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COLMADO así de bendiciones, creí que mi vida sería una Navidad que no acabaría. Las personas de experiencia a las que me había confiada, podían advertirme que ese estado de privilegio tendría un fin, que las leyes del crecimiento espiritual eran iguales para todo el mundo, que después de las suavidades de la excursión por los verdes prados de la gracia sensible, vendrían la roca, la escalada, el riesgo, y que no siempre sería ese niño feliz; apenas les escuchaba. Estaba muy decidido a no cometer por segunda vez el error de crecer; ésa era mi sabiduría, menos segura que la suya. Ellas tenían razón, yo me equivocaba. Celebrada la Navidad, hubo que pasar por las cosas, por la piedra y por el alquitrán de un mundo que volvía a tomar poco a poco, solapadamente, su consistencia. Y hubo un Viernes Santo y hubo un Sábado Santo, silencio donde muere un grito.

Dos veces se abatió sobre mi hogar el sufrimiento más grande que puede infligirse a seres humanos. Los padres me comprenderán, las madres mejor aún, sin más palabras. Dos veces he tomado el camino del cementerio provinciano donde está señalado mi puesto, buscando con horror el recuerdo de la misericordia. Incapaz de rebeldía, excluido de los refugios de la duda, ¿de qué dudaría, sino de mí mismo?, he vivido con esa lanza en mi —pecho y sabiendo que Dios es amor.

No escribo para hablar de mí, sino para dar testimonio, y mi testimonio exige que también eso sea dicho, la tumba que será la mía forma el ángulo de dos calles, Un día tuve la distraída curiosidad de ver cuál era la tumba vecina, que se le yuxtapone exactamente: era la sepultura de las Hermanas de la Adoración Reparadora. Conozco demasiado hasta qué punto las intervenciones del espíritu son diferentes e indudables, para hablar de señal. La coincidencia me bastó. A quinientos kilómetros de distancia, las hermanitas que han asistido a mi nacimiento estarán allí también en la hora de mi muerte, y pienso, creo, sé, que esos dos instantes serán idénticos, como serán uno solo, en fin, los seres perdidos, la dulzura reencontrada.

Amor, para llamarte así, la eternidad será corta.