Capítulo 19
Habíamos llegado a las afueras de la ciudad, donde mis amigos estarían esperándome. Pero nadie estaría esperando al Joven Príncipe, ya ni siquiera en su propio planeta. La idea me entristeció, así que lo invité a continuar a mi lado.
—La vida ha sido generosa conmigo —dije— y me gustaría ayudarte mientras lo necesites.
—Gracias —respondió—, pero ya has hecho mucho…
En ese mismo momento, ya cerca del centro, un semáforo nos detuvo. Un vagabundo se acercó al coche y extendió hacia nosotros la palma de la mano. Cuando el muchacho bajó la ventanilla, ambos percibimos un fuerte olor a alcohol.
—¿Tienes dinero? —preguntó mi joven amigo.
—Creo que no me queda cambio —contesté.
—Pues entonces dame lo que tengas —insistió.
—¿Estás seguro? —le pregunté con tono de duda, mientras trataba de sacar la cartera, que se me había enganchado en el bolsillo trasero del pantalón—. Se lo gastará todo en bebida.
Entonces el semáforo se puso en verde y el vehículo que teníamos detrás nos hizo señales de que avanzáramos, mientras el vagabundo seguía inclinado sobre la ventanilla.
—Hazte a un lado y déjalo pasar —me pidió mi amigo, y volví a comprobar que era imposible contrariarlo—. Hace poco me dijiste que debíamos dar sin mirar a quién. Bueno, pues aquí tenemos a alguien que nos pide ayuda.
—No creo que, en este caso, el dinero resuelva sus problemas —protesté, aunque normalmente intento ayudar sin pensar en ello.
—Tal vez el vino le ayude a sobrellevarlos —replicó él—. Salvo que quieras oír su historia, conocer cómo puedes ayudarlo de verdad… ¿Sabes? —añadió de repente, como iluminado por un nuevo pensamiento—. Creo que es una gran idea. Voy a pasar la noche aquí. Tal vez pueda hacer algo por él, y si no, un poco de atención y de compañía seguramente le vendrán muy bien…
—Pero no puedes quedarte aquí sin más, en la calle, sin saber quién es ese hombre…
El Joven Príncipe interrumpió mis objeciones.
—No te olvides de que, hace tres días, también yo estaba al borde de una carretera y tú me ayudaste. ¿Cuál es la diferencia? ¿Nuestro aspecto? Tú mismo dijiste que no debemos dejarnos guiar por las apariencias. Ya has hecho tu buena obra, ahora deja que yo pueda hacer la mía. Ve con los amigos que te esperan. Yo puedo ser más útil aquí.
Y entonces agregó, como si se le acabara de ocurrir algo:
—Ven mañana al amanecer. Me gustaría despedirme.
Y con estas palabras, bajó del coche y fue a sentarse junto al vagabundo. Al ver que estaba indeciso sobre si arrancar o no, resistiéndome a la idea de abandonarlo allí, me hizo un gesto para que me marchara.
No podía dejar de pensar en el Joven Príncipe y en las circunstancias en las que nos habíamos separado. Las probabilidades de que pudiera entablar una conversación racional con el vagabundo eran remotas, porque cuando alguien decide tomar un camino de autodestrucción es muy complicado apartarlo de él. Incluso existía la posibilidad de que el hombre reaccionara con violencia a cualquier intento de prestarle ayuda. Sin embargo, mi amigo era capaz de hacer fácil lo imposible, si es que había algo imposible para aquel corazón puro y aquella sonrisa transparente. Pero aun así, sentado en esa esquina, con su gorra del revés, tenía el mismo aspecto que cualquier otro muchacho sin hogar.
Durante el festejo, mientras compartía la alegría de mis amigos, la imagen del Joven Príncipe se fue desdibujando en mi cabeza, como una espina que ya no causa dolor. Sin embargo, al irme a acostar, no pude menos que comparar mi cama mullida y cálida con el frío y duro pavimento. Durante un instante sentí la tentación de ir a buscarlo, e incluso llegué a salir de la habitación, pero algo me dijo que no debía desobedecer su mandato. Abrí la ventana. Era una agradable noche de primavera, aunque la brisa llegaba un tanto fresca. La luz tenue de la luna apenas empalidecía al lucero del alba. Al levantar los ojos, volví a quedar boquiabierto ante el cielo plagado de estrellas de la Patagonia. Aun aquellos que lo conocen volverían a asombrarse, si solo se detuvieran otra vez a contemplarlo…