Apretando la boca, Julián retuvo un impulso fiero que le nacía de las entrañas.
Los labios de Ana estaban sólo a unos escasos centímetros de él… sólo tenía que aproximarse un poco más.
Percibiendo apenas como Ana colocaba una mano sobre su pecho, probablemente, en un intento inútil de separarse de él, notó como su rostro estaba arrebolado y sus ojos azules brillaban…
-¡Nos están estrangulando! – resopló Ana con la voz asfixiada, mostrando un aspecto frágil ante aquella situación.
En el esfuerzo ella dibujó una sonrisa amable, no pudiendo ocultar un ligero temblor.
Julián, en cambio, no podía pronunciar ninguna palabra.
Realmente no podía.
No tenía poder sobre su cuerpo, y sus ojos, obstinadamente, se mantenían atentos a los labios de Ana, tomando nota de su color, las líneas que la conformaban… además que ese olor a castañas se le metía entre los poros, como una sutil invitación.
Incapaz de disimular, mentalmente sólo tenía una disculpa  y que un momento como este quizás nunca más volviera a ocurrir tan convenientemente.
De improviso, a la par del sonido de llegada, las puertas del elevador se abrieron… habían llegado al primer piso.
Las personas salían al fin y podrían respirar con libertad.
Alejándose de Julián con exagerada prontitud, Ana fingiendo indiferencia, se sacudió levemente el pelo, y se encaminó como si nada hubiese sucedido rumbo a la salida del edificio.
Julián, en tanto, tragando saliva, sintió que algo confuso lo rodeo… era algo que incluso entibio con ansías su helado corazón.

 


Sin querer analizar esas contracciones de tripas que la hacían sentir adolescente, Ana sólo quería salir del edificio.
Observando con disimulo, reparó que José Miguel y Pablo salían del elevador.
Cuando estaba a punto de asir la manilla de la puerta de salida, el ruido estrepitoso la hizo volverse y apreciar que la mochila de su hijo se había abierto y sus cosas habían caído de modo explosivo justo a los pies de Julián.
Maldiciendo su mala suerte, Ana se acercó a Pablo con prisa sin contar que Julián, con prestancia, se agachó a ayudar a su pequeño.
- ¡Deja que te ayude Pablo! – le sonrió al niño - ¡no deberías cargar con tanta cosa! ¡eso no va te va a hacer ganas músculos!
Pablo, avergonzado, intentó recoger sus pertenencias con rapidez. Apretando el aire, no entendía como se le habían podido caer las cosas de ese modo.
- Disculpa Julián – murmuró el niño mirando el suelo.
- ¿Para qué están los vecinos? – respondió él, oprimiendo con afecto su hombro – tú sabes que cuando quieras…
Mientras se aproximaba y escuchaba aquello, Ana pensó en lo extraño que era utilizar esa expresión de vecinos.
Calificaba para la Señora Tessmeyer del 303, o para don Gabriel del 9.
Los Bravo se había trasformado en parte de su familia, y casi sin darse cuenta, doña María había venido a reemplazar a la madre y el padre que amaba… aquellos que se sintieron ofendidos con su comportamiento libertino y que jugo a las escapadas para tener una aventura con Eduardo Blanco.
Ellos ignoraban que ella nunca vivió con él… su deseo de independencia se impuso, aunque sentía muchos deseos de que Eduardo se hubiera casado con ella.
Por algo Dios hace las cosas… por ello siempre prefirió estar junto a sus amigas de toda la vida: Paz y Marcela.
Luego de cerrar bien su mochila, Julián ayudó a Pablo a acomodarsela en la espalda. Luego de ello le hizo un breve cariño en la cabeza.
Elevando la mirada, Pablo le dedico una sonrisa.
Aún cuando José Miguel no estaba conforme con su padre, él siempre lo había visto con agrado… no sabía porque, pero sentía que había algo misterioso que lo unía a Julián.
Enfilándose hacia la salida, Pablo se reunió con su madre y José Miguel, quien enarcaba las cejas con un gesto de perplejidad.
Sin hacer comentarios, los tres salieron del edificio rumbo al estacionamiento.

Julián, con la mirada fija, siguió el camino que hizo el pequeño coche azul hasta perderse en la autopista.
En tanto, don José, el conserje de toda una vida del edificio, lo observó desde su puesto de trabajo con una suave sonrisa.
- ¡Linda mujer, no Juliancito! – exclamó con una sonrisa mientras se acercaba.
Julián sorprendido, cerró los ojos y esbozó una leve sonrisa. La voz de su amigo le había traído de vuelta al presente.
- ¡José, José, José! – Julián movió la cabeza de lado a otro, para luego volver su mirada con entusiasmo hacia él -  ¿qué dice esta mañana el conserje más informado de la región?
- ¿Qué te puedo decir? – se rascó la mandíbula con expresión pensativa – pues… que llegaron unas vecinas nuevas al 36… estoy seguro que son del extranjero porque son bien altas, elegantes y muy bellas.
-¿A sí? – preguntó con interés, entrecerrando los ojos en un gesto pícaro.
- ¡Lástima que no se te pueda dar, Juliancito! – hablo el hombre con fingida desilusión - ¡lo siento!
-¿Por qué? – abrió los ojos sorprendido.
- Porque son unas damas realmente muy distinguidas…
Y mientras remarcaba aquello con seriedad, como si las hubiera llamado con el pensamiento, tras sonar la campanilla del ascensor, aparecieron unas señoras que rondaban entre los 60 o 70 años pero cuya belleza no había sido menguada por el paso de los años. Su ropa elegante y sus ademanes, daban la impresión de que pertenecían al jet set europeo de los años 60.
Nada más pasar cerca de don José, las mujeres le dedicaron un saludo, al cual él respondió con galantería.
- ¿Verdad que son unas bellezas? – expresó José con admiración después que estas se hubieran alejado lo suficiente.
- ¡Verdaderamente! – exclamó Julián con una sonrisa ancha.
- Claro, que Anita es otra cosa… - con la mirada todavía enganchada hacia las damas, percibió de igual manera, como Julián enarcaba una ceja en señal de no comprender a que se refería - aunque no tiene esa belleza que dan los años la verdad es la verdad, y Anita es una mujer hermosa… si tuviera tu edad no descansaría hasta que me diera el sí.
-  Ana es una mujer hermosa, es cierto… - Julián miro a José con aire divertido, intentando aparentar desinterés – y como para el amor no hay edad ¿cómo sabes si te llevas una sorpresa?
- Yo sé que podría llevarme por delante a cualquier chamaco… – contestó observando aún a las damas -  pero sé que ella merece un hombre joven, que le queden muchos años por delante y sepa de responsabilidades.
Julián sorbo saliva como si se estuviera atorando. Estaba visto que alguien estaba actuando de celestino. Pero la culpa era de él por quedarse demasiado tiempo observándola.
Sin decir palabra, dándole un apretón en el hombro, se dispuso a regresar a su rutina.
El trabajo era su mejor escudo para mantener a buen recaudo su corazón.

Nada más estacionar el coche, todavía sentía que las piernas le tiritaban.
Reprendiendo a sus hormonas por ser tan descocadas, se repetía una y otra vez que no podía tener esas reacciones tan ilógicas cada vez que Julián estuviera cerca.
Bueno, pensándolo bien, no era tan ilógicas.
Desde que lo conoció, su cuerpo había reaccionado traicioneramente frente a la cercanía de ese hombre, temblándole las rodillas o tiritándole la pera.
Era una vergüenza.
Debía ordenar sus hormonas y advertirles que dejaran de fantasear con ese tipo.
Ajenos a sus elucubraciones, José Miguel y Pablo se habían bajado con presteza del coche para empujarse sin consideración en la vereda.
Aquel siempre había sido su juego favorito… no dejarse caer por ningún motivo…
Ana, pacientemente, cerró su puerta, y colocando unas carpetas en el techo del auto, rodeó el vehículo para verificar si todo estaba bien cerrado.
-  ¿Por qué no caminan hacia la entrada? – resopló mirando a los muchachos mientras meneaba la cabeza  - yo los alcanzo enseguida.
Ambos, sin abandonar su juego, caminaron hacia la entrada.
Volviéndose para seguirlo, sintió que alguien la tomaba por ambos brazos en forma inesperada.
- ¡Anita!
Dando un brinco, Ana soltó estrepitosamente las carpetas que tenía en sus manos.
- ¡Madre!
Con la sensación de haberse puesto pálida en extremo, atisbo el rostro de Paz quien le hacía un gesto travieso con la nariz.
Ana, empequeñeciendo los ojos, apretó la boca en una evidente muestra de enfado.
- ¿Estás bien? – resopló Paz con un deje de disculpa.
Haciendo un gruñido, Ana sólo se limitó a levantar las carpetas… ¡cuando iba a crecer!
- No te enojes amiga… – susurró frotándole la espalda – sabes que salen arrugas cuando uno se enoja por nada…
Asintiendo no muy convencida, de igual modo tenía que darle agradecerle a su amiga… el susto le había permitido sacar esos absurdos pensamientos con respecto a Julián y volverla a la realidad.
- ¡Qué bueno es verlas chicas! ¿Cómo pasaron esas vacaciones?
El bueno de Sergio…
Apeándose a su caminar, aquel era el administrador del colegio. Era uno de los hombres más amables y atentos del colegio.
Muchas de sus colegas le tenían echado el ojo, pues además de ser un dechado de virtudes, el hombre era muy atractivo y soltero.
Sin embargo, ella le desagradaba el interés que parecía despertar en él.
Todavía no sabía a qué santo se debía a que, cada vez que podía, le lanzaba una indirecta de flirteo. Aquello la agobiaba, pues en su vida le había dicho más de dos palabras para algo… claro que siempre podía usar a Julián…
Mascullando una maldición, tuvo que reconocer que podía repeler muchos de avances gracias a Julián… él era uno de sus amigos en la facultad, y sabía de buena fuente que le tenía un enorme respeto, por ello aquel se andaba con pies de plomo.

Nada más poner un pie en el piso 7 del edificio “América”, las personas iban y venían como si fueran parte de una colmena de abejas.
Transitando con expresión decidida, Julián camino junto a una joven mujer, vestida con un recatado vestido oscuro, sosteniendo en sus manos algo que parecía ser la agenda del día.
Nada más entrar a su despacho, Julián se sentó rápidamente en su escritorio, y cruzo sus dedos esperando lo que su secretaria tenía para el día de hoy.
- Señor Bravo… – la secretaria colocándose frente a él, e intentando ser profesional, leyó sus escritos con voz grave y pausada  - llamó el señor Gómez de la textilera para saber cuándo iba a tener un momento para conversar sobre el proyecto de India… llamó también don Juan José Puebla… quiere saber si va asistir a ese evento de beneficencia en Guanajuato…  - guardo un momento de silencio mientras revisaba sus anotaciones, en tanto que Julián la miraba con aire ausente - ¡ah! llamo don Eduardo García… – al decir aquello se atrevió a mirarlo a los ojos - quiere reunirse con usted para acordar las fechas de lanzamiento.
Julián enarco una ceja asintiendo lentamente.
No era costumbre de Eduardo ocuparse de ese tipo de asuntos. Por lo general era el mismo señor Robles quien se encargaba personalmente de marcar en el calendario de la empresa las fechas importantes.
- ¿Necesita algo más señor Bravo?
-  No… – contestó fijando su mirada en otro punto – gracias.
Apenas la muchacha cerró la puerta, Julián se reclino con fuerza en su sillón girándose en dirección al ventanal que estaba a sus espaldas.
Por un breve instante, aspiró hondo y cerró los ojos con cansancio.
Pasándose una mano por el rostro, intento recobrar la serenidad que Ana le había robado.
Todavía revoloteaba en su mente la imagen de sus labios entreabiertos y ese aroma de castañas que le embotó los sentidos…
Tragando saliva, se dijo que nunca había estado así de cerca de Ana…
¿Y qué habría pasado si la hubiera besado?
Ante esa pregunta no pudo evitar abrir los ojos con temor…
Desestimando esa idea, se dijo que por ahora no era conveniente averiguarlo… si quedaba así de idiota con su cercanía, lo más seguro es que si la besaba ese estado fuera permanente.

 

Ordenando sus cosas en su casillero, Ana se dispuso a botar todo aquello que no iba a ocupar este año.
Tomando su bufanda, no pudo evitar sentir el aroma del perfume de Julián.
Estremeciéndose de pronto, intento detener ese recuerdo de su cuerpo tan próximo al suyo y sus ojos tan claros.
Pestañeando rápido, tenía que reconocer que ese hombre se estaba convirtiendo en su propio infierno personal para que pagara con intereses sus momentos de debilidad.
A pesar de que representaba justamente lo que más odiaba en un hombre, donde nunca tenía tiempo de ir a una junta de padres ni de salir con su hijo o de platicar con su madre, tenía algo que la hacía sentirse vulnerable.
Intentando racionalizar sus emociones, lo único que tenia claro es que el hombre le gustaba… con cada cosa que se pusiera Julián estaba arrollador, y ello lo llenaba de frustración.
Toda la vida se la había pasado tratando de que los hombres le agradaran más por su inteligencia, ingenio, talento que por su aspecto físico…
Claro, también tenía que ver en que había terminado.
Eduardo era el perfecto caballero, porque además de guapo era listo, sagaz, entretenido… pero estaba clara que aquello era pura fachada.
Sorpresivamente una mano apareció tamborileando en el borde de su casillero.
Ana dio un grito que parecía salir del alma.
- Pero amiga… ¡tienes el corazón chiquito! - Marcela la observó con una sonrisa sin culpa.
- ¡Tú y Paz no tienen remedio! ¡me van a matar de un ataque! – rezongó llevándose la mano al pecho.
Marcela sin hacer caso de su arrebato, se acercó a ella y la abrazó.
La tibieza de su contacto hizo que Ana se relajará y acomodo sin más su cabeza en su hombro.
-¡Qué bueno verte! – susurró Ana con suavidad.
- ¡Te eché de menos! – musitó Marcela haciéndole un breve masaje en la espalda, para luego separarse de ella y admirar su atuendo - ¡Estás muy guapa! ¡te dejó de ver un mes y me parece que fuera un siglo!
- ¡Qué embustera eres! – Ana entrecerró los ojos para luego indicarla - ¡Tú eres la que está hermosa!
- ¿Verdad qué sí? ¡a qué unas semanas en la playa no te vendrían genial! – sonrió con coquetería para volver luego a mostrar una sonrisa inocente - ¿cómo están todos por tu edificio?
- Bien… – asintió haciendo cortos movimientos con el cuello mientras colocaba algunas cosas que se habían caído del casillero - Doña María con su familia, don José igual… no hay moros en la costa.
- ¿Y el guapo de tu casero? - inquirió con curiosidad.
- No es mi casero – resopló con fastidio para luego arquear las cejas con resignación -  pero ahí… trabajando y viajando como siempre.
- Si ese hombre fuera mío no dejaría que saliera de la casa ni por un instante – murmuró con un gesto malicioso.
Ana abrió la boca y se quedo con ella abierta… ¡cuánto había cambiado! desde que se involucró completamente con ese francés, su forma de ser sufrió una transformación severa, donde la hizo más sensible a las personas y a la vida…
Aquella que estaba ante ella era una nueva Marcela.
- ¡Pero ya ves! - suspiro Ana con una gran sonrisa - ¡deberías intentarlo a ver si logras que este una semana en su casa!
- Me atrevería pero… - repuso Marcela bajando la vista mordiéndose el labio y guardo silencio.
Picando la curiosidad de Ana, puso una mano en la cadera con una cara de evidente interrogación.
- ¿Por qué no te atreverías? – preguntó al ver que Marcela no decía nada.
- Porque estoy segura que ese hombre está interesado en otra persona – dijo sosteniéndole la mirada abriendo los ojos con abierta intensión.
Haciendo un respingo de molestia, Ana se volvió hacia el interior de su casillero.
¡Dios! Marcela y Paz eran un par de románticas incorregibles…
Todos estos años, sus dos amigas no habían escatimado esfuerzos en que ella se fije en Julián aludiendo a su actitud tan hospitalaria y al encanto de hijo que tenía, y en las muchas cosas que tenían en común…
- ¡Qué cosas dices! di mejor que en sí mismo… - volviéndos a Marcela la miró con tristeza – Marcela… ¿por qué malgastas energías inútilmente? Julián no quiere a nadie y yo no estoy interesada en él...
- Eso te gustaría creer… – repuso cortando su explicación – así te sentirías más segura ¿cierto? ¿y qué pasaría si un día este Julián tan inaccesible decide que tú eres la mujer con quién quiere estar?
Tragando saliva, Ana guardó silencio.
No podía decir nada… cualquier cosa que dijera podría ser usada en su contra.

Sumergido aún en sus propios pensamientos, Julián apenas se dio cuenta del sonido del teléfono… como si le doliera la cabeza, la vena que le palpitaba cada vez que tenía migraña, latía furiosamente, teniendo que hacer un esfuerzo por tener los ojos abiertos.
- ¿Diga? – preguntó intentando que su voz no delatara su dolor.
- Señor, don Eduardo llegó.
Sin perder tiempo, Julián salió a recibir a Eduardo con una gran sonrisa.
- ¿Qué tal estás Eduardo? – lo saludo con entusiasmo.
- ¡Julián! ¡qué bueno verte!
Estrechándose las manos, Julián lo invitó a sentarse en los cómodos sillones que había traído de la India.
- Seguramente debes estar algo sorprendido por mi visita… - Julián se cruzó de piernas y colocando la mano, intentó tapar la vena que continuaba latiendo en su sien -  nada más es para poder agendar contigo las visitas a los países en que vamos a comercializar la ropa deportiva de la temporada… - rascándose la cabeza, Eduardo hizo un gesto con la nariz - esta fue una idea de mi suegro… y a mí también me pareció bien… estuvimos revisando juntos unos estados que arrojaban muy  buenos dividendos en países árabes y América del Sur… - y enlazando los dedos descanso su mentón mirando con franca aprobación - y todo eso gracias a ti.
Julián esbozo una sonrisa complacida.
Había buscado desarrollar lo más posible sus cualidades para desarrollar redes y crear mercados.
- Nuestra compañía – continúo Eduardo - está creciendo a pasos agigantados y hay inversiones que están en camino de ser transadas con países europeos y asiáticos… y claro, está mi suegro muy interesado en que sigas siendo tú el interlocutor a negociar con América Latina… sabemos que eres hábil y conocedor de esos lugares.
Julián, con los ojos muy abiertos, no escuchaba realmente nada de lo que decía.
Como si fuera una idea enfermiza, la imagen de Ana sobre su rostro se acercaba a él con los labios separados y una mirada entornada… y por alguna absurda razón, todavía sentía aquel olor a castañas pegado a su nariz.
- ¿Qué te parece? – preguntó finalmente Eduardo al concluir lo dicho.
Apreciando un destello de duda en sus ojos, Eduardo apretó los labios con incertidumbre. Aún cuando le tenía cierto afecto, puesto que era uno de sus mejores colaboradores, tenía una espinita clavada en relación a su suegro. Este constantemente alababa la forma de trabajo de Julián…
Aquello era demasiado fanatismo.
En tanto, Julián parpadeo perplejo.
Sintiendo el escrutinio en los ojos de Eduardo, sólo se le ocurrió pasarse la mano por el cabello, y esbozar una sonrisa.
- Por mí está bien… las decisiones que tome la junta directiva las respeto.
- No te noto muy convencido… – Eduardo entrecerró los ojos sintiendo que Julián se traía algo entre manos - ¿acaso te gustaría encargarte de los países europeos?
- ¡No! – dijo abriendo los ojos remarcando su respuesta – está bien… donde ustedes consideren que soy más útil, ahí estaré para hacer mi trabajo.
- Mañana te enviare los datos sobre los términos de las negociaciones… – Eduardo mostró una sonrisa satisfecha - lo bueno de ahora es que serán viajes cortos de dos o tres días… por fin podrás descansar de esos viajes largos y extensos que maltratan a cualquiera.
Pero que a mí me mantenían con vida, pensó Julián intentando no dejar caer su sonrisa.
- Te agradezco la confianza
- Agradéceselo a mi mujer que ve en ti un salvador – dijo este levantando una ceja con chanza.
Confiaba absolutamente en la devoción de su mujer… y aquello lejos de hacerlo sentir cómodo, le estaba comenzando a producir alergia.
A veces le gustaría que ella se fijara en otro hombre...
- Entonces envíale mis saludos a Lucía – Julián esbozo una sonrisa más amplia - Sinceramente espero estar a la altura de sus expectativas.
Julián tenía buenos recuerdos del tiempo en que ellos fueron compañeros de facultad. Siempre se mostró como una chica afable y amable.
- No seas modesto mi querido Julián… – Eduardo levantó la pierna y la cruzo sobre la otra mirándolo con ojos de felino – yo más que nadie sabe lo eficiente que eres… mi suegro y yo sólo queremos demostrarte lo mucho que apreciamos tus capacidades.
- Gracias
- No tienes por qué darlas… – repitió ladeando la mirada contemplándolo fijamente – como te dije creo en tus capacidades.
Entrecerrando los ojos, una idea algo extravagante estaba cruzando su cabeza… y quizás podría resultar…
-  Tanto halago se me va a subir a la cabeza y me van a convertir en un presumido… - resoplando Julián se levantó del asiento y se dirigió a la puerta - ¿te parece que pida ahora un café y aprovechamos de discutir algunos términos de la negociación?
- Me parece una estupenda idea – respondió con una gran sonrisa.
Su idea cada vez le estaba resultando de lo más interesante… y observando a Julián, estaba seguro que él sería el candidato ideal.
Luego de eso, tendría a Robles en sus manos…

 

El patio, después de ser abandonado durante el verano, estaba repleto de muchachos riendo de buena gana contándose sus aventuras y chismes de las vacaciones.
Pablo, como siempre, conversaba alegremente con sus amigos del curso, mientras José Miguel charlaba con Antonio, su mejor amigo, en las graderías del patio techado.
-¡Qué suerte nos echamos! – suspiró Antonio mientras se pasaba las manos por sobre la cabeza -  ¡por poco y pensé que nos tocaría ese engreído del señor Santelices! ¡se cree él muy muy porque la mitad de las chicas suspiran por él!
- ¡Dios se acordó de nosotros! – resopló el adolescente con evidente alivio.
- Bueno… - Antonio se cruzo de piernas al estilo indio y replicó con fastidio – siempre hay cosas que no se pueden cambiar… no hay profesora de química más que la vampira Cárcamo, y como se fue el señor Gfell, tendremos que acostumbrarnos con “el estruja prueba” de Campusano.
- ¡Quita ya esa cara! – dijo José Miguel golpeándole el hombro - ¿no te das cuenta que aún así estamos de suerte? ¡ya estamos en primer grado!
- ¡Cierto!  - Antonio abrió los ojos con entusiasmo - ¡ahora somos del bachillerato! – y mirando con  seriedad a su amigo, lo tomo de los brazos - ¡este año va a ser ultra importante! – y mirando a la nada, paseo su mano señalando el horizonte - ¡afuera hay una pila de chicas que harán nuestros sueños realidad!
Mirando a su amigo, José Miguel tuvo que morderse el labio para no reírse.
- No te rías… – Antonio apenas ladeo su rostro y sentencio – este año marcará el resto de nuestra vida.
- No seas idiota… – musitó José Miguel con tono irritado y dándole un empujón, se alejó dos pasos de él – mejor preocupémonos del equipo de basquet que esta bastante a mal traer… ¿hablaste con Duarte para lo del sábado?
- Sí, mi capitán – respondió con un tono militar mientras le hacía gestos de burla.
José Miguel era el capitán del equipo de basquet del colegio, y aunque habían ganado la temporada pasada, las hermanas del colegio estaban más entusiasmadas con la rama femenina.
Su capitana, la tal Fernanda Ramírez, era una fichita difícil de jugar… tenía un carácter de los mil demonios, y por eso las muchachas de su equipo la odiaban pero al mismo tiempo la respetaban sin decir ni pío.
Lo peor es que la tenía en su clase, y aunque no hablaban si no era estrictamente necesario, su presencia le resultaba molesta.
- Mira – Antonio lo saco de sus pensamientos para señalarle el patio – parece que va a ver movida.
José Miguel aguzó su vista para apreciar como dos muchachos se acercaban a Pablo. Uno de ellos era Gastón Campos, un antiguo compañero, que al quedar con un curso, se encontraba en el grado anterior.
Observando fijamente su actitud, comprendió inmediatamente que aquello no era para nada inocente. 
- Creo que sólo están conversando… – Antonio resopló con alivio al no notar nada sospechoso – puede que sólo este buscando a alguien.
José Miguel no dijo nada. Aquello le parecía muy extraño, sobre todo viniendo de Campos.
De pronto, como si fuera en cámara lenta, apreció como las manos de Campos empujaron violentamente a Pablo.
Sin siquiera pensarlo, José Miguel, desoyendo a Antonio, bajó de dos en dos los escalones de la gradería, con asombrosa rapidez.
Pablo, en tanto, se apretó los labios. Por ningún motivo iba a consentir llorar frente a ese chico abusivo. Se veía imponente, pues de seguro que le ganaba por el doble, pero ni aún así, iba a permitir que lo humillara sin más.
Parándose dispuesto a enfrentarse con él, Gastón dibujo en su rostro una sonrisa malévola, y mientras lo empujaba a la altura del pecho, hizo grandes gestos con las manos para que sus compañeros vieran quien mandaba aquí.
- ¡Por favor, Astorga! ¡sólo eres una niñita! – y empujándolo más fuerte, lo lanzó unos pasos más atrás - ¡pero si ni siquiera sabes pelear como un niño!
- ¡Vete al infierno! – resopló Pablo fastidiado, queriendo que ojala con la mirada pudiera fulminarlo de la faz de la tierra.
-¡Si tus manos pelearan por como hablas, mocoso! – volviendo a empujarlo con más violencia, resopló con burla - ¡Date cuenta que en este colegio, no sacas nada con ser un geniecito si no eres capaz de defenderte!
- ¿A sí?  - preguntó José Miguel pasando por el lado de Campos - ¿lo dice alguien que se va a jubilar dentro de este colegio? ¿o vas a recurrir a un abogado para que te saque bajo fianza?
- ¡Bravo! – dijo sin evitar mostrar sorpresa, y abriendo los ojos con inocencia, resopló - ¡tanto tiempo! ¿qué tal tu vida?
- Aquí – y parándose frente a Pablo, se cruzó de brazos mirando a Campos con intensión – nada en especial… sólo observando como alguien como tú se toma la molestia de fastidiar a un insecto como este.
Pablo ladeó el rostro frunciendo la mirada.
- ¿Cuál es tu preocupación? – pasándose la lengua por entre los labios, alzó las cejas - ¿o en tus ratos libres te dedicas a ser de niñero?
- Eso es asunto mío – dando dos pasos más, José Miguel pestañeo con candidez y con tono mordaz, replicó – pero claro, si quieres hacerlo personal, sólo tienes que decirme donde y cuando.
Campos se llevó la mano a la boca para ahogar un carraspeo.
Era tentador batirse con ese mozalbete con sabor a fresa… y pensar que habían sido tan amigos, pero el muy traidor se paso al bando de los populares y con su jueguito del basquet, medio colegio lo alababa… claro, menos el viejo Correa, el Inspector.
- Puede que te conceda tu deseo, Bravo… – y acortando más la distancia entre ellos, susurró con un tono de amenaza – todavía tenemos una cuenta que saldar.
- No te apures – José Miguel mostró una amplia sonrisa – sabes bien que sólo basta con pedirlo.
Asintiendo despacio, Campos se alejo, y volviéndose, tronó los dedos para que su compinche lo siguiera.
- ¿Qué haces? – preguntó Pablo mirándolo con los ojos desorbitados.
- Nada – respondió este, mientras se palmeaba el pecho.
- Gracias… - con cierto recelo, Pablo no dejaba de observar a José Miguel con la sensación de que se estaba metiendo en un gran lío.
Sin escucharlo realmente, José Miguel emprendió camino hacia el interior del colegio.
Pasándose la mano por el ojo, el presentimiento que esto sólo era el comienzo hizo que le doliera la cabeza al igual que a su papá.
- ¿Qué pasó? – dijo Antonio casi chocando con él, apreciando como que este no paraba en su carrera - ¿te dijo algo?
Sólo de pensar que José Miguel iba a volver a tener un enfrentamiento con Campos lo ponía muy nervioso. Gastón era muy violento, y aunque José Miguel era muy hábil, de igual modo no podía dejar de preocuparse.
- No pasa nada… - sin mirarlo, José Miguel se siguió su carrera – tengo algo que hacer.
Rezongando con molestia, no reparo en que una muchacha le bloqueo la entrada al pasillo con toda intensión.
Alzando la vista, atisbó el rostro molesto de esa Fernanda Ramírez.
- ¿Puedo pasar? – inquirió con una chispa de desprecio en sus ojos azules.
- ¿Qué pasa con Campos? – preguntó a su vez la muchacha mientras hacía balancear el largo de su pelo en un gesto de suspicacia - ¿qué te traes Bravo?
Apretando los labios, José Miguel había olvidado que aquella pedante era prima de ese energúmeno.
- Pregúntaselo a él – musitó acercando su rostro al de ella - ¿acaso no son íntimos?
- Primos, idiota… – remarco ella con ironía sin apartar la vista – no novios.
- ¡Pero señorita Ramírez! – observando con recelo como aquella fastidiosa era lo bastante bonita como para que cualquier chico perdiera la cabeza y con tono mordaz, replicó - ¡Cuide su lenguaje! ¡eso no es propio de una dama! ¿qué diría la hermana Francisca si la escucha?
- Cuida mejor tu pellejo, querido – sonrió mientras parpadeaba con intensidad – puede que alguien no llegue vivo al finalizar la temporada.
- ¿Es una apuesta? – dijo no resistiendo hacerle tragar sus palabras.
- Sólo si me dices de que hablabas con Gastón – señaló arqueando una ceja.
- Upss… – y alejándose un poco, resopló con falsa tristeza – puede que entonces nunca lo sabremos.
Y pasando por su lado, dejo a la muchacha con la duda, sintiendo que este año iba a ser de lo más complicado y difícil que había supuesto.

Aprovechando un computador libre, Ana intentó descargar unas planificaciones que debía entregar.
Absorta mirando la pantalla, no se percató de que alguien se acerco por detrás, y con sigilo, le hizo un leve y rápido cosquilleo.
Golpeando el teclado, la imagen que tenía frente a sí, se diluyo y con frustración miró para todos lados en buscar de hacer pagar al autor de la broma.
Estaba segura que había sido Paz o Marcela.
Sergio, con un ademán culpable, se aproximó a ella con una sonrisa de disculpa.
- ¿Estás bien? - pregunto con suavidad, como temiendo escuchar lo que ella podría decir.
Ana guardó silencio.
Lo cierto es que estaba que humeaba.
- No te enfades por nada… - Sergio se acercó a ella con una tímida sonrisa, la cual quedo congelada en su rostro cuando coloco la punta de su dedo sobre su brazo izquierdo. Debía ser una caricia, pero Ana lo sintió más como un insulto – para compensarte, quisiera llevarte a cenar y…
Ana, en respuesta, retiró con rapidez su brazo.
-  No tienes por qué molestarte – expresó ella en un tono cortante e irritado.
No tenía ningún interés en salir con él, ni con nadie.
Mirando el reloj como si este fuera su salvador, sin verlo en realidad, se levantó para juntar sus cosas. Siempre podía recurrir a la Biblioteca para poder estar tranquila.
-  Ana… – Fernando le cortó el paso mirándola en forma persuasiva - ¿por qué no sales conmigo? Sólo será un trago o lo que tú quieras… estoy seguro que Julián se quedaría encantado con Pablo, ya ves que ellos se llevan muy bien…
Ana entrecerró los ojos esbozando una falsa sonrisa.
Todos los dioses del universo debían tenerle ojeriza para que el nombre de ese tipo siempre saliera de la boca de alguien.
Sin ser visto, la cabeza de José Miguel se adelantó por la puerta.
Con la esperanza de hablar con Ana, sentía que urgentemente tenía que ponerla sobre aviso sobre lo que ocurría con Campos y Pablo.
Aquel era un chico problema, y probablemente una próxima vez no pudiera estar para evitarlo.
Cuando sus ojos la vieron, frunció el ceño sin entender por que Sergio, ese que se dice amigo de su papá estaba tan cerca de Ana.
Parecía que la estuviera acechando.
Retrocediendo con la intensión de no ser visto, miró atentamente la escena. Puede que en realidad quien necesitara ayuda no era precisamente Pablo.
- ¿Quedarse con Pablo? - consiguió decir Ana tratando de pensar que era una broma de parte de Sergio - ¿por qué piensas que lo haría?
- Pues… – Sergio sonrió con suficiencia y tomando una de sus manos se la llevó a los labios sin dejar de contemplarla - Julián es un buen amigo, no se va a negar… además, quisiera sorprenderte.
-  ¿Sorprenderme dices? – preguntó mirándolo incrédula y mordiéndose un labio intentó no dejarse llevar por la ira - creo… - en el afán de soltarse del agarre de Sergio, se percató que este la apretaba más, acrecentando sus nervios -  que sorprendida ya estoy… – y mirándolo con una amplia sonrisa, incentivo a que Sergio se aproximará a ella - eres muy amable en pensar en mí…
- Siempre pienso en ti - refutó mirándola con adoración, aflojando la tensión de su mano.
- ¿A sí? – pestañeó con coquetería – pero ¿sabes? – y aprovechando su ventaja, arrancó de un tirón su mano, y lo empujó para alejarse – no quiero salir contigo.
- Pero Ana… - replicó extrañado – ¡me gustas mucho!
- ¡Pero tú a mí no! – resopló con fastidio, y llevándose las manos a la cara intentó suavizar el tono de su voz -  lo siento Sergio… yo no tengo intenciones de salir con nadie… yo estoy bien así.
-Pero…
- Te agradezco el gesto pero no – y con velocidad tomo sus cosas.
Respirando con algo de agitación, Ana parecía volar por el pasillo que conducía a la biblioteca.
Allí por lo menos había más gente, por sí Sergio se le ocurría insistir.
José Miguel, en tanto, se apegó a la pared y contuvo la respiración hasta que Ana desapareció por el corredor.
Lentamente salió al pasillo mirando como ella se perdía por él.
Cada día me sorprendes más Anita… sonrió para sí… si que eres valiente…
Caminado de regreso a su salón y meneando la cabeza, se dijo que una mujer así haría a su padre muy feliz…
Deteniendo su paso se dijo que aquello no era del todo una mala idea.

 

 

El reloj marcó la hora de salida.
Lentamente los estudiantes se aprestaron a abandonar el colegio, mientras charlaban sin parar y hacían bromas de lo sucedido en el día de hoy.
José Miguel, con paso calmo, avanzaba entretenido en sus ideas.
Aquello cada vez le estaba pareciendo de lo más interesante… Ana y su padre… sólo tenía un inconveniente ¿cómo diablos podría juntarlos si Ana ni su padre apenas coincidían en nada?
Tenía que reconocer que aquello era una empresa de grandes proporciones, donde reunirlos sería un trabajo bastante arduo.
Ensimismado en elaborar algún plan, no advirtió como alguien, de forma amenazadora, lo empujó violentamente contra una pared.
Colocando el brazo para aminorar la caída, José Miguel levantó la vista descubriendo inmediatamente a su agresor.
Campos, junto a un par de sus amiguitos, lo observaban con una sonrisa socarrona, mientras que algunos muchachos detuvieron sus pasos, curiosos al ver que probablemente habría pelea.
Observando a su alrededor, estaba claro que aquello no iba a ser posible. Era muy temprano y estaban a vista y paciencia de todo el colegio… en cualquier minuto podría aparecer Correa, y aquello no era conveniente para ninguno de los dos.
- ¿Tienes algún problema Campos? - resopló José Miguel fingiendo calma. Dejando a un lado su mochila, estiró levemente los dedos de sus manos, extendiendo, además, los músculos de su espalda. Con una sonrisa, replicó - ¿o quieres arreglar algún asuntito?
- ¡Pero, qué dices soquete! – Gastón lo observó con una sonrisa insolente – ¡sólo quiero recordarte que lo que te dije en el descanso no era sólo un decir! – y apretó el puño - ¡tenemos una cuenta pendiente y me la pienso cobrar bien caro!
- Ya te dije que cuando quieras –José Miguel se colocó las manos en los bolsillos, y con desdén señaló - ¿o es que eres sordo?
Uno de los chicos de Gastón se adelantó dos pasos con la intensión de hacer callar a ese muchacho sin respeto, pero Campos adelantó un brazo impidiendo que se le acercará.
- Calma Carlos… - y acercándose a José Miguel, le señaló con el dedo – estate preparado niño fresa… ¡puede que te agarre cuando menos lo piensas! – y respirando con más calma, mostró una sonrisa con beneplácito – y porque quiero ser justo, y por sobre todo, no quiero que se te ocurra zafarte de esto, quiero proponerte un trato.
- Te escucho.
- Como veo que tienes debilidad por los alfeñiques, quiero hacer el siguiente acuerdo – y carraspeando con parsimonia, expreso – quiero que metas en tu equipillo de basquet al debilucho de Astorga.
José Miguel no creyó haber escuchado bien y frunció el ceño sorprendido… ¿qué diablos se proponía?
- Y no sólo eso… – resopló con satisfacción Campos al ver la reacción de José Miguel – quiero que juegue en la temporada… a cambio de eso, te prometo que no lo tocaré ni con un pétalo de rosa.
Tragando saliva, José Miguel intentó ver rápidamente sus opciones. Si no hacía lo que le pedía, lo más seguro que Pablo terminara en el hospital… por otro lado, Pablo era tan torpe que hasta se enredaba en sus propios pies, y aunque le tenía un cariño de muerte, tenía que reconocer que lo del deporte no era precisamente una de sus habilidades.
- Si hago eso Gastón… – José Miguel se paso la mano por el pelo, mientras que los otros abrieron los ojos con consternación. Nadie llamaba a Campos por su nombre – ¿tengo tu palabra que no molestarás a Astorga?-
- Tienes mi palabra Bravo… – resopló este sin hacer caso del desconcierto que causo que él usará su nombre de pila, y levantando el dedo, señaló – pero nada de trampas… por que a la primera, lo paga el mocoso.
- ¿No piensas que exageras? – y sonriendo como si le diera lo mismo, José Miguel lo miró entrecerrando los ojos – acuérdate que es protegido de Correa… es hijo de una maestra.
- Ese no es un impedimento – y con sorna, replicó - ¿o qué? ¿estás buscando excusas para no hacer el trato? ¿o es que la conciencia te llegó de pronto y te volviste hermano de la caridad?
- No lo sé… - y con diversión, repuso - puede que tanta clase de religión este haciendo mella en mí… - luego frunció el ceño con reprobación - o por que piense que ese insecto es demasiado pequeño e insignificante inclusive para ti que lo puedes doblar en tamaño.
Sintiendo que el aire se le atoraba, Campos tenía que reconocer que ese idiota tenía razón. Ese blandengue era demasiado debilucho… un par de manotones y más allá del hospital podía llegar a parar… sin embargo, nunca había visto a Bravo mover un dedo por nadie.
Sería interesante ver hasta que punto era capaz de proteger a ese alfeñique.
- Bueno Bravo… todos queremos ver a ese niño jugando en tu equipo – y extiendo una gran sonrisa, alargó los brazos en pos de las personas que estaban a su alrededor – vamos a ver que tan buen capitán eres… si eres capaz de que ese debilucho juegue como es debido… - y enfatizo – y que juegue en la temporada.
Conteniendo un fiero impulso de darle un golpe, José Miguel, en respuesta sólo mostró una pulcra sonrisa.
- Eso está bien Bravo – expresó Campos al darse cuenta que Bravo no se había negado – veo que tienes mucha fe en tus habilidades.
- ¡Pareces una gallina clueca, Gastón! – resopló José Miguel con fastidio, y tomando de un manotazo su mochila, inquirió – tenemos un trato… yo me ocupo de lo mío y tú, de no golpear a ese niño.
Asintiendo, Gastón se alejó dos pasos con las manos hacia arriba. Acto seguido, se dio la vuelta seguido por sus secuaces.
Viendo como el rumbo de todos tomaba su curso, José Miguel dio un gran suspiro.
Ahora si que estaba frito. Pablo no tenía ninguna habilidad en el basquet… bueno, en realidad no tenía ningún talento deportivo.
Ante la idea de que debía entrenarlo, un escalofrío recorrió su espalda.
Pasándose las manos por la cara, se dijo que esto no podía saberlo Ana o entraría en la histeria.
Tengo que pensar… tengo que pensar…

Mientras disponía los cubiertos que iba a llevar mesa, Alejandra observó como su asistente revolvía la sopa.
Aquella era de verduras…
Como si fuera una antigua película, se encontró viendo a su pequeño José Miguel, sentado en su falda, tomando con gusto aquella comida.
Tragando saliva, se apresuró a ir al comedor.
Cada día ese sentimiento de pérdida iba ampliando el agujero que tenía en el pecho.
Todos estos años intentando hablar con su hijo habían resultado tremendamente catastróficos. Si bien, había podido estar juntos cada año, por lo menos para su cumpleaños, aquel niño se había vuelto de hielo.
Sus ojos azules denotaban distancia, y al igual que su padre, no le perdonaba el hecho de haberse apartado de su vida.
Bueno, no fue por decisión propia… se dijo,  por mi, ojala y Julián nunca se hubiera enterado…
Claro, la vida tampoco la dejó desprotegida.
Javier la recibió encantado, pero claro, para que se ocupara de la histérica de su hija.
Aquella muchachita voluntariosa y respondona, era su condena por haber dejado un buen marido y un niño maravilloso.
Todavía recordaba como esa niña la miró con desdén desde el momento en que piso ese departamento.
Tenia la misma edad que José Miguel, pero a diferencia de su pequeño niño, ella siempre se mostró alzada y carente de ternura.
Javier la disculpaba aludiendo a la falta de una madre…
- ¡Hola! ¡ya llegue! – gritó alguien después de azotar la puerta.
Como un vendaval, Fernanda entró en el comedor, y tomando un pellizco de pan, sonrió con ironía a la mujer de su padre.
- Buenas tardes – la saludo Alejandra con un tono forzado.
- Buenas… - respondió sin ningún interés - ¿y mi papá?
- Todavía no llega – y yendo a la cocina, resopló – puede que no venga a comer.
Haciendo un gesto de fastidio, Fernanda tomó su mochila y se encauzó a su dormitorio.
Allí por lo menos podría encontrar paz.
Dejándose caer sobre la cama, se preguntaba que habrá querido Gastón con el idiota de José Miguel.
Algo estaba tramando y cuando su cabecita se ponía a funcionar, generalmente algo no muy bueno podía suceder.
Tendría que hablar con él… había que recordarle que el viejo Correa lo único que deseaba era deshacerse de él…
Pasándose ambas manos por la cara se preguntó porque José Miguel estaba de lo más misterioso… mientras se golpeaba la mejilla con el dedo se dijo que lo más probable que tuviera que ver con ese niño Astorga…
No era un secreto que se venia todas las mañanas con la maestra Astorga, y que ese niño parecía su chape todos los días. Por lo general, donde estaba él, estaba ese bicho con aire de inteligente.
Echando un bufido por no saber que sucedía, el sonido de su móvil la distrajo.
- Diga.
- ¿A qué no sabes querida prima lo que Bravo va a estar obligado a hacer? – dijo Gastón con tono divertido.
- ¡Dímelo! – respondió ansiosa.
- ¡Tiene que entrenar al traste de Astorga y ponerlo a jugar antes de las finales!
Escuchando como Gastón se reía, Fernando frunció el ceño sin entender porque José Miguel haría eso. Ese niño tenía los dos pies izquierdos… aquello sería una batalla titánica.
- ¿Y para qué? – preguntó un tanto perpleja.
- Pues – contestó Gastón controlando su risa – porque tenemos un trato… el muy imbécil cree que no voy a molestar a ese renacuajo mientras lo entrena.
- Acuérdate de Correa… – resopló ella con los ojos abiertos de la preocupación. Su tía Elena no soportaría que a Gastón lo echaran del colegio – es su protegido… no te arriesgues por estupideces… si Bravo aceptó, pues le cobras y se acaba todo.
- ¡Ese fresa me las debe! – resopló con molestia - ¡qué no se te olvide Fernanda que ese idiota era de los nuestros y se paso al lado de los mosca muerta!
- ¡No te sulfures! – replicó haciendo un gesto con la boca mientras ponía los ojos en blanco – mejor estate el ojo con que cumpla su trato… además – esbozo una sonrisa desdeñosa – me conviene que tenga a ese niño… puede que todo lo que pudo ganar en esta temporada, se le vaya al carajo y a si las monjas, sólo tendrán ojos para mi equipo.
- En eso había pensado primita… – expresó con humor Gastón – voy a aplastar a ese traidor… ¡después de esto, Bravo se dará cuenta que cuesta muy caro reírse de nosotros!
Nada más cortar, Fernanda aplastó el móvil contra su pecho.
Aún cuando tenía que admitir que ese idiota de Bravo le caía como un dolor de estomago, tenía que reconocer que tenía agallas.
Estirando las piernas, se dijo que sería muy interesante ver si realmente José Miguel Bravo era capaz de convertir a un debilucho en todo un atleta.

 

 

Nada más entregar ese presupuesto para un viaje al Machu Pichu, Max movió los hombros como si tuviera calambre.
Había estado toda la noche tratando de ordenar los dineros y lo cierto es que el grupo de adultos mayores estaba de lo más complacido con el proyecto que les había mostrado.
Con una sonrisa, se dijo que no se podía quejar. El negocio de turismo últimamente había mejorado un montón que incluso podía dejar de hacer clases de artes marciales.
Claro, tampoco podía dejarlo así como así, tenía que terminar de cimentar sus ganancias y posesionar su agencia a mayor escala.
Claro, sin la ayuda de papito, era más difícil… pero no imposible.
Haciendo un sonido con la boca, se dio cuenta que hacía más de un año que no iba a ver a sus viejos… bueno, aquello era debido que no le posible perdonarlos por haber echado a Ana de la casa.
Aún cuando debía admitir que ellos habían cambiado mucho durante estos años, su hermana no quería saber nada de ellos. Por el contrario, ella todavía se sentía dolida ante su rechazo.
Al tiempo que caminaba a recoger su coche, notó de pronto que estaba muy cerca de la casa de Paz.
Hacía tiempo que no la veía.
Estaba enterado que vivía sola… Marcela se había mudado a otro departamento después de tener esa aventura con el francés…
Suspirando miro su reloj.
Eran la una y media.
Avanzando con paso lento aguzo la vista para cerciorarse si el pequeño coche amarillo canario estaba estacionado frente a su edificio.
Y así era.
Apretando los labios y las manos con ansiedad, se dijo que podría invitarla a almorzar. Se aproximaba el cumpleaños de Pablo y ambos eran sus padrinos…
Con esa maravillosa excusa, cruzo la calle esperando tener algo de suerte.

 

Marcela, aprovecho el silencio de la sala de profesores para buscar tranquilamente unos documentos que deseaba revisar en casa.
Sonriendo, se dijo, que a ver tomado la decisión de vivir por su cuenta había sido una de las mejores ideas que había tenido.
Bueno, eso gracias a Jean.
Todavía lo echaba de menos. Aún cuando sabía que él sólo quería compartir con ella unas cuantas semanas, aquello fue suficiente para que se enamorara como una tonta.
- ¿Por qué debes irte? – le preguntó esa última noche.
Jean la miraba con un brillo extraño. Parecía estarse conteniendo. Alargando la mano, toco suavemente su mentón, a lo que ella cerró los ojos con ensoñación…
¿qué tenía ese hombre para que ella se rindiera de ese modo?
- No pienses en eso – le contestó Jean – mañana no existe… sólo estamos tú y yo…
Acercándose a ella, con la respiración agitada, la beso con fuerza. Entreabriendo sus labios, su lengua se paseo a voluntad en su interior, haciéndola sentir vulnerable. Parecía que quería hacerla olvidar todo.
Cuando pudo recobrarse de ese asalto de pasión, Marcela se desprendió de su cercanía con delicadeza, mirándolo a los ojos.
- No quiero que te vayas – susurró con la voz más decidida que pudo hacer gala en ese momento.
- Tengo que hacerlo… no tengo alternativa… - sus ojos verdes se clavaron en ella con ternura – pero tú… podrás hacer de tu vida algo maravilloso.
- No sin ti – sus ojos azules se alarmaron ante la realidad de que su idilio se había terminado.
- Yo estaré siempre contigo… – sonrió con suavidad – estés donde estés… y con quién estés… eso te lo aseguro.
Y la volvió a besar, con esos besos hambrientos.
- ¿Marcela? – la voz de Gerardo la trajo de nuevo a la tierra.
- Lo siento… –  Marcela lo miro desconcertada - ¿me decías?
Gerardo era su compañero del departamento de Matemáticas hacía cinco años. Conocía muy a Marcela, y aún cuando le agradaba la idea de que ella se hubiera vuelto más alegre y sensible después de su aventura con el francés, tenía que reconocer que también se había vuelto un tanto descuidada.
- Traje la pauta de planificación para que la revises – dijo mientras le extendía un papel mientras entrecerraba los ojos con sospecha.
- De acuerdo… – respondió Marcela con una sonrisa aturdida. Pestañeo varias veces para ver que es lo que Gerardo le entregaba – envíame una copia al mail y te digo mañana.
Gerardo asintió.
Haciendo un leve gesto de despedida, Marcela se apresuro a salir lo más rápidamente posible de ahí.
El recuerdo de Jean parecía un fantasma insistente, que no la dejaba ni a sol ni a sombra.
*********
Paz estaba que echaba chispas al interior de su pequeño departamento.
- ¡Esto es el colmo! – regaño mirando el desastre en que se había convertido el espacio que con tanto sacrificio había adquirido.
Aún cuando las cosas con Marcela no fueron todas color de rosa, lo que vino después fue desastroso.
Había tenido dos compañeras de departamento desde entonces, t todas ellas habían resultado ser un fiasco. Eso sin contar con esta espécimen.
Sentando en el borde del sillón con gesto cansado, se llevó las manos a la cabeza.
¿Qué voy a hacer, Dios mío?
Y aquella muchacha sólo llevaba dos semanas. Se veía bien, pero resultó peor que el infierno. Lo malo es que le había pagado por adelantado.
Un par de golpes en la puerta la sacaron abruptamente de sus pensamientos.
Con paso enervado se dirigió a abrir, pensando en aquella estúpida inconsciente, y al hacerlo, su cara se paralizo de la sorpresa al ver de quien verdaderamente se trataba.
¡Max!
Hacía tres semanas que no lo veía… las tenía contada en la uña.
- Hola – saludó él al ver que ella se quedaba sin habla.
- ¿Max? – contestó tratando de sacarse de golpe esa expresión de sorpresa - ¡pensé que todavía andas metido en alguna ruina o en el desierto!
Haciendo un ademán de que entrará, se dispuso a mantener la calma. No podía olvidar de seguir representado su papel de indiferente.
Max avanzó hasta la mitad de la sala, observando el evidente desorden que ahí reinaba.
- ¿Y cómo te va con tu nueva compañera de departamento? – preguntó alzando la ceja con cierta ironía.
- ¿No lo ves? – expreso ella pasando por su lado hecha una furia - ¡este desastre habla por sí mismo!
- Entonces, parece que no llegue en mal momento… – esbozo una amplia sonrisa conciliadora – vengo a alegrarte la tarde… quiero llevarte a almorzar.
Paz se volvió hacia él con la mirada atónita.
¿Qué quiere ahora? ¿acaso no se daba por vencido?
Ella nunca le haría caso. No si quería seguir viviendo con relativa dignidad.
- ¿Y eso?
- Hace tiempo que no conversamos… – y tomándose la mandíbula con expresión inocente, expreso – y se acerca el cumpleaños de Pablo.
Cierto, Pablo estaba de cumpleaños en el próximo mes. Estaba por cumplir diez años… ¡qué rápido pasaba el tiempo!
Estaba a punto de contestar cuando escucho el sonido de llaves.
Su “considerada” compañera de departamento había llegado al fin.
- ¡Vaya! – dijo la mujer nada más entrar con evidente sorpresa en tanto una sonrisa maliciosa se deslizo en sus labios al apreciar al hombre parado en medio del departamento - ¡No sabía que tenías novio, Paz!
Con descaro, aquella mujer recorrió con la mirada el cuerpo de Max mostrando cuanto le agradaba lo que veía.
Max, en cambio, hizo una mueca de asombro.
Aquella criatura de pelo anaranjado, vestida como si fuera a una fiesta de punks, no era para nada el tipo de compañía que Paz escogería.
Volviendo la vista hacia Paz, estaba más que seguro que aquella elección tenía algo más de desesperado que otra cosa.
- ¿Estás molesta conmigo Paz? – inquirió la muchacha con desdén al ver la cara de pocos amigos que se cargaba – ¡si es por el desorden, yo después ordenaré!
- ¡Quiero esto ordenado ya! – resopló Paz indignada al ver la falta de deferencia de esa pequeña bruja - ¡yo no vivo en el desorden ni mi casa es un chiquero!
- ¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡Lo ordenare cuando yo quiera! – le grito la mujer - ¡para eso pago por vivir aquí!
- ¿Y tú piensas que soy tu asistenta… - y dejando la frase a medio decir, Paz agitada se encamino hacia ella dispuesta a hacerle tragarse sus palabras.
Pero Max la atajo en el aire.
No era justo que Paz se peleara con esa muchacha.
La muchacha, al notar la furia en los ojos de Paz, retrocedió con alarma en la mirada.
- Si es por el dinero… – dijo Paz colgando del brazo de Max con los ojos empequeñecidos – te devolveré la mitad del depósito… total viviste aquí dos semanas.
- ¡No puedes echarme! – la mujer abrió los ojos con reprensión - ¡no es justo!
- Yo te diré lo que no es justo… – y tomándose del antebrazo de Max, trató de respirar con más calma, intentando no volver a perder los estribos – el que pienses que puedes convertir mi casa en un basurero municipal… – y tragando saliva, sentenció - cuando vuelva de almorzar no quiero verte aquí.
Luego de ello, mirando a Max, en silencio le pidió que la soltará. Este, poco a poco, fue relajando la tensión de su brazo, y se desprendió de su contacto.
Buscando su bolso, Paz sacó su chequera, e hizo un documento. Se volvió con prontitud, y se lo extendió a la muchacha.
- Lo digo en serio… – su voz era terminante – a mi vuelta no te quiero aquí.
- ¿O qué? – hizo un mohín despectivo mirando lascivamente a Max, intentando demostrarle que no le tenía miedo - ¿tu novio me echará?
Paz soltó el documento y este cayo al suelo.
- Yo sola me basto para echarte… – y esbozando una falsa sonrisa, pasó su brazo por el de Max en un gesto posesivo – soy cinturón negro… de hecho, yo lo tengo que defender a él.
Apretando una sonrisa, Max tenía que admitir que Paz siempre se las arreglaba para lastimar su ego.
Al llegar a la puerta, Paz se volvió hacia la muchacha.
- Te lo advierto… – dijo con la voz dulcificada pero que contenía una amenaza – yo misma te saco.
Nada más salir a la calle, Paz sentía que ardía de rabia.
¡Cómo se atreve esa descarada a convertir mi departamento en un chiquero y, además la muy regalada poner sus ojos en Max ! ¿Qué se ha imaginado?
- No te amargues – susurro Max en plan de animarla, y tomándole la mano, la arrastro a su lado - ¡vamos!
- Pe… pero – balbuceando desconcertada, Paz trago saliva al sentir la mano de Max.
- ¡No repliques! – Max enarcó la ceja mostrando una sonrisa encantadora - ¡olvídate de esa loca! ¡vamos a comer a un buen restaurant!
Paz asintió.
Estaba visto que Max tenía razón.
Había venido a alegrarle la tarde.
**********
Apenas los tres entraron al edificio, don José le informó a Ana que doña María había tenido que salir urgentemente.
- Con el apuro no se acordaba del número de Juliancito… – resopló un tanto preocupado el hombre mirando a Ana y José Miguel, alternativamente.
- No hay problema… – resopló el adolescente haciendo una mueca – traigo llaves.
- ¡Nada de eso, José! – contestó Ana mirando a José Miguel extendiendo un dedo – tú te vienes conmigo… ¡no faltaba más! - y apretando los labios, hizo una mueca de preocupación – sólo espero que no sea nada importante.
Haciéndoles un gesto a los muchachos, los guió hasta su departamento.
- En serio Ana, yo puedo estar solo… - comenzó diciendo José Miguel.
No tenía ningún deseo de ser una carga para Ana, y menos hoy que tenía la cabeza revuelta.
- José Miguel…  – Ana se volvió a él, palmeando con suavidad su hombro – no quiero que repliques… - el adolescente iba a abrir la boca, pero ella lo interrumpió – como siempre te he dicho: eres bienvenido a mi casa, así que – alzando las cejas con una sonrisa – no quiero escuchar una queja.
Asintiendo como si no le quedará de otra, José Miguel entró al departamento de Ana.
Era difícil discutir con ella cuando se ponía en plan de madre…
Y con un suspiro, se dijo que era imposible no verla así…
Ana representaba justamente al tipo de mujer que quería para mamá: fuerte, decidida, amable, inteligente… y ahora tenía que agregar valiente.
Muy distinta a Alejandra, a quien intentaba evitar lo más posible.
- Ayúdame a poner la mesa – dijo Pablo dándole un pequeño golpe en el brazo.
Dejando su mochila al lado del sillón, José Miguel se encamino a la cocina, y mientras veía como esos dos actuaban como un equipo, donde Ana disponía y organizaba mientras que Pablo ejecutaba con precisión, se dijo que costara lo que costara, aquella loca idea tenía mucho de cuerdo.
Ana era definitivamente la mujer que podía hacer que su padre dejará de ser un errante y se convirtiera en el padre que necesitaba.

 

 

Eran las siete de la tarde cuando José Miguel se dio cuenta que Pablo dormía a pierna suelta sobre el sillón de la sala.
A pesar de que la película que estaban dando por la televisión era de sus favoritas, los problemas que tenía en encima le impedían poner atención a lo que veía.
Pasándose una mano por la frente, la idea de tener que entrenar a Pablo era su principal preocupación.
Aún cuando la paliza que le prometía Campos iba a ser legendaria, él podía perfectamente hacerse cargo de eso.
Para eso había convencido a su padre que le pagará clases de karate todos estos años…
Sin embargo, Pablo era otra cosa. Él nunca demostró interés por lo deportivo… de hecho, en ningún minuto ellos compartieron una pichanga de fútbol o un juego de uno contra uno de basquet…
Rascándose la cabeza, sólo eso de los patines  parecía agradarle, puesto que en más de alguna oportunidad lo había acompañado a la pista de hielo.
Aún cuando le parecían que eso eran cosas de nenas, puede que Pablo hubiera desarrollado un buen equilibrio… eso le serviría para que no lo botarán de una vez en la cancha.
Resoplando, tenía que reconocer que era difícil, y más si no conseguía su cometido. Campos lo aplastaría sin piedad.
Además, estaba atado de pies y manos.
Ni Ana ni su padre, y menos su abuela, debían saber lo que ocurría.
Conociendo lo alaraco de su padre, se iría de boca con Correa, y las cosas se saldrían de madre.
Como si fuera un pensamiento suelto, recordó que el tío de Pablo era profesor de karate… puede que por ahí podía ayudar a Pablo con lo de la atención, y luego lo de la cancha, podían establecer una hora de entrenamiento para fortalecer posiciones.
A lo mejor sirve de pivot…
- ¿Cómo está la película? – preguntó Ana sentándose a su lado.
Traía una copa de helado en cada mano, y pasándole una a José Miguel, se acomodo en un lado del sillón, con la mirada hacia la televisión.
- Bien… - resopló con una sonrisa, mientras recibía el helado – ahora Alfred esta salvado a Bruno y se lo esta llevando al ascensor para bajar a la cueva.
- Mi parte favorita… – murmuró Ana con los ojos abiertos – definitivamente ese Batman es mi héroe.
- ¿Tú dices Cristian Bale? – expreso con burla.
Todas las mujeres eran iguales. Apostaba que si Batman fuera feo, no le harían ningún caso.
- Me gusta el personaje… – murmuró frunciendo las cejas – aún cuando es un poco sórdido… - y mirando a José Miguel, sonrió -  aunque enfrentarse a sus miedos es una gran cosa ¿no crees?... hasta los superhéroes tienen  un talón de Aquiles.
El muchacho volvió su mirada hacia Ana con la ceja enarcada. 
Quizás tuviera razón… nadie era invencible, y a lo mejor, podía encontrar algo en Campos para neutralizarlo.
Con esa nueva idea en mente, José Miguel hizo sonar su cuello, y se dispuso a disfrutar del final de su peli favorita.

 

Andrés estaba terminando de anotar las ganancias de este mes.
Mientras sacaban las cuentas una gran sonrisa cruzaba su rostro. Los números hablaban por sí mismos por lo que Eduardo podía sentirse satisfecho con el dinero recaudado.
- Señor… – el rostro de una mujer mayor sobresalió del borde la puerta – toque pero me pareció que no podía escucharme.
- Lo siento, Amanda… – pasándose las manos por sobre la cara con expresión de cansancio, Andrés hizo un movimiento hacia atrás, moviendo su espalda.
Si no estaba equivocado llevaba como tres horas en la misma posición.
- Señor, acaba de llegar don Eduardo… se encuentra en la salita con la niña Amanda.
Andrés sonrió con entusiasmo. Su hermano había llegado en el momento oportuno. 
Mientras, una jovencita, vertía té en la taza de porcelana del hombre que estaba sentado frente a ella.
Sus ojos castaños estaban atentos a lo que hacía, mientras una adorable sonrisa adornaba su suave rostro.
- ¿Cuándo vas a darme un primito, tío Eduardo? – preguntó de pronto, una vez que se sentó.
Haciendo un carraspeo, Eduardo frunció el ceño sin saber que responder.
A él más que nadie le hubiese gustado haber tenido un hijo, aún cuando fuera con Lucía. Todavía no entendía porque no había llegado, pues sabía que su esposa no se cuidaba con ningún método.
- Ya llegará pequeña… - contestó con una sonrisa - no desesperes… ¡ya podrás jugar a las casitas con tu primo!
- Tío – la jovencita, con un movimiento correcto, miro a su querido con paciencia – no soy una cría… pero ¡vamos!... ¡al paso que van, tú y tía Lucía tendrán hijos cuando yo este en la universidad!
Eduardo no pudo dejar de sentir que su sobrina tenía razón.
Amanda tenía ya 13 años…
- ¡Eduardo!
La sonora voz de Andrés hizo que Eduardo se levantara de una vez del asiento, y estrechará la mano de su querido hermano.
Nada más hacerlo notó las ojeras que se estaban marcando debajo de esos ojos verdes. Lo más seguro que estuviera trabajando demasiado… bueno, desde que sus padres habían muerto, su hermano mayor no había dejado de trabajar en el rancho, siempre mostrándose responsable, vigilante… ni cuando murió Teresa, la madre de Amanda, se tomó un descanso.
Si seguía así le daría algo.
- La venta en la feria estuvo magnifica… – Andrés se dirigió a su minibar y sacó dos copas – la cruzas que hemos hecho nos ha permitido obtener puras ganancias.
- Tú eres el experto – sonrió Eduardo con satisfacción.
Andrés extendió una copa de coñac a su hermano, la bebida favorita de su padre, alzándola con una gran sonrisa. Cada vez que le iba bien en un negocio se tomaba una copa a su salud.
- Por la buena fortuna – dijo Andrés levantando la copa.
- Por tener un hermano con ojo clínico para los animales – respondió Eduardo con orgullo.
Andrés dibujo una amplia sonrisa de deleite.
Todo marchaba bien. La hacienda se estaba recuperando a paso seguro, su hija estaba creciendo saludable… mirando a Eduardo, reparo en la expresión sombría de su rostro…
- ¿Sucede algo? – preguntó mirando con sospecha a Eduardo.
Amanda volvió su rostro hacia su tío con la misma impresión.
Cada vez que lo veía, sus ojos azules se condecían con su luminosa sonrisa.
- ¿Por qué crees eso? – repuso el aludido haciendo un gesto de indiferencia.
Por ningún motivo quería su hermano tuviera sospechas de cómo iba su vida. Sabía muy bien las consecuencias de la decisión que había tomado.
- No lo sé… – Andrés lo miro con gravedad, y sentándose frente a él, lo estudio con cuidado – no te veo muy animado.
- ¡Son ideas tuyas! – repuso esbozando una sonrisa – puede que esté tan cansado como tú. He entrado y salido de reuniones durante todo el día y son las siete de la tarde… ¿qué esperabas?
Entrecerrando una ceja, Amanda acomodo mejor su pierna sobre la otra. Su tío estaba ocultando algo, y aunque no había notado nada raro entre él y su tía, cada día parecían más un matrimonio de cartón que uno de verdad…
¿Quién podría soportar vivir con alguien que nunca estaba en casa?
Apretando los labios, se dijo, que nunca en la vida iba a permitir que un hombre la relegara al último lugar de su vida… aún cuando lo amará con todo el corazón.
*********
En un hospital de Francia, un hombre joven esperaba con ansias los resultados de la operación de urgencia que los doctores le acababan de hacer  su hermano.
Sus ojos verdes resplandecían de preocupación, mientras que se apretaba sin cesar las manos como una forma de calmar la ansiedad que lo invadía.
- ¿Cómo está doctor? – pregunto el hombre nada más ver salir a uno de los médicos.
- Lo siento, Pierre… – respondió el facultativo – pero Jean no soporto la operación.
- ¿Qué? – exclamó con la sensación de que su corazón se iba a detener.
- Lamentablemente tu hermano no resistió la operación… – y apretando los labios, lo tomo de los hombros con el afán de confortarlo  – en verdad, lo siento muchísimo.
Con la sensación de que caía en un largo túnel, Pierre se llevó las manos junto con que sus rodillas caían al suelo.
El médico, encuclillándose a su lado, palmeó su espalda mientras con la mirada buscaba a parte de la familia para que acompañaran a este pobre hombre.
Dios… ¿por qué?... resoplaba en silencio Pierre tenía una vida por vivir… muchos sueños que realizar… ¡Dios! ¿por qué?

 

Don José estaba fumando en un costado de la entrada del edificio.

 

Pablo espero que su madre se metiera al baño para acercarse a José Miguel.
- ¿Me puedes decir que pasó con lo de Campos? – murmuró el niño con el ojo puesto en la puerta del servicio.
- ¿Por qué lo dices? – inquirió el adolescente simulando no prestarle atención.
- No te hagas él que no sabes – y acercándose a él, Pablo lo miró fijamente – seré un niño, pero no soy tonto… sabes tan bien como yo que Campos no hace nada por que sí.
Moviendo las cejas realmente incómodo, José Miguel se dio cuenta que no sacaba nada con ocultarle la verdad a Pablo.
Era su pellejo el que estaba en peligro.
- Tengo que entrenarte… - dijo de pronto, a lo que Pablo entrecerró los ojos como si no hubiera escuchado bien – tienes que jugar en una posición del equipo de basquet antes de mayo.
- ¿Y a ti se te zafó un tornillo? – Pablo abrió los ojos con horror - ¿cómo se te ocurre que voy a jugar basquet si ni siquiera puedo trotar un par de metros por que me da ahogo?
- Pues… - resoplando con fastidio, acercó su rostro a Pablo y con voz decidida, replicó - tendremos que contar con una alta dosis de buena voluntad, y entrenamiento… no voy a permitir que Campos te haga daño… ¿y tú?
Tragando saliva, Pablo pestañeo con fuerza.
- ¿Qué pasa si me niego?
- Te arriesgas a que Campos te haga papilla – repuso José Miguel fríamente.
- ¿Y tú?
Lo cierto es que Pablo temía más por José Miguel. Sabía del odio parido que le tenía Campos… quizás este era el momento que esperaba para convertirlo en puré.
- Yo me sé defender… – respondió con arrogancia -  me preocupas tú… - alargando su mano, rozó con suavidad el hombro del que consideraba un hermano, aún cuando no lo demostrara – Campos me tiene bronca, y se esta aprovechando de esta situación para orillarme y le haga frente… - Pablo bajo la mirada haciendo una mueca de dolor – pero tú… mírame – el niño lo miro de frente – vas a hacer todo lo que te diga, pero no le podemos decir nada a Ana ni a mi papá… ¿de acuerdo?
Pablo asintió lentamente.
Claro que sabía que era mejor que su mamá ni Julián estuvieran enterados. Aquello podría complicarlo todo, y Campos era un muchacho peligroso.
Apenas y sintieron unos golpes en la puerta.
De pronto, Ana salió del servicio mientras se secaba las manos. Al ver que los muchachos estaban hablando en voz baja, suspiro con resignación.
¡Muchachos! Seguro y estaban hablando de alguna cosa del colegio…
Dirigiéndose con paso rápido a la puerta, Ana la abrió de un tirón. Nada más hacerlo, el corazón comenzó a palpitarle muy rápidamente al darse cuenta de quien se trataba.
Julián, con expresión circunspecta, la observó desde el umbral.
- Hola – saludo ella intentando mostrar una sonrisa cortés, preguntó - ¿y tu mamá?
- La he intentando llamar pero no me contesta – respondió él con voz calma, intentando no mostrarle su preocupación.
Por lo general su madre siempre estaba ubicable, pero se intentaba calmar pensando que de seguro habido a ayudar a una de sus amigas del círculo de la cruz roja…
Nada más respirar, como si fuera una invasión, aquel aroma a castañas nuevamente se coló por su nariz haciéndolo que hiciera un respingo.
- ¿Quieres pasar? – Ana, haciéndose un lado, se acomodo un mechón que caía rebelde por su rostro – José Miguel esta entretenido hablando con Pablo de su primer día.
Mordiéndose los labios, Julián estimo que esa no era muy buena idea.
Ana se veía demasiado adorable con el cabello recogido… aún cuando la expresión de su rostro la hacía ver más inocente, también la hacía más deseable.
- No quiero molestarte más… – y resoplando con fuerza, se alejó dos pasos de la puerta – ya bastante tuviste con soportar a José Miguel toda la tarde.
- ¡Qué dices! – agitando la mano, afirmó - ¡tu hijo es un encanto! ¡si quieres me lo regalas!
Sin poder evitarlo, Julián sonrió.
Desde que José Miguel la conoció, parecía que estaba enamorado de Ana… siempre estaba aleteando a su alrededor, buscando llamar su atención, mostrándose obediente y sumiso frente a ella.
- Vamos…  – y tomándolo de un brazo, Ana lo jaló hacia el interior del departamento - ¡no es molestia! ¡aquí nadie te va a comer!
Sin poner resistencia, Julián se dejo arrastrar observando con disimulo el perfil de esa mujer.
Torciendo la boca, tenía que admitir que Ana era la mujer más hermosa con que se había topado… y eso que se había topado con muchas… de muchas nacionalidades y con distintos estilos de vida… pero ninguna tan fascinante como ella.
Nuevamente la escena de sus labios lo volvió a asaltar con furia…
Forzando un carraspeo, se obligó a dejar de lado esos impulsos ridículos.
- ¿Haz comido algo? – preguntó ella de improviso, volviéndose a él.
- Pues… - dijo mientras se palpaba la vena. Frunciendo el ceño sorprendido se dio cuenta que no latía, y repuso – insisto en que no quiero ser molestia…
- ¡Deja de decir que es molestia! – replicó Ana, y dándole un suave manotón en el brazo, añadió – no hay nada peor, después de un difícil día de trabajo, sentir las tripas pegadas al estómago.
- Sí – repuso apretando los labios, dándose por vencido y agregó – tienes razón.
- ¡Claro que tengo razón! – y alborozada, se dirigió a la cocina exclamando - ¡siéntete como en tu casa!
Caminando hacia la sala, se paso la mano por la boca pensando obtusamente que aquello era una mala idea.
Si pensaba que esta era su casa, ella no estaría en la cocina…
- Hola Julián – dijo Pablo nada más verlo, y levantándose de un salto, se dirigió a él extendiéndole la mano.
- Hola campeón – respondió este, estrechando la pequeña mano de Pablo.
Haciéndole un leve gesto a José Miguel, este le respondió del sofá con un movimiento de cabeza.
Mientras Julián hablaba con Pablo, José Miguel repaso mentalmente los últimos fragmentos de la conversación que intercambió su padre y Ana, y una leve sonrisita apareció en su rostro.
Aquellos dos no se eran del todo indiferentes.
Por supuesto que sí… y observando como Pablo le comentaba como había pasado su día, se dijo que ese enano le iba a ser de gran ayuda.

 

Doña María palmeó la mano de su hermana con una sensación de alivio.
Aquello había sido un aviso de su corazón… si no se cuidaba, vería a San Miguel y a todos los ángeles antes de tiempo.
- ¿Cómo te sientes? – le preguntó mientras le acomodaba las mantas, y la enfermera le ajustaba el suero en el brazo.
- Mejor – y haciendo un gesto de cansancio, resopló – este corazón es un porfiado… ¡le dije muchas veces que no me diera sustos como este!
- ¡Ay, Carmen! – replicó doña María acariciando el rostro envejecido de su hermana mayor - ¡no puedes seguir siendo tan testaruda! ¿o es que acaso quieres juntarte con Ambrosio en el otro mundo?
- Claro que no – haciendo un respingo, se paso el dedo por la ceja – todavía estoy molesta con él por haberme dejado tan joven… - y suspirando, agregó – además, no me quiero morir sin ver a Julián casado con una buena mujer… no olvides que es mi sobrino favorito.
- ¡Entonces ándate muriendo de una vez! – expresó de mal humor doña María, a lo que la enfermera arrugó el ceño con reprensión – Julián no desea rehacer su vida… ya ves que se la pasa fuera – y pasándose la lengua por los labios, resopló – me quiere hacer creer que es feliz, sin embargo, cada vez que José Miguel se encuentra con su madre, él parece humear de rabia.
La enfermera hizo un leve carraspeo que hizo que ambas mujer guardaran silencio. Antes de salir le advirtió a doña María que la visita terminaba en quince minutos.
- ¿No será que todavía siente algo por esa mujer? – murmuró doña Carmen una vez que la enfermera se fue.
- No… - meneando la cabeza, doña María esbozo una sonrisa triste – claro que no… sólo que ahora no se quiere enamorar.
- ¿Y no hay ninguna mujer… digo, alguna candidata que pudiera hacerlo cambiar de opinión? – preguntó doña Carmen abriendo los ojos incrédula.
Julián era un hombre tozudo, de ideas fijas, terco, pero en el fondo tenía el alma blanda… sólo faltaba que alguien pudiera tocar las notas correctas para que su sobrino cayera como un niño.
- Nunca ha demostrado interés por nadie… - haciendo un gesto de indiferencia, doña María replicó – ni hablado más de la cuenta con alguien… - y golpeando con el dedo la nariz, una idea interesante pareció emerger de la penumbra – claro que esta Ana.
- ¿Ana? – inquirió sin comprender doña Carmen - ¿te refieres a tu vecina?
- La misma… – y esbozando una sonrisa, extendió sus labios con satisfacción – ella ha sido la única mujer que mi hijo ha dejado que se acerque a José Miguel sin ponerse como gato… además, le tiene cariño a Pablo… – abriendo los ojos, miro a su hermana con esperanza – y tengo la certeza que ella no les indiferente.
- Puede que tengas razón… – frotándose la pera, doña Carmen tenía que admitir que Ana era una mujer bastante bonita, independiente e inteligente – además se lleva bien con mi José Miguel.
- ¿Pero cómo lo haremos para que ellos se relacionen más? – doña María sentía que volvía a las mismas – Julián es más necio que una mula, y Ana, pues, no creo que por iniciativa propia se acerque a mi hijo.
- Creo que tengo la solución – doña Carmen aplaudió junto a su boca alzando las cejas con un gesto travieso – claro que para eso tendrás que destetar a tu hijo… - y frunciendo la nariz, replicó - ¡tienes que admitir que un hombre que vive con su madre no es nada atractivo para una mujer!
- ¡Y yo qué sé! – dijo ella alzando los hombros con los ojos abiertos - ¿cómo si yo pudiera leer la mente?
- Nada de eso hermana – y con una sonrisa misteriosa, añadió – ahora es el momento de que nuestro Julián deje de andar de gitano y vuelva a ser el hombre que era.
Asintiendo, María se aprestó a escuchar lo que a su hermana se le había ocurrido.

 

Marcela se sentó en el borde de una de las ventanas de su departamento.
La vista desde ahí era maravillosa… y el atardecer pues brindaba un espectáculo increíble…
Indudablemente aquel era igual a uno de esos que había compartido con Jean.
Echando el cuello hacia atrás, apoyó su cabeza en el marco de la ventana, sin poder evitar recordar a su amado Jean.
Su presencia había trastocado su existencia, y mientras se pasaba la mano por el rostro, se decía que esta situación se estaba convirtiendo en algo peor que una enfermedad.
- Esta es una bella puesta de sol – murmuró Jean contra su pelo, mientras Ella le acariciaba el pelo, ensortijando uno de sus mechones alrededor de sus dedos – en mi pueblo jamás había visto uno así…
- ¡Majadero! – se burló ella, levantando su rostro para besarlo en la frente - ¡A todas tus mujeres debes haberles dicho lo mismo!
- ¿Cuáles mujeres? – respondió ceñudo, y sin darle tiempo a pensar, la agarró de un brazo y la jaló hacia los suyos atrayéndola hacia él en un abrazo hermético - ¡Dime que mujeres y te suelto!
- No lo sé – resopló con un hilo de voz abriendo los ojos horrorizada junto a una sonora risita.
Jean, acercando su cara a la de ella, la miró con los ojos turbios.
- Nunca en la vida creas que podrá haber otra mujer que no seas tú… – y aproximando aún más su rostro hasta rozar su nariz, musitó – sólo tú llenas mi vida por completo.
- y tú la mía – expresó Marcela con los labios entreabiertos.
Extendiendo su mano, Marcela rozó el borde su mandíbula, y en el acto, Jean apresó su boca en un beso fuerte y decidido.
Marcela, llevándose la mano a la boca, trato de no seguir evocando ese recuerdo.
Aquello era de un calor molesto y punzante, el cual se apegaba a su estomago haciéndole desear algo que ya no podía tener.
Jean le dejó bien claro que no habría un después.

 

Nada más dar cuenta de la comida que Ana había preparado, Julián se levantó dispuesto a lavar  su loza.
- ¡Hombre, por Dios! ¡si no es para tanto! – resopló Ana, tomando los platos que él intentaba dejar en el lavaplatos.
- Claro que es para tanto… - gruñó él alzando las cejas – ¡no voy a consentir que además de darme de comer, tengas que limpiar mi plato!
- ¡No seas melodramático! – replicó ella, arrebatándole lo que llevaba - ¡sólo son un par de platos!
Y dándose la espalda, deposito aquellos trastos en la fuente de acero inoxidable mientras abría el grifo del agua.
Julián, en tanto, enarcando una ceja, no pudo evitar quedarse viendo la nuca de Ana… notó que, a pesar del sujetador, varios mechones caían descuidadamente sobre su esbelto cuello, agregándole más encanto a su aspecto.   
Pareciéndole absurdo que una mujer con aspecto inocente fuera deseable al mismo tiempo, nuevamente su nariz hizo un respingo de ansiedad.
Pasándose la lengua por entre los labios, se dio cuenta que el aroma de castañas que se desprendía de su piel, era mucho más denso en ese punto.
- ¿Te gustó? – preguntó Ana, de pronto.
Resoplando con suavidad, Julián trago saliva un tanto aturdido. No sabía bien a que se refería.
- ¿No te gustó? – insistió Ana al notar que Julián no contestaba.
Silencio nuevamente.
- ¿Tan malo estuvo? – inquirió con aprensión, y volviéndose hacia él con prontitud, no se había percatado que él sólo estaba a unos centímetros de ella.
Mirándola primero con sorpresa, recorrió sin ningún disimulo el rostro de esa mujer… y todo lo que veía le agradaba…
- No me has contestado – repuso ella, tragando saliva. No sabía a que santo se debía a que la viera de ese modo… tan extraño… lo cual la estaba poniendo un tanto nerviosa - ¿te agradó la comida?
- Mucho… – musitó y empequeñeciendo los ojos, se acercó un poco más a ella – quizás demasiado.
Estirando los labios, Ana bajo la mirada un tanto apenada, para luego levantar la vista para enfrentar esos ojos que tanto le agradaban. Por ningún motivo, Julián la iba a intimidar. De sobre seguro, pensaba que ella era una de esas mujercitas con las cuales estaba acostumbrado a trabajar.
Como si yo fuera una de esas fulanas…
- Me alegro – y respirando, Ana sonrió con fuerza mostrando una margarita en su mejilla – y eso que no has visto nada.
- ¿Tienes más sorpresas bajo la manga? – inquirió él con chanza, mientras se acercaba peligrosamente a ella.
- ¿Qué crees? – lo retó con la mirada, en tanto echaba la cabeza hacia atrás. Julián debía pasarla por lo menos en una cabeza.
- Creo que me gustan las sorpresas… - e inclinando el rostro, esbozo una sonrisa fascinante – sobre todo viniendo de una mujer como tú.
Sintiendo que le faltaba el aire, Ana retrocedió todo lo que pudo, hasta que el mueble del fregadero le impidió hacer más espacio.
Acortando la distancia que Ana intentaba salvaguardar, Julián se aproximó a ella con la intensión de robarle un beso.
Sólo uno, Señor…
- ¡Mamá! – exclamó Pablo, entrando sin más a la cocina, justo en el momento en que los labios de Julián estaba a un palmo de distancia de su boca - ¿queda jugo?
Rápidamente, ambos adultos, se separaron, y con la mano en el rostro, Ana se encamino hacia el refrigerador.
Sin decir nada, saco una caja de jugo de naranjas y se la paso a su hijo.
Este la observó ceñudo, y cuando ella salió de la cocina, Pablo se volvió a observar a Julián.
- ¿Me das? – preguntó el hombre intentando mostrar una sonrisa.
- Claro – respondió Pablo, y alcanzando una copa,  la lleno del líquido y se la entrego a Julián.
Mientras observaba como este daba cuenta del jugo, Pablo enarcó una ceja con sospecha.
Algo le decía que esos dos andaban en algo… y al parecer, algo muy raro.

 

 

 

Una vez que entraron a su apartamento, ambos se dejaron caer sobre el sillón, Julián observó el rostro de José Miguel.
Lo había notado algo extraño en casa de Ana, y aunque se comportó como siempre, algo le sucedía.
- ¿Estás bien? – preguntó de pronto Julián con los ojos muy abiertos.
José Miguel cerró un ojo.
A pesar de lo mucho que odiara admitirlo, su papá tenía un radar cuando algo le ocurría. Pero debía callar… de eso dependía que Pablo y él se librarán de una trifulca que los dejaría maltrechos por una eternidad.
- ¿Por qué lo dices? – preguntó estirando los labios intentando mostrar inocencia.
- Pues… - resopló torciendo el labio – porque estas muy quieto… ni siquiera te vas a encerrar a tu habitación… - y sentándose derecho, expresó mirándolo directamente – soy tu papá… sea lo que sea, aquí estoy para ayudarte.
- ¡No seas tan melodramático, papá! – resopló con burla el adolescente - ¡sólo estoy cansando!
- ¿Estás seguro? – inquirió – sólo hoy entraste a clase…
- Papá – e irguiéndose en el asiento, José Miguel acomodo sus codos sobre sus rodillas y observo la expresión de su papá intentando que su sonrisa no fuera más ancha… jamás diría en voz alta el agrado que sentía al ver ese interés que le demostraba y en cambio, dijo lentamente  – no te preocupes… hoy sólo estuvo movido… sólo eso… y por lo del sábado.
- ¿Hay partido? – preguntó cruzándose de brazos.
Le agradaba mucho que su hijo fuera un aficionado al deporte. Cuando él era pequeño también practicaba basquet, aunque claro, debía reconocer que José Miguel era bastante mejor que él a su edad.
- Sip – frunció el ceño mientras asentía.
El sábado también tenía salida con su madre.
Desde que cumplió los 9 años, su madre se encargó de regularizar las visitas. Su padre, en tanto, cada vez que salía con ella, andaba de un genio que ni él se soportaba.
José, que todavía no entendía el porque de esa separación, y puesto que su papá jamás quiso decir nada al respecto, decidió que lo mejor sería preguntárselo a su madre.
Ella, después de darle muchas vueltas, finalmente le hablo con la verdad.
Recordó que aquello le dolió tanto como cuando se había caído de un tobogán y se rompió la pierna.
En esa oportunidad, la aparición de Ana en el estacionamiento fue providencial. Estaba claro que si ella no hubiera estado a su lado, lo más seguro que ese dolor hubiera sido infinitamente más criminal.
- ¿Qué tienes José? – y tocándolo en los brazos y en la cabeza, seguro pensando que se había quebrado algo o tenía una herida, Ana inquirió - ¿estás bien? ¿quieres que llame a tu papá?
- ¡No! – contestó casi gritando - ¡por favor, no!
Y con la voz cortada y gangosa, José Miguel le contó aquel suceso terrible, donde el cariño que alguna vez sintió por su madre, se vio ahogado por la lealtad hacia su padre.
Ninguna mujer podía hacerle eso al hombre que decía amar.
- Tranquilo… – Ana, acomodando la cabeza del niño en su pecho, musitó – de lo único que tienes que estar seguro que es que ambos te aman… - y con un respingo, resopló – de lo demás que ellos se ocupen… tú no tienes nada que ver con sus problemas.
Asintiendo, José Miguel entendió que mejor era dar un paso al costado, aún cuando dentro de él, una ira iba creciendo al compás de su corazón.
Su papá no estaba enterado de que conocía su secreto… y quizás era mejor. No tenía sentido atormentarlo con algo que ya no tenía vuelta.
- No te noto entusiasmado… - y extendiendo una mano, Julián le apretó con cariño el hombro - ¿no me dirás que te diste por vencido? ¿es demasiado bueno el equipo que juega contra ustedes el sábado?
- ¿Qué? – resopló parpadeando con una sonrisa - ¿cómo se te ocurre? ¡claro que no! Lo que pasa… - y pasándose la mano por la nariz, se dijo que una mentirilla no era gran cosa… sobre todo si podía sacarle partido. Ladeando la mirada, lo miro fijamente – lo que pasa es que el señor Carmona… tú sabes, el profesor de educación física, me ha pedido de favor que ayude a Pablo – Julián frunció el ceño – has visto que él es un completo desastre en deporte… bueno, lo cierto es que hay una beca para alumnos talentosos, pero deben tener todas sus calificaciones sobresalientes… - apretando los labios, torció la boca con una mueca – Pablo tiene que mejorar en esa materia.
Apartando la mano de su hijo, Julián se rascó la mandíbula con preocupación.
Pablo era un niño inteligente, talentoso, agradable… mordiéndose el labio, se dijo que él hubiera dado media vida por tener un hijo así… y la otra media vida, sería de José Miguel.
- El domingo tengo libre… – y alzando las cejas, Julián esbozo una sonrisa – me gustaría ayudarte con Pablo.
- ¿En serio? – preguntó el muchacho, extendiendo una amplia sonrisa.
- Definitivamente… – asintió Julián – puede que Pablo le cueste el deporte porque no ha tenido quien lo motive… Anita siempre esta ocupada, y no puede estar en todas… no me cuesta nada ayudarlo.
- ¡Ese es mi papá! – exclamó José Miguel dándole un rápido abrazo a su papá - ¡realmente eres genial!
Luego de ello, se dirigió a su dormitorio con una gran sonrisa.
Respirando hondo, Julián meneó la cabeza mientras la apoyaba en el respaldo del sillón junto a una gran sonrisa en el rostro.
Cerrando levemente los ojos, inevitablemente la imagen de Ana con el rostro arrebolado y los ojos expectantes incitaron nuevamente ese antiguo ardor…
Torciendo el labio, no pudo evitar mordérselo ante la sola idea de que ella también lo deseará… parecía dispuesta… 
Volviendo a respirar con más fuerza, se dijo, que quizás esta fuera la oportunidad para invitarla a cenar… tendría la excusa de la comida… su mamá no se negaría a quedarse con los muchachos…
Y con ese pensamiento feliz, Julián extendió una sonrisa satisfecha.

 

Eduardo se apoyo contra la ventana de su habitación.
El vapor del baño se deslizaba por sobre la puerta entreabierta, mientras escuchaba como su mujer cantaba bajo la ducha.
Sonriendo con suavidad se dijo que aquella idea cada vez le estaba pareciendo de lo mejor.
A pesar de que todo el mundo creía que su matrimonio era realmente de fábula, lo cierto es que cada día era más difícil mantener esa cara de enamorado… y aún cuando Lucía no tenía la culpa, lo cierto es que sus escrúpulos tampoco.
Necesitaba el dinero… nunca más iba a vivir en la miseria en que sus padres lo condenaron a vivir junto con Andrés, quien a punta de sus manos había logrado mantener ese rancho hasta cuando los acreedores se hartaron.
Por eso lo hizo… y aún cuando Ana era la mujer que siempre soñó, no podía pretender que aquello fuera para siempre…
Claro, se dijo, si hubiera sido otro tipo de mujer la hubiera podido convencer de que fueran amantes, y hasta alturas su vida sexual sería satisfactoria, pues, hoy por hoy, aunque lo intentaba con ganas, aquel deseo que conoció con Ana entre sus brazos no lo había podido abandonar.
Mesándose el cabello, insistió muchas veces enamorarse de verdad de su mujer… pensó que irse al extranjero de viaje a las Bahamas o Tahití lo exorcizarían… sin embargo, volvía a lo mismo.
Y ahora, su pequeña Amanda le hablaba de hijos, que era lo que más deseaba en el mundo.
Un hijo…
Puede que Dios lo estuviera castigando por haber sido tan canalla con Ana…
Por eso, lo mejor era que Lucía buscará a otro hombre.
Y Julián era perfecto.
Agradable, culto, dueño de un gran carisma y habilidad en los negocios… y había que agregarle que contaba con el visto bueno de ese zorro de Robles.
Aún cuando desconocía la vida sentimental de Julián, donde a lo mejor hasta casado estuviera, eso no era impedimento para que se fijara en Lucía.
Total… un divorcio lo tenemos todos…
- ¿Eduardo? – la voz de Lucía salía del baño, algo apagada por el sonido del agua corriendo - ¿llegaste?
- Sí – resopló él, sentándose en la cama y sacándose los zapatos.
- Ven a bañarte conmigo – expresó la mujer más alto - ¡el agua esta deliciosa!
Mirando con los ojos entrecerrados hacia aquel lugar, se levantó y con expresión resignada, pensó que después de todo tenia que seguir siendo un marido complaciente.
Rumbo a la puerta del baño, Eduardo se sacó la camisa que llevaba por sobre la cabeza y, respirando con fuerza, se dijo que a estas alturas no podía perder el valor.

 

Nada más entrar Paz se dio cuenta de que esa mala de la cabeza se había ido.
Después que almorzará con Max, lo cual resultó bastante agradable, a su pesar, tuvo que inventarse una excusa.
Si lo seguía teniendo en frente, lo más seguro vería en sus ojos la adoración que sentía por él.
Resoplando, se dijo que quizás lo mejor que podía hacer era vender este apartamento e irse de una vez a ciudad Marfil a casa de su abuela Matilde… claro que antes tenía que solucionar el tema de la hipoteca, y para eso le faltaba dinero.
No es una mala idea…
Así estaría lejos de todo lo que la tentara de Max.
Aplastando la mano contra sus labios, se dijo que en vez de que su interés por ese hombre disminuyera, cada día que pasaba desde que lo conoció de niña, había ido en aumento, siendo testigo de las muchas mujeres que estuvieron junto a él, y a la cual él abandonaba sin ningún pudor.
Era muy doloroso ver como el hombre que le quitaba el hipo, constantemente se metía en problemas de faldas…
Sintiéndose derrotada, Paz le había pedido mucho a Dios por un milagro… lamentablemente, él debía estar muy ocupado… o, tristemente debía reconocer que el corazón de Max siempre sería inalcanzable.

 

Un hombre maduro vestido con un traje oscuro impecable se acercó a Pierre con una carpeta en la mano.
El hombre, en tanto, estaba vuelto hacía una ventana, mirando como si estuviese muy lejos el lindero del jardín del hospital.
Se sentía como si estuviera a miles de kilómetros de ahí... y mientras, a duras penas, intentaba a acallar un sollozo que le nacía desde el fondo del corazón, estirando sus bien delineados labios, Pierre exhaló una y otra vez con fuerza.
Varias lágrimas se agolparon en sus ojos verdes, pero el hombre, mordiéndose los labios, no dejo que ninguna de ellas se derramara.
Ahora más que nunca tenía que ser fuerte.
Su madre y toda la familia estaban esperando que él no se derrumbara… sobre todo ahora que Jean estaba muerto.
¿Qué haría sin Jean?
- Pierre… necesito hablar contigo.
- Dígame Bernard – y volviéndose a hacia él, respiro con estoicismo sin dar mayores señas de estar afectado.
- Siento interrumpirte… – aquel estiro los labios a modo de disculpa - ¿podemos conversar un momento?
- Claro… – y parándose bien derecho,  Pierre lo miro directamente sin siquiera pestañear.
- ¿Será posible que conversemos en… privado? – replicó el hombre mirando hacia ambos lados con un claro signo de nerviosismo.
No deseaba por ningún motivo que esta conversación fuera escuchada por terceros. Sobre todo por la señora Lafité.
- Claro - y alargando la mano, Pierre lo condujo hacia una pequeña salita que había en un rincón del pasillo.
Bernard camino con prontitud, y apenas entro, Pierre sintió algo extraño rondándole…
¿Por qué Bernard se mostraba inquieto?
No era un rasgo típico de su carácter. Por lo general aquel hombre era bastante flemático, más parecido a los ingleses por lo imperturbable de su personalidad.
- ¿Y? – lo urgió Pierre frunciendo las cejas.
- No quiero entrometerme en lo que no me importa… – se pasó un fino pañuelo sobre la frente, apaciguando el brillo que realzaba su profunda calvicie - pero como el abogado de tu hermano siento que es mi deber preguntarte algo sobre lo que el decidió sobre los bienes patrimoniales que dejó estipulado.
- ¿Qué pasa con ellos? – sus ojos verdes se contrajeron en señal de preocupación.
- ¿Tú sabes quién es… Marcela Milicic? – preguntó casi con temor a la respuesta.
- Nunca la había escuchado nombrar – contestó meneando la cabeza.
- Déjame decirte que ahora oirás mucho de ella… – y sentándose pesadamente sobre uno de las bancas de de la salita, resopló – tu hermano la nombro como su única heredera.
- ¿Qué? – exclamó con la boca abierta a la vez que alzó la voz más de lo debido. Luego de ello, se tapo la boca, recordando que esta era una conversación privada.
- Sólo sé que Jean la beneficio con toda su fortuna… – haciendo un suspiro, saco una carta que traía en la carpeta – dijo que te la entregará a ti – extendiendo la mano, Pierre hizo el ademán de tomar la misiva, pero Bernard, al momento de que este la cogiera, retuvo el papel en su mano con una expresión solícita – nadie puede saber esto… Jean quería que sólo tú leyeras esta carta…por nada del mundo tu madre puede enterarse.
El hombre asintió, al mismo tiempo que apartaba ese papel de las manos de Bernard.
¿Qué estaba ocurriendo?
La respuesta seguramente estaba en esa carta.
Apresurándose a abrir el sobre, se dispuso a saber quien diablos era esa tal Marcela Milicic y porque su adorado hermano le entregaba toda su fortuna.

 

Pierre no daba crédito a lo que leía.
Bernard, a pesar de su poca expresividad, lo miraba impávido mientras esperaba alguna pista de parte de él.
Tragando saliva, Pierre deslizó la lengua por sobre el labio inferior.
Sentía que la boca se le estaba secando y un gusto amargo se le pegó en el paladar.
Leyendo las palabras escritas por Jean, una y otra vez, ninguna lograba procesarlas con claridad…
“… puede que todo esto te sea demasiado increíble o insospechado, conociéndome como me conoces Pierre, pero lo cierto es que mi sabida enfermedad no me deja otra opción.
Nunca desee soñar mi vida… ni idearla en mis sueños… o vivirla a medias… no, definitivamente no… necesitaba hacer un cambio, sentirla de frente… y así fue como ese año fantástico en que me desaparecí de todos pude gozar de la vida que en todos mis 30 años junto a mi familia.
Conocí muchos lugares, viaje, me permití, incluso, no asearme en mucho tiempo… hice muchas locuras…
Hasta que conocí a Marcela.
Ella se convirtió en mi ángel por casi cuatro meses… y todo en mí se lleno de su nombre.
Cuando la conozcas lo más probable es que te vas a sentir como yo… perdido en el universo de sus ojos azules y mansos como la playa de Belle-Ile.
Me odio a mi mismo por haber permitido que mi necesidad por ella fuera más grande que mi amor, pero todo me atraía hacia ella… y yo me deje arrastrar.
Pienso que lo que le dejo es solo una manera de pedirle perdón, de decirle que nunca quise hacerle daño, y que algún día, en el infinito, nos volveremos a encontrar para ser felices como lo fuimos en esos cuatro meses…
Los cuatro meses más hermosos de mi vida.
Por eso me  atrevo acudir a ti, Pierre... ayúdame…  hazme este último favor…
Ella desconoce por completo la existencia de mi enfermedad y es por ello que le dejo una carta para que sea yo mismo quien le explique el motivo por el cual tuve que alejarme de ella.
No le digas nada a mi madre o a Bernard… odio ponerte en aprietos, pues sé que te estoy pidiendo algo en contra de tus principios, pero te lo pido en el nombre del gran cariño que sé que me tiene…, además, sabes de sobra, como se pondría mi madre si sabe de la existencia de Marcela.
No quiero que le haga la vida miserable… ella no se lo merece…
Confío en ti, hermano, por eso me atrevo a pedirte que le hagas llegar mi carta y que la protejas… no dejes que nada malo le ocurra… ella es una buena mujer… tú mismo lo comprobarás cuando la conozcas…
Por favor, es el último deseo que te pido.
Tu más que agradecido hermano
Jean
Pd: en mi billetera están todos los datos que necesitas para poder dar con ella.”
Un nudo en la garganta impidió a Pierre decir palabra alguna.
- ¿Qué dice la carta? – preguntó Bernard con alarma, al ver lo pálido que se había puesto Pierre.
- No te preocupes… – resopló este, mientras se volvía a para mirarlo con la expresión más serena que su naturaleza le permitía - debo viajar a ciudad del Sol… debo encargarme de un asunto – al ver que Bernard enarcaba las cejas, añadió respirando hondo - no tienes de que preocuparte.

 

Doña María abrió la puerta del departamento con sigilo.
Eran las 10 de la noche, y estaba segura que Julián y José estaban durmiendo.
Apenas dio dos pasos al interior del lugar, la luz de la cocina se encendió.
Volviendo sus pasos, apreció a su hijo como calentaba una taza de leche en el microondas.
- Buenas noches – susurró, esbozando una sonrisa de disculpa.
- ¡Mamá! – resopló con alivio al verla en el umbral de la puerta - ¿dónde estabas?
- Tu tía Carmen, querido… - y sentándose, apretó los labios haciendo una mueca – su corazón… de nuevo sufrió otro ataque.
Julián, arqueando las cejas, se sentó frente a su madre con mala cara.
- ¿Y cómo está? – preguntó con preocupación.
- Está mejor – y palmeando su mano, esbozo una sonrisa entusiasta – esa cabezota no se va morir de eso… puede que el favor nos lo haga un camión o un caballo desbocado – Julián, meneando la cabeza, dibujo una sonrisa – aunque esta vez será necesario estar más la pendiente de ella.
- ¿Cómo es eso? – inquirió mientras daba un sorbo a su leche.
- Tengo que irme con ella unos días a ciudad Marfil.
Julián casi se atragantó con la leche.
- ¿Estás bien querido? – dijo abriendo los ojos alarmada.
- Sí… - dijo pasándose la mano por el mentón chorreado de leche miró a su madre con inquietud - ¿escuche bien? ¿irte a ciudad Márfil?
- Hijito… - doña María estiró nuevamente su mano hacia el rostro de su adorado hijo – tengo que hacerlo, conoces a tu tía Carmen… ella detesta la ciudad, y el médico le recomendó reposo absoluto… - los ojos de Julián adquirieron un aspecto vidrioso, a lo que doña María, repuso con ternura – sólo serán unos días… además, puedo pedirle a Ana que te de una mano…
- ¿Pero y sí tengo que salir de la ciudad? – preguntó con aprehensión.
- José Miguel ya se ha quedado con Ana otras veces y no creo que ella se niegue… – respirando con más calma, expresó – no te mortifiques por nada… José es ya un niño grande, y sabe que debe hacer… y tú sabes que no puedo dejar a Carmen sola en esto.
- No, claro que no… – afirmó Julián haciendo una mueca de resignación.
Luego de conversar un momento, Julián se dijo que en mala hora su tía se le ocurría enfermarse.
Ahora todos sus planes se iban a ir al carajo…. Lo más seguro que Ana creyera que su invitación sólo era una forma de compensarla y no porque le gustaba de sobremanera…
Mascullando una maldición,  nuevamente ese dolor de cabeza vino hacerle compañía.
Definitivamente, esta no es mi noche...

 

Max prendió la hornilla de la cocina con el ánimo de hacerse un par de huevos revueltos.
Con una gran sonrisa, tenía que reconocer que Paz tenía espíritu… mira que aguantar a tremenda mujer, vestida como si fuera a un circo, y además creerse irresistible.
Cierto que ese pensamiento no era para nada caballeroso, pero es que la mujer parecía más bien una fulana.
El sonido insistente del teléfono lo obligo a sacar la sartén y, mientras se limpiaba las manos, rogaba porque no fuera ninguna de esas locas que conoció en el club de anoche. Estaba tan borracho que bien podría haber sido capaz de darles el número de su casa.
Que no sea… que no sea…
- ¿Tío Max?
La voz angelical de su sobrino favorito le devolvió el alma al cuerpo.
- Tío quisiera hablar contigo – y susurró – pero en privado… mi mamá no puede enterarse por nada del mundo.
Torciendo el labio, se dijo que debía ser algo grave. Por lo general, Pablito le contaba todo a Ana…
O pueden ser cosas de hombres…
- Claro – resopló asintiendo – como quieras… ¿cuándo?
- ¿Puede ser mañana en el colegio? – y aspirando aire, añadió – José Miguel y yo te lo explicaremos.
José Miguel, aquel pequeño gamberro… no entendía el afán de Ana por protegerlo.
Claro que frente a él nunca se había demostrar incorrecto, intuía que aquel niño era un hervidero de problemas.
Además estaba su padre…
Julián, lejos de caerle mal, pensaba que era un buen tipo, sin embargo, prefería que estuviera lo más lejos posible de su hermana… no por nada lo había visto frecuentar a los mismo sitios que él, y aunque no lo juzgaba, creía prudente que no se hiciera falsas ilusiones con Ana… claro, si podía neutralizar a los dos celestinas que, esperando cualquier oportunidad, buscaban la forma de que esos dos, por lo menos se rozarán.
- ¿Y él que tiene que ver? – preguntó un tanto tenso.
- Pues… - y abruptamente agregó – viene mi mamá… a la una… no te olvides… adiós.
Mirando el auricular, Max alzó las cejas sin saber que pensar.

 

José Miguel todavía estaba despierto en su habitación escuchando una canción de su grupo favorito con los audífonos puestos. - ¡Maldita sea! – rezongo por trigésima vez don José contra la caldera del edificio.
Aquel viejo armatoste se negaba a obedecer, y tenía a todo el mundo tiritando de frío cuando querían tomar una ducha.
- ¡Esto no tiene arreglo! – dijo, sacando su cabeza por sobre la máquina del otro lado, un hombre de aspecto robusto y de mirada alegre - ¡ya es tiempo de que compren una nueva o se cambien a otro sistema!
- ¡Dios! – abrió los ojos de horror el conserje - ¿cómo me dices eso?
- ¡Te lo digo porque las cañerías están más malas que los dientes de leche de mi abuela!
Ambos rieron ante esa ocurrencia, aunque como conserje, don José pensaba como le iba a ser para mantener funcionando esa vieja máquina. Estaba más que seguro que ese viejo sangrón de Salgredo no iba querer comprar una nueva.
Por el contrario, ya le escuchaba decir “arréglela Josesito, ese es su trabajo”.
- Ven José, – le instó su amigo con mirada afable mientras se limpiaba las manos con un paño manchado de grasa – te invito una cerveza.
- No bebo en horas de trabajo, – respondió este con un resoplido – pero gracias.
- Tú te lo pierdes… – hizo un gesto con los hombros indicando que él desperdiciaba esa oportunidad de pasar el mal rato que la máquina los había hecho pasar – mañana vuelvo para hacerle otro parche sobre el último parche que le hice el mes pasado.
- Haz lo que tengas que hacer – contestó por lo bajo don José con acento frustrado.

 


Doña María abrió la puerta con cuidado, y acercándose a su nieto, sin que este se diera cuenta, se sentó en el borde de la cama. Tomando con suavidad la mano que José Miguel descuidadamente había dejado sobre su estomago, este se volvió y la extendió una sonrisa.
Doña María, a su vez, le hizo un gesto para que se sacara los audífonos.
Él, sin más, se los quitó con rapidez.
- Quiero hablar contigo… – le susurró doña María con una media sonrisa, y mirando fijamente a su nieto, expreso – hoy en la mañana tuvieron que internar a tu tía Carmen…
- A puesto que por lo de su corazón – la cortó con prontitud  José Miguel.
- Si – y mordiéndose el labio inferior, añadió – el médico esta vez me dijo que tenía que tener cuidados especiales… - torciendo la boca nerviosa, apretó la mano que tenía agarrada de José Miguel – y por ello tengo que estar con ella… - al ver que su nieto no mostraba signos de turbación, resopló - ella haría lo mismo si estuviera malita.
- Tranquila abuela… – José Miguel se sentó mejor sobre la cama y la abrazo con ternura – haz lo que tengas que hacer… yo ya estoy grande… no hay problema… - y una vez que se separo de ella, repuso – además, siempre esta Anita para que me saque de algún atolladero.
Palmeando su rostro con cariño, doña María dejo escapar un suspiro de alivio.
Todo estaba resultando como Carmen le había dicho… ahora todo quedaba en manos del cabezota de su hijo y de la bondad de Ana…
Una vez que doña María le diera un beso en la cabeza su nieto y saliera de su habitación, este, en silencio, dejó escapar una lágrima, para luego, fruncir la nariz y respirar muy hondo.
No estaba bien visto que lo hiciera en el frente, así que con disimulo, se ubico en un rincón aspirando su cigarrillo con parsimonia para deleitarse con la sensación. Era un fumador de años, pero los resfríos mal curados hicieron que tuviera que dejar de fumar con la frecuencia de antes.
Debía, ahora, sólo contentarse con fumar sólo uno en la noche.
De repente, Julián despreocupado, subió de dos en dos los escalones de la entrada.
- ¡Juliancito! – exclamó desde su escondite.
- ¿José? – parando en seco, Julián se acercó con rapidez. Luego de notar el cigarro en su mano, resopló con reprensión - ¡ya estás fumando otra vez! ¿no te dijo el médico que era peligroso para tu salud?
- ¡No me retes, Juliancito! –don José hizo un puchero – nada más quería decirte que como tu mamita no está, y que Josesito está donde doña Anita.
- ¿Y eso por qué? – replicó con mala cara.
Esto era lo último que le faltaba…
En todo el día no se había podido sacar de la cabeza a Ana, y había esperado haber llegado a su casa, darse un buen baño y dormir para que ese incesante dolor de cabeza desapareciera por completo.
- Doña María salió muy rápido… a penas si me dijo que no te preocuparás…
Alejándose con paso enervado, Julián, sin decir palabra, volvió a asentir y se encamino al edificio.
Al mal paso darle prisa…

 

Mientras se pasaba la mano por la frente, Max observó con desdén aquel antiguo edificio del colegio en que trabajaba su hermana.
A pesar de haber dormido sus horas, no podía evitar bostezar con fuerza. Probablemente se debía que todavía no se podía recuperar del sueño perdido cuando estuvo de excursión en el desierto de Atacama con ese grupo de ingleses.
Moviendo sus hombros con fuerza, lo único que deseaba era que ese calambre infernal desapareciera. La camisa verde se le apego aún más a su ancha espalda y a su marcado estómago, mientras que un gesto de dolor se reflejó en su rostro.
- ¿Max?
Volviéndose con rapidez, aprecio como una mujer esbelta y de cabello dorado se aproximaba a él con prontitud. Al parecer tenía los ojos claros, pero con las gafas que llevaba puestas era imposible saberlo.
- ¿No te acuerdas de mí? – repuso la mujer con una adorable sonrisa – fuimos juntos a Egipto… en ciudad del Cairo… soy amiga de Johana…
Johana, la antipática que se metía en mi cama cada vez que me desprevenía… y claro, esta era la amiga que andaba con el novio… un narigón, con pinta de árabe…
Eso hacía más de cinco años.
- ¡Claro, claro! – resopló Max con rapidez, y con galantería preguntó - ¿cómo te va Carina?
- Catalina… – le corrigió está manteniendo su sonrisa – no tan bien como a ti – y pasándose la lengua por los labios, con una expresión coqueta, expreso – me preguntaba que había sido de ti.
- Pues aquí… – se metió las manos en los bolsillos y se balanceo sobre sus pies con aire inocente – nada especial… ¿y tú?
- Vengo a buscar a mi niña al parvulario… – y parpadeando con intensión, resopló – podríamos salir juntos un día de estos.
Estirando los labios, pestañeó con candidez. No le apetecían las mujeres con hijos. Aquellas quedaban completamente descartadas de su lista, aún cuando fueran tan hermosas como estas.
Apreciando que los muchachos se acercaban, hizo un gesto de disculpa.
- Acabo de ver a mi hijo… - Max resopló con sentimiento – Catalina me alegro mucho verte ¡te me cuidas!
Y sin más, comenzó a alejarse.
- Adiós…. – resopló la mujer con algo de desilusión, para luego gritar - ¡nunca dijiste que tenías hijos!
Sin hacer caso, Max se aproximo a los chicos y llevándoselos a un lado, se aprestó a averiguar que sucedía.
- Antes que nada, necesito saber que sucede… – inquirió este con un tono severo – y no quiero que me oculten nada jovencitos.
Pablo miro a José Miguel haciéndole un gesto con los ojos. Definitivamente tenía que ser él quien inventara algo para no despertar sospechas en su tío.
- Bueno… - José Miguel rascándose la nuca en tanto alzaba las cejas buscando una muy buena idea. Sosteniéndole la mirada a Max, expreso con lentitud – ayer Pablo tuvo un problema con un muchacho… – Max frunció el ceño – es alguien más grande que se dedica  a hacerle la vida de cuadritos a quienes son más débiles que él… por eso necesitamos de su ayuda… – y respiró con fuerza – Pablo necesita que lo entrene en Karate.
- ¿Qué? – resopló con fuerza y mirando a Pablo con reprensión, replicó - ¿y tú quieres que tu madre me despelleje vivo?
Pablo hizo una mueca. Tenía que recordar que su madre era muy dada al pacifismo, por lo que lo más probable es que aquella idea estuviera fuera de lugar. Además, su tío le tenía miedo a su madre, aún cuando fuera más baja y menuda que él.
Max, por otro lado, entendía completamente la situación. A pesar de comprender la aprensión de Ana, esto era una cuestión de hombres… si el muchacho no sabía defenderse, lo más probable que en el bachillerato lo utilizarán como bolsa de puching.
- Por favor… – José Miguel apretó los labios con esfuerzo. No le gustaba pedir por favor, pero en vista de las circunstancias, estaba claro que Pablo necesitaba toda la ayuda posible – usted es el único que pueden ayudarnos…
- ¿Y esto en que te perjudica a ti, niño? – inquirió Max extrañado observando la expresión contrariada de ese adolescente.
Tanta preocupación le estaba pareciendo sospechosa.
- A mí, en nada… – José Miguel meneo la cabeza como si en verdad no le importara – pero creo que es necesario que Pablo se aprenda a proteger… ¿o usted va a permitir que cualquier abusivo le haga la vida miserable?
Max frunció más el ceño.
No le gustaba para nada hacer cosas a escondidas de Ana… sobre todo a sabiendas de lo que le podía ocurrir si ella se enteraba…
Sin embargo, al ver los rostros de ansiedad de ambos muchachos, se dijo que bien valía la pena intentarlo… además, ningún muchacho tenía derecho a golpear a su sobrino.
- De acuerdo – dijo el hombre alzando los hombros como si no le quedara remedio. Al ver como los chicos extendían una gran sonrisa, sentenció – pero sólo será por un tiempo… un par de meses como máximo… ¡tú sabes como se pone tu madre con estas cosas!
- ¡Gracias, gracias tío Max! – y abrazándolo con efusión, Pablo exclamó con emoción - ¡eres mi tío favorito!

 

Ana miraba la estantería de postres.
Hacía días que no le hacía alguna cosa dulce a Pablo. Tomando un tarro de leche condensada, quizás se dijo que hoy podría hacerle ese pie de limón que tanto le gusta.
Sin poder evitarlo, se preguntó si a Julián también le agradaría.
Toda la mañana había pensando en ese casi beso, y como una adolescente había esperado verlo en la mañana…
- ¿Te falta algo más? – preguntó Paz al tiempo que dejaba en el carro una bolsa de pan de molde - ¡mira que me muero de hambre!
- Culpa tuya es por no almorzar con nosotras – la regaño Marcela mientras dejaba unos fiambres - ¡la costumbre tuya esa de pasar como mono en el alambre!
- No seas ruda con ella… - Paz tomó de los hombros a Paz y le dedicó una sonrisa traviesa - ¿no será que estás así por que viste a Max en el colegio?
- ¿Vino Max? – preguntó volviéndose a ella con los ojos redondos.
 Ana enarcó las cejas con sospecha, mientras que Marcela extendía una sonrisa cada vez más ancha.
- ¿Así que ese cretino no te importa, no? – replicó Marcela acercándose a ella con los ojos entornados - ¿qué se vaya al infierno y se case con satanás?
- Y sigo pensando igual… – refutó Paz obstinadamente haciendo un respingo - ¡es un idiota de lo peor y… - y acordándose que estaba Ana, se apretó la boca para añadir – no es un misterio para ustedes que él es una persona poco grata para mí!
- ¡Tú, sí! – resopló Marcela meneando la cabeza con malicia - ¡y soy la Madre Teresa!
Ana, en tanto, moviendo la cabeza decidió ir al pasillo contiguo.
Estaba visto que Paz seguiría mintiéndole sobre lo indiferente que le resultaba su hermano… y es que desde que se conocieron, Paz y Max nunca han dejado de discutir ni de comportarse como un par de enemigos, deseosos de acabar con el otro.  Claro que ella ya no estaba tan segura… quizás hace 10 años atrás, pero ahora…
Aunque entendía plenamente a Paz. Max era un hombre amable, cariñoso, considerado pero como hermano… como pareja, distaba mucho de ser alguien que ella misma recomendará.
Volviendo a pensar en ese famoso pie, busco la azúcar flor. La necesitaba para hacer el merengue.
Nada más tomar el paquete, al volverse, frente a frente, un par de ojos verdes, abiertos de par en par, la miraban llenos de algo que no supo bien identificar.
- Ana - dijo Eduardo con una voz enronquecida e intentando mostrar una gran sonrisa mientras que se apretaba una mano.
¿Cómo era posible que está mujer siguiera produciendo en él las mismas cosas que antaño?
- Hola – resopló ella temblando ligeramente.
Este hombre siempre se las arreglaba para aparecer en los momentos más insospechados. Haciendo un ademán de salir, este adelantó dos pasos bloqueando su camino.
- ¿Cómo estás? – preguntó Eduardo haciendo un esfuerzo por no mostrar su ansiedad. Esta vez estaba dispuesto a que ella no se fuera así como así como la última vez que se encontraron.
Había soñado muchas veces con que se encontraban y de lo bien que se sentiría al verla.
- Bien, gracias.
- ¿Tu familia? ¿Max?
- Bien… – Ana asintió con rapidez – todos bien.
- Me alegra… – y mordiéndose profundamente un labio, añadió con un tono de admiración – estás muy bonita.
Ana entrecerró un ojo con desconcierto y estirando los labios con recelo, se dijo que era mejor regresar.
Si Paz veía a Eduardo lo más seguro que este quedara ciego.
- Debo irme… - retrocediendo un paso, intento mostrar una sonrisa amable – que estés muy bien…
- ¡No te vayas! – resopló con apuro el hombre, tomando una de las manos de Ana. Ella abrió los ojos con alarma, a lo que Eduardo, buscando no perder el control, la soltó suavemente - ¿por qué no almorzamos juntos?
Ana sintió un nudo en el estomago ante la idea de que él supiera algo de Pablo. Aquella sería la única razón para que él quisiera hablar con ella.
- No puedo… - negó ella con énfasis – tengo un compromiso.
Y volviéndose apresuradamente, se enfiló hacia la salida del pasillo dejándo a Eduardo con una pregunta pendiente en el aire.
- ¿Estamos? – preguntó Marcela a Ana con la cara llena de risa, nada más cruzarse en la esquina del corredor.
- ¡Claro! – respondió la aludida enarcando una ceja como una forma de disfrazar su real estado de ánimo.
Eduardo, sin perder de la vista a Ana, hizo un gran suspiro.
Cayendo en la cuenta de que ella se hubiera casado y tuviera una familia, aquello no evitó que sus sentimientos hacia Ana brotaran tan fuertes, si acaso, como en el pasado…

 

Julián revisaba unos documentos antes de salir a almorzar.
Mirando escuetamente su reloj, se dijo que hoy no podía quedarse sin comer… no todos los días estaría Ana para darle algo delicioso que comer…
Ana…
- Señor… – dijo abruptamente la voz desde el intercomunicador, sacándolo de cuajo de ese pensamiento – el señor Robles desea hablar con usted.
- Está bien – resopló con fuerza, sintiendo que su hora de comer iba ser nuevamente postergada – hágalo pasar.
Con prontitud, la mujer hizo pasar a un hombre entrado en años, de contextura delgada, bajo, de escaso cabello, pero que tenía los ojos de un felino. Su mirada era inquisitiva, la cual decía que no se le iba un detalle de su magnífica empresa.
No por nada aquella era la mejor multinacional del país.
- ¡Julián! – exclamó nada más verlo, y estrechando su mano, le palmeo el hombro con afecto - ¡muchacho! ¿cómo está mi mejor ejecutivo?
- Trabajando como siempre… – y señalando un asiento, expresó – me alegra que haya venido… hay algunas cosas de la campaña de lanzamiento que quisiera discutir con usted.
- Me parece… – Robles se acomodo en el mullido sillón, observándolo con interés – pero antes quisiera que supieras que estoy organizando una fiesta para la próxima semana… – Julián hizo un respingo, a lo que Robles soltó una leve carcajada – no me mires así hijo, sé que de estas cosas te encargas tú, pero quise hacerlo como una forma de distraer a Juanita ¡espero que no te moleste!
Aquella la pelirroja que no debía pasar de los cuarenta se había convertido en su quinta amante, pero había resultado ser más astuta que cualquiera de sus antecesoras.
- En absoluto – resopló Julián, cruzando una pierna sobre la otra.
Organizar una fiesta como le gustaba a Robles era una cruzada, y aunque siempre salía bien librado, era un premio para él liberarse de semejante obligación.
- Por otro lado, quiero animar a mi Lucía… - entrelazando los dedos, hizo un pequeño puño con el cual afirmó su mentón – está algo deprimida… tú sabes, eso de los hijos… - Julián alzo las cejas con un gesto comprensivo – ¿tienes hijos?
Ricardo Robles no era un hombre que conociera mayormente a sus empleados. Se contentaba con que hicieran bien su trabajo y esto le representara ganancias.
Sin embargo, una especial simpatía parecía inspirarle ese muchacho…
Algunas veces hubiese querido que Eduardo hubiese sido la mitad que él.
- Sí tengo – respondió Julián algo incómodo.
No le agradaba mucho hablar de su vida personal… había intentado que esta no se mezclara en su vida laboral… no deseaba cometer el mismo error que en Ramírez y asociados.
- Pues, - Robles entendiendo de inmediato que Julián no era de profundizar en ese tema, continúo - entonces entenderás el porque quiero dar una fiesta… - y con una sonrisita maliciosa, le cerro un ojo – y de paso podrías traer compañía para variar.
Estaba claro que no se refería precisamente a una esposa.
Julián siempre venía solo a estos compromisos, y aunque tenía un arrastre increíble entre las mujeres solteras y se dejaba linsojear, no pasaba mayormente del primer paso.
- De acuerdo, don Ricardo – repuso con una sonrisa de resignación.
- No pongas esa cara, muchacho – y alzando las cejas – ¡cualquiera pensaría que no te agradan las fiestas! Por otro lado, no hay inconveniente si no tienes pareja… ¡ya ves que sobran las conejitas para divertirse!
Intentando mostrarse animado, Julián se mordió la lengua para no demostrar lo incómodo que le resultaba escuchar esas expresiones de la boca de su jefe.
Si bien era cierto, que no era ningún santo, tampoco estaba al acecho buscando cualquier mujer por ahí.
De todos modos, desde ya tenía en mente a quien invitar.
- No se preocupe, don Ricardo… – expresó Julián con una gran sonrisa para que no diera lugar a dudas – ahí estaré como siempre.

 

Nada más las chicas se fueron, Ana se volvió hacia el ventanal de su departamento mientras se daba varios golpecitos en el pecho.
Eduardo García parecía un fantasma que venía fastidiarle la vida…
Aunque estaba más que segura que todo lo que había sentido por él se había muerto el mismo día en que la desecho como si fuera un mueble viejo, no podía evitar sentir miedo.
Pasándose una mano por el ojo, se dijo que no quería saber que sucedería si algún día ese hombre supiera la verdad.
Pero nadie le dirá nada…
Max, Paz y Marcela eran absolutamente incondicionales a ella. Ellos jamás revelarían su secreto a nadie.
Respirando con más tranquilidad, el sonido de la puerta hizo que se sobresaltará de sobre manera.
Recriminándose por estar tan susceptible, Ana se dio un manotón en la cabeza.
- ¡Anita! ¡qué bueno que estás! – exclamó con alborozo doña María, nada más Ana abriera la puerta - ¡quiero hablar contigo!
 
- ¿Sucede algo? - preguntó reparando en la preocupación reflejada en los enormes ojos azules de doña María.
- Anita… – y sobándose las manos con un gesto nervioso, doña María resolvió sentarse para poder controlar esos nervios que amenazaban con traicionarla – sólo tú puedes ayudarme.
Ana, arrugando el ceño, se sentó frente a ella, y escucho los nuevos acontecimientos donde la señora Carmen había vuelto a sufrir otro ataque a su corazón, y la decisión de ausentarse unos días para poder acompañarla.
- Por eso me atrevo acudir a ti… - y extendiendo una mano, tomo una de las de Ana y la apretó con suavidad – Julián sólo no puede… y José Miguel es un muchacho que, como sabes, tiene sus días malos… no me gustaría que perdiera la paciencia y se enemistarán en este tiempo que este fuera.
- Yo le tengo mucha fe a Julián, doña María… – sonrió Ana con aire conciliador. Aún a pesar de ese aire de hombre de negocios, Julián era un hombre sensible, y si se mostraba cariñoso y amable con Pablo, estaba segura que con José Miguel debía serlo aún más – vaya tranquila… estoy segura que Julián podrá con su hijo… además, aquí estaré, como siempre, para echarle una mano… - palmeando su mano con afecto, añadió – no se aflija por nada… estarán bien.
Como si hacer eso me costará… pensó Ana. José Miguel era un encanto, y nunca habían tenido una desavenencia… además, lo conocía bastante bien como para saber que era un buen muchacho.
- ¡Eres un ángel! – doña María sonrió con alivio - ¡no sabes el peso que me quitas de encima! ¡qué el cielo te recompense por ser tan generosa!
- ¡Qué generosa ni que generosa, doña María! – Ana estiro los labios mostrando una mueca de incredulidad y resopló – sólo le estoy devolviendo algo de ese cariño y preocupación que ustedes nos han dado a Pablo y a mí.
- ¿Cómo qué devolver? ¡Pero si eres como una hija para mí! – y con vehemencia doña María se levantó y abrazo a Ana – te quiero mucho, niña necia.
- yo también la quiero mucho – susurró Ana con emoción.
Y por un breve instante, ambas se quedaron así, sintiendo que ese afecto cada vez se iba haciendo más profundo entre las dos.