaria…
Saliendo del dormitorio hecho un
quique, se topó frente a frente con la sirvienta que traía sábanas
y cobijas limpias.
- ¿Dónde está Lucía? – la apremió
Eduardo.
- La señora… - balbuceo la mujer mayor
– sa… salió hace unos… quin… ce minutos…
- ¿Dónde? – vocifero el
hombre.
- No… no lo sé,
señor.
Haciendo un chasquido con la lengua,
se dirigió hacia la calle con la idea de estrangular a
alguien.
*************
Preso de una gran desesperación,
Julián atravesó la puerta de aquel hospital como si el alma la
tuviera pendiendo de un hilo.
A su lado, Pablo lo seguía tomado de
la mano con la mirada anhelante…
Ninguno de los dos había dicho nada
más durante el camino desde que supieron aquella lamentable
noticia, y como si apretaran un crucifijo entre sus manos, la
expresión de ambos era de quienes estuvieran en constante
expectación.
Mordiéndose el labio, Julián se acercó
a la recepción. En poco tiempo estuvieron en cuidados intensivos y
se encontraron en una salita donde una señora madura tenía la vista
pegada en el suelo y una pareja de jóvenes se abrazaban con el
rostro húmedo.
- ¿Y ahora? – preguntó el niño
tragando saliva.
No quería llorar. Tenía que ser
fuerte… su madre se iba a poner bien.
Ella nunca se iba a apartar de su
lado. Se lo prometió muchas veces y tenía que cumplir su
palabra…
Ella va a estar
bien…
- Quisiera saber el estado de Ana
Astorga - le preguntó Julián con una mueca de angustia a una
enfermera que salía en ese momento de unas amplias puertas donde
decía “Restringida la entrada”.
- ¿Es usted un familiar? – preguntó la
joven mujer entrecerrando el cejo.
- Soy su esposo – expreso por fin
Julián después de dos o tres segundos de dudas, mientras se pasaba
la mano por sobre el cabello.
Aquella mentirilla le daría ventaja
para que no lo hicieran a un lado. Necesitaba desesperadamente
saber de su Ana…
- La están interviniendo… - señaló la
mujer con los ojos cautos – por ahora tendrán que
esperar.
- ¿Se demorarán mucho? – inquirió
Pablo con aprensión.
- No lo sé… - meneo la cabeza la
enfermera mirando al niño con un deje de lástima – en estas cosas
nadie sabe.
Aspirando mucho aire, Julián asintió
como quien no le queda de otra, y adelantando un paso hacia Pablo,
este se abrazó a él con fuerza.
- Ya verás que tu mamá va a estar
bien… - susurro contra su pelo – no te angusties… ella estará
bien…
La enfermera, alzando una ceja,
observo por un instante aquella escena para luego volver al
trabajo.
Hay que ver como
algunas mujeres tienen suerte…
se dijo mientras el ascensor cerraba
las puertas y vislumbraba la silueta de aquel par…
ojala Dios le dé
vida para seguir disfrutando de semejante hombre y esa monada de
hijo.
Gregorio siguió el
auto que conducía Max por la vía.
El hombre parecía casi volar por la
autopista, y encogiendo una ceja, notó como este había salido a
trompicones de su casa seguido de esa linda mujer, que a pesar de
ir tan desarreglada, de igual modo, se veía
atractiva.
Incluso aquella
se parece algo a mi madre…
Frunciendo el labio, el muchacho
apretó el volante entre sus manos al darse cuenta el rumbo que
tomaban sus pensamientos.
Por ningún motivo iba a mezclar a su
madre en las idioteces de ese hombre por muy padre de él
fuera…
Resoplando con extrañeza, aprecio como
Max estacionaba con rapidez su carro en las afueras del hospital, y
tomando de la mano a la mujer, ambos se adentraron con premura en
el centro asistencial.
Intentando no perderles la pista, se
apresuro a seguirlos.
Con el corazón acelerado llegó a la
zona de cuidados intensivos donde, con precaución, busco la mejor
manera de observarlo sin ser visto.
El hombre que había atisbado aquel día
en que a la señora Sofía le había dado un soponcio se irguió y
hablo con Max con ademán afectado…
De pronto, su mirada se centro en el
rostro compungido de un niño que al adelantar dos pasos a Astorga,
este alargo los brazos y se aferro a él por un extenso
momento.
Tragando saliva, Gregorio sintió como
el aire iba y salía de su nariz mientras que una rara emoción se
colaba en su sangre… y ahogando un suspiro, negó las sensaciones
que aquel abrazo produjo en su interior.
A pesar de que siempre se las había
arreglado muy bien solo, quizás, y sólo quizás, su vida habría sido
distinta si Max se hubiera interesado en
él…
Luego de que el niño se despegara de
la cercanía de Max, se acercó a darle un amoroso beso a aquella
mujer, y regreso a abrazarse del hombre que parecía estar a
punto de llorar.
Cogiendo el teléfono con la idea de no
ser vulnerable ante esos pensamientos que le evocaban sus propios
fantasmas, Gregorio decidió informar a doña Sofía los pasos que
había hecho Max…
Lucía se aferró al
abrazo de Juanita como si se le fuera la propia
vida.
- Calma… - le susurró la buena mujer,
intentando buscar algo más que decir para tranquilizar a la hija de
Ricardo – tienes que decirme lo que sucedió primero para que ver si
puedo ayudarte.
- No sé si pueda… - resopló con la
mirada húmeda mientras escondía la cara en el hombro de Juanita –
estoy demasiado avergonzada.
- ¡Por Dios, Lucía! – exclamó la mujer
haciendo un gesto de cansancio - ¿podrías dejar de comportarte como
una niñita y decirme de una buena vez que es lo que te
ocurre!
Luego de inhalar varias veces y
pasarse los dedos por entremedio de los ojos, Lucía intentó
recomponer en algo su compostura y procedió a narrarle a Juanita
los pormenores de lo sucedido entre Andrés y
ella.
- ¿Andrés? – inquirió la mujer
pestañeando muchas veces sin poder creerlo.
- ¡Anda! ¡dilo! – resopló Lucía
sintiéndose cada vez más abochornada - ¡es lo más increíble que has
escuchado! ¡meterme hasta las orejas justamente con el hermano de
mi todavía marido! – y apretándose la cara, murmuró - ¡sólo a mí me
tienen que pasar estas cosas!
Acariciando su cabeza, Juanita espero
un momento prudente hasta que Lucía estuviera dispuesta a
escuchar.
- Lo que sucedió entre ustedes dos fue
algo totalmente espontaneo… - Lucía enarco una ceja no estando muy
segura de que había escuchado bien, a lo que Juanita insistió – no
te preocupes… si fue algo casual, sólo basta con que te alejes de
él lo suficiente como para que él lo entienda… - y alzándole el
rostro, musitó cerca de ella – pero no te sonrojes ni te
avergüences de lo que sucedió. Ambos son adultos y estas cosas
pueden ocurrir.
- Pero… – Lucía torció un labio y, con
un suspiro pesado, expresó – Andrés y yo apenas cruzábamos dos
palabras… nunca demostró tenerme alguna consideración especial… ¿y
ahora resulta que le gustó?
- Hay cosas que no tienen
explicación.
- ¿Crees que él pueda ser el hombre de
las cartas? – preguntó de pronto Lucía recordando la imagen que
Juanita había descrito – es decir… ¿podría ser
Andrés?
Podría haber jurado a pie junto que el
hombre de su vida era Julián; desde que se conocieron en la
facultad ambos habían sido muy afines… siempre prudente, el hombre
jamás hacía nada sin expresarlo en voz alta… claro que ahora las
cosas habían cambiado desde que apareció en escena la fichita de
Ana Astorga.
Los segundos de silencio que siguieron
hicieron que Lucía tragara saliva.
- A veces los caminos de la vida nos
llevan por senderos insospechados…. - y mostrando una luminosa
sonrisa, Juanita rozó la mejilla de la joven mujer – no te afanes
en encontrarle a todo una razón… - y mirándola de frente, señaló -
Mi consejo: si te interesa ese hombre, disfruta del momento… no hay
otro mejor que ahora… no te empeñes en lo que fue… eso quedo en el
pasado, y el mañana está demasiado lejos de
nosotros.
Pasándose un diente por sobre un
labio, Lucía tenía que admitir que Andrés García sabía hacer vibrar
el cuerpo de una mujer hasta hacerla tocar el cielo con ambas
manos.
Y aún cuando se lo negara y se dijera
que aquello no era correcto, deseaba volverlo a
ver…
- ¿Estás
bien?
La voz profunda de su padre hizo que
Amanda alzara el rostro con un poco de
aprensión.
Él estaba sentado frente a ella con
una expresión preocupada en el rostro.
Intentando despabilarse, ella se sentó
sobre la cama, arreglando a medias el desorden de su cabello. Sabía
que no lograba mucho con mentirle pero no deseaba destapar la
angustia que seguía presionando su pecho.
- Mejor… - e intentando mostrar una
sonrisa, expreso – me estuvo doliendo la cabeza toda la mañana
y…
- Amanda… - Andrés se cruzo de brazos
y respiro muy hondo – te pido por favor que no intentes engañarme…
sé que estuviste llorando y quiero saber en este instante debido a
que.
- ¿Quién te dijo eso? – resopló ella
alzando las cejas y los hombros con
despreocupación.
- Amanda… - su padre se acercó a ella
con la mirada ansiosa – yo soy tu padre… te conozco mejor que nadie
en este mundo… ¡sabes que sea lo que sea lo que te suceda de igual
modo lo sabré!
- ¡No seas melodramático, papá! –
rezongó la muchacha pasándose la mano por sobre una hebra de su
cabello que se descolgó sobre su frente – sólo me siento
agripada.
Asintiendo no muy convencido, Andrés
se pasó la mano por sobre el rostro y acepto por ahora la versión
de su hija… pero estaba seguro que había algo
más.
- ¿Don Andrés?
La voz preocupada de la empleada de la
casa, hizo que ambos volvieran sus miradas hacia
ella.
- ¿Sí?
- Don Eduardo esta en el salón… - y
poniendo expresión de miedo, resopló - ¡está hecho una
fiera!
Tragando saliva, Andrés aspiro todo el
aire que pudo.
Ahora tenía que enfrentarse con su
hermano y hacerse cargo de lo que había
hecho.
*****************
Con prudencia, José Miguel observó el
semblante preocupado de su padre mientras que su abue tomaba su
mano.
Nunca en su vida lo había visto tan
ensimismado y la mirada tan vidriosa.
Notando como Pablo se había alejado de
ellos, apreció como este tenía la vista hacia el exterior como si
no viera nada en realidad.
- ¿Qué haces? – preguntó una vez que
se decidió a unirse a él.
Pablo, con un gesto cansado, se mordió
un labio con un gesto nervioso.
Había estado pensando todo estas horas
en lo frágil que era su madre… nunca la había visto resfriada o con
una dolencia, y el hecho de que ahora su vida pendía de un delgado
hilo ponía todo su ser en total tensión.
- ¿Quieres comer algo? – lo instó José
Miguel intentando buscar la formar de
animarlo.
No le gustaba ver a Pablo de ese
modo…
Pablo sólo movió la cabeza y
suspiro.
- No tengo hambre… – resopló al
cabo de unos segundos al ver como el adolescente insistía en verlo
con una expresión taimada – en serio.
- Está bien… - susurró con la mirada
entornada – pero luego te comerás aunque sea un sándwich… ¡por
ningún motivo quiero que te enfermes!
Resoplando con frustración, Pablo alzó
la mirada y observo detenidamente el rostro de José
Miguel.
Apretando la garganta, se había dicho
que no iba a llorar… si lo hacía, estaba seguro que no podría
parar…
Alargando un brazo, el adolescente,
rodeo un hombro del niño y lo apego a su
lado.
- No te angusties… - y se mordió un
labio con pesar – Anita está luchando... – apoyo su cabeza en la de
Pablo – ella no se irá a ninguna parte… no lo
hará…
Asintiendo con suavidad, Pablo estaba
de acuerdo.
Su madre por ningún motivo se podía ir
ahora…
De pronto, las miradas de ambos críos
se dirigieron a un hombre y una mujer mayores que hacían ingreso a
la salita. José Miguel se fijó que detrás de ellos, un joven de
mirada oscura, los observaba a prudente
distancia.
Pablo reconoció a uno de ellos. El
hombre era el mismo que había visto en la oficina de
Julián.
- ¿Cómo está mi hija? – gimió la mujer
aferrándose a la polera de Max, quien en ese instante tragó saliva,
y suspiro profundamente.
Astorga se acercó a Julián y, con la
mirada vidriosa, lo observó por un largo
momento.
- ¿Qué es lo que dijo? – resopló Pablo
como si hablara para sí mismo.
- No lo sé… - susurró José Miguel algo
atontado. Él había escuchado que esa mujer había dicho “hija”, pero
no estaba seguro a que era lo que se
refería.
Ultimadamente la gente utiliza esa
palabra con un fin cariñoso, y puede que esa señora le tuviera
cierto afecto a Ana, aunque…
El adolescente fijó los ojos en el
rostro de esa señora, dándose cuenta que la forma de sus ojos y el
color de su tez le fueran familiares.
- ¿Pablo?
La voz cauta de José hizo que el niño
se volviera hacia él.
- ¿Por qué no me acompañas afuera? – y
metiéndose las manos en los bolsillos, expresó – puede que tengamos
suerte y alguien pueda informarnos algo de
Anita.
Con el ánimo de aligerar la presión
que sentía en el corazón, Pablo estuvo de
acuerdo.
Necesitaba un poco de
aire.
El sonido de la
máquina conectada al corazón era regular.
Meliani se pasó el dorso de la mano
enguantada por sobre el gorro, y aspirando con fuerza, se dijo que
su dolor de cuello tenía que esperar.
Su especializado equipo estaba
cansado, y es que las operaciones al cráneo eran de una complejidad
que, a veces, todos los músculos de la espalda se le
agarrotaban…
El pitio de una de los aparatos, puso
en alerta a una aletargada arsenalera, quien examino poniéndose
blanca de golpe.
- ¡Estamos perdiendo
pulso!
Sintiendo una gota fría correr por su
cara, Enrico se apresto a continuar aún a riesgo de que todo
saliera mal… lo cierto es que no existían más
alternativas.
- ¡Chequea el corazón y revisa su
presión! ¡no la vamos a perder! – expreso el hombre mientras
cauterizaba una vena y poder proceder a
cerrar.
- ¡Esta en 90 y sigue
descendiendo!
No me la va a
ganar
Mientras, Ana parecía estar envuelta
en una bruma…
Era como estar caminando en una niebla
tan espesa que apenas veía algo.
Tropezándose varias veces, se encontró
que una silueta oscura parecía extender una
mano.
Tragando saliva, un extraño escalofrío
se deslizó por su espalda haciendo que escondiera su mano y su
corazón palpitara con más rapidez.
Está
aumentando
Una voz que desconocía repicó en el
medio de la nada, dejándole un sensación de angustia… aquella tenía
un timbre de urgencia que puso su cuerpo en
tensión.
Atentos a un
paro
Abriendo los ojos sin entender de qué
se trataba, observó como la mano que le ofrecía aquel ser oculto
cada vez se alejaba más de ella…
Cuidado
Por instinto, Ana alargó dos pasos en
pos de ese desconocido, y extendiendo su mano, con apremio, agarró
los dedos de aquel en tanto cerraba los ojos.
Marcela enarcó una
ceja sin entender porque Chantal la llevaba hasta su
casa.
No es que le desagradara la muchacha,
todo lo contrario, pero lo cierto es que le ponía de los nervios
aquello de no poder comunicarse con ella…
Ninguna de las dos sabía hablar algún
idioma que les permitiera entenderse, por lo que parecían un par de
mudas una frente a la otra.
Acomodándose un mechón de su cabello,
Marcela apreció como su móvil sonaba. Seguro le había llegado un
mensaje.
Con la idea de que era Paz,
molestándola por su ausencia en el colegio, sus ojos claros
quedaron fijos en el texto y su labio inferior tembló
levemente…
No es
cierto…
Tragando saliva, se apresuro en llamar
a Pierre.
- ¿Aló? – resopló apenas este atendió
el teléfono – necesito urgentemente que le digas a tu prima que me
lleve al hospital del trabajador.
- ¿Sucede algo? – inquirió Pierre
percibiendo la tensión de su voz.
- Un accidente… - balbuceo algo
atontada – una buena amiga… un accidente…
- ¡Calma! – susurró con voz suave –
pásame a Chantal… y tranquilízate… todo saldrá
bien.
Obedientemente, Marcela hizo lo que
este le pidió mientras que la muchacha hacía un respingo de no
entender.
Al cabo de un minuto, la muchacha giró
el vehículo en dirección contraria, y conecto el Gps junto al móvil
en alta voz.
- D'un accord Pierre... (De acuerdo,
Pierre…) – expreso Chantal observando alternativamente la vía y el
gps de vehículo.
- No te preocupes Marcela… - señaló la
voz de Pierre desde el móvil – llegaras a
tiempo.
Mordiéndose el labio, Marcela miró a
la muchacha que tenía a su lado con cierta
ternura.
- ¿Cómo se dice gracias en francés? –
preguntó la mujer acercándose al aparato.
- Merci – contestó
Pierre.
- Merci Chantal – dijo Marcela mirando
directamente a la joven. Sus buenos modales le prohibían no ser
agradecida con alguien que se mostraba tan condescendiente con
ella, a quien apenas conocía.
Chantal, volviéndose a penas, dibujo
una sonrisa.
- De rien, Marcela... (De nada,
Marcela)
- ¿Por qué no nos
habíamos dicho nada? ¿por qué me tengo que enterar de esta manera
tan siniestra?
Sofía observó con los ojos muy
abiertos el rostro pálido de su hijo mayor, mientras este respiraba
con fuerza sin saber que decir. Estaba tan abrumado que no se le
había ocurrido hacer nada.
- Lo siento mamá… - susurró Max
alzando las cejas confundido – lo siento en
verdad…
La mujer, oprimiendo con ganas los
labios, dejó correr dos gruesas lágrimas por sobre su perfecto
maquillaje, en tanto, Gregorio observaba como Max alargaba una mano
y abrazaba con dulzura el cuerpo de su
madre.
- Tranquila… - musitó el hombre
extendiendo sus dedos por sobre su cabello – Ana es una luchadora…
no te angusties… mi hermana saldrá de esto sana y
salva…
Mientras Sofía apretaba los ojos con
fervor, Juan Pablo se sitúo cerca de Julián, y luego de que este
parecía ignorarlo, el hombre mayor se mordió el labio de un modo
perturbado.
- ¿Cómo está mi nieto? – preguntó con
suavidad cuidando de no verlo directamente.
- Muy nervioso… - expreso Julián con
la vista pegada en el paisaje que ofrecía la ventana de la salita –
y preocupado.
- Esas señoras… - musitó Astorga
mirando de reojo a las mujeres que le veían con curiosidad - ¿son
familiares tuyos?
- Sí… - y tragando saliva, Julián
volvió su mirada hacía él y señaló a las dos mujeres que
intercambiaban un par de palabras con expresión desolada – son mi
madre y mi tía Carmen.
Con ademán correcto, el hombre se
separó de él, y acercándose con cortesía, se sentó al lado de las
mujeres.
Estirando levemente el labio, Julián,
de soslayo, atisbó como Astorga mantenía una amable conversación
con su madre y su tía… pestañeando, vislumbró como María abrió los
ojos sorprendida, seguro, al saber que aquel era el padre de
Anita.
Meneando la cabeza, Julián volvió su
mirada hacia el exterior con una plegaria en los
labios.
No te la lleves…
por favor… dame la oportunidad de hacerla feliz… sé que antes fui
muy egoísta y no me di cuenta de la maravillosa mujer que estaba a
sólo dos pasos de mí, pero ahora… ahora no podría vivir sin ella…
definitivamente no podría…
El sonido de su teléfono, hizo que
Julián se sorbiera su nariz y, con un gesto automático, se paso la
mano por sobre el rostro y contestó.
- ¿Julián? – la voz de Alejandra
sonaba preocupada – siento llamarte, pero he intentado hablar hace
rato a José Miguel pero no me contesta… ¿pasó
algo?
Humedeciéndose los labios, Julián se
dijo que no sacaba nada con ocultarle a su ex mujer lo que estaba
ocurriendo.
Gregorio, luego de
alejarse del grupo, notó como ese par de chicuelos se alejaba sin
más y decidió ir detrás de ellos.
Aguzando la mirada, algo en su
interior le decía que algo estaba
ocurriendo.
Examinando con precaución el rostro
del muchacho más alto, además de notar cierto recelo en su
expresión, le pareció que aquel se tomaba muy en serio su papel de
hermano mayor… en tanto, el más pequeño, algo parecía ocurrirle a
su sexto sentido cuando sus ojos chocaban con la vista castaña de
ese niño.
- ¿Te sucede algo? – preguntó de
pronto el muchacho de cabello claro, quien se acercó a él a grandes
zancadas - ¿se te perdió algo? ¿tenemos algo que se te haya
perdido?
Pestañeando con algo de extrañeza,
Gregorio tenía que admitir que ese jovencito tenía
agallas.
- No… - resopló con voz ronca - ¿por
qué?
- Nos estas mirando hace mucho rato… -
contestó José Miguel cruzándose de brazos prestando atención
abiertamente aquel tipo.
Tal vez tendría
unos 18 o 20 a lo más… se dijo… quizás hasta practique algún
deporte…
Había advertido que aquel estaba en
buen estado físico, sin embargo, no se iba a dejar amedrentar. No
si se trataba de Pablo y él.
- Me son cara conocida… - respondió de
inmediato Gregorio esbozando una falsa sonrisa y cruzándose de
brazos, resopló – de hecho, me parece haberte visto en alguna
parte… - y sobándose la mandíbula, expreso – o a tu
papá.
- ¿Conoces a mi papá? – preguntó José
como si no le creyera nada.
- Anoche lo vi junto a un hermosa
dama… - indico Gregorio con énfasis observando cómo ambos chicuelos
cambiaban de actitud.
Algo deben ser de
Ana
- Ella es mi mamá… - señaló Pablo
adelantando un paso hacia Gregorio – es ella la que está en el
quirófano.
- ¿Y qué le sucedió? – preguntó el
joven. Hasta anoche parecía ser una mujer que disfrutaba de una
excelente salud.
- Nos dijeron que un accidente en la
calle… - resopló Pablo todavía sin poder creerlo – Ju… papá no
quiso decirme nada más.
Por sí la dudas, Julián le había dicho
que en todo momento dijera que era su
padre.
No quisiera que
me apartaran de tu madre, por nada del
mundo…
En tanto, José Miguel sólo tragó
saliva haciendo un respingo de incomodidad. Nunca en su vida pensó
que Ana tendría que pasar por una cosa así.
- Lo siento – pronunció Gregorio con
pesar.
Después de todo, aún cuando no sentía
mayormente afecto por la hermana de su padre, sí podía sentir
lástima por esos muchachitos que al parecer lo estaban pasando muy
mal.
- ¿Algún familiar de Ana María
Astorga? – expresó en voz alta un hombre con aspecto cansado
vestido con ropa verde y con un gorro blanco de operación puesto en
la cabeza.
- ¡Nosotros! - señaló José Miguel con
apuro, tironeando a Pablo – nosotros somos sus
hijos.
- ¿Y su padre? – preguntó el
hombre.
- Está en la salita de
espera.
Mordiéndose un labio, el doctor indico
a los muchachos que lo siguieran
Con cierto nervio,
Andrés observó como su hermano se paseaba por su despacho como gato
enjaulado.
Sus ojos verdes, parecían dos
estalactitas dispuestas a masacrar a cualquiera que se le
atravesara en el camino.
Ingiriendo su propia saliva con algo
de temor, Andrés intento tranquilizarse. Nadie sabía lo que había
sucedido entre Lucía y él…
- Hola Andrés… - resopló Eduardo nada
más volverse y ver a su hermano - ¡qué bueno
verte!
Avanzando tres pasos abrazo con
profusión el cuerpo de su hermano, enterrando el rostro en el hueco
de su cuello.
- ¡Estoy que la ira me consume por
dentro! – jadeó una vez que se alejó de Andrés - ¡nunca podrás
creer lo que acabo de enterarme!
- ¿De qué? – preguntó Andrés con
desconfianza.
- Lucía… - expresó con la boca
fruncida – Lucía me engaña con otro hombre.
Pasándose la mano por la nariz, Andrés
intentó pasar su incomodidad como un acceso de alergia y no ver de
frente la expresión de circunstancia de
Eduardo.
- ¿Lo habrías podido creer? – siguió
diciendo con un tono que decía que él no podía hacerlo - ¿Lucía? –
y se volvió al gran ventanal que daba un jardín de pasto
limpiamente cortado mientras decía – ese viejo de Robles estaba muy
seguro que su hijita era una santa… ¡así no más que muchas veces la
boca se nos cae ahí mismo!
Andrés, alzando una ceja, torció el
labio sin saber que responder. Rascándose el cabello, sintió que el
bolsillo de su pantalón vibraba.
- ¿Puedo? – indico Eduardo señalando
un botella de escocés.
- Claro… - contestó Andrés como si
aquello no tuviera importancia mientras sacaba con velocidad el
aparato reparando que le había llegado un
mensaje.
Necesito verte…
Lucía.
Sintiendo que la boca se le ponía
seca, una sonrisa espontanea se deslizó en sus labios provocando
que guardara el móvil con rapidez antes que su hermano se tornará
hacía él con la copa de licor.
- ¿Quieres? – le
ofreció.
- No… - negó con la cabeza – tengo que
hacer.
- ¿Qué opinas de lo que te acabo de
decir?
- ¿Sobre Lucía? – inquirió el
susodicho intentando mostrarse normal. Eduardo asintió con la cejas
a lo que Andrés, resopló – no conozco a tu mujer lo
suficiente.
- Ex mujer… - expreso Eduardo como si
fuera un murmullo – después de esto, está claro que la providencia
está de mi lado…. – al notar que su hermano hizo un gesto de no
comprender, añadió – no creas que no estoy molesto, pero sí estoy
aliviado… aquel idiota no sabe en lo que se mete al fijarse en esa
mujer… ¡es como tener un gato empalagoso!
Ladeando un labio, discretamente,
Andrés tenía que concederle la razón a Eduardo… Lucía era como un
gato… cálido y que ronroneaba junto al lado de su
oído…
Todos en la
habitación miraban con expectación al hombre que estaba frente con
ellos.
María y Carmen se apretaban las manos
con inquietud, mientras que Sofía y Juan Pablo se dirigían miradas
de angustia sin saber más que hacer.
En tanto, Julián ni siquiera quiso
respirar. Sentía que sí lo hacía algo dentro de él se rompería. A
su lado, Pablo y José Miguel se tomaron cada uno de su mano sin
dejar de ver al médico con ademán afectado.
- ¿Cuánto tiempo Ana estará
inconsciente? – preguntó Max con voz ronca.
Todo el tiempo que estuvo esperando
una respuesta rogaba que todo esto sólo fuera un mal
sueño…
Paz, rozando su espalda, sus ojos eran
un delgada línea castaña. Consideraba que si los abría un poco más,
el dique de lágrima que sostenía se quebraría sin remedio, por lo
que opto por apoyarse en Max.
- No puedo precisarlo… - enunció
Enrico con pesar frunciendo la frente – las operaciones a la cabeza
son de difícil pronóstico… aunque lo importante es que salió del
riesgo vital… ahora es importante tener paciencia y
esperar.
- ¿Quedo con algún daño? – se animo
preguntar Astorga con la garganta apretada.
- No… - meneo la cabeza el facultativo
– tuvo mucha fuerte que fuera un tec abierto… - resoplando con
cansancio, agregó – de todos modos, hoy puede quedarse a
acompañarla un familiar.
- ¡Yo! – gritó Sofía con aprensión -
¡yo quiero! ¡soy…
- ¡No! – regaño Juan Pablo apretando
el brazo de su mujer y mirándola con reprensión, señaló con
prudencia – creo que en este caso, Ana debería estar acompañada por
su marido.
Enarcando una ceja, Max volvió su
rostro hacia Julián. Aún cuando no estaba muy acuerdo con toda esta
pantomima, tenía que admitir que el hombre se estaba arriesgando
mucho…
La quiere después
de todo
- ¿Quién es el marido de la señora? –
preguntó el doctor con el ánimo de dar por terminada esta
conversación. Había estado de guardia 16 horas, y más las 5 horas
de la operación, ya no podía más con su
alma.
- Yo – señaló Julián adelantando un
paso con seguridad.
- Sígame señor… - indicó el hombre
señalando un pasillo.
Haciendo un gesto a su madre enseñando
a los muchachos, dio un beso a cada uno murmurando una promesa que
llamaría a penas despuntara el alba… luego de eso, siguió al médico
con ansiedad. Lo único que deseaba era ver como estaba Ana y poder
sostenerle la mano.
Luego de llevarlo a un vestidor y
colocarle ropa verde, el doctor Meliani lo hizo a entrar a una
habitación luminosa, donde al medio, el rostro pálido de Ana
reflejaba un profundo agotamiento. Unas profundas ojeras surcaban
sus ojos, mientras que sus labios rojos, parecían algo desteñidos
como si tuviera frío.
- Puede dormir ahí… - dijo mostrando
un cómodo sillón – cualquier cosa presione el botón que está a la
derecha de la mesita.
Afirmando con la mirada pegada en el
rostro de Ana, Julián adelanto sus pasos hacia
ella.
Una vez que sintió que se quedo solo,
el hombre deslizó suavemente un dedo por sobre la mejilla de Ana, y
extendiendo su caricia, se acercó con los ojos fijos en ella…
luego, con el iris humedecido, extendió los labios y procedió a
besarla con el mayor fervor y delicadeza sobre su descolorida
frente, murmurando cuanto deseaba volver a estrecharla entre sus
brazos.
Nada más Julián
perderse en un pasillo, los pasos acelerados de Marcela se
escucharon como un redoble de tambores por todo el
piso.
Jadeando, la mujer apenas vio a Paz,
se estrecho en un potente abrazo donde escondió su cabeza con
profundo dolor. Dos lágrimas rabiosas se escabulleron de su
control, mientras que Paz le acariciaba la espalda mordiéndose el
labio.
A prudente distancia, Chantal observó
la escena.
Cada segundo que pasaba se daba cuenta
del porque Jean había querido refugiarse en la compañía de esa
mujer. Estaba de más decir que Marcela Milic era precisamente una
mujer como pocas: de mirada intensa, de sonrisa amable y de
personalidad fuerte, la cual no tuvo ningún reparo en enfrentarse a
su querida tía.
Quizás por ello
Pierre está absolutamente
encandilado…
Esbozando una suave sonrisa, tenía que
aceptar que Marcela era alguien a quien le cogería un cariño
entrañable… no muchas personas tenían esa cualidad particular de
relacionarse con el otro con un mínimo de elementos para
comunicarse.
- ¿Tú por
aquí?
La voz de Gregorio hizo que Chantal se
sobresaltara y se volviera con el corazón
acelerado.
- ¿Gregorio? – exclamó ella con un
tono sorprendido y pestañeando con algo de timidez, bajo la mirada
hacia el suelo con azoro - ¿y tú?
- Vengo a acompañar a doña Sofía… -
resopló este con sutileza, observando atentamente el suave rostro
de la muchacha con un deje de tristeza – su hija acaba de tener un
accidente.
- ¡Pobre! – gruñó ella con voz
inaudible elevando sus ojos - ¿está fuera de
peligro?
- Al parecer sí… - indico él – pero
todavía no despierta… el golpe que se dio en la cabeza fue
demasiado fuerte.
- Es una lástima… - aprecio ella
mirando a Gregorio.
- Me preguntaba si tenías planes para
más tarde… - los ojos oscuros del muchacho dejaban entrever lo
mucho que le agradaría contar con su cercanía –podríamos cenar y
charlar un rato.
- Pues… - Chantal rodó dos dedos por
sobre algunos mechones de su cabello, y presionando fuertemente un
labio, se dijo que el tiempo en esta tierra se le escurría entre
las manos, y afirmó – de acuerdo.
- ¿A las 8? – reafirmó él, mientras
tragaba saliva.
- En el “Chateaû Clemont”… - susurro
refiriéndose a un restaurant francés que estaba a media cuadra de
donde se hospedada.
- Perfecto…
Andrés movió la cabeza muchas veces
por entre las personas dentro de la atestada
galería.
Lucía le había escrito otro mensaje en
que le decía que se vieran en un café de la zona
céntrica.
Rascándose el cuello nervioso, no
quería ni pensar en lo que ella le diría, y menos, lo que su
hermano había pensado sobre ella, pues, aún cuando era cierto que
se habían acostado, apostaba 2 a 1 a que Lucía nunca había tenido
otro hombre a su lado…
Enarcando una ceja, recordó como ella
respondió a sus cariños y en la forma en que se movía debajo de él,
como si nunca en la vida hubiera conocido las caricias de un
hombre.
Ahogando un pensamiento nefasto, no
quería imaginarse que su hermano se hubiera privado de haberle
hecho el amor a su mujer… aquella era una entre pocas, entusiasta y
bien dispuesta, que pocos rechazarían en su cama y en su
vida.
De pronto, como si fuera una
aparición, la vio…
Su delicada mano afirmaba el mentón de
su rostro, mientras que sus ojos descansaban sobre algo que tenía
en enfrente.
Sintiéndose en verdad estúpido, Andrés
se pasó la lengua entre los labios y se dijo que al mal paso darle
prisa.
No era un misterio para él que ella
siempre estuvo enamorada de su hermano y está metida de pata sólo
fue la consecuencia lógica del despecho y del dolor que el hombre a
quien amaba la hubiera traicionado.
- Buenas
tardes.
Nada más escuchar el sonido de la voz
de Andrés Lucía sintió que los vellos de su piel se erizaran de
conmoción. Alzando la vista, pestañeó con suavidad y le indico que
se sentara frente a ella.
Andrés, mordiéndose el labio, hizo
caso de lo que ella le pedía, e intentando no perder la calma, se
le quedo viendo con la mayor ecuanimidad
posible.
- ¿Cómo estás? – preguntó ella con
expresión compungida.
- Bien… bien…
Acomodándose una hebra de su pelo,
Lucía paseo sus ojos por sobre la calidez del semblante de Andrés y
ahogo un suspiro.
Andrés, en tanto, se le quedo viendo
como si nadie más existiera alrededor… y pretendiendo no mostrarse
afectado, pestañeó varias veces al tiempo que mostraba una amable
sonrisa.
- ¿y tú? – preguntó él después de un
minuto o dos de silencio.
- ¿Yo qué? – inquirió Lucía con un
deje de desconcierto.
- ¿Cómo has estado? – resopló Andrés
ahondando más su sonrisa.
Sin poder contenerlo más, Lucía exhaló
un profundo suspiro y se le quedo viendo a los ojos con
tibieza.
- He pensado mucho en ti… - expresó
ella mientras se apretaba la boca. Separando los labios con
sorpresa, Andrés los estiro haciendo un respingo de ansiedad – y
aunque sé que todo esto ha sido muy raro, creo... creo que tú y yo
nos entendemos.
- ¿Lo crees? – resopló él, alargando
una mano para tomar una de Lucía – yo creo que es más que
eso.
Estirando sus dedos, Andrés abarcó
toda la mano de ella, acariciando cada espacio de su piel… en
tanto, un ardoroso estremecimiento se coló entre ellos junto con
una fervorosa mirada.