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Los parientes mejicanos del LSD

Hacia fines de 1956 una noticia de un diario me despertó un especial interés. Unos investigadores norteamericanos habían encontrado entre los indios del sur de Méjico unas setas que se comen durante ceremonias religiosas y generan un estado de embriaguez acompañado de alucinaciones.

La seta sagrada teonanacatl

No se conocía entonces ninguna otra droga que provocara alucinaciones, como el LSD, salvo el cactus de la mescalina, que también existía en Méjico. Por eso me habría gustado contactarme con estos investigadores, para llegar a conocer esas setas en mayor detalle. Pero en aquel breve artículo periodístico faltaban nombres y direcciones, de modo que me fue imposible obtener más información. De todos modos seguí pensando en las setas misteriosas, cuya investigación química hubiera sido una tarea seductora.

Estaba de por medio el LSD, como se comprobó luego, cuando al año siguiente estas setas hallaron el camino a mi laboratorio sin que yo interviniera.

Por mediación del Dr. J. Durant, el entonces director de la filial de Sandoz en París, llegó a la dirección de investigaciones farmacológicas de Basilea, la pregunta del profesor Bleim, director del Laboratoire de Cryptogamie del Museum National d’Histoire Naturelle de París, de si teníamos interés en llevar a cabo el estudio químico de las setas alucinógenas mejicanas. Con gran alegría me declaré dispuesto a emprender esta tarea en mi sección, es decir, en los laboratorios de investigación de sustancias naturales. Así quedaba establecida la conexión con los emocionantes estudios de las setas mágicas mejicanas, cuyos aspectos etnomicológicos y botánicos se habían ya examinado científicamente en su mayor parte.

La existencia de estas setas mágicas constituyó durante mucho tiempo un enigma. La historia de su redescubrimiento se describe en Mushrooms, Russia and History[10] (Pantheon Books, Nueva York, 1957), la obra clásica de la etnomicología en dos volúmenes muy bien presentados. Es una versión de primera mano, pues sus autores, el matrimonio de investigadores Valentina Pavlovna y R. Gordon Wasson tuvieron una participación decisiva en este redescubrimiento. La siguiente exposición de la historia de estas setas está extraída de la publicación de los Wasson.

Los primeros testimonios escritos sobre el empleo de setas embriagadoras en ocasiones festivas o en el marco de ceremonias religiosas y prácticas de curaciones mágicas se encuentra ya entre los cronistas y naturalistas españoles del siglo XVI, que llegaron al país poco después que Hernán Cortés conquistara Méjico. El testimonio más importante es el del franciscano Bernardino de Sahagún, quien, en su famosa Historia General de las Cosas de Nueva España, escrita entre 1529 y 1590, cita repetidas veces las setas mágicas y describe sus efectos y su empleo. Así describe, por ejemplo, cómo unos comerciantes celebraron la vuelta de un exitoso viaje de negocios con una fiesta de setas.

En la reunión festiva, mientras tocaban las flautas, comían setas. No ingerían otra comida; durante toda la noche sólo bebían chocolate. Comían las setas con miel. Cuando las setas comenzaron a dar efecto, se bailó y lloró… Unos veían en sus visiones, cómo morían en la guerra… otros, cómo los devoraban las fieras feroces… los terceros, que se enriquecían y podían comprarse esclavos… los cuartos, cómo cometían adulterios y luego eran lapidados y les rompían el cráneo… los quintos, cómo se ahogaban en el agua… los sextos, cómo encontraban la paz en la muerte… otros más allá, cómo se caían del tejado y morían… Todas estas cosas veían. Cuando disminuyó el efecto de las setas se reunieron y se narraron unos a otros lo que habían visto en sus visiones.

En un escrito de la misma época un dominico, fray Diego Duran, relata que en las grandes fiestas de la subida al trono de Montezuma II, el famoso emperador azteca, en 1502, se consumieron setas embriagadoras.

Un pasaje de una crónica de don Jacinto de la Serna, del siglo XVII, señala la utilización de estas setas en el marco religioso:

Y lo que sucedió fue que llegó al pueblo un indio de Tenango, llamado Juan Chichitón… Traía setas que había juntado en las montañas; con ellas realizó un culto a los ídolos… En una casa, en la que se habían reunido para celebrar a un santo, toda la noche se tocó el teponastli (instrumento musical azteca) y se cantó… Después de medianoche, Juan Chichitón, que oficiaba de sacerdote en este ritual, les dio de comer setas a todos los presentes a modo de comunión, y bebieron pulque… de modo que todos perdieron la razón, que era una vergüenza.

En náhuatl, el idioma de los aztecas, estas setas se llamaban «teo-nanacatl», lo cual puede traducirse como «seta divina».

Hay indicios de que el uso ritual de estas setas comienza en lejanos tiempos precolombinos. En Guatemala, El Salvador y las linderas regiones montañosas de Méjico se han encontrado las llamadas piedras de setas. Trátase de esculturas de piedra con forma de hongo con sombrerete, en cuyo tallo está esculpido el rostro o la figura de un Dios o un demonio animal. La mayoría tiene una altura de unos treinta centímetros. Los arqueólogos fechan los ejemplares más antiguos en el siglo V a. C. Una de estas piedras, del período maya clásico temprano (300 a. C. - 600 d. C.) se conserva en el Museo Rietberg de Zurich.

Si la idea de R. G. Wasson es cierta —y hay para ello argumentos convincentes—, de que hay una conexión entre estas piedras de setas y el teonanacatl, esto implica que el culto de las setas, el empleo mágico-medicinal y religioso-ceremonial de las setas mágicas tiene más de dos mil años de antigüedad.

Los efectos embriagadores generadores de visiones y alucinaciones de estos hongos les parecían obra del diablo a los misioneros cristianos. Por eso intentaron cortar de raíz este uso. Pero lo lograron sólo en parte, pues hasta el día de hoy los indios siguen empleando la seta sagrada teonanacatl en secreto.

Curiosamente, durante los siglos siguientes no se prestó atención a los informes de las antiguas crónicas sobre el empleo de hongos mágicos, tal vez porque se los consideraba producto de fantasías de una época supersticiosa.

El conocimiento de la existencia de las «setas sagradas» amenazó con perderse definitivamente cuando en 1915 un prestigioso botánico americano, el doctor W. E. Safford, en una conferencia ante la Sociedad Botánica de Washington y en una publicación científica planteó la tesis de que jamás había existido algo así como hongos mágicos; los cronistas españoles habrían confundido el cactus de la mescalina con una seta. De todos modos, esta afirmación, aunque falsa, de Safford dirigió la atención del mundo de la ciencia hacia el enigma de las setas misteriosas.

Fue el médico mejicano Dr. Blas Pablo Reko quien se opuso primero públicamente a la afirmación de Safford. Había encontrado indicios de que en lejanas zonas de las montañas del sur mejicano se seguirían empleando hoy en día setas en ceremonias médico-religiosas. Pero sólo en los años 1936-1938 el antropólogo Robert J. Weitlaner y el doctor Richard E. Schultes, un botánico de la Universidad de Harvard, hallaron verdaderamente tales setas en aquella región, y en 1938 un grupo de jóvenes antropólogos norteamericanos dirigidos por Jean B. Johnson pudo asistir por primera vez a una secreta ceremonia nocturna con setas. Sucedió en Huantla de Jiménez, el pueblo principal del país de los mazatecas, en la provincia de Oaxaca. Pero los científicos fueron sólo espectadores; todavía no pudieron probarlas. Johnson publicó la experiencia en una revista sueca («Ethnological Studies», 9, 1939).

Luego hubo otro intervalo en el estudio de los hongos mágicos. Estalló la Segunda Guerra Mundial. Schultes, por encargo del gobierno americano, tuvo que dedicarse a la obtención de caucho en la zona del Amazonas, y Johnson cayó como soldado en el desembarco de los aliados en el norte de África. Después fueron aficionados a la investigación, el ya citado matrimonio Dra. Valentina Pavlovna y R. Wasson, los que retomaron el problema desde la perspectiva etnográfica. R. G. Wasson era banquero, vicepresidente de la Banca Morgan Co. en Nueva York. Su esposa, muerta en 1958, era pediatra. Los Wasson prosiguieron el estudio en 1953, en el punto en que quince años antes J. B. Johnson y otros habían comprobado la supervivencia del antiguo culto indígena de las setas, es decir, en la localidad mazateca de Huautla de Jiménez. Les proporcionó allí informaciones especialmente valiosas una misionera norteamericana que trabajaba allí desde hacía muchos años. Eunice Victoria Pike, miembro de los Wycliffe Bible Translators[11], gracias a su conocimiento del idioma indígena y su asistencia espiritual a la población, conocía más que nadie la significación de las setas mágicas. Durante varias estancias prolongadas en Huautla y alrededores los Wasson pudieron estudiar en detalle el empleo actual de las setas y compararlo con las descripciones de las antiguas crónicas. Resultó que la creencia en las «setas mágicas» está aún muy difundida en aquella zona. Pero ante los extranjeros, los indios lo mantenían en secreto. Requirió, pues, mucho tacto y habilidad ganarse la confianza de la población indígena y llegar a conocer esta esfera íntima.

En la forma actual del culto de la seta las viejas creencias y tradiciones religiosas se mezclan con ideas y terminología cristianas. Así se habla con frecuencia de las setas como de la sangre de Cristo, pues crecerían sólo donde hubiera caído una gota de sangre de Cristo en la tierra. Según otra concepción estos hongos brotan donde una gota de la saliva de la boca de Cristo haya humedecido el suelo, y por eso es el propio Cristo quien habla a través de los hongos.

La ceremonia se desarrolla en forma de una consulta. El que busca un consejo, o un enfermo, o su familia, consultan, pagando por ello, a un «sabio» o a una «sabia», también llamados «curandero» o «curandera» (N. del T.: en castellano en el original). El sentido del «curandero» es el de un sacerdote que cura, pues su función es tanto la de un médico cuanto la de un sacerdote; ambos son muy difíciles de encontrar en esas lejanas regiones. En la lengua mazateca parece faltar una palabra que corresponda exactamente a la de «curandero». Se lo llama co-ta-ci-ne, «el que sabe». Es quien come la seta en el marco de una ceremonia siempre nocturna. A las demás personas presentes también se les da setas, pero al curandero siempre le corresponde una ración mucho mayor. La acción tiene lugar entre oraciones y conjuros. Antes de consumirlas, las setas se ahuman brevemente sobre una pila en la que se quema copal (una resina parecida al incienso). En la oscuridad total, a veces a la luz de una vela, los demás asistentes yacen tranquilos en sus esteras de paja. El curandero reza y canta en cuclillas o sentado delante de una suerte de altar, en el que se encuentra un crucifijo o una estampa de santo y otros objetos de culto. Bajo la influencia de las setas sagradas ingresa en un estado visionario, del que participan, en mayor o menor medida, los asistentes pasivos. En el canto monótono del curandero el hongo teonanacatl da sus respuestas a las preguntas formuladas. Dice si la persona enferma morirá o sanará, y qué hierbas la curarán; descubre quién ha matado a cierto hombre o quién ha robado un caballo; o da a conocer cómo está el pariente que se encuentra lejos, etc.

La ceremonia de las setas no sólo cumple la función de una consulta; para los indios tiene también, en muchos sentidos, un significado parecido al de la Última Cena para los cristianos creyentes. De muchas observaciones de los indígenas se podía inferir que Dios les ha regalado la seta sagrada porque son pobres y carecen de médicos y medicamentos, y también porque no saben leer; sobre todo, porque no pueden leer la Biblia, por lo cual Dios les habla directamente a través de la seta. La misionera Eunice V. Pike señaló precisamente las dificultades para explicar el mensaje cristiano, las Escrituras, a un pueblo que cree poseer medios —las setas sagradas— que le revelan la voluntad divina de modo inmediato, patente; es más: le permiten —así cree— mirar adentro del cielo y entrar en contacto directo con Dios.

La veneración de los indios se muestra también en el hecho de que creen que sólo una persona «pura» puede comer las setas sagradas sin perjuicio. «Puro» significa aquí pureza para la ceremonia, lo cual incluye la abstinencia sexual cuando menos cinco días antes y cinco después de la ceremonia. También hay que cumplir determinadas normas durante la cosecha. Si no se observan, los hongos pueden volver loco y hasta matar a quien los ingiera.

Los Wasson habían emprendido su primera expedición al país de los mazatecas en 1953, pero sólo en 1955 lograron disipar hasta tal punto el temor y las reticencias de sus nuevos amigos mazatecas como para que se les permitiera participar activamente en una ceremonia de setas. R. Gordon Wasson y su acompañante, el fotógrafo Alan Richardson, a fines de junio de ese año pudieron comer setas sagradas durante una ceremonia nocturna. Fueron así probablemente los primeros extranjeros, los primeros blancos, que pudieron comer el teonanacatl.

En el segundo volumen de Mushroom, Russia and History, Wasson describe entusiasmado cómo la seta se apoderó totalmente de él, pese a que había intentado combatir sus efectos, para poder seguir siendo un observador objetivo. Primero vio modelos geométricos de colores, que luego adoptaban un carácter arquitectónico. Siguieron visiones de maravillosas galerías con columnas, palacios de una armonía y belleza sobrenaturales, adornados con piedras preciosas, carros triunfales tirados por seres fabulosos, como sólo se conocen en la mitología, y paisajes con un brillo de cuento de hadas. Desprendida del cuerpo, el alma estaba suspendida intemporalmente en un reino de fantasía con imágenes de una realidad superior y un significado más profundo que el del mundo cotidiano. Parecía querer revelarse la causa última, lo inefable, pero la última puerta no se abría.

Esa experiencia fue para Wasson la demostración definitiva de que las fuerzas mágicas que se adscribían a los hongos existían realmente y no eran mera superstición.

Para que las setas fueran examinadas científicamente, Wasson ya antes se había contactado con el citado micólogo, profesor Roger Heim, en París. Heim acompañó a los Wasson en ulteriores expediciones al país de los mazatecas y llevó a cabo la determinación biológica de los hongos sagrados. Se trataba de agáricos de la familia de los trophariaceae; era alrededor de una docena de especies que aún no habían sido científicamente descritas, y que pertenecían en su mayor parte a la clase psilocybe. El profesor Heim logró cultivar algunas variedades en su laboratorio. Resultó especialmente apto para el cultivo artificial el hongo psilocybe mexicana Heim.

A la par de estos trabajos botánicos se realizaron investigaciones químicas, con el objeto de extraer el principio alucinógeno activo de las setas y sintetizarlo de forma químicamente pura. Dichas investigaciones se llevaron a cabo a instancias del profesor Heim en el laboratorio químico del Muséum National d’Histoire Naturelle de París, y en los Estados Unidos había grupos de trabajo que se ocupaban de este problema en los laboratorios de investigación de las dos grandes fábricas farmacéuticas Merck y Smith, Kline & French. Los laboratorios americanos habían obtenido las setas en parte de R. G. Wasson, en parte las habían hecho recoger ellos mismos en la Sierra Mazateca.

Al no dar resultados los análisis químicos parisienses y estadounidenses, el profesor Heim, como hemos expuesto al principio del capítulo, llegó a nuestra empresa a partir de la consideración de que nuestras experiencias con el LSD, cuyos efectos eran similares a los de las setas, podrían ser provechosas. Fue, pues, el LSD quien le marcó al teonanacatl el camino a nuestros laboratorios.

En aquel entonces yo era el director de la división sustancias naturales de los laboratorios de investigación farmacéutico-química, y quise asignarle el examen de las setas milagrosas a uno de mis colaboradores. Pero él no mostró muchas ganas de asumir esta tarea, porque se sabía que el LSD y todo lo relacionado con él no era un tema visto con buenos ojos por la dirección general de Sandoz. Como no se puede dar la orden de tener el entusiasmo necesario para un trabajo exitoso, pero yo lo tenía, decidí realizar yo mismo la investigación.

Para el comienzo del análisis químico disponíamos de unos cien gramos de hongos disecados del tipo psilocybe mexicana, que el profesor Heim había cultivado en su laboratorio. En las extracciones y ensayos de aislamiento me ayudó mi laborante Hans Tscherter, quien, en el curso de nuestra tarea en común de varías décadas, se había convertido en un colaborador sumamente eficiente y totalmente familiarizado con mi método de trabajo. Como no había ningún punto de referencia sobre las propiedades químicas de la sustancia activa buscada, había que realizar los ensayos de aislamiento sobre la base del efecto de los extractos. Pero ninguno de los diversos extractos mostró un efecto farmacológico claro, ni en perros ni en ratones, del que podría haberse concluido la presencia del principio alucinógeno. Surgieron dudas acerca de si los hongos cultivados y disecados en París eran todavía eficaces. Esto sólo podía establecerse con un ensayo en el hombre. Como en el caso del LSD, me decidí a hacerlo yo mismo, dado que no es posible que un investigador transmita un autoensayo a otra persona, si lo necesita para sus propias investigaciones y además encierra determinados riesgos.

En este experimento comí 32 ejemplares disecados de psilocybe mexicana, que en conjunto pesaban 2,4 g. Esta cantidad correspondía, según las indicaciones de Wasson y Heim, a una dosis media de las empleadas por los curanderos. Las setas desarrollaron un fuerte efecto psíquico, como lo muestra el siguiente extracto del protocolo del experimento:

Después de media hora el mundo exterior comenzó a transformarse de modo peregrino. Todo adquirió un carácter mejicano. Como yo era plenamente consciente de que podía fantasear estas escenas mejicanas debido a mi conocimiento del origen mejicano de las setas, intenté conscientemente ver mi medio ambiente tal cual lo conocía de todos los días. Pero todos mis esfuerzos por ver las cosas con sus formas y colores habituales fracasaron. Con los ojos abiertos o cerrados veía únicamente motivos y colores indígenas. Cuando el médico que controlaba el ensayo se inclinó por encima de mí para medir la presión sanguínea, se convirtió en un inmolador azteca, y no me habría sorprendido de que blandiera un cuchillo de obsidiana. Pese a la seriedad de la situación me divirtió ver que la cara teutónica de mi colega había adquirido una expresión netamente india. En el punto álgido de la embriaguez, unos noventa minutos tras la ingestión de las setas, el aflujo de las imágenes internas —en general eran motivos abstractos de forma y color rápidamente cambiantes— se hizo tan enorme, que temí ser arrastrado a ese vórtice de formas y colores y disolverme en él. El sueño finalizó unas horas más tarde. Subjetivamente no podría haber indicado cuánto había durado este estado vivido de modo totalmente atemporal. Sentí el reingreso a la realidad acostumbrada como un retorno feliz de un mundo extraño, vivido totalmente como real, al viejo hogar familiar.

Este autoensayo mostró una vez más que el hombre es mucho más sensible a las sustancias psicoactivas que el animal. La misma comprobación, según lo señalábamos, la habíamos hecho ya en las investigaciones con LSD en el experimento animal. La causa de la aparente ineficacia de nuestros extractos aplicados a ratones y perros no radicaba, pues, en la falta de actividad de las setas, sino en la baja capacidad de reacción de los animales ante esas sustancias activas.

Psilocybina y psilocina

Puesto que el experimento con el ser humano era el único test disponible para descubrir cuáles fracciones de extractos eran las activas, no quedaba otro remedio que realizar los experimentos en nosotros mismos, si queríamos proseguir con el trabajo y obtener un resultado exitoso. Como en el autoensayo recién descrito se había obtenido una reacción fuerte, de varias horas de duración, con 2,4 gramos, de allí en adelante utilizamos pruebas de fracciones que correspondían sólo a un tercio de esta cantidad, es decir, a 0,8 gramos de setas disecadas. Si contenían el principio activo, ejercían un efecto suave y que reducía poco tiempo la capacidad de trabajo, pero lo suficientemente nítido para poder distinguir las fracciones vacías de las que contenían la sustancia activa. En estas series de tests participaron otros colaboradores y varios colegas.

Con la ayuda de este test confiable en el ser humano se pudo entonces aislar el principio activo, concentrarlo y llevar a un estado químicamente puro mediante la aplicación de los más modernos métodos separativos. Se obtuvieron así dos sustancias nuevas en forma de cristales incoloros; las llamé psilocybina y psilocina.

En conjunto con el profesor Heim y mis colegas Dr. A. Brack y Dr. H. Kobel, quienes habían conseguido cantidades mayores de material de setas para estas investigaciones, después de haber podido mejorar sustancialmente el cultivo de las setas en el laboratorio, estos resultados se publicaron en marzo de 1958 en la revista Experientia.

En la fase siguiente de esta investigación, es decir, en el establecimiento de la estructura química de la psilocybina y la psilocina y la posterior síntesis de estos compuestos, participaron mis colaboradores de entonces, los doctores A. J. Frey, H. Ott, Th. Petrzilka y F. Troxler. La estructura química de estas sustancias activas merece una consideración especial en varios sentidos (véanse fórmulas en la última página). La psilocybina y la psilocina pertenecen, igual que el LSD, a la clase de sustancias de combinaciones del indol, que aparece en el reino animal y vegetal y es biológicamente importante. Unas características químicas especiales, comunes a ambas sustancias de las setas y al LSD, muestran que no sólo existe un parentesco en lo que respecta a sus efectos físicos, sino que también sus estructuras químicas presentan afinidades notables. La psilocybina es el éster del ácido fosfórico de la psilocina y como tal el primero y hasta ahora único compuesto de indol que contenga ácido fosfórico encontrado en la naturaleza. El resto de ácido fosfórico no contribuye al efecto, pues la psilocina, que no contiene ácido fosfórico, es igual de activo que la psilocybina, pero vuelve más estable la molécula. Mientras que el oxígeno del aire destruye rápidamente la psilocina, la psilocybina es una sustancia estable.

La psilocybina y la psilocina poseen también una estructura química muy parecida a la del factor cerebral serotonina. Como ya lo hemos expuesto en el capítulo sobre el LSD en el experimento animal y en la investigación biológica, la serotonina tiene una gran importancia en la química de las funciones cerebrales. Las dos sustancias de las setas, igual que el LSD, bloquean en el experimento farmacológico los efectos de la serotonina en diversos órganos. También otras propiedades farmacológicas de la psilocybina y la psilocina son parecidas a las del LSD. La diferencia principal reside en la eficacia cuantitativa, tanto en el experimento animal cuanto en los seres humanos. La dosis activa media de psilocybina o psilocina en el hombre es de diez miligramos (0,01 gramos), con lo cual estas sustancias son unas cien veces menos activas que el LSD, en el que 0,1 miligramos constituyen una dosis fuerte. Además, la duración del efecto de las sustancias de las setas es menor que la del LSD: es de cuatro a seis horas, mientras que en el LSD es de unas ocho a doce horas.

La síntesis total de la psilocybina y la psilocina, es decir, su fabricación artificial sin auxilio de la seta, pudo convertirse en un procedimiento técnico que permite producir estas sustancias a gran escala. Su obtención sintética es más racional y más barata que la extracción de las setas.

Con el aislamiento y la síntesis de los principios activos se había logrado deshechizar las setas milagrosas. Las sustancias, cuyos efectos maravillosos hicieron creer a los indios durante miles de años que vivía un dios en la seta, han sido elucidados en su estructura química y pueden producirse artificialmente en un matraz de vidrio.

¿En qué consiste el progreso del conocimiento que ha aportado aquí la investigación científica? En realidad sólo en el hecho de que el enigma de los efectos mágicos del teonanacatl ha sido reducido al enigma de los efectos de dos sustancias cristalizadas, pues la ciencia tampoco puede explicar, sino sólo describir estos efectos.

El parentesco de los efectos psíquicos de la psilocybina con los del LSD, su carácter visionario-alucinante, se puede ver en el protocolo de un ensayo de psilocybina de Rudolf Gelpke, extraído de su publicación ya citada en la revista «Antaios», que reproducimos a continuación:

Donde el tiempo se detiene (10 mg de psilocybina, 6 de abril de 1961, 10’20 horas).

Efectos que aparecen después de unos veinte minutos: alegría, necesidad de hablar, sensación de mareo débil pero agradable y «respiración gozosamente profunda».

10’50 hs.: ¡Fuerte mareo!, ya no me puedo con concentrar…

10’55 hs.: Excitado; intensidad de los colores; todo entre rosado y rojo.

11’05 hs.: El mundo se concentra hacia el centro de la mesa. Colores muy intensos.

11’10 hs.: Estar escindido, inaudito, ¿cómo se puede describir esta sensación de vida? Ondas, diversos yoes, tengo que contenerme.

Inmediatamente después de esta anotación me dirigí de la mesa, donde había desayunado con el Dr. H. y nuestras respectivas esposas, al aire libre, y me acosté en el césped. La embriaguez se acercaba rápidamente a su punto máximo. Pese a que me había propuesto firmemente tomar notas todo el tiempo, ahora eso me parecía una pérdida de tiempo, el movimiento de la escritura terriblemente lento y paupérrimas las posibilidades expresivas de la lengua… comparadas con la marea de vivencias interiores que me inundaba y amenazaba con hacerme estallar. Cien años, me parecía, no alcanzarían para describir la plétora de vivencias de un solo minuto. Al principio todavía había impresiones ópticas en un primer plano: vi encantado la sucesión ilimitada de las filas de árboles del bosque cercano; luego, los jirones de nubes en el cielo soleado, que de pronto se alzaban con silenciosa y arrebatadora majestad en una superposición de miles de capas —cielo sobre cielo— y esperaba que allí arriba ocurriera en el próximo instante algo ingente, inaudito, nunca visto —¿veré a un Dios?— pero todo quedó en la espera, el presagio, el «en el umbral hacia el sentimiento último»… Luego me alejé (la proximidad de los demás me molestaba) y me acosté en un rincón del jardín, encima de un montón de maderas calentadas por el sol… Mis dedos acariciaban estas maderas con una ternura desbordante, sensual de manera animal.

A la vez me abismé hacia dentro; era un máximo absoluto: me atravesó una sensación de dicha, una felicidad exenta de deseos. Me encontraba, detrás de mis párpados cerrados, en un vacío lleno de ornamentos de color rojo ladrillo y, simultáneamente, en el «centro del universo de la completa calma del viento». Yo sabía: todo estaba bien; la causa y el origen de todo estaba bien. Pero en ese mismo momento comprendí también el dolor y el asco, los malos humores y malentendidos de la vida común: allí uno nunca está «entero», sino dividido, fraccionado y escindido en los minúsculos añicos de los segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años; allí uno es esclavo del Moloc tiempo, que te come de a trocitos; uno está condenado a balbucear, a la chapuza y a las obras incompletas. Allí, en la cotidianeidad de la humana existencia, hay que arrastrar consigo lo perfecto y absoluto, lo simultáneo de todas las cosas, el Nu eterno de la Edad de Oro, esta causa primera del Ser —que ha existido siempre y siempre existirá—, como una espina dolorosa profundamente clavada en el alma, como una advertencia de la pretensión jamás satisfecha, como un espejismo del paraíso perdido y prometido, a través de este sueño de fiebre, el «presente», de un «pasado» ensombrecido a un «futuro» en tinieblas. Lo comprendí. Esta embriaguez era un vuelo espacial, no del hombre externo, sino del interno, y yo experimentaba la realidad durante un momento desde un punto de mira que está en algún lugar fuera de la fuerza de gravedad del tiempo.

Cuando volví a sentir esta fuerza de gravedad, fui lo suficientemente infantil para querer postergar el regreso, ingiriendo a las 11’45 hs. una nueva dosis de 6 mg de psilocybina y otros 4 mg a las 14’30 hs. El efecto fue insignificante y no merece citarse.

En esta serie de experimentos con LSD y psilocybina participó también en tres autoensayos la señora Li Gelpke, que realizó un dibujo en tinta china, de 33 x 51 cm. Li Gelpke escribió al respecto:

Nada de lo que hay en el dibujo está realizado conscientemente. Mientras lo hacía, el recuerdo (de lo vivido bajo la influencia de la psilocybina) había vuelto a la realidad y me guiaba en cada trazo. Por eso, la imagen tiene tantas capas como este recuerdo, y la figura que está abajo a la derecha es la prisionera de su sueño… Cuando unas semanas más tarde llegaron a mis manos unos libros sobre arte mejicano, reencontré allí los motivos de mis visiones… con repentino susto.

La aparición de motivos mejicanos en la embriaguez de psilocybina la comprobé yo también, como lo he señalado, en mi primer autoensayo con las setas disecadas llamadas psilocybe mexicana. Este fenómeno también le ha llamado la atención a R. Wasson. Partiendo de estas observaciones ha formulado la presunción de que el antiguo arte mexicano podría haber sido influido por imágenes visionarias como las que aparecen en la embriaguez de setas.

La «enredadera mágica» ololiuqui

Después de que en un tiempo relativamente breve se había logrado resolver el enigma de la seta sagrada teonanacatl, me interesé por el problema de otra droga mágica mejicana cuya composición química se ignoraba: el ololiuqui. Ololiuqui es la designación azteca de la semilla de ciertas convulvuláceas que se usaban, igual que el peyotl (cactus de la mescalina) y las setas teonanacatl, en época precolombina en ceremonias religiosas y prácticas de curas mágicas por parte de los aztecas y otros pueblos vecinos. Aún hoy determinadas tribus emplean el ololiuqui: los zapotecas, chinantecas, mazatecas y mixtecas, que en las apartadas montañas del sur de Méjico llevaban hasta hace poco tiempo una existencia bastante aislada y poco influida por el cristianismo.

El director del Harvard Botanical Museum de Cambridge (EE.UU.), Dr. R. Evans Schultes, publicó en 1941 un excelente estudio de los aspectos históricos, etnológicos y botánicos del ololiuqui. Se titula: «A Contribuition to our Knowledge of Rivea corymbosa. The Narcotic Ololiuqui of the Aztecs»[12]. Los siguientes datos sobre la historia del ololiuqui provienen principalmente de esta monografía de Schultes.

Los primeros apuntes sobre esta droga se encuentran entre los cronistas españoles del siglo XVI que también citan el peyotl y el teonanacatl. Así el franciscano fray Bernardino de Sahagún escribe, en su ya citada y famosa crónica titulada Historia General de las Cosas de Nueva España, sobre los efectos milagrosos del ololiuqui:

Hay una hierba que se llama coatl xoxouhqui (serpiente verde), que da una semilla que se llama ololiuqui. Esta semilla aturde y confunde los sentidos; se la toma como brebaje mágico…

Otra información sobre esta semilla nos la da el médico Francisco Hernández, a quien Felipe II envió a Méjico para que estudiara allí, entre 1570 y 1575, los medicamentos de los indígenas. En el capítulo «Sobre el ololiuqui» de su obra monumental, publicada en Roma en 1651 con el título de Rerum Medicarum Novae Hispaniae Tresaurus Seu Plantarum, Animalium, Mineralium Mexicanorum Historia, da una descripción detallada y la primera ilustración del ololiuqui. Un extracto del texto latino que acompaña a la ilustración dice así:

El ololiuqui, que otros llaman coaxihuitl o hierba de la serpiente, es una enredadera con hojas tenues, verdes, en forma de corazón… las flores son blancas, de tamaño medio… las semillas redondas… Cuando los sacerdotes de los indios quieren tratar con los dioses y obtener respuestas de ellos, comen de esta planta para embriagarse. Entonces se les aparecen miles de formaciones fantásticas y demonios…

Pese a esta descripción relativamente buena, la identificación botánica del ololiuqui como semilla de la rivea corymbosa Hall. f. motivó numerosas discusiones entre los profesionales y hoy día se propone como designación botánica correcta turbina corymbosa (L.) Raf.

Cuando en 1959 me decidí a intentar aislar el principio activo del ololiuqui había un solo informe sobre trabajos químicos con la semilla de la turbina corymbosa. Pertenecía al farmacólogo C. G. Santesson de Escotolmo, y era de 1937. Pero Santesson no había logrado aislar una sustancia activa en su forma pura.

Sobre la eficacia del ololiuqui se habían publicado hallazgos contradictorios. En 1955, el psiquiatra H. Osmond realizó autoensayos con las semillas de la turbina corymbosa. Tras la ingestión de 60-100 semillas entró en un estado de apatía y vacío, acompañado de alta sensibilidad visual. Cuatro horas después siguió un período con una sensación de relajamiento y bienestar, que se mantuvo un buen rato. Esto se contradecía con los resultados que publicó V. J. Kinross-Wright en 1958 en Inglaterra, según los cuales ocho voluntarios, que habían ingerido hasta 125 semillas, no sintieron efecto alguno.

Por mediación de R. Gordon Wasson obtuve dos muestras de semillas de ololiuqui. En la carta con que acompañaba las muestras, Wasson me escribía el 6 de agosto de 1959 desde México-City:

Le envío aquí un pequeño paquete con semillas. Según creo, se trata de rivea corymbosa, conocida también como ololiuqui, el famoso estupefaciente de los aztecas. En Huautla se la denomina semilla de la Virgen. Como verá el paquete contiene dos botellitas con semillas que me dieron en Huautla, y un recipiente más grande con semillas que me dio Francisco Ortega, un indio zapoteca, que las había recogido él mismo de las plantas de la localidad zapoteca de San Bartolo Yautepec…

Las semillas redondas, de color marrón claro, provenientes de Huautla, resultaron ser efectivamente rivea corymbosa (sinónimo: turbina corymbosa) en su identificación botánica, mientras que las semillas negras y angulosas de San Bartolo Yautepec fueron identificadas como ipomoea violacea.

Mientras que la turbina corymbosa se desarrolla sólo en climas tropicales o subtropicales, la ipomoea violacea se encuentra también en zonas templadas como planta de adorno y está difundida en toda la superficie del planeta. Se trata de la enredadera, que con sus campanillas en distintas variedades, con cálices azules o a rayas azules y rojas, engalanan nuestros jardines.

Además del ololiuqui original, es decir, además de las semillas de la turbina corymbosa, que denominan badoh, los zapotecas emplean también el badoh negro, las semillas de la ipomoea violacea. Esta observación la realizó T. MacDougall, quien nos hizo llegar un segundo envío, más abundante, de estas últimas semillas.

En la investigación química de la droga ololiuqui participó mi aplicado ayudante de laboratorio Hans Tscherter, con quien ya había llevado a cabo el aislamiento de las sustancias activas de las setas. Establecimos la hipótesis de trabajo de que los principios activos de las semillas de ololiuqui podían pertenecer a la misma clase de sustancia química que el LSD, la psilocybina y la psilocina, es decir, a los compuestos de indol. En vista del gran número de otros grupos de sustancias que podían ser sustancias activas del ololiuqui del mismo modo que los indoles, la probabilidad de que esta suposición fuera acertada era muy reducida. Pero se podía comprobar con mucha facilidad. Pues la presencia de compuestos del indol se puede constatar simple y velozmente con reacciones de coloración. Con determinado reactivo, ya la presencia de trazas de sustancias de indol dan una solución de un intenso color azul. Tuvimos suerte con nuestra hipótesis. Los extractos de las semillas de ololiuqui produjeron el color azul característico de los indoles. Con la ayuda de este test de coloración, al poco tiempo logramos aislar las sustancias de indol de las semillas y obtenerlas de forma químicamente pura. Su identificación nos llevó a un resultado sorprendente. Lo que encontramos al comienzo nos pareció increíble. Sólo después de una repetición y un examen muy cuidadoso de los pasos realizados cedió la desconfianza a nuestros propios hallazgos: los principios activos de la vieja droga mágica mexicana ololiuqui resultaron idénticos a sustancias que ya había en mi laboratorio, a saber, a alcaloides que habíamos obtenido en el curso de las investigaciones precedentes sobre el cornezuelo de centeno. Eran los alcaloides que nos habían costado décadas de análisis, en parte aislados como tales drogas del cornezuelo, en parte obtenidos por transformación química de sustancias del mismo.

Comprobamos que las sustancias activas principales del ololiuqui son la amida del ácido lisérgico, la hidroxietilamida y otros alcaloides químicamente muy emparentados con éstos (ver fórmulas última página). Entre ellos se encontraba también el alcaloide ergobasina, cuya síntesis había constituido el punto de partida de mis investigaciones sobre alcaloides del cornezuelo de centeno. La sustancia activa del ololiuqui llamada la amida del ácido lisérgico está químicamente muy emparentada con la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), como puede indicarlo su designación incluso a los que no sean químicos.

La amida del ácido lisérgico había sido descrita por vez primera por los químicos ingleses S. Smith y G. M. Timmis, como producto de desdoblamiento de los alcaloides del cornezuelo de centeno, y yo ya había sintetizado esta sustancia en el marco de las investigaciones de las que surgió el LSD. Sin embargo, entonces nadie sospechaba que este compuesto sintetizado en la retorta habría de encontrarse veinte años después como sustancia activa natural en una vieja droga mágica mejicana.

Después del descubrimiento de los efectos psíquicos del LSD había probado también la amida del ácido lisérgico mediante un autoensayo y comprobé que, aunque sólo en una dosis diez a veinte veces mayor que el LSD, también genera un estado onírico. Este estado se caracterizaba por un sentimiento de vacío espiritual y de irrealidad y sinsentido del mundo exterior, una mayor sensibilidad auditiva y un cansancio físico no desagradable que terminaba en sueño. El psiquiatra Dr. H. Solms confirmó este cuadro de acción de LA 111, como se llamaba la amida del ácido lisérgico en su forma de preparado experimental, mediante una investigación sistemática.

Al presentar en otoño de 1960 los hallazgos de nuestras investigaciones del ololiuqui en el congreso de sustancias naturales de la Unión Internacional para Química Pura y Aplicada (IUPAC), mis colegas profesionales reaccionaron con escepticismo. En las discusiones que siguieron a mi exposición se expresó la sospecha de que en mi laboratorio, en el que tanto se trabajaba con derivados del ácido lisérgico, se podrían haber contaminado involuntariamente los extractos del ololiuqui con trazas de estos compuestos.

Las dudas provenían de la presencia de alcaloides del cornezuelo de centeno, que hasta entonces se conocían sólo como sustancias contenidas en setas inferiores, en plantas superiores de la familia de las convolvuláceas, se contradecía con la experiencia, según la cual determinadas sustancias son típicas de una familia de plantas determinada y están restringidas a ésta. Efectivamente, la presencia de un grupo de sustancias características, en este caso, los alcaloides del cornezuelo de centeno, en dos secciones del reino vegetal muy distantes en cuanto a su desarrollo, es una excepción muy rara.

Sin embargo, nuestros resultados fueron confirmados cuando diversos laboratorios en los Estados Unidos, Alemania y Holanda verificaron nuestras investigaciones de las semillas del ololiuqui. El escepticismo llegó tan lejos que se consideró la posibilidad de que las semillas podrían estar infectadas con setas que producían alcaloides, aunque luego esta hipótesis se dejó de lado tras los primeros experimentos.

Pese a que sólo se habían publicado en revistas especializadas, estos trabajos sobre las sustancias activas de las semillas del ololiuqui tuvieron consecuencias inesperadas. Dos empresas mayoristas holandesas de semillas nos comunicaron que sus ventas de semillas de ipomoea violacea, la enredadera azul tan decorativa, se habían incrementado notablemente en los últimos tiempos. Además, había aparecido una clientela desacostumbrada. Se habían enterado de que la gran demanda estaba relacionada con investigaciones de estas semillas en nuestros laboratorios, y deseaban una información más detallada. Resultó que la nueva clientela provenía de círculos de hippies y otros sectores interesados en drogas alucinógenas. Se creía haber encontrado en las semillas del ololiuqui un sustituto del LSD, que era cada vez más difícilmente asequible.

Pero el boom de las semillas de campanillas duró relativamente poco tiempo, aparentemente como consecuencia de las experiencias no muy buenas que se hicieron con este estupefaciente nuevo y a la vez antiquísimo en el mundo de las drogas. Las semillas de ololiuqui, que se ingieren aplastadas y mezcladas con agua, leche u otra bebida, tienen un sabor muy malo y no se digieren bien. Además, los efectos químicos del ololiuqui son, de todos modos, distintos de los del LSD, al estar menos acentuado el componente eufórico y alucinógeno, y dominar en general los sentimientos de un vacío espiritual y a menudo de angustia y depresión. Es igualmente indeseable en un estupefaciente el efecto de laxitud y cansancio. Todos estos motivos deben de haber contribuido a que haya disminuido el interés por las semillas de las enredaderas en la escena de las drogas.

Hasta ahora se han realizado sólo pocas investigaciones para determinar si las sustancias activas del ololiuqui pueden encontrar una aplicación útil en la medicina. A mi juicio habría que aclarar sobre todo, si el efecto fuertemente sedante, narcótico, de determinadas sustancias del ololiuqui, o de derivados químicos de las mismas, puede usarse con fines terapéuticos.

Con las investigaciones sobre el ololiuqui, mis trabajos en el terreno de las drogas alucinógenas quedaban redondeados de manera bonita. Formaban ahora un círculo, podría decirse, un círculo mágico: el punto de partida fueron las investigaciones sobre la fabricación de amidas del ácido lisérgico del tipo del alcaloide natural del cornezuelo de centeno, la ergobasina. De allí llevaron a la síntesis de la dietilamida del ácido lisérgico, el LSD. Los trabajos con la sustancia activa alucinógena LSD condujeron al análisis de las setas milagrosas alucinógenas teonanacatl, de las que se aislaron como principios activos la psilocybina y la psilocina. El ocuparme en la droga mágica mejicana teononacatl me llevó al examen de una segunda droga mágica de Méjico, el ololiuqui. En el ololiuqui se reencontraron como sustancias activas alucinógenas unas amidas del ácido lisérgico y entre ellas la ergobasina, con lo cual se cerró el círculo mágico.