-Buenas tardes, ¿Le puedo servir en algo?- Con los brazos llenos de libros y la mirada baja, Marianne pregunto ya cerca de la entrada.
-Hola pequeña-
¡¡Madre de Dios!!, ¡esa vos!…Marianne levanto la vista rápidamente y la dirigió al visitante, como si de repente perdiera las fuerzas, dejo caer los libros y empezó suavemente su caída al piso.
Ese hombre que se acercaba a ella ¿acaso era Alexander? ¿Qué clase de broma le estaba jugando el destino?, tenía que ser eso, el no podía estar realmente ahí.
-¿Acaso no hemos vivido esto antes?- Decía Alex, mientras tomaba en sus brazos el laxo cuerpo de Marianne, que se resistía a entrar en total inconsciencia.
-Alexanderr ¿eres tu realmente?- Se sentía transportada por toda la tienda. Alex buscaba un sillón donde hacer reposar a una aturdida Marianne.
¡¡Diossss!! Estaba más bella que nunca, como si la maternidad la hubiera vuelto perfecta.
¡Qué bendita tortura! tenerla así… tan cerca y a la vez tan lejos…, que ganas de apretarla a su cuerpo, acariciarla, olerla, besarla, saciarse de su piel, de su cuerpo, de su persona, hasta apagar la sed de más de tres años de ausencia, mas de tres años de zozobra por no saber de ella. Pero a la vez, sentía  la imperiosa necesidad de regañarla, de hacerle sentir un poco de lo mucho que había sufrido por su causa, se encontraba en una encrucijada donde los sentimientos amotinados no dejaban ver el camino correcto a seguir.
-¿Qué haces aquí?, ¿Cómo me encontraste?- las preguntas de Marianne resolvieron la temática a seguir.
-¿Qué hago aquí?, eso es obvio, ¿Cómo te encontré?, batallando como un imbécil por más de tres años. ¿Cómo te atreviste a hacerme esto?, ¿No pensabas volver, no es así?- Alex, la había depositado con cuidado en el sillón, mientras él se mantenía de pie, como un gigante amenazador a punto de aplastar a su víctima.
Ni en sus sueños, había visto a Alexander tan avasallador, tenía algo de canas en las sienes y unas atractivas arruguitas en los ojos y comisura de los labios, estaba esplendido, tan, tan…. ¡Caramba! ¡Qué locura!, si pudiera le brincaría encima y se lo comería a besos. ¡¡Diosss!! Como amaba a ese hombre...
-¿Y Que esperabas que hiciera, Alexander? no podía permitir que llegaras al extremo de casarte conmigo por cumplir el bendito compromiso que adquiriste con mi padre- Marianne gritaba a vos en cuello.
-Hicimos el amor Marianne, ¿no lo recuerdas acaso? Y resultaste ¡¡¡virgen!!!…. ¡Tenía, que casarme contigo!-.
Alexander estaba inclinado peligrosamente hacia Marianne con una mano apoyada en el respaldo del sillón y la otra en el descansabrazos, mientras su aliento  acariciaba el rostro de la joven.
-Pues ya ves que no era necesario, yo lo resolví de la manera que a mí me pareció correcta- A pesar de la emoción de verlo de nuevo, debía conseguir que se fuera cuanto antes, ya no tardaba mucho en volver Paul con el pequeño Alex y si él lo veía estaría perdida. Quien sabe que sería capaz de hacer Alexander, si solo por huir de él se había tomado la molestia de buscarla hasta encontrarla, no importándole el tiempo transcurrido, y además, había venido personalmente ante ella como si viviera  a la vuelta de la esquina.
¿Y si le quitaba a su hijo?
Evidentemente al Conde no le gusto para nada la respuesta de la joven, tomándola por los brazos la puso de pie junto a él.
-Maldita sea Marianne, tú y tu sentido de la justicia, no te correspondía a ti decidir absolutamente nada, era mi deber y mi derecho corregir los errores cometidos- Le hablaba con vos molesta pero a la vez incitadora, pecaminosa, con sus labios casi rosando su boca y sus manos ardientes subiendo y bajando por sus desnudos brazos en una lenta caricia. –Dime una cosa pequeña  ¿Ya me olvidaste?, ¿Ya no sientes nada por mi? ¿O solo me dijiste que me amabas aquella noche al calor del momento?- Quería provocarla, hacerla que perdiera la calma, que abandonara esa pose de frialdad y mostrara sus verdaderos sentimientos.
-Lo que haya sido entonces ya no importa, yo tengo mi vida hecha lejos de ti y no pienso cambiarla- Debía de mantenerse firme por el bien de ella y su hijo. Total, Alex no podía añorar lo que no sabía que tenía.
-Pues no tolero que tu ni nadie tomen decisiones por mí y me importa un carajo que tengas tu vida hecha aquí, he venido hasta este lugar olvidado de la mano de Dios a ver cómo y con quien vives y te advierto que no me iré de aquí hasta saberlo- Alex ya no se resistía al deseo que sentía de ella, la estaba acariciando por toda la espalda mientras la tenia sujeta por la nuca, su rostro en el hueco de su cuello, inhalando el exquisito aroma de su piel, en tanto la besaba.
-Por favor Alexanderr, déjame, ha pasado demasiado tiempo y las circunstancias han cambiado, yo ya no soy la misma de antes- empujaba el pecho de acero con los puños, resuelta a no dejarse arroyar por la ola de excitación que invadía su cuerpo y sus sentidos.
-¿Y porque no hablamos de todo lo que han cambiado tu y las circunstancias? a eso he venido-.
A pesar del temor que le provocaba el hecho de que Marianne le confesara que existía otro hombre en su vida y que a él lo había dejado de amar, continuaba el asalto a su cuerpo con manos, labios y dientes, tratando de debilitar la férrea voluntad de la joven y lograr que le correspondiera.
El deseo dormido en Marianne empezaba a despertar y amenazaba con provocar el desbordamiento de ese inmenso amor difícil de ocultar, mientras era sometida al maratón de caricias que ella tanto anhelaba. ¿Cómo negarse el placer de disfrutar y saborear a este ejemplar de macho que devastaba la razón y volvía su sangre en fuego líquido y su piel en miel derretida entre sus manos?
-Alexanderr, ¿Qué debo hacer para convencerte que ya no me interesas, no quiero que me toques, no te necesito ni te deseo más? Soy una mujer plena y feliz que está de nuevo en su lugar y con su gente.- Tomando fuerzas de flaqueza, empujo a Alex, logrando por fin deshacerse del fuerte amarre.
-Está bien Marianne, solo tienes que convencerme de lo que dices, sin mentiras y sin trampas, muéstrame tu mundo y cuando esté satisfecho con lo que veo, me alejare de ti, volveré a mi mundo y a ti te dejare en el tuyo, lo prometo.
 
-Si compruebo que realmente eres feliz aquí, daré por finiquitado el compromiso con tu padre, contigo y con migo mismo y nunca volverás a verme-. Tenía un terrible nudo en la garganta, pero cumpliría con su palabra, aceptaría su derrota y se alejaría para siempre, para seguir con su inútil existencia sin ella.
A Marianne, le impactaron las palabras resueltas de Alex, pero era mayor su ansiedad por que se marchara de una vez.
-Bien, por favor acompáñame, quiero que conozcas donde vivo, quiero que sepas quien soy ahora- inicio un rápido recorrido por la tienda mientras narraba cuidadosamente su vida diaria, dejando para el final su vida privada.
Alex  tuvo que reconocer que Marianne era una mujer muy inteligente y capaz, se notaba en todo lo que hacía y decía y también en lo que dejaba de decir y hacer. Omitió por completo narrarle las vivencias del viaje, que seguro no fue nada fácil para una chica sola, joven, hermosa, inexperta e indefensa; la cantidad de peligros que debió haber sorteado, tal vez sufrió hambres y enfermedades. Ahora que Alex  conocía parte de su recorrido, podía constatar lo que hasta hoy habían sido meras suposiciones, pero seguro se quedaba corto, ya que él en su condición de hombre, tenía la mitad de los problemas resueltos.
-¿La chica de la portada de ese libro eres tú?- No salía de una sorpresa para caer en otra.
-Sí, hace un mes que salió a la venta mi primera novela, a pesar de ser mujer y extranjera he tenido buena aceptación. Acompáñame arriba, quiero mostrarte donde vivo- Se quedo a la expectativa, esperando el tropel de preguntas sobre ese tema.
De momento Alexander solo era un observador, eso le ayudaría a estar bien despierta y no dar pasos en falso; no lo llevaría al salón privado ni a la habitación del pequeño Alex, ahí había fotografías suyas desde su nacimiento, no negaría su existencia, pero su verdad seria a medias.
El departamento, aunque no muy amplio, dejaba ver buen gusto y comodidad, otra muestra más de que Marianne decía la verdad, había resuelto su vida muy bien sin él, no lo necesitaba.
-Cuéntame de tu familia y de tus planes para el futuro- Hablaban mientras bajaban las escaleras de nuevo a la tienda.
-En resumidas cuentas, tengo una tienda de libros en constante crecimiento, soy escritora de novelas y tengo una bella familia. Mis planes son quedarme en este país y específicamente en este pueblo, aquí tengo muy buenos amigos y un futuro seguro y prometedor-. Esperaba haberlo mareado de tanto hablar y que ya no preguntara más.
-¿Quiénes forman parte de tu familia? Eso no lo tengo claro aun, ¿Hay esposo e hijos?- Su mirada perspicaz no abandonaba los ojos de ella.
¡Diablos!, tendría que inventarse algo rápidamente.
-Tengo un hijo y por supuesto que él tiene un padre, un par de amigos que son como mis hermanos y muy buenos vecinos y amigos-.
Tal como le había dicho Harris, ella estaba casada y con un hijo. Alexander sentía que se moría de pena por la cruel realidad.
-Debo aceptar que ya no tengo nada que hacer, la verdad de las cosas es que has resuelto tu vida muy bien, mejor de lo que hubiera hecho yo, no me queda más que pedirte perdón por todo el daño que te cauce, reconozco que fui un arrogante, un engreído que no supo comprenderte, respetarte y apoyarte. Mi obsesión por cumplir la última voluntad de tu padre me nublo la razón. Solo me queda desearte que seas muy feliz, porque te lo mereces. Quiero que sepas que para mi eres la mujer más bella y autentica que jamás haya conocido, se que tarde lo comprendí. Tus padres estarían muy orgullosos de ti…-.
 
-Por último, antes de irme debo entregarte los documentos que te reinstalan como la única heredera de la fortuna de tus padres, cuando llegue a Londres daré instrucciones al banco, para que envíen tu dinero a un banco local o donde tú quieras, solo házmelo saber-.   Ya estaba sacando un fajo de papeles de su maletín de mano cuando….
-Mami, mami, mami, ¿nonde tas?- Un repentino alboroto lleno por completo el silencioso lugar.
Marianne, reacciono rápido, antes de que Alexander terminara de ordenar los documentos, corrió a la entrada y tomando al niño en brazos camino rumbo a la escalera, con un sorprendido Paul detrás de ellos.
-Querida, ¿Qué pasa? Estas blanca como un papel….-.
-Por favor Paaaul, no no ppreguntes, solo lleva al niño arriba-.
En eso volvió a sonar la campanilla de la puerta.
-Hola, holaaa, ¿hay alguien en casa?-.
De repente y sin saber ni como, el pequeño Alex, se soltó de los brazos de su madre y corrió rumbo a la puerta gritando emocionado.
-Tía Sofi, tía Sofi, quiedo contate del pecioso caballo que me pasio en el padque, es gandote y y y…..-.
Como en un sueño, Marianne observo la escena de un niño extasiado mirando a su versión adulta frente a él, un Alexander que con cara de sorpresa pasaba sus ojos del niño a ella, una Sofi anonada por semejante descubrimiento y un Paul comprensivo y solidario que aguardaba a su espalda seguramente para sostenerla cuando decidiera desmayarse.
-Mamy ¿llego papi?- El pequeño Alex pregunto con su carita llena de felicidad -¿Voy a cumplir años mamita? ¿Papa llego pada mi fiesta?-.
-Acompáñame Alex, tu mami debe hablar con el Sr -.
-No tía, se llama Alex, como yo- Dijo rotundamente dándole la manita a tía Sofi al tiempo que se dejaba llevar arriba seguidos de un dudoso Paul.
-Si necesitas algo estaré con Sofi y el niño-.
En cuanto se quedaron solos, Alexander de dos zancadas se coloco a un paso de Marianne.
-¿Pensabas dejarme ir sin decirme nada del niño, no es así?-.
Marianne no se atrevía a mirarlo, solo retorcía sus manos, como siempre que se encontraba en problemas y era descubierta.
-Cuanto debes odiarme para negarme el derecho a saber que soy padre, el derecho de conocer al hijo que procreamos juntos  ¿Cuantos años de él me he perdido ya Marianne?, no espera no respondas, yo puedo sacar las cuentas, mi hijo tiene dos años y nueve meses, ¿no es así?-.
Alexander estaba sufriendo en carne viva un terrible dolor y desilusión por causa de Marianne, aunque sabía que se merecía eso y más.
-Te pedí que no me mintieras, que no trataras de engañarme y mira con que me sales, ¿Qué se supone que debo hacer ahora Marianne? Desconoces la repuesta porque en tu vida imaginaste que te encontraría ¿verdad?-. Sin poder evitarlo, Alexander ya había atenazado los hombros de la joven y le daba pequeñas sacudidas apurándola a responderle.
-¡Dios!, no puedo ni pensar coherentemente, me siento aturdido, avasallado por el descubrimiento de tener un hijo, Marianne, debiste informarme, no tenias derecho a ocultármelo, es también mi hijo Marianne, ¡MI HIJO!-.
El rostro de Alexander reflejaba el dolor, el desasosiego, la angustia, la frustración y el enojo acumulados en los últimos años tras la desaparición de Marianne; el conocimiento de la existencia del pequeño Alex había detonado la bomba y salían a flote todos esos sentimientos para golpear el cuerpo de Marianne, como si de una epidemia se tratara.
-Yo no lo hice por odio Alexanderr, yo no te odio, solo quise protegerme de ti,  de tu reacción al saber las consecuencias de nuestra noche de  de….- Su garganta cerrada, se negaba a terminar la frase, sabía que el nombre que ella tenía para aquel inolvidable encuentro,  no sería el mismo que él le daba.
-Se que actué con alevosía y ventaja, estoy perfectamente consciente que busque el lugar más apartado del mundo para que tu no nos encontraras,  pero esto lo hice por amor a mi hijo, no podía permitir que me lo arrebataras o que me obligaras a vivir en un matrimonio sin amor, donde solo existiera el compromiso, la educada tolerancia hacia mí y seguramente la infidelidad de tu parte- Seguía sujeta fuertemente por las manos de Alexander, su mentón elevado a él, con mirada suplicante y rostro humedecido por las incontenibles lagrimas.
Ahí estaba…   la verdad pura y cruel de labios de una temerosa mujer que solo le había pedido dos cosas en toda su corta vida, años atrás, que la amara y ahora en el presente, que la olvidara, que la dejara vivir su vida como ella lo había elegido, una vida donde no estaba incluido el.
-Lo siento Marianne, entiendo tu postura, pero no puedes esperar que haga como si nunca me hubiera enterado de que tuviste un hijo mío y que regrese a Inglaterra como si tal- hablo con vos firme de esa forma que ella conocía demasiado bien, eso no presagiaba nada bueno.
-Por favor Alex, no me quites a mi hijo, es lo único que tengo, es mi vida entera, sin él me moriría, tu puedes tener hijos con quien tú quieras, eres un hombre exitoso en el mundo de los negocios y de las mujeres, apuesto, millonario, tienes todo lo que puedes desear, yo solo he sido en tu vida un problema, un error que podemos finiquitar ahora mismo, tu podrás volver a tu vida de siempre, yo no me cruzare mas en tu camino, solo tienes que dejar las cosas como están- su cuerpo tembloroso se fue deslizando hasta quedar de rodillas suplicante, ante un rígido Alexander que la observaba atontado, sin saber que decir.
Sin querer, la voz de Marianne se había elevado lo suficiente como para alcanzar los oídos de un preocupado Paul, que de inmediato decidió bajar para cerciorarse de que la joven se encontraba bien.
-Querida, por favor ponte de pie- Dijo Paul todo compungido mientras  ayudaba a Marianne a ponerse de pie.
La joven se quedo acurrucada en los brazos consoladores de su amigo.
-¿No le parece suficiente el daño que le ha ocasionado a Marianne, porque no termina por desaparecer de su vida?, nunca debió de haber venido- Sus ojos acusadores, retando al gemelo gigante de su ahijado.
-Y yo No le permito a usted que intervenga en esta conversación, esta chica, antes de usted tuvo un pasado conmigo, un pasado que tuvo consecuencias que nos unirán por el resto de nuestras vidas futuras y como podrá comprender, ahora que se dé la existencia de mi hijo, lo quiero conmigo- La mirada intimidante clavada en su interlocutor.
Alexander, no soportaba ver a Marianne en brazos de otro hombre, no importaba lo ilógico de su sentimiento, estaba consciente que ese otro, tenía todos los derechos sobre ella.
-Se equivoca, el hecho ser solo su amigo no me impide ser su protector, sépase de una vez que tendrá que enfrentarse a mi  primero si se atreve a lastimar a Marianne de nuevo-.
Ya Alexander no escuchaba, se quedo detenido en la frase de “solo su amigo”, ¿acaso era otro enredo  de la pequeña bruja mentirosa que tenía enfrente?
-¡Marianne! ¡Marianne! dile a este caballero que se retire si no quieres que lo haga yo personalmente- La joven entendió perfectamente la amenaza después de semejante ventaneada por parte de un inocente Paul.
-Está bien, te engañe de nuevo, deje que pensaras que Paul era  mi esposo, no tengo ninguno, pero eso no cambia nada-.
-Es ahí donde te equivocas de nuevo Marianne, con este nuevo hallazgo concluyo que no hay nada que te detenga en este lugar y que pueden volver conmigo a Inglaterra tu y mi hijo- Su voz tan suave y pausada no engañaría ni al pequeño Alex, que ya se encontraba abrazado a las piernas de su madre, intuyendo que algo andaba mal.
-¿Quién te crees que eres para decidir lo que debo o no debo de hacer, me niego rotundamente a volver contigo a Inglaterra, ¿Acaso no recuerdas que hace mas de tres años salí huyendo de ahí por tu culpa?- Toda ella en posición de pelea, estaba dispuesta a luchar contra Alexander por defender su derecho a una vida tranquila y en libertad, eso era lo que su padre le había enseñado y lo que estaba dispuesta y obligada a ofrecerle a su pequeño Alex. Como ya había decidido antaño, ¡No! caminaría para atrás ni para agarrar vuelo.
-Pues soy ni más ni menos que el padre del chico y tengo todo el derecho legal y todo el poder que da el dinero para hacerlo valer, no me obligues a hacer uso de él porque te advierto que ganare. O te vas a Londres conmigo y Alex o te quedas aquí sin él-.  Alexander había tirado su última carta y rogaba a Dios por que fuera la ganadora.
-¿Se puede saber en calidad de qué volveré haya?- Sabia reconocer cuando había perdido, pero todavía no decía la última palabra y no lo haría frente a su hijo.
-En calidad de esposa y madre de mi hijo, al llegar a Londres concluiremos con lo que dejamos pendiente hace tres años Marianne- De nuevo ese tono sospechosamente suave.
-Tú mandas…. ciertamente sigues teniendo el poder- Sus ojos volvían a mirarlo con odio. Seguía amando y odiando a ese insufrible y mandón hombre que la volvía loca.
 -Necesito unos días para ordenar y organizar todo antes de partir-  haría el último intento, a lo mejor mordía el anzuelo.
-Tomate todo el tiempo que necesites, mientras tanto mi hijo y yo nos mudaremos al hotel para irnos conociendo- Alexander tiro el cartucho de dinamita y se sentó a mirar.
-Estas mal de la cabeza si crees que voy a confiarte a mi hijo- hablo al tiempo que tomaba en brazos a un cansado niño, que ya empezaba a exigir atención de su madre.
-Y tú eres una tonta ingenua si piensas que caeré en una de tus trampas. No queda de otra que decidir si ustedes se mudan conmigo al hotel o tú me haces un campo aquí mientras organizas todo para irnos.
Paul y Ane, hacía rato que habían decidido subir al departamento mientras esos dos resolvían sus diferencias. Ambos esperaban impacientes el cómo terminaría todo este embrollo.
-Mamita, tengo hambe y quiedo hacer pipi- Con sus pequeñas manitas tomaba la cara de su madre para atraer su completa atención.
-¿Qué te parece si comemos algo fuera?  Si me indicas el lugar, llevare a  mi hijo al cuarto de baño- Ya tomaba en brazos al pequeño Alex y este gustoso le estiraba sus bracitos.
Era increíble, ese pequeño traidor la estaba cambiando por un padre que apenas conocía, todos los hombres eran iguales….
-Esta al fondo a tu izquierda- dijo de mala gana mientras subía a avisar a sus amigos, les debía una explicación pero lo haría más tarde. Ahora se encontraba exhausta del alma.
Recorrieron las calles en el elegante coche en el que llegara Alexander, Marianne solo tuvo que indicar el lugar más apropiado para almorzar.
La joven había resuelto que por esta tarde se relajaría, haría como si estuviera en el teatro, se sentaría en su butaca a observar la obra de la familia perfecta cenando fuera. No cometería pecado alguno si soñaba de nuevo un poco, como antaño, ya se preocuparía mañana por la debilidad de esta noche.
-Este hombre, por fin se durmió, ¡Que energía…! ¿Dices que no durmió siesta y que se encontraba despierto desde las nueve de la mañana?- Alexander tenía en brazos al pequeño Alex profundamente dormido, lo miraba de una forma extraña; tal vez fuera porque él también se encontraba exhausto, a fin de cuentas apenas  hoy por la mañana había llegado de un largo viaje desde el país vecino.
-Sí, Alex es un niño muy inquieto y le gusta investigar todo, es incansable- Estaba disfrutando enormemente la vista del hombre más bello del mundo y al que amaba hasta la locura, cargando a su réplica idéntica en pequeño. Era algo con lo que ni si quiera soñó.
-Marianne, he decidido que te daré un boto de confianza y seré un hombre considerado, no quiero presionarte con mi presencia las  veinticuatro horas del día, por eso he decidido que ustedes se queden en casa y yo iré al hotel. Solo te advierto, no se te ocurra huir de mí de nuevo porque te volveré a encontrar y esta vez será muy rápido… y así de rápido te arrebatare al niño y jamás lo volverás a ver- Ya estaba recostando a Alex en su camita y le daba un tierno beso en la frente, de despedida.
-Te agradezco el gesto, te prometo no fallarte- Se encontraba totalmente enternecida al ver el gesto cariñoso de Alexander hacia su hijo.
-Hasta mañana Marianne- Con un movimiento de cabeza se retiro hacia la salida.
¡Dios! Que día… Marianne no se creía para nada el discurso de Alexander de que confiaba en ella, algo seguro había planeado para no perderla de vista, seguro la mandaría vigilar.
Por ningún motivo se arriesgaría a que la pescara huyendo de ahí,  seria implacable con ella cuando la atrapara, tenía la certeza que cumpliría con su amenaza.
Los siguientes días se sucedieron rápidamente, con Marianne ordenando el papeleo de la tienda de libros para dejar como representante legal a Sofi, esto solo mientras su amiga completaba el importe por la compra del lugar, era una cantidad realmente simbólica, ella no quiso aceptar que se la regalara.
En cuanto a Paul, se encontraba muy sentido y triste por su partida, hasta el último momento había insistido en su propuesta de pelear a Alex y de que aceptara ser su esposa, para adoptar al pequeño antes de que el Conde pudiera hacer algo. Pero ella insistió en que no era justo para él, ya que ella no lo amaba como hombre, además de que ese plan no aseguraba para nada que no perdiera a su hijo y no podía arriesgarse, sería su ruina si se lo arrebataban.
Alexander por su lado, estaba ganando terreno a pasos agigantados con su hijo, el pequeño ya respiraba por sus poros y cuando se quedaban a solas, no hacía otra cosa que hablar de papa. Marianne se sentía celosa y temerosa, nunca había tenido rival para el amor de su hijo, a pesar de que el pequeño Alex adoraba s sus padrinos, nunca los prefería por sobre ella, cosa que no pasaba con su padre. Tal vez era cierto eso que decían de que la sangre llama…. Lo cierto que Alexander estaba resultando ser un padre paciente y juguetón y estaba siempre atento a los llamados y necesidades de su hijo; le recordaba su feliz infancia.
Así llego la hora de su partida, le dolía en el alma dejar su vida confortable y segura, para aventurarse en las salvajes aguas de una vida en común con Alexander, dejaba a sus dos grandes amigos para siempre y un país que la había acogido cuando mas sola y abatida se sentía…Pero ¿Qué hacer?  De nuevo el destino caprichoso la ponía en manos del despiadado Conde de Hardrock.
Hicieron el camino de regreso a EEUU lo más descansado posible en consideración a Alex, de ahí tomaron el barco que los llevaría a Inglaterra y de nuevo a su prisión de amor.
Para ser justos,  Alexander se estaba portando como un perfecto caballero con ella y con el pequeño Alex era un modelo de papa, se le veía sinceramente feliz y conmovido con su hijo, se daba cuenta que el niño se había ganado su corazón.
En varias ocasiones había descubierto de nuevo  en Alexander esa mirada extraña cuando tenía al niño dormido en sus brazos.
-¿Por qué miras de esa forma a Alex? ¿Tienes alguna duda de su origen?- no aguantando por más tiempo la incertidumbre, Marianne le tiro con la pregunta.
-Tendría que ser un cretino imbécil para dudarlo, el niño es idéntico a mí, eso es lo que me hace sentir algo extraño, casi incomodo, es como si me viera a mi mismo a su edad, cuando está tranquilo, dormido, me envuelve la sensación de ser transportado a otra época, donde todo para mí era felicidad al lado de mis padres  Siento tal conexión con mi hijo que me subyuga.
Pocas veces Alexander le habría su corazón, normalmente lo hacía cuando estaba furioso, esta vez sereno y con una sonrisa en los labios, le había confiado un sentimiento tan personal que se sintió por vez primera un persona especial en su vida.
A partir de ese momento y en el curso del largo viaje en barco, se creó una increíble camarería entre ellos, estaban disfrutando realmente de estar juntos y compartir el cariño y las exigencias del pequeño y mimado Alex.
Por fin el viaje llego a su fin, ya estaban de regreso en la mansión Hardrock. Esta no había cambiado nada en su ausencia, era como si nunca se hubiera marchado.
Todo el personal los recibió en la entrada, fascinados con su regreso, pero mas con la sorpresa de un Pequeño Alexander en sus vidas.
Al principio, el pequeño Alex se porto algo tímido y retraído, pero era un niño tan singular que a veces parecía un hombre pequeño. Solo necesito dos días para andar de pellizco y nalgada con todo el personal de la casa, solo faltaba que fuera presentado a la familia para completar su adaptación a su nuevo mundo. Parecía no sufrir demasiado la ausencia de sus padrinos.
-Me gustaría que nos casáramos este fin de semana, es urgente legalizar la situación de Alex como  hijo mío.
-Bien, que sea como tu digas, solo te pido que sea algo muy privado, no estoy preparada aun para enfrentarme a  tu familia y menos a la sociedad.
-Me parece justo, así será. Ahora debo dejarlos, buscare al juez para iniciar los trámites-.-Mami ¡que linda te ves!-.
-Gracias amor, tu también estas guapísimo-.
-Mi papi esta igualito que mí-.
-Esta igualito que yo-.
-No mamita, ¿Cómo se va padecer a ti?. El es como mí, un hombe- Se reía burlonamente de su ocurrente madre.
-Muy bien sabio jovencito, tú ganas, ahora debes acompañarme abajo, que tenemos una cita con papa-.
Como si el tiempo se hubiera vuelto atrás, Marianne, toda bella y notoriamente nerviosa, recorría una vez más la escalinata que la llevaba hacia él, hacia su destino final, solo que esta vez iba custodiada por un posesivo rival con quien Alexander tendría que compartir su amor, un amor que a fin de cuentas no le interesaba tener.
Intempestivamente y como una exhalación alcanzo a ver entrar al salón a una furiosa Lucrecia.
-Así que por fin has vuelto amorcito y ¿Cuándo pensabas decírmelo?, ¡eres un chico muy malo…!-  Su mirada obscura no ocultaba su enojo, mientras se iba acercando a Alexander, sin notar dos pares de ojos que observaban la escena uno con infantil curiosidad y otra con evidente sorpresa.
-Lucrecia, ¿Qué haces aquí? Acompáñame al despacho ahora- En qué momento se fue a presentar esta mujer….Tendría que buscar la manera de despacharla rápidamente.
En cuanto la pareja desapareció de escena, Marianne llamo a Doiley.
-Hágame el favor de llevar a Alex a la cocina a que coma de esas ricas galletas que hizo Mary y por favor que no salga hasta que le avise-.
Marianne se acerco al estudio para investigar que tramaba ese par. Otras ves la asaltaban las dudas del paso que iba a dar. Y como en otras ocasiones que recordaba muy bien, la puerta entre abierta le facilitaría la tarea de espionaje.
-¿Qué pasa contigo Alex, hace casi tres meses me dejas solo una nota diciéndome que te ausentabas del país por un tiempo y luego llegas y  ni si quiera pasas a saludarme?-. Como siempre que estaba con el Conde, Lucrecia desbordaba sensualidad y ponía manos a la obra en el arte del coqueteo.
-Lo siento Lucrecia, he estado muy ocupado en estos días. Pensaba visitarte la semana entrante- Tendría que darle por su lado si quería que se fuera cuanto antes, si entablaba una discusión acerca de sus derechos para con él, la conversación se alargaría más de la cuenta.
-¿A si? Y dime ¿Qué tanto hay de cierto en lo que me comento David? ¿Qué es eso de que encontraste a Marianne y la has traído de vuelta y además acompañada de un regalito?-.
-En efecto, la encontré a ella y a mi hijo. Marianne  y yo tenemos un hijo de casi tres años, por lo que debo casarme con ella, justo un momento más será la ceremonia civil para legalizar la situación de mi hijo, en una hora a la sumo será legalmente mío-.
-Vaya, por poco y me entero en los cotilleos de la próxima fiesta, ¿No es así  cariño? Dime una cosa, en tu nueva vida tan bien planeada ¿Qué se supone que haga yo con semejante noticia? ¿Dónde quedo yo, ahora?- Su cuerpo temblaba de rabia y sus ojos disparaban dardos venenosos.
-Yo estoy haciendo lo que debo de hacer y tú tendrás que aceptar mi nuevo status. Es tu decisión, tómalo o déjalo- Determinante, frio y cruel, no titubeaba mientras hablaba.
-Bien, me ha quedado claro, por ahora te dejare, te espero la próxima semana, No faltes- No se rendiría tan fácilmente, ya encontraría la manera de vengarse de la maldita entrometida que por lo pronto se había salido con la suya.
Después de despedir a Lucrecia, Alexander se dirigió al salón a buscar a su futura esposa.
-Que bella estas Marianne- Estaba realmente deslumbrado con la hermosura de la joven. Como autómata, se acerco a tomar su mano para besarla.
-Dime una cosa ¿Tenia que visitarte tu amante justamente este día? Tal parece que piensas continuar con esa relación, aun siendo un  hombre casado, ¿Ha? También tengo noticias para ti, me acomoda mucho la idea de que desfogues tu lujuria con la mujercita esa, así estaré liberada de tener que cumplir contigo como tu mujer, nada detestaría más que tenerte en mi cama, siento asco solo de pensar en tus manos encima de mí.
 Hoy me has humillado de nuevo, pero te advierto que ya no soy la mocosa insulsa que se deja pisotear, te advierto o te comportas con discreción y nos respetas a tu hijo y a mi o vete enterando de que estoy dispuesta a pagarte con la misma moneda- Lívida hasta los huesos de rabia y dolor, lo amenazo con lo primero que le cruzo por la cabeza, sin importarle las consecuencias de sus palabras.
-En primer lugar, me meteré en tu cama cuantas veces se me antoje hacerte tragar tus palabras, así tenga que embriagarme antes. En segundo lugar, visitare a Lucrecia o a quien se me plazca cuando se me dé la gana y no te atreverás a ponerte a mi altura por que te juro por Dios, que hare que te arrepientas el resto de tus días. En tu vida te atrevas a volver a amenazarme, Marianne-  La tenia sujeta fuertemente de un brazo, zarandeándola violentamente como si fuera una muñeca, totalmente fuera de sí, sus ojos destellando fuego y su boca escupiendo las palabras.
Alexander soltó a la joven al percatarse que le corrían  lágrimas por el rostro, ella en ningún momento se quejo o se defendió.
Alex se sentía un miserable por lastimarla de nuevo… pero no podía evitarlo, lo sacaba de quicio... Marianne era la única mujer capaz de hacerlo perder el control en segundos, lograba  nublarle la visión y la razón.
-¿Donde se encuentra mi hijo?- Respiraba profundamente tratando de calmarse, sentía como le temblaban las manos aun.
-En la cocina comiendo galletas, iré por el- Se pasaba el dorso de las manos por la cara, tratando de retirar todo vestigio de lagrimas.
-No, iré yo, tu arréglate un poco, ya ha llegado el Juez- Sin mirarla salió por el pequeño Alex y el Juez.
Ni un lo siento, ni un perdona… Marianne se sentía tan dolida, lastimada  en su interior y por fuera también. Se reviso el brazo y aun tenia los dedos de Alex impresos en el, así debía tener el corazón, estaba segura de que le sangraba por dentro. No había cambiado nada su situación, ella seguía locamente enamorada de Alexander y el enamorado del deber. Aunque ahora tenía un gran aliciente para vivir, el pequeño Alex, seria fuerte por él y para él.
La ceremonia se llevo a cabo, con solo los sirvientes como invitados, después un brindis y una cena, al terminar, todos regresaron a sus labores, Marianne y el niño a sus habitaciones y Alexander a la calle. Seguro iba con Lucrecia.
Los días transcurrían tranquilos, Alexander era todo educación y cortesía con ella y con Alex, un padre dedicado y amoroso.
-Buenos días Marianne, buenos días pirata- Saludaba sentándose a la mesa a desayunar con la familia.
-Hola papi, ¿cuándo como huevito juegas con mi?- Su mirada de total adoración por su padre.
-Por supuesto que si hijo, jugaremos en el jardín un rato.-
¿Qué tal tu tobillo Marianne?-.
-Mucho mejor, gracias, casi ni me duele-.
-Habrá que tener más cuidado con este pequeño salvaje, es muy grande y fuerte ya- Decía con evidente orgullo.
-Sí, seguro no salió a mi- Sin querer se le salió el comentario poniéndose roja como la grana, apenada, se dedico a revolotear el cabello de su hijo para no levantar la mirada. Sentía los ojos de Alexander clavados en ella.
 
Padre e hijo pasaban mucho tiempo juntos, jugando en los jardines de la mansión, paseando a caballo por los campos o en el parque y   Marianne, siempre que los miraba juntos, sentía que se le partía el corazón de ternura, eran tan parecidos que no dejaban de asombrarla.
Ella solo salía a veces al parque o a las tiendas acompañada siempre del pequeño Alex, pero en cambio Alexander seguía saliendo seguido por las noches, como siempre iba y venía sin dar ni una explicación de sus actos.
Marianne seguía negándose a aparecer en sociedad aun, así que la familia se fue haciendo presente para ir a saludarla y conocer al nuevo heredero. También acudieron los amigos y entre ellos Max.
Curiosamente el día de la primera visita de Max estuvo presente Alexander, no perdió detalle de las atenciones y miradas que le prodigaba El Marques, este seguía soltero y aparentemente enamorado de Marianne.
Esa noche Alexander no salió y apareció en la habitación del niño cuando lo acostaba. ¡Madre de Dios! Y ella con esa ropa de cama tan transparente… ¿Por qué estaba ahí? Nunca iba a esa hora.
-Hola chiquitín, he venido a desearte felices sueños- Le estampo sonoro beso en la frente mientras lo abrazaba  -Te quiero pirata-.
-Papi yo quiedo tu. Beso mama-.
-¿Qué?- Pregunto con mirada de asombro y media sonrisa.
-¿Quiede mama? Beso mama. Su inocente lógica los estaba poniendo en un predicamento.
-Amor, ya es hora de dormir, es tarde- Marianne trataba de salvar la situación.
-Primero beso y luego mi duerme- Con carita empecinada no daba su brazo a torcer, aunque se le cerraban sus verdes ojitos.
-Está bien pirata-.
Alexander se atrevió a mirar a los ojos a Marianne, evaluaba el ánimo de la joven. ¡Dios! Que hermosa estaba con su camisón de dormir blanco y puro como su belleza.
-Habrá que hacerle caso, si no, es capaz de no dormir- Dijo una apenada Marianne, mientras veía como se iba acercando Alexander.
Este se inclino hasta rosar sus labios apenas.
-Ahora mama beso papa-.
¡Qué tenacidad de niño!   ¿De quién la sacaría…?
Resignadamente Marianne se coloco de puntillas y apoyando sus manos en los hombros de Alex poso sus labios en los suyos fugazmente, al tiempo que se alejaba, sintió un tirón doloroso en el tobillo lastimado y sin querer apoyo todo su peso sin previo aviso en el pecho de Alexander, este reaccionando rápidamente, recargo ambas manos en la pared, dejando a Marianne encerrada entre el muro y su pecho y con sus bocas a un milímetro de distancia.
Fue inevitable que sucediera, que sus bocas se besaran, que reaccionaran ante el contacto debido al deseo contenido por más de tres años. Ambas bocas dispuestas a dar y exigir con la misma intensidad, sus lenguas tocándose, sus dientes mordiéndose, era el beso más desesperado y salvaje de la historia, ambos corazones latiendo violentamente, sus respiraciones agitadas, pero ninguno de los protagonistas dispuesto a ceder ni por la necesidad mas básica de respirar. Las manos de Marianne se encontraban en su nuca para asirse de los risos negros con fuerza; las manos de Alex agarrando su trasero para presionarla a su vibrante y excitado sexo.
-Hasta manana papitos-. Y con un largo bostezo, Alex cerro sus ojitos con carita satisfecha.
¡¡Diablos!!
¡Dios Bendito! -
El pequeño Alex les compro boleto para la luna y el pequeño Alex los regreso de un golpazo.
Minutos más tarde, Marianne ya estaba por meterse a la cama cuando de repente se abrió la puerta de su habitación  que daba al pasillo.
-Hola esposa mía-.
¿Qué pretendía Alex ahora, hacia media hora que lo había dejado en la habitación de al lado, con su hijo  profundamente dormido.
-¿Qué haces aquí Alexanderr?-.
-Vine a terminar lo que empezamos hace un rato, sabes de sobra que no me gusta dejar nada a medias…- Su mirada algo turbia, ¿Acaso había estado bebiendo?
Alex se encontraba junto a ella al pie de la cama, su aspecto algo salvaje le recordaba a un lobo a punto de cazar a su presa. Llevaba el cabello alborotado, la camisa abierta hasta la cintura e iba descalzo.
Marianne sabía que debía mantenerse firme en su postura de rechazo, ya sabía lo doloroso que era recoger los pedazos de su corazón y volverlos a remendar.
-¿Esta noche te abandono Lucrecia?- Sabía que jugaba con fuego, pero tenía que intentarlo.
-Nada de eso cariño, solo vengo a aprovechar la estimulada de Max para mi beneficio, hace rato me diste una buena muestra y no hay que desperdiciarla-  Hablo con vengativa maldad, celoso hasta las trancas.
-Eres un desgraciado, ¿cómo te atreves maldito canalla?, no soy una de tus mujerzuelas- Estaba furiosa por la ofensa.
-Tienes razón querida, ellas nunca me hablarían así- Acto seguido, la atrapo por la cintura ccon ambas manos.
-No te daré el gusto de rogarte, a fin de cuentas harás lo que te venga en gana, ¿no es así?-.
-Ciertamente esposa, ya estabas avisada que en cualquier momento vendría a cumplir con mi deber de esposo- Tenía su cara oculta en el hueco de su cuello, aspirando ese aroma suyo que lo perseguía.
-Que vendrías a imponerme tu presencia, dirás- Ya empezaba a nublársele la razón.
-A quien quieres engañar amor, si hace un rato estabas tan dispuesta como yo a todo- Le empezaba a deslizar el salto de cama por los hombros, dejando al descubierto su blanca y tersa piel.
-Abusas porque necesito de un hombre para aliviarme- No quería por nada del mundo doblegar su orgullo maltrecho, esperaba que lo que le decía fuera su golpe maestro para alejarlo definitivamente de ella.
-Pues tu hombre ha llegado- Dijo mientras la tomaba bruscamente en sus brazos dejándose caer con ella en la cama, para dejarla atrapada entre él y el colchón.
Beso con fuerza sus labios y con ambas manos le arranco el camisón de un tirón, siguiendo luego con su camisa y su pantalón.
Alexander había atenazado ambas muñecas por arriba de su cabeza, no quería distracciones mientras le acariciaba a sus anchas todo su voluptuoso cuerpo, definitivamente la maternidad había agregado carne en senos y caderas, dejándole un curvilíneo e irresistible figura para devorar a sus anchas.
Alex besaba y acariciaba a Marianne como poseso, invadiendo con su mano su intimidad, sintiéndose dueño de su cuerpo y su alma.
-¡Diossss! ¡¡Que húmeda estas!! Estas lista para mi cielo-.
Marianne, ya no se detenía mas, estaba gozando de Alexander libremente, gimiendo y jadeando con languidez, tirando  de sus manos que seguían sujetas por sobre su cabeza, ella también se moría por tocar el firme y apetitoso cuerpo de su esposo.
-Suéltame las manos Alex, quiero acariciarte también, te deseo tantooo…- El obedeció de inmediato y las manos de la joven viajaron directamente a su pecho sujetándolo con firmeza, pasando después a su espalda fuerte y tensa para bajar a su trasero redondo y duro y muy, pero muy apetitoso. Pero sus manos sedientas no se quedaron ahí, el reconocimiento del hermoso cuerpo regreso hacia el frente, escurriéndose entre sus caderas para afianzar con fuerza su miembro erecto.

 

¡Diablo!    ¿Así de grande siempre había sido?
Que regocijo escuchar jadear a Alexander mientras lo tocaba, tenía el cuerpo completamente cubierto de fino sudor y respiraba con dificultad. Marianne atrevida, siguió con la caricia al terso sexo que se inflamaba como con vida propia.
-Detente amor, que harás que me derrame en tu mano-.
Marianne detuvo su caricia pero solo para para iniciar el movimiento cadencioso y provocativo de su cadera para tallar su centro húmedo con su sexo vibrante. Alex, sin poder contener mas su deseo, totalmente desbordado se empezó a acomodar  entre las piernas de Marianne, las separo y flexiono hasta dejar sus pies apoyados en el colchón, el, quedándose de rodillas la sujeto de las caderas penetrándola lenta y suavemente.
-Pequeña, ¡Que apretada estas…! que maravillosa sensación estar dentro de ti, eres tan bella, tan sensual. Eres una experiencia única Marianne,  que hasta llegue a creer que la vez anterior la había soñado, que no era real todo este erotismo que compartimos tú y yo-.
En silencio Alex recitaba: De aquí soy…. Esta es la mujer que yo quiero y necesito, este es el cuerpo, este es el aroma, esta es la textura, esta es la esencia, esta es mi vida, mi pequeña Marianne.
Marianne se sentía exultante de felicidad, Alex estaba jadeante y sudoroso por ella y aunque él no lo quisiera, era completamente suyo en este momento. Pero esta vez se guardaría todo lo que sentía, ya había aprendido la lección y no diría todo lo que lo amaba. Si solo excelente sexo era lo que quería de ella, pues que así fuera, ahogaría sus sentimientos para siempre, no volvería a exponerse a su desprecio y desamor, aprendería a vivir con lo que había, que la verdad. ¡Era muy bueno!
-Dime cariño, ¿Te gusta lo que te hago sentir?, dime que necesitas, que deseas, que te hace falta y yo te lo daré, solo quiero complacerte, que termines llena de mi- estaba acelerando el ritmo porque su deseo y el de Marianne así lo pedían, podía sentir como se acercaba su momento, la sentía muy húmeda e inflamada por dentro, muy excitada, apretando su hombría con impaciencia y con sus manos arañando su espalda, gimiendo y jadeando incontrolablemente a punto de estallar.
-Alexander, ven conmigo, acompáñame, que ya no puedo esperar más, empújame más, dámelo todo. Aaahoraaaa aaaaah aaaah aj aj aj-.
La pasión desbordada de Marianne manifestándose en movimientos y palabras eróticas, era todo lo que necesitaba para explotar violenta y salvajemente dentro de ella, acelerando al máximo la vieja danza del amor entre convulsiones y temblores incontrolables, jadeos roncos y rostros plenos de emoción.
Esta vez Marianne abrió los ojos y presencio la sinfonía más maravillosa cruzar el rostro de Alex, sintió su formidable cuerpo todo en tensión, fuerte y a la vez vulnerable, estremeciéndose aun por la monumental explosión de pasión compartida con ella. Sus cuerpos unidos aun, embonando a la perfección, sus corazones galopando al mismo ritmo, después de tomar juntos el viaje al más sublime éxtasis, donde las almas se juntan y se vuelven un solo ser. Este momento único, lo vivió ahora sí, con total conciencia, ya había resuelto atesorarlo para toda su vida, nadie podría arrebatárselo, ni si quiera el mismo Alex.
 
Alexander salió del cuerpo de su amada, tumbándose al lado y llevándosela con él en su abrazo, acomodando su cabeza en su pecho.
Así se quedaron tranquilamente dormidos, con sus rostros llenos de alegría y sus cuerpos rebozando de gozo. Rendidos el uno por el otro.
Marianne despertó sola la mañana siguiente, solo su cuerpo un poco adolorido y la huella en la almohada eran testigos de su noche de arrebatadora pasión con Alexander. Lo que la llevaba a preguntarse ¿Ahora que sigue?
Cuando bajo al comedor ya era bastante tarde, desayuno sola y cuarenta minutos después, se dirigió a buscar a su pequeño Alex por los jardines, era la hora de su retozo matutino. Lo  encontró junto a su padre que le hacía cosquillas inclemente, ambos tirados en el césped, no se sabía quién era el padre y quien era el hijo, era una imagen también para atesorar. Bueno ¿Qué le pasaba? Estaba de lo más melancólica, la verdad se sentía rara, no estaba acostumbrada a estar exultante de alegría y debido  a Alexander; tenía como un mal augurio.
-Hola mami, acecate para que papi haga coquillas a tu- carcajadas y mas carcajadas escapaban de su boca.
-Buenos días Marianne, ¿Dormiste bien?- Su sonrisa traviesa, con mirada cómplice.
-Sí, muchas gracias- Su cara al rojo vivo.
Se veía adorable, era la única mujer que conocía, capaz de seguirse sonrojando con solo recordarle la  noche de pasión compartida.
Las semanas transcurrieron increíblemente bien y aunque no habían vuelto a compartir la misma cama, estaban de lo más amigables y en armonioso acuerdo, se podía decir que eran felices. Salían juntos al teatro, a cenas con amigos y familiares y a pasear al pequeño Alex al parque o a montar a caballo, y ahora que empezaba el calor lo llevaban seguido a comer helado, lo pedía en todo momento. Alexander también salía menos de noche.
¿Acaso era posible que tuvieran alguna oportunidad juntos?. A Marianne le aterrorizaba soñar, pero dada las circunstancias, era casi imposible no hacerlo.
-¿Porque dices que no voy?- Era tan incisivo cuando quería….
-Porque es una fiesta para personas adultas, no habrá niños ahí- le explicaba con paciencia a su terco pirata.
-Pero si yo ya soy grande- Y se estiraba hacia arriba todo lo que podía.
-Y el niño más bello y obediente, por eso te dormirás ya- Lo llevaba de la mano a su camita.  –En un rato mas vendrá papa a darte la buenas noches y se quedara Mary cuidándote mientras papa y yo volvemos, ¿de acuerdo?-.
 Era la primera vez en Londres que se separaba de él, era ridículo sentirse aprensiva por eso, pero no lo podía evitar.
A las ocho en punto Marianne y Alexander salían rumbo a la Mansión Longom, al baile que Lucy y su marido estaban celebrando, dando inicio con esto a los bailes de la temporada de verano.
Mientras recorrían la distancia que los separaba de la mansión, Alexander iba comiéndose con los ojos a la embrujarte Marianne, esta iba ataviada con un provocativo vestido azul celeste, del mismo color de sus ojos, el escote era bastante atrevido, la tela de la falda se pegaba a su cadera y muslos, delineándolos deliciosamente y sus aterciopelados hombros iban totalmente al descubierto, le estaba costando un enorme esfuerzo resistirse a la tentación de repetir una erótica y antigua escena con la misma protagonista en un escenario similar.  Marianne Llevaba pocas joyas como siempre, como queriendo evitar que estas se opacaran con su belleza.
También la joven no se perdía detalle de la galanura de su esposo, ¡Su esposo…! que bien sonaba eso, vestido todo de negro, excepto su camisa blanca y almidonada, su hermosa y elegante figura en posición de alerta, su atractivo rostro de mirada muy verde y enigmática. Era por mucho, el hombre más atractivo que hubiera conocido jamás y lo amaba con locura.
Inmediatamente llegando, fueron recibidos por la feliz pareja, estaban encantados por coincidir en este importante evento, creado solo para disfrutar  y divertirse y eso pensaba hacer, solo que esta vez en compañía de su flamante esposo.
La noche estaba pasando fabulosamente bien, nunca imagino que Alexander bailara tanto con ella, casi a la fuerza le permitía bailar con alguno de sus viejos amigos.
Todo había sido perfecto hasta que apareció la bruja de los cuentos y se llevo a su príncipe fuera del salón.
Con unas copas de más y unos celos que la estaban volviendo loca se des afano de su compañero de baile y se interno en la mansión, tratando de localizar a Alex.
No permitiría que la manzana de la discordia la arrebatar la felicidad tan difícilmente conseguida. Con la certeza de que estaba consiguiéndose un lugar en el corazón de Alex, se aventuro en su búsqueda y que Dios se apiadara de ella.
Se detuvo en una puerta “casualmente” entreabierta por la que se alcanzaba a observar a una Lucrecia llorosa y aparentemente desesperada que exigía a su esposo quien sabe qué cosa.
-Tienes que permanecer conmigo, lo prometiste, no me puedes dejar sola en esto, tú me convenciste de que también lo deseabas, tus palabras me convencieron, ahora debes estar conmigo- Como tenía por costumbre y sabiendo que ya tenía detrás de la puerta al público esperado, inicio su magistral actuación. Comenzó su contoneo pegada al cuerpo de Alex, sus manos sujetando su nuca y tallándose como gato en brama.
De qué diablos hablaba está loca, hasta donde el sabia, la empresa donde le había sugerido a Lucrecia que invirtiera, estaba teniendo total éxito y eso lo sabía porque el también había comprado acciones, así que no estaba entendiendo nada. A lo mejor estaba drogada, no sería nada raro, sabía que gustaba de hacerlo. Solo que esta vez no estaba de humor para sus vicios, dramas y exigencias.
-Por favor tranquilízate, te prometo que mañana iré por tu casa y resolveremos cualquier cosa que te preocupe, lo que quiera que sea estoy seguro que solo está en tu cabecita- En su papel consolador, le devolvía el abrazo tomándola por la estrecha cintura.
Lucrecia no cavia de contenta, si le hubiera escrito a Alex, su parte del guion, no hubiera sido tan acorde a sus necesidades.
-Si no te quisiera y necesitara tanto no me sentiría así, de nuevo estas permitiendo que nos separen tus compromisos, amor- Le estampo un beso descarado que avergonzaría a la mujerzuela mas experimentada.
Marianne sin poder evitar un segundo más tanta desfachatez de los adúlteros y con la mente totalmente aturdida por los celos,  entro violentamente en la habitación.
-Así que es aquí donde se encuentra mi amante esposo- Sus ojos fijos en los asombrados ojos de el  -Que poco te valoras para conformarte con ser  la amante en turno de un hombre casado- Ahora sus claros y limpios ojos puestos en ella.
Sin más que decir se dio media vuelta e inicio el camino de salida de la habitación diciendo:
-Alexander, si en algo valoras nuestra familia, deja ahora a esta mujer y acompáñame a casa, si no lo haces, entenderé lo que hayas decidido- Con la elegancia de una Condesa salió del lugar con la frente levantada y cerrando tras de sí.
-Si me dejas ahora, me suicidare- De la nada apareció una pequeña pistola en la mano de Lucrecia, apuntándose a la sien.
No podía ser que le estuviera pasando esto, a el que rehuía todos los avances femeninos en sus ansias de dominio sobre él y ahora se encontraba entre una esposa lastimada en su dignidad de mujer y una ex amante enloquecida por quien sabe que brebaje injerido.
Media hora paso para que Lucrecia le diera el pequeño revolver voluntariamente; ahora que la había convencido que acudiría  a su casa la mañana siguiente a primera hora, consiguió  subirla a su coche para que se fuera a descansar. Ahora lo esperaba el indomable carácter de Marianne.
Cuál sería su sorpresa cuando salió al jardín, se encontró a una Marianne desconsolada llorando en brazos de Maximilian De la Rivier o mejor conocido como el Marques De la Rivier.
-Vaya, vaya, esposa mía, no pierdes el tiempo, rápido emparejas las apuestas, pero ya me lo habías advertido, no debería de sorprenderme- Con mirada de hielo y puños apretados Alex se acerco a Marianne lo suficiente, para arrancarla del abrazo de Max.