-Buenas tardes,
¿Le puedo servir en algo?- Con los brazos llenos de libros y la
mirada baja, Marianne pregunto ya cerca de la
entrada.
-Hola
pequeña-
¡¡Madre de Dios!!, ¡esa vos!…Marianne
levanto la vista rápidamente y la dirigió al visitante, como si de
repente perdiera las fuerzas, dejo caer los libros y empezó
suavemente su caída al piso.
Ese hombre que se acercaba a ella
¿acaso era Alexander? ¿Qué clase de broma le estaba jugando el
destino?, tenía que ser eso, el no podía estar realmente
ahí.
-¿Acaso no hemos vivido esto antes?-
Decía Alex, mientras tomaba en sus brazos el laxo cuerpo de
Marianne, que se resistía a entrar en total
inconsciencia.
-Alexanderr ¿eres tu realmente?- Se
sentía transportada por toda la tienda. Alex buscaba un sillón
donde hacer reposar a una aturdida
Marianne.
¡¡Diossss!! Estaba más bella que
nunca, como si la maternidad la hubiera vuelto
perfecta.
¡Qué bendita tortura! tenerla así… tan
cerca y a la vez tan lejos…, que ganas de apretarla a su cuerpo,
acariciarla, olerla, besarla, saciarse de su piel, de su cuerpo, de
su persona, hasta apagar la sed de más de tres años de ausencia,
mas de tres años de zozobra por no saber de ella. Pero a la vez,
sentía la imperiosa necesidad de regañarla, de hacerle sentir
un poco de lo mucho que había sufrido por su causa, se encontraba
en una encrucijada donde los sentimientos amotinados no dejaban ver
el camino correcto a seguir.
-¿Qué haces aquí?, ¿Cómo me
encontraste?- las preguntas de Marianne resolvieron la temática a
seguir.
-¿Qué hago aquí?, eso es obvio, ¿Cómo
te encontré?, batallando como un imbécil por más de tres años.
¿Cómo te atreviste a hacerme esto?, ¿No pensabas volver, no es
así?- Alex, la había depositado con cuidado en el sillón, mientras
él se mantenía de pie, como un gigante amenazador a punto de
aplastar a su víctima.
Ni en sus sueños, había visto a
Alexander tan avasallador, tenía algo de canas en las sienes y unas
atractivas arruguitas en los ojos y comisura de los labios, estaba
esplendido, tan, tan…. ¡Caramba! ¡Qué locura!, si pudiera le
brincaría encima y se lo comería a besos. ¡¡Diosss!! Como amaba a
ese hombre...
-¿Y Que esperabas que hiciera,
Alexander? no podía permitir que llegaras al extremo de casarte
conmigo por cumplir el bendito compromiso que adquiriste con mi
padre- Marianne gritaba a vos en cuello.
-Hicimos el amor Marianne, ¿no lo
recuerdas acaso? Y resultaste ¡¡¡virgen!!!…. ¡Tenía, que casarme
contigo!-.
Alexander estaba inclinado
peligrosamente hacia Marianne con una mano apoyada en el respaldo
del sillón y la otra en el descansabrazos, mientras su
aliento acariciaba el rostro de la
joven.
-Pues ya ves que no era necesario, yo
lo resolví de la manera que a mí me pareció correcta- A pesar de la
emoción de verlo de nuevo, debía conseguir que se fuera cuanto
antes, ya no tardaba mucho en volver Paul con el pequeño Alex y si
él lo veía estaría perdida. Quien sabe que sería capaz de hacer
Alexander, si solo por huir de él se había tomado la molestia de
buscarla hasta encontrarla, no importándole el tiempo transcurrido,
y además, había venido personalmente ante ella como si
viviera a la vuelta de la esquina.
¿Y si le quitaba a su
hijo?
Evidentemente al Conde no le gusto
para nada la respuesta de la joven, tomándola por los brazos la
puso de pie junto a él.
-Maldita sea Marianne, tú y tu sentido
de la justicia, no te correspondía a ti decidir absolutamente nada,
era mi deber y mi derecho corregir los errores cometidos- Le
hablaba con vos molesta pero a la vez incitadora, pecaminosa, con
sus labios casi rosando su boca y sus manos ardientes subiendo y
bajando por sus desnudos brazos en una lenta caricia. –Dime una
cosa pequeña ¿Ya me olvidaste?, ¿Ya no sientes nada por mi?
¿O solo me dijiste que me amabas aquella noche al calor del
momento?- Quería provocarla, hacerla que perdiera la calma, que
abandonara esa pose de frialdad y mostrara sus verdaderos
sentimientos.
-Lo que haya sido entonces ya no
importa, yo tengo mi vida hecha lejos de ti y no pienso cambiarla-
Debía de mantenerse firme por el bien de ella y su hijo. Total,
Alex no podía añorar lo que no sabía que
tenía.
-Pues no tolero que tu ni nadie tomen
decisiones por mí y me importa un carajo que tengas tu vida hecha
aquí, he venido hasta este lugar olvidado de la mano de Dios a ver
cómo y con quien vives y te advierto que no me iré de aquí hasta
saberlo- Alex ya no se resistía al deseo que sentía de ella, la
estaba acariciando por toda la espalda mientras la tenia sujeta por
la nuca, su rostro en el hueco de su cuello, inhalando el exquisito
aroma de su piel, en tanto la besaba.
-Por favor Alexanderr, déjame, ha
pasado demasiado tiempo y las circunstancias han cambiado, yo ya no
soy la misma de antes- empujaba el pecho de acero con los puños,
resuelta a no dejarse arroyar por la ola de excitación que invadía
su cuerpo y sus sentidos.
-¿Y porque no hablamos de todo lo que
han cambiado tu y las circunstancias? a eso he
venido-.
A pesar del temor que le provocaba el
hecho de que Marianne le confesara que existía otro hombre en su
vida y que a él lo había dejado de amar, continuaba el asalto a su
cuerpo con manos, labios y dientes, tratando de debilitar la férrea
voluntad de la joven y lograr que le
correspondiera.
El deseo dormido en Marianne empezaba
a despertar y amenazaba con provocar el desbordamiento de ese
inmenso amor difícil de ocultar, mientras era sometida al maratón
de caricias que ella tanto anhelaba. ¿Cómo negarse el placer de
disfrutar y saborear a este ejemplar de macho que devastaba la
razón y volvía su sangre en fuego líquido y su piel en miel
derretida entre sus manos?
-Alexanderr, ¿Qué debo hacer para
convencerte que ya no me interesas, no quiero que me toques, no te
necesito ni te deseo más? Soy una mujer plena y feliz que está de
nuevo en su lugar y con su gente.- Tomando fuerzas de flaqueza,
empujo a Alex, logrando por fin deshacerse del fuerte
amarre.
-Está bien Marianne, solo tienes que
convencerme de lo que dices, sin mentiras y sin trampas, muéstrame
tu mundo y cuando esté satisfecho con lo que veo, me alejare de ti,
volveré a mi mundo y a ti te dejare en el tuyo, lo
prometo.
-Si compruebo que realmente eres feliz
aquí, daré por finiquitado el compromiso con tu padre, contigo y
con migo mismo y nunca volverás a verme-. Tenía un terrible nudo en
la garganta, pero cumpliría con su palabra, aceptaría su derrota y
se alejaría para siempre, para seguir con su inútil existencia sin
ella.
A Marianne, le impactaron las palabras
resueltas de Alex, pero era mayor su ansiedad por que se marchara
de una vez.
-Bien, por favor acompáñame, quiero
que conozcas donde vivo, quiero que sepas quien soy ahora- inicio
un rápido recorrido por la tienda mientras narraba cuidadosamente
su vida diaria, dejando para el final su vida
privada.
Alex tuvo que reconocer que
Marianne era una mujer muy inteligente y capaz, se notaba en todo
lo que hacía y decía y también en lo que dejaba de decir y hacer.
Omitió por completo narrarle las vivencias del viaje, que seguro no
fue nada fácil para una chica sola, joven, hermosa, inexperta e
indefensa; la cantidad de peligros que debió haber sorteado, tal
vez sufrió hambres y enfermedades. Ahora que Alex conocía
parte de su recorrido, podía constatar lo que hasta hoy habían sido
meras suposiciones, pero seguro se quedaba corto, ya que él en su
condición de hombre, tenía la mitad de los problemas
resueltos.
-¿La chica de la portada de ese libro
eres tú?- No salía de una sorpresa para caer en
otra.
-Sí, hace un mes que salió a la venta
mi primera novela, a pesar de ser mujer y extranjera he tenido
buena aceptación. Acompáñame arriba, quiero mostrarte donde vivo-
Se quedo a la expectativa, esperando el tropel de preguntas sobre
ese tema.
De momento Alexander solo era un
observador, eso le ayudaría a estar bien despierta y no dar pasos
en falso; no lo llevaría al salón privado ni a la habitación del
pequeño Alex, ahí había fotografías suyas desde su nacimiento, no
negaría su existencia, pero su verdad seria a
medias.
El departamento, aunque no muy amplio,
dejaba ver buen gusto y comodidad, otra muestra más de que Marianne
decía la verdad, había resuelto su vida muy bien sin él, no lo
necesitaba.
-Cuéntame de tu familia y de tus
planes para el futuro- Hablaban mientras bajaban las escaleras de
nuevo a la tienda.
-En resumidas cuentas, tengo una
tienda de libros en constante crecimiento, soy escritora de novelas
y tengo una bella familia. Mis planes son quedarme en este país y
específicamente en este pueblo, aquí tengo muy buenos amigos y un
futuro seguro y prometedor-. Esperaba haberlo mareado de tanto
hablar y que ya no preguntara más.
-¿Quiénes forman parte de tu familia?
Eso no lo tengo claro aun, ¿Hay esposo e hijos?- Su mirada
perspicaz no abandonaba los ojos de ella.
¡Diablos!, tendría que inventarse algo
rápidamente.
-Tengo un hijo y por supuesto que él
tiene un padre, un par de amigos que son como mis hermanos y muy
buenos vecinos y amigos-.
Tal como le había dicho Harris, ella
estaba casada y con un hijo. Alexander sentía que se moría de pena
por la cruel realidad.
-Debo aceptar que ya no tengo nada que
hacer, la verdad de las cosas es que has resuelto tu vida muy bien,
mejor de lo que hubiera hecho yo, no me queda más que pedirte
perdón por todo el daño que te cauce, reconozco que fui un
arrogante, un engreído que no supo comprenderte, respetarte y
apoyarte. Mi obsesión por cumplir la última voluntad de tu padre me
nublo la razón. Solo me queda desearte que seas muy feliz, porque
te lo mereces. Quiero que sepas que para mi eres la mujer más bella
y autentica que jamás haya conocido, se que tarde lo comprendí. Tus
padres estarían muy orgullosos de ti…-.
-Por último, antes de irme debo
entregarte los documentos que te reinstalan como la única heredera
de la fortuna de tus padres, cuando llegue a Londres daré
instrucciones al banco, para que envíen tu dinero a un banco local
o donde tú quieras, solo házmelo saber-. Ya estaba
sacando un fajo de papeles de su maletín de mano
cuando….
-Mami, mami, mami, ¿nonde tas?- Un
repentino alboroto lleno por completo el silencioso
lugar.
Marianne, reacciono rápido, antes de
que Alexander terminara de ordenar los documentos, corrió a la
entrada y tomando al niño en brazos camino rumbo a la escalera, con
un sorprendido Paul detrás de ellos.
-Querida, ¿Qué pasa? Estas blanca como
un papel….-.
-Por favor Paaaul, no no ppreguntes,
solo lleva al niño arriba-.
En eso volvió a sonar la campanilla de
la puerta.
-Hola, holaaa, ¿hay alguien en
casa?-.
De repente y sin saber ni como, el
pequeño Alex, se soltó de los brazos de su madre y corrió rumbo a
la puerta gritando emocionado.
-Tía Sofi, tía Sofi, quiedo contate
del pecioso caballo que me pasio en el padque, es gandote y y
y…..-.
Como en un sueño, Marianne observo la
escena de un niño extasiado mirando a su versión adulta frente a
él, un Alexander que con cara de sorpresa pasaba sus ojos del niño
a ella, una Sofi anonada por semejante descubrimiento y un Paul
comprensivo y solidario que aguardaba a su espalda seguramente para
sostenerla cuando decidiera desmayarse.
-Mamy ¿llego papi?- El pequeño Alex
pregunto con su carita llena de felicidad -¿Voy a cumplir años
mamita? ¿Papa llego pada mi fiesta?-.
-Acompáñame Alex, tu mami debe hablar
con el Sr -.
-No tía, se llama Alex, como yo- Dijo
rotundamente dándole la manita a tía Sofi al tiempo que se dejaba
llevar arriba seguidos de un dudoso Paul.
-Si necesitas algo estaré con Sofi y
el niño-.
En cuanto se quedaron solos, Alexander
de dos zancadas se coloco a un paso de
Marianne.
-¿Pensabas dejarme ir sin decirme nada
del niño, no es así?-.
Marianne no se atrevía a mirarlo, solo
retorcía sus manos, como siempre que se encontraba en problemas y
era descubierta.
-Cuanto debes odiarme para negarme el
derecho a saber que soy padre, el derecho de conocer al hijo que
procreamos juntos ¿Cuantos años de él me he perdido ya
Marianne?, no espera no respondas, yo puedo sacar las cuentas, mi
hijo tiene dos años y nueve meses, ¿no es
así?-.
Alexander estaba sufriendo en carne
viva un terrible dolor y desilusión por causa de Marianne, aunque
sabía que se merecía eso y más.
-Te pedí que no me mintieras, que no
trataras de engañarme y mira con que me sales, ¿Qué se supone que
debo hacer ahora Marianne? Desconoces la repuesta porque en tu vida
imaginaste que te encontraría ¿verdad?-. Sin poder evitarlo,
Alexander ya había atenazado los hombros de la joven y le daba
pequeñas sacudidas apurándola a
responderle.
-¡Dios!, no puedo ni pensar
coherentemente, me siento aturdido, avasallado por el
descubrimiento de tener un hijo, Marianne, debiste informarme, no
tenias derecho a ocultármelo, es también mi hijo Marianne, ¡MI
HIJO!-.
El rostro de Alexander reflejaba el
dolor, el desasosiego, la angustia, la frustración y el enojo
acumulados en los últimos años tras la desaparición de Marianne; el
conocimiento de la existencia del pequeño Alex había detonado la
bomba y salían a flote todos esos sentimientos para golpear el
cuerpo de Marianne, como si de una epidemia se
tratara.
-Yo no lo hice por odio Alexanderr, yo
no te odio, solo quise protegerme de ti, de tu reacción al
saber las consecuencias de nuestra noche de de….- Su garganta
cerrada, se negaba a terminar la frase, sabía que el nombre que
ella tenía para aquel inolvidable encuentro, no sería el
mismo que él le daba.
-Se que actué con alevosía y ventaja,
estoy perfectamente consciente que busque el lugar más apartado del
mundo para que tu no nos encontraras, pero esto lo hice por
amor a mi hijo, no podía permitir que me lo arrebataras o que me
obligaras a vivir en un matrimonio sin amor, donde solo existiera
el compromiso, la educada tolerancia hacia mí y seguramente la
infidelidad de tu parte- Seguía sujeta fuertemente por las manos de
Alexander, su mentón elevado a él, con mirada suplicante y rostro
humedecido por las incontenibles lagrimas.
Ahí estaba… la verdad pura
y cruel de labios de una temerosa mujer que solo le había pedido
dos cosas en toda su corta vida, años atrás, que la amara y ahora
en el presente, que la olvidara, que la dejara vivir su vida como
ella lo había elegido, una vida donde no estaba incluido
el.
-Lo siento Marianne, entiendo tu
postura, pero no puedes esperar que haga como si nunca me hubiera
enterado de que tuviste un hijo mío y que regrese a Inglaterra como
si tal- hablo con vos firme de esa forma que ella conocía demasiado
bien, eso no presagiaba nada bueno.
-Por favor Alex, no me quites a mi
hijo, es lo único que tengo, es mi vida entera, sin él me moriría,
tu puedes tener hijos con quien tú quieras, eres un hombre exitoso
en el mundo de los negocios y de las mujeres, apuesto, millonario,
tienes todo lo que puedes desear, yo solo he sido en tu vida un
problema, un error que podemos finiquitar ahora mismo, tu podrás
volver a tu vida de siempre, yo no me cruzare mas en tu camino,
solo tienes que dejar las cosas como están- su cuerpo tembloroso se
fue deslizando hasta quedar de rodillas suplicante, ante un rígido
Alexander que la observaba atontado, sin saber que
decir.
Sin querer, la voz de Marianne se
había elevado lo suficiente como para alcanzar los oídos de un
preocupado Paul, que de inmediato decidió bajar para cerciorarse de
que la joven se encontraba bien.
-Querida, por favor ponte de pie- Dijo
Paul todo compungido mientras ayudaba a Marianne a ponerse de
pie.
La joven se quedo acurrucada en los
brazos consoladores de su amigo.
-¿No le parece suficiente el daño que
le ha ocasionado a Marianne, porque no termina por desaparecer de
su vida?, nunca debió de haber venido- Sus ojos acusadores, retando
al gemelo gigante de su ahijado.
-Y yo No le permito a usted que
intervenga en esta conversación, esta chica, antes de usted tuvo un
pasado conmigo, un pasado que tuvo consecuencias que nos unirán por
el resto de nuestras vidas futuras y como podrá comprender, ahora
que se dé la existencia de mi hijo, lo quiero conmigo- La mirada
intimidante clavada en su interlocutor.
Alexander, no soportaba ver a Marianne
en brazos de otro hombre, no importaba lo ilógico de su
sentimiento, estaba consciente que ese otro, tenía todos los
derechos sobre ella.
-Se equivoca, el hecho ser solo su
amigo no me impide ser su protector, sépase de una vez que tendrá
que enfrentarse a mi primero si se atreve a lastimar a
Marianne de nuevo-.
Ya Alexander no escuchaba, se quedo
detenido en la frase de “solo su amigo”, ¿acaso era otro
enredo de la pequeña bruja mentirosa que tenía
enfrente?
-¡Marianne! ¡Marianne! dile a este
caballero que se retire si no quieres que lo haga yo personalmente-
La joven entendió perfectamente la amenaza después de semejante
ventaneada por parte de un inocente Paul.
-Está bien, te engañe de nuevo, deje
que pensaras que Paul era mi esposo, no tengo ninguno, pero
eso no cambia nada-.
-Es ahí donde te equivocas de nuevo
Marianne, con este nuevo hallazgo concluyo que no hay nada que te
detenga en este lugar y que pueden volver conmigo a Inglaterra tu y
mi hijo- Su voz tan suave y pausada no engañaría ni al pequeño
Alex, que ya se encontraba abrazado a las piernas de su madre,
intuyendo que algo andaba mal.
-¿Quién te crees que eres para decidir
lo que debo o no debo de hacer, me niego rotundamente a volver
contigo a Inglaterra, ¿Acaso no recuerdas que hace mas de tres años
salí huyendo de ahí por tu culpa?- Toda ella en posición de pelea,
estaba dispuesta a luchar contra Alexander por defender su derecho
a una vida tranquila y en libertad, eso era lo que su padre le
había enseñado y lo que estaba dispuesta y obligada a ofrecerle a
su pequeño Alex. Como ya había decidido antaño, ¡No! caminaría para
atrás ni para agarrar vuelo.
-Pues soy ni más ni menos que el padre
del chico y tengo todo el derecho legal y todo el poder que da el
dinero para hacerlo valer, no me obligues a hacer uso de él porque
te advierto que ganare. O te vas a Londres conmigo y Alex o te
quedas aquí sin él-. Alexander había tirado su última carta y
rogaba a Dios por que fuera la ganadora.
-¿Se puede saber en calidad de qué
volveré haya?- Sabia reconocer cuando había perdido, pero todavía
no decía la última palabra y no lo haría frente a su
hijo.
-En calidad de esposa y madre de mi
hijo, al llegar a Londres concluiremos con lo que dejamos pendiente
hace tres años Marianne- De nuevo ese tono sospechosamente
suave.
-Tú mandas…. ciertamente sigues
teniendo el poder- Sus ojos volvían a mirarlo con odio. Seguía
amando y odiando a ese insufrible y mandón hombre que la volvía
loca.
-Necesito unos días para ordenar
y organizar todo antes de partir- haría el último intento, a
lo mejor mordía el anzuelo.
-Tomate todo el tiempo que necesites,
mientras tanto mi hijo y yo nos mudaremos al hotel para irnos
conociendo- Alexander tiro el cartucho de dinamita y se sentó a
mirar.
-Estas mal de la cabeza si crees que
voy a confiarte a mi hijo- hablo al tiempo que tomaba en brazos a
un cansado niño, que ya empezaba a exigir atención de su
madre.
-Y tú eres una tonta ingenua si
piensas que caeré en una de tus trampas. No queda de otra que
decidir si ustedes se mudan conmigo al hotel o tú me haces un campo
aquí mientras organizas todo para irnos.
Paul y Ane, hacía rato que habían
decidido subir al departamento mientras esos dos resolvían sus
diferencias. Ambos esperaban impacientes el cómo terminaría todo
este embrollo.
-Mamita, tengo hambe y quiedo hacer
pipi- Con sus pequeñas manitas tomaba la cara de su madre para
atraer su completa atención.
-¿Qué te parece si comemos algo
fuera? Si me indicas el lugar, llevare a mi hijo al
cuarto de baño- Ya tomaba en brazos al pequeño Alex y este gustoso
le estiraba sus bracitos.
Era increíble, ese pequeño traidor la
estaba cambiando por un padre que apenas conocía, todos los hombres
eran iguales….
-Esta al fondo a tu izquierda- dijo de
mala gana mientras subía a avisar a sus amigos, les debía una
explicación pero lo haría más tarde. Ahora se encontraba exhausta
del alma.
Recorrieron las calles en el elegante
coche en el que llegara Alexander, Marianne solo tuvo que indicar
el lugar más apropiado para almorzar.
La joven había resuelto que por esta
tarde se relajaría, haría como si estuviera en el teatro, se
sentaría en su butaca a observar la obra de la familia perfecta
cenando fuera. No cometería pecado alguno si soñaba de nuevo un
poco, como antaño, ya se preocuparía mañana por la debilidad de
esta noche.
-Este hombre, por fin se durmió, ¡Que
energía…! ¿Dices que no durmió siesta y que se encontraba despierto
desde las nueve de la mañana?- Alexander tenía en brazos al pequeño
Alex profundamente dormido, lo miraba de una forma extraña; tal vez
fuera porque él también se encontraba exhausto, a fin de cuentas
apenas hoy por la mañana había llegado de un largo viaje
desde el país vecino.
-Sí, Alex es un niño muy inquieto y le
gusta investigar todo, es incansable- Estaba disfrutando
enormemente la vista del hombre más bello del mundo y al que amaba
hasta la locura, cargando a su réplica idéntica en pequeño. Era
algo con lo que ni si quiera soñó.
-Marianne, he decidido que te daré un
boto de confianza y seré un hombre considerado, no quiero
presionarte con mi presencia las veinticuatro horas del día,
por eso he decidido que ustedes se queden en casa y yo iré al
hotel. Solo te advierto, no se te ocurra huir de mí de nuevo porque
te volveré a encontrar y esta vez será muy rápido… y así de rápido
te arrebatare al niño y jamás lo volverás a ver- Ya estaba
recostando a Alex en su camita y le daba un tierno beso en la
frente, de despedida.
-Te agradezco el gesto, te prometo no
fallarte- Se encontraba totalmente enternecida al ver el gesto
cariñoso de Alexander hacia su hijo.
-Hasta mañana Marianne- Con un
movimiento de cabeza se retiro hacia la
salida.
¡Dios! Que día… Marianne no se creía
para nada el discurso de Alexander de que confiaba en ella, algo
seguro había planeado para no perderla de vista, seguro la mandaría
vigilar.
Por ningún motivo se arriesgaría a que
la pescara huyendo de ahí, seria implacable con ella cuando
la atrapara, tenía la certeza que cumpliría con su
amenaza.
Los siguientes días se sucedieron
rápidamente, con Marianne ordenando el papeleo de la tienda de
libros para dejar como representante legal a Sofi, esto solo
mientras su amiga completaba el importe por la compra del lugar,
era una cantidad realmente simbólica, ella no quiso aceptar que se
la regalara.
En cuanto a Paul, se encontraba muy
sentido y triste por su partida, hasta el último momento había
insistido en su propuesta de pelear a Alex y de que aceptara ser su
esposa, para adoptar al pequeño antes de que el Conde pudiera hacer
algo. Pero ella insistió en que no era justo para él, ya que ella
no lo amaba como hombre, además de que ese plan no aseguraba para
nada que no perdiera a su hijo y no podía arriesgarse, sería su
ruina si se lo arrebataban.
Alexander por su lado, estaba ganando
terreno a pasos agigantados con su hijo, el pequeño ya respiraba
por sus poros y cuando se quedaban a solas, no hacía otra cosa que
hablar de papa. Marianne se sentía celosa y temerosa, nunca había
tenido rival para el amor de su hijo, a pesar de que el pequeño
Alex adoraba s sus padrinos, nunca los prefería por sobre ella,
cosa que no pasaba con su padre. Tal vez era cierto eso que decían
de que la sangre llama…. Lo cierto que Alexander estaba resultando
ser un padre paciente y juguetón y estaba siempre atento a los
llamados y necesidades de su hijo; le recordaba su feliz
infancia.
Así llego la hora de su partida, le
dolía en el alma dejar su vida confortable y segura, para
aventurarse en las salvajes aguas de una vida en común con
Alexander, dejaba a sus dos grandes amigos para siempre y un país
que la había acogido cuando mas sola y abatida se sentía…Pero ¿Qué
hacer? De nuevo el destino caprichoso la ponía en manos del
despiadado Conde de Hardrock.
Hicieron el camino de regreso a EEUU
lo más descansado posible en consideración a Alex, de ahí tomaron
el barco que los llevaría a Inglaterra y de nuevo a su prisión de
amor.
Para ser justos, Alexander se
estaba portando como un perfecto caballero con ella y con el
pequeño Alex era un modelo de papa, se le veía sinceramente feliz y
conmovido con su hijo, se daba cuenta que el niño se había ganado
su corazón.
En varias ocasiones había descubierto
de nuevo en Alexander esa mirada extraña cuando tenía al niño
dormido en sus brazos.
-¿Por qué miras de esa forma a Alex?
¿Tienes alguna duda de su origen?- no aguantando por más tiempo la
incertidumbre, Marianne le tiro con la
pregunta.
-Tendría que ser un cretino imbécil
para dudarlo, el niño es idéntico a mí, eso es lo que me hace
sentir algo extraño, casi incomodo, es como si me viera a mi mismo
a su edad, cuando está tranquilo, dormido, me envuelve la sensación
de ser transportado a otra época, donde todo para mí era felicidad
al lado de mis padres Siento tal conexión con mi hijo que me
subyuga.
Pocas veces Alexander le habría su
corazón, normalmente lo hacía cuando estaba furioso, esta vez
sereno y con una sonrisa en los labios, le había confiado un
sentimiento tan personal que se sintió por vez primera un persona
especial en su vida.
A partir de ese momento y en el curso
del largo viaje en barco, se creó una increíble camarería entre
ellos, estaban disfrutando realmente de estar juntos y compartir el
cariño y las exigencias del pequeño y mimado
Alex.
Por fin el viaje llego a su fin, ya
estaban de regreso en la mansión Hardrock. Esta no había cambiado
nada en su ausencia, era como si nunca se hubiera
marchado.
Todo el personal los recibió en la
entrada, fascinados con su regreso, pero mas con la sorpresa de un
Pequeño Alexander en sus vidas.
Al principio, el pequeño Alex se porto
algo tímido y retraído, pero era un niño tan singular que a veces
parecía un hombre pequeño. Solo necesito dos días para andar de
pellizco y nalgada con todo el personal de la casa, solo faltaba
que fuera presentado a la familia para completar su adaptación a su
nuevo mundo. Parecía no sufrir demasiado la ausencia de sus
padrinos.
-Me gustaría que nos casáramos este
fin de semana, es urgente legalizar la situación de Alex como
hijo mío.
-Bien, que sea como tu digas, solo te
pido que sea algo muy privado, no estoy preparada aun para
enfrentarme a tu familia y menos a la
sociedad.
-Me parece justo, así será. Ahora debo
dejarlos, buscare al juez para iniciar los trámites-.-Mami ¡que
linda te ves!-.
-Gracias amor, tu también estas
guapísimo-.
-Mi papi esta igualito que
mí-.
-Esta igualito que
yo-.
-No mamita, ¿Cómo se va padecer a ti?.
El es como mí, un hombe- Se reía burlonamente de su ocurrente
madre.
-Muy bien sabio jovencito, tú ganas,
ahora debes acompañarme abajo, que tenemos una cita con
papa-.
Como si el tiempo se hubiera vuelto
atrás, Marianne, toda bella y notoriamente nerviosa, recorría una
vez más la escalinata que la llevaba hacia él, hacia su destino
final, solo que esta vez iba custodiada por un posesivo rival con
quien Alexander tendría que compartir su amor, un amor que a fin de
cuentas no le interesaba tener.
Intempestivamente y como una
exhalación alcanzo a ver entrar al salón a una furiosa
Lucrecia.
-Así que por fin has vuelto amorcito y
¿Cuándo pensabas decírmelo?, ¡eres un chico muy malo…!- Su
mirada obscura no ocultaba su enojo, mientras se iba acercando a
Alexander, sin notar dos pares de ojos que observaban la escena uno
con infantil curiosidad y otra con evidente
sorpresa.
-Lucrecia, ¿Qué haces aquí? Acompáñame
al despacho ahora- En qué momento se fue a presentar esta
mujer….Tendría que buscar la manera de despacharla
rápidamente.
En cuanto la pareja desapareció de
escena, Marianne llamo a Doiley.
-Hágame el favor de llevar a Alex a la
cocina a que coma de esas ricas galletas que hizo Mary y por favor
que no salga hasta que le avise-.
Marianne se acerco al estudio para
investigar que tramaba ese par. Otras ves la asaltaban las dudas
del paso que iba a dar. Y como en otras ocasiones que recordaba muy
bien, la puerta entre abierta le facilitaría la tarea de
espionaje.
-¿Qué pasa contigo Alex, hace casi
tres meses me dejas solo una nota diciéndome que te ausentabas del
país por un tiempo y luego llegas y ni si quiera pasas a
saludarme?-. Como siempre que estaba con el Conde, Lucrecia
desbordaba sensualidad y ponía manos a la obra en el arte del
coqueteo.
-Lo siento Lucrecia, he estado muy
ocupado en estos días. Pensaba visitarte la semana entrante-
Tendría que darle por su lado si quería que se fuera cuanto antes,
si entablaba una discusión acerca de sus derechos para con él, la
conversación se alargaría más de la cuenta.
-¿A si? Y dime ¿Qué tanto hay de
cierto en lo que me comento David? ¿Qué es eso de que encontraste a
Marianne y la has traído de vuelta y además acompañada de un
regalito?-.
-En efecto, la encontré a ella y a mi
hijo. Marianne y yo tenemos un hijo de casi tres años, por lo
que debo casarme con ella, justo un momento más será la ceremonia
civil para legalizar la situación de mi hijo, en una hora a la sumo
será legalmente mío-.
-Vaya, por poco y me entero en los
cotilleos de la próxima fiesta, ¿No es así cariño? Dime una
cosa, en tu nueva vida tan bien planeada ¿Qué se supone que haga yo
con semejante noticia? ¿Dónde quedo yo, ahora?- Su cuerpo temblaba
de rabia y sus ojos disparaban dardos
venenosos.
-Yo estoy haciendo lo que debo de
hacer y tú tendrás que aceptar mi nuevo status. Es tu decisión,
tómalo o déjalo- Determinante, frio y cruel, no titubeaba mientras
hablaba.
-Bien, me ha quedado claro, por ahora
te dejare, te espero la próxima semana, No faltes- No se rendiría
tan fácilmente, ya encontraría la manera de vengarse de la maldita
entrometida que por lo pronto se había salido con la
suya.
Después de despedir a Lucrecia,
Alexander se dirigió al salón a buscar a su futura
esposa.
-Que bella estas Marianne- Estaba
realmente deslumbrado con la hermosura de la joven. Como autómata,
se acerco a tomar su mano para besarla.
-Dime una cosa ¿Tenia que visitarte tu
amante justamente este día? Tal parece que piensas continuar con
esa relación, aun siendo un hombre casado, ¿Ha? También tengo
noticias para ti, me acomoda mucho la idea de que desfogues tu
lujuria con la mujercita esa, así estaré liberada de tener que
cumplir contigo como tu mujer, nada detestaría más que tenerte en
mi cama, siento asco solo de pensar en tus manos encima de
mí.
Hoy me has humillado de nuevo,
pero te advierto que ya no soy la mocosa insulsa que se deja
pisotear, te advierto o te comportas con discreción y nos respetas
a tu hijo y a mi o vete enterando de que estoy dispuesta a pagarte
con la misma moneda- Lívida hasta los huesos de rabia y dolor, lo
amenazo con lo primero que le cruzo por la cabeza, sin importarle
las consecuencias de sus palabras.
-En primer lugar, me meteré en tu cama
cuantas veces se me antoje hacerte tragar tus palabras, así tenga
que embriagarme antes. En segundo lugar, visitare a Lucrecia o a
quien se me plazca cuando se me dé la gana y no te atreverás a
ponerte a mi altura por que te juro por Dios, que hare que te
arrepientas el resto de tus días. En tu vida te atrevas a volver a
amenazarme, Marianne- La tenia sujeta fuertemente de un
brazo, zarandeándola violentamente como si fuera una muñeca,
totalmente fuera de sí, sus ojos destellando fuego y su boca
escupiendo las palabras.
Alexander soltó a la joven al
percatarse que le corrían lágrimas por el rostro, ella en
ningún momento se quejo o se defendió.
Alex se sentía un miserable por
lastimarla de nuevo… pero no podía evitarlo, lo sacaba de quicio...
Marianne era la única mujer capaz de hacerlo perder el control en
segundos, lograba nublarle la visión y la
razón.
-¿Donde se encuentra mi hijo?-
Respiraba profundamente tratando de calmarse, sentía como le
temblaban las manos aun.
-En la cocina comiendo galletas, iré
por el- Se pasaba el dorso de las manos por la cara, tratando de
retirar todo vestigio de lagrimas.
-No, iré yo, tu arréglate un poco, ya
ha llegado el Juez- Sin mirarla salió por el pequeño Alex y el
Juez.
Ni un lo siento, ni un perdona…
Marianne se sentía tan dolida, lastimada en su interior y por
fuera también. Se reviso el brazo y aun tenia los dedos de Alex
impresos en el, así debía tener el corazón, estaba segura de que le
sangraba por dentro. No había cambiado nada su situación, ella
seguía locamente enamorada de Alexander y el enamorado del deber.
Aunque ahora tenía un gran aliciente para vivir, el pequeño Alex,
seria fuerte por él y para él.
La ceremonia se llevo a cabo, con solo
los sirvientes como invitados, después un brindis y una cena, al
terminar, todos regresaron a sus labores, Marianne y el niño a sus
habitaciones y Alexander a la calle. Seguro iba con
Lucrecia.
Los días transcurrían tranquilos,
Alexander era todo educación y cortesía con ella y con Alex, un
padre dedicado y amoroso.
-Buenos días Marianne, buenos días
pirata- Saludaba sentándose a la mesa a desayunar con la
familia.
-Hola papi, ¿cuándo como huevito
juegas con mi?- Su mirada de total adoración por su
padre.
-Por supuesto que si hijo, jugaremos
en el jardín un rato.-
¿Qué tal tu tobillo
Marianne?-.
-Mucho mejor, gracias, casi ni me
duele-.
-Habrá que tener más cuidado con este
pequeño salvaje, es muy grande y fuerte ya- Decía con evidente
orgullo.
-Sí, seguro no salió a mi- Sin querer
se le salió el comentario poniéndose roja como la grana, apenada,
se dedico a revolotear el cabello de su hijo para no levantar la
mirada. Sentía los ojos de Alexander clavados en
ella.
Padre e hijo pasaban mucho tiempo
juntos, jugando en los jardines de la mansión, paseando a caballo
por los campos o en el parque y Marianne, siempre que
los miraba juntos, sentía que se le partía el corazón de ternura,
eran tan parecidos que no dejaban de
asombrarla.
Ella solo salía a veces al parque o a
las tiendas acompañada siempre del pequeño Alex, pero en cambio
Alexander seguía saliendo seguido por las noches, como siempre iba
y venía sin dar ni una explicación de sus
actos.
Marianne seguía negándose a aparecer
en sociedad aun, así que la familia se fue haciendo presente para
ir a saludarla y conocer al nuevo heredero. También acudieron los
amigos y entre ellos Max.
Curiosamente el día de la primera
visita de Max estuvo presente Alexander, no perdió detalle de las
atenciones y miradas que le prodigaba El Marques, este seguía
soltero y aparentemente enamorado de
Marianne.
Esa noche Alexander no salió y
apareció en la habitación del niño cuando lo acostaba. ¡Madre de
Dios! Y ella con esa ropa de cama tan transparente… ¿Por qué estaba
ahí? Nunca iba a esa hora.
-Hola chiquitín, he venido a desearte
felices sueños- Le estampo sonoro beso en la frente mientras lo
abrazaba -Te quiero pirata-.
-Papi yo quiedo tu. Beso
mama-.
-¿Qué?- Pregunto con mirada de asombro
y media sonrisa.
-¿Quiede mama? Beso mama. Su inocente
lógica los estaba poniendo en un
predicamento.
-Amor, ya es hora de dormir, es tarde-
Marianne trataba de salvar la situación.
-Primero beso y luego mi duerme- Con
carita empecinada no daba su brazo a torcer, aunque se le cerraban
sus verdes ojitos.
-Está bien
pirata-.
Alexander se atrevió a mirar a los
ojos a Marianne, evaluaba el ánimo de la joven. ¡Dios! Que hermosa
estaba con su camisón de dormir blanco y puro como su
belleza.
-Habrá que hacerle caso, si no, es
capaz de no dormir- Dijo una apenada Marianne, mientras veía como
se iba acercando Alexander.
Este se inclino hasta rosar sus labios
apenas.
-Ahora mama beso
papa-.
¡Qué tenacidad de niño!
¿De quién la sacaría…?
Resignadamente Marianne se coloco de
puntillas y apoyando sus manos en los hombros de Alex poso sus
labios en los suyos fugazmente, al tiempo que se alejaba, sintió un
tirón doloroso en el tobillo lastimado y sin querer apoyo todo su
peso sin previo aviso en el pecho de Alexander, este reaccionando
rápidamente, recargo ambas manos en la pared, dejando a Marianne
encerrada entre el muro y su pecho y con sus bocas a un milímetro
de distancia.
Fue inevitable que sucediera, que sus
bocas se besaran, que reaccionaran ante el contacto debido al deseo
contenido por más de tres años. Ambas bocas dispuestas a dar y
exigir con la misma intensidad, sus lenguas tocándose, sus dientes
mordiéndose, era el beso más desesperado y salvaje de la historia,
ambos corazones latiendo violentamente, sus respiraciones agitadas,
pero ninguno de los protagonistas dispuesto a ceder ni por la
necesidad mas básica de respirar. Las manos de Marianne se
encontraban en su nuca para asirse de los risos negros con fuerza;
las manos de Alex agarrando su trasero para presionarla a su
vibrante y excitado sexo.
-Hasta manana papitos-. Y con un largo
bostezo, Alex cerro sus ojitos con carita
satisfecha.
¡¡Diablos!!
¡Dios Bendito!
-
El pequeño Alex les compro boleto para
la luna y el pequeño Alex los regreso de un
golpazo.
Minutos más tarde, Marianne ya estaba
por meterse a la cama cuando de repente se abrió la puerta de su
habitación que daba al pasillo.
-Hola esposa
mía-.
¿Qué pretendía Alex ahora, hacia media
hora que lo había dejado en la habitación de al lado, con su
hijo profundamente dormido.
-¿Qué haces aquí
Alexanderr?-.
-Vine a terminar lo que empezamos hace
un rato, sabes de sobra que no me gusta dejar nada a medias…- Su
mirada algo turbia, ¿Acaso había estado
bebiendo?
Alex se encontraba junto a ella al pie
de la cama, su aspecto algo salvaje le recordaba a un lobo a punto
de cazar a su presa. Llevaba el cabello alborotado, la camisa
abierta hasta la cintura e iba descalzo.
Marianne sabía que debía mantenerse
firme en su postura de rechazo, ya sabía lo doloroso que era
recoger los pedazos de su corazón y volverlos a
remendar.
-¿Esta noche te abandono Lucrecia?-
Sabía que jugaba con fuego, pero tenía que
intentarlo.
-Nada de eso cariño, solo vengo a
aprovechar la estimulada de Max para mi beneficio, hace rato me
diste una buena muestra y no hay que desperdiciarla- Hablo
con vengativa maldad, celoso hasta las
trancas.
-Eres un desgraciado, ¿cómo te atreves
maldito canalla?, no soy una de tus mujerzuelas- Estaba furiosa por
la ofensa.
-Tienes razón querida, ellas nunca me
hablarían así- Acto seguido, la atrapo por la cintura ccon ambas
manos.
-No te daré el gusto de rogarte, a fin
de cuentas harás lo que te venga en gana, ¿no es
así?-.
-Ciertamente esposa, ya estabas
avisada que en cualquier momento vendría a cumplir con mi deber de
esposo- Tenía su cara oculta en el hueco de su cuello, aspirando
ese aroma suyo que lo perseguía.
-Que vendrías a imponerme tu
presencia, dirás- Ya empezaba a nublársele la
razón.
-A quien quieres engañar amor, si hace
un rato estabas tan dispuesta como yo a todo- Le empezaba a
deslizar el salto de cama por los hombros, dejando al descubierto
su blanca y tersa piel.
-Abusas porque necesito de un hombre
para aliviarme- No quería por nada del mundo doblegar su orgullo
maltrecho, esperaba que lo que le decía fuera su golpe maestro para
alejarlo definitivamente de ella.
-Pues tu hombre ha llegado- Dijo
mientras la tomaba bruscamente en sus brazos dejándose caer con
ella en la cama, para dejarla atrapada entre él y el
colchón.
Beso con fuerza sus labios y con ambas
manos le arranco el camisón de un tirón, siguiendo luego con su
camisa y su pantalón.
Alexander había atenazado ambas
muñecas por arriba de su cabeza, no quería distracciones mientras
le acariciaba a sus anchas todo su voluptuoso cuerpo,
definitivamente la maternidad había agregado carne en senos y
caderas, dejándole un curvilíneo e irresistible figura para devorar
a sus anchas.
Alex besaba y acariciaba a Marianne
como poseso, invadiendo con su mano su intimidad, sintiéndose dueño
de su cuerpo y su alma.
-¡Diossss! ¡¡Que húmeda estas!! Estas
lista para mi cielo-.
Marianne, ya no se detenía mas, estaba
gozando de Alexander libremente, gimiendo y jadeando con languidez,
tirando de sus manos que seguían sujetas por sobre su cabeza,
ella también se moría por tocar el firme y apetitoso cuerpo de su
esposo.
-Suéltame las manos Alex, quiero
acariciarte también, te deseo tantooo…- El obedeció de inmediato y
las manos de la joven viajaron directamente a su pecho sujetándolo
con firmeza, pasando después a su espalda fuerte y tensa para bajar
a su trasero redondo y duro y muy, pero muy apetitoso. Pero sus
manos sedientas no se quedaron ahí, el reconocimiento del hermoso
cuerpo regreso hacia el frente, escurriéndose entre sus caderas
para afianzar con fuerza su miembro erecto.
¡Diablo!
¿Así de grande siempre había sido?
Que regocijo escuchar jadear a
Alexander mientras lo tocaba, tenía el cuerpo completamente
cubierto de fino sudor y respiraba con dificultad. Marianne
atrevida, siguió con la caricia al terso sexo que se inflamaba como
con vida propia.
-Detente amor, que harás que me
derrame en tu mano-.
Marianne detuvo su caricia pero solo
para para iniciar el movimiento cadencioso y provocativo de su
cadera para tallar su centro húmedo con su sexo vibrante. Alex, sin
poder contener mas su deseo, totalmente desbordado se empezó a
acomodar entre las piernas de Marianne, las separo y flexiono
hasta dejar sus pies apoyados en el colchón, el, quedándose de
rodillas la sujeto de las caderas penetrándola lenta y
suavemente.
-Pequeña, ¡Que apretada estas…! que
maravillosa sensación estar dentro de ti, eres tan bella, tan
sensual. Eres una experiencia única Marianne, que hasta
llegue a creer que la vez anterior la había soñado, que no era real
todo este erotismo que compartimos tú y
yo-.
En silencio Alex recitaba: De aquí
soy…. Esta es la mujer que yo quiero y necesito, este es el cuerpo,
este es el aroma, esta es la textura, esta es la esencia, esta es
mi vida, mi pequeña Marianne.
Marianne se sentía exultante de
felicidad, Alex estaba jadeante y sudoroso por ella y aunque él no
lo quisiera, era completamente suyo en este momento. Pero esta vez
se guardaría todo lo que sentía, ya había aprendido la lección y no
diría todo lo que lo amaba. Si solo excelente sexo era lo que
quería de ella, pues que así fuera, ahogaría sus sentimientos para
siempre, no volvería a exponerse a su desprecio y desamor,
aprendería a vivir con lo que había, que la verdad. ¡Era muy
bueno!
-Dime cariño, ¿Te gusta lo que te hago
sentir?, dime que necesitas, que deseas, que te hace falta y yo te
lo daré, solo quiero complacerte, que termines llena de mi- estaba
acelerando el ritmo porque su deseo y el de Marianne así lo pedían,
podía sentir como se acercaba su momento, la sentía muy húmeda e
inflamada por dentro, muy excitada, apretando su hombría con
impaciencia y con sus manos arañando su espalda, gimiendo y
jadeando incontrolablemente a punto de
estallar.
-Alexander, ven conmigo, acompáñame,
que ya no puedo esperar más, empújame más, dámelo todo. Aaahoraaaa
aaaaah aaaah aj aj aj-.
La pasión desbordada de Marianne
manifestándose en movimientos y palabras eróticas, era todo lo que
necesitaba para explotar violenta y salvajemente dentro de ella,
acelerando al máximo la vieja danza del amor entre convulsiones y
temblores incontrolables, jadeos roncos y rostros plenos de
emoción.
Esta vez Marianne abrió los ojos y
presencio la sinfonía más maravillosa cruzar el rostro de Alex,
sintió su formidable cuerpo todo en tensión, fuerte y a la vez
vulnerable, estremeciéndose aun por la monumental explosión de
pasión compartida con ella. Sus cuerpos unidos aun, embonando a la
perfección, sus corazones galopando al mismo ritmo, después de
tomar juntos el viaje al más sublime éxtasis, donde las almas se
juntan y se vuelven un solo ser. Este momento único, lo vivió ahora
sí, con total conciencia, ya había resuelto atesorarlo para toda su
vida, nadie podría arrebatárselo, ni si quiera el mismo
Alex.
Alexander salió del cuerpo de su
amada, tumbándose al lado y llevándosela con él en su abrazo,
acomodando su cabeza en su pecho.
Así se quedaron tranquilamente
dormidos, con sus rostros llenos de alegría y sus cuerpos rebozando
de gozo. Rendidos el uno por el otro.
Marianne despertó sola la mañana
siguiente, solo su cuerpo un poco adolorido y la huella en la
almohada eran testigos de su noche de arrebatadora pasión con
Alexander. Lo que la llevaba a preguntarse ¿Ahora que
sigue?
Cuando bajo al comedor ya era bastante
tarde, desayuno sola y cuarenta minutos después, se dirigió a
buscar a su pequeño Alex por los jardines, era la hora de su retozo
matutino. Lo encontró junto a su padre que le hacía
cosquillas inclemente, ambos tirados en el césped, no se sabía
quién era el padre y quien era el hijo, era una imagen también para
atesorar. Bueno ¿Qué le pasaba? Estaba de lo más melancólica, la
verdad se sentía rara, no estaba acostumbrada a estar exultante de
alegría y debido a Alexander; tenía como un mal
augurio.
-Hola mami, acecate para que papi haga
coquillas a tu- carcajadas y mas carcajadas escapaban de su
boca.
-Buenos días Marianne, ¿Dormiste
bien?- Su sonrisa traviesa, con mirada
cómplice.
-Sí, muchas gracias- Su cara al rojo
vivo.
Se veía adorable, era la única mujer
que conocía, capaz de seguirse sonrojando con solo recordarle
la noche de pasión compartida.
Las semanas transcurrieron
increíblemente bien y aunque no habían vuelto a compartir la misma
cama, estaban de lo más amigables y en armonioso acuerdo, se podía
decir que eran felices. Salían juntos al teatro, a cenas con amigos
y familiares y a pasear al pequeño Alex al parque o a montar a
caballo, y ahora que empezaba el calor lo llevaban seguido a comer
helado, lo pedía en todo momento. Alexander también salía menos de
noche.
¿Acaso era posible que tuvieran alguna
oportunidad juntos?. A Marianne le aterrorizaba soñar, pero dada
las circunstancias, era casi imposible no
hacerlo.
-¿Porque dices que no voy?- Era tan
incisivo cuando quería….
-Porque es una fiesta para personas
adultas, no habrá niños ahí- le explicaba con paciencia a su terco
pirata.
-Pero si yo ya soy grande- Y se
estiraba hacia arriba todo lo que podía.
-Y el niño más bello y obediente, por
eso te dormirás ya- Lo llevaba de la mano a su camita. –En un
rato mas vendrá papa a darte la buenas noches y se quedara Mary
cuidándote mientras papa y yo volvemos, ¿de
acuerdo?-.
Era la primera vez en Londres
que se separaba de él, era ridículo sentirse aprensiva por eso,
pero no lo podía evitar.
A las ocho en punto Marianne y
Alexander salían rumbo a la Mansión Longom, al baile que Lucy y su
marido estaban celebrando, dando inicio con esto a los bailes de la
temporada de verano.
Mientras recorrían la distancia que
los separaba de la mansión, Alexander iba comiéndose con los ojos a
la embrujarte Marianne, esta iba ataviada con un provocativo
vestido azul celeste, del mismo color de sus ojos, el escote era
bastante atrevido, la tela de la falda se pegaba a su cadera y
muslos, delineándolos deliciosamente y sus aterciopelados hombros
iban totalmente al descubierto, le estaba costando un enorme
esfuerzo resistirse a la tentación de repetir una erótica y antigua
escena con la misma protagonista en un escenario similar.
Marianne Llevaba pocas joyas como siempre, como queriendo evitar
que estas se opacaran con su belleza.
También la joven no se perdía detalle
de la galanura de su esposo, ¡Su esposo…! que bien sonaba eso,
vestido todo de negro, excepto su camisa blanca y almidonada, su
hermosa y elegante figura en posición de alerta, su atractivo
rostro de mirada muy verde y enigmática. Era por mucho, el hombre
más atractivo que hubiera conocido jamás y lo amaba con
locura.
Inmediatamente llegando, fueron
recibidos por la feliz pareja, estaban encantados por coincidir en
este importante evento, creado solo para disfrutar y
divertirse y eso pensaba hacer, solo que esta vez en compañía de su
flamante esposo.
La noche estaba pasando fabulosamente
bien, nunca imagino que Alexander bailara tanto con ella, casi a la
fuerza le permitía bailar con alguno de sus viejos
amigos.
Todo había sido perfecto hasta que
apareció la bruja de los cuentos y se llevo a su príncipe fuera del
salón.
Con unas copas de más y unos celos que
la estaban volviendo loca se des afano de su compañero de baile y
se interno en la mansión, tratando de localizar a
Alex.
No permitiría que la manzana de la
discordia la arrebatar la felicidad tan difícilmente conseguida.
Con la certeza de que estaba consiguiéndose un lugar en el corazón
de Alex, se aventuro en su búsqueda y que Dios se apiadara de
ella.
Se detuvo en una puerta “casualmente”
entreabierta por la que se alcanzaba a observar a una Lucrecia
llorosa y aparentemente desesperada que exigía a su esposo quien
sabe qué cosa.
-Tienes que permanecer conmigo, lo
prometiste, no me puedes dejar sola en esto, tú me convenciste de
que también lo deseabas, tus palabras me convencieron, ahora debes
estar conmigo- Como tenía por costumbre y sabiendo que ya tenía
detrás de la puerta al público esperado, inicio su magistral
actuación. Comenzó su contoneo pegada al cuerpo de Alex, sus manos
sujetando su nuca y tallándose como gato en
brama.
De qué diablos hablaba está loca,
hasta donde el sabia, la empresa donde le había sugerido a Lucrecia
que invirtiera, estaba teniendo total éxito y eso lo sabía porque
el también había comprado acciones, así que no estaba entendiendo
nada. A lo mejor estaba drogada, no sería nada raro, sabía que
gustaba de hacerlo. Solo que esta vez no estaba de humor para sus
vicios, dramas y exigencias.
-Por favor tranquilízate, te prometo
que mañana iré por tu casa y resolveremos cualquier cosa que te
preocupe, lo que quiera que sea estoy seguro que solo está en tu
cabecita- En su papel consolador, le devolvía el abrazo tomándola
por la estrecha cintura.
Lucrecia no cavia de contenta, si le
hubiera escrito a Alex, su parte del guion, no hubiera sido tan
acorde a sus necesidades.
-Si no te quisiera y necesitara tanto
no me sentiría así, de nuevo estas permitiendo que nos separen tus
compromisos, amor- Le estampo un beso descarado que avergonzaría a
la mujerzuela mas experimentada.
Marianne sin poder evitar un segundo
más tanta desfachatez de los adúlteros y con la mente totalmente
aturdida por los celos, entro violentamente en la
habitación.
-Así que es aquí donde se encuentra mi
amante esposo- Sus ojos fijos en los asombrados ojos de el
-Que poco te valoras para conformarte con ser la amante en
turno de un hombre casado- Ahora sus claros y limpios ojos puestos
en ella.
Sin más que decir se dio media vuelta
e inicio el camino de salida de la habitación
diciendo:
-Alexander, si en algo valoras nuestra
familia, deja ahora a esta mujer y acompáñame a casa, si no lo
haces, entenderé lo que hayas decidido- Con la elegancia de una
Condesa salió del lugar con la frente levantada y cerrando tras de
sí.
-Si me dejas ahora, me suicidare- De
la nada apareció una pequeña pistola en la mano de Lucrecia,
apuntándose a la sien.
No podía ser que le estuviera pasando
esto, a el que rehuía todos los avances femeninos en sus ansias de
dominio sobre él y ahora se encontraba entre una esposa lastimada
en su dignidad de mujer y una ex amante enloquecida por quien sabe
que brebaje injerido.
Media hora paso para que Lucrecia le
diera el pequeño revolver voluntariamente; ahora que la había
convencido que acudiría a su casa la mañana siguiente a
primera hora, consiguió subirla a su coche para que se fuera
a descansar. Ahora lo esperaba el indomable carácter de
Marianne.
Cuál sería su sorpresa cuando salió al
jardín, se encontró a una Marianne desconsolada llorando en brazos
de Maximilian De la Rivier o mejor conocido como el Marques De la
Rivier.
-Vaya, vaya, esposa mía, no pierdes el
tiempo, rápido emparejas las apuestas, pero ya me lo habías
advertido, no debería de sorprenderme- Con mirada de hielo y puños
apretados Alex se acerco a Marianne lo suficiente, para arrancarla
del abrazo de Max.