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De medicamento a droga narcótica
En los primeros años después de descubrirlo, el LSD me proporcionó alegrías y satisfacciones, como las siente el químico farmacéutico cuando se perfila la posibilidad de que una sustancia por él creada se convierta en un medicamento valioso. Pues la creación de nuevos remedios es el objetivo de su actividad de investigador; en ella reside el sentido de su trabajo.
Experimentos no médicos
Esta alegría por la paternidad del LSD se vio empañada cuando, después de más de diez años de investigación científica y aplicación médica no turbada, el LSD fue arrastrado a la poderosa ola de toxicomanía que comenzó a extenderse hacia fines de la década de los cincuenta en el mundo occidental y sobre todo en los EE.UU. El LSD hizo una carrera increíblemente rápida en su nuevo papel de estupefaciente. Durante un tiempo fue la droga número uno, al menos en lo que a publicidad respecta. Cuanto más se extendía su aplicación como estupefaciente y crecía así el número de los incidentes causados por un uso irreflexivo, no controlado por médicos, tanto más el LSD se convertía para mí y para la empresa Sandoz en el hijo de nuestros desvelos.
Era obvio que una sustancia con efectos tan fantásticos sobre la percepción sensorial y sobre la experiencia del mundo exterior e interior, despertaría también el interés de círculos ajenos a la ciencia medicinal. Pero jamás hubiera esperado que el LSD, que —con su acción profunda tan imprevisible e inquietante— no tiene de ningún modo el carácter de estimulante, encontraría una aplicación mundial como estupefaciente. Me había imaginado que fuera de la medicina se interesarían por el LSD los filósofos, los artistas, pintores y escritores, pero no amplios grupos de legos. Después de las publicaciones científicas sobre la mescalina, que habían aparecido a comienzos de siglo, y cuyos efectos psíquicos son, como ya hemos dicho, cualitativamente parecidos a los del LSD, la aplicación de esta sustancia activa siguió restringida a la medicina y a experimentos en círculos artísticos y literarios; lo mismo había esperado para el LSD. Efectivamente, los primeros autoensayos no médicos fueron realizados por escritores, pintores, músicos y personas interesadas en las ciencias del espíritu. Se informó sobre sesiones de LSD que habían inducido experiencias estéticas fuera de lo común y nuevas comprensiones de la naturaleza de procesos creativos. En sus obras, los artistas se veían influenciados de forma no convencional. Se desarrolló un género artístico especial, que se ha hecho famoso con el nombre de arte psicodélico. Este nombre comprende creaciones surgidas bajo la influencia de LSD y otras drogas psicodélicas, en las que la droga actuaba como estimulante y fuente de inspiración. La publicación capital en este terreno es el libro de Robert E. L. Masters y Jean Houston: Psychedelic Art (Arte psicodélico), Balance, House, 1968. Las obras de arte psicodélicas no se crearon durante la acción de la droga, sino sólo después, influenciadas por lo experimentado. Mientras dura el estado de embriaguez, la actividad artística es difícil o incluso imposible. La afluencia de imágenes es demasiado rápida y cambiante para poder retenerse y elaborarse. Un espectáculo arrollador paraliza la actividad. Por tanto, las producciones realizadas durante la embriaguez de LSD ofrecen en general un carácter rudimentario y no merecen tomarse en cuenta por su valor artístico, sino que más bien deben ser consideradas una especie de psicogramas que proporcionan una introspección en las estructuras anímicas profundas del artista, activadas y llevadas a la conciencia por el LSD. Ello también lo mostró expresivamente una amplia investigación posterior del psiquiatra muniqués Richard P. Hartmann, en la que participaron treinta pintores conocidos. Publicó los resultados en su libro Malerei aus Bereichen des Unbewussten. Künstler experimentieren unter LSD (Pintura del ámbito de lo inconsciente. Artistas experimentan bajo el LSD), Ed. M. DuMont Schauberg, Colonia, 1974. Los experimentos con LSD permitieron ganar conocimientos novedosos y valiosos para la psicología y psicopatología de determinadas corrientes artísticas.
Los experimentos con LSD también dieron nuevos impulsos a la investigación de experiencias religiosas y místicas. Teólogos y filósofos discutían la cuestión de si las experiencias que a menudo aparecían en las sesiones de LSD eran auténticas, es decir, equiparables a las experiencias e iluminaciones místico-religiosas espontáneas.
Esta fase no médica, pero seria, de la investigación médica, fue pasando a principios de los años sesenta cada vez más a un segundo plano, cuando el LSD, en el curso de la ola de toxicomanía estadounidense, se difundió con velocidad epidémica como estupefaciente sensacional en todas las capas de la población. El rápido aumento del consumo de drogas, que se inició alrededor de veinte años atrás en los Estados Unidos, no fue, sin embargo, una consecuencia del descubrimiento del LSD, según lo aseveraban a menudo observadores superficiales, sino que tiene profundas causas sociológicas. Son éstas: el materialismo, el alejamiento de la naturaleza a consecuencia de la industrialización y la vida urbana, la insuficiente satisfacción en la actividad profesional en un mundo del trabajo mecanizado y desalmado, el aburrimiento y la falta de objetivos en una sociedad de bienestar saturada, y la falta de un motivo vital religioso, protector y coherente como concepción de mundo.
Los drogadictos consideraron que la aparición del LSD precisamente en aquel momento era una suerte de lance de fortuna; desde su perspectiva, la droga llegó justo a tiempo para ayudar al hombre que debe sufrir las condiciones actuales. No es casual que el LSD circulara como estupefaciente primeramente en los Estados Unidos, el país en el que la industrialización, la tecnificación, incluso la agrícola, y la urbanización están más avanzadas. Son los mismos factores que llevaron al surgimiento y a la difusión del movimiento hippie, que se desarrolló al mismo tiempo que el del LSD; son inseparables uno de otro. Valdría la pena investigar hasta qué punto el consumo de drogas ha fomentado el movimiento hippie y viceversa.
El paso del LSD de la medicina y psiquiatría a la escena de las drogas fue iniciado e impulsado por publicaciones sobre sensacionales experimentos que seguramente se realizaron en clínicas psiquiátricas y en universidades, pero sobre los que luego no se informó en revistas especializadas, sino, con grandes titulares, en diarios y revistas de difusión general. Hubo periodistas que se prestaron a ser conejitos de Indias, como por ejemplo Sidney Katz, quien realizó un experimento con LSD en el Hospital de Saskatchewan, Canadá, bajo la supervisión de renombrados psiquiatras. Pero luego publicó sus experiencias, no en una revista médica, sino con fotos a todo color y fantasiosa minuciosidad en su revista Mac Lean’s Canada National Magazine, bajo el título de «Mis doce horas de loco». La muy difundida revista alemana Quick publicó en su número 12 del 21 de marzo de 1954 un reportaje sensacionalista sobre «Un osado experimento científico» del pintor Wilfred Zeller, quien había ingerido «unas pocas gotas de ácido lisérgico» en la clínica psiquiátrica de la Universidad de Viena. De entre las numerosas publicaciones que hicieron una eficaz propaganda del LSD para legos, citemos por último un artículo amplio e ilustrado, publicado en la revista norteamericana Look de setiembre de 1959 con el título de «The curious story behind the new Cary Grant»[6], que debe haber contribuido singularmente a la difusión del consumo de LSD. En una renombrada clínica de California, al actor Cary Grant se le había administrado LSD en el marco de un tratamiento psicoterapéutico. Cary Grant le informó a la periodista de Look, que toda su vida había estado buscando la paz interior. El yoga, el hipnotismo y el misticismo, sin embargo, no se la habían convertido en un hombre nuevo y seguro de sí mismo que ahora, tras tres fracasos matrimoniales, creía que podría amar de verdad y hacer feliz a una mujer.
Sin embargo, lo que más contribuyó a la transformación del LSD de medicamento en estupefaciente fueron las actividades del Dr. Timothy Leary y de su entonces colega en la Universidad de Harvard, Cambridge (EE.UU.), Dr. Richard Alpert. En un capítulo posterior hablaré más extensamente acerca del «apóstol del LSD» y cofundador del movimiento hippie, Leary, y sobre mi encuentro con él. En los Estados Unidos también se publicaron libros en los que se informaba detalladamente acerca de los efectos fantásticos del LSD. Citemos aquí únicamente a dos de entre los más importantes: Exploring Inner Space (Explorando el espacio interior), de Jane Dunlap (Harcourt, Brace and World, Inc., Nueva York, 1961), y My Self and I (Yo y yo misma), de Constance A. Newland (N. A. L. Signet Books, Nueva York, 1963). Pese a que en ambos casos el LSD se tomaba en el marco de un tratamiento psiquiátrico, se trataba de libros de divulgación que se convirtieron en best-sellers. En su libro, que la editorial elogiaba en los siguientes términos: «el testimonio íntimo y franco del audaz experimento de una mujer con la más novedosa droga psiquiátrica, el LSD-25», Constance A. Newland relataba con íntima meticulosidad cómo se había curado su frigidez. Es fácil imaginarse la cantidad de personas que querían probar el remedio mágico en su propio cuerpo, después de semejantes confesiones. La opinión errónea, fomentada por aquellos libros, de que bastaría con ingerir LSD para provocar efectos y cambios mágicos en uno mismo, llevó en poco tiempo a una amplia difusión de la autoexperimentación con la nueva droga.
Desde luego, también se publicaron libros objetivos, esclarecedores, sobre el LSD y su problemática, como el excelente escrito del psiquiatra Dr. Sidney Cohen, The Beyond Within (El más allá interior), Atheneum, Nueva York, 1967, en el que se remarcan claramente los peligros de un empleo irreflexivo. Mas no pudieron contener la epidemia de LSD.
Como tales ensayos se realizaban a menudo sin conocerse el efecto profundo, inquietante e impredecible del LSD, y sin vigilancia médica, no pocas veces terminaban mal. Con el consumo creciente de LSD en el ámbito de las drogas, se multiplicaron estos horror trips, experimentos con LSD que conducían a estados de confusión y pánico, y que conllevaban frecuentes desgracias y hasta crímenes.
El rápido incremento del consumo no medicinal del LSD a comienzos de los años sesenta debe atribuirse en parte al hecho de que las leyes sobre estupefacientes entonces vigentes no incluían el LSD en la mayoría de los Estados. Por este motivo, muchos drogadictos cambiaban otros estupefacientes por el LSD, una sustancia que todavía no era ilegal. Asimismo, en 1963 caducaron las últimas patentes de Sandoz para la fabricación de LSD, con lo cual quedaba eliminada otra traba para su producción ilegal.
Para nuestra empresa la difusión de LSD en la escena de las drogas implicó una sobrecarga de trabajo pesada e infecunda. Laboratorios estatales de verificación y autoridades sanitarias nos pedían datos sobre las propiedades químicas y farmacológicas del LSD, sobre su estabilidad y toxicidad, métodos de análisis para constatar su presencia en muestras de drogas incautadas y en el cuerpo humano, en la sangre y la orina. Se sumó, además, una voluminosa correspondencia relacionada con preguntas de todo el mundo sobre accidentes, intoxicaciones, actos criminales, etc., en el caso de abuso de LSD. Todo ello significó un manejo amplio, desagradable y no rentable, del que la dirección de Sandoz tomó displicente conocimiento. Así fue como un día el profesor Stoll, entonces director general de la empresa, me dijo con un tono de reproche: «Quisiera que usted nunca hubiera inventado el LSD».
En aquella época yo mismo solía dudar de si las valiosas cualidades farmacológicas y psíquicas del LSD compensarían sus peligros y los daños causados por su abuso. ¿Se convertirá el LSD en una bendición o en una maldición para la humanidad? Esto me lo preguntaba a menudo cuando me preocupaba por este hijo de mis desvelos. Mis otros preparados: Methergin, Dihydergot y Hydergin, no causaban tales dificultades. No son hijos problemáticos; no tienen propiedades extravagantes que conduzcan al abuso, y se han convertido felizmente en medicamentos valiosos.
En los años 1964-66 la publicidad en torno al LSD alcanzó su punto culminante, en lo que se refiere tanto a descripciones entusiastas de fanáticos de las drogas y de hippies sobre la acción mágica del LSD, cuanto a informes sobre desgracias, colapsos psíquicos, acciones criminales, homicidios y suicidios bajo los efectos de LSD. Reinaba una verdadera histeria de LSD.
Sandoz congela la entrega
En vista de esta situación, la dirección comercial de Sandoz se vio obligada a asumir una posición pública frente al problema del LSD y a dar a conocer las medidas tomadas al respecto. El comunicado de prensa de la empresa emitido en abril de 1966 rezaba así:
Hace pocos días la División Farmacéutica de Sandoz Inc. de los Estados Unidos dio un comunicado de prensa, según el cual se congela de inmediato toda entrega ulterior de la dietilamida del ácido lisérgico, el llamado LSD-25, utilizado sobre todo con fines de investigación, así como del preparado psilocybina. Pero esta decisión no afecta sólo a los Estados Unidos, sino que Sandoz la ha tomado también para todos los demás países, incluida Suiza. Pese a que jamás hemos comercializado el LSD-25, descubierto en nuestros laboratorios en 1943, ni la psilocybina, también aislada por primera vez en los Laboratorios Sandoz en 1958 a partir de una seta mejicana, las circunstancias especiales que han motivado nuestra medida exigen una explicación complementaria.
El LSD y la psilocybina son preparados del grupo de los llamados phantastica o sustancias alucinógenas, es decir, preparados que actúan ante todo sobre la percepción sensorial. Para la moderna investigación psiquiátrica y psicofarmacológica sobre todo el LSD tuvo una especial significación, porque ya en dosis mínimas provoca efectos psíquicos. Durante muchos años, Sandoz proporcionó gratuitamente este preparado y el menos activo psilocybina a investigadores calificados en laboratorios y clínicas en todo el mundo. Gracias a medidas de seguridad autoimpuestas y muy severas fue posible evitar un abuso de estas sustancias por parte de personas no competentes. Pero lamentablemente en los últimos tiempos, sobre todo entre jóvenes de otros países, se ha vuelto notable un creciente abuso de drogas alucinógenas. El agravamiento de esta situación debe atribuirse, y no en última instancia, a que una avalancha de artículos en la prensa sensacionalista ha despertado entre el público lego, a través de descripciones distorsionadas, un interés insano por el LSD y otras sustancias alucinógenas. El hecho decisivo es, sin embargo, que recientemente ciertos productos de base para la fabricación de LSD se han vuelto asequibles para todos en el mercado de sustancias químicas, de modo que la producción también se ha vuelto posible para círculos irresponsables e interesados en el contrabando y el mercado negro de estas sustancias. Además, en 1963 caducó la última patente de Sandoz para el LSD. Pese a la seguridad de que, gracias a nuestras medidas muy restrictivas, no ingresó prácticamente nada de LSD y psilocybina fabricada por Sandoz en los canales del mercado negro, en vista del nuevo estado de cosas hemos llegado a la convicción de que no podemos seguir asumiendo la responsabilidad de la distribución y cesión de estas sustancias. Será obligación de las autoridades competentes adoptar medidas adecuadas para el control de la producción y distribución de sustancias alucinógenas, para asegurar que, por una parte, se preserven legítimos intereses de investigación y, por otra, se evite su empleo abusivo.
Durante un tiempo, quedó totalmente congelado el suministro de LSD y psilocybina por parte de nuestra empresa. Después que la mayoría de los Estados hubo promulgado severas normas sobre la tenencia, distribución y utilización de los alucinógenos, los médicos, las clínicas psiquiátricas y los institutos de investigación que presentaban una autorización especial de parte de las respectivas autoridades sanitarias para trabajar con estas sustancias, podían volver a ser abastecidos de LSD y psilocybina. En los Estados Unidos fue el NIMH (National Institute of Mental Health) el que asumió la distribución de estas sustancias activas a entes con la licencia correspondiente.
Pero todas estas medidas legales y administrativas tuvieron poca influencia sobre el consumo de LSD en el sector de los estupefacientes, y en cambio trabaron, y siguen trabando, la aplicación médico-psiquiátrica y la investigación de LSD en biología y neurología, porque muchos investigadores temen la guerra de papeles aneja a la autorización para el empleo de LSD. La mala reputación adquirida por el LSD —se llegó a designarla «droga de la locura» e «invento satánico»— a consecuencia del abuso en la escena de las drogas y las consecuentes desgracias y crímenes, es otro motivo más para que numerosos médicos no lo empleen en su práctica psiquiátrica.
En el curso de los últimos años se ha calmado el tráfago publicitario en torno al LSD, y ha también disminuido el consumo de LSD como estupefaciente, según podría concluirse de la menor frecuencia de noticias sobre accidentes y otros sucesos lamentables después de ingestiones de la droga. Con todo, la disminución en el número de incidentes podría no sólo darse a consecuencia de un retroceso en el consumo de LSD, sino que posiblemente pueda atribuirse también al hecho de que los consumidores del LSD con el tiempo están más al tanto de los especiales efectos y peligros del LSD y actúen, por ende, con mayor cautela. Lo seguro es que el LSD, que durante un tiempo pasó por ser el estupefaciente más importante del mundo occidental, sobre todo en los Estados Unidos, ha cedido ese papel dirigente a otras drogas, al hashish y a la heroína y la anfetamina, las cuales generan toxicomanía y arruinan también la salud física. Sobre todo las últimas constituyen hoy día un preocupante problema sociológico y de salud pública.