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Antes de salir de Rusia con Vika, quise pasar unos días en mi Crimea natal. Besar a mi madre, recibir su amor, presentarle a Vika, ver el mar Negro de mi infancia, ensimismarme con esas puestas de sol increíbles.

En definitiva, volver a la vida. Perdí el corazón en el asunto de Sasha, perdí casi mi alma. Quiero recuperarlo. Saqué todo mi dinero del banco, ese dinero manchado de sangre, ese papel que olía mal y que no había sido ganado con decencia.

Lo saqué y quise tirarlo al río. Vika me dijo que podría ayudar con él a mucha gente. Y tenía razón. Tenía varios millones de rublos por todos mis trabajos. Muchísimos millones.

Una buena parte se la daría a mi madre, para que tuviera un retiro digno, como ella merecía. El resto, iríamos viendo en qué se podía emplear.

Menos mal que tengo a este ángel de la guarda de nombre Viktoria que me guía por esta selva que es el mundo actual. Sin ella, volvería a perderme, y ya sería definitivo, para no regresar jamás.

Por si acaso seguís la propaganda de los noticiarios occidentales, queridos amigos, quiero deciros que Crimea es, y será por siempre, territorio ruso. Que no os cuenten películas de terror. Es un territorio heroico. De hecho, varias ciudades de Crimea son ciudades héroes, como si fueran soldados.

Hay tanta sangre rusa derramada por su tierra y sus mares que no podrán arrebatárnosla nunca. Eso sí, estos problemas de anexiones y otros conceptos inventados por aquellos que nunca arriesgarán su culo por su pueblo, es lo que hace que nos enfrentemos sin conocer la historia verdadera.

En Crimea solo hay rusos étnicos y una importante minoría de tártaros, eso es cierto. Luchamos durante siglos contra los tártaros y, como ocurre siempre, las guerras hicieron que Crimea fuera, finalmente rusa.

Cuando alguien nos la arrebate a nosotros en batalla, arriesgando la sangre de un pueblo, si no sabemos, no queremos o no podemos defenderla, Crimea pasará a ser de ese otro pueblo.

Pero decir que es ucraniana porque un ucraniano, el jefe de la Unión Soviética en los años 50 y 60, tras la muerte de Stalin, la regaló a Ucrania en una caprichosa decisión unilateral, es muy atrevido.

A Jrushov le pesaban las barbaridades que hizo contra su pueblo ucraniano y quiso arreglarlo regalándoles la joya rusa, Crimea.

Yo nací en Gurzuf, un pequeño pueblo cercano a Yalta. El gran escritor Antón Chéjov compró una casa allí, donde le gustaba pasar largas temporadas. Cerca de la casa de mi madre está precisamente su casa museo.

El gran Pushkin escribió desde Gurzuf, mirando al profundo mar Negro, salvaje en sus tormentas, inmortales poemas que han quedado para la eternidad.

Alquilé un coche en Rostov del Don y desde allí fuimos a Gurzuf, atravesando el estrecho de Kerch en barco, única forma de pasar ahora a Crimea desde Rusia si no se viaja en avión. Vika me fue devolviendo poco a poco a la vida.

Como no teníamos prisa, parábamos en todas las ciudades o poblachos que nos salían al paso. Tardé en poder hacerle el amor. Al principio lo entendió y no insistía, pero el tercer día, cuando aún estábamos entre Krasnodar y Anapa, se me vino abajo.

—Yura, dime, por favor si, debido a lo que pasó en Grózny, no puedes amar. Dímelo; si no me amas estaré contigo igualmente. Solo puedo estar contigo, y con nadie más. Pero dime la verdad. La limpia, como tú la llamas.

—Mi cervatillo inocente, mi Vika amada, mi pobre, mi buena Vika, ¿cómo no voy a amarte? Tú eres toda mi vida, tú eres lo único que me hace aferrarme a la vida sin pegarme un tiro y acabar con todo. Porque tenemos planes, tú los dejas te muy claros aquel día en la cabaña. Te amo, no temas por nada.

»Si me cuesta un poco demostrarlo físicamente, dame tiempo. Estoy tratando de entenderme, de comprender el porqué. Tengo que salir de este trauma, y no me refiero solo a lo de Sasha, sino a los años anteriores, matando por matar.

»Estoy empezando a comprender que lo de Sasha, por bárbaro que haya sido, que lo fue, ha sido más humano, había un motivo de peso, había razones, y además éramos dos personas muy unidas las que nos contagiamos una a la otra este deseo y fue creciendo en nosotros. Pero lo otro... solo porque tenga un don disparando.

»Es cierto que, en general, en un 99%, he eliminado del planeta a gentuza de la peor calaña, pero he matado. Y no los conocía. ¿Podré vivir con esto? Solo con tu amor y tu cálida presencia lograré hacerlo. Solo así, Vika. Dime que lo entiendes. O miénteme, pero dime que sí, aunque no lo entiendas bien.

—Lo entiendo, Yura. Eres transparente, tu alma sale a través de las palabras. Eres tan humano que en ti se da todo lo mejor y también, a veces, puede llegar a darse lo peor, sin medias tintas, de manera exagerada, como somos, en el fondo, todos los rusos.

»Exagerados, soñadores, melancólicos, humanos y el pueblo más comprensivo hacia los demás. Rusia, nuestra Rusia nos ha hecho así. En Rusia sucederá siempre lo mejor y lo peor. El país es un péndulo.

»Mira la historia. Vamos de un lado a otro del péndulo de la historia. Te quiero tanto... Temo perderte. Algo en mí me dice que eso no va a suceder, pero como mujer tengo esa pequeña angustia.

Entonces, por fin, la besé como antes. Pude, al menos, besarla y tocarla. Me dediqué a besar su cuerpo en el arcén de la carretera A 146, cerca de Krymsk. Mis labios recorrieron su cuerpo como un peregrino recorre el mundo entero por el placer de andar.

El cuerpo de Vika es para mí el ocho tumbado, el símbolo matemático que representa al infinito. No tiene principio ni fin. Su cuerpo es, existe.

Y mis labios se formaron en el vientre de mi madre para, un día, veintidós años después, aplicarlos a esa piel y amar así, acariciando, absorbiendo, soplando, jugueteando con la lengua.

Esa fue mi forma de convencer a Vika de que mi amor era verdadero y era firme. Lloró de felicidad. No pudo evitar llorar, alegre y aliviada, haciendo salir el miedo a través de lágrimas que me inundaron la nuca, el pelo, las orejas, el cuello...

Tengo que aceptar, señores. ¿Aceptar? Sí, aceptar todo, la vida, mis circunstancias. Si Sasha no hubiera hecho aquello, yo no habría conocido jamás, al menos en esas circunstancias, a Viktoria. Esa fue la forma que ideó la vida para juntarnos. Muy al límite, os diréis. Estoy de acuerdo. Demasiado difícil todo.

Me voy aceptando como soy. Y vosotros, aunque algunos podáis ser, en efecto, unos pobres moñas sin remedio, me dais envidia. Muchos tendréis familia, hijos, una vida tranquila, quizá aburrida, no lo niego.

Pero ¿sabéis lo que daría yo por tener un trabajillo aburrido, monótono, junto a Vika, con dos hijos corriendo entre mis pies, berreando y llorando, mientras mi tripa crece y se me cae el pelo?

En una pequeña casa de segunda mano, de alquiler, junto al mar, sin más posesiones que mi mujer, mis hijos y mis cojones, que, debido a su tamaño, los noto a cada minuto (no creáis que me voy a ablandar hasta extremos vomitivos; una cosa es una cosa y otra es otra, ¿está claro?). Mi juventud está arruinada, de momento. Yo mismo decidí destrozar mi vida.

Os dije hace unas páginas que, cuando supiera quién soy ahora, os lo comunicaría sin dilación. Pues bien, creo que ya lo sé. Soy un tipo que llegó a este mundo sin saber de dónde, ignorando para qué estamos aquí, pero que va a luchar para tener una familia.

Y voy a explicar, con toda claridad a mis hijos, si algún día Vika quiere parírmelos, qué es la violencia, adónde conduce al ser humano, sobre todo al varón, más propenso a ella por la testosterona, las consecuencias de dejarse llevar por el odio y muchas cosas más.

Como sabrán disparar de manera natural, supongo, no me será necesario enseñarles nada en ese aspecto. De todas formas, a mi hijo varón, Denís, le diré que, como me salga un moñas pelagán y zangolotino, le voy a dar más hostias que a una puta estera, para que espabile.

O sea, que, como veis, sigo sin tener ni la más puta idea de quién soy ni adónde voy, pero me importa un carajo, porque sí sé quién viene conmigo en este viaje apasionante que será mi nueva vida.

Y desde aquel mega-beso que duró varias horas, donde dejé a Vika empapada de saliva y más chupada que el currusco de pan de un bebé sin dientes, volví a follarme a mi novia en todo momento y situación que consideraba propicio.

Vika, feliz y sin atreverse a ponerme límites, se dejó hacer cuanto quise. Mientras conducía hacia el oeste, siempre hacia el oeste, le propuse que se subiera el vestido y que se sentara sobre mí. Iríamos cabalgando mientras devorábamos kilómetros. Dicho y hecho.

Se sentó sobre mí, ya sin bragas, pues era más rápida quitándoselas que Billy el Niño sacando su revólver, y follábamos así, de esa manera tan suave, con mi polla metida bien adentro, pero casi sin movernos, disfrutando del contacto, acariciándonos y besándonos.

De vez en cuando Vika quería disfrutar un poco y me cabalgaba, pero yo la paraba con mis brazos si sentía que había riesgo de correrme. No quería acabar nunca esa unión magnífica de dos almas que, a través de sus cuerpos, se estaban expresando de aquella manera tan audaz.

Treinta kilómetros después, llegamos a un control de carretera. Vika se sobresaltó e intentó pasar a su asiento. Se lo impedí.

—No tengas miedo. No quiero una mujer miedosa a mi lado, Vika. Eso nunca, por lo que más quieras. Tranquila. Ssshhh, sigue moviéndote, me gusta. Te adoro.

Paré en el arcén. El policía, que esperaba su ración de billetes de mil rublos, o al menos algunos de quinientos o de cien si venían mal dadas, estaba de pie dando vueltas a su porra.

Cuando miró hacia el interior y vio a ese extraño conductor de dos cabezas, se le cayó la porrita al asfalto. Se agachó a por ella pero entonces perdió la gorra, que llevaba ladeada de una manera ridícula. Nos costó aguantarnos la carcajada. Se acercó al coche al fin.

—Buenos días. Documentos del coche, por favor — dijo con los ojos como platos, viendo que no parábamos el coito por él.

—Aquí tiene. Es un coche de alquiler. Todo en regla, caballero. Y ahora, si es tan amable, me gustaría poder concluir una faena de la que estaba gozando infinitamente hasta que usted decidió interrumpirla.

»Dígame, ¿hay una buena razón para que continuemos aquí parados? Devuélvame los documentos y adiós. Aquí tiene diez mil rublos si me abre de nuevo el camino. Ha tenido usted suerte, amigo. Aquí los tiene.

El policía, a punto del colapso, cogió los billetes, me saludó llevándose la mano a la gorra, y se retiró del camino.

Salí derrapando y haciendo un precioso trompo en una maniobra que, lo reconozco, fue un alarde algo prepotente. Pero qué podía hacer. El buen humor volvía a mis venas, me resucitaba.

Di gracias a la vida por sus maravillas. Vika, divertida y excitada a un tiempo, no pudo parar de reír recordando la cara de papanatas que se le quedó al pobre gaísñik. Yo prefería tocar sus tetas y agarrar su culo bien fuerte fijando el volante con la rodilla izquierda mientras trataba de no correrme.

Ya solo quería conducir así, con mi polla metida en el agujerito del amor de mi vida, allí, protegida y caliente, con el voluptuoso y sensual cuerpo de Vika aplastándome los muslos y el vientre, un monumental cuerpazo que tiene más curvas que esos famosos puertos de montaña de Francia, España e Italia en las carreras ciclistas.

Así transcurrió este pequeño viaje hasta Gurzuf. Quería dar a mi madre una sorpresa y no le había comunicado nada de mi venida. No estaba en casa ese miércoles por el mediodía.

Alguna vecina, curiosa, miró por la ventana, adquiriendo información que luego contaría a todas las comadres del pueblo como el acontecimiento de la semana.

Nos fuimos a pasear por el pueblo, con la esperanza de encontrarla por allí, comprando en alguna tienda. Mi padre murió cuando yo tenía siete años.

Aún lo recuerdo: alto, rubio, muy blanco, con unas manos como palas y unos dedos que más parecían morcillas de Ucrania que falanges humanas. Tengo vagos recuerdos de tardes con él pescando junto al puerto, entre las barquichuelas de los pescadores locales.

Vika miraba todo con mucho interés. Le estaba gustando mi pueblecito, con esas casas de madera al antiguo estilo tártaro, las callejuelas de adoquín, estrechas y todas diferentes.

Me tranquilizó mucho llegar a ese lugar. Me calmé de inmediato y mi corazón pareció latir como antes de ser sicario. Noté que latía con fuerza. De repente, vi a mi madre andar con calma cargada de bolsas. Venía justo en nuestra dirección. Corrí hacia ella, gritando.

—¡¡Mamá, mamá, soy yo, he vuelto!!

Cuando llegué a su altura, a mi madre se le cayeron las dos bolsas al suelo. Tuve que agarrarla porque se desmayaba. Casi se cae hacia atrás.

—... qué... hijo, ¿eres tú? — alcanzó a barbotear, totalmente confundida.

El choque emocional había sido demasiado intenso. La abracé y empezó a llorar en silencio.

—Hijo, mi hijo querido. Tanto tiempo... Ya creí que no volverías nunca a ver a tu madre. Te llevo esperando tantos años. Las conversaciones por teléfono no me servían, me dejaban tranquila, pero con más ganas aún de abrazarte. Vamos a casa, tendrás hambre, seguro.

—Mamita querida, estás muy guapa, como siempre. No has cambiado nada. Estás justo como te recordaba, igual que el día que me fui a Moscú hace cuatro años.

—Casi cinco, Yúrchik — dijo utilizando el hipocorístico que se usa más para los niños.

—Mamá, quiero presentarte a una persona muy importante en mi vida.

Vika había esperado con respeto unos metros más allá. Se había emocionado al ver la escena y se estaba limpiando las lágrimas. Le hice un gesto con la mano para que se acercara hasta nosotros.

—Mamá, esta es Vika. La mujer que me ha devuelto la alegría y las ganas de vivir desde que me expulsaron de la academia por aquel asunto.

—Vika, aquí tienes a Natalia, mi madre.

—Hija, gracias, gracias por traérmelo. Lo notaba tan triste y amargado cuando hablábamos por teléfono. Tú le vas a devolver la alegría que siempre ha tenido.

»Es un chico muy divertido, ya lo verás. Poco a poco volverá a ser el mismo. Yúrchik, es guapísima. Qué calladito te lo tenías, bribón.

—Mamá, nos conocemos desde hace poco tiempo, apenas un mes.

—El tiempo no es importante, sino el corazón, Yuri — dijo mi madre.

Cogí las bolsas y nos encaminamos a casa. Nos preparó una comida deliciosa. Tanto, que Vika no podía parar de engullir platos. Pensé que reventaría. Se las veía tan felices, a mis dos mujeres, la que me dio la vida y la que me la resucitó.

Aunque no había hecho planes concretos, la idea era quedarme no más de tres o cuatro días en Gurzuf y, allí, decidir adónde iríamos después. Pero pasaban los días y no me apetecía salir de este lugar especial. Ya llevábamos una semana.

Vika y mi madre habían conectado. Se entendían bien, cocinaban juntas —Vika adora cocinar —, charlaban mientras yo practicaba mis ejercicios matutinos. Me miraban las dos a un tiempo como si, entre ambas, tuvieran un pacto para conservarme bien y que no me desviara de nuevo hacia el mal.

Mi madre no sabe quién fui durante aquellos dos años. El dolor tan grande que le podía provocar en su corazón me impedía contárselo. A cambio, le dije que hice todo tipo de trabajos desagradables para gente que no era de fiar, lo que no es faltar a la limpia, en realidad.

Llamé a Sai para ver cómo lo llevaba. Estaba en Grózny, muy unido a un imán de allí. Me dijo que me echaba de menos. No hablamos de aquello. Todavía no estamos preparados para sacarlo en una conversación, pero lo estaremos.

Algún día lo estaremos. Le dije que estaba en mi pueblo natal y que me sentía tan bien que me iba a costar levantar el vuelo. Me recomendó calma, paciencia y escuchar mi voz interior. Si estaba a gusto allí, para qué romper eso saliendo del lugar. Quizá necesitara pasar aquí una temporada, añadió.

Le contesté que tenía razón. Sin plazos, sin prisas. Cuando fuera el momento de buscar otro lugar, lo haríamos. Estuvimos hablando solo diez minutos, pero fueron suficientes.

Esa misma tarde Vika me confesó que se sentía muy bien en Crimea y que le iba a dar mucha pena nuestra inminente partida.

—¿Adónde quieres ir, Vika?

—No lo sé, creí que lo tenías pensado. No me importa adónde. Me importa con quién. Nada más.

—Si tú estás a gusto aquí, vamos a quedarnos un tiempo. Quería proponértelo justo esta misma noche, pero te has adelantado. No quiero irme. Necesito estar aquí una temporada. Vivamos, Vika, aspiremos la vida. Mi corazón ya late, con poca fuerza aún, pero late.

—Yura, me parece que hay otro pequeño corazón que late también. ¿Entiendes? — me dijo con una sonrisa de felicidad.

—¡¡Vika!! Kak ya lublú tebiá!!! Entonces, Denís ya viene. Vamos a esperarlo aquí, en Gurzuf.