Apretando la boca, Julián retuvo un
impulso fiero que le nacía de las entrañas.
Los labios de Ana estaban sólo a unos
escasos centímetros de él… sólo tenía que aproximarse un poco
más.
Percibiendo apenas como Ana colocaba
una mano sobre su pecho, probablemente, en un intento inútil de
separarse de él, notó como su rostro estaba arrebolado y sus ojos
azules brillaban…
-¡Nos están estrangulando! – resopló
Ana con la voz asfixiada, mostrando un aspecto frágil ante aquella
situación.
En el esfuerzo ella dibujó una sonrisa
amable, no pudiendo ocultar un ligero
temblor.
Julián, en cambio, no podía pronunciar
ninguna palabra.
Realmente no
podía.
No tenía poder sobre su cuerpo, y sus
ojos, obstinadamente, se mantenían atentos a los labios de Ana,
tomando nota de su color, las líneas que la conformaban… además que
ese olor a castañas se le metía entre los poros, como una sutil
invitación.
Incapaz de disimular, mentalmente sólo
tenía una disculpa y que un momento como este quizás nunca
más volviera a ocurrir tan
convenientemente.
De improviso, a la par del sonido de
llegada, las puertas del elevador se abrieron… habían llegado al
primer piso.
Las personas salían al fin y podrían
respirar con libertad.
Alejándose de Julián con exagerada
prontitud, Ana fingiendo indiferencia, se sacudió levemente el
pelo, y se encaminó como si nada hubiese sucedido rumbo a la salida
del edificio.
Julián, en tanto, tragando saliva,
sintió que algo confuso lo rodeo… era algo que incluso entibio con
ansías su helado corazón.
Sin querer analizar esas contracciones
de tripas que la hacían sentir adolescente, Ana sólo quería salir
del edificio.
Observando con disimulo, reparó que
José Miguel y Pablo salían del elevador.
Cuando estaba a punto de asir la
manilla de la puerta de salida, el ruido estrepitoso la hizo
volverse y apreciar que la mochila de su hijo se había abierto y
sus cosas habían caído de modo explosivo justo a los pies de
Julián.
Maldiciendo su mala suerte, Ana se
acercó a Pablo con prisa sin contar que Julián, con prestancia, se
agachó a ayudar a su pequeño.
- ¡Deja que te ayude Pablo! – le
sonrió al niño - ¡no deberías cargar con tanta cosa! ¡eso no va te
va a hacer ganas músculos!
Pablo, avergonzado, intentó recoger
sus pertenencias con rapidez. Apretando el aire, no entendía como
se le habían podido caer las cosas de ese
modo.
- Disculpa Julián – murmuró el niño
mirando el suelo.
- ¿Para qué están los vecinos? –
respondió él, oprimiendo con afecto su hombro – tú sabes que cuando
quieras…
Mientras se aproximaba y escuchaba
aquello, Ana pensó en lo extraño que era utilizar esa expresión de
vecinos.
Calificaba para la Señora Tessmeyer
del 303, o para don Gabriel del 9.
Los Bravo se había trasformado en
parte de su familia, y casi sin darse cuenta, doña María había
venido a reemplazar a la madre y el padre que amaba… aquellos que
se sintieron ofendidos con su comportamiento libertino y que jugo a
las escapadas para tener una aventura con Eduardo
Blanco.
Ellos ignoraban que ella nunca vivió
con él… su deseo de independencia se impuso, aunque sentía muchos
deseos de que Eduardo se hubiera casado con
ella.
Por algo Dios
hace las cosas… por ello siempre prefirió estar junto a sus amigas de
toda la vida: Paz y Marcela.
Luego de cerrar bien su mochila,
Julián ayudó a Pablo a acomodarsela en la espalda. Luego de ello le
hizo un breve cariño en la cabeza.
Elevando la mirada, Pablo le dedico
una sonrisa.
Aún cuando José Miguel no estaba
conforme con su padre, él siempre lo había visto con agrado… no
sabía porque, pero sentía que había algo misterioso que lo unía a
Julián.
Enfilándose hacia la salida, Pablo se
reunió con su madre y José Miguel, quien enarcaba las cejas con un
gesto de perplejidad.
Sin hacer comentarios, los tres
salieron del edificio rumbo al estacionamiento.
Julián, con la
mirada fija, siguió el camino que hizo el pequeño coche azul hasta
perderse en la autopista.
En tanto, don José, el conserje de
toda una vida del edificio, lo observó desde su puesto de trabajo
con una suave sonrisa.
- ¡Linda mujer, no Juliancito! –
exclamó con una sonrisa mientras se
acercaba.
Julián sorprendido, cerró los ojos y
esbozó una leve sonrisa. La voz de su amigo le había traído de
vuelta al presente.
- ¡José, José, José! – Julián movió la
cabeza de lado a otro, para luego volver su mirada con entusiasmo
hacia él - ¿qué dice esta mañana el conserje más informado de
la región?
- ¿Qué te puedo decir? – se rascó la
mandíbula con expresión pensativa – pues… que llegaron unas vecinas
nuevas al 36… estoy seguro que son del extranjero porque son bien
altas, elegantes y muy bellas.
-¿A sí? – preguntó con interés,
entrecerrando los ojos en un gesto pícaro.
- ¡Lástima que no se te pueda dar,
Juliancito! – hablo el hombre con fingida desilusión - ¡lo
siento!
-¿Por qué? – abrió los ojos
sorprendido.
- Porque son unas damas realmente muy
distinguidas…
Y mientras remarcaba aquello con
seriedad, como si las hubiera llamado con el pensamiento, tras
sonar la campanilla del ascensor, aparecieron unas señoras que
rondaban entre los 60 o 70 años pero cuya belleza no había sido
menguada por el paso de los años. Su ropa elegante y sus ademanes,
daban la impresión de que pertenecían al jet set europeo de los
años 60.
Nada más pasar cerca de don José, las
mujeres le dedicaron un saludo, al cual él respondió con
galantería.
- ¿Verdad que son unas bellezas? –
expresó José con admiración después que estas se hubieran alejado
lo suficiente.
- ¡Verdaderamente! – exclamó Julián
con una sonrisa ancha.
- Claro, que Anita es otra cosa… - con
la mirada todavía enganchada hacia las damas, percibió de igual
manera, como Julián enarcaba una ceja en señal de no comprender a
que se refería - aunque no tiene esa belleza que dan los años la
verdad es la verdad, y Anita es una mujer hermosa… si tuviera tu
edad no descansaría hasta que me diera el
sí.
- Ana es una mujer hermosa, es
cierto… - Julián miro a José con aire divertido, intentando
aparentar desinterés – y como para el amor no hay edad ¿cómo sabes
si te llevas una sorpresa?
- Yo sé que podría llevarme por
delante a cualquier chamaco… – contestó observando aún a las damas
- pero sé que ella merece un hombre joven, que le queden
muchos años por delante y sepa de
responsabilidades.
Julián sorbo saliva como si se
estuviera atorando. Estaba visto que alguien estaba actuando de
celestino. Pero la culpa era de él por quedarse demasiado tiempo
observándola.
Sin decir palabra, dándole un apretón
en el hombro, se dispuso a regresar a su
rutina.
El trabajo era su mejor escudo para
mantener a buen recaudo su corazón.
Nada más
estacionar el coche, todavía sentía que las piernas le
tiritaban.
Reprendiendo a sus hormonas por ser
tan descocadas, se repetía una y otra vez que no podía tener esas
reacciones tan ilógicas cada vez que Julián estuviera
cerca.
Bueno, pensándolo bien, no era tan
ilógicas.
Desde que lo conoció, su cuerpo había
reaccionado traicioneramente frente a la cercanía de ese hombre,
temblándole las rodillas o tiritándole la
pera.
Era una
vergüenza.
Debía ordenar sus hormonas y
advertirles que dejaran de fantasear con ese
tipo.
Ajenos a sus elucubraciones, José
Miguel y Pablo se habían bajado con presteza del coche para
empujarse sin consideración en la vereda.
Aquel siempre había sido su juego
favorito… no dejarse caer por ningún
motivo…
Ana, pacientemente, cerró su puerta, y
colocando unas carpetas en el techo del auto, rodeó el vehículo
para verificar si todo estaba bien cerrado.
- ¿Por qué no caminan hacia la
entrada? – resopló mirando a los muchachos mientras meneaba la
cabeza - yo los alcanzo enseguida.
Ambos, sin abandonar su juego,
caminaron hacia la entrada.
Volviéndose para seguirlo, sintió que
alguien la tomaba por ambos brazos en forma
inesperada.
- ¡Anita!
Dando un brinco, Ana soltó
estrepitosamente las carpetas que tenía en sus
manos.
- ¡Madre!
Con la sensación de haberse puesto
pálida en extremo, atisbo el rostro de Paz quien le hacía un gesto
travieso con la nariz.
Ana, empequeñeciendo los ojos, apretó
la boca en una evidente muestra de enfado.
- ¿Estás bien? – resopló Paz con un
deje de disculpa.
Haciendo un gruñido, Ana sólo se
limitó a levantar las carpetas… ¡cuando iba a
crecer!
- No te enojes amiga… – susurró
frotándole la espalda – sabes que salen arrugas cuando uno se enoja
por nada…
Asintiendo no muy convencida, de igual
modo tenía que darle agradecerle a su amiga… el susto le había
permitido sacar esos absurdos pensamientos con respecto a Julián y
volverla a la realidad.
- ¡Qué bueno es verlas chicas! ¿Cómo
pasaron esas vacaciones?
El bueno de
Sergio…
Apeándose a su caminar, aquel era el
administrador del colegio. Era uno de los hombres más amables y
atentos del colegio.
Muchas de sus colegas le tenían echado
el ojo, pues además de ser un dechado de virtudes, el hombre era
muy atractivo y soltero.
Sin embargo, ella le desagradaba el
interés que parecía despertar en él.
Todavía no sabía a qué santo se debía
a que, cada vez que podía, le lanzaba una indirecta de flirteo.
Aquello la agobiaba, pues en su vida le había dicho más de dos
palabras para algo… claro que siempre podía usar a
Julián…
Mascullando una maldición, tuvo que
reconocer que podía repeler muchos de avances gracias a Julián… él
era uno de sus amigos en la facultad, y sabía de buena fuente que
le tenía un enorme respeto, por ello aquel se andaba con pies de
plomo.
Nada más poner un
pie en el piso 7 del edificio “América”, las personas iban y venían
como si fueran parte de una colmena de
abejas.
Transitando con expresión decidida,
Julián camino junto a una joven mujer, vestida con un recatado
vestido oscuro, sosteniendo en sus manos algo que parecía ser la
agenda del día.
Nada más entrar a su despacho, Julián
se sentó rápidamente en su escritorio, y cruzo sus dedos esperando
lo que su secretaria tenía para el día de
hoy.
- Señor Bravo… – la secretaria
colocándose frente a él, e intentando ser profesional, leyó sus
escritos con voz grave y pausada - llamó el señor Gómez de la
textilera para saber cuándo iba a tener un momento para conversar
sobre el proyecto de India… llamó también don Juan José Puebla…
quiere saber si va asistir a ese evento de beneficencia en
Guanajuato… - guardo un momento de silencio mientras revisaba
sus anotaciones, en tanto que Julián la miraba con aire ausente -
¡ah! llamo don Eduardo García… – al decir aquello se atrevió a
mirarlo a los ojos - quiere reunirse con usted para acordar las
fechas de lanzamiento.
Julián enarco una ceja asintiendo
lentamente.
No era costumbre de Eduardo ocuparse
de ese tipo de asuntos. Por lo general era el mismo señor Robles
quien se encargaba personalmente de marcar en el calendario de la
empresa las fechas importantes.
- ¿Necesita algo más señor
Bravo?
- No… – contestó fijando su
mirada en otro punto – gracias.
Apenas la muchacha cerró la puerta,
Julián se reclino con fuerza en su sillón girándose en dirección al
ventanal que estaba a sus espaldas.
Por un breve instante, aspiró hondo y
cerró los ojos con cansancio.
Pasándose una mano por el rostro,
intento recobrar la serenidad que Ana le había
robado.
Todavía revoloteaba en su mente la
imagen de sus labios entreabiertos y ese aroma de castañas que le
embotó los sentidos…
Tragando saliva, se dijo que nunca
había estado así de cerca de Ana…
¿Y qué habría
pasado si la hubiera besado?
Ante esa pregunta no pudo evitar abrir
los ojos con temor…
Desestimando esa idea, se dijo que por
ahora no era conveniente averiguarlo… si quedaba así de idiota con
su cercanía, lo más seguro es que si la besaba ese estado fuera
permanente.
Ordenando sus
cosas en su casillero, Ana se dispuso a botar todo aquello que no
iba a ocupar este año.
Tomando su bufanda, no pudo evitar
sentir el aroma del perfume de Julián.
Estremeciéndose de pronto, intento
detener ese recuerdo de su cuerpo tan próximo al suyo y sus ojos
tan claros.
Pestañeando rápido, tenía que
reconocer que ese hombre se estaba convirtiendo en su propio
infierno personal para que pagara con intereses sus momentos de
debilidad.
A pesar de que representaba justamente
lo que más odiaba en un hombre, donde nunca tenía tiempo de ir a
una junta de padres ni de salir con su hijo o de platicar con su
madre, tenía algo que la hacía sentirse
vulnerable.
Intentando racionalizar sus emociones,
lo único que tenia claro es que el hombre le gustaba… con cada cosa
que se pusiera Julián estaba arrollador, y ello lo llenaba de
frustración.
Toda la vida se la había pasado
tratando de que los hombres le agradaran más por su inteligencia,
ingenio, talento que por su aspecto físico…
Claro, también tenía que ver en que
había terminado.
Eduardo era el perfecto caballero,
porque además de guapo era listo, sagaz, entretenido… pero estaba
clara que aquello era pura fachada.
Sorpresivamente una mano apareció
tamborileando en el borde de su casillero.
Ana dio un grito que parecía salir del
alma.
- Pero amiga… ¡tienes el corazón
chiquito! - Marcela la observó con una sonrisa sin
culpa.
- ¡Tú y Paz no tienen remedio! ¡me van
a matar de un ataque! – rezongó llevándose la mano al
pecho.
Marcela sin hacer caso de su arrebato,
se acercó a ella y la abrazó.
La tibieza de su contacto hizo que Ana
se relajará y acomodo sin más su cabeza en su
hombro.
-¡Qué bueno verte! – susurró Ana con
suavidad.
- ¡Te eché de menos! – musitó Marcela
haciéndole un breve masaje en la espalda, para luego separarse de
ella y admirar su atuendo - ¡Estás muy guapa! ¡te dejó de ver un
mes y me parece que fuera un siglo!
- ¡Qué embustera eres! – Ana
entrecerró los ojos para luego indicarla - ¡Tú eres la que está
hermosa!
- ¿Verdad qué sí? ¡a qué unas semanas
en la playa no te vendrían genial! – sonrió con coquetería para
volver luego a mostrar una sonrisa inocente - ¿cómo están todos por
tu edificio?
- Bien… – asintió haciendo cortos
movimientos con el cuello mientras colocaba algunas cosas que se
habían caído del casillero - Doña María con su familia, don José
igual… no hay moros en la costa.
- ¿Y el guapo de tu casero? - inquirió
con curiosidad.
- No es mi casero – resopló con
fastidio para luego arquear las cejas con resignación - pero
ahí… trabajando y viajando como siempre.
- Si ese hombre fuera mío no dejaría
que saliera de la casa ni por un instante – murmuró con un gesto
malicioso.
Ana abrió la boca y se quedo con ella
abierta… ¡cuánto había cambiado! desde que se involucró
completamente con ese francés, su forma de ser sufrió una
transformación severa, donde la hizo más sensible a las personas y
a la vida…
Aquella que estaba ante ella era una
nueva Marcela.
- ¡Pero ya ves! - suspiro Ana con una
gran sonrisa - ¡deberías intentarlo a ver si logras que este una
semana en su casa!
- Me atrevería pero… - repuso Marcela
bajando la vista mordiéndose el labio y guardo
silencio.
Picando la curiosidad de Ana, puso una
mano en la cadera con una cara de evidente
interrogación.
- ¿Por qué no te atreverías? –
preguntó al ver que Marcela no decía nada.
- Porque estoy segura que ese hombre
está interesado en otra persona – dijo sosteniéndole la mirada
abriendo los ojos con abierta intensión.
Haciendo un respingo de molestia, Ana
se volvió hacia el interior de su
casillero.
¡Dios! Marcela y
Paz eran un par de románticas
incorregibles…
Todos estos años, sus dos amigas no
habían escatimado esfuerzos en que ella se fije en Julián aludiendo
a su actitud tan hospitalaria y al encanto de hijo que tenía, y en
las muchas cosas que tenían en común…
- ¡Qué cosas dices! di mejor que en sí
mismo… - volviéndos a Marcela la miró con tristeza – Marcela… ¿por
qué malgastas energías inútilmente? Julián no quiere a nadie y yo
no estoy interesada en él...
- Eso te gustaría creer… – repuso
cortando su explicación – así te sentirías más segura ¿cierto? ¿y
qué pasaría si un día este Julián tan inaccesible decide que tú
eres la mujer con quién quiere estar?
Tragando saliva, Ana guardó
silencio.
No podía decir nada… cualquier cosa
que dijera podría ser usada en su contra.
Sumergido aún en
sus propios pensamientos, Julián apenas se dio cuenta del sonido
del teléfono… como si le doliera la cabeza, la vena que le
palpitaba cada vez que tenía migraña, latía furiosamente, teniendo
que hacer un esfuerzo por tener los ojos
abiertos.
- ¿Diga? – preguntó intentando que su
voz no delatara su dolor.
- Señor, don Eduardo
llegó.
Sin perder tiempo, Julián salió a
recibir a Eduardo con una gran sonrisa.
- ¿Qué tal estás Eduardo? – lo saludo
con entusiasmo.
- ¡Julián! ¡qué bueno
verte!
Estrechándose las manos, Julián lo
invitó a sentarse en los cómodos sillones que había traído de la
India.
- Seguramente debes estar algo
sorprendido por mi visita… - Julián se cruzó de piernas y colocando
la mano, intentó tapar la vena que continuaba latiendo en su sien
- nada más es para poder agendar contigo las visitas a los
países en que vamos a comercializar la ropa deportiva de la
temporada… - rascándose la cabeza, Eduardo hizo un gesto con la
nariz - esta fue una idea de mi suegro… y a mí también me pareció
bien… estuvimos revisando juntos unos estados que arrojaban
muy buenos dividendos en países árabes y América del Sur… - y
enlazando los dedos descanso su mentón mirando con franca
aprobación - y todo eso gracias a ti.
Julián esbozo una sonrisa
complacida.
Había buscado desarrollar lo más
posible sus cualidades para desarrollar redes y crear
mercados.
- Nuestra compañía – continúo Eduardo
- está creciendo a pasos agigantados y hay inversiones que están en
camino de ser transadas con países europeos y asiáticos… y claro,
está mi suegro muy interesado en que sigas siendo tú el
interlocutor a negociar con América Latina… sabemos que eres hábil
y conocedor de esos lugares.
Julián, con los ojos muy abiertos, no
escuchaba realmente nada de lo que decía.
Como si fuera una idea enfermiza, la
imagen de Ana sobre su rostro se acercaba a él con los labios
separados y una mirada entornada… y por alguna absurda razón,
todavía sentía aquel olor a castañas pegado a su
nariz.
- ¿Qué te parece? – preguntó
finalmente Eduardo al concluir lo dicho.
Apreciando un destello de duda en sus
ojos, Eduardo apretó los labios con incertidumbre. Aún cuando le
tenía cierto afecto, puesto que era uno de sus mejores
colaboradores, tenía una espinita clavada en relación a su suegro.
Este constantemente alababa la forma de trabajo de
Julián…
Aquello era demasiado
fanatismo.
En tanto, Julián parpadeo
perplejo.
Sintiendo el escrutinio en los ojos de
Eduardo, sólo se le ocurrió pasarse la mano por el cabello, y
esbozar una sonrisa.
- Por mí está bien… las decisiones que
tome la junta directiva las respeto.
- No te noto muy convencido… – Eduardo
entrecerró los ojos sintiendo que Julián se traía algo entre manos
- ¿acaso te gustaría encargarte de los países
europeos?
- ¡No! – dijo abriendo los ojos
remarcando su respuesta – está bien… donde ustedes consideren que
soy más útil, ahí estaré para hacer mi
trabajo.
- Mañana te enviare los datos sobre
los términos de las negociaciones… – Eduardo mostró una sonrisa
satisfecha - lo bueno de ahora es que serán viajes cortos de dos o
tres días… por fin podrás descansar de esos viajes largos y
extensos que maltratan a cualquiera.
Pero que a mí me
mantenían con vida, pensó Julián intentando no dejar caer su
sonrisa.
- Te agradezco la
confianza
- Agradéceselo a mi mujer que ve en ti
un salvador – dijo este levantando una ceja con
chanza.
Confiaba absolutamente en la devoción
de su mujer… y aquello lejos de hacerlo sentir cómodo, le estaba
comenzando a producir alergia.
A veces le gustaría que ella se fijara
en otro hombre...
- Entonces envíale mis saludos a Lucía
– Julián esbozo una sonrisa más amplia - Sinceramente espero estar
a la altura de sus expectativas.
Julián tenía buenos recuerdos del
tiempo en que ellos fueron compañeros de facultad. Siempre se
mostró como una chica afable y amable.
- No seas modesto mi querido Julián… –
Eduardo levantó la pierna y la cruzo sobre la otra mirándolo con
ojos de felino – yo más que nadie sabe lo eficiente que eres… mi
suegro y yo sólo queremos demostrarte lo mucho que apreciamos tus
capacidades.
- Gracias
- No tienes por qué darlas… – repitió
ladeando la mirada contemplándolo fijamente – como te dije creo en
tus capacidades.
Entrecerrando los ojos, una idea algo
extravagante estaba cruzando su cabeza… y quizás podría
resultar…
- Tanto halago se me va a subir
a la cabeza y me van a convertir en un presumido… - resoplando
Julián se levantó del asiento y se dirigió a la puerta - ¿te parece
que pida ahora un café y aprovechamos de discutir algunos términos
de la negociación?
- Me parece una estupenda idea –
respondió con una gran sonrisa.
Su idea cada vez le estaba resultando
de lo más interesante… y observando a Julián, estaba seguro que él
sería el candidato ideal.
Luego de eso, tendría a Robles en sus
manos…
El patio, después
de ser abandonado durante el verano, estaba repleto de muchachos
riendo de buena gana contándose sus aventuras y chismes de las
vacaciones.
Pablo, como siempre, conversaba
alegremente con sus amigos del curso, mientras José Miguel charlaba
con Antonio, su mejor amigo, en las graderías del patio
techado.
-¡Qué suerte nos echamos! – suspiró
Antonio mientras se pasaba las manos por sobre la cabeza -
¡por poco y pensé que nos tocaría ese engreído del señor
Santelices! ¡se cree él muy muy porque la mitad de las chicas
suspiran por él!
- ¡Dios se acordó de nosotros! –
resopló el adolescente con evidente alivio.
- Bueno… - Antonio se cruzo de piernas
al estilo indio y replicó con fastidio – siempre hay cosas que no
se pueden cambiar… no hay profesora de química más que la vampira
Cárcamo, y como se fue el señor Gfell, tendremos que acostumbrarnos
con “el estruja prueba” de Campusano.
- ¡Quita ya esa cara! – dijo José
Miguel golpeándole el hombro - ¿no te das cuenta que aún así
estamos de suerte? ¡ya estamos en primer
grado!
- ¡Cierto! - Antonio abrió los
ojos con entusiasmo - ¡ahora somos del bachillerato! – y mirando
con seriedad a su amigo, lo tomo de los brazos - ¡este año va
a ser ultra importante! – y mirando a la nada, paseo su mano
señalando el horizonte - ¡afuera hay una pila de chicas que harán
nuestros sueños realidad!
Mirando a su amigo, José Miguel tuvo
que morderse el labio para no reírse.
- No te rías… – Antonio apenas ladeo
su rostro y sentencio – este año marcará el resto de nuestra
vida.
- No seas idiota… – musitó José Miguel
con tono irritado y dándole un empujón, se alejó dos pasos de él –
mejor preocupémonos del equipo de basquet que esta bastante a mal
traer… ¿hablaste con Duarte para lo del
sábado?
- Sí, mi capitán – respondió con un
tono militar mientras le hacía gestos de
burla.
José Miguel era el capitán del equipo
de basquet del colegio, y aunque habían ganado la temporada pasada,
las hermanas del colegio estaban más entusiasmadas con la rama
femenina.
Su capitana, la tal Fernanda Ramírez,
era una fichita difícil de jugar… tenía un carácter de los mil
demonios, y por eso las muchachas de su equipo la odiaban pero al
mismo tiempo la respetaban sin decir ni
pío.
Lo peor es que la tenía en su clase, y
aunque no hablaban si no era estrictamente necesario, su presencia
le resultaba molesta.
- Mira – Antonio lo saco de sus
pensamientos para señalarle el patio – parece que va a ver
movida.
José Miguel aguzó su vista para
apreciar como dos muchachos se acercaban a Pablo. Uno de ellos era
Gastón Campos, un antiguo compañero, que al quedar con un curso, se
encontraba en el grado anterior.
Observando fijamente su actitud,
comprendió inmediatamente que aquello no era para nada
inocente.
- Creo que sólo están conversando… –
Antonio resopló con alivio al no notar nada sospechoso – puede que
sólo este buscando a alguien.
José Miguel no dijo nada. Aquello le
parecía muy extraño, sobre todo viniendo de
Campos.
De pronto, como si fuera en cámara
lenta, apreció como las manos de Campos empujaron violentamente a
Pablo.
Sin siquiera pensarlo, José Miguel,
desoyendo a Antonio, bajó de dos en dos los escalones de la
gradería, con asombrosa rapidez.
Pablo, en tanto, se apretó los labios.
Por ningún motivo iba a consentir llorar frente a ese chico
abusivo. Se veía imponente, pues de seguro que le ganaba por el
doble, pero ni aún así, iba a permitir que lo humillara sin
más.
Parándose dispuesto a enfrentarse con
él, Gastón dibujo en su rostro una sonrisa malévola, y mientras lo
empujaba a la altura del pecho, hizo grandes gestos con las manos
para que sus compañeros vieran quien mandaba
aquí.
- ¡Por favor, Astorga! ¡sólo eres una
niñita! – y empujándolo más fuerte, lo lanzó unos pasos más atrás -
¡pero si ni siquiera sabes pelear como un
niño!
- ¡Vete al infierno! – resopló Pablo
fastidiado, queriendo que ojala con la mirada pudiera fulminarlo de
la faz de la tierra.
-¡Si tus manos pelearan por como
hablas, mocoso! – volviendo a empujarlo con más violencia, resopló
con burla - ¡Date cuenta que en este colegio, no sacas nada con ser
un geniecito si no eres capaz de
defenderte!
- ¿A sí? - preguntó José Miguel
pasando por el lado de Campos - ¿lo dice alguien que se va a
jubilar dentro de este colegio? ¿o vas a recurrir a un abogado para
que te saque bajo fianza?
- ¡Bravo! – dijo sin evitar mostrar
sorpresa, y abriendo los ojos con inocencia, resopló - ¡tanto
tiempo! ¿qué tal tu vida?
- Aquí – y parándose frente a Pablo,
se cruzó de brazos mirando a Campos con intensión – nada en
especial… sólo observando como alguien como tú se toma la molestia
de fastidiar a un insecto como este.
Pablo ladeó el rostro frunciendo la
mirada.
- ¿Cuál es tu preocupación? –
pasándose la lengua por entre los labios, alzó las cejas - ¿o en
tus ratos libres te dedicas a ser de
niñero?
- Eso es asunto mío – dando dos pasos
más, José Miguel pestañeo con candidez y con tono mordaz, replicó –
pero claro, si quieres hacerlo personal, sólo tienes que decirme
donde y cuando.
Campos se llevó la mano a la boca para
ahogar un carraspeo.
Era tentador batirse con ese mozalbete
con sabor a fresa… y pensar que habían sido tan amigos, pero el muy
traidor se paso al bando de los populares y con su jueguito del
basquet, medio colegio lo alababa… claro, menos el viejo Correa, el
Inspector.
- Puede que te conceda tu deseo,
Bravo… – y acortando más la distancia entre ellos, susurró con un
tono de amenaza – todavía tenemos una cuenta que
saldar.
- No te apures – José Miguel mostró
una amplia sonrisa – sabes bien que sólo basta con
pedirlo.
Asintiendo despacio, Campos se alejo,
y volviéndose, tronó los dedos para que su compinche lo
siguiera.
- ¿Qué haces? – preguntó Pablo
mirándolo con los ojos desorbitados.
- Nada – respondió este, mientras se
palmeaba el pecho.
- Gracias… - con cierto recelo, Pablo
no dejaba de observar a José Miguel con la sensación de que se
estaba metiendo en un gran lío.
Sin escucharlo realmente, José Miguel
emprendió camino hacia el interior del
colegio.
Pasándose la mano por el ojo, el
presentimiento que esto sólo era el comienzo hizo que le doliera la
cabeza al igual que a su papá.
- ¿Qué pasó? – dijo Antonio casi
chocando con él, apreciando como que este no paraba en su carrera -
¿te dijo algo?
Sólo de pensar que José Miguel iba a
volver a tener un enfrentamiento con Campos lo ponía muy nervioso.
Gastón era muy violento, y aunque José Miguel era muy hábil, de
igual modo no podía dejar de preocuparse.
- No pasa nada… - sin mirarlo, José
Miguel se siguió su carrera – tengo algo que
hacer.
Rezongando con molestia, no reparo en
que una muchacha le bloqueo la entrada al pasillo con toda
intensión.
Alzando la vista, atisbó el rostro
molesto de esa Fernanda Ramírez.
- ¿Puedo pasar? – inquirió con una
chispa de desprecio en sus ojos azules.
- ¿Qué pasa con Campos? – preguntó a
su vez la muchacha mientras hacía balancear el largo de su pelo en
un gesto de suspicacia - ¿qué te traes
Bravo?
Apretando los labios, José Miguel
había olvidado que aquella pedante era prima de ese
energúmeno.
- Pregúntaselo a él – musitó acercando
su rostro al de ella - ¿acaso no son
íntimos?
- Primos, idiota… – remarco ella con
ironía sin apartar la vista – no novios.
- ¡Pero señorita Ramírez! – observando
con recelo como aquella fastidiosa era lo bastante bonita como para
que cualquier chico perdiera la cabeza y con tono mordaz, replicó -
¡Cuide su lenguaje! ¡eso no es propio de una dama! ¿qué diría la
hermana Francisca si la escucha?
- Cuida mejor tu pellejo, querido –
sonrió mientras parpadeaba con intensidad – puede que alguien no
llegue vivo al finalizar la temporada.
- ¿Es una apuesta? – dijo no
resistiendo hacerle tragar sus palabras.
- Sólo si me dices de que hablabas con
Gastón – señaló arqueando una ceja.
- Upss… – y alejándose un poco,
resopló con falsa tristeza – puede que entonces nunca lo
sabremos.
Y pasando por su lado, dejo a la
muchacha con la duda, sintiendo que este año iba a ser de lo más
complicado y difícil que había supuesto.
Aprovechando un
computador libre, Ana intentó descargar unas planificaciones que
debía entregar.
Absorta mirando la pantalla, no se
percató de que alguien se acerco por detrás, y con sigilo, le hizo
un leve y rápido cosquilleo.
Golpeando el teclado, la imagen que
tenía frente a sí, se diluyo y con frustración miró para todos
lados en buscar de hacer pagar al autor de la
broma.
Estaba segura que había sido Paz o
Marcela.
Sergio, con un ademán culpable, se
aproximó a ella con una sonrisa de
disculpa.
- ¿Estás bien? - pregunto con
suavidad, como temiendo escuchar lo que ella podría
decir.
Ana guardó
silencio.
Lo cierto es que estaba que
humeaba.
- No te enfades por nada… - Sergio se
acercó a ella con una tímida sonrisa, la cual quedo congelada en su
rostro cuando coloco la punta de su dedo sobre su brazo izquierdo.
Debía ser una caricia, pero Ana lo sintió más como un insulto –
para compensarte, quisiera llevarte a cenar
y…
Ana, en respuesta, retiró con rapidez
su brazo.
- No tienes por qué molestarte –
expresó ella en un tono cortante e
irritado.
No tenía ningún interés en salir con
él, ni con nadie.
Mirando el reloj como si este fuera su
salvador, sin verlo en realidad, se levantó para juntar sus cosas.
Siempre podía recurrir a la Biblioteca para poder estar
tranquila.
- Ana… – Fernando le cortó el
paso mirándola en forma persuasiva - ¿por qué no sales conmigo?
Sólo será un trago o lo que tú quieras… estoy seguro que Julián se
quedaría encantado con Pablo, ya ves que ellos se llevan muy
bien…
Ana entrecerró los ojos esbozando una
falsa sonrisa.
Todos los dioses del universo debían
tenerle ojeriza para que el nombre de ese tipo siempre saliera de
la boca de alguien.
Sin ser visto, la cabeza de José
Miguel se adelantó por la puerta.
Con la esperanza de hablar con Ana,
sentía que urgentemente tenía que ponerla sobre aviso sobre lo que
ocurría con Campos y Pablo.
Aquel era un chico problema, y
probablemente una próxima vez no pudiera estar para
evitarlo.
Cuando sus ojos la vieron, frunció el
ceño sin entender por que Sergio, ese que se dice amigo de su papá
estaba tan cerca de Ana.
Parecía que la estuviera
acechando.
Retrocediendo con la intensión de no
ser visto, miró atentamente la escena. Puede que en realidad quien
necesitara ayuda no era precisamente Pablo.
- ¿Quedarse con Pablo? - consiguió
decir Ana tratando de pensar que era una broma de parte de Sergio -
¿por qué piensas que lo haría?
- Pues… – Sergio sonrió con
suficiencia y tomando una de sus manos se la llevó a los labios sin
dejar de contemplarla - Julián es un buen amigo, no se va a negar…
además, quisiera sorprenderte.
- ¿Sorprenderme dices? –
preguntó mirándolo incrédula y mordiéndose un labio intentó no
dejarse llevar por la ira - creo… - en el afán de soltarse del
agarre de Sergio, se percató que este la apretaba más, acrecentando
sus nervios - que sorprendida ya estoy… – y mirándolo con una
amplia sonrisa, incentivo a que Sergio se aproximará a ella - eres
muy amable en pensar en mí…
- Siempre pienso en ti - refutó
mirándola con adoración, aflojando la tensión de su
mano.
- ¿A sí? – pestañeó con coquetería –
pero ¿sabes? – y aprovechando su ventaja, arrancó de un tirón su
mano, y lo empujó para alejarse – no quiero salir
contigo.
- Pero Ana… - replicó extrañado – ¡me
gustas mucho!
- ¡Pero tú a mí no! – resopló con
fastidio, y llevándose las manos a la cara intentó suavizar el tono
de su voz - lo siento Sergio… yo no tengo intenciones de
salir con nadie… yo estoy bien así.
-Pero…
- Te agradezco el gesto pero no – y
con velocidad tomo sus cosas.
Respirando con algo de agitación, Ana
parecía volar por el pasillo que conducía a la
biblioteca.
Allí por lo menos había más gente, por
sí Sergio se le ocurría insistir.
José Miguel, en tanto, se apegó a la
pared y contuvo la respiración hasta que Ana desapareció por el
corredor.
Lentamente salió al pasillo mirando
como ella se perdía por él.
Cada día me
sorprendes más Anita… sonrió para sí… si que eres
valiente…
Caminado de regreso a su salón y
meneando la cabeza, se dijo que una mujer así haría a su padre muy
feliz…
Deteniendo su paso se dijo que aquello
no era del todo una mala idea.
El reloj marcó la
hora de salida.
Lentamente los estudiantes se
aprestaron a abandonar el colegio, mientras charlaban sin parar y
hacían bromas de lo sucedido en el día de
hoy.
José Miguel, con paso calmo, avanzaba
entretenido en sus ideas.
Aquello cada vez le estaba pareciendo
de lo más interesante… Ana y su padre… sólo tenía un inconveniente
¿cómo diablos podría juntarlos si Ana ni su padre apenas coincidían
en nada?
Tenía que reconocer que aquello era
una empresa de grandes proporciones, donde reunirlos sería un
trabajo bastante arduo.
Ensimismado en elaborar algún plan, no
advirtió como alguien, de forma amenazadora, lo empujó
violentamente contra una pared.
Colocando el brazo para aminorar la
caída, José Miguel levantó la vista descubriendo inmediatamente a
su agresor.
Campos, junto a un par de sus
amiguitos, lo observaban con una sonrisa socarrona, mientras que
algunos muchachos detuvieron sus pasos, curiosos al ver que
probablemente habría pelea.
Observando a su alrededor, estaba
claro que aquello no iba a ser posible. Era muy temprano y estaban
a vista y paciencia de todo el colegio… en cualquier minuto podría
aparecer Correa, y aquello no era conveniente para ninguno de los
dos.
- ¿Tienes algún problema Campos? -
resopló José Miguel fingiendo calma. Dejando a un lado su mochila,
estiró levemente los dedos de sus manos, extendiendo, además, los
músculos de su espalda. Con una sonrisa, replicó - ¿o quieres
arreglar algún asuntito?
- ¡Pero, qué dices soquete! – Gastón
lo observó con una sonrisa insolente – ¡sólo quiero recordarte que
lo que te dije en el descanso no era sólo un decir! – y apretó el
puño - ¡tenemos una cuenta pendiente y me la pienso cobrar bien
caro!
- Ya te dije que cuando quieras –José
Miguel se colocó las manos en los bolsillos, y con desdén señaló -
¿o es que eres sordo?
Uno de los chicos de Gastón se
adelantó dos pasos con la intensión de hacer callar a ese muchacho
sin respeto, pero Campos adelantó un brazo impidiendo que se le
acercará.
- Calma Carlos… - y acercándose a José
Miguel, le señaló con el dedo – estate preparado niño fresa… ¡puede
que te agarre cuando menos lo piensas! – y respirando con más
calma, mostró una sonrisa con beneplácito – y porque quiero ser
justo, y por sobre todo, no quiero que se te ocurra zafarte de
esto, quiero proponerte un trato.
- Te escucho.
- Como veo que tienes debilidad por
los alfeñiques, quiero hacer el siguiente acuerdo – y carraspeando
con parsimonia, expreso – quiero que metas en tu equipillo de
basquet al debilucho de Astorga.
José Miguel no creyó haber escuchado
bien y frunció el ceño sorprendido… ¿qué diablos se
proponía?
- Y no sólo eso… – resopló con
satisfacción Campos al ver la reacción de José Miguel – quiero que
juegue en la temporada… a cambio de eso, te prometo que no lo
tocaré ni con un pétalo de rosa.
Tragando saliva, José Miguel intentó
ver rápidamente sus opciones. Si no hacía lo que le pedía, lo más
seguro que Pablo terminara en el hospital… por otro lado, Pablo era
tan torpe que hasta se enredaba en sus propios pies, y aunque le
tenía un cariño de muerte, tenía que reconocer que lo del deporte
no era precisamente una de sus habilidades.
- Si hago eso Gastón… – José Miguel se
paso la mano por el pelo, mientras que los otros abrieron los ojos
con consternación. Nadie llamaba a Campos por su nombre – ¿tengo tu
palabra que no molestarás a Astorga?-
- Tienes mi palabra Bravo… – resopló
este sin hacer caso del desconcierto que causo que él usará su
nombre de pila, y levantando el dedo, señaló – pero nada de
trampas… por que a la primera, lo paga el
mocoso.
- ¿No piensas que exageras? – y
sonriendo como si le diera lo mismo, José Miguel lo miró
entrecerrando los ojos – acuérdate que es protegido de Correa… es
hijo de una maestra.
- Ese no es un impedimento – y con
sorna, replicó - ¿o qué? ¿estás buscando excusas para no hacer el
trato? ¿o es que la conciencia te llegó de pronto y te volviste
hermano de la caridad?
- No lo sé… - y con diversión, repuso
- puede que tanta clase de religión este haciendo mella en mí… -
luego frunció el ceño con reprobación - o por que piense que ese
insecto es demasiado pequeño e insignificante inclusive para ti que
lo puedes doblar en tamaño.
Sintiendo que el aire se le atoraba,
Campos tenía que reconocer que ese idiota tenía razón. Ese
blandengue era demasiado debilucho… un par de manotones y más allá
del hospital podía llegar a parar… sin embargo, nunca había visto a
Bravo mover un dedo por nadie.
Sería interesante ver hasta que punto
era capaz de proteger a ese alfeñique.
- Bueno Bravo… todos queremos ver a
ese niño jugando en tu equipo – y extiendo una gran sonrisa, alargó
los brazos en pos de las personas que estaban a su alrededor –
vamos a ver que tan buen capitán eres… si eres capaz de que ese
debilucho juegue como es debido… - y
enfatizo – y que
juegue en la temporada.
Conteniendo un fiero impulso de darle
un golpe, José Miguel, en respuesta sólo mostró una pulcra
sonrisa.
- Eso está bien Bravo – expresó Campos
al darse cuenta que Bravo no se había negado – veo que tienes mucha
fe en tus habilidades.
- ¡Pareces una gallina clueca, Gastón!
– resopló José Miguel con fastidio, y tomando de un manotazo su
mochila, inquirió – tenemos un trato… yo me ocupo de lo mío y tú,
de no golpear a ese niño.
Asintiendo, Gastón se alejó dos pasos
con las manos hacia arriba. Acto seguido, se dio la vuelta seguido
por sus secuaces.
Viendo como el rumbo de todos tomaba
su curso, José Miguel dio un gran suspiro.
Ahora si que estaba frito. Pablo no
tenía ninguna habilidad en el basquet… bueno, en realidad no tenía
ningún talento deportivo.
Ante la idea de que debía entrenarlo,
un escalofrío recorrió su espalda.
Pasándose las manos por la cara, se
dijo que esto no podía saberlo Ana o entraría en la
histeria.
Tengo que pensar…
tengo que pensar…
Mientras disponía
los cubiertos que iba a llevar mesa, Alejandra observó como su
asistente revolvía la sopa.
Aquella era de
verduras…
Como si fuera una antigua película, se
encontró viendo a su pequeño José Miguel, sentado en su falda,
tomando con gusto aquella comida.
Tragando saliva, se apresuró a ir al
comedor.
Cada día ese sentimiento de pérdida
iba ampliando el agujero que tenía en el
pecho.
Todos estos años intentando hablar con
su hijo habían resultado tremendamente catastróficos. Si bien,
había podido estar juntos cada año, por lo menos para su
cumpleaños, aquel niño se había vuelto de
hielo.
Sus ojos azules denotaban distancia, y
al igual que su padre, no le perdonaba el hecho de haberse apartado
de su vida.
Bueno, no fue por
decisión propia… se dijo, por mi, ojala y Julián nunca se
hubiera enterado…
Claro, la vida tampoco la dejó
desprotegida.
Javier la recibió encantado, pero
claro, para que se ocupara de la histérica de su
hija.
Aquella muchachita voluntariosa y
respondona, era su condena por haber dejado un buen marido y un
niño maravilloso.
Todavía recordaba como esa niña la
miró con desdén desde el momento en que piso ese
departamento.
Tenia la misma edad que José Miguel,
pero a diferencia de su pequeño niño, ella siempre se mostró alzada
y carente de ternura.
Javier la disculpaba aludiendo a la
falta de una madre…
- ¡Hola! ¡ya llegue! – gritó alguien
después de azotar la puerta.
Como un vendaval, Fernanda entró en el
comedor, y tomando un pellizco de pan, sonrió con ironía a la mujer
de su padre.
- Buenas tardes – la saludo Alejandra
con un tono forzado.
- Buenas… - respondió sin ningún
interés - ¿y mi papá?
- Todavía no llega – y yendo a la
cocina, resopló – puede que no venga a
comer.
Haciendo un gesto de fastidio,
Fernanda tomó su mochila y se encauzó a su
dormitorio.
Allí por lo menos podría encontrar
paz.
Dejándose caer sobre la cama, se
preguntaba que habrá querido Gastón con el idiota de José
Miguel.
Algo estaba tramando y cuando su
cabecita se ponía a funcionar, generalmente algo no muy bueno podía
suceder.
Tendría que hablar con él… había que
recordarle que el viejo Correa lo único que deseaba era deshacerse
de él…
Pasándose ambas manos por la cara se
preguntó porque José Miguel estaba de lo más misterioso… mientras
se golpeaba la mejilla con el dedo se dijo que lo más probable que
tuviera que ver con ese niño Astorga…
No era un secreto que se venia todas
las mañanas con la maestra Astorga, y que ese niño parecía su chape
todos los días. Por lo general, donde estaba él, estaba ese bicho
con aire de inteligente.
Echando un bufido por no saber que
sucedía, el sonido de su móvil la distrajo.
- Diga.
- ¿A qué no sabes querida prima lo que
Bravo va a estar obligado a hacer? – dijo Gastón con tono
divertido.
- ¡Dímelo! – respondió
ansiosa.
- ¡Tiene que entrenar al traste de
Astorga y ponerlo a jugar antes de las
finales!
Escuchando como Gastón se reía,
Fernando frunció el ceño sin entender porque José Miguel haría eso.
Ese niño tenía los dos pies izquierdos… aquello sería una batalla
titánica.
- ¿Y para qué? – preguntó un tanto
perpleja.
- Pues – contestó Gastón controlando
su risa – porque tenemos un trato… el muy imbécil cree que no voy a
molestar a ese renacuajo mientras lo
entrena.
- Acuérdate de Correa… – resopló ella
con los ojos abiertos de la preocupación. Su tía Elena no
soportaría que a Gastón lo echaran del colegio – es su protegido…
no te arriesgues por estupideces… si Bravo aceptó, pues le cobras y
se acaba todo.
- ¡Ese fresa me las debe! – resopló
con molestia - ¡qué no se te olvide Fernanda que ese idiota era de
los nuestros y se paso al lado de los mosca
muerta!
- ¡No te sulfures! – replicó haciendo
un gesto con la boca mientras ponía los ojos en blanco – mejor
estate el ojo con que cumpla su trato… además – esbozo una sonrisa
desdeñosa – me conviene que tenga a ese niño… puede que todo lo que
pudo ganar en esta temporada, se le vaya al carajo y a si las
monjas, sólo tendrán ojos para mi equipo.
- En eso había pensado primita… –
expresó con humor Gastón – voy a aplastar a ese traidor… ¡después
de esto, Bravo se dará cuenta que cuesta muy caro reírse de
nosotros!
Nada más cortar, Fernanda aplastó el
móvil contra su pecho.
Aún cuando tenía que admitir que ese
idiota de Bravo le caía como un dolor de estomago, tenía que
reconocer que tenía agallas.
Estirando las piernas, se dijo que
sería muy interesante ver si realmente José Miguel Bravo era capaz
de convertir a un debilucho en todo un atleta.
Nada más entregar
ese presupuesto para un viaje al Machu Pichu, Max movió los hombros
como si tuviera calambre.
Había estado toda la noche tratando de
ordenar los dineros y lo cierto es que el grupo de adultos mayores
estaba de lo más complacido con el proyecto que les había
mostrado.
Con una sonrisa, se dijo que no se
podía quejar. El negocio de turismo últimamente había mejorado un
montón que incluso podía dejar de hacer clases de artes
marciales.
Claro, tampoco podía dejarlo así como
así, tenía que terminar de cimentar sus ganancias y posesionar su
agencia a mayor escala.
Claro, sin la ayuda de papito, era más
difícil… pero no imposible.
Haciendo un sonido con la boca, se dio
cuenta que hacía más de un año que no iba a ver a sus viejos…
bueno, aquello era debido que no le posible perdonarlos por haber
echado a Ana de la casa.
Aún cuando debía admitir que ellos
habían cambiado mucho durante estos años, su hermana no quería
saber nada de ellos. Por el contrario, ella todavía se sentía
dolida ante su rechazo.
Al tiempo que caminaba a recoger su
coche, notó de pronto que estaba muy cerca de la casa de
Paz.
Hacía tiempo que no la
veía.
Estaba enterado que vivía sola…
Marcela se había mudado a otro departamento después de tener esa
aventura con el francés…
Suspirando miro su
reloj.
Eran la una y
media.
Avanzando con paso lento aguzo la
vista para cerciorarse si el pequeño coche amarillo canario estaba
estacionado frente a su edificio.
Y así era.
Apretando los labios y las manos con
ansiedad, se dijo que podría invitarla a almorzar. Se aproximaba el
cumpleaños de Pablo y ambos eran sus
padrinos…
Con esa maravillosa excusa, cruzo la
calle esperando tener algo de suerte.
Marcela, aprovecho
el silencio de la sala de profesores para buscar tranquilamente
unos documentos que deseaba revisar en
casa.
Sonriendo, se dijo, que a ver tomado
la decisión de vivir por su cuenta había sido una de las mejores
ideas que había tenido.
Bueno, eso gracias a
Jean.
Todavía lo echaba de menos. Aún cuando
sabía que él sólo quería compartir con ella unas cuantas semanas,
aquello fue suficiente para que se enamorara como una
tonta.
- ¿Por qué debes
irte? – le preguntó esa última
noche.
Jean la miraba
con un brillo extraño. Parecía estarse conteniendo. Alargando la
mano, toco suavemente su mentón, a lo que ella cerró los ojos con
ensoñación…
¿qué tenía ese
hombre para que ella se rindiera de ese
modo?
- No pienses en
eso – le contestó Jean – mañana no existe… sólo estamos tú y
yo…
Acercándose a
ella, con la respiración agitada, la beso con fuerza. Entreabriendo
sus labios, su lengua se paseo a voluntad en su interior,
haciéndola sentir vulnerable. Parecía que quería hacerla olvidar
todo.
Cuando pudo
recobrarse de ese asalto de pasión, Marcela se desprendió de su
cercanía con delicadeza, mirándolo a los
ojos.
- No quiero que
te vayas – susurró con la voz más decidida que pudo hacer gala en
ese momento.
- Tengo que
hacerlo… no tengo alternativa… - sus ojos verdes se clavaron en
ella con ternura – pero tú… podrás hacer de tu vida algo
maravilloso.
- No sin ti – sus
ojos azules se alarmaron ante la realidad de que su idilio se había
terminado.
- Yo estaré
siempre contigo… – sonrió con suavidad – estés donde estés… y con
quién estés… eso te lo aseguro.
Y la volvió a
besar, con esos besos hambrientos.
- ¿Marcela? – la voz de Gerardo la
trajo de nuevo a la tierra.
- Lo siento… – Marcela lo miro
desconcertada - ¿me decías?
Gerardo era su compañero del
departamento de Matemáticas hacía cinco años. Conocía muy a
Marcela, y aún cuando le agradaba la idea de que ella se hubiera
vuelto más alegre y sensible después de su aventura con el francés,
tenía que reconocer que también se había vuelto un tanto
descuidada.
- Traje la pauta de planificación para
que la revises – dijo mientras le extendía un papel mientras
entrecerraba los ojos con sospecha.
- De acuerdo… – respondió Marcela con
una sonrisa aturdida. Pestañeo varias veces para ver que es lo que
Gerardo le entregaba – envíame una copia al mail y te digo
mañana.
Gerardo
asintió.
Haciendo un leve gesto de despedida,
Marcela se apresuro a salir lo más rápidamente posible de
ahí.
El recuerdo de Jean parecía un
fantasma insistente, que no la dejaba ni a sol ni a
sombra.
*********
Paz estaba que echaba chispas al
interior de su pequeño departamento.
- ¡Esto es el colmo! – regaño mirando
el desastre en que se había convertido el espacio que con tanto
sacrificio había adquirido.
Aún cuando las cosas con Marcela no
fueron todas color de rosa, lo que vino después fue
desastroso.
Había tenido dos compañeras de
departamento desde entonces, t todas ellas habían resultado ser un
fiasco. Eso sin contar con esta espécimen.
Sentando en el borde del sillón con
gesto cansado, se llevó las manos a la
cabeza.
¿Qué voy a hacer,
Dios mío?
Y aquella muchacha sólo llevaba dos
semanas. Se veía bien, pero resultó peor que el infierno. Lo malo
es que le había pagado por adelantado.
Un par de golpes en la puerta la
sacaron abruptamente de sus pensamientos.
Con paso enervado se dirigió a abrir,
pensando en aquella estúpida inconsciente, y al hacerlo, su cara se
paralizo de la sorpresa al ver de quien verdaderamente se
trataba.
¡Max!
Hacía tres semanas que no lo veía… las
tenía contada en la uña.
- Hola – saludó él al ver que ella se
quedaba sin habla.
- ¿Max? – contestó tratando de sacarse
de golpe esa expresión de sorpresa - ¡pensé que todavía andas
metido en alguna ruina o en el desierto!
Haciendo un ademán de que entrará, se
dispuso a mantener la calma. No podía olvidar de seguir
representado su papel de indiferente.
Max avanzó hasta la mitad de la sala,
observando el evidente desorden que ahí
reinaba.
- ¿Y cómo te va con tu nueva compañera
de departamento? – preguntó alzando la ceja con cierta
ironía.
- ¿No lo ves? – expreso ella pasando
por su lado hecha una furia - ¡este desastre habla por sí
mismo!
- Entonces, parece que no llegue en
mal momento… – esbozo una amplia sonrisa conciliadora – vengo a
alegrarte la tarde… quiero llevarte a
almorzar.
Paz se volvió hacia él con la mirada
atónita.
¿Qué quiere
ahora? ¿acaso no se daba por
vencido?
Ella nunca le haría caso. No si quería
seguir viviendo con relativa dignidad.
- ¿Y eso?
- Hace tiempo que no conversamos… – y
tomándose la mandíbula con expresión inocente, expreso – y se
acerca el cumpleaños de Pablo.
Cierto, Pablo estaba de cumpleaños en
el próximo mes. Estaba por cumplir diez años… ¡qué rápido pasaba el
tiempo!
Estaba a punto de contestar cuando
escucho el sonido de llaves.
Su “considerada” compañera de
departamento había llegado al fin.
- ¡Vaya! – dijo la mujer nada más
entrar con evidente sorpresa en tanto una sonrisa maliciosa se
deslizo en sus labios al apreciar al hombre parado en medio del
departamento - ¡No sabía que tenías novio,
Paz!
Con descaro, aquella mujer recorrió
con la mirada el cuerpo de Max mostrando cuanto le agradaba lo que
veía.
Max, en cambio, hizo una mueca de
asombro.
Aquella criatura de pelo anaranjado,
vestida como si fuera a una fiesta de punks, no era para nada el
tipo de compañía que Paz escogería.
Volviendo la vista hacia Paz, estaba
más que seguro que aquella elección tenía algo más de desesperado
que otra cosa.
- ¿Estás molesta conmigo Paz? –
inquirió la muchacha con desdén al ver la cara de pocos amigos que
se cargaba – ¡si es por el desorden, yo después
ordenaré!
- ¡Quiero esto ordenado ya! – resopló
Paz indignada al ver la falta de deferencia de esa pequeña bruja -
¡yo no vivo en el desorden ni mi casa es un
chiquero!
- ¡No me digas lo que tengo que hacer!
¡Lo ordenare cuando yo quiera! – le grito la mujer - ¡para eso pago
por vivir aquí!
- ¿Y tú piensas que soy tu asistenta…
- y dejando la frase a medio decir, Paz agitada se encamino hacia
ella dispuesta a hacerle tragarse sus
palabras.
Pero Max la atajo en el
aire.
No era justo que Paz se peleara con
esa muchacha.
La muchacha, al notar la furia en los
ojos de Paz, retrocedió con alarma en la
mirada.
- Si es por el dinero… – dijo Paz
colgando del brazo de Max con los ojos empequeñecidos – te
devolveré la mitad del depósito… total viviste aquí dos
semanas.
- ¡No puedes echarme! – la mujer abrió
los ojos con reprensión - ¡no es justo!
- Yo te diré lo que no es justo… – y
tomándose del antebrazo de Max, trató de respirar con más calma,
intentando no volver a perder los estribos – el que pienses que
puedes convertir mi casa en un basurero municipal… – y tragando
saliva, sentenció - cuando vuelva de almorzar no quiero verte
aquí.
Luego de ello, mirando a Max, en
silencio le pidió que la soltará. Este, poco a poco, fue relajando
la tensión de su brazo, y se desprendió de su
contacto.
Buscando su bolso, Paz sacó su
chequera, e hizo un documento. Se volvió con prontitud, y se lo
extendió a la muchacha.
- Lo digo en serio… – su voz era
terminante – a mi vuelta no te quiero aquí.
- ¿O qué? – hizo un mohín despectivo
mirando lascivamente a Max, intentando demostrarle que no le tenía
miedo - ¿tu novio me echará?
Paz soltó el documento y este cayo al
suelo.
- Yo sola me basto para echarte… – y
esbozando una falsa sonrisa, pasó su brazo por el de Max en un
gesto posesivo – soy cinturón negro… de hecho, yo lo tengo que
defender a él.
Apretando una sonrisa, Max tenía que
admitir que Paz siempre se las arreglaba para lastimar su
ego.
Al llegar a la puerta, Paz se volvió
hacia la muchacha.
- Te lo advierto… – dijo con la voz
dulcificada pero que contenía una amenaza – yo misma te
saco.
Nada más salir a la calle, Paz sentía
que ardía de rabia.
¡Cómo se atreve
esa descarada a convertir mi departamento en un chiquero y, además
la muy regalada poner sus ojos en Max ! ¿Qué se ha
imaginado?
- No te amargues – susurro Max en plan
de animarla, y tomándole la mano, la arrastro a su lado -
¡vamos!
- Pe… pero – balbuceando
desconcertada, Paz trago saliva al sentir la mano de
Max.
- ¡No repliques! – Max enarcó la ceja
mostrando una sonrisa encantadora - ¡olvídate de esa loca! ¡vamos a
comer a un buen restaurant!
Paz asintió.
Estaba visto que Max tenía
razón.
Había venido a alegrarle la
tarde.
**********
Apenas los tres entraron al edificio,
don José le informó a Ana que doña María había tenido que salir
urgentemente.
- Con el apuro no se acordaba del
número de Juliancito… – resopló un tanto preocupado el hombre
mirando a Ana y José Miguel,
alternativamente.
- No hay problema… – resopló el
adolescente haciendo una mueca – traigo
llaves.
- ¡Nada de eso, José! – contestó Ana
mirando a José Miguel extendiendo un dedo – tú te vienes conmigo…
¡no faltaba más! - y apretando los labios, hizo una mueca de
preocupación – sólo espero que no sea nada
importante.
Haciéndoles un gesto a los muchachos,
los guió hasta su departamento.
- En serio Ana, yo puedo estar solo… -
comenzó diciendo José Miguel.
No tenía ningún deseo de ser una carga
para Ana, y menos hoy que tenía la cabeza
revuelta.
- José Miguel… – Ana se volvió a
él, palmeando con suavidad su hombro – no quiero que repliques… -
el adolescente iba a abrir la boca, pero ella lo interrumpió – como
siempre te he dicho: eres bienvenido a mi casa, así que – alzando
las cejas con una sonrisa – no quiero escuchar una
queja.
Asintiendo como si no le quedará de
otra, José Miguel entró al departamento de
Ana.
Era difícil discutir con ella cuando
se ponía en plan de madre…
Y con un suspiro, se dijo que era
imposible no verla así…
Ana representaba justamente al tipo de
mujer que quería para mamá: fuerte, decidida, amable, inteligente…
y ahora tenía que agregar valiente.
Muy distinta a Alejandra, a quien
intentaba evitar lo más posible.
- Ayúdame a poner la mesa – dijo Pablo
dándole un pequeño golpe en el brazo.
Dejando su mochila al lado del sillón,
José Miguel se encamino a la cocina, y mientras veía como esos dos
actuaban como un equipo, donde Ana disponía y organizaba mientras
que Pablo ejecutaba con precisión, se dijo que costara lo que
costara, aquella loca idea tenía mucho de
cuerdo.
Ana era definitivamente la mujer que
podía hacer que su padre dejará de ser un errante y se convirtiera
en el padre que necesitaba.
Eran las siete de
la tarde cuando José Miguel se dio cuenta que Pablo dormía a pierna
suelta sobre el sillón de la sala.
A pesar de que la película que estaban
dando por la televisión era de sus favoritas, los problemas que
tenía en encima le impedían poner atención a lo que
veía.
Pasándose una mano por la frente, la
idea de tener que entrenar a Pablo era su principal
preocupación.
Aún cuando la paliza que le prometía
Campos iba a ser legendaria, él podía perfectamente hacerse cargo
de eso.
Para eso había convencido a su padre
que le pagará clases de karate todos estos
años…
Sin embargo, Pablo era otra cosa. Él
nunca demostró interés por lo deportivo… de hecho, en ningún minuto
ellos compartieron una pichanga de fútbol o un juego de uno contra
uno de basquet…
Rascándose la cabeza, sólo eso de los
patines parecía agradarle, puesto que en más de alguna
oportunidad lo había acompañado a la pista de
hielo.
Aún cuando le parecían que eso eran
cosas de nenas, puede que Pablo hubiera desarrollado un buen
equilibrio… eso le serviría para que no lo botarán de una vez en la
cancha.
Resoplando, tenía que reconocer que
era difícil, y más si no conseguía su cometido. Campos lo
aplastaría sin piedad.
Además, estaba atado de pies y
manos.
Ni Ana ni su padre, y menos su abuela,
debían saber lo que ocurría.
Conociendo lo alaraco de su padre, se
iría de boca con Correa, y las cosas se saldrían de
madre.
Como si fuera un pensamiento suelto,
recordó que el tío de Pablo era profesor de karate… puede que por
ahí podía ayudar a Pablo con lo de la atención, y luego lo de la
cancha, podían establecer una hora de entrenamiento para fortalecer
posiciones.
A lo mejor sirve
de pivot…
- ¿Cómo está la película? – preguntó
Ana sentándose a su lado.
Traía una copa de helado en cada mano,
y pasándole una a José Miguel, se acomodo en un lado del sillón,
con la mirada hacia la televisión.
- Bien… - resopló con una sonrisa,
mientras recibía el helado – ahora Alfred esta salvado a Bruno y se
lo esta llevando al ascensor para bajar a la
cueva.
- Mi parte favorita… – murmuró Ana con
los ojos abiertos – definitivamente ese Batman es mi
héroe.
- ¿Tú dices Cristian Bale? – expreso
con burla.
Todas las mujeres eran iguales.
Apostaba que si Batman fuera feo, no le harían ningún
caso.
- Me gusta el personaje… – murmuró
frunciendo las cejas – aún cuando es un poco sórdido… - y mirando a
José Miguel, sonrió - aunque enfrentarse a sus miedos es una
gran cosa ¿no crees?... hasta los superhéroes tienen un talón
de Aquiles.
El muchacho volvió su mirada hacia Ana
con la ceja enarcada.
Quizás tuviera razón… nadie era
invencible, y a lo mejor, podía encontrar algo en Campos para
neutralizarlo.
Con esa nueva idea en mente, José
Miguel hizo sonar su cuello, y se dispuso a disfrutar del final de
su peli favorita.
Andrés estaba
terminando de anotar las ganancias de este
mes.
Mientras sacaban las cuentas una gran
sonrisa cruzaba su rostro. Los números hablaban por sí mismos por
lo que Eduardo podía sentirse satisfecho con el dinero
recaudado.
- Señor… – el rostro de una mujer
mayor sobresalió del borde la puerta – toque pero me pareció que no
podía escucharme.
- Lo siento, Amanda… – pasándose las
manos por sobre la cara con expresión de cansancio, Andrés hizo un
movimiento hacia atrás, moviendo su
espalda.
Si no estaba equivocado llevaba como
tres horas en la misma posición.
- Señor, acaba de llegar don Eduardo…
se encuentra en la salita con la niña
Amanda.
Andrés sonrió con entusiasmo. Su
hermano había llegado en el momento
oportuno.
Mientras, una jovencita, vertía té en
la taza de porcelana del hombre que estaba sentado frente a
ella.
Sus ojos castaños estaban atentos a lo
que hacía, mientras una adorable sonrisa adornaba su suave
rostro.
- ¿Cuándo vas a darme un primito, tío
Eduardo? – preguntó de pronto, una vez que se
sentó.
Haciendo un carraspeo, Eduardo frunció
el ceño sin saber que responder.
A él más que nadie le hubiese gustado
haber tenido un hijo, aún cuando fuera con Lucía. Todavía no
entendía porque no había llegado, pues sabía que su esposa no se
cuidaba con ningún método.
- Ya llegará pequeña… - contestó con
una sonrisa - no desesperes… ¡ya podrás jugar a las casitas con tu
primo!
- Tío – la jovencita, con un
movimiento correcto, miro a su querido con paciencia – no soy una
cría… pero ¡vamos!... ¡al paso que van, tú y tía Lucía tendrán
hijos cuando yo este en la universidad!
Eduardo no pudo dejar de sentir que su
sobrina tenía razón.
Amanda tenía ya 13
años…
- ¡Eduardo!
La sonora voz de Andrés hizo que
Eduardo se levantara de una vez del asiento, y estrechará la mano
de su querido hermano.
Nada más hacerlo notó las ojeras que
se estaban marcando debajo de esos ojos verdes. Lo más seguro que
estuviera trabajando demasiado… bueno, desde que sus padres habían
muerto, su hermano mayor no había dejado de trabajar en el rancho,
siempre mostrándose responsable, vigilante… ni cuando murió Teresa,
la madre de Amanda, se tomó un descanso.
Si seguía así le daría
algo.
- La venta en la feria estuvo
magnifica… – Andrés se dirigió a su minibar y sacó dos copas – la
cruzas que hemos hecho nos ha permitido obtener puras
ganancias.
- Tú eres el experto – sonrió Eduardo
con satisfacción.
Andrés extendió una copa de coñac a su
hermano, la bebida favorita de su padre, alzándola con una gran
sonrisa. Cada vez que le iba bien en un negocio se tomaba una copa
a su salud.
- Por la buena fortuna – dijo Andrés
levantando la copa.
- Por tener un hermano con ojo clínico
para los animales – respondió Eduardo con
orgullo.
Andrés dibujo una amplia sonrisa de
deleite.
Todo marchaba bien. La hacienda se
estaba recuperando a paso seguro, su hija estaba creciendo
saludable… mirando a Eduardo, reparo en la expresión sombría de su
rostro…
- ¿Sucede algo? – preguntó mirando con
sospecha a Eduardo.
Amanda volvió su rostro hacia su tío
con la misma impresión.
Cada vez que lo veía, sus ojos azules
se condecían con su luminosa sonrisa.
- ¿Por qué crees eso? – repuso el
aludido haciendo un gesto de indiferencia.
Por ningún motivo quería su hermano
tuviera sospechas de cómo iba su vida. Sabía muy bien las
consecuencias de la decisión que había
tomado.
- No lo sé… – Andrés lo miro con
gravedad, y sentándose frente a él, lo estudio con cuidado – no te
veo muy animado.
- ¡Son ideas tuyas! – repuso esbozando
una sonrisa – puede que esté tan cansado como tú. He entrado y
salido de reuniones durante todo el día y son las siete de la
tarde… ¿qué esperabas?
Entrecerrando una ceja, Amanda acomodo
mejor su pierna sobre la otra. Su tío estaba ocultando algo, y
aunque no había notado nada raro entre él y su tía, cada día
parecían más un matrimonio de cartón que uno de
verdad…
¿Quién podría soportar vivir con
alguien que nunca estaba en casa?
Apretando los labios, se dijo, que
nunca en la vida iba a permitir que un hombre la relegara al último
lugar de su vida… aún cuando lo amará con todo el
corazón.
*********
En un hospital de Francia, un hombre
joven esperaba con ansias los resultados de la operación de
urgencia que los doctores le acababan de hacer su
hermano.
Sus ojos verdes resplandecían de
preocupación, mientras que se apretaba sin cesar las manos como una
forma de calmar la ansiedad que lo invadía.
- ¿Cómo está doctor? – pregunto el
hombre nada más ver salir a uno de los
médicos.
- Lo siento, Pierre… – respondió el
facultativo – pero Jean no soporto la
operación.
- ¿Qué? – exclamó con la sensación de
que su corazón se iba a detener.
- Lamentablemente tu hermano no
resistió la operación… – y apretando los labios, lo tomo de los
hombros con el afán de confortarlo – en verdad, lo siento
muchísimo.
Con la sensación de que caía en un
largo túnel, Pierre se llevó las manos junto con que sus rodillas
caían al suelo.
El médico, encuclillándose a su lado,
palmeó su espalda mientras con la mirada buscaba a parte de la
familia para que acompañaran a este pobre
hombre.
Dios… ¿por
qué?... resoplaba
en silencio Pierre tenía una vida por vivir… muchos
sueños que realizar… ¡Dios! ¿por qué?
Don José estaba fumando en un costado de la entrada del edificio.
Pablo espero que
su madre se metiera al baño para acercarse a José
Miguel.
- ¿Me puedes decir que pasó con lo de
Campos? – murmuró el niño con el ojo puesto en la puerta del
servicio.
- ¿Por qué lo dices? – inquirió el
adolescente simulando no prestarle
atención.
- No te hagas él que no sabes – y
acercándose a él, Pablo lo miró fijamente – seré un niño, pero no
soy tonto… sabes tan bien como yo que Campos no hace nada por que
sí.
Moviendo las cejas realmente incómodo,
José Miguel se dio cuenta que no sacaba nada con ocultarle la
verdad a Pablo.
Era su pellejo el que estaba en
peligro.
- Tengo que entrenarte… - dijo de
pronto, a lo que Pablo entrecerró los ojos como si no hubiera
escuchado bien – tienes que jugar en una posición del equipo de
basquet antes de mayo.
- ¿Y a ti se te zafó un tornillo? –
Pablo abrió los ojos con horror - ¿cómo se te ocurre que voy a
jugar basquet si ni siquiera puedo trotar un par de metros por que
me da ahogo?
- Pues… - resoplando con fastidio,
acercó su rostro a Pablo y con voz decidida, replicó - tendremos
que contar con una alta dosis de buena voluntad, y entrenamiento…
no voy a permitir que Campos te haga daño… ¿y
tú?
Tragando saliva, Pablo pestañeo con
fuerza.
- ¿Qué pasa si me
niego?
- Te arriesgas a que Campos te haga
papilla – repuso José Miguel fríamente.
- ¿Y tú?
Lo cierto es que Pablo temía más por
José Miguel. Sabía del odio parido que le tenía Campos… quizás este
era el momento que esperaba para convertirlo en
puré.
- Yo me sé defender… – respondió con
arrogancia - me preocupas tú… - alargando su mano, rozó con
suavidad el hombro del que consideraba un hermano, aún cuando no lo
demostrara – Campos me tiene bronca, y se esta aprovechando de esta
situación para orillarme y le haga frente… - Pablo bajo la mirada
haciendo una mueca de dolor – pero tú… mírame – el niño lo miro de
frente – vas a hacer todo lo que te diga, pero no le podemos decir
nada a Ana ni a mi papá… ¿de acuerdo?
Pablo asintió
lentamente.
Claro que sabía que era mejor que su
mamá ni Julián estuvieran enterados. Aquello podría complicarlo
todo, y Campos era un muchacho peligroso.
Apenas y sintieron unos golpes en la
puerta.
De pronto, Ana salió del servicio
mientras se secaba las manos. Al ver que los muchachos estaban
hablando en voz baja, suspiro con
resignación.
¡Muchachos!
Seguro y estaban hablando de alguna cosa del
colegio…
Dirigiéndose con paso rápido a la
puerta, Ana la abrió de un tirón. Nada más hacerlo, el corazón
comenzó a palpitarle muy rápidamente al darse cuenta de quien se
trataba.
Julián, con expresión circunspecta, la
observó desde el umbral.
- Hola – saludo ella intentando
mostrar una sonrisa cortés, preguntó - ¿y tu
mamá?
- La he intentando llamar pero no me
contesta – respondió él con voz calma, intentando no mostrarle su
preocupación.
Por lo general su madre siempre estaba
ubicable, pero se intentaba calmar pensando que de seguro habido a
ayudar a una de sus amigas del círculo de la cruz
roja…
Nada más respirar, como si fuera una
invasión, aquel aroma a castañas nuevamente se coló por su nariz
haciéndolo que hiciera un respingo.
- ¿Quieres pasar? – Ana, haciéndose un
lado, se acomodo un mechón que caía rebelde por su rostro – José
Miguel esta entretenido hablando con Pablo de su primer
día.
Mordiéndose los labios, Julián estimo
que esa no era muy buena idea.
Ana se veía demasiado adorable con el
cabello recogido… aún cuando la expresión de su rostro la hacía ver
más inocente, también la hacía más
deseable.
- No quiero molestarte más… – y
resoplando con fuerza, se alejó dos pasos de la puerta – ya
bastante tuviste con soportar a José Miguel toda la
tarde.
- ¡Qué dices! – agitando la mano,
afirmó - ¡tu hijo es un encanto! ¡si quieres me lo
regalas!
Sin poder evitarlo, Julián
sonrió.
Desde que José Miguel la conoció,
parecía que estaba enamorado de Ana… siempre estaba aleteando a su
alrededor, buscando llamar su atención, mostrándose obediente y
sumiso frente a ella.
- Vamos… – y tomándolo de un
brazo, Ana lo jaló hacia el interior del departamento - ¡no es
molestia! ¡aquí nadie te va a comer!
Sin poner resistencia, Julián se dejo
arrastrar observando con disimulo el perfil de esa
mujer.
Torciendo la boca, tenía que admitir
que Ana era la mujer más hermosa con que se había topado… y eso que
se había topado con muchas… de muchas nacionalidades y con
distintos estilos de vida… pero ninguna tan fascinante como
ella.
Nuevamente la escena de sus labios lo
volvió a asaltar con furia…
Forzando un carraspeo, se obligó a
dejar de lado esos impulsos ridículos.
- ¿Haz comido algo? – preguntó ella de
improviso, volviéndose a él.
- Pues… - dijo mientras se palpaba la
vena. Frunciendo el ceño sorprendido se dio cuenta que no latía, y
repuso – insisto en que no quiero ser
molestia…
- ¡Deja de decir que es molestia! –
replicó Ana, y dándole un suave manotón en el brazo, añadió – no
hay nada peor, después de un difícil día de trabajo, sentir las
tripas pegadas al estómago.
- Sí – repuso apretando los labios,
dándose por vencido y agregó – tienes
razón.
- ¡Claro que tengo razón! – y
alborozada, se dirigió a la cocina exclamando - ¡siéntete como en
tu casa!
Caminando hacia la sala, se paso la
mano por la boca pensando obtusamente que aquello era una mala
idea.
Si pensaba que esta era su casa, ella
no estaría en la cocina…
- Hola Julián – dijo Pablo nada más
verlo, y levantándose de un salto, se dirigió a él extendiéndole la
mano.
- Hola campeón – respondió este,
estrechando la pequeña mano de Pablo.
Haciéndole un leve gesto a José
Miguel, este le respondió del sofá con un movimiento de
cabeza.
Mientras Julián hablaba con Pablo,
José Miguel repaso mentalmente los últimos fragmentos de la
conversación que intercambió su padre y Ana, y una leve sonrisita
apareció en su rostro.
Aquellos dos no se eran del todo
indiferentes.
Por supuesto que
sí… y observando
como Pablo le comentaba como había pasado su día, se dijo que ese
enano le iba a ser de gran ayuda.
Doña María palmeó
la mano de su hermana con una sensación de
alivio.
Aquello había sido un aviso de su
corazón… si no se cuidaba, vería a San Miguel y a todos los ángeles
antes de tiempo.
- ¿Cómo te sientes? – le preguntó
mientras le acomodaba las mantas, y la enfermera le ajustaba el
suero en el brazo.
- Mejor – y haciendo un gesto de
cansancio, resopló – este corazón es un porfiado… ¡le dije muchas
veces que no me diera sustos como este!
- ¡Ay, Carmen! – replicó doña María
acariciando el rostro envejecido de su hermana mayor - ¡no puedes
seguir siendo tan testaruda! ¿o es que acaso quieres juntarte con
Ambrosio en el otro mundo?
- Claro que no – haciendo un respingo,
se paso el dedo por la ceja – todavía estoy molesta con él por
haberme dejado tan joven… - y suspirando, agregó – además, no me
quiero morir sin ver a Julián casado con una buena mujer… no
olvides que es mi sobrino favorito.
- ¡Entonces ándate muriendo de una
vez! – expresó de mal humor doña María, a lo que la enfermera
arrugó el ceño con reprensión – Julián no desea rehacer su vida… ya
ves que se la pasa fuera – y pasándose la lengua por los labios,
resopló – me quiere hacer creer que es feliz, sin embargo, cada vez
que José Miguel se encuentra con su madre, él parece humear de
rabia.
La enfermera hizo un leve carraspeo
que hizo que ambas mujer guardaran silencio. Antes de salir le
advirtió a doña María que la visita terminaba en quince
minutos.
- ¿No será que todavía siente algo por
esa mujer? – murmuró doña Carmen una vez que la enfermera se
fue.
- No… - meneando la cabeza, doña María
esbozo una sonrisa triste – claro que no… sólo que ahora no se
quiere enamorar.
- ¿Y no hay ninguna mujer… digo,
alguna candidata que pudiera hacerlo cambiar de opinión? – preguntó
doña Carmen abriendo los ojos incrédula.
Julián era un hombre tozudo, de ideas
fijas, terco, pero en el fondo tenía el alma blanda… sólo faltaba
que alguien pudiera tocar las notas correctas para que su sobrino
cayera como un niño.
- Nunca ha demostrado interés por
nadie… - haciendo un gesto de indiferencia, doña María replicó – ni
hablado más de la cuenta con alguien… - y golpeando con el dedo la
nariz, una idea interesante pareció emerger de la penumbra – claro
que esta Ana.
- ¿Ana? – inquirió sin comprender doña
Carmen - ¿te refieres a tu vecina?
- La misma… – y esbozando una sonrisa,
extendió sus labios con satisfacción – ella ha sido la única mujer
que mi hijo ha dejado que se acerque a José Miguel sin ponerse como
gato… además, le tiene cariño a Pablo… – abriendo los ojos, miro a
su hermana con esperanza – y tengo la certeza que ella no les
indiferente.
- Puede que tengas razón… – frotándose
la pera, doña Carmen tenía que admitir que Ana era una mujer
bastante bonita, independiente e inteligente – además se lleva bien
con mi José Miguel.
- ¿Pero cómo lo haremos para que ellos
se relacionen más? – doña María sentía que volvía a las mismas –
Julián es más necio que una mula, y Ana, pues, no creo que por
iniciativa propia se acerque a mi hijo.
- Creo que tengo la solución – doña
Carmen aplaudió junto a su boca alzando las cejas con un gesto
travieso – claro que para eso tendrás que destetar a tu hijo… - y
frunciendo la nariz, replicó - ¡tienes que admitir que un hombre
que vive con su madre no es nada atractivo para una
mujer!
- ¡Y yo qué sé! – dijo ella alzando
los hombros con los ojos abiertos - ¿cómo si yo pudiera leer la
mente?
- Nada de eso hermana – y con una
sonrisa misteriosa, añadió – ahora es el momento de que nuestro
Julián deje de andar de gitano y vuelva a ser el hombre que
era.
Asintiendo, María se aprestó a
escuchar lo que a su hermana se le había
ocurrido.
Marcela se sentó
en el borde de una de las ventanas de su
departamento.
La vista desde ahí era maravillosa… y
el atardecer pues brindaba un espectáculo
increíble…
Indudablemente aquel era igual a uno
de esos que había compartido con Jean.
Echando el cuello hacia atrás, apoyó
su cabeza en el marco de la ventana, sin poder evitar recordar a su
amado Jean.
Su presencia había trastocado su
existencia, y mientras se pasaba la mano por el rostro, se decía
que esta situación se estaba convirtiendo en algo peor que una
enfermedad.
- Esta es una
bella puesta de sol – murmuró Jean contra su pelo, mientras Ella le
acariciaba el pelo, ensortijando uno de sus mechones alrededor de
sus dedos – en mi pueblo jamás había visto uno
así…
- ¡Majadero! – se
burló ella, levantando su rostro para besarlo en la frente - ¡A
todas tus mujeres debes haberles dicho lo
mismo!
- ¿Cuáles
mujeres? – respondió ceñudo, y sin darle tiempo a pensar, la agarró
de un brazo y la jaló hacia los suyos atrayéndola hacia él en un
abrazo hermético - ¡Dime que mujeres y te
suelto!
- No lo sé –
resopló con un hilo de voz abriendo los ojos horrorizada junto a
una sonora risita.
Jean, acercando
su cara a la de ella, la miró con los ojos
turbios.
- Nunca en la
vida creas que podrá haber otra mujer que no seas tú… – y
aproximando aún más su rostro hasta rozar su nariz, musitó – sólo
tú llenas mi vida por completo.
- y tú la mía –
expresó Marcela con los labios
entreabiertos.
Extendiendo su
mano, Marcela rozó el borde su mandíbula, y en el acto, Jean apresó
su boca en un beso fuerte y
decidido.
Marcela, llevándose la mano a la boca,
trato de no seguir evocando ese recuerdo.
Aquello era de un calor molesto y
punzante, el cual se apegaba a su estomago haciéndole desear algo
que ya no podía tener.
Jean le dejó bien claro que no habría
un después.
Nada más dar
cuenta de la comida que Ana había preparado, Julián se levantó
dispuesto a lavar su loza.
- ¡Hombre, por Dios! ¡si no es para
tanto! – resopló Ana, tomando los platos que él intentaba dejar en
el lavaplatos.
- Claro que es para tanto… - gruñó él
alzando las cejas – ¡no voy a consentir que además de darme de
comer, tengas que limpiar mi plato!
- ¡No seas melodramático! – replicó
ella, arrebatándole lo que llevaba - ¡sólo son un par de
platos!
Y dándose la espalda, deposito
aquellos trastos en la fuente de acero inoxidable mientras abría el
grifo del agua.
Julián, en tanto, enarcando una ceja,
no pudo evitar quedarse viendo la nuca de Ana… notó que, a pesar
del sujetador, varios mechones caían descuidadamente sobre su
esbelto cuello, agregándole más encanto a su aspecto.
Pareciéndole absurdo que una mujer con
aspecto inocente fuera deseable al mismo tiempo, nuevamente su
nariz hizo un respingo de ansiedad.
Pasándose la lengua por entre los
labios, se dio cuenta que el aroma de castañas que se desprendía de
su piel, era mucho más denso en ese punto.
- ¿Te gustó? – preguntó Ana, de
pronto.
Resoplando con suavidad, Julián trago
saliva un tanto aturdido. No sabía bien a que se
refería.
- ¿No te gustó? – insistió Ana al
notar que Julián no contestaba.
Silencio
nuevamente.
- ¿Tan malo estuvo? – inquirió con
aprensión, y volviéndose hacia él con prontitud, no se había
percatado que él sólo estaba a unos centímetros de
ella.
Mirándola primero con sorpresa,
recorrió sin ningún disimulo el rostro de esa mujer… y todo lo que
veía le agradaba…
- No me has contestado – repuso ella,
tragando saliva. No sabía a que santo se debía a que la viera de
ese modo… tan extraño… lo cual la estaba poniendo un tanto nerviosa
- ¿te agradó la comida?
- Mucho… – musitó y empequeñeciendo
los ojos, se acercó un poco más a ella – quizás
demasiado.
Estirando los labios, Ana bajo la
mirada un tanto apenada, para luego levantar la vista para
enfrentar esos ojos que tanto le agradaban. Por ningún motivo,
Julián la iba a intimidar. De sobre seguro, pensaba que ella era
una de esas mujercitas con las cuales estaba acostumbrado a
trabajar.
Como si yo fuera
una de esas fulanas…
- Me alegro – y respirando, Ana sonrió
con fuerza mostrando una margarita en su mejilla – y eso que no has
visto nada.
- ¿Tienes más sorpresas bajo la manga?
– inquirió él con chanza, mientras se acercaba peligrosamente a
ella.
- ¿Qué crees? – lo retó con la mirada,
en tanto echaba la cabeza hacia atrás. Julián debía pasarla por lo
menos en una cabeza.
- Creo que me gustan las sorpresas… -
e inclinando el rostro, esbozo una sonrisa fascinante – sobre todo
viniendo de una mujer como tú.
Sintiendo que le faltaba el aire, Ana
retrocedió todo lo que pudo, hasta que el mueble del fregadero le
impidió hacer más espacio.
Acortando la distancia que Ana
intentaba salvaguardar, Julián se aproximó a ella con la intensión
de robarle un beso.
Sólo uno,
Señor…
- ¡Mamá! – exclamó Pablo, entrando sin
más a la cocina, justo en el momento en que los labios de Julián
estaba a un palmo de distancia de su boca - ¿queda
jugo?
Rápidamente, ambos adultos, se
separaron, y con la mano en el rostro, Ana se encamino hacia el
refrigerador.
Sin decir nada, saco una caja de jugo
de naranjas y se la paso a su hijo.
Este la observó ceñudo, y cuando ella
salió de la cocina, Pablo se volvió a observar a
Julián.
- ¿Me das? – preguntó el hombre
intentando mostrar una sonrisa.
- Claro – respondió Pablo, y
alcanzando una copa, la lleno del líquido y se la entrego a
Julián.
Mientras observaba como este daba
cuenta del jugo, Pablo enarcó una ceja con
sospecha.
Algo le decía que esos dos andaban en
algo… y al parecer, algo muy raro.
Una vez que
entraron a su apartamento, ambos se dejaron caer sobre el sillón,
Julián observó el rostro de José Miguel.
Lo había notado algo extraño en casa
de Ana, y aunque se comportó como siempre, algo le
sucedía.
- ¿Estás bien? – preguntó de pronto
Julián con los ojos muy abiertos.
José Miguel cerró un
ojo.
A pesar de lo mucho que odiara
admitirlo, su papá tenía un radar cuando algo le ocurría. Pero
debía callar… de eso dependía que Pablo y él se librarán de una
trifulca que los dejaría maltrechos por una
eternidad.
- ¿Por qué lo dices? – preguntó
estirando los labios intentando mostrar
inocencia.
- Pues… - resopló torciendo el labio –
porque estas muy quieto… ni siquiera te vas a encerrar a tu
habitación… - y sentándose derecho, expresó mirándolo directamente
– soy tu papá… sea lo que sea, aquí estoy para
ayudarte.
- ¡No seas tan melodramático, papá! –
resopló con burla el adolescente - ¡sólo estoy
cansando!
- ¿Estás seguro? – inquirió – sólo hoy
entraste a clase…
- Papá – e irguiéndose en el asiento,
José Miguel acomodo sus codos sobre sus rodillas y observo la
expresión de su papá intentando que su sonrisa no fuera más ancha…
jamás diría en voz alta el agrado que sentía al ver ese interés que
le demostraba y en cambio, dijo lentamente – no te preocupes…
hoy sólo estuvo movido… sólo eso… y por lo del
sábado.
- ¿Hay partido? – preguntó cruzándose
de brazos.
Le agradaba mucho que su hijo fuera un
aficionado al deporte. Cuando él era pequeño también practicaba
basquet, aunque claro, debía reconocer que José Miguel era bastante
mejor que él a su edad.
- Sip – frunció el ceño mientras
asentía.
El sábado también tenía salida con su
madre.
Desde que cumplió los 9 años, su madre
se encargó de regularizar las visitas. Su padre, en tanto, cada vez
que salía con ella, andaba de un genio que ni él se
soportaba.
José, que todavía no entendía el
porque de esa separación, y puesto que su papá jamás quiso decir
nada al respecto, decidió que lo mejor sería preguntárselo a su
madre.
Ella, después de darle muchas vueltas,
finalmente le hablo con la verdad.
Recordó que aquello le dolió tanto
como cuando se había caído de un tobogán y se rompió la
pierna.
En esa oportunidad, la aparición de
Ana en el estacionamiento fue providencial. Estaba claro que si
ella no hubiera estado a su lado, lo más seguro que ese dolor
hubiera sido infinitamente más criminal.
- ¿Qué tienes José? – y tocándolo en
los brazos y en la cabeza, seguro pensando que se había quebrado
algo o tenía una herida, Ana inquirió - ¿estás bien? ¿quieres que
llame a tu papá?
- ¡No! – contestó
casi gritando - ¡por favor, no!
Y con la voz
cortada y gangosa, José Miguel le contó aquel suceso terrible,
donde el cariño que alguna vez sintió por su madre, se vio ahogado
por la lealtad hacia su padre.
Ninguna mujer
podía hacerle eso al hombre que decía
amar.
- Tranquilo… –
Ana, acomodando la cabeza del niño en su pecho, musitó – de lo
único que tienes que estar seguro que es que ambos te aman… - y con
un respingo, resopló – de lo demás que ellos se ocupen… tú no
tienes nada que ver con sus
problemas.
Asintiendo, José Miguel entendió que
mejor era dar un paso al costado, aún cuando dentro de él, una ira
iba creciendo al compás de su corazón.
Su papá no estaba enterado de que
conocía su secreto… y quizás era mejor. No tenía sentido
atormentarlo con algo que ya no tenía
vuelta.
- No te noto entusiasmado… - y
extendiendo una mano, Julián le apretó con cariño el hombro - ¿no
me dirás que te diste por vencido? ¿es demasiado bueno el equipo
que juega contra ustedes el sábado?
- ¿Qué? – resopló parpadeando con una
sonrisa - ¿cómo se te ocurre? ¡claro que no! Lo que pasa… - y
pasándose la mano por la nariz, se dijo que una mentirilla no era
gran cosa… sobre todo si podía sacarle partido. Ladeando la mirada,
lo miro fijamente – lo que pasa es que el señor Carmona… tú sabes,
el profesor de educación física, me ha pedido de favor que ayude a
Pablo – Julián frunció el ceño – has visto que él es un completo
desastre en deporte… bueno, lo cierto es que hay una beca para
alumnos talentosos, pero deben tener todas sus calificaciones
sobresalientes… - apretando los labios, torció la boca con una
mueca – Pablo tiene que mejorar en esa
materia.
Apartando la mano de su hijo, Julián
se rascó la mandíbula con preocupación.
Pablo era un niño inteligente,
talentoso, agradable… mordiéndose el labio, se dijo que él hubiera
dado media vida por tener un hijo así… y la otra media vida, sería
de José Miguel.
- El domingo tengo libre… – y alzando
las cejas, Julián esbozo una sonrisa – me gustaría ayudarte con
Pablo.
- ¿En serio? – preguntó el muchacho,
extendiendo una amplia sonrisa.
- Definitivamente… – asintió Julián –
puede que Pablo le cueste el deporte porque no ha tenido quien lo
motive… Anita siempre esta ocupada, y no puede estar en todas… no
me cuesta nada ayudarlo.
- ¡Ese es mi papá! – exclamó José
Miguel dándole un rápido abrazo a su papá - ¡realmente eres
genial!
Luego de ello, se dirigió a su
dormitorio con una gran sonrisa.
Respirando hondo, Julián meneó la
cabeza mientras la apoyaba en el respaldo del sillón junto a una
gran sonrisa en el rostro.
Cerrando levemente los ojos,
inevitablemente la imagen de Ana con el rostro arrebolado y los
ojos expectantes incitaron nuevamente ese antiguo
ardor…
Torciendo el labio, no pudo evitar
mordérselo ante la sola idea de que ella también lo deseará…
parecía dispuesta…
Volviendo a respirar con más fuerza,
se dijo, que quizás esta fuera la oportunidad para invitarla a
cenar… tendría la excusa de la comida… su mamá no se negaría a
quedarse con los muchachos…
Y con ese pensamiento feliz, Julián
extendió una sonrisa satisfecha.
Eduardo se apoyo
contra la ventana de su habitación.
El vapor del baño se deslizaba por
sobre la puerta entreabierta, mientras escuchaba como su mujer
cantaba bajo la ducha.
Sonriendo con suavidad se dijo que
aquella idea cada vez le estaba pareciendo de lo
mejor.
A pesar de que todo el mundo creía que
su matrimonio era realmente de fábula, lo cierto es que cada día
era más difícil mantener esa cara de enamorado… y aún cuando Lucía
no tenía la culpa, lo cierto es que sus escrúpulos
tampoco.
Necesitaba el dinero… nunca más iba a
vivir en la miseria en que sus padres lo condenaron a vivir junto
con Andrés, quien a punta de sus manos había logrado mantener ese
rancho hasta cuando los acreedores se
hartaron.
Por eso lo hizo… y aún cuando Ana era
la mujer que siempre soñó, no podía pretender que aquello fuera
para siempre…
Claro, se dijo, si hubiera sido otro
tipo de mujer la hubiera podido convencer de que fueran amantes, y
hasta alturas su vida sexual sería satisfactoria, pues, hoy por
hoy, aunque lo intentaba con ganas, aquel deseo que conoció con Ana
entre sus brazos no lo había podido
abandonar.
Mesándose el cabello, insistió muchas
veces enamorarse de verdad de su mujer… pensó que irse al
extranjero de viaje a las Bahamas o Tahití lo exorcizarían… sin
embargo, volvía a lo mismo.
Y ahora, su pequeña Amanda le hablaba
de hijos, que era lo que más deseaba en el
mundo.
Un
hijo…
Puede que Dios lo estuviera castigando
por haber sido tan canalla con Ana…
Por eso, lo mejor era que Lucía
buscará a otro hombre.
Y Julián era
perfecto.
Agradable, culto, dueño de un gran
carisma y habilidad en los negocios… y había que agregarle que
contaba con el visto bueno de ese zorro de
Robles.
Aún cuando desconocía la vida
sentimental de Julián, donde a lo mejor hasta casado estuviera, eso
no era impedimento para que se fijara en
Lucía.
Total… un
divorcio lo tenemos todos…
- ¿Eduardo? – la voz de Lucía salía
del baño, algo apagada por el sonido del agua corriendo -
¿llegaste?
- Sí – resopló él, sentándose en la
cama y sacándose los zapatos.
- Ven a bañarte conmigo – expresó la
mujer más alto - ¡el agua esta deliciosa!
Mirando con los ojos entrecerrados
hacia aquel lugar, se levantó y con expresión resignada, pensó que
después de todo tenia que seguir siendo un marido
complaciente.
Rumbo a la puerta del baño, Eduardo se
sacó la camisa que llevaba por sobre la cabeza y, respirando con
fuerza, se dijo que a estas alturas no podía perder el
valor.
Nada más entrar
Paz se dio cuenta de que esa mala de la cabeza se había
ido.
Después que almorzará con Max, lo cual
resultó bastante agradable, a su pesar, tuvo que inventarse una
excusa.
Si lo seguía teniendo en frente, lo
más seguro vería en sus ojos la adoración que sentía por
él.
Resoplando, se dijo que quizás lo
mejor que podía hacer era vender este apartamento e irse de una vez
a ciudad Marfil a casa de su abuela Matilde… claro que antes tenía
que solucionar el tema de la hipoteca, y para eso le faltaba
dinero.
No es una mala
idea…
Así estaría lejos de todo lo que la
tentara de Max.
Aplastando la mano contra sus labios,
se dijo que en vez de que su interés por ese hombre disminuyera,
cada día que pasaba desde que lo conoció de niña, había ido en
aumento, siendo testigo de las muchas mujeres que estuvieron junto
a él, y a la cual él abandonaba sin ningún
pudor.
Era muy doloroso ver como el hombre
que le quitaba el hipo, constantemente se metía en problemas de
faldas…
Sintiéndose derrotada, Paz le había
pedido mucho a Dios por un milagro… lamentablemente, él debía estar
muy ocupado… o, tristemente debía reconocer que el corazón de Max
siempre sería inalcanzable.
Un hombre maduro
vestido con un traje oscuro impecable se acercó a Pierre con una
carpeta en la mano.
El hombre, en tanto, estaba vuelto
hacía una ventana, mirando como si estuviese muy lejos el lindero
del jardín del hospital.
Se sentía como si estuviera a miles de
kilómetros de ahí... y mientras, a duras penas, intentaba a acallar
un sollozo que le nacía desde el fondo del corazón, estirando sus
bien delineados labios, Pierre exhaló una y otra vez con
fuerza.
Varias lágrimas se agolparon en sus
ojos verdes, pero el hombre, mordiéndose los labios, no dejo que
ninguna de ellas se derramara.
Ahora más que nunca tenía que ser
fuerte.
Su madre y toda la familia estaban
esperando que él no se derrumbara… sobre todo ahora que Jean estaba
muerto.
¿Qué haría sin
Jean?
- Pierre… necesito hablar
contigo.
- Dígame Bernard – y volviéndose a
hacia él, respiro con estoicismo sin dar mayores señas de estar
afectado.
- Siento interrumpirte… – aquel estiro
los labios a modo de disculpa - ¿podemos conversar un
momento?
- Claro… – y parándose bien
derecho, Pierre lo miro directamente sin siquiera
pestañear.
- ¿Será posible que conversemos en…
privado? – replicó el hombre mirando hacia ambos lados con un claro
signo de nerviosismo.
No deseaba por ningún motivo que esta
conversación fuera escuchada por terceros. Sobre todo por la señora
Lafité.
- Claro - y alargando la mano, Pierre
lo condujo hacia una pequeña salita que había en un rincón del
pasillo.
Bernard camino con prontitud, y apenas
entro, Pierre sintió algo extraño
rondándole…
¿Por qué Bernard
se mostraba inquieto?
No era un rasgo típico de su carácter.
Por lo general aquel hombre era bastante flemático, más parecido a
los ingleses por lo imperturbable de su
personalidad.
- ¿Y? – lo urgió Pierre frunciendo las
cejas.
- No quiero entrometerme en lo que no
me importa… – se pasó un fino pañuelo sobre la frente, apaciguando
el brillo que realzaba su profunda calvicie - pero como el abogado
de tu hermano siento que es mi deber preguntarte algo sobre lo que
el decidió sobre los bienes patrimoniales que dejó
estipulado.
- ¿Qué pasa con ellos? – sus ojos
verdes se contrajeron en señal de
preocupación.
- ¿Tú sabes quién es… Marcela Milicic?
– preguntó casi con temor a la respuesta.
- Nunca la había escuchado nombrar –
contestó meneando la cabeza.
- Déjame decirte que ahora oirás mucho
de ella… – y sentándose pesadamente sobre uno de las bancas de de
la salita, resopló – tu hermano la nombro como su única
heredera.
- ¿Qué? – exclamó con la boca abierta
a la vez que alzó la voz más de lo debido. Luego de ello, se tapo
la boca, recordando que esta era una conversación
privada.
- Sólo sé que Jean la beneficio con
toda su fortuna… – haciendo un suspiro, saco una carta que traía en
la carpeta – dijo que te la entregará a ti – extendiendo la mano,
Pierre hizo el ademán de tomar la misiva, pero Bernard, al momento
de que este la cogiera, retuvo el papel en su mano con una
expresión solícita – nadie puede saber esto… Jean quería que sólo
tú leyeras esta carta…por nada del mundo tu madre puede
enterarse.
El hombre asintió, al mismo tiempo que
apartaba ese papel de las manos de Bernard.
¿Qué estaba
ocurriendo?
La respuesta seguramente estaba en esa
carta.
Apresurándose a abrir el sobre, se
dispuso a saber quien diablos era esa tal Marcela Milicic y porque
su adorado hermano le entregaba toda su fortuna.
Pierre no daba
crédito a lo que leía.
Bernard, a pesar de su poca
expresividad, lo miraba impávido mientras esperaba alguna pista de
parte de él.
Tragando saliva, Pierre deslizó la
lengua por sobre el labio inferior.
Sentía que la boca se le estaba
secando y un gusto amargo se le pegó en el
paladar.
Leyendo las palabras escritas por
Jean, una y otra vez, ninguna lograba procesarlas con
claridad…
“… puede que todo
esto te sea demasiado increíble o insospechado, conociéndome como
me conoces Pierre, pero lo cierto es que mi sabida enfermedad no me
deja otra opción.
Nunca desee soñar
mi vida… ni idearla en mis sueños… o vivirla a medias… no,
definitivamente no… necesitaba hacer un cambio, sentirla de frente…
y así fue como ese año fantástico en que me desaparecí de todos
pude gozar de la vida que en todos mis 30 años junto a mi
familia.
Conocí muchos
lugares, viaje, me permití, incluso, no asearme en mucho tiempo…
hice muchas locuras…
Hasta que conocí
a Marcela.
Ella se convirtió
en mi ángel por casi cuatro meses… y todo en mí se lleno de su
nombre.
Cuando la
conozcas lo más probable es que te vas a sentir como yo… perdido en
el universo de sus ojos azules y mansos como la playa de
Belle-Ile.
Me odio a mi
mismo por haber permitido que mi necesidad por ella fuera más
grande que mi amor, pero todo me atraía hacia ella… y yo me deje
arrastrar.
Pienso que lo que
le dejo es solo una manera de pedirle perdón, de decirle que nunca
quise hacerle daño, y que algún día, en el infinito, nos volveremos
a encontrar para ser felices como lo fuimos en esos cuatro
meses…
Los cuatro meses
más hermosos de mi vida.
Por eso me
atrevo acudir a ti, Pierre... ayúdame… hazme este último
favor…
Ella desconoce
por completo la existencia de mi enfermedad y es por ello que le
dejo una carta para que sea yo mismo quien le explique el motivo
por el cual tuve que alejarme de
ella.
No le digas nada
a mi madre o a Bernard… odio ponerte en aprietos, pues sé que te
estoy pidiendo algo en contra de tus principios, pero te lo pido en
el nombre del gran cariño que sé que me tiene…, además, sabes de
sobra, como se pondría mi madre si sabe de la existencia de
Marcela.
No quiero que le
haga la vida miserable… ella no se lo
merece…
Confío en ti,
hermano, por eso me atrevo a pedirte que le hagas llegar mi carta y
que la protejas… no dejes que nada malo le ocurra… ella es una
buena mujer… tú mismo lo comprobarás cuando la
conozcas…
Por favor, es el
último deseo que te pido.
Tu más que
agradecido hermano
Jean
Pd: en mi
billetera están todos los datos que necesitas para poder dar con
ella.”
Un nudo en la garganta impidió a
Pierre decir palabra alguna.
- ¿Qué dice la carta? – preguntó
Bernard con alarma, al ver lo pálido que se había puesto
Pierre.
- No te preocupes… – resopló este,
mientras se volvía a para mirarlo con la expresión más serena que
su naturaleza le permitía - debo viajar a ciudad del Sol… debo
encargarme de un asunto – al ver que Bernard enarcaba las cejas,
añadió respirando hondo - no tienes de que
preocuparte.
Doña María abrió
la puerta del departamento con sigilo.
Eran las 10 de la noche, y estaba
segura que Julián y José estaban durmiendo.
Apenas dio dos pasos al interior del
lugar, la luz de la cocina se encendió.
Volviendo sus pasos, apreció a su hijo
como calentaba una taza de leche en el
microondas.
- Buenas noches – susurró, esbozando
una sonrisa de disculpa.
- ¡Mamá! – resopló con alivio al verla
en el umbral de la puerta - ¿dónde estabas?
- Tu tía Carmen, querido… - y
sentándose, apretó los labios haciendo una mueca – su corazón… de
nuevo sufrió otro ataque.
Julián, arqueando las cejas, se sentó
frente a su madre con mala cara.
- ¿Y cómo está? – preguntó con
preocupación.
- Está mejor – y palmeando su mano,
esbozo una sonrisa entusiasta – esa cabezota no se va morir de eso…
puede que el favor nos lo haga un camión o un caballo desbocado –
Julián, meneando la cabeza, dibujo una sonrisa – aunque esta vez
será necesario estar más la pendiente de
ella.
- ¿Cómo es eso? – inquirió mientras
daba un sorbo a su leche.
- Tengo que irme con ella unos días a
ciudad Marfil.
Julián casi se atragantó con la
leche.
- ¿Estás bien querido? – dijo abriendo
los ojos alarmada.
- Sí… - dijo pasándose la mano por el
mentón chorreado de leche miró a su madre con inquietud - ¿escuche
bien? ¿irte a ciudad Márfil?
- Hijito… - doña María estiró
nuevamente su mano hacia el rostro de su adorado hijo – tengo que
hacerlo, conoces a tu tía Carmen… ella detesta la ciudad, y el
médico le recomendó reposo absoluto… - los ojos de Julián
adquirieron un aspecto vidrioso, a lo que doña María, repuso con
ternura – sólo serán unos días… además, puedo pedirle a Ana que te
de una mano…
- ¿Pero y sí tengo que salir de la
ciudad? – preguntó con aprehensión.
- José Miguel ya se ha quedado con Ana
otras veces y no creo que ella se niegue… – respirando con más
calma, expresó – no te mortifiques por nada… José es ya un niño
grande, y sabe que debe hacer… y tú sabes que no puedo dejar a
Carmen sola en esto.
- No, claro que no… – afirmó Julián
haciendo una mueca de resignación.
Luego de conversar un momento, Julián
se dijo que en mala hora su tía se le ocurría
enfermarse.
Ahora todos sus planes se iban a ir al
carajo…. Lo más seguro que Ana creyera que su invitación sólo era
una forma de compensarla y no porque le gustaba de
sobremanera…
Mascullando una maldición,
nuevamente ese dolor de cabeza vino hacerle
compañía.
Definitivamente,
esta no es mi noche...
Max prendió la
hornilla de la cocina con el ánimo de hacerse un par de huevos
revueltos.
Con una gran sonrisa, tenía que
reconocer que Paz tenía espíritu… mira que aguantar a tremenda
mujer, vestida como si fuera a un circo, y además creerse
irresistible.
Cierto que ese pensamiento no era para
nada caballeroso, pero es que la mujer parecía más bien una
fulana.
El sonido insistente del teléfono lo
obligo a sacar la sartén y, mientras se limpiaba las manos, rogaba
porque no fuera ninguna de esas locas que conoció en el club de
anoche. Estaba tan borracho que bien podría haber sido capaz de
darles el número de su casa.
Que no sea… que
no sea…
- ¿Tío Max?
La voz angelical de su sobrino
favorito le devolvió el alma al cuerpo.
- Tío quisiera hablar contigo – y
susurró – pero en privado… mi mamá no puede enterarse por nada del
mundo.
Torciendo el labio, se dijo que debía
ser algo grave. Por lo general, Pablito le contaba todo a
Ana…
O pueden ser cosas de
hombres…
- Claro – resopló asintiendo – como
quieras… ¿cuándo?
- ¿Puede ser mañana en el colegio? – y
aspirando aire, añadió – José Miguel y yo te lo
explicaremos.
José Miguel, aquel pequeño gamberro…
no entendía el afán de Ana por protegerlo.
Claro que frente a él nunca se había
demostrar incorrecto, intuía que aquel niño era un hervidero de
problemas.
Además estaba su
padre…
Julián, lejos de caerle mal, pensaba
que era un buen tipo, sin embargo, prefería que estuviera lo más
lejos posible de su hermana… no por nada lo había visto frecuentar
a los mismo sitios que él, y aunque no lo juzgaba, creía prudente
que no se hiciera falsas ilusiones con Ana… claro, si podía
neutralizar a los dos celestinas que, esperando cualquier
oportunidad, buscaban la forma de que esos dos, por lo menos se
rozarán.
- ¿Y él que tiene que ver? – preguntó
un tanto tenso.
- Pues… - y abruptamente agregó –
viene mi mamá… a la una… no te olvides…
adiós.
Mirando el auricular, Max alzó las
cejas sin saber que pensar.
José Miguel
todavía estaba despierto en su habitación escuchando una canción de
su grupo favorito con los audífonos puestos. - ¡Maldita sea! –
rezongo por trigésima vez don José contra la caldera del
edificio.
Aquel viejo armatoste se negaba a
obedecer, y tenía a todo el mundo tiritando de frío cuando querían
tomar una ducha.
- ¡Esto no tiene arreglo! – dijo,
sacando su cabeza por sobre la máquina del otro lado, un hombre de
aspecto robusto y de mirada alegre - ¡ya es tiempo de que compren
una nueva o se cambien a otro sistema!
- ¡Dios! – abrió los ojos de horror el
conserje - ¿cómo me dices eso?
- ¡Te lo digo porque las cañerías
están más malas que los dientes de leche de mi
abuela!
Ambos rieron ante esa ocurrencia,
aunque como conserje, don José pensaba como le iba a ser para
mantener funcionando esa vieja máquina. Estaba más que seguro que
ese viejo sangrón de Salgredo no iba querer comprar una
nueva.
Por el contrario, ya le escuchaba
decir “arréglela Josesito, ese es su
trabajo”.
- Ven José, – le instó su amigo con
mirada afable mientras se limpiaba las manos con un paño manchado
de grasa – te invito una cerveza.
- No bebo en horas de trabajo, –
respondió este con un resoplido – pero
gracias.
- Tú te lo pierdes… – hizo un gesto
con los hombros indicando que él desperdiciaba esa oportunidad de
pasar el mal rato que la máquina los había hecho pasar – mañana
vuelvo para hacerle otro parche sobre el último parche que le hice
el mes pasado.
- Haz lo que tengas que hacer –
contestó por lo bajo don José con acento
frustrado.
Doña María abrió la puerta con
cuidado, y acercándose a su nieto, sin que este se diera cuenta, se
sentó en el borde de la cama. Tomando con suavidad la mano que José
Miguel descuidadamente había dejado sobre su estomago, este se
volvió y la extendió una sonrisa.
Doña María, a su vez, le hizo un gesto
para que se sacara los audífonos.
Él, sin más, se los quitó con
rapidez.
- Quiero hablar contigo… – le susurró
doña María con una media sonrisa, y mirando fijamente a su nieto,
expreso – hoy en la mañana tuvieron que internar a tu tía
Carmen…
- A puesto que por lo de su corazón –
la cortó con prontitud José Miguel.
- Si – y mordiéndose el labio
inferior, añadió – el médico esta vez me dijo que tenía que tener
cuidados especiales… - torciendo la boca nerviosa, apretó la mano
que tenía agarrada de José Miguel – y por ello tengo que estar con
ella… - al ver que su nieto no mostraba signos de turbación,
resopló - ella haría lo mismo si estuviera
malita.
- Tranquila abuela… – José Miguel se
sentó mejor sobre la cama y la abrazo con ternura – haz lo que
tengas que hacer… yo ya estoy grande… no hay problema… - y una vez
que se separo de ella, repuso – además, siempre esta Anita para que
me saque de algún atolladero.
Palmeando su rostro con cariño, doña
María dejo escapar un suspiro de alivio.
Todo estaba resultando como Carmen le
había dicho… ahora todo quedaba en manos del cabezota de su hijo y
de la bondad de Ana…
Una vez que doña María le diera un
beso en la cabeza su nieto y saliera de su habitación, este, en
silencio, dejó escapar una lágrima, para luego, fruncir la nariz y
respirar muy hondo.
No estaba bien visto que lo hiciera en
el frente, así que con disimulo, se ubico en un rincón aspirando su
cigarrillo con parsimonia para deleitarse con la sensación. Era un
fumador de años, pero los resfríos mal curados hicieron que tuviera
que dejar de fumar con la frecuencia de
antes.
Debía, ahora, sólo contentarse con
fumar sólo uno en la noche.
De repente, Julián despreocupado,
subió de dos en dos los escalones de la
entrada.
- ¡Juliancito! – exclamó desde su
escondite.
- ¿José? – parando en seco, Julián se
acercó con rapidez. Luego de notar el cigarro en su mano, resopló
con reprensión - ¡ya estás fumando otra vez! ¿no te dijo el médico
que era peligroso para tu salud?
- ¡No me retes, Juliancito! –don José
hizo un puchero – nada más quería decirte que como tu mamita no
está, y que Josesito está donde doña Anita.
- ¿Y eso por qué? – replicó con mala
cara.
Esto era lo último que le
faltaba…
En todo el día no se había podido
sacar de la cabeza a Ana, y había esperado haber llegado a su casa,
darse un buen baño y dormir para que ese incesante dolor de cabeza
desapareciera por completo.
- Doña María salió muy rápido… a penas
si me dijo que no te preocuparás…
Alejándose con paso enervado, Julián,
sin decir palabra, volvió a asentir y se encamino al
edificio.
Al mal paso darle
prisa…
Mientras se pasaba
la mano por la frente, Max observó con desdén aquel antiguo
edificio del colegio en que trabajaba su
hermana.
A pesar de haber dormido sus horas, no
podía evitar bostezar con fuerza. Probablemente se debía que
todavía no se podía recuperar del sueño perdido cuando estuvo de
excursión en el desierto de Atacama con ese grupo de
ingleses.
Moviendo sus hombros con fuerza, lo
único que deseaba era que ese calambre infernal desapareciera. La
camisa verde se le apego aún más a su ancha espalda y a su marcado
estómago, mientras que un gesto de dolor se reflejó en su
rostro.
- ¿Max?
Volviéndose con rapidez, aprecio como
una mujer esbelta y de cabello dorado se aproximaba a él con
prontitud. Al parecer tenía los ojos claros, pero con las gafas que
llevaba puestas era imposible saberlo.
- ¿No te acuerdas de mí? – repuso la
mujer con una adorable sonrisa – fuimos juntos a Egipto… en ciudad
del Cairo… soy amiga de Johana…
Johana, la
antipática que se metía en mi cama cada vez que me desprevenía… y
claro, esta era la amiga que andaba con el novio… un narigón, con
pinta de árabe…
Eso hacía más de cinco
años.
- ¡Claro, claro! – resopló Max con
rapidez, y con galantería preguntó - ¿cómo te va
Carina?
- Catalina… – le corrigió está
manteniendo su sonrisa – no tan bien como a ti – y pasándose la
lengua por los labios, con una expresión coqueta, expreso – me
preguntaba que había sido de ti.
- Pues aquí… – se metió las manos en
los bolsillos y se balanceo sobre sus pies con aire inocente – nada
especial… ¿y tú?
- Vengo a buscar a mi niña al
parvulario… – y parpadeando con intensión, resopló – podríamos
salir juntos un día de estos.
Estirando los labios, pestañeó con
candidez. No le apetecían las mujeres con hijos. Aquellas quedaban
completamente descartadas de su lista, aún cuando fueran tan
hermosas como estas.
Apreciando que los muchachos se
acercaban, hizo un gesto de disculpa.
- Acabo de ver a mi hijo… - Max
resopló con sentimiento – Catalina me alegro mucho verte ¡te me
cuidas!
Y sin más, comenzó a
alejarse.
- Adiós…. – resopló la mujer con algo
de desilusión, para luego gritar - ¡nunca dijiste que tenías
hijos!
Sin hacer caso, Max se aproximo a los
chicos y llevándoselos a un lado, se aprestó a averiguar que
sucedía.
- Antes que nada, necesito saber que
sucede… – inquirió este con un tono severo – y no quiero que me
oculten nada jovencitos.
Pablo miro a José Miguel haciéndole un
gesto con los ojos. Definitivamente tenía que ser él quien
inventara algo para no despertar sospechas en su
tío.
- Bueno… - José Miguel rascándose la
nuca en tanto alzaba las cejas buscando una muy buena idea.
Sosteniéndole la mirada a Max, expreso con lentitud – ayer Pablo
tuvo un problema con un muchacho… – Max frunció el ceño – es
alguien más grande que se dedica a hacerle la vida de
cuadritos a quienes son más débiles que él… por eso necesitamos de
su ayuda… – y respiró con fuerza – Pablo necesita que lo entrene en
Karate.
- ¿Qué? – resopló con fuerza y mirando
a Pablo con reprensión, replicó - ¿y tú quieres que tu madre me
despelleje vivo?
Pablo hizo una mueca. Tenía que
recordar que su madre era muy dada al pacifismo, por lo que lo más
probable es que aquella idea estuviera fuera de lugar. Además, su
tío le tenía miedo a su madre, aún cuando fuera más baja y menuda
que él.
Max, por otro lado, entendía
completamente la situación. A pesar de comprender la aprensión de
Ana, esto era una cuestión de hombres… si el muchacho no sabía
defenderse, lo más probable que en el bachillerato lo utilizarán
como bolsa de puching.
- Por favor… – José Miguel apretó los
labios con esfuerzo. No le gustaba pedir por favor, pero en vista
de las circunstancias, estaba claro que Pablo necesitaba toda la
ayuda posible – usted es el único que pueden
ayudarnos…
- ¿Y esto en que te perjudica a ti,
niño? – inquirió Max extrañado observando la expresión contrariada
de ese adolescente.
Tanta preocupación le estaba
pareciendo sospechosa.
- A mí, en nada… – José Miguel meneo
la cabeza como si en verdad no le importara – pero creo que es
necesario que Pablo se aprenda a proteger… ¿o usted va a permitir
que cualquier abusivo le haga la vida
miserable?
Max frunció más el
ceño.
No le gustaba para nada hacer cosas a
escondidas de Ana… sobre todo a sabiendas de lo que le podía
ocurrir si ella se enteraba…
Sin embargo, al ver los rostros de
ansiedad de ambos muchachos, se dijo que bien valía la pena
intentarlo… además, ningún muchacho tenía derecho a golpear a su
sobrino.
- De acuerdo – dijo el hombre alzando
los hombros como si no le quedara remedio. Al ver como los chicos
extendían una gran sonrisa, sentenció – pero sólo será por un
tiempo… un par de meses como máximo… ¡tú sabes como se pone tu
madre con estas cosas!
- ¡Gracias, gracias tío Max! – y
abrazándolo con efusión, Pablo exclamó con emoción - ¡eres mi tío
favorito!
Ana miraba la
estantería de postres.
Hacía días que no le hacía alguna cosa
dulce a Pablo. Tomando un tarro de leche condensada, quizás se dijo
que hoy podría hacerle ese pie de limón que tanto le
gusta.
Sin poder evitarlo, se preguntó si a
Julián también le agradaría.
Toda la mañana había pensando en ese
casi beso, y como una adolescente había esperado verlo en la
mañana…
- ¿Te falta algo más? – preguntó Paz
al tiempo que dejaba en el carro una bolsa de pan de molde - ¡mira
que me muero de hambre!
- Culpa tuya es por no almorzar con
nosotras – la regaño Marcela mientras dejaba unos fiambres - ¡la
costumbre tuya esa de pasar como mono en el
alambre!
- No seas ruda con ella… - Paz tomó de
los hombros a Paz y le dedicó una sonrisa traviesa - ¿no será que
estás así por que viste a Max en el
colegio?
- ¿Vino Max? – preguntó volviéndose a
ella con los ojos redondos.
Ana enarcó las cejas con
sospecha, mientras que Marcela extendía una sonrisa cada vez más
ancha.
- ¿Así que ese cretino no te importa,
no? – replicó Marcela acercándose a ella con los ojos entornados -
¿qué se vaya al infierno y se case con
satanás?
- Y sigo pensando igual… – refutó Paz
obstinadamente haciendo un respingo - ¡es un idiota de lo peor y… -
y acordándose que estaba Ana, se apretó la boca para añadir – no es
un misterio para ustedes que él es una persona poco grata para
mí!
- ¡Tú, sí! – resopló Marcela meneando
la cabeza con malicia - ¡y soy la Madre
Teresa!
Ana, en tanto, moviendo la cabeza
decidió ir al pasillo contiguo.
Estaba visto que Paz seguiría
mintiéndole sobre lo indiferente que le resultaba su hermano… y es
que desde que se conocieron, Paz y Max nunca han dejado de discutir
ni de comportarse como un par de enemigos, deseosos de acabar con
el otro. Claro que ella ya no estaba tan segura… quizás hace
10 años atrás, pero ahora…
Aunque entendía plenamente a Paz. Max
era un hombre amable, cariñoso, considerado pero como hermano… como
pareja, distaba mucho de ser alguien que ella misma
recomendará.
Volviendo a pensar en ese famoso pie,
busco la azúcar flor. La necesitaba para hacer el
merengue.
Nada más tomar el paquete, al
volverse, frente a frente, un par de ojos verdes, abiertos de par
en par, la miraban llenos de algo que no supo bien
identificar.
- Ana - dijo Eduardo con una voz
enronquecida e intentando mostrar una gran sonrisa mientras que se
apretaba una mano.
¿Cómo era posible
que está mujer siguiera produciendo en él las mismas cosas que
antaño?
- Hola – resopló ella temblando
ligeramente.
Este hombre siempre se las arreglaba
para aparecer en los momentos más insospechados. Haciendo un ademán
de salir, este adelantó dos pasos bloqueando su
camino.
- ¿Cómo estás? – preguntó Eduardo
haciendo un esfuerzo por no mostrar su ansiedad. Esta vez estaba
dispuesto a que ella no se fuera así como así como la última vez
que se encontraron.
Había soñado muchas veces con que se
encontraban y de lo bien que se sentiría al
verla.
- Bien,
gracias.
- ¿Tu familia?
¿Max?
- Bien… – Ana asintió con rapidez –
todos bien.
- Me alegra… – y mordiéndose
profundamente un labio, añadió con un tono de admiración – estás
muy bonita.
Ana entrecerró un ojo con desconcierto
y estirando los labios con recelo, se dijo que era mejor
regresar.
Si Paz veía a Eduardo lo más seguro
que este quedara ciego.
- Debo irme… - retrocediendo un paso,
intento mostrar una sonrisa amable – que estés muy
bien…
- ¡No te vayas! – resopló con apuro el
hombre, tomando una de las manos de Ana. Ella abrió los ojos con
alarma, a lo que Eduardo, buscando no perder el control, la soltó
suavemente - ¿por qué no almorzamos juntos?
Ana sintió un nudo en el estomago ante
la idea de que él supiera algo de Pablo. Aquella sería la única
razón para que él quisiera hablar con ella.
- No puedo… - negó ella con énfasis –
tengo un compromiso.
Y volviéndose apresuradamente, se
enfiló hacia la salida del pasillo dejándo a Eduardo con una
pregunta pendiente en el aire.
- ¿Estamos? – preguntó Marcela a Ana
con la cara llena de risa, nada más cruzarse en la esquina del
corredor.
- ¡Claro! – respondió la aludida
enarcando una ceja como una forma de disfrazar su real estado de
ánimo.
Eduardo, sin perder de la vista a Ana,
hizo un gran suspiro.
Cayendo en la cuenta de que ella se
hubiera casado y tuviera una familia, aquello no evitó que sus
sentimientos hacia Ana brotaran tan fuertes, si acaso, como en el
pasado…
Julián revisaba
unos documentos antes de salir a almorzar.
Mirando escuetamente su reloj, se dijo
que hoy no podía quedarse sin comer… no todos los días estaría Ana
para darle algo delicioso que comer…
Ana…
- Señor… – dijo abruptamente la voz
desde el intercomunicador, sacándolo de cuajo de ese pensamiento –
el señor Robles desea hablar con usted.
- Está bien – resopló con fuerza,
sintiendo que su hora de comer iba ser nuevamente postergada –
hágalo pasar.
Con prontitud, la mujer hizo pasar a
un hombre entrado en años, de contextura delgada, bajo, de escaso
cabello, pero que tenía los ojos de un felino. Su mirada era
inquisitiva, la cual decía que no se le iba un detalle de su
magnífica empresa.
No por nada aquella era la mejor
multinacional del país.
- ¡Julián! – exclamó nada más verlo, y
estrechando su mano, le palmeo el hombro con afecto - ¡muchacho!
¿cómo está mi mejor ejecutivo?
- Trabajando como siempre… – y
señalando un asiento, expresó – me alegra que haya venido… hay
algunas cosas de la campaña de lanzamiento que quisiera discutir
con usted.
- Me parece… – Robles se acomodo en el
mullido sillón, observándolo con interés – pero antes quisiera que
supieras que estoy organizando una fiesta para la próxima semana… –
Julián hizo un respingo, a lo que Robles soltó una leve carcajada –
no me mires así hijo, sé que de estas cosas te encargas tú, pero
quise hacerlo como una forma de distraer a Juanita ¡espero que no
te moleste!
Aquella la pelirroja que no debía
pasar de los cuarenta se había convertido en su quinta amante, pero
había resultado ser más astuta que cualquiera de sus
antecesoras.
- En absoluto – resopló Julián,
cruzando una pierna sobre la otra.
Organizar una fiesta como le gustaba a
Robles era una cruzada, y aunque siempre salía bien librado, era un
premio para él liberarse de semejante
obligación.
- Por otro lado, quiero animar a mi
Lucía… - entrelazando los dedos, hizo un pequeño puño con el cual
afirmó su mentón – está algo deprimida… tú sabes, eso de los hijos…
- Julián alzo las cejas con un gesto comprensivo – ¿tienes
hijos?
Ricardo Robles no era un hombre que
conociera mayormente a sus empleados. Se contentaba con que
hicieran bien su trabajo y esto le representara
ganancias.
Sin embargo, una especial simpatía
parecía inspirarle ese muchacho…
Algunas veces hubiese querido que
Eduardo hubiese sido la mitad que él.
- Sí tengo – respondió Julián algo
incómodo.
No le agradaba mucho hablar de su vida
personal… había intentado que esta no se mezclara en su vida
laboral… no deseaba cometer el mismo error que en Ramírez y
asociados.
- Pues, - Robles entendiendo de
inmediato que Julián no era de profundizar en ese tema, continúo -
entonces entenderás el porque quiero dar una fiesta… - y con una
sonrisita maliciosa, le cerro un ojo – y de paso podrías traer
compañía para variar.
Estaba claro que no se refería
precisamente a una esposa.
Julián siempre venía solo a estos
compromisos, y aunque tenía un arrastre increíble entre las mujeres
solteras y se dejaba linsojear, no pasaba mayormente del primer
paso.
- De acuerdo, don Ricardo – repuso con
una sonrisa de resignación.
- No pongas esa cara, muchacho – y
alzando las cejas – ¡cualquiera pensaría que no te agradan las
fiestas! Por otro lado, no hay inconveniente si no tienes pareja…
¡ya ves que sobran las conejitas para
divertirse!
Intentando mostrarse animado, Julián
se mordió la lengua para no demostrar lo incómodo que le resultaba
escuchar esas expresiones de la boca de su
jefe.
Si bien era cierto, que no era ningún
santo, tampoco estaba al acecho buscando cualquier mujer por
ahí.
De todos modos, desde ya tenía en
mente a quien invitar.
- No se preocupe, don Ricardo… –
expresó Julián con una gran sonrisa para que no diera lugar a dudas
– ahí estaré como siempre.
Nada más las
chicas se fueron, Ana se volvió hacia el ventanal de su
departamento mientras se daba varios golpecitos en el
pecho.
Eduardo García parecía un fantasma que
venía fastidiarle la vida…
Aunque estaba más que segura que todo
lo que había sentido por él se había muerto el mismo día en que la
desecho como si fuera un mueble viejo, no podía evitar sentir
miedo.
Pasándose una mano por el ojo, se dijo
que no quería saber que sucedería si algún día ese hombre supiera
la verdad.
Pero nadie le
dirá nada…
Max, Paz y Marcela eran absolutamente
incondicionales a ella. Ellos jamás revelarían su secreto a
nadie.
Respirando con más tranquilidad, el
sonido de la puerta hizo que se sobresaltará de sobre
manera.
Recriminándose por estar tan
susceptible, Ana se dio un manotón en la
cabeza.
- ¡Anita! ¡qué bueno que estás! –
exclamó con alborozo doña María, nada más Ana abriera la puerta -
¡quiero hablar contigo!
- ¿Sucede algo? - preguntó reparando
en la preocupación reflejada en los enormes ojos azules de doña
María.
- Anita… – y sobándose las manos con
un gesto nervioso, doña María resolvió sentarse para poder
controlar esos nervios que amenazaban con traicionarla – sólo tú
puedes ayudarme.
Ana, arrugando el ceño, se sentó
frente a ella, y escucho los nuevos acontecimientos donde la señora
Carmen había vuelto a sufrir otro ataque a su corazón, y la
decisión de ausentarse unos días para poder
acompañarla.
- Por eso me atrevo acudir a ti… - y
extendiendo una mano, tomo una de las de Ana y la apretó con
suavidad – Julián sólo no puede… y José Miguel es un muchacho que,
como sabes, tiene sus días malos… no me gustaría que perdiera la
paciencia y se enemistarán en este tiempo que este
fuera.
- Yo le tengo mucha fe a Julián, doña
María… – sonrió Ana con aire conciliador. Aún a pesar de ese aire
de hombre de negocios, Julián era un hombre sensible, y si se
mostraba cariñoso y amable con Pablo, estaba segura que con José
Miguel debía serlo aún más – vaya tranquila… estoy segura que
Julián podrá con su hijo… además, aquí estaré, como siempre, para
echarle una mano… - palmeando su mano con afecto, añadió – no se
aflija por nada… estarán bien.
Como si hacer eso
me costará… pensó
Ana. José Miguel era un encanto, y nunca habían tenido una
desavenencia… además, lo conocía bastante bien como para saber que
era un buen muchacho.
- ¡Eres un ángel! – doña María sonrió
con alivio - ¡no sabes el peso que me quitas de encima! ¡qué el
cielo te recompense por ser tan generosa!
- ¡Qué generosa ni que generosa, doña
María! – Ana estiro los labios mostrando una mueca de incredulidad
y resopló – sólo le estoy devolviendo algo de ese cariño y
preocupación que ustedes nos han dado a Pablo y a
mí.
- ¿Cómo qué devolver? ¡Pero si eres
como una hija para mí! – y con vehemencia doña María se levantó y
abrazo a Ana – te quiero mucho, niña necia.
- yo también la quiero mucho – susurró
Ana con emoción.
Y por un breve instante, ambas se
quedaron así, sintiendo que ese afecto cada vez se iba haciendo más
profundo entre las dos.