Capítulo 9

No, Arabella no había cambiado, constató Esme cuando su hermana apareció por la noche, con dos maletas llenas y vestida con ropa de diseño.

En realidad había cambiado algo. Tenía el cabello más rubio y la cara algo diferente. Cuando se quitó la chaqueta, la diferencia era obvia. Tenía el pecho muchísimo más grande y lo llevaba embutido en una camiseta escotada y sin mangas.

—¿Algún problema? —preguntó Arabella.

—No. Todo está bien —contestó Esme—. Pero puede que tengas algo de frío en casa. No enciendo la calefacción en el verano.

—Si tengo frío ya te lo diré —echó un vistazo a su alrededor—. De todos modos, no me quedaré mucho tiempo.

Estaba claro que no le parecía un gran lugar.

—Me daría un baño. ¿Tienes uno, supongo?

—Tengo una gran palangana de zinc. Puedo ponértela cerca del fuego.

Arabella quedó horrorizada.

—Era una broma —dijo Esme—. El baño está en el corredor.

—Muy graciosa —a Arabella no le gustaban las bromas que no hacía ella—. Creía que ya habrías madurado, Midge. Siempre tuviste un sentido del humor muy raro.

Esme no recordaba eso, ni haberse reído nunca cuando Arabella estaba cerca. Pero como personas adultas, quizás podrían tener una relación mejor.

—De todos modos, creo que me iré a la cama ya —bostezó—. La fiesta no terminó hasta las cuatro.

—De acuerdo —Esme hizo un esfuerzo—. Te ayudaré con tus cosas.

—Eres un encanto —sonrió con hipocresía—. ¿Puedo subir ya?

Esme asintió y Arabella subió dejando las dos maletas para que las subiera Esme. Al fin y al cabo se había ofrecido a hacerlo.

Al día siguiente, Esme le llevó el desayuno a la cama. Arabella dio las gracias pero rechazó los cruasanes porque engordaban.

A la hora de almorzar, llamó a Harry para que comiera con ellas.

—No habla mucho, ¿verdad? —comentó cuando Harry se marchó.

—Es tímido.

—No es muy latino, entonces.

—¿Perdón?

—No se parece al padre.

—Oh —la historia del amor italiano surgía otra vez—. No, no mucho.

Arabella la miró con curiosidad.

—Suponiendo que fuera italiano y no un mozo de cuadra pecoso que conociste en tus días de caballista —Esme contó hasta diez para no decir una impertinencia—. Al menos tu pequeño error no te ha hecho quedar marginada.

—¿Qué?

—Charles Bell Fox.

—Solo somos amigos —Esme no quería hablar de eso.

—Podrías tener peor suerte —dijo Arabella—. Por lo que recuerdo, es muy aburrido, pero suficientemente rico. Y como dice el refrán, los mendigos no pueden escoger.

—¿Y yo soy el mendigo?

—No en sentido literal. Pero no estás nadando en la abundancia. Mira esta casa. No me extraña que Jack se quisiera ir.

Esme perdió todo deseo de congraciarse con su hermana. Tendría mucho mérito si conseguía superar la visita.

—Y ya que lo mencionamos, ¿no sabes si va a estar hoy por aquí?

—¿Jack?

—¿Quién si no?

—No tengo ni idea.

—Voy a darme un paseo hasta la casa. A ver qué cambios han hecho.

—¿No deberías esperar a que te invitara? —sugirió Esme.

—Estoy segura de que a Jack no le importará. Al fin y al cabo somos como de la familia.

Esme no lo podía creer. ¡Arabella había hecho que su madre lo echara de su casa y se consideraba de su familia!

Durante su ausencia, Esme trataba de concentrarse en el trabajo pero constantemente veía imágenes de Jack y Arabella. Los celos era una cosa terrible.

Arabella volvió al cabo de una hora. No había encontrado a Jack pero Rebecca le había enseñado la casa.

Esme se sintió aliviada, pero era una tontería. Tarde o temprano su hermana y Jack se encontrarían. Al fin y al cabo ese era el propósito de la visita.

Ciertamente no era para estar con Esme, y por la noche se fue a cenar con unos amigos. Se levantó tarde al día siguiente, y cuando Harry dijo que Jack estaba en casa, decidió ir a saludarlo.

Volvió triunfante. Jack estaba y la había invitado a cenar fuera.

—Más atractivo que nunca —fue el veredicto—. Tenía que haberme dado cuenta de que era una broma tuya. Gordo y calvo… Se lo dije, claro.

—Gracias —Esme hizo una mueca—. Es mi jefe, ¿sabes?

—No te preocupes. Me pareció que le había hecho gracia.

—¡Estupendo! —Esme los imaginó juntos riéndose de su raro sentido del humor.

—De todos modos, estoy segura de que te perdonará, si se lo pido yo.

—No te molestes.

Arabella ya no la escuchaba.

—Es obvio que él todavía siente debilidad por mí —¿acaso Jack había olvidado el último encuentro que había tenido con Arabella?—. Y, sin duda, yo no lo rechazaré si se siente inclinado a reavivar las brasas.

Quizás no fuera cierto pero a Esme la idea le dejó un regusto de amargura.

¿Qué había sido ella durante esos meses? ¿Una mera sustituta?

—Creí que era demasiado vulgar para ti —le recordó el motivo por el que había rechazado a Jack.

—¿Yo dije eso? —Arabella soltó una carcajada—. Bueno, una debe evolucionar.

Jack era rico. ¿Era eso lo que Arabella quería decir?

—Creo que voy a darme un baño. Después me arreglaré para esta noche. Oh, por cierto, Jack dice que puedes ir si quieres. Los Wiseman también van y han encontrado una niñera para los chicos. Creo que Jack ha invitado a un amigo arquitecto para ti.

—No, gracias —¿cómo se atrevía a emparejarla con otro solo porque Arabella hubiera aparecido?—. Tengo que lavarme el pelo.

Arabella parecía complacida.

—No puedo decirle eso. Le diré que te duele la cabeza.

Esme se encogió de hombros. En el fondo era verdad.

Cuando Arabella se fue al baño, Esme se dejó caer sobre una silla tratando de no sentir celos al pensar que Jack iba a salir con su hermana. Y más tarde, al verla con un escotado vestido de noche, disimuló las ganas de llorar hasta que su hermana se marchó a la casa grande.

Diez minutos más tarde apareció Rebecca con un vaso en la mano.

—Toma —le dijo Rebecca dándole el vaso y dos pastillas—. Te duele la cabeza, ¿verdad?

—Yo… Sí.

—Bueno, pues tómatelas —ordenó Rebecca. Voy a buscar algo para que te vistas.

—Mira, Rebecca —protestó Esme—. No me apetece ir.

—¿No? ¡Qué sorpresa! Pues vas a ir de todas maneras, porque me niego a quedarme parada mientras la zorra de tu hermana intenta arrebatarte a Jack delante de tus narices.

—¿Crees que mi hermana es una zorra? —preguntó Esme asombrada.

—¿No lo piensa todo el mundo? —soltó Rebecca guiando a Esme hacia su habitación—. ¿Qué ropa tienes? Te sugiero algo sencillo pero elegante, que contraste con la elegancia descocada de tu hermana.

—Lo siento, Rebecca. Sé que quieres ayudar, pero me niego a entrar en una absurda competición con ella.

—¿Porque crees que no vas a ganar? —la franqueza de Rebecca dolía.

—Yo… Sí. Supongo.

—Bueno, yo te apoyo —le dijo Rebecca—, así que ponte esto y después te peinaré y te maquillaré.

Rebecca le tendió un vestido malva de seda sin mangas y esperó a que se lo pusiera para maquillarla. No la dejó ni respirar hasta que estuvieron de camino al restaurante.

—¿No crees que a Jack le extrañará que me haya recuperado tan pronto? —preguntó Esme.

—¿Quién crees que me ha enviado a buscarte? —contestó Rebecca—. No es tonto. ¿No se te ocurrió una excusa mejor que un dolor de cabeza?

—¿Y por qué no ha venido en persona?

—Iba a hacerlo —le dijo Rebecca—, pero yo lo detuve. Estaba algo molesto.

—¡Oh! —eso no sonaba muy prometedor. Jack enfadado—. Supongo que será porque yo le he fastidiado el plan.

Rebecca suspiró.

—No tienes ni idea, ¿verdad?

Esme estaba de acuerdo en eso, pero creía que Rebecca no sabía que Jack y Arabella habían tenido un romance. Se le ocurrió que quizás Jack quisiera tenerla como testigo en su encuentro con Arabella.

Cuando llegaron al restaurante, Rebecca le dijo:

—Ahora, entra y lúcete.

¿Lucirse? Esme quería escapar, pero no podía hacerlo porque Rebecca la tenía agarrada por el codo para darle apoyo moral mientras las conducían hasta su mesa.

Jack fue el primero en verlas y se puso en pie.

¿Se alegraba de verla? ¿O le divertía que hubiera ido?

—Deduzco que la aspirina te ha hecho efecto.

—Sí… algo así —masculló ella.

—Una sorprendente recuperación —intervino Arabella contrariada. Estaba sentada a la izquierda de Jack.

—Siéntate a mi lado, Esme —dijo Sam—, y haz que mi esposa se ponga celosa.

Esme obedeció y se sentó a la izquierda de Sam, junto a Tom Burton, el arquitecto.

—¡Qué suerte tienes! —le dijo Rebecca riéndose a su marido—. ¿Por qué a una chica guapa como Esme iba a gustarle un hombre maduro y casado… además de por lástima, por supuesto?

—No tan maduro, gracias.

—De todos modos, Esme está comprometida —dijo Arabella con una sonrisa cariñosa —Esme estaba perpleja—. ¿No les has dicho lo de Charles, Midge? Sé que todavía no es oficial, pero mi madre no podía estar más contenta. Los Bell Fox son de tan buena familia… Terratenientes durante generaciones. No es que ese tipo de cosas importen hoy en día. Al menos a mí —dijo pestañeando y sonriéndole a Jack.

Esme no podía creer que Jack se dejara engañar por Arabella y sus mentiras.

—Supongo que tengo que darte la enhorabuena —le dijo Jack con una gélida mirada.

Rebecca miró a Esme intrigada y Esme se encogió de hombros y se puso a charlar con Tom Burton. Intentó ignorar la risa que soltaba Jack mientras escuchaba a su hermana y cuando levantó la vista se percató de que Arabella tenía la mano apoyada en el brazo de Jack. Apretó los puños creyendo que había perdido la batalla.

Pasó toda la cena ensimismada y sonriendo como un autómata cuando Sam, Tom y Rebecca le hablaban.

Cuando pasaron al salón para tomar café, se disculpó y se dirigió al tocador. Rebecca la siguió.

—¿A qué estás jugando, Esme? Te dije que te lucieras, no que hibernases. ¿Y quién diablos es Charles?

—Alguien con quien medio salía.

—¿Medio salías?

—No me acostaba con él, si es eso lo que quieres saber.

—¿Pero te vas a casar con él? —dijo Rebecca incrédula.

—No. Ya no salgo con él.

—¿No?

—No.

—¿Entonces por qué no lo has dicho? —era evidente que pensaba que Esme era un caso perdido.

—No tenía mucho sentido. Está claro que Jack está más interesado en Arabella.

—No, lo que pasa es que tu bien dotada hermana se está abalanzando sobre Jack. Eso no es lo mismo.

—No lo comprendes —suspiró Esme y le resumió la relación que Arabella y Jack habían mantenido diez años atrás.

—¿Y? —Rebecca no se había dejado impresionar—. Eso fue entonces. Y esto es ahora. ¿De verdad crees que a un hombre como Jack le puede gustar alguien como tu hermana?

—No lo sé —admitió Esme.

—Bueno, yo sí —insistió Rebecca—. Así que vuelve allí y deja de comportarte como un ratón asustado.

No era una descripción muy aduladora, pero fue suficiente para que Esme aceptara el reto y regresara al salón.

Jack la miró y le preguntó:

—¿Te apetece beber algo?

—Yo quiero un whisky —intervino Rebecca.

—Y yo un gin-tonic.

Jack le pidió las copas al camarero y se dirigió a Esme de nuevo.

—¿Cómo estás? ¿No te ha vuelto a doler la cabeza?

—No. Gracias por interesarte —murmuró.

Rebecca tenía razón. Hablaba como un ratón asustado.

Él la miró unos instantes.

Ella buscó algo brillante que decir, pero Arabella lo distrajo con un comentario. Cuando le llevaron la copa se la bebió deprisa. Después de tomarse otra, se volvió más habladora, pero solo con Sam y Tom Burton. Se negaba a competir con Arabella para atraer la atención de Jack.

Jack, por su parte, no evitaba a Arabella cuando coqueteaba con él, y Esme tuvo que reconocer que su hermana era graciosa y estaba brillante.

Incluso Rebecca se reía con sus comentarios, aunque no estuvo de acuerdo con la opinión de Arabella de que tener hijos no mejoraba la vida de las mujeres.

—No estoy de acuerdo —dijo Rebecca—. Tener a Eliot ha hecho que mi vida mejorara infinitamente.

—Quizás, pero a la mayoría de las mujeres… —Arabella miró a Esme—. Entre ellas a mi hermana pequeña. A ella le destrozó la vida y estoy segura de que lo reconocería.

Esme no iba a reconocer nada, y le echó una mirada fulminante.

—No sabía que tenías hijos. ¿Cuántos tienes? —preguntó Tom Burton.

—Solo uno. Harry.

—Quizás lo hayas visto por la casa —añadió Jack.

—Sí, claro. El niño rubio —dijo Tom—. ¿Cuántos años tiene?

La habían pillado. Le había mentido a Jack, pero Harry había celebrado su cumpleaños y Rebecca sabía su edad.

—Tiene diez, ¿no? —intervino Arabella—. Recuerdo que nació cuando yo cumplí veintiún años, y eso fue en mayo del… Claro que tú no estuviste en la fiesta —le dijo a Esme, y miró a los demás—. A la pobre Midge la enviaron fuera para preservar el honor de la familia. Fue inútil puesto que ella decidió tener al bebé y vivir pobremente en un apartamento de barrio. Nuestra madre estaba horrorizada.

Esme miró boquiabierta a su hermana por su indiscreción. Luego miró a Jack. Confiaba en que no hiciera cálculos. Pero Jack la miró intensamente y le preguntó:

—¿Quién era el padre?

—¡Jack! —exclamó Rebecca indignada por la pregunta, y se hizo un silencio en la mesa.

—Un estudiante italiano, según dice Esme —aclaró Arabella—, pero tengo mis dudas. ¿Qué dices, Midge? ¿No quieres contárnoslo?

—Creo que ya estás contando bastante por las dos —contestó Esme.

—Bravo —susurró Rebecca.

—¿Y por qué tanto misterio? —preguntó Jack.

—No es ningún misterio —respondió Esme.

—Entonces, ¿quién es él? —preguntó mirándola a los ojos.

En ese momento Esme estaba casi segura de que él sabía la respuesta y no le importaba que el resto del mundo lo supiera.

—Nadie. Al menos nadie importante. Así que ahora, si Arabella y tú habéis terminado de humillarme…

Al terminar la frase, agarró el bolso y se fue. No vio que Jack se levantaba para seguirla. No echó a correr hasta que al llegar a la recepción del hotel oyó que la llamaban. No logró huir. Jack la alcanzó y la agarró del brazo.

—¿Dónde crees que vas?

—A casa, por supuesto —soltó ella y, al ver un taxi, gritó—: ¡Taxi!

—¡Olvídalo! —tiró de ella hacia el lateral del edificio.

—¿Y tú dónde crees que vas ? —preguntó ella en el aparcamiento.

—A mi coche. Eres mi invitada y te llevaré a casa.

—Antes preferiría ir a pie —contestó ella—. ¿Qué pasa con tus otros invitados?

—Rebecca los llevará —contestó él empujándola hasta la puerta del copiloto—. Entra, a menos que quieras que aumente tu supuesta humillación aireando nuestros asuntos en público.

La expresión de Jack mostraba que iba en serio. La había acorralado y Esme no tuvo más remedio que subir al coche. Él cerró la puerta de ella con llave antes de entrar también.

—¿En serio creías que iba a permitir que huyeras de la verdad? —Esme no se molestó en contestar. Él condujo en silencio y a toda velocidad hasta Highfield, deteniéndose en la casita.

Por un momento Esme confió en que la dejaría allí y se marcharía, pero cuando se dispuso a abrir la puerta él la retuvo.

—Es mío, ¿verdad? —preguntó.

Esme respiró hondo y admitió:

—Sí, Harry es tu hijo.

Era lo que él sospechaba pero aun así estaba desconcertado. La soltó y agarró el volante con fuerza.

Esme esperaba que él lo discutiera. Después de todo, ella le había dicho que había estado con otros chicos al mismo tiempo.

Pero no. Solo hubo un largo silencio, seguido de un «maldita sea».

No era una expresión de alegría y Esme optó por marcharse.

Salió corriendo, buscó la llave y, cuando estaba a punto de entrar, él la alcanzó.

—¡No! ¡No entres! ¿Crees que puedes decirme algo así y luego marcharte?

—¿Qué más te puedo decir?

—Muchas cosas —contestó y, después de empujarla al interior de la casa, cerró la puerta.

Alarmada por su enfado, Esme entró en el salón alejándose de él.

—No me mires así. No voy a hacerte daño —físico, quería decir. Sin duda ya se lo había hecho de otras maneras—. Solo quiero saber ¿por qué diablos no me lo dijiste?

—¿Delante de tus invitados?

Él se puso aún más serio y dijo:

—Cuando te quedaste embarazada.

—¿Y cómo querías que lo hiciera? ¿Que tomara un avión a Estados Unidos y te buscara?

—Te mandé una carta diciéndote que me escribieras si tenías problemas.

—¡No recibí ninguna carta! —insistió ella, aunque comenzaba a creer en su existencia—. Seguramente ya había regresado al colegio.

—Tu madre. Ella debió interceptarla.

Pero Esme estaba segura de que su madre no había relacionado su embarazo con Jack.

—¿Por qué iba a hacerlo? Ella no sabía lo nuestro.

—Quizás creía que yo iba detrás de otra de sus preciosas hijas.

—Es posible.

—¿Y si la hubieras recibido? ¿Me habrías contestado? ¿Me habrías dicho lo del bebé?

—No estoy segura —contestó Esme—. Pasó un tiempo antes de que me diera cuenta y después mi madre lo arregló todo para dar al bebé en adopción.

—Pero no lo hiciste —dijo él, y miró por la ventana—. Es difícil de aceptar. Que Harry sea mío… nuestro.

Meses atrás Esme habría dicho «es mío, solo mío», pero ya no estaba convencida. Se preguntaba si a él le agradaba o le horrorizaba la idea de tener un hijo, y qué pasaría en adelante.

—¿Por qué no me lo dijiste cuando regresé? Todo este tiempo y tú sin decir nada…

—No sabía cómo ibas a reaccionar. No parecía que quisieras ser padre.

—¿Cómo vas a saber tú lo que yo quiero? ¿Me lo has preguntado?

—No entiendo por qué estás tan enfadado. Estaba intentando hacer lo que me parecía mejor para Harry.

—¡Qué diablos! Si así fuera, habrías aceptado mi ofrecimiento de pagarle el colegio. Podrías haber aceptado el dinero pensando que yo hacía lo que cualquier padre haría y, aun así, guardar tu maldito secreto.

—Dejé que viniera a visitarte —dijo Esme como defensa.

—¿Y te tengo que estar agradecido por eso? —Además —le dijo despreciativo—, ibas a mudarte para que yo no pudiera estar cerca de él, de mi propio hijo.

—¡No era por eso!

—Entonces, ¿por qué? Ella guardó silencio. No podía expresar sus sentimientos—. ¡Diablos! Vosotras las chicas Hamilton sois un número —murmuró entre dientes.

—¡No me compares con Arabella! Yo no fui quien te fastidió, empezando por romperte el corazón.

—¿Romperme qué? —la miró intrigado—. ¿De veras piensas eso?

—Bueno, pues hirió tu orgullo, si lo prefieres.

—Eso es más acertado, aunque quizás sea hora de que oigas toda la verdad.

—No estoy segura de que quiera oírla —Esme ya estaba suficientemente celosa—. Creo que debes irte —dijo imperativa, y se dirigió hacia la puerta. Él la siguió y ella pensó que se marchaba. Cuando ella abrió la puerta, él se la cerró y la acorraló en un rincón.

—Pues lo vas a oír aunque no quieras —le gruñó—. Yo no me acosté con tu hermana ese verano, aunque tuve muchísimas oportunidades.

—No voy a escucharte… —dijo gritando para acallarlo, pero él continuó implacable.

—Yo sabía que su interés por mí no era verdadero. Solo estaba aburrida y yo andaba por ahí. Quizás me habría sentido tentado si ella no se hubiera acostado con medio vecindario. Pero no me acosté.

Esme quería creerlo, pero le parecía imposible que un hombre rechazara a su bella hermana.

—¡Debes pensar que soy idiota! —espetó ella—. Arabella podía conseguir a todo aquel de quien se encaprichara.

—Eso era también lo que ella creía —dijo él riendo con dureza—. Y por eso se ofendió por mi rechazo. Se quejó a tu madre y tu madre me despidió.

—¿Quieres decir… —Esme no lo podía creer—, que mi madre te echó porque no querías acostarte con mi hermana?

—¡No exactamente! —dijo riendo—. Tu madre no es tan perversa. Supongo que la versión que oyó es que yo acosaba a Arabella para que se acostara conmigo. Es obvio que no tenía ni idea de cómo era tu hermana. Pero tú sí. Incluso trataste de avisarme —le recordó.

—Y tú pensaste que era divertido.

—Lo era, teniendo en cuenta que tenía que usar un palo para alejarla de mí… —¿sería cierto lo que decía?—. ¿Por qué te cuesta tanto creerme? —se lamentó él—. Solo una de las hermanas Hamilton me había llamado la atención, ¡y no era Arabella!

—No sigas. Ambos sabemos que lo de aquella noche fue casualidad.

—¡Esme! —estaba exasperado—. ¿Por qué tienes tan mal concepto de ti misma? Siempre me gustaste. Más que gustarme. La noche que hicimos el amor me pareció que era lo que debía ser, aunque yo no debí hacerlo porque tú eras solo una chiquilla y yo mucho mayor. Y, además, no tenías experiencia, ¿verdad?

Esme lo miró sorprendida.

—No, no la tenía.

—Yo en el fondo lo sabía, pero dijiste que ya te habías acostado con otros y eso ayudó para acallar mi conciencia. Si puede servirte de consuelo, siempre he sentido vergüenza de cómo te traté esa noche.

—No sirve —ella pensó que podía guardarse sus remordimientos.

—De acuerdo. No puedo cambiar el pasado. Pero, al menos, créeme en lo que se refiere a Arabella —Esme permanecía callada. Querer creerlo no lo convertía en realidad—. No puedes creer que yo te prefiriera a ti, ¿verdad? —dio un suspiro de impaciencia—. De acuerdo, te lo demostraré. ¿Dónde está tu dormitorio?

—¿Mi qué?

—Tu dormitorio… En el piso de abajo, ¿no? —señaló hacia el pasillo.

—Yo… ¿Qué estás haciendo? —él la estaba llevando hacia el dormitorio.

—Lo que te dije —abrió la puerta y la empujó adentro—. Puesto que no me quieres escuchar, te mostraré lo mucho que me importas… ¿Dejo las luces encendidas o apagadas?

—Yo… Tú… —balbuceaba Esme.

—Apagadas para empezar, creo —decidió él, y ya a oscuras, se inclinó hacia ella para besarla en la boca.

—No podemos hacerlo… —protestó Esme.

—¿Por qué no?

—Porque… porque… —ella trataba de aclarar sus pensamientos mientras él le quitaba las horquillas del pelo—. Porque pronto estará de regreso Arabella.

—¿Y qué? —le rodeó la cara con las manos.

—No puedo hacerlo —era una súplica.

—Sí puedes —los labios de Jack acariciaron los de Esme hasta que ella comenzó a responder—. ¿Ves? Es fácil.

—¿No me odias por lo de Harry?

—¿Odiarte? —preguntó él incrédulo—. Me has dado un hijo maravilloso.

El resentimiento de Esme se suavizaba, y cuando él le preguntó en un susurro «¿Por qué no hacemos otro?», ya estaba perdida.

La condujo hasta la cama y ella lo siguió sin resistirse. La hizo sentar en el borde y ella esperó estremeciéndose.

Jack se quitó la chaqueta y se desabrochó la camisa. Sus manos temblaban. Había imaginado esa escena muchas veces durante los últimos meses. Él, tendido junto a ella, desnudos los dos. Nunca había deseado a nadie como la deseaba a ella. Y era algo más que un deseo sexual. Mucho más.

Se sentó a su lado y le tomó la mano. Ella se sobresaltó. ¿Volvería a rechazarlo como antes? Necesitaba verle la cara y encendió la luz.

La agarró por la barbilla para que volviera la cara. En la penumbra, todo eran ojos y pómulos. ¡Qué preciosa era!

Esme, nerviosa, se humedecía los labios. Él le dibujó la boca con un dedo. Era como un beso y la dejó húmeda y lista para la suya.

Con ternura al principio, solo un aliento. Los labios cálidos y duros. Y los de ella, entreabiertos, dejando que él la saboreara y saboreándolo a él.

Respiración acelerada. Una mano levantando la de ella y poniéndola bajo la camisa, sobre la piel. El tacto húmedo del vello. La mano deslizándose hasta la cintura y ayudándolo a quitarse la camisa.

Entonces él la rodeó con sus brazos y atrajo su cuerpo contra el suyo. Mientras tanto la besaba y le robaba el aliento y la razón. Ella no notó cuando él le bajó la cremallera del vestido y la recostó sobre la cama.

No intentó detenerlo. No habría podido. Deseaba sentir sus dedos a través de la seda, y cómo le bajaba los tirantes y derramaba sus senos, rodeándolos y frotándole el pezón hasta que estuviera erecto. Deseaba que la boca de él dejara la suya y se concentrara en succionar el pezón hasta hacerla gemir.

Él terminó de quitarle el vestido para poder rozar su vientre y deslizar la mano entre la piel y la seda y alcanzar su interior con un dedo. La acarició despacio y con firmeza, dándole placer, tanto placer que gemía y sus piernas flojearon invitándolo.

Jack notaba que perdía el control. La quería desnuda y le arrancó el resto de la ropa, recorriendo su cuerpo mientras se desvestía también.

Esme perdió el aliento y su corazón se aceleró al verlo erecto y duro de deseo. Se tendió junto a ella, boca contra boca, piel contra piel, su carne apremiando hasta que entró dentro de ella.

La llenaba por completo, y Esme se estremeció, lista para el siguiente movimiento. Gimió fuerte y le rodeó la cintura con las piernas. Lo deseaba, lo necesitaba y él correspondía con su cuerpo, implacable hasta que alcanzaron el orgasmo juntos, gritando sus nombres.

Luego, se quedaron abrazados, los cuerpos sudorosos, los corazones palpitantes. No hablaron. No hacían falta palabras. Él comenzó a besarla y acariciarla de nuevo hasta que ella lo deseó una vez más.

Saciada, completa, Esme se preguntaba cómo podría aprender a vivir otra vez sin él.