Capítulo 8
MIENTRAS se dirigía a la puerta, Cindy repasó mentalmente el discurso que había preparado. Quería explicar a Rod, eso sí con mucho tacto y sin alterarse, que su relación debía enfriarse un poco y que lo mejor era que se viesen menos a menudo. Su estado emocional le preocupaba tanto que estaba dispuesta a cortar por lo sano para recuperar su independencia y su autocontrol.
Pero cuando Rod apareció en el umbral de la puerta con un espléndido ramo de rosas rojas en la mano todas sus “buenas” intenciones se esfumaron como la niebla en un día soleado.
—¡Oh, Rod! —exclamó echándosele al cuello—. ¡Estoy tan contenta de volver a verte!
Su abrazo le devolvió todas las sensaciones de sus precedentes encuentros. Su beso le transportó una vez más al paraíso.
—¡Eh!, ten cuidado, me estás pinchando —protestó ella sintiendo las espinas de las rosas en el pelo.
—¡Ah, ya! —dijo él apartándose y ofreciéndole las rosas.
—¿Por qué rosas rojas? —preguntó ella acercándoselas a la nariz—. ¿No es algo demasiado... romántico?
—Me parecieron adecuadas para la ocasión —contestó Rod chupándose una gota de sangre del índice—. Me parece que me he pinchado.
—¡Oye! —dijo Cindy mirándole el dedo. Luego se lo llevó a la boca sin pensar.
Rod la miró como hipnotizado.
—¿Qué estás haciendo?
Ella rodeó el dedo con la lengua lascivamente.
—Tu sangre es dulce... —precisó.
Rod hizo un ruido extraño con la garganta. Cindy dejó el índice y empezó a chupar el medio. Lo envolvía con sus labios sin pudor y le lanzaba obscenas miradas azules desde abajo.
—Cindy, si empiezas así creo que no vamos a salir esta noche.
Ella lo miró de reojo, dejó el dedo medio y empezó a lamer el anular.
—Oye, ¿puede saberse qué has hecho éste fin de semana? —murmuró él estremeciéndose interiormente por los gestos provocadores—. Hay una luz extraña en tu mirada.
Cindy cerró un poco las pestañas para hacer aún más lánguida su mirada.
—Yo no he hecho nada, ¿y tú?
Él rió.
—Un montón de cosas, pero nada tan atrayente como lo que me espera ahora.
De repente, ella se apartó.
—¿Quién lo dice? —preguntó bruscamente.
—Bueno, me parecía...
—Te equivocas —aseveró Cindy, que no podía dejar de imaginarlo divirtiéndose en Los Ángeles sin ella—. Pongo las flores en un jarrón, si es que encuentro uno y nos vamos.
Rod se quedó sin palabras.
—Cindy —dijo alargando un brazo para tomarla por la cintura. Pero ella no se dejó coger—. Quizás es mejor —admitió suspirando—. La verdad es que me estoy muriendo de hambre.
—¿No has comido hoy? —preguntó ella yendo hacia la cocina para buscar un jarrón.
—No he tenido tiempo. La última comida decente fue la pizza de anoche. Anne es una magnífica cocinera.
Con un fuerte golpe. Cindy apoyó el jarrón sobre la mesa e introdujo las flores.
—Realmente debe de ser una mujer llena de cualidades, esa Anne.
—¡Ah, sí, es increíble! —añadió a su vez él sin captar el tono irónico—. Cuando estoy con ellos me olvido del tiempo y de la realidad—. Viven en una especie de isla feliz.
—¿Y entonces por qué no te has quedado? —preguntó Cindy irritada, cogiendo el bolso y dirigiéndose a la salida.
Rod la siguió sin polemizar.
—No podía —contestó tranquilamente—. Sin embargo les he prometido que volveré el próximo fin de semana y que me quedaré hasta el lunes. Y esta vez tú vendrás conmigo.
—¿Quién lo ha dicho?
En el ascensor Cindy se apoyó en una de las paredes y se cruzó de brazos enfadada.
—¿Ya acabaste tu informe, no? —preguntó Rod—. ¿Tienes otros compromisos, por casualidad?
—Podría tenerlos —contestó ella vagamente. Salieron del edificio y subieron al coche alquilado de Rod.
Él se quedó pensativo.
—No lo había pensado. Creía que querías estar conmigo, mientras esté por aquí.
Ella le lanzó una mirada enigmática.
—Tú das muchas cosas por descontadas.
Rod condujo en silencio hasta el restaurante que había elegido para cenar. Música de jazz de fondo y cocina refinada. Le había parecido una buena idea por la tarde, pero ahora se preguntaba si realmente lo era. Cindy no parecía estar de humor para encuentros románticos.
Durante un rato, mientras miraban el menú y elegían el vino, Rod encajó como pudo sus miradas de recriminación sin reaccionar, luego se decidió a hablar.
—¿He hecho algo que te ha molestado? –preguntó—. Me parece que normalmente no te comportas así.
—¿Cómo me comporto normalmente?
—Oh, bueno... al principio eras un poco agria, pero luego cambiaste. Me parecías más disponible...
Ése era el error. No volvería a estar disponible.
—Y tú te has aprovechado, ciertamente —dijo en voz alta.
Él la miró asombrado.
—¿Qué quieres decir? Pues claro que no me he aprovechado. Creía que estábamos de acuerdo sobre... bueno, sobre lo que hemos hecho.
—Sí, claro que estábamos de acuerdo.
—¿Y entonces? ¿Qué te ha hecho cambiar de conducta?
Ella lo fulminó con la mirada.
—Eso —confirmó—. He cambiado de conducta.
Rod meneó la cabeza. No lograba entenderla.
—Si ayer por la tarde me dijiste que me deseabas... ¿Mentías, Cindy?
Ella se humedeció los labios. Para el demonio la carne es débil.
—Sí y no.
—¿Quieres explicarte mejor?
Ella retorció la servilleta con las manos.
—Yo creo que nosotros dos hemos llevado las cosas un poco lejos, Rod —dijo con prisa, sin mirarle a la cara—. Tú te irás dentro de dos semanas y yo... bueno, no quiero sentirme mal cuando te vayas.
—¡Eh! —exclamó él agitado—. ¿Todo esto se debe a que me has echado de menos?
Cindy notó que una llamarada de rabia se le estaba subiendo a la cabeza.
—No puede decirse lo mismo de ti; no tuviste mucha prisa en preparar el viaje de vuelta.
—Pero no fue culpa mía. No estaba solo. Ya te dije que nos retrasamos por culpa de los niños y que había mucho tráfico.
—Y tú te pusiste tan triste que te echaste a llorar por la desesperación —repuso ella con sarcasmo. Estaba perdiendo el control de sí misma. Mejor dicho, ya lo había perdido.
—Tuve que adaptarme a las circunstancias. No tenía elección.
—Ya, por eso reíais y bromeabais mientras me llamabas. Y luego... la pizza de Anne era tan buena...
—¿No estarás celosa?
—¿Yo? —Cindy estaba poniéndose tan colorada como las rosas que él le había regalado—. ¿Yo, celosa? Tú estás loco, Rod. Estuve muy bien sola, tanto que he pensado que nuestra historia tiene que acabar.
—Mira, yo creo que te estás equivocando totalmente...
—¡No me digas que me estoy equivocando! —repuso ella levantando la voz. Algunos comensales se volvieron hacia ellos—. Soy capaz de discernir yo sola lo que es bueno y lo que no lo es para mí.
Rod sacudió la cabeza.
—Yo no te entiendo. Lo que dices no tiene ni pies ni cabeza.
—Me da igual —explotó levantándose de golpe y tirando la servilleta al suelo—. No tengo ninguna gana de quedarme aquí para ver cómo me insultas.
Diciendo esto, cogió el bolso y se lanzó hacia la puerta del restaurante.
—¡Cindy! —voceó Rod, sin obtener respuesta. Maldijo en voz alta, dejó unos billetes sobre la mesa y se fue tras ella.
Ella había echado a correr por la acera iluminada.
—¡Cindy, espera! ¿Dónde vas? —gritó él cuando llegó a su lado. Cindy quiso escapar pero los tacones altos se lo impedían y él la retuvo fácilmente—. ¿Te has vuelto loca? —le preguntó tomándola por los hombros.
—Vete, Rod. Llamaré a un taxi para volver a casa.
—¿Puede saberse qué te pasa?
—Nada. No quiero volver a verte.
—¿Quieres explicarme al menos por qué?
—No —dijo ella—. No tengo que darte ninguna explicación. Entre nosotros había un acuerdo, ¿no es así? Nada de complicaciones, nada de compromisos.
—Pero yo te deseo, tú me deseas... —Algunos transeúntes se paraban a mirarlos con curiosidad—. ¿Por qué entonces...? —Se paró de repente y su mirada se cargó de un intenso brillo—. Cindy, ¿no te habrás enamorado de mí?
—¡Nunca! —gritó ella—. Eso no sucederá nunca.
Rod dio un suspiro de alivio.
—Por un momento, pensé que era ése el motivo por el que no querías volver a verme —balbuceó.
—Para nada. No es eso.
Rod puso una cara extraña.
—Entonces cálmate y hablemos como personas serias. —Le rodeó los hombros con un brazo y notó que estaba rígida y tensa. Cariñosamente le acarició la nuca y los músculos del cuello—. ¿Qué te parece si damos un paseo por el parque? —Señaló la masa oscura de los árboles entre los que brillaban pálidas farolas—. Podemos hablar mientras caminamos.
Cindy no sabía qué hacer. Por una parte quería irse, por otra deseaba ardientemente estar a su lado. La perspectiva de pasar otra noche sola llorando la aterrorizaba.
—Bueno —dijo.
Rod la guió por el sendero del parque.
—Allí hay un puesto de perritos calientes. ¿Te apetece uno? Yo tengo hambre.
—Yo también —admitió ella.
Unos minutos después, con un perrito caliente en la mano, Cindy empezó a reír a carcajada limpia. Se reía tanto que su cuerpo se doblaba y la mostaza se le caía al suelo.
—¿De qué te ríes tanto? —preguntó él mordiendo el bocadillo.
—Estoy... pensando... en la crema de champiñones que había pedido... —dijo ella entre sonoras carcajadas—. Y en el estofado de carne.
—¿Y yo que pedí una ración de langosta? —preguntó Rod—. ¡Y la he pagado! —Luego, también él se echó a reír mirando la salchicha—. Uhm... nunca he comido nada tan bueno.
—¿En serio? —preguntó ella entre lágrimas.
—De verdad. Es delicioso. ¿Lo has probado?
Ella pegó un mordisco a su perrito.
—Uhm... tienes razón.
Aplacando un poco su risa se comieron sus respectivos perritos y luego se tomaron un gran vaso de coca cola.
—Bien —suspiró Rod al final—. Por lo menos hemos llenado un poco el estómago.
Caminando por el sendero le tomó de la mano y Cindy esta vez no la apartó. Las risas le habían calmado y siempre era mejor que estar en casa llorando.
—Sabes, estoy contento de que me hayas echado de menos —dijo tras un momento de silencio Rod. La miró a los ojos y antes de que pudiese replicar, dijo:— Yo me he sentido muy solo. Y, si quieres saberlo, la pizza de Anne, aunque estaba muy buena, se me atragantó y no pude pegar ojo en toda la noche pensando que hubiera podido estar contigo.
Cindy se dejó rodear por sus brazos y contuvo un escalofrío.
—¡Mentiroso!
—Cariño, yo nunca miento. Y ahora soy sincero si te digo que me vuelvo loco sólo de pensar en tus caricias.
La atrapó con un beso en la boca que hizo desaparecer todas las posibles dudas que Cindy pudiera albergar sobre sus verdaderas intenciones. Cuando volvió en sí de ese vagar voluptuoso, Cindy respiraba con dificultad y tenía los ojos cargados de deseo. Cualquiera que los hubiera observado durante los últimos diez minutos hubiese pensado de ellos lo que efectivamente eran: una pareja de enamorados que hacían las paces tras una acalorada discusión.
—Vamos detrás de ese árbol —propuso Rod con un suspiro. Pegándose a ella le hizo sentir la dureza imponente de su cuerpo, su verdadero sufrimiento.
—¡Rod! —jadeó ella, sintiendo como su vientre palpitaba sin control. Las manos de él se movían bajo su chaqueta haciendo subir hasta sus senos oleadas de calor intenso—. ¡No aquí! ¡Nos van a detener!
Él miró alrededor con recelo.
—No hay nadie.
—Rod, estás loco. Si nos meten en la cárcel estaremos en celdas separadas... —Suspiró sin poder contenerse pues él le pellizcaba los pezones apretándolos suavemente hasta sentir su dureza.
—¡Oh!
Con mucho cuidado, Rod introdujo su cabeza en la chaqueta y le besó el pecho lamiendo las sensuales curvas.
Ella dio un grito de placer y él la estrechó con fuerza.
Levantando la cabeza, con la cara descompuesta por el deseo, se tranquilizó.
—Tienes razón —dijo a su pesar—. No aquí.
—Vamos a casa, Rod. —Toda la rabia de su discusión anterior se había esfumado como la niebla al sol—. Vamos, por favor.
—Sí. —Abrochándole la chaqueta, la tomó de la mano y la condujo hasta la salida del parque.
—Tienes muy buen aspecto —comentó Debra a la mañana siguiente, cuando Cindy bajó a la consulta. Ya no subía al piso de su prima por la mañana—. ¿Rod ha vuelto, eh?
Cindy hubiera querido hacerse la indiferente, en cambio en sus labios se dibujó una sonrisa luminosa.
—Sí.
—Fantástico —aprobó la otra—. ¿Sabes? desde que estás con él me pareces más... humana. ¿Es que, por casualidad has cambiado de parecer sobre el amor?
Cindy se recompuso su elegante vestido azul e hizo un gesto de superioridad.
—En absoluto —contestó sin dejar de sonreír—. Cada vez estoy más convencida de mis teorías. Enamorarse de alguien como Rod sería una tremenda equivocación.
Debra puso cara de incrédula.
—¿A quién quieres engañar? —preguntó con atrevimiento—. Déjame decirte y en eso soy una experta, que tú tienes todos los síntomas de la mujer enamorada.
Cindy se ajustó la cinta del vestido mirándose al espejo, luego se volvió hacia su prima.
—¿Y cuáles son?
Debra agachó la cabeza reflexionando.
—Veamos: ojos luminosos, boca un poquito elevada, expresión ligeramente ensimismada... y sobre todo, el modo de andar.
Cindy hizo una mueca.
—¿El modo de andar?
—Sí, camina un poco y verás —le indicó Debra.
Cindy dio algunos pasos por el despacho sin creer en lo que decía su prima, aún así intentó mantenerse lo más rígida posible.
—¿Y bien?
—¡Aja, aja! Justo lo que me temía —exclamó Debra—. A pesar de que intentas disimular, tienes el andar seguro y reposado de una mujer satisfecha. ¿No te das cuenta, Cindy? No apoyas los pies en el suelo, caminas como si estuvieses encima de una nube. Por lo tanto está muy claro: estás enamorada de Rod Gibson.
Cindy hizo un gesto de rechazo con la mano.
—Y yo te escucho. Por lo que se refiere al estar satisfecha, no es más que cuestión de hormonas. Sexo puro, nada que ver con el amor. Atracción física, pasión. Nada más.
Debra sonrió con malicia.
—¿Y Rod es tan... bueno en la cama?
Cindy se irritó.
—¡Dios mío, qué pregunta!
Luego sonrió.
—Bueno, no lo hace nada mal. Sí, nada mal.
—¿Sólo?
—Vale —admitió Cindy ruborizándose ligeramente—. Es extraordinario.
—¡Viva la sinceridad! —dijo Debra—. Para mí, tía Susan tiene razón. Esta vez es la definitiva.
Cindy alzó los ojos al cielo protestando.
—¿Puedo decirte algo, Debra? —preguntó inclinándose un poco sobre la mesa de su prima.
—Pues claro, no faltaba más.
—De ahora en adelante, por favor, ocúpate de tus asuntos.
Debra no se enfadó. Alzó los hombros y hojeó la agenda que tenía sobre la mesa.
—Bien, jefa. Entonces te informo que tienes tu primera paciente dentro de cinco minutos.
Cindy se enderezó.
—Hazla pasar en cuanto llegue —dijo dirigiéndose a su despacho. Con un suspiro cerró la puerta, luego se dejó caer sobre el sillón. ¡Malditas sean Debra y tía Susan! Ella se estaba enamorando de Rod, fuera lo que fuese enamorarse.